Capítulo Cinco.
NEREA BUSTAMANTE
ES UNA CUESTIÓN DE ACTITUD.
— ¿Qué haces aquí? —me preguntó Andrew mirándome confundido.
— Le pegué una piña a alguien frente a los policías y me trajeron por si acaso generaba más disturbios —respondí con un encogimiento de hombros.
Él y Milena intercambiaron miradas, y noté cuan cercanos se encontraban en ese momento. No es que nunca fuesen así, pero se notaba que algo había cambiado entre ellos. No pude evitar sonreírles. Milena miró a su alrededor con torpeza y se sonrojó como una quinceañera, mientras que Andrew desvió la mirada para evitar sonreír de felicidad.
¡Ay, lo que hace el amor!
— ¿A quién golpeaste? —inquirió Tom con curiosidad y con cierta diversión. Había una mueca sonriente que no lograba definirse, y sus ojos claros brillaban. Parecía un niño... vestido de payaso.
Comencé a reír porque había olvidado que Duncan que las ingenió para disfrazarlo.
— A un tipo que, si los imbéciles dieran vuelta, sería un ventilador —respondí, moviendo la silla para desplomarme pesadamente en ella. Todos continuaron contemplándome con expresión en blanco, y supe que no me quedaba más alternativa que explicarles lo sucedido. Así que suspiré y comencé...
Tras un día tranquilo, estaba teniendo una noche agradable con mis amigos luego de una semana llena de clases y prácticos. Había estado luchando contra el mal humor que todo eso conlleva, porque aunque a algunos les puede resultar sorprendente, yo también me pongo de mal humor.
Desde que llegué a la casa de Duncan intenté divertirme lo máximo posible, porque no sabía cuando iba a ser la próxima vez que estuviésemos bastantes libres como para poder divertirnos. Comí hasta que mi estomago no dio más, y me aseguré de gastar toda la energía posible en el baile. Y llegó un momento en que me di cuenta que estábamos todos felices, donde solo nos importaba ese instante, y me reconocí a mi misma que podía llegar a haber tenido una semana de locos pero solo bastaría estar junto a las personas que adoro tener a mi lado para que todo eso dejara de ser importante.
Además, intentar ser una especie de Cupido y querer sacar la faceta galante de tus amigos hizo que la noche fuese más divertida.
Una vez que todos estuvimos listos y nos dejamos de hacer juegos para beber, dimos un pequeño paseo por el centro de la ciudad y llegamos a una casa abarrotada de gente. Nos metimos como si fuésemos habitúes allí, y solo costó un segundo en adaptarnos. Duncan y yo reconocimos una de nuestras canciones favoritas, y chocando las manos, comenzamos a bailar.
Nos reíamos como condenados porque todos nuestros amigos huían de nuestra presencia por vergüenza, y era por eso que lo hacíamos más evidentes. Pedimos un trago y raptamos a Tom para que se moviera un poco. Él le contaba chistes terribles a una Dixie que tenía algunas copas de más, y por cada chiste horrendo que dijese debía beber un trago más.
— ¿Así que eso estuve haciendo hasta que la chica me acorraló? —preguntó Tom, apoyando su cara en su mano, viéndose como un niño.
— Y no fue la única chica que te acorraló esa noche —respondí.
Como Duncan y yo estábamos demasiados insoportables sobre los chistes de Tom, él nos desafió a ser creativos, y así fue que terminamos haciendo apuestas. Dixie terminó metiendo a Tom entre un grupo de chicas y las convenció con que era de otro país y ellas le creyeron porque Tom estaba tan confundido que apenas podía hablar y defenderse. Dixie lo dejó a la deriva; nos quedamos los tres riéndonos de cómo ellas le hacían preguntas y él respondía en un extraño ingles para seguir con la farsa hasta que lo vimos suplicar por ayuda.
Duncan se metió en medio e inmediatamente toda la atención fue hacia él. Tom huyó para refugiarse en alguna parte y Dixie se fue hacia afuera. Fue en ese momento que este individuo se presentó frente a mí, haciéndose el todo poderoso, con expresión enigmática.
— Hola linda —me dijo. Para no quedar como mal educada, lo saludé y seguí observando a Duncan mientras bebía—. ¿Quieres tomar algo? —me preguntó, sonriendo de lado y cruzándose de brazos para que yo pudiera ver cuán grandes eran los músculos de sus brazos.
Ahí me pregunté si el tamaño de sus músculos era inversamente proporcional al de su cerebro.
— No, gracias —le respondí. Él sonrió y se movió a un lado, interponiéndose en mi visión; él era alto y musculoso, con el pelo negro bien corto.
Le dediqué una mirada llena de advertencia e hice un paso al costado. Y él, se movió de nuevo. Confirme mi teoría cuando se movió hacia mí de tal forma que estuvo a punto de besarme.
— ¿Qué haces? —le pregunté, poniéndome a la defensiva. Me erguí para parecer más alta, y él sonrió como si fuese algo normal que alguien reaccionara como yo. Volvió a insistir en besarme y di unos pasos hacia atrás, deteniéndolo con mi mano— Te estoy preguntando, ¿Qué haces? No te di ningún motivo para que avances —me quejé, sintiendo la ira comenzar a aumentar de temperatura dentro mío.
— Vamos linda, sabes que quieres un poco de mí —dijo con soberbia.
Oh. Por. Dios. Este tipo llegó tarde a la donación de cerebros.
— Te estás equivocando, no quiero nada de ti. ¿Qué te piensas? ¿Qué por ser mujer y estar ahora sola necesito tu presencia? —pregunté, pero no esperé a que me respondiera— Tipos como tu hacen que las mujeres se sientan como objetos. Hazme un favor, y aléjate de mí —exclamé.
Pese a que se vio un tanto sorprendido por mis palabras, siguió teniendo la estúpida sonrisa autosuficiente. Se rió como si hubiese contado un chiste genial y contempló los alrededor.
— Yo soy el tipo de todas, tu solo eres otra histérica y frígida —me dijo.
¿Perdón?
Me eché a reír en su cara a carcajadas, porque no había algo más errado que eso.
— Ay hermano, ya quisieras que fuese así. No eres mi tipo y punto. ¿No entiendes que es respetar a una mujer? —pregunté con soberbia; ese tipo sacaba lo peor de mi. Él puso los ojos en blanco, y estuve a punto de golpearlo pero no lo hice porque me convencí a mi misma que era mejor no prestarle atención a cosas insignificantes y me fui de donde estaba.
Media hora después estaba bebiéndome el tercer chupito de tequila para olvidar el mal humor que el tipo imbécil había dejado en mí. Cerré los ojos con fuerza ante el gusto del limón en mi boca y al abrir los ojos, me encontré con una chica sentaba a mi lado. Ella era bonita con el pelo oscuro y rostro armonioso. Pidió un trago y me sonrió amistosamente. Le devolví la sonrisa, pero no porque me gustara sino porque transmitía cierta aura repleto de empatía.
Había algo en su rostro que me resultaba familiar pero como no lograba ubicarla desistí y seguí ocupándome de mis asuntos, el cual consistía en beber.
— Disculpa... ¿yo te conozco? —oí que preguntaban. Tardé un milisegundo en darme cuenta que me hablaban a mí— ¿Nerea Bustamante, no? —preguntó la misma chica de antes.
— Eh... si —respondí no muy segura. La sonrisa de ella se hizo más evidente y se acomodó para mirarme de frente.
— Soy Lina, ¿No me recuerdas? Íbamos a la primaria, juntas y...
— ¡Te recuerdo! —grité en un arranque de felicidad. Ella aplaudió como una niña y recordé todo nuestros buenos momentos juntas; habíamos sido muy buenas amigas pero por cuestiones de la vida, terminamos en distintas escuelas y sin volver a tener contacto.
Dado que estábamos alcoholizadas y estábamos emocionadas, nos abrazamos, saltamos y luego hablamos tanto que llegue a marearme.
— Y entonces, vi al chico que me gusta pero estaba con una chica y pensé en quedarme ahí a mirarlo, pero ya bastante tiempo lo observado a la lejanía así que me vine para acá —me explicó. Hice un mohín porque si hay algo que me frustra, es el amor frustrado. Gracioso, ¿no?
— ¿Y quién es el chico? —pregunté curiosa.
— Solo un chico de la universidad —se encogió de hombros poniéndose colorada. Con los años, no había cambiado, y seguía siendo la misma chica divertida y tímida de siempre.
Seguimos hablando, riendo y bebiendo, y fue tan genial ese momento que me olvidé del otro imbécil... hasta que apareció de nuevo. No de nuevo; pensé al verlo pasar a mi lado. Iba con un vaso en su mano y mirada de águila por el patio hasta que me miró.
— ¡Princesa! ¿Sigues sin querer tener algo conmigo? —preguntó el idiota.
— Estoy muy segura de que no —respondí hoscamente. Él miró a Lina y a mí, sin quitar la mueca.
— ¿Acaso te gustan las mujeres? —preguntó.
— Y si me gustan las mujeres, ¿Cuál es el problema? —inquirí, poniéndome de pie. Pude ver como toda la perversión se arremolinaba en sus ojos oscuros.
— A ver... demuéstralo —me incitó burlonamente. Sonreí sin humor, y con asco.
— No pienso demostrarte nada. Aprende a respetar a las personas —me quejé. Y él se rió. Cerré mis manos y estuve a un movimiento de golpearlo—. Que sea lesbiana no significa que me gusten todas las mujeres y deba besarme con ellas. ¿A ti te gustan todas? —le pregunté, y él asintió sin dudarlo—. Bueno, pero tú eres un imbécil, así que no vale —expliqué con prepotencia.
Me disculpe de Lina y decidí que lo mejor era alejarme de nuevo de ese tipo. No sé cómo se llamaba pero tampoco quería saberlo. Solo me aseguré que ella no fuese a caer en la telaraña de ese engendro, pero ella tomó bien mi consejo y también mi declaración. No es que fuese la única lesbiana en la ciudad, pero entendía que muchas personas pudiesen ser prejuiciosas con eso. A mí, realmente, me daba lo mismo pero prefería tener una relación cordial con todos, excepto con el idiota.
— ¿Qué te sucede? —me preguntó Duncan tras chocar con él y encontrarlo de pura suerte. Junto a él estaba Dixie y me preguntó dónde infiernos estaban los demás.
— Hay un imbécil que solo quiere provocarme y voy a terminar golpeándolo —expliqué.
Duncan torció el gesto y Dixie suspiró con desilusión, convidándome de su vaso como si eso fuese ayudar a algo. Y debo confesar que lo hizo.
— Vamos a olvidarnos de todo —canturreó Duncan, poniéndose en medio de Dixie y de mi, abrazándonos por el cuello para acércanos a él como si fuese a decirnos un secreto— ¿¡Quién quiere apostar!? —proclamó.
— ¿Me dan agua o un café o lo que sea? Estoy muerta de sed —dije. Tom empezó a mover su cabeza, porque estaba tan sediento como yo.
Raff, el policía, fue a buscarnos algo de beber y nos quedamos los cuatro solos. El silencio se mantuvo un instante hasta que Andrew posó sus ojos en mí.
— ¿Y mi hermana? —preguntó.
— No lo sé, la última vez que la vi fue cuando llegamos y se llevó a Mile a dar vueltas —respondí, viéndola resoplar molesta al recordar ese momento—. A Dixie la perdí en distintos momentos de la noche hasta que no la vi más, y a Duncan lo perdí luego de que convencimos a Tom de disfrazarse.
Los tres volvimos a ver a Tom porque era lo más irreal que había en ese momento. Y él estaba con su rostro apoyado en su mano, con los ojos cerrados y la boca abierta. Dudé si despertarlo, pero finalmente se despertó con el golpe de la puerta cerrarse cuando Raff volvió con cafés para todos.
— Continúa con lo que estabas... —dijo Raff dándome un café. Le agradecí y continué con el relato.
Acababa de empezar con uno de los desafíos de Duncan cuando apareció Tom. Eso permitió que ganara el desafío y volví a reunirme con los demás. Todo se tranquilizó y me olvidé de todo lo malo de aquella noche.
Con Duncan y Dixie teníamos una misión urgente: ayudar a Tom a ser lo suficientemente sociable. Por eso mismo empezamos a hacerlo practicar como debería hablar con una chica, le dimos un poco más de alcohol para que se relaje y supimos que el golpe de gracia sería que hiciera algo loco antes de ir directo al punto.
Primero, Duncan lo obligó a conversar con tres chicas. Mientras hacía patéticos intentos, nosotros tres lo observábamos desde una distancia considerablemente cercana.
— No se va a animar —murmuraba Dixie mirándolo dudar; él se veía como un ciervo bebé descubriendo el mundo. Yo sonreí y negué porque creía en él, solo le faltaba tener el coraje que a Duncan le sobraba para algunas cosas.
— Shh... —la silenció Duncan con una media sonrisa analítica.
Tom se acercó a una chica en la barra. Ninguno de nosotros podía ver a la chica pero notamos como él hablaba con torpeza y sonreía. Estuvo unos minutos allí y se alejó. Lo vimos girar en círculos hasta que volvió a donde se encontraba, otra vez hablando con la misma chica. Transcurrieron unos pocos minutos y él se volvió a despedir.
Él dio un par de vueltas más, y podíamos ver que estaba tan perdido que probablemente creyó que estaba recorriendo toda la casa. Solo unos minutos después lo vemos acercarse a otra chica que era la misma de antes.
— Es un pelotudo —susurró Dixie, chocando su mano con su frente.
Duncan y yo reímos, y continuamos contemplándolo como conversaba cada vez más relajado y feliz. Había una sonrisa que describía cuan alegre estaba en ese instante y sentí que no importaba que no estuviese haciendo la apuesta acorde a lo pactado, él estaba hablando con alguien y no le importaba nada.
— ¡Ey, lo logré! —dijo Tom cuando volvió, más de media hora después.
Dixie largó una carcajada, mientras que Duncan y yo nos miramos pero no le dijimos nada.
— ¿Y cómo te fue con las chicas? —pregunté.
— Muy bien, la última con la que hablé fue genial, ¡miren! —me respondió con una tierna sonrisa, buscando en su móvil. Cuando encontró la foto y la vi, estuve a punto de quedar boquiabierta pero me contuve.
La chica, no era otra que mi amiga Lina. Levanté mis ojos hacia Tom, y él le mostraba la foto a Dixie, quien abrió sus ojos como platos, y a Duncan, quien rió divertido y se lo llevó lejos. Dejándome sin la posibilidad de decirle quien era.
— ¡Ne! —Dixie me llamó, agarrándome de la ropa y acercándome a ella—. ¿Sabes quién es esa chica? —me dijo. Mi expresión se llenó de confusión.
— Si, es Lina, mi antigua amiga de la escuela —expliqué. Si hubiese podido, los ojos de Dixie se habrían abierto aún más.
— ¿Lina? —inquirió.
— Si —asentí—. En verdad, se llama Gabriela Salinas, pero siempre le dije Lina —expliqué. Dixie se volvió inexpresiva y entornó los ojos sobre mí. Hubo un extraño silencio, y luego movió sus manos como si acaso hubiese algo que yo debería entender— ¿Me estoy perdiendo algo? —pregunté. Ella asintió y respiró hondo.
— Tu antigua amiga Gabriela es la misma Gabriela con la que Tom ha querido conversar toda la maldita noche, y estuvo hablando más de una hora con ella y no se ha dado cuenta —me explicó.
¿Qué?
— ¿QUÉ? —Tom se levantó de la silla bruscamente, tirándola al suelo. Palideció inmediatamente y su expresión se contorsionó con sorpresa— Me... me... estás diciendo que... —comenzó a decir, tartamudeando.
— Yep, hablaste con ella. Cumpliste con lo que deseabas pero fuiste incapaz de reconocerla con la mala iluminación de ese lugar —comenté.
— Si... échenle la culpa a la iluminación —canturreó Raff frente a nosotros, sentado holgazanamente con sus piernas sobre la mesa.
Los cuatro lo miramos pero decidimos que era mejor no responder nada a eso. Aún seguíamos en una comisaría y no estábamos seguros cuando saldríamos de allí.
Dixie y yo continuamos hablando de lo loca y extraña que era aquella situación, mientras veíamos a Duncan perseguir a unos chicos que habían llegado disfrazados. No sé cómo logró que Tom se pusiera parte de un disfraz de payaso, y luego de eso, pudimos reconocerlos a ambos bailando detrás de un conjunto de chicos y chicas que iban formando un trencito.
En ese instante me di cuenta que esa noche no era otra más, y sería completamente memorable.
Sonriendo sin parar, me fui al baño sola y cuando volví, observé como el pánico se desató en la casa en cuanto dijeron que la policía estaba en camino. Todo era griterío y gente yendo de un lado a otro; parecía las corridas de toros en España.
Intenté buscar a mis amigos pero no encontré a ninguno. Por eso mismo, saqué mi móvil y comencé a llamarlos mientras me iba hacia afuera. No entendía dónde demonios se habían metido si hacía solo unas horas estábamos todos allí.
— ¡PRINCESA! —gritaron detrás mío con total énfasis. Me giré y mi cara se llenó de ira.
¿Qué había hecho para merecer eso? ¿Acaso fui una muy mala persona en otra vida? ¿Abandoné perritos o tiré basura en la vía pública?
Decidí que era mejor no prestarle atención al imbécil, por lo que me escabullí y seguí llamando por teléfonos a los demás.
— Princesa, ¿Dónde vas? Ven, quiero presentarte a unos amigos aunque no creo que te interesen —dijo agarrándome del brazo y arrastrándome con él.
— Suéltame idiota —le dije, pero él decidió no oírme. Me acercó a un grupo de chicos y chicas, riéndose como si fuese un gran chiste.
— Aquí está mi princesa, ella quiere conocerlos —dijo, y lo miré con repugnancia.
— ¿Puedes soltarme? —pregunté tirando de mi brazo hasta que se liberó. El grupo de amigos de él lo miraron con evidente malestar, y me di cuenta que posiblemente no haya sido a la única que le estuvo rompiendo la paciencia esa noche.
— Princesa linda, no te enojes, lo único que quiero es pedirte un trío ya que te gusta lo mismo que a mí —canturreó entre risas.
No lo medité. No lo procese. Me importo un cuerno la espiritualidad y querer hacer cosas buenas para que sucedan cosas buenas. Le sonreí y estrellé mi mano contra directamente contra su nariz. Lo único que puedo decir al respecto fue que valió la pena golpearlo y también los años de kick boxing.
— En ese momento llegó la policía y lo demás es historia... —dije, respirando hondo y bebiendo lo último que quedaba de mi café.
El silencio se erigió en la habitación.
Milena y Andrew permanecieron mirándome sin saber que decir, mientras que Raff tenía una expresión de incertidumbre. Por su parte, Tom continuaba meneando la cabeza, sin ser capaz de comprender su propia situación.
De pronto, escuchamos un gran griterío fuera de allí. Nuestros ojos se posaron en Raff, y él se puso de pie para ir hacia allí. Inadvertidamente, los cuatro nos movimos detrás de él y pispiamos algunos se quejaban de estar allí o pedían llamar a sus padres.
Yo sonreí al divisar al imbécil que le pegué, estar esposado y llorando porque había sido supuestamente robado y golpeado. Pobre cobarde, no tenía ni siquiera la actitud para decir quién era que lo había dejado así. Trate de no verme realmente feliz, y desvié mi mirada hacia una chica que dormía en un sillón. Y me di cuenta que no era otra que Dixie Morales.
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