EPÍLOGO | nuestro para siempre
Se fue y nunca miró hacia atrás. Olivia Shelby nunca olvidó a su esposo, nunca se volvió a casar y nunca pensó en nadie más que en sus hijos. Ella los crió entre la gente romaní, enseñándoles los caminos del mundo, y fue la madre más orgullosa que un niño podría tener.
Nunca se olvidó de su esposo. John Shelby vivía en los rostros de sus hijos, en las sonrisas y los ojos brillantes y la esperanza infantil que aún tenían. Le sobrevivieron ocho hijos y una esposa que lo amaba, y aunque los más jóvenes crecieron sin conocer a su padre, Olivia tenía las fotos y las historias.
Ella les habló de él, cuando se hizo más fácil hablar de él. Por un tiempo, ella no era ella misma. Afortunadamente, su familia cuidó bien a los niños mientras ella lloraba la pérdida de su esposo, pero cuando se trataba de hablar de él años después de su muerte, descubrió que la consolaba.
No había un mal recuerdo que contar de John Shelby. Ella nunca escatimó detalles al describir sus aventuras, desde caminar junto al canal las primeras noches después de casarse hasta la última noche que pasaron juntos, las promesas susurradas y los secretos que compartieron.
Siempre era lo mismo. Uno de los niños se sentaba en el regazo de Olivia, o a su lado, y decía—: Mamá, cuéntanos sobre papá.
Y Olivia respondía—: ¿Qué quieres saber?
La respuesta siempre era—: Todo.
John Shelby fue el hombre que cambió la vida de Olivia. La desafió, luchó contra ella y sacó lo mejor de ella. Nunca quiso verla triste, e hizo todo lo posible para asegurarse de que nunca saliera herida. Olivia solo podía esperar que algún día en el futuro lo volvería a ver. Algún día. Pero no hoy.
Se levantaba cada mañana, y con ella llegaba otro día. Otra oportunidad de ver crecer a sus hijos para apoyarlos y darles la vida que ella y John siempre dijeron que tendrían. Su vida, aunque ausente de esa pieza importante del rompecabezas, continuó.
John observó a Olivia mientras navegaba por la vida sin él, siempre siguiéndola, protegiéndola y cuidando de ella y de los niños. Estaba orgulloso de la mujer en la que se convirtió, y siempre la escuchaba cuando se sentaba despierta por la noche, hablándole a las estrellas como si estuviera hablando con él. Aunque ella no podía verlo ni oírlo, John sabía que ella sabía que él estaba allí. Era así de supersticiosa y creía mucho en la otra vida.
John no podía esperar para verla de nuevo, para que se uniera a él en las estrellas para que pudieran tener su para siempre, algún día. Fue recibido por su madre cuando se despertó por primera vez después de morir, y ella lo acompañó en sus viajes para ver a su esposa, informándole que estaba orgullosa del hombre en el que se había convertido. John también tenía a Martha en el más allá, y aunque alguna una vez la amó, ella sabía que su corazón le pertenecía a otra.
Mientras John se sentaba junto a la fogata con Olivia y los niños, fuera de la vista pero muy presente en sus mentes, su madre le puso una mano en el hombro—. Creo que es hora de irse.
—La extraño —dijo John—. No puedo esperar a verla de nuevo.
—Algún día estarán juntos de nuevo —prometió su madre, viendo como Olivia era abordada por los mellizos.
John sonrió con tristeza—. Hasta entonces estará bien. Tendremos nuestro para siempre algún día.
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