━━ prólogo
Queridos lectores, el telón de la sociedad se alza una vez más para recibir de nuevo a la distinguida familia LeBlanc, en un regreso triunfal a este escenario de intrigas y elegancia a la innegable belleza de esta dinastía, donde el poder y la gracia se entrelazan como los hilos de una danza encantadora.
¿Y cómo no mencionar a la joven heredera, la hija del Duque, que resurge de las sombras de Londres para involucrarnos una vez más en sus misterios? Los rumores susurran por las calles de la alta sociedad, indicando que su regreso no es mera coincidencia. ¿Qué la habrá traído de vuelta? ¿Se revelarán secretos del pasado o se tejerán nuevas historias en medio de los lujosos salones de la aristocracia?
Queridos lectores, prepárense para otra temporada llena de intrigas interesantes, donde los corazones se pondrán a prueba y las máscaras sociales caerán ante los ojos atentos de quienes se deleitan con los caprichos de la alta sociedad.
CRÓNICAS DE LA SOCIEDAD DE
LADY WHISTLEDOWN.
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En el majestuoso París, donde los LeBlanc eran la familia más prestigiosa, su historia se desenvolvía entre capas de elegancia y drama. El Duque, símbolo de refinamiento, compartía una vida de belleza y pasión con su esposa, Danielle, cuyo encanto rivalizaba con los deslumbrantes campos de Versalles.
Sin embargo, como todo destino tormentoso, la vida de los LeBlanc no estaba exenta de tragedias. La Duquesa, dueña de una juventud efímera, partió prematuramente, dejando una sombra sobre el suntuoso linaje. Del tapiz de la tristeza surgió Sophie, el precioso fruto del amor que un día floreció tan esplendorosamente.
Sophie LeBlanc, heredera de la belleza materna y de la fortaleza paterna, personificaba la gracia y la elegancia que fluían en las venas de la familia. Sus ojos marrones reflejaban la herencia de sus padres, especialmente de William, mientras que su cabello fuerte y su piel clara eran rasgos llamativos, similares a los de su madre, añadiendo un toque único a su belleza.
A lo largo de los años, los LeBlanc ostentaron no sólo riqueza, sino también poder, tanto en París como en el majestuoso Londres. Su dinastía era una leyenda que se extendía más allá de las fronteras, donde el nombre LeBlanc evocaba reverencia y admiración.
Ese peculiar martes en París, Sophie se encontró inmersa en sus pensamientos, en su habitación adornada con lujo. Una sonrisa sutil bailaba en sus labios mientras sostenía una carta con una caligrafía formidable. Era más que una invitación; era un portal a un evento de magnitud extraordinaria ━━━ la inminente boda de Daphne Bridgerton.
Sophie depositó la carta con cuidado, como si estuviera tratando con un tesoro precioso. En sus manos, una taza de té emanaba una fragancia suave mientras la llevaba a los labios, saboreando cada sorbo con una calma deliberada. Una pausa, un suspiro, y Sophie se permitió absorber el significado intrínseco de esa invitación.
Mientras los rayos del sol bailaban delicadamente sobre la piel de Sophie, ella se entregaba a la melancolía que flotaba en el entorno, incluso en medio de la deslumbrante vista de la Torre Eiffel que se dibujaba a través de la gran ventana de su habitación. Un escenario idílico, sin embargo, no podía llenar los vacíos dejados por las ausencias que resonaban en su alma.
Sophie, envuelta en la opulencia proporcionada por el celo del Duque, conocía los lujos que muchos solo soñaban. Pero incluso rodeada de todas las indulgencias imaginables, el corazón de la joven no era inmune a la nostalgia. La falta de su madre, Danielle, resonaba como una melodía triste, una ausencia que ningún tesoro material podía reemplazar.
Sus ojos, ahora cerrados, eran portales a un pasado lleno de colores vivos. Los recuerdos de Londres se desenvegaban ante ella, como páginas de un libro cuya lectura nunca cesaba. Los amigos, especialmente los Bridgertons, se convertían en protagonistas de esta narrativa.
Daphne, la mejor amiga y confidente, estaba a punto de embarcarse en el viaje de la boda. Al imaginar a Daphne vestida de blanco, Sophie se dio cuenta con una puntada de nostalgia de lo implacable que se mostraba el tiempo. Los niños Bridgerton, con sus travesuras y risas contagiosas, eran como raíces profundas que sostenían el árbol de la amistad.
Colin y Eloise, con sus personalidades únicas, eran faros de luz en días nublados, irradiando humor y vivacidad. Los ojos azules de Benedict, reflejando el mundo en sus obras de arte, capturaban la admiración de Sophie, trascendiendo la mera apreciación estética.
Violet, la figura materna que permanecía cerca de Danielle, lanzaba sombras de explicación sobre los lazos familiares que entrelazaban a los LeBlanc y los Bridgertons. Y luego estaba Anthony el Vizconde, cuyo nombre evocaba sonrisas y sombras en el corazón de Sophie.
A lo largo de muchos años, las vidas de Sophie y Anthony se han entrelazado como hilos invisibles, uniéndolos como dos niños inseparables. Las promesas hechas en la inocencia de la juventud resonaron en sus recuerdos, pero el tiempo implacable y el destino, como hábil artífice, construyeron barreras que separaron a estas figuras alguna vez cercanas.
Hoy, sin embargo, Sophie contemplaba una oportunidad de reencuentro. Las cicatrices dejadas por el tiempo y la ausencia no pasaron desapercibidas, pero la esperanza brillaba en sus ojos mientras ella se preparaba para irse. Fuera de la majestuosa mansión LeBlanc, los jardines se extendían como testigos silenciosos de una historia que estaba a punto de reescribirse.
Sophie, vestida con la elegancia que era la marca registrada de LeBlanc, lanzó una última mirada a los jardines que conocía desde la infancia, tratando de sujetar en la mente cada detalle de ese hogar que llevaba consigo. Sin embargo, sabía que sería imposible olvidar el lugar que moldeó su existencia.
Girándose, sus ojos encontraron los de William, su padre, cuyo amor por ella era tan evidente como el sol que iluminaba ese día. Un gesto cariñoso, un beso en la frente y las palabras susurradas confirmaron el cariño entre padre e hija━━━. Diviértete, mi princesa ━━━Dijo, y Sophie respondió con una sonrisa, abrazándolo con ternura.
Las empleadas de la casa, testigos de la partida de una amada miembro de la familia LeBlanc, no pudieron contener las lágrimas. Sophie, que rara vez se aventuraba lejos de casa, era amada por todos, y su ausencia se sentía incluso antes de su partida.
El Duque, sosteniendo la mano de Sophie, la acompañó hasta el carruaje que la esperaba. Cada paso los acercaba al momento de la despedida. Cuando la puerta del carruaje se cerró, Sophie sonrió y, a través de la ventana, de despidió de su padre con un gesto de mano, viendo la mansión LeBlanc distanciarse gradualmente.
El día se deslizó rápidamente para Sophie, apenas dando tiempo para contener la ansiedad que pulsaba en su pecho. Los vientos la trajeron de vuelta a Londres, como un viaje nostálgico al corazón de su juventud. La ciudad, como siempre, la recibió con los brazos abiertos, mostrando los encantos de la primavera en flores vibrantes y campos que se extendían hasta donde los ojos podían alcanzar.
Sus ojos, llenos de emoción, brillaban ante el paisaje familiar. Cada calle, cada esquina, llevaba consigo el recuerdo de su última visita, junto a su madre. La presencia de Danielle se manifestaba en cada detalle, y Sophie sonreía, sintiendo una profunda conexión con la mujer que había moldeado tanto de lo que era.
Desde la ventana del carruaje, absorbía cada escena animadamente. La ansiedad, como una chispa, empezaba a consumir a la joven. Sin embargo, en una casa no muy lejana, la familia Bridgerton estaba ahogada en euforia con la inminente llegada de Sophie.
Violet Bridgerton, como siempre, se dedicaba a hacer que todo sea perfecto para la ocasión. Los niños, más emocionados de lo normal, saltaban por los pasillos, mientras que Daphne, generalmente serena, estaba nerviosa, ansiosa por el regreso de su amiga que no había visto en una década.
Pero el corazón que pulsaba más fuerte, latiendo en sintonía con la expectativa de ese reencuentro, pertenecía a Anthony Bridgerton. Frente a la ventana de su oficina, observaba la ciudad agitada, esperando ansiosamente alguna señal de Sophie.
El nerviosismo lo consumía, revelando una vulnerabilidad rara en su semblante. Después de todo, no era solo una amiga que regresaba a Londres; era Sophie, la confidente de larga data, cuya ausencia había dejado una profunda brecha en su vida.
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