capítulo uno, perdido en el hielo
UNO. PERDIDO EN EL HIELO
T A O R A N
Toda su vida había visto el color rojo. Rojo en los estandartes de la Nación del Fuego, rojo en su ropa, rojo en sus armas, rojo de la sangre que manchaba sus manos. En sus pesadillas todo lo que podía ver era cómo ese maldito color iba sobreponiéndose a otros, devorando cada fragmento de de su propio ser hasta convertirlo en un monstruo sin forma, sin pasado ni futuro.
Sin una identidad clara.
Taoran abrió los ojos cuando perdió el ritmo de su respiración. Su pesadilla carmesí se vio opacada por el resplandor cerúleo que lo rodeaba. Le tomó un par de parpadeos poder identificar las formas que lo rodeaban, permitir que el gélido aire del sur penetrara en sus huesos y congelara su sangre en sus venas.
Una mano pesada, pero suave al mismo tiempo, se posó sobre su hombro. Al girar, Katara lo estaba mirando con una nota de preocupación en sus ojos azules.
—¿Estás bien? Parecía que estabas teniendo una pesadilla —dijo la chica en voz baja.
Taoran esquivó sus ojos llenos de preocupación.
—Sí —graznó. Tosió sobre su puño cubierto con un guante grueso para aclararse la garganta—. Estoy bien.
Katara asintió y no volvió a insistir en el tema.
Así que de verdad estaba soñando. Taoran se frotó el espacio entre las cejas con un poco de fuerza, forzando a su adormecido cuerpo a despertar.
La punta roma de una lanza se clavó en su estómago sin mucha fuerza, pero su primer impulso fue apartarla de un brusco empujón. No lo hizo porque entonces escuchó la voz burlona de Sokka.
—¿Nuestro bello durmiente se dignó a deleitarnos con su presencia?
Taoran le dio una mirada fría, pero Sokka ni siquiera se inmutó.
Estaban los tres sentados en una canoa pequeña que a duras penas podía mantenerlos a flote sin hundirse por el peso combinado. Sokka estaba al frente, el autodeclarado líder de aquella expedición. Taoran iba en el medio y Katara al final, con la cesta para guardar los peces y las cañas. Había estado terminando de arreglar la red de pesca, reparando con dedos hábiles y rápidos los agujeros con hilo nuevo y más resistente.
Katara le lanzó una mirada mordaz a su hermano mayor.
—Déjalo en paz. Ayer regresó muy tarde de la cacería y aún así vino con nosotros a ayudarnos en la pesca.
Taoran no se molestó en escuchar la réplica de Sokka. Las articulaciones de su cuerpo protestaron por moverse después de pasar un buen rato entumecidas en una sola posición. La canoa se inclinó hacia un costado y Taoran, aún atemorizado por los restos de su pesadilla, se atrevió a mirar su reflejo en el agua cristalina.
Esperaba encontrar al monstruo amorfo en el que se había convertido en su pesadilla, pero en su lugar miró directamente a un par de ojos color hazel. Pudo distinguir sus ojos y entonces pasó a examinar su rostro, enmarcado por su largo cabello negro, lo que solo servía para acentuar sus rasgos hasta volverlos más afilados.
No era un monstruo, no era una masa de color carmesí. Era un humano lo que le estaba devolviendo la mirada y eso era... tranquilizador, en parte. Aterrador, por otra.
«Mi nombre es Taoran. Ya no estoy en la Nación del Fuego. Escapé, sobreviví. Soy una nueva persona. Mi pasado ya no me ata»
—No se me va a escapar esta vez —murmuró Sokka, sacándolo de sus pensamientos—. Mira y aprende, Katara. Así es cómo atrapas a un pez.
Katara solo le dio una mirada aburrida antes de regresar su atención al agua, con la red ya reparada en sus manos. Sin embargo, pronto un movimiento captó su atención. Ella dejó la red a un lado con sumo cuidado y luego levantó ambas manos en dirección al agua. Su frente se arrugó por la concentración. En cuestión de segundos, una burbuja de agua brotó del mar. Taoran observó asombrado cómo el pez nadaba dentro de su prisión improvisada.
—¡Hey, miren! —exclamó Katara sin perder su control sobre la burbuja.
—Eso es increíble, Katara —la felicitó Taoran. Ella sonreía brillantemente.
—¡Chicos, shh! —se quejó Sokka, sin prestarles ninguna atención—. ¡Van a asustarlo! Mmn, ya puedo olerlo cocinándose.
—¡Pero, Sokka! —insistió Katara—. ¡Atrapé uno!
La burbuja levitó cerca de Sokka para que pudiera verla, pero Sokka seguía sin prestarle ningún tipo de atención. Levantó el arpón, pinchó la burbuja y toda el agua (con el pez incluido) le cayó sobre la cabeza. Katara chilló con indignación cuando el pez resbaló fuera de la canoa, volviendo al agua de nuevo.
—Ya era hora de que Sokka se diera un baño —murmuró Taoran con burla.
—¿¡Por qué siempre que juegas con agua mágica quedo empapado!? —espetó Sokka girando para enfrentar a su hermana.
Katara frunció más el ceño.
—No es magia. Se llama agua control, y es...
—Sí, sí —la interrumpió Sokka escurriendo su cola de lobo—. Un arte antiguo, único de nuestra cultura, bla, bla, bla...
Sokka le dio la espalda a Taoran y lo aprovechó para darle un zape en la nuca. Sokka se giró con rapidez para lanzarle una mirada ofendida.
—¡¿Y eso por qué fue?!
—Fue para que dejes de ser un idiota —replicó Taoran con dureza—. Katara solo estaba tratando de mostrarte el nivel de sus habilidades y a ti, como su hermano, debería importarte.
Sokka bufó.
—Solo digo que, si tuviera poderes raros, no estaría molestando a nadie. —Se encogió de hombros—. Tú me entiendes, Taoran. Eres como yo después de todo.
Taoran tenía que concederle lo último a Sokka. De los tres, solo Katara era una maestra control, pero Taoran era el que más contacto había tenido con otros maestros. Podía decir que estaba en medio de ambos mundos.
Katara no parecía convencida con el rumbo que tomaba la conversación.
—¿Me estás llamando rara? —reclamó, cruzándose de brazos y componiendo una expresión burlona—. No soy yo la que está sacando músculos cada vez que veo mi reflejo en el agua.
Sokka estaba sacando sus flacuchos brazos para admirarlos en el reflejo en el agua. Le dio una mirada de aburrimiento a su hermana, pero antes de que pudiera responder, algo más captó su atención. Taoran también se dio cuenta de eso, pero mucho más tarde que los dos hermanos. La canoa chocó contra una banquisa y pronto fueron llevados por la corriente hacia un gran grupo de icebergs.
Sokka reaccionó comenzando a remar con la intención de esquivar las banquisas. Taoran lo siguió unos segundos más tarde, pero todos sus intentos fueron infructuosos.
—¡Cuidado! —gritó Katara cuando las banquisas comenzaron a volverse demasiado para esquivar. A medida que avanzaban, solo aparecían más y más, rodeándolos y chocando contra la pequeña canoa, arrancando astillas por los aires—. ¡A la izquierda! ¡A la izquierda!
Taoran contó diez segundos antes de que dos bloques de hielo los aplastaran. Agarró a Katara y a Sokka por los cuellos de las parkas y saltaron fuera de la canoa. Aterrizaron en una plataforma de hielo en el momento en que la canoa se destruyó y las astillas les llovieron encima.
Katara resbaló por la plataforma y Sokka la sujetó del tobillo, evitando que cayera al agua helada. Ella jadeó y retrocedió hasta ponerse al lado de su hermano.
Los tres quedaron en silencio intentando recuperar el aliento. Taoran examinó sus alrededores y su corazón se le subió del pecho a la boca, dejándole una incómoda sensación de comezón en las encías. Estaban rodeados de agua y icebergs del tamaño de tanques mortíferos. No había barcos a la vista y no tenían forma de comunicar al resto de la tribu que necesitaban ayuda.
—¿Esa es tu izquierda? —protestó Katara.
—¿No te gusta cómo guio? Entonces, podrías haber usado tus poderes del agua para esquivar el hielo —contestó Sokka gesticulando con sus manos.
La joven lo miró con los ojos entrecerrados y se puso de pie de un salto. Taoran se quitó los guantes que se habían empapado y que congelaban sus dedos.
—Entonces, es mi culpa.
—Sabía que debería haberte dejado en casa y haber traído sólo a Taoran —dijo Sokka pegando sus rodillas al pecho—. ¿Mujeres a cargo? Problemas seguros.
—¡Sokka! —exclamó Taoran molesto por su comentario—. Estamos aquí varados en medio de la nada, sin comida ni agua, ¿y se te ocurre culpar a tu hermana? ¡Sabes bien que no fue culpa de nadie!
—Bueno, si hubieras remado más fuerte, quizás hubiéramos logrado escapar.
—¡¿Ahora me estás culpando a mí?!
—¡Cállense los dos! —gritó Katara atrayendo la atención hacia ella. Toda la sangre se le había subido al rostro y resaltaba su sonrojo en su piel morena. Tenía las manos apretadas a sus costados y temblaba de pies a cabeza—. ¡Sokka, eres el más machista, inmaduro, cabeza hueca! ¡Y me avergüenza ser tu hermana!
Los dos muchachos se quedaron callados sabiendo que era mejor que se desahogara, pero comenzaron a entrar en pánico cuando el enorme iceberg detrás de Katara comenzó a resquebrajarse.
—¡Desde que mamá murió, me hago cargo de todo en el campamento mientras que tú juegas a ser soldado!
—Uhm... Katara... —balbuceó Sokka, compartiendo miradas de pánico con Taoran.
—¡Incluso lavo toda la ropa! ¡¿Has sentido alguna vez el olor de tus calcetines?! —Katara agitó sus brazos y el iceberg tras ella se rompió con un estruendo que hizo estremecer a Taoran—. ¡Déjame decirte que no es agradable!
—¡Katara, cálmate! —chilló Taoran.
—¡No! Se acabó, ¡no te voy a ayudar más! ¡Desde ahora, tú te encargarás de lo tuyo! —Katara levantó sus brazos una última vez y terminó por romper el iceberg tras ella.
Hubo un tenso segundo en el que el iceberg tembló antes de colapsar.
—Maldita sea —maldijo Taoran agarrando a los dos hermanos por los cuellos de las parkas.
El iceberg se destrozó con un fuerte sonido. Los trozos de hielo salieron disparados en todas direcciones, por lo que los tres se aferraron al arpón de Sokka, que yacía clavado en el bloque de hielo.
El agua se agitó debido a la violencia del rompimiento y los tres gritaron cuando fueron arrojados hacia atrás. El impulso cedió y flotaron a la deriva hasta que todo volvió a calmarse. Los tres se desplomaron con suspiros de alivio.
Katara luchó por sacar su cabeza fuera del abrazo de Taoran y observó con la boca abierta todo el desastre que había causado.
—¿Acaso yo hice eso? —balbuceó a nadie en particular.
—Sí, felicidades —respondió Sokka lanzando un poco de nieve al rostro de su hermana—. De rara pasaste a lunática.
Taoran, por otra parte, estaba alucinado.
—Cuánto poder en bruto —comentó levantándose y liberando a los dos hermanos de su abrazo.
Katara le dio un codazo, avergonzada por lo que dijo, pero su atención se la llevó el brillo cerúleo que provenía del fondo del mar y que iluminó sus rostros. El resplandor comenzó a subir hasta que las aguas se agitaron otra vez, empujando la banquisa mientras un enorme iceberg resurgía de las profundidades del agua. Se aferraron los unos a los otros, observando con incredulidad el radiante iceberg.
Taoran frunció el ceño y juró poder distinguir una figura humanoide en el interior. Su corazón latía desbocado debido a la adrenalina y por instinto buscó su espada contra su cadera, pero solo sujetó hielo. Reprimió un suspiro de irritación y se hizo con un cuchillo que siempre cargaba consigo escondido dentro de una de sus botas.
La cosa humanoide abrió los ojos, también brillantes y los tres ahogaron un grito.
—¡Está vivo! —gritó Katara y tomó el machete de hueso de su hermano—. ¡Hay que ayudarlo!
Ninguno de los dos pudo detener a Katara de ir a tratar de salvar a la cosa humanoide. Golpeó varias veces el hielo hasta que se resquebrajó y un fuerte golpe de aire los envió volando hacia Taoran. El hielo se rompió a lo largo de la esfera. Del centro de esta surgió una imponente luz que cegó a Taoran por unos segundos. Cuando pudo volver a ver, Sokka sostenía su arpón entre sus manos mientras protegía a Katara y a Taoran.
—¡Alto! —exclamó señalando a la figura que surgió del iceberg.
En realidad, no era una cosa humanoide, sino que de verdad era un humano, un adolescente. Sus ojos vacíos brillaban al igual que las extrañas marcas en su frente y en el dorso de sus manos, pero no respondió. La luz desapareció y el chico se desmayó.
Katara se apresuró a atraparlo entre sus brazos. Evitó que su cabeza se golpeara contra el hielo y lo acunó para depositarlo con cuidado sobre la nieve.
—Katara, aléjate de esa cosa —ordenó Sokka.
—No es una cosa, es claramente alguien —replicó Taoran acercándose a los dos jóvenes.
—¡Ese no es el punto! ¡Ni siquiera sabes qué o quién es!
Para recalcar su punto, Sokka comenzó a pinchar la cabeza del chico con el lado romo del arpón. Visto así, sin luces aterradoras y icebergs gigantes, era bastante normal. De estatura media, sí, pero también extraño. Taoran jamás había visto esos tatuajes azules con forma de flecha ni esa ropa en tonos cálidos.
—¡Ya basta! —Katara apartó el arpón de un manotazo.
El adolescente gimió y abrió los ojos.
—Necesito preguntarte algo —susurró en voz tan baja que no lo habrían escuchado de no haber estado en medio de la silenciosa nada—. Por favor, acércate.
Taoran luchó contra el impulso de apartar a Katara del extraño adolescente cuando ella hizo lo que le pidió.
—¿Qué sucede?
De repente, el chico esbozó una sonrisa de oreja a oreja, y sus ojos se abrieron de par en par, revelando dos orbes grisáceos que brillaban con picardía inocentona.
—¿Quieres andar en trineo conmigo? —preguntó.
Katara se alejó haciendo una mueca.
—Ah... seguro. Supongo.
El adolescente se levantó flotando, ocasionando que Sokka jadeara y Taoran se tropezara con sus propios pies al retroceder por la impresión.
—¿Qué sucede aquí?
—¡Tú dinos! —exclamó Sokka—. ¿Cómo te metiste en el hielo y por qué no estás congelado? —espetó pinchando al adolescente en el estómago.
—No estoy seguro... —musitó el chico apartando el arpón.
Un rugido bajo resonó. Los tres miraron a su alrededor buscando la fuente del ruido, pero no tuvieron éxito. En cambio, el chico jadeó y rodeó el iceberg a toda prisa, llamando a alguien llamado "Appa".
—¿Hay más? —preguntó Taoran frunciendo el ceño. Sokka se encogió de hombros y los tres rodearon el agujero que había quedado en el centro del iceberg.
El cuchillo se resbaló de forma patética de las manos de Taoran cuando vio a una enorme criatura peluda, con dos cuernos en la cabeza, seis patas y una flecha que cruzaba su cabeza de color marrón retorcerse en medio del enorme agujero. Taoran se apresuró a recoger su arma con las manos temblorosas y guardarla de nuevo en su estuche.
—¿Qué es esa cosa? —se adelantó Sokka, parándose delante de su hermana.
—Es Appa, mi bisonte volador —explicó el adolescente con una sonrisa risueña.
—Sí, claro. —Asintió Sokka, señalando a Katara con el pulgar—. Y ella es Katara, mi hermana voladora.
«Los bisontes voladores están extintos —pensó Taoran con un nudo formándose en su pecho—. Y nadie puede sobrevivir congelado dentro de un iceberg por quién sabe cuánto tiempo»
De repente, el bisonte estornudó y bañó a Sokka de mocos. El chico gritó y Taoran hizo una mueca de asco, alejándose del menor para no embarrarse también.
—¿Y ustedes viven por aquí? —les preguntó el adolescente acariciando el hocico del bisonte. Taoran sintió que el corazón se le salía de la garganta al verlo. El bisonte tranquilamente podía arrancarle el brazo de un mordisco.
—¡No respondan! —intervino Sokka apuntando al adolescente con su arpón—. ¿No vieron ese rayo de luz? Seguro que le estaba dando una señal a la Armada de Fuego.
—Oh, claro —dijo Katara cortando la réplica de Taoran acerca de cómo funcionaban realmente los sistemas de comunicación de la Nación del Fuego. Empujó a Taoran y a Sokka a un lado—. Seguramente es un espía de la Armada del Fuego. Se puede percibir por aquella malvada mirada que tiene —señaló, y el adolescente sonrió radiante—. El paranoico bullicioso es mi hermano, Sokka. Y el paranoico silencioso es Taoran.
—Oye —se quejó Taoran frunciendo el ceño, pero no podía decir que no fuera cierto.
—No nos has dicho tu nombre —continuó Katara ignorando deliberadamente a los dos chicos a su lado.
—Soy... —El adolescente se detuvo para estornudar. Un golpe de aire impactó con los tres, que se cubrieron los ojos momentáneamente antes de observar con incredulidad al chico aterrizando con suavidad otra vez frente a ellos—. Soy Aang —contestó con naturalidad.
Taoran se olvidó de cómo respirar.
Sus ojos barrieron al chico de arriba hacia abajo, desde su cabeza calva y el tatuaje azul con forma de flecha. El brillo que tenían sus ojos cuando salió del iceberg, su ropa holgada y hecha para permitir movimientos fluidos.
Maestro aire, maestro aire, maestro aire.
Veía fuego. Fuego por todas partes. Las quemaduras en su cuerpo dolían, pero nada fue más desastroso que escuchar la burla en la voz de Ichiro, a Ichiro burlándose de la cobardía de un príncipe y regocijándose por un castigo desmedido: el exilio.
—Eh, Taoran, ¿te encuentras bien?
La pregunta de Sokka lo arrancó de su aturdimiento. Sacudió la cabeza para regresar a la realidad y abrió la boca para responder: —¿Qué? Sí, sí, estoy bien.
Sokka se encogió de hombros.
—¿Y cómo piensas volver? —le preguntó Katara con los brazos cruzados. Al parecer, habían estado discutiendo mientras Taoran daba vueltas en su mente.
—Si no tienen como irse, Appa y yo podemos llevarlos —se ofreció Aang, antes de saltar y volar hasta encontrarse sobre la cabeza del bisonte.
Taoran reprimió un gemido de frustración.
«Deja de actuar tan despreocupadamente, niño estúpido» Taoran se mordió la punta de la lengua para contener sus palabras mordaces.
—Nos encantaría, ¡gracias! —aceptó Katara corriendo ya hacia un costado del bisonte.
Taoran se tomó un momento para tratar de recuperar su respiración. Contrólate, se ordenó.
Desde que él mismo se había exiliado, muchas cosas habían ocurrido en su vida. Taoran estaba acostumbrado a que las desgracias llegaran una por una e irrumpieran en su vida, destrozando sus cimientos una y otra vez.
Tragó saliva y comenzó a contar. Existían un total de dos mil setecientos noventa y dos pasos entre la entrada principal del palacio real y la sala central. Cuatro mil quinientos cinco entre las habitaciones de los príncipes y la entrada principal. Veinte pasos separaban su tienda de la de Sokka y Katara. Si caminaba diez pasos más, Taoran se acercaría al bisonte volador. Con seis o siete podría subir a su lomo usando su cola como rampa. No tenía idea de cuántos pasos le tomaría atravesar todo el mar para volver al campamento, así que tendría que averiguar cómo supuestamente un animal de diez toneladas podía volar.
Katara le hizo un gesto para que se apresurara. Dudoso, Taoran comenzó a subir por la cola del bisonte. Cometió un error antes: en realidad le tomó cinco pasos subir y dos pasos acercarse a Katara. Ella lo estaba mirando con atención y Taoran esquivó su mirada al dejarse caer tres pasos lejos de ella.
Sokka se unió a ellos al final, refunfuñando para sí mismo.
—Muy bien, pasajeros novatos, ¡agárrense! —exclamó Aang—. Appa, ¡yip, yip!
El animal rugió, azotando su enorme cola contra el iceberg para alzar vuelo. El estómago de Taoran se encogió y se aferró a la silla de montar, pero entonces el bisonte cayó al agua y comenzó a nadar.
Contó la cantidad de veces en que el bisonte agitó su cola para impulsarse en el agua, cada cuánto lo hacía y calculó que les tomaría alrededor de cuatro o cinco horas regresar al campamento. Katara se había acercado a Aang para darle instrucciones sobre cómo llegar mientras que Sokka seguía refunfuñando sobre cosas como el peso y la gravedad.
—Estás haciendo eso otra vez —murmuró Sokka acercándose a su lado.
El nudo de su pecho subió a su garganta.
—¿Hacer qué? —preguntó sonando lo más despreocupado que pudo.
—Esto. —Sokka se dio dos golpecitos en la sien para recalcar su punto—. Perderte en tu cabeza.
Podía sentir la mirada inquisitiva que Katara le estaba dando desde su lugar en la silla de montar, pero la ignoró.
—No es nada —mintió con naturalidad. Se recordó a sí mismo relajar sus doloridos hombros tensos y acomodarse mejor contra la silla de montar—. Solo estoy un poco cansado.
—Mm, por supuesto. No es como que hayas pasado media hora dormido cuando estábamos en la canoa.
Taoran resopló con cierta diversión.
—Lo dice el que no puede levantarse temprano y exige a gritos que lo dejen dormir un rato más.
Sokka se puso rojo de la vergüenza.
—Oye, que yo me levanto temprano para montar guardia para que todos ustedes puedan dormir en paz —se defendió cruzando los brazos sobre el pecho—. ¿Y para qué me preocupo por ti? Si es así como me pagas.
Taoran nunca podía decirle que en realidad estaba agradecido con Sokka por distraerlo a su manera.
Y cuando decía nunca, lo decía en serio, por eso solo miró a Sokka con expresión vacía antes de enfocar sus ojos en el paisaje que dejaban atrás conforme el bisonte nadaba hacia el campamento.
Oyó a Sokka soltar un sonoro gemido de hastío, de seguro preguntándose qué pasaba por su cabeza cuando dejó que alguien tan raro como Taoran se quedara en la tribu. Katara le dijo algo que Taoran no se molestó en escuchar.
Su mente regresó a su pesadilla y pudo sentir el momento exacto en que una mano fantasmal, demasiado familiar para su gusto, se cerraba en torno a su garganta. No ejercía la suficiente presión como para romperle la tráquea, pero sí la adecuada para hacerle sentir que se estaba ahogando.
«Mi nombre es Taoran —se repitió a sí mismo, ocultando parte de su rostro en sus brazos—, ya no estoy en la Nación del Fuego. Escapé, sobreviví. Soy una nueva persona. Mi pasado ya no me ata»
𖤓
Las horas se arrastraron con una lentitud exasperante. Taoran no despegó sus ojos del vasto paisaje azul y blanco hasta que la noche finalmente cayó y escuchó a sus músculos resentidos por haber permanecido en la misma posición incómoda durante horas.
Parpadeó varias veces para deshacerse del molesto escozor de sus ojos y dirigió su mirada hacia Sokka y Katara. Ambos dormitaban juntos. El brazo de Sokka estaba estirado para que Katara pudiera usarlo de almohada. Taoran sabía que cuando se despertara, el chico no dejaría de reclamarle a su hermana por haber usado su brazo para descansar, pero sabía que en el fondo realmente no le importaba ese detalle.
Sus ojos estaban puestos sobre los hermanos, pero sin querer terminó dándole un vistazo al pasado.
Los hermanos lo habían encontrado por pura casualidad. Taoran había huido de la Nación del Fuego un dos atrás, aterrado ante la perspectiva de llevar por delante una vida llena de mentiras y ocultándose a sí mismo debajo de capas y capas de personalidades que lo hacían sentir como un espejo fragmentado en lugar de una persona.
Había pensado que, al instalarse para vivir en los límites del mundo, nadie podría encontrarlo. ¿Y quién sabía? Quizás incluso las fuertes tormentas de nieve lo mataran antes de incluso saber qué estaba sucediendo.
Pero no sucedió así.
Aquel lejano día, los hermanos habían salido para buscar algo de comida que llevar a su aldea, solo que en lugar de ir a pescar decidieron ir a cazar a la tundra. No se alejaban demasiado de la aldea por razones de seguridad, pero esa vez habían tomado el camino equivocado y acabaron encontrando el pobre campamento que Taoran había montado con sus pocas pertenencias.
Su primer encuentro no fue bueno. Sokka lo atacó al reconocerlo como de la Nación del Fuego. Todo el aspecto físico de Taoran delataba su origen exceptuando sus ojos. No eran dorados, pero tenían cierta cualidad verdosa que los volvía un poco extraños.
En fin. Tras quitarse de encima a Sokka con el propio machete que llevaba el chico, Taoran les contó más o menos quién era y qué hacía ahí.
Las mentiras que se deslizaron por su boca tenían el sabor de la sangre, el humo y el acero, pero no podía revelar nada comprometedor. Incluso en si estaba pisando el suelo del fin del mundo. Si los hermanos sabían quién era, quién era Ichiro para él, estarían en graves problemas.
A regañadientes, lo dejaron ir con ellos a la aldea. Ya se habían cumplido seis meses desde aquello y le había costado horrores ganarse la confianza de los hermanos, en especial de Katara. Como la última maestra agua del sur, tenía todas las razones del mundo para desconfiar de Taoran.
Fue un proceso bastante largo y agotador demostrarle que era inofensivo y que no iba a matar a toda su gente en una noche producto de un arranque de salvajismo, pero finalmente la joven había dejado de estar súper atenta a su alrededor y lo había comenzado a llamar amigo. Era una victoria de la que Taoran podía estar orgulloso.
Decir que las mujeres no estaban feliz de tenerlo ahí era decir poco. Literalmente solo los hermanos y Kanna, la abuela de ambos, le dirigían la palabra. No las culpaba en realidad y, además, no eran groseras como esperaba que lo fueran. Alejaban a sus hijos de él y Taoran estaba bien con eso. No iba a presionarlas ni a obligarlas a convivir con él. Con que lo hubieran dejado quedarse (con la condición de contribuir a la preservación de la aldea, lo cuál era lógico que haría) le bastaba y sobraba.
Se había ofrecido a tratar de enseñarle a Sokka a defenderse, pero Taoran no sabía si el chico era demasiado orgulloso como para aceptar la instrucción de otra persona o un imbécil de primera, porque saltó protestando y diciendo que no iba a dejar que Taoran le enseñase nada, mucho menos que se ofreciera a defender a la aldea en caso de algún ataque.
Al final, Taoran no insistió más y el tema quedó zanjado.
Pero esa noche, una sensación de pesadez se había instalado en su estómago. Observar el paisaje ártico no era solo para distraerse de su mente agitada. Todo había estado sumido en un inusual silencio desde que encontraron a Aang metido dentro del iceberg. Taoran asimiló aquel mutismo como el que se apoderaba de una plataforma de combate momentos antes del inicio de un Agni Kai.
Algo malo estaba a punto de suceder.
Nuevamente inquieto, Taoran les dio un último vistazo a los hermanos antes de ir hacia la cabeza del bisonte. Encontró a Aang medio dormido, acurrucado sobre sí mismo y se regañó mentalmente por no pensar que el chico estaría muerto de frío a estas alturas.
Se deslizó con cuidado sobre el cuello del bisonte, sobresaltando y despertando a Aang.
—Hola —le saludó ahogando un bostezo.
—Lamento si te desperté —le dijo acomodándose a su lado, pero manteniendo una distancia prudente—. ¿Te encuentras bien? No tengo una manta conmigo, pero puedo darte mi parka si...
Aang sonrió y negó con la cabeza.
—Estoy bien, Taoran. Un poco cansado, sí, pero no tengo frío ni ninguna molestia.
—¿Seguro?
—¡Por supuesto! Mira, los Nómadas Aire...
Y procedió a explicarle cómo los —jodidos y supuestamente extintos— maestros aire podían mantener su calor corporal mediante una técnica de respiración especial, por lo que no corría el riesgo de sufrir hipotermia.
Taoran apretó la mandíbula para reprimir el repentino impulso de estremecerse.
—Pareces sorprendido —comentó Aang apoyando la espalda contra el grueso pelaje de su bisonte—. Es porque nunca has visto a un maestro aire antes, ¿verdad?
«Madre mía, niño insensato. Cállate»
—He escuchado algunas cosas, pero tienes razón. Nunca antes he visto a un maestro aire —respondió solo para saciar la curiosidad del chico.
—¡Bueno! Hay una primera vez para todo, ¿no? —Aang le dio un codazo amistoso—. Así como nunca antes he visto a un maestro fuego en el Polo Sur.
—No soy un maestro fuego.
Aang parpadeó tres veces antes de decir: —¿De verdad? Pero me recuerdas a alguien...
Taoran suspiró.
—Voy a ser directo contigo. Se suponía que el nuevo Avatar debía de ser un maestro aire. ¿Sabes tú qué pasó con él o ella?
Estudió la expresión de Aang. Primero su sonrisa se congeló y los bordes perdieron fuerza, inclinándose hacia abajo antes de forzarlas de nuevo a su sitio. Una leve partícula de pánico cubrió sus vivarachos ojos grises e incluso su piel perdió un poco de color.
—¿El Avatar? —repitió Aang con un tono afilado y dos tonos más alto de lo común. Se aclaró la garganta y rascó su nuca al responder—. Uh... no lo conocía. Es decir, conocí a gente que lo conocía, pero yo no. —Esbozó una débil sonrisa confianzuda—. Créeme.
«¿Cómo voy a creerte si estoy casi seguro de que eres el Avatar? Énfasis en la palabra "casi"»
Taoran no respondió. Si abría la boca, diría algo de lo que se arrepentiría más tarde.
Aang continuó observándole en el silencio incómodo que siguió a su conversación. Taoran odiaba estar bajo el escrutinio de alguien más, sentía que mientras más tiempo lo miraran más rápido se darían cuenta de que tenía todas las mentiras escritas en la cara.
—¿Te importaría dejar de mirarme así? —le preguntó con hosquedad.
Aang se apartó de él unos centímetros y esbozó una expresión avergonzada.
—Lo siento, pero de verdad te me haces familiar. ¿Conoces a alguien llamado Kuzon?
Taoran arrugó la frente.
—No. ¿Quién demonios es Kuzon?
—Un amigo. Él es de la Nación del Fuego, al igual que tú. ¿No serás un pariente suyo, tal vez?
La saliva se atoró en la garganta de Taoran.
Aang ladeó la cabeza, confundido por su reacción.
—No, no sé quién es Kuzon. Buenas noches.
Huyó de ahí antes de que Aang siguiera haciendo suposiciones raras.
Nota: ¡Bueno! ¿Republicado el primer capítulo? ¿Qué puedo decir, aparte de que esta versión revisada me gusta más?
Dejo por aquí el aspecto de Taoran. Esta comisión la mandé hacer hace muchísimo tiempo y en realidad mi muchacho no ha cambiado en nada.
Todo un galán 💖
Muchas gracias por leer <<<3
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