capítulo dos, fuego en el barco
DOS. FUEGO EN EL BARCO
H I M A R I
El aire frío y seco del Polo Sur estaba hecho para perforar los pulmones de cualquier persona que no estuviera acostumbrado a respirar ese gélido aire. Incluso para un maestro fuego como Himari, no se atrevía a respirar demasiado hondo. Mientras más silenciosa mantuviera su respiración, más fácil sería poder ocultar su presencia y atacar por sorpresa.
Dos personas estaban en la cubierta del barco en ese momento. Himari se apoyó en el marco de la puerta de metal con los brazos cruzados sobre el pecho y clavó sus ojos dorados en Zuko. Se movía en la cubierta de izquierda a derecha dando nerviosos pisotones. Tenía las manos apretadas en puños y un poco de humo brotaba de su boca, señal inequívoca de su molestia. Iroh, por otro lado, estaba sentado frente a una mesa baja jugando una partida de mahjong y bebiendo té caliente. Fingía ignorar a su sobrino, pero Himari sabía que tenía un ojo de halcón puesto sobre él en caso de necesitar intervenir.
—¿Ya terminaste con tu rabieta? —espetó Himari, llamando la atención de Zuko, lo que hizo que diera un salto cómico en su sitio. Iroh ni siquiera volteó a mirarla; Himari nunca podía pillarlo desprevenido.
—Cierra tu estúpida boca —gruñó Zuko frunciendo el ceño y haciendo una mueca de desprecio con los labios—. Si no tienes nada bueno que decir, entonces lárgate.
—Zuko —lo riñó Iroh—, esa no es la forma de hablarle a Himari. Himari —añadió antes de que ella pudiera regodearse—, no provoques la furia de Zuko.
—Jee informa que debemos regresar pronto a aguas más cálidas. —Himari ignoró el llamado de atención de Iroh y se acercó a Zuko con largas zancadas—. El suministro de carbón está agotándose y a menos que quieras morir congelado en medio de la nada, da la orden de regresar.
—No. —Himari sintió un tic en su ojo derecho al escucharlo—. Aún no hemos buscado en esta área. Hasta que no hayamos peinado todo el terreno, este barco no abandonará el sur.
—¡Hemos recorrido este lugar de arriba a abajo durante meses! Las medicinas están a punto de expirar, los rinocerontes tienen una plaga en la piel, el cocinero está haciendo malabares con las provisiones que nos quedan y estamos a nada de quedarnos varados en el fin del mundo —enumeró Himari, golpeando la armadura de Zuko a la altura de su pecho con el dedo índice. Los ojos de Zuko ardían con furia, pero él no era capaz de intimidarla—. Empieza a comportarte como un maldito príncipe y piensa por una vez en tu tripulación.
—No...
Un destello cerúleo iluminó la cara de Zuko, oscureciendo aún más sus bordes afilados por la furia y la vergüenza. Himari volteó para ver sobre su hombro una columna de luz brillante resplandecer en el horizonte durante unos segundos hasta que desapareció tan rápido como llegó.
Una maldición murió en los labios de Himari.
—¡Por fin! —La solemnidad en su voz era palpable. Himari lo sintió como una daga clavada en su pecho—. ¿Ustedes dos saben lo que eso significa?
Iroh suspiró.
—¿Que no podré terminar mi juego?
—¡No! —Zuko resopló con irritación—. Significa que mi búsqueda muy pronto terminará.
—Esto va a ser otra pérdida de tiempo como la última vez, ¿lo recuerdas? —dijo Himari cruzando los brazos sobre el pecho y mirando a Zuko con los ojos entrecerrados—. Nos hiciste perseguir un zorro blanco hasta su madriguera pensando que era la mascota del Avatar.
El recordatorio de ese vergonzoso momento hizo que la cara de Zuko se pusiera roja de la ira. Le disparó una bola de fuego en represalia, pero Himari la apartó con una carcajada seca.
—¡Esa luz vino de una fuente increíblemente poderosa! —afirmó señalando el horizonte—. ¡Tiene que ser el Avatar!
—O pueden ser luces celestiales, sobrino —declaró Iroh interponiéndose entre ellos como una barrera de contención—. Ya hemos tenido esta conversación antes. No quiero que te emociones por nada.
Zuko no respondió. Himari sabía que era una pérdida de tiempo intentar convencerlo de lo contrario: una vez que una idea se instalaba en su cabezota no había nada ni nadie en el mundo que pudiera sacarla.
—Por favor, acompáñame —pidió Iroh extendiendo un brazo hacia la mesa con un gesto apaciguador—. ¿Por qué no disfrutas de una taza de té de jazmín relajante?
—¡No necesito ningún té relajante! ¡Necesito capturar al Avatar! —espetó de mala gana y obtuvo un chasquido de labios por parte de Himari. Él la ignoró y en cambio gritó nuevas órdenes hacia el timonel—. Helmsman, ¡nuevo rumbo hacia la luz!
Zuko pasó por su lado empujando su hombro con el suyo. Ella le metió el pie entre las piernas en represalia, lo que lo hizo tropezar y caer de boca contra el suelo.
—¡Maldición!
—Terminarás por orquestar una rebelión en tu contra, príncipe de pacotilla. Y yo no voy a ser quien salve tu malcriado trasero —sentenció Himari.
Himari escuchó a Iroh suspirar, pero no intervino. Él sabía perfectamente que su intervención sólo avivaría el fuego destructivo entre ambos.
A menudo, sus peleas consistían en lanzarse pullas el uno al otro día sí y día también.
Cuando era un día particularmente malo, dejaban las pullas de lado y pasaban a lo físico.
Himari no perdió más tiempo en escuchar su perorata sobre ser el príncipe y merecer respeto, así que se dirigió a su camarote y cerró con violencia la puerta a su espalda. A ella no le importaba su título, que para empezar ya ni siquiera tenía un solo gramo de validez.
Se quitó la armadura ligera que siempre llevaba encima. Medidas de seguridad, decía Iroh. A Himari le parecía una tontería. Era solo una molestia tener que estar siempre vigilante de su entorno, precautelando su seguridad y analizando cada rostro que se cruzaba en su camino hasta encontrar o no pruebas de que su próximo movimiento iba a ser apuñalarla por su espalda.
Miró con desdén la mancha negra que se había pegado a la tela acolchada del cuello de la armadura. Lanzó la coraza y las hombreras al piso y se dirigió a su espejo. El camarote era un espacio diminuto, ocupado en su mayor parte por su estrecha cama, el baúl con su ropa, el espejo y la mesita pequeña que usaba para escribir misivas.
Apartó su largo cabello para tener una mejor visión de la piel de su cuello. También estaba manchada de color negro. Al mover su cabello, notó que en algunos mechones comenzaba a vislumbrar su verdadero tono castaño.
—Válgame —murmuró.
Abrió su baúl y rebuscó entre su ropa hasta dar con una pequeña caja en la que contenía el polvo negro que usaba para crear el tinte para su cabello. Descubrió que la ínfima cantidad que le quedaba no era suficiente para un retoque completo.
—Zuko, te voy a matar —siseó guardando de golpe la caja en el baúl.
Como si lo hubiera invocado, Zuko comenzó a aporrear la puerta de su camarote.
—¡Abre la puerta!
—¡No!
—¡Es una orden! ¡Abre la puerta o la tumbaré en este momento!
Himari maldijo. Abrió la puerta con un golpe seco. Zuko entró al camarote como un huracán, casi llevándose con él a Himari. Tropezó con la armadura que estaba en el piso, pero consiguió mantenerse en pie.
—¿Ahora qué es lo que quieres? —Himari exigió saber cerrando la puerta.
Zuko le lanzó a la cara un sobre.
—¿Se puede saber a quién demonios le estás escribiendo?
—¿Es que no sabes leer o eres tonto de nacimiento? —Himari sujetó el sobre y le dio la vuelta para mostrar el nombre escrito en una elegante caligrafía—. Dime, ¿qué dice ahí?
Zuko la apartó de un manotazo.
—¿Para qué le sigues escribiendo a Mai? Ella nunca te ha respondido. Es más, te odia.
Himari soltó una carcajada vacía.
—Oh, por Agni bendito, no vamos a ir por ese camino, ¿quieres?
Himari se acercó a Zuko y le clavó los dedos en las hombreras. Frío, sentía mucho frío. Su cráneo estaba lleno de algodón congelado y en el iceberg de su pecho se abrió una grieta de la que brotó una ventisca gélida. El cuchillo que permaneció clavado entre su carne y sus huesos se retorció, penetrando y cortando, bañándose en el icor que corría por sus venas. Dolía. A Himari le dolía respirar.
Apenas fue consciente de haberse inclinado sobre el oído derecho de Zuko para susurrarle con veneno: —Porque tu papi tampoco te ha respondido, ¿verdad? Es porque te odia, y lo sabes.
Zuko la apartó con un brusco empujón. Himari no paraba de reír para ocultar el dolor que le dejó el haber sido apartada. Así que para evitar ese tipo de cosas servía la armadura, lo que una se enteraba en la práctica.
—No juegues con fuego, Zuko —ronroneó Himari. Se apartó un mechón de la frente—, ya sabes lo que pasa cuando no lo respetas lo suficiente.
—Esta es la última vez que te lo advierto, Himari —profirió Zuko señalándole con un dedo. Sus ojos ardían con furia líquida, compitiendo con el hielo dentro de Himari—. Vuelve a intentar comunicarte con alguien fuera de este barco y te enseñaré personalmente lo que significa quemarse.
Himari esbozó una sonrisa burlona y le hizo un gesto educado hacia la puerta, mofándose e invitándolo a irse al carajo. Zuko resopló una lengua de fuego al pasar cerca de ella y abandonó su camarote. La sonrisa de su boca desapareció y se llevó las manos al pecho soltando un jadeo entrecortado.
El hielo quemaba al igual que el fuego. Al apartar la tela de su ropa exterior vio que una mancha rojiza se extendía desde su pecho izquierdo hacia su clavícula. La piel estaba cerosa y las asquerosas ampollas comenzaban a aparecer.
«Pobre niña del sol —resonaron en su cabeza los cánticos de las miko del Templo Mayor—, nacida maldita, con el corazón helado y el alma hecha pedazos. Tus huesos de marfil y la seda de tu piel no pueden contener a la divinidad que hay en ti.»
—Sandeces —escupió Himari envolviendo cuidadosamente la tela en su sitio—. Puras sandeces. Cuentos viejos, cuentos en los que ya nadie cree.
«Pero si no crees en ellos —ahora era Gozen la que se estaba burlando de Himari, de la Himari de diez años que había buscado refugio en su templo—, ¿por qué te quemas? No ardes, te quemas.»
—Porque soy estúpida.
Y con ello, Himari zanjó el asunto.
𖤓
Sus sueños estuvieron plagados de visiones de tiempos pasados, de cuchillos de práctica y del asfixiante incienso. De elegantes y pesadas telas apretando su menuda figura y de ojos lujuriosos clavados en las paredes que la devoraban sin siquiera tocarla.
Himari se despertó con el estómago revuelto y la ominosa certeza de que ese día todo iba a cambiar.
Lo único bueno de las mañanas era que podía pelear. Sentir el fuego besar su callosa piel era una sensación más que bienvenida.
Esquivó cada feroz ataque que Zuko lanzaba en su dirección. Himari contuvo sus ganas de burlarse por el ímpetu incontrolable del príncipe exiliado. Cada golpe de sus puños ardientes solo servía para que ella pudiera devolverle el ataque, acorralarlo contra la barandilla del barco y obligarlo a tirarse al suelo de la cubierta para escapar de su fuego.
Le encantaba su fuego, amaba verlo bailar entre sus manos y destrozar a su enemigo sin perder su elegancia. Gozen siempre lo elogió, pero no era como las alabanzas vacías que escuchaba de las bocas podridas de quienes se acercaban a ella para pedir su bendición. No, Gozen nunca fue esa clase de buitre.
Zuko lanzó un grito de indignación cuando Himari lo pateó en el trasero.
Claro, a veces no era tan elegante, especialmente si eso involucraba sacar de sus casillas a Zuko.
—¡Diez puntos para Himari! —se burló.
—¡Me las vas a pagar!
Himari ahogó un gritito de sorpresa cuando Zuko disparó una llamarada de fuego directo a su cara. Desvió el ataque, pero Zuko aprovechó su distracción para darle un empujón en el estómago. Himari retrocedió entre toses y jadeos, desconcertada. ¿Qué acababa de pasar?
—¡Alto! —Iroh intervino con severidad. Sus dos pupilos retrocedieron, dándole paso al hombre para que se pusiera en medio y se dirigiera a su sobrino—. El poder del fuego proviene de la respiración, no de los músculos. El aliento se vuelve energía en el cuerpo y la energía se extiende más allá de sus extremidades transformándose en fuego. —Culminó su explicación lanzando una llamarada que murió antes de tocar a Zuko. Se cruzó de manos sobre su amplio estómago—. Mira a Himari y hazlo bien esta vez.
—¡No! —protestó Zuko dando un sonoro pisotón. Himari se cruzó de brazos y apoyó la espalda en el barandal, atenta al tenso intercambio entre tío y sobrino. Maldito desgraciado, la había golpeado con fuerza y de seguro tendría un moretón en el estómago para la hora del almuerzo—. He estado con Himari perfeccionando esta técnica toda la mañana. Enséñame la siguiente técnica, estoy listo.
—No, estás impaciente —le reprendió Iroh volviendo a sentarse en su silla desde donde los observaba entrenar—. Tienes que dominar los conceptos básicos. ¡Inténtalo de nuevo!
Himari esquivó el repentino ataque de Zuko. Las llamas estallaron en el mismo lugar donde estaba apoyada. Sus dientes chirriaban por culpa de lo apretados que los tenía.
—¡Hey! ¡Piensa en lo que haces primero! —le chistó.
Zuko la ignoró como quien ignora a un molesto insecto que volaba cerca de su oído.
—Los Sabios dicen que el Avatar es el último maestro aire, que debe tener más de cien años. ¡Él ha tenido un siglo para dominar los cuatro elementos! ¡Necesito más que eso para derrotarlo! ¡Tú me enseñarás las series avanzadas!
Iroh no rehuyó de la mirada de Zuko. Parecía genuinamente molesto con su actitud, pero de repente cambió de expresión a una más suave. O mejor dicho: a una más burlona.
—Muy bien —murmuró y se inclinó para recoger un tazón del suelo—. ¡Pero antes terminaré mi pato asado!
Himari se permitió sonreír levemente. El viejo general solía ser tan excéntrico que llegaba incluso a animar a Himari. Y era mucho mejor cuando lo hacía a costa de Zuko.
El entrenamiento se prolongó más allá de lo esperado. Himari y Zuko unieron fuerzas para enfrentarse a los guardias de la tripulación. Ni siquiera se despeinaron; cuando no estaban concentrados en intentar desgarrarse la garganta, eran un buen equipo. Zuko suplía la defensa mientras que Himari tomaba la ofensiva, siempre manteniéndose al lado izquierdo de Zuko para ejercer como su ojo y oído extras.
—Vete a bañar —comentó Zuko una vez que el entrenamiento finalizó—. Apestas.
—Sí, por supuesto. Asegúrate de lavarte bien la calva. Quiero que esté brillando como un espejo.
Himari se rio cuando Zuko comenzó a gritar de indignación a viva voz.
Una vez dentro de su camarote, ya duchada y vestida, sacó el polvo negro y preparó la poca tinta que le quedaba. Se sentó con las piernas cruzadas en el suelo frente al espejo y comenzó a pasar lentamente la tinta por las manchas de cabello castaño que comenzaba a asomar. Murmuraba una vieja canción de pueblo que a Gozen le encantaba para mantenerse entretenida.
Aquel era un ritual que había comenzado a llevar a cabo desde que se mudó con Gozen hace siete años atrás. Lo hacía porque su cabello castaño era demasiado llamativo y lo que menos quería era que la poca gente de la isla Horangi la reconociera como la Sacerdotisa Divina.
No había nada que pudiera hacer con sus ojos. Cobrizos, símbolo inequívoco de su posición como la líder espiritual de toda la Nación del Fuego. Por fortuna, nadie se había atrevido a mirarla a los ojos durante mucho tiempo. Pocos eran los que podían sostenerle la mirada sin sentir que estaban viendo directamente al sol.
Unos golpes resonaron en la puerta de su camarote y Himari ahogó una maldición.
Dejó el cuenco ennegrecido por la tinta y el peine y se puso una bata por encima para cubrir su cuerpo y evitar que alguien viera las quemaduras que recorrían su piel.
Abrió la puerta y se encontró con uno de los alférez más jóvenes. Jinkai, un pobre maestro fuego que se había unido a la tripulación de Zuko bajo los engaños de la astuta hermana de Zuko. Era más bajo que Himari, pero más fornido. En una situación como esta, Jinkai sería capaz de someterla. Sin embargo, y como pasaba con la gran mayoría de personas supersticiosas de su nación, no se atrevía siquiera a mirar por más de cinco segundos a Himari. Tenían la estúpida creencia de que ella les lanzaría una maldición o algo así.
Arqueó una ceja ante el repentino silencio del alférez.
—¿Y bien? ¿No tienes nada qué decirme? —le dijo, arrancando al hombre de sus pensamientos.
Sacudió la cabeza y la urgencia volvió a aparecer en su rostro.
—¡El Príncipe Zuko ordenó que se uniera a él en el puente de mando! ¡Ha encontrado el escondite del Avatar!
El hielo se extendió por su pecho hasta sus extremidades con cada latido de su corazón.
¿Acaso había escuchado bien? ¿Zuko... Zuko había encontrado el escondite del... del Avatar?
No, era imposible. Llevaban casi tres años de búsqueda exhaustiva. Himari nunca tuvo esperanza de que aquella expedición llegase a su fin.
¡No se suponía que el exilio de Zuko tuviera una oportunidad de terminar!
Himari apartó de un empujón al alférez. Ya más tarde se disculparía con él.
«Niña maldita —una enfermiza voz femenina se regodeó en su mente—, ¿seguirás con tu legado sangriento abriendo las gargantas de los inocentes? ¿O te recostarás en tu lugar de descanso final, para desgarrarte el pecho y sangrar hasta que tu icor purifique al mundo de tus pecados?»
Himari golpeó la pared más cercana. El entumecimiento recorrió su brazo hasta su hombro, y sirvió para alejar la voz de Karu.
Se miró la carne desgarrada de sus nudillos. No era una solución a largo plazo, pero por el momento era lo mejor. Escondió su mano en los pliegues de su bata y se abrió paso hacia el puente de mando.
Abrió la puerta de un golpe y vio que el general Iroh también estaba en el lugar. Sin mediar una sola palabra, Zuko le pasó su catalejo y ella se acomodó mejor para poder observar la tundra a la distancia. Pronto sus ojos captaron un punto negro en el horizonte: se trataba de un barco de la Armada de Fuego que estaba hundido en la nieve, los altos picos de hielo habían logrado atravesar la cubierta de metal y...
—Más a la izquierda —instruyó Zuko.
Himari obedeció y solo entonces pudo ver a dos figuras caminar despreocupadas en medio de la nieve. Una era azul, la otra naranja.
—Sigue mirando a la izquierda.
—Vale...
Las dos figuras se dirigían hacia una pequeña aldea. Podía ver el humor salir de las casas, pero también otras figuras vestidas de azul. Le devolvió el catalejo a Zuko sintiendo que sus entrañas se encogía en sí mismas.
—¿Cuáles son tus órdenes? —le preguntó cuando el silencio se volvió imposible de soportar.
Himari ya no estaba respirando.
—Lo haremos como siempre —respondió el aludido y se alejó del puente.
Himari asintió y por una vez decidió mantener la boca cerrada. Ella se colocó directamente a su izquierda, convirtiéndose en la silenciosa sombra que era para él.
Un extraño pensamiento cruzó por su mente, uno que le decía que ese no era el lugar que debería estar ocupando. Que ese lugar a la izquierda de Zuko le pertenecía a otra persona.
Nota: Himari y Zuko se van a llevar MUY MAL durante un tiempo. Sus razones irán explicándose conforme se avance en el fic.
Además, me parece correcto mencionar que el viaje de Zuko aquí estará plagado de problemas, más de los que se tocó en la serie animada o en el live action. Zuko no tiene apoyo de nadie más que de su tío, lo que significa acceso a pocos recursos. Solo basta ver el barco que tiene comparado con el de Zhao para darse cuenta de ello.
Ahora, un vistazo de cómo es Himari en realidad (es decir, sin el cabello pintado de negro):
¿Qué opinan de mi niña?
Muchas gracias por leer <3
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