Capítulo Catorce: Tuya.
Espero al Señor Marchand en su oficina, tengo que tener su permiso para ir al archivo histórico del Club, pero, de igual manera, él me ha citado. Echo un vistazo a mi reloj, abren la puerta y me pongo de pie.
—Señorita Marttell, disculpe la demora, han surgido algunos asuntos de los que me tuve que encargar— dice mientras estrecha su mano con la mía—. Tome asiento—. Me indica y acomoda mi silla. Él se mantiene de pie y deambula por su oficina.
—No se preocupe, entiendo.
—Por supuesto— dice él sonriendo—. A lo que vamos, si no le molesta—. Hace una pausa y se sienta en el escritorio, frente a mí—. Señorita Marttell, necesitamos un borrador de, al menos, tres capítulos. Usted comprenderá que aunque tengo toda mi confianza en usted, los demás socios no la conocen tanto como yo, por lo que me están presionando. Necesito que se luzca, que haga algo tan magnífico para que dejen de dudar de mis decisiones y de su capacidad— arqueo una ceja—. Este es un reto más, señorita, asumo que lo superará con facilidad. Tiene el número de mi celular personal, quiero involucrarme y ayudarle en todo lo que pueda, ¿está lista?
—Más que nunca. De hecho, venía a pedir que firmara el permiso para el archivo histórico.
—Excelente—. Se pone de pie para hacer una llamada a su secretaria, la cual entra al momento que cuelga. Eficacia, entiendo—. Esto— dice mientras la mujer me extiende una caja— es para usted, un pequeño incentivo de mi parte. Adelante, ábralo.
—Quisiera tener incentivos así, amiga—. Me dice Layla a través de la línea telefónica. Me muerdo la uña, estoy confundida.
—Esperaba un detalle, una pluma, tal vez. No algo tan...
— ¿Costoso, disparatado y espléndido?
—Ni siquiera pasó por mi mente algo así, ¿Debería notificar a mi jefe?
—Bueno, esa es una posibilidad, pero, piénsalo, Elisa.
— ¿Qué pienso?
—Tal vez sólo está siendo generoso. Son regalos. Un poco costosos. Dime de nuevo cómo fue...— pregunta entusiasmada como si fueran para ella. Suspiro.
—Era una caja con la llave de mi oficina, que en realidad es un estudio. Cuando llegué, la secretaria abrió la puerta y cuando me empezó a mostrar, vi mi escritorio repleto de cajas y bolsas.
—Y dentro de las bolsas y cajas había...
—Regalos.
— ¿Como...?— ella insiste.
—Vestidos, zapatos, perfumes y... flores. No puedo aceptarlo, Layla—. Respondo decidida—. Mañana a primera hora lo devolveré. La oficina está bien, pero los regalos están de más, ¿no crees?
—Por supuesto que no, tal vez sólo te quiere hacer sentir cómoda. Si vas a preguntarle, ten cuidado, los hombres se pueden sentir ofendidos por esas cosas. Te dejo, Elisa, Andy está llorando. Te quiero.
—También te quiero.
Son casi las nueve, no me he levantado del escritorio del departamento. Me siento exhausta, tengo bastante material, pero debo de ser selectiva. Me estiro y comienzo a caminar alrededor del apartamento. Recuerdo que me dijeron que podía hacer uso de las instalaciones, pero no puse mucha atención en cuáles eran. Sería genial si tuvieran alberca...
Me dirijo a la alberca, hago estiramientos antes de meterme. Esto es maravilloso, comienzo a dar algunas vueltas, luego me quedo flotando mientras pienso en David, el proyecto, el señor Marchand. Lo último no sé qué tan bueno sea, tal vez debería dejarlo pasar, pero también pienso que debería de agradecerle, pero regresar las cosas. Sí. Me dispongo a dar mi última vuelta. Cuando estoy dando patadas, toman mi pierna. Me asusto y me giro. Es David. Salgo a la superficie y él está riendo.
— ¡Eres un tonto! Me asustaste.
—Lo siento, quería...— y él comienza a hablar, pero al percatarme de que no lleva más ropa que yo, me pierdo su disculpa—, ¿Elisa?
— ¿Qué pasa?
—Nada, creo.
—entonces, ¿cómo te metiste?
—Me dijeron que estabas aquí. Ya te lo dije.
—Divulgan mi ubicación, genial. No sabía que vendrías.
—Quería invitarte a cenar, platicar sobre tu día...
—Ah, claro—. Su cabello escurre sobre sus hombros, me río por el aspecto que le da.
— ¿Qué?
—Te ves un poquito gracioso— respondo conteniendo otra risa.
— ¿Vamos a jugar a decir cómo se ve el otro?
— ¿Cómo se juega eso?— pregunto. Estamos frente a frente, pero no cerca.
—Decimos adjetivos del otro. Hasta que uno no pueda decir otro, no se pueden repetir, por ejemplo, si yo digo "inteligente", tú no lo puedes decir, aunque ambos sabemos que lo soy.
—Vale, pero si es un juego, debe de haber un perdedor, ¿qué le pasará al perdedor?— lo miro retadora, él pone su mano sobre su barbilla, su dedo traza el contorno de sus labios y yo no puedo creer en la situación en la que estoy. David Luiz con paños menores. YO CON PAÑOS MENORES. Al notarlo, siento un rubor en mis mejillas, cruzo mis brazos sobre mis senos.
— ¿Qué tal si paga la cena?— asiento.
—Me parece justo.
—Tú empezaste, dijiste que soy gracioso, así que es mi turno. Ah, sólo puedes decir una palabra. Inteligente.
¬—Atlético— digo mirando su cuerpo sin poder evitarlo.
—Radiante.
—Atractivo.
—Espectacular.
—Despeinado— sonrío de lado.
—Delicada.
—Adorable.
—Dedicada.
—Considerado.
—Sexy—. Para ese entonces, nos habíamos ido acercando, era como si cada palabra fuera un paso hacia adelante, aunque nadábamos, estábamos a una mínima distancia.
—Sensual— respondo casi por inercia, mi respiración está acelerada, él me toma por mi trasero, entrelazo mis piernas sobre su cadera.
—Mía.
—Tuya— susurro contra sus labios, él comienza a besarme como no lo había hecho antes, se apodera de mi boca. Mi torso se pega al suyo, entrelazo mis brazos detrás de su cuello. Su lengua devora la mía, me separo de él y lo miro, mi pecho sube y baja por mi respiración, está acelerada. Jadeo.
—Perdiste— sonríe victorioso, una sonrisa se asoma por mis labios y me besa de nuevo.
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¡Sorpresa! Espero que lo disfruten y dejen sus comentarios :)
Besazos.
Liz.
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