3O.
Advertencias: fluff y poco drama. AU de híbridos y omegaverse
este capítulo contiene smut.
Convivir en pareja fue todo un caso. No había que malinterpretar sus palabras, pues Lisa estaba muy feliz de estar con Rosé y tenerla a su ladito varias horas al día. Pero había algunas costumbres animalescas que le provocaron varios pre-infartos las primeras semanas.
Por ejemplo, hubo una ocasión en donde Lisa se quedó dormida en el sofá mientras leía uno de sus libros de universidad, y cuando despertó, quiso levantarse para ir a la cocina. Somnolienta y medio dormida todavía, pegó un grito cuando se dio vuelta y vio a una enorme pantera frente a ella. Su primer instinto fue agarrar el enorme libro y lanzárselo.
La pobre pantera chilló y Lisa, sentándose, razonó que fue a Rosé quien recibió un golpe en su libro.
―¡Por Dios, Roseanne! ―Lisa llevó su mano hacia su pecho, sintiendo sus latidos desbocados. La pantera se transformó en una humana, y Rosé comenzó a sobar su hombro, donde le llegó el libro―. ¡Me asustaste!
―Yaaa, perdón ―se quejó Rosé―, es que te vi dormida y me dieron ganas de subirme encima de ti.
―¡¿Subirte encima de mí?! ―exclamó.
Rosé la miró como una cachorra, así que Lisa empezó a sobarle la marca enrojecida en su hombro, sabiendo que le saldría un moretón pronto.
Al inicio no lo entendió, pero Rosé se lo pidió, y al final, era que la alfa quería subirse encima suyo como una gatita y ser acariciada. Resultó algo incómodo por lo grande que era y casi la asfixio un poco, pero con el pasar de las semanas, se acostumbró a eso.
Aunque cada vez se pasaba un poco más. Lisa no lo notó porque le gustaba acariciar la cabecita de Rosé y oír sus ronroneos de gusto. Mientras veía televisión, la pantera solía quedarse dormida, emitiendo unos suaves rurururu que incluso le daban un poco de sueño a ella. Pero pronto Rosé empezó a subírsele más encima, ahogándola bajo su peso y pidiendo más cariñitos en su cabeza y lomo.
―¡Oye, para! ―chilló Lisa cuando comenzó a darle lengüetazos en la cara con su áspera lengua―. ¡Eso duele, Rosé!
Pero la pantera no se detenía y le lamía las mejillas con más ganas. Al final, cuando volvió a ser humana, Lisa tuvo que agarrarla a regañinas, pero se conmovió un poco cuando notó la expresión compungida y las orejitas caídas de su novia. Siempre terminaba cediendo por eso.
Tuvieron otro accidente con su cola también. Una tarde, para desestresarse un poco, se pusieron a jugar en sus formas animales y Rosé medio se pasó con sus mordidas. Como ocurrió antes, se la pasó a morder y en todo el departamento resonó el chillido de la ardilla.
―¡Eres una bruta! ―sollozó Lisa, vendando su colita con exageración.
―Perdón, cariño, no lo hice adrede ―Rosé la miraba a unos pasos de ella, apenada―. No pensé que te dolería tanto...
―¡Por poco me tragas con esa boca! ―Lisa la miró con el ceño fruncido―. ¡Hoy duermes en el sofá!
Rosé creyó que bromeaba hasta que vio a la omega pasar su colita por entre sus piernas y abrazarla contra su pecho, con un puchero en los labios y los ojitos llorosos. Cada vez que la veía hacer, se preguntaba si es que no le dolía, pero luego recordaba que Lisa era muy flexible por sus bailes. Suponía que su colita también lo era.
De cualquier forma, Lisa la mandó a dormir en el sofá las siguientes tres noches y no tocarla en una semana. Aunque lo peor fue cuando, de manera automática, la colita de la omega tendía a alejarse de Rosé.
―¡No puedo controlarlo! ―se defendió Lisa cuando Rosé le reclamó―. ¡Sigue resentida contigo!
―Lisa, es tu cola. ―regañó Rosé.
―¡Pues entonces yo sigo resentida contigo, come-colas!
Cuando dijo lo último, Lisa se dio cuenta de que no lo pensó demasiado bien y enrojeció con fuerza. Rosé sonrió con travesura y dio un paso hacia ella, como queriendo agarrarla de las caderas para darle un fuerte beso en la boca. Pero la omega le chilló y volvió a empujarla, y le prohibió tocar su colita.
Fue una verdadera tortura para la Australiana, ya que le gustaba mucho abrazarla y, en su forma pantera, medio envolverse en ella. Era muy esponjosa y realmente le encantaba tenerla cerca de ella. Al final, Lisa se terminó compadeciendo de ella, y cuando le permitió tocarla, poco más se le pegó a ella y la abrazaba por la espalda.
No solían tener grandes discusiones y se acostumbraron con rapidez a la vida casera. A Lisa le gustaba mucho tener su propio lugar con Rosé y que la casa entera oliera a la alfa.
La universidad fue otro tema para ellas, sí. Tenían horarios distintos y había días donde se veían sólo a la hora de la cena, pero en general, las cosas estaban yendo por buen camino. A Lisa le gustaba más la universidad porque allí nadie la molestaba por estar con algo de sobrepeso, aunque sí varias veces captó algunas miradas de burla. Sin embargo, esas miradas desaparecieron cuando un día Rosé la fue a buscar a su facultad.
Lisa no quería ser sólo superficial, pero ella sabía que su novia era muy guapa y atractiva. Su aroma era fuerte y tenía un aura dominante que atraía miradas obvias por parte de los y las omegas. Así que saber que Rosé era su novia le elevaba mucho el ego, y cuando la alfa apareció para buscarla, Lisa no pudo evitarlo y la abrazó por el cuello para darle un sonoro beso en la boca. Era una gran manera de marcar territorio y declarar que esa alfa tenía una omega celosa.
Al alejarse, vio los ojos llenos de desconcierto de los mismos compañeros que le observaron con burla silenciosa. Aunque el tiro le salió un poco por la culata: Rosé se emocionó con su beso y le terminó agarrando el trasero, haciéndola jadear.
―¡Rosé! ―le siseó.
La alfa se dio cuenta de que estaban con público, y retrocedió.
―Tú me provocaste. ―se defendió la alfa, indignada.
Lisa le sacó la lengua, pero le agarró la mano y tiró de ella para que fueran a comer.
En sí las cosas estaban bien. A Lisa le gustaba su carrera, se juntaba todavía con sus amigas y su noviazgo con Rosé iba por buen rumbo. Incluso seguía yendo a sus clases de danza y, siguiendo un plan alimenticio con su nutricionista junto con las sesiones con su psicóloga, ya no seguía tan acomplejada con su cuerpo. Había bajado de peso un par de kilos y eso la tenía muy contenta en general.
Pero tenía un pequeño problema: sus celos.
Fue un momento de tensión entre ellas. En otoño tuvo su primer celo viviendo con Rosé, y días antes de que lo tuviera, se sentaron a conversarlo.
―Quiero pasarlo contigo. ―le había dicho Rosé, seria y decidida.
Lisa también quería pasarlo con ella, pero le golpeó el miedo y pánico.
―No ―dijo, y vio la decisión en el rostro de Rosé romperse ante su respuesta―, no estoy lista para eso todavía.
A pesar de estar mejorando su autoestima, de vez en cuando le golpeaban los invasivos pensamientos negativos y ese fue uno de esos momentos. De pronto, se imaginó quedando desnuda con Rosé y que viera su cuerpo y que... Y que...
El sólo pensamiento casi la hizo llorar de la angustia. Una parte suya le gritaba que Rosé jamás la querría con ese cuerpo y que debía buscarse a una omega delgada y perfecta con el que pasar su celo, no con ella. Odiaba esa clase de pensamientos, pero no podía evitar que aparecieran en su cabeza.
Rosé aceptó su decisión con claro disgusto, y esos días se fue al departamento de Jennie y JiSoo.
Fue un celo terrible para Lisa. Su omega se retorcía por Rosé y apenas obtuvo satisfacción alguna. Se la pasó lloriqueando y apenas pegó el ojo, sumado al hecho de esa desesperada necesidad por ser consentida y follada. Lisa lo odió por completo.
Y lo mismo ocurrió con el celo de Rosé.
―¿Puedes pasarlo conmigo? ―preguntó Rosé unos días atrás.
Lisa también se negó. Se fue al departamento de Somi, ChaeYoung y JiHyo, y pudo sentir los tirones de necesidad por parte de la alfa a través de su lazo. Estuvo decenas de veces a punto de ir hacia su hogar, pero al final, se contenía por los mismos pensamientos grotescos que la invadían.
Ahora venía ese mismo problema: el invierno acabó y su celo ocurriría dentro de unos días. Lisa creía que le llegaría la siguiente semana, pero no fue así, y lo descubrió cuando el jueves por la tarde-noche sintió la primera ola de calor. Jadeó y se apresuró en ir al baño para buscar un supresor de híbridos pequeños.
Los supresores no inhibían el celo, pero evitaban que se transformaran en sus formas animales y todo fuera un descontrol. Lisa imaginaba que para ellos, los animales pequeños, no era tanto un problema, pero sí debía serlo para los animales grandes como Rosé. Es decir, no debía ser agradable que una pantera se te frotara y quisiera follarte.
Luego se arrastró hacia el sofá y buscó el número de Rosé para llamarla, pero en ese momento, la puerta se abrió y se encontró con la sorprendida mirada de la alfa.
Rosé acababa de terminar con sus clases cuando sintió un tirón de su lazo. Frunció el ceño, extrañada, y pensó que Lisa debía estar viendo alguna novela tonta que le estaba haciendo llorar. De cualquier forma, decidió irse rápido por cualquier cosa, y aprovechar el resto de la noche con su novia. Podían acurrucarse y hacerse mimitos mientras veían una película.
Sin embargo, se encontró con una sorpresita cuando abrió la puerta del departamento y lo primero que la golpeó fue el olor intenso a vainilla que reinaba en el aire. Y fue peor cuando se dio cuenta de que Lisa estaba recostada en el sillón.
El aroma la aturdió unos segundos y su alfa gritó de emoción al darse cuenta de lo que ocurría: era el celo de la omega. Sin perder el tiempo, cerró la puerta y vio el estremecimiento de Lisa, que cerró sus ojos, con su boca haciendo un pequeño mohín de disgusto. Se apresuró en ir hacia ella, soltando feromonas alfas de tranquilidad y cariño.
―¿Bebé? ―susurró Rosé, inclinándose ligeramente.
Lisa abrió sus ojos un poco, soltando un quejido.
―Entraré en celo ―le dijo, su voz lastimosa―. ¿Qué...? De-deberías ir a sacar tus cosas, Rosie...
Rosé pasó su mano por el cabello rizado de Lisa, que días atrás quiso hacerse una permanente para, según ella, lucir más bonita. La alfa pensaba que lucía bonita como fuera.
Su primer impulso fue obedecer, ya que a pesar de que ellas llevaban saliendo más de un año, Lisa decía no estar lista todavía para lo que era la intimidad, así que prefería pasar el celo sin Rosé. Por eso mismo, su novia no tenía ninguna marca de pareja en su cuello, sólo las que le hacía la más alta cuando se besaban.
Le entristecía un poco eso, ya que Rosé sabía que la negativa de Lisa al sexo se debía mucho a su cuerpo. Ella creía que con el pasar de los meses la omega se daría cuenta de que a ella no le importaba la forma de su cuerpo, pero no era así, y no sabía cómo hacérselo saber.
Por eso, a pesar de las palabras que le dijo y al ver a su chica tan necesitada, pensó que ya no quería irse. Sobre todo, pensó que no quería dejarla sola, en el celo, y que ellas no tuvieran nunca su primera vez por el temor de Lisa.
Rosé le amaba como fuera.
―Déjame pasar el celo contigo. ―pidió.
Lisa la observó de golpe, sorprendida por la petición, para luego sacudir la cabeza ferozmente. Sus piernas estaban cruzadas, el enorme suéter que llevaba cubriendo los pantalones cortos que traía encima. Para Rosé, se veía muy seductora.
Pero Lisa estaba con la cabeza un poco confundida. Una parte suya gritaba que quería eso, pero otra, esa temerosa, empezó con ese hilo de ideas sobre su cuerpo y que Rosé no la querría. Que si Rosé tenía necesidades, debía conseguirse a otra persona y así evitar que lo hiciera con ella.
―No, qué estás diciendo ―tartamudeó Lisa―, de-debes irte y dejarme... Dejarme a solas... ―tragó saliva y le hizo caso a sus pensamientos invasivos―. Si quieres puedes... Puedes buscar a alguien...
―¿Qué? ―Rosé se inclinó, agarrándola de ambas mejillas y sus dedos hicieron círculos en sus mofletes―. ¿Qué dices, bebé?
―¡Pu-puedo sola! ―insistió Lisa, sus ojos poniéndose llorosos, y se enderezó―. No quiero que me veas así.
―¿Así cómo?
―¡Desnuda! ―Lisa soltó un par de lágrimas, sorbiendo por su nariz―. Si me... Me ves desnuda, te daré asco y... Y tú vas a de-dejarme...
―No ―Rosé saltó, dándole un beso corto en sus labios para callarla, logrando que la pobre omega detuviera su balbuceo―. Nunca. Nunca, tú eres mi bebé, mi linda bebé. Jamás me darás asco.
Lisa soltó un lloriqueo bajo, tratando de hablar otra vez, pero los labios de Rosé volvieron a callarla, soltando pequeños jadeos por los repentinos calambres en su estómago gracias al celo.
Quería ir a su cuarto, envolverse en el aroma de su alfa, dejar que la tomara, que hiciera con ella un desastre, pero tenía tanto miedo de ver el desprecio en sus ojos. A pesar del tiempo y en sus peores momentos de debilidad, a veces Lisa tenía el desagradable y loco pensamiento de que Rosé estaba con ella por una apuesta, para robarle la virginidad, y una vez lo hiciera, la iba a dejar. A veces, se negaba a tener sexo con ella porque ese pensamiento le ganaba.
Lisa se iba a morir si la alfa le decía eso alguna vez.
―Pe-pero estoy gorda ―insistió Lisa poniéndose de pie―, no soy linda, no...
―No me importa ―aseguró Rosé, besándola ahora más profundamente―. Para mí, eres la omega más hermosa que la vida pudo darme.
Lisa rompió a llorar sin poder evitarlo gracias a sus palabras, con su omega tan enamorada y confiando plenamente en lo que la alfa le decía. Incluso dejó que Rosé la empujara a la habitación, percibiendo como su entrada se humedecía ante la perspectiva. Ante el repentino pensamiento de que estaría con una alfa. Su omega se retorció en anticipación, tan feliz y contenta, pero la pobre ardilla seguía teniendo sus dudas.
Al entrar, se dio cuenta de que Rosé vería su cuerpo. Y ese pensamiento la hizo llorar otra vez. Aunque tuvo una idea repentina.
―Oye, bebé, por favor... ―comenzó a pedir Rosé cuando la sentó frente a ella, haciendo un mohín triste por las lágrimas de su chica.
―¿Pu-puedes... Cerrar las cortinas? ―pidió Lisa, llamando su atención―. Y... ¡Y apagar la luz!
―¿Lili? ―Rosé le acarició la mejilla en un gesto tranquilo.
―Así no me verás ―explicó la omega―, así...
Así sólo me meterás la polla sin ver nada más de mí, como si fuera una puta, pero prefiero ser eso a qué me dejes por mi cuerpo.
Rosé pareció adivinar el hilo de sus pensamientos y vio la ira brillar en sus ojos, pero antes de que la ardillita pudiera entrar en pánico, la besó de forma brutal, como no le había besado nunca antes. Tan salvaje, tan posesiva, tan exigente, diciéndole tantas cosas en ese inexplicable gesto que algo tembló en su interior.
Al alejarse, un hilo de saliva conectaba sus labios. Esa visión hizo que su entrada se humedeciera más.
―Te haré el amor ―gruñó Rosé, quitándose la playera, y Lisa observó los pechos pálidos de la mayor―, y será con todas las luces encendidas, Lisa. Voy a besar cada parte de tu hermoso cuerpo.
La omega quiso protestar, pero sólo terminó gimoteando por el nuevo beso que recibió, temblando de forma incontrolable, y antes de poder negarse, antes de poder decir algo, sintió las manos de Rosé colándose bajo el suéter, tocando... Tocando...
La alfa le agarró el suéter y se lo quitó con rapidez. Lisa se encogió al ver la feroz mirada de Rosé en su cuerpo, en... En...
―¡A-Apaga la luz! ―chilló la omega―. ¡No... No me veas!
―Eres tan caliente ―soltó Rosé, comenzando a quitarse los pantalones―, mira cómo me tienes, hermosa...
Lisa no pudo evitarlo, y con las mejillas coloradas la observó, viendo a Rosé sacarse su polla, dura y rezumando pre-semen. Esa vista la hizo enrojecer, pero no podía desviar sus ojos del miembro de su novia, tan gorda y grande, endurecida por ella. Por su cuerpo.
A pesar de haberlo visto antes, incluso de que lo chupó un par de ocasiones, ahora la visión se le hizo completamente distinta. Se veía más... Más jugosa y apetecible, tan enorme y dura.
Lamió sus labios en un gesto descontrolado.
―Oh, ¿La quieres chupar, bebé? ―gruñó Rosé, masturbándose―. Después. Después lo puedes hacer. Ahora quiero tanto follarte, cosita sucia...
El apodo envió una ola de excitación por Lisa, que nunca experimentó algo así en sus celos. Ahora estaba llena del aroma de Rosé, de sus feromonas y gruñidos doblegándola con facilidad. Sólo podía oler y ver a Rosé, por lo que su mente estaba inundada en ella. De pronto, en su cabeza ya no había espacio para ningún pensamiento tóxico e invasivo, y sólo podía pensar en que quería a la alfa encima de ella, dentro de ella, haciéndola llegar al cielo.
Sus manos lucharon por quedarse en la cintura de Rosé para no verse a su cuerpo y cubrir esas partes donde se formaban rollitos, pero no tuvo qué hacerlo, no cuando la alfa volvió a besarla, sus pequeñas pero fuertes manos agarrándola con firmeza de la cadera, sin hacer alguna mueca de asco.
El beso, tan duro y salivoso, provocó que hiciera repentinamente esos ruidos de ardillita que no podía reprimir, sin control alguno. Fue peor al sentir los labios de Rosé bajar ahora hacia su cuello, chupando con fuerza, mordiéndola, dejando marcas que no iban a desaparecer por días, y luego prosiguió hacia sus pechos, hacia sus pezones, agarrándolos sin piedad, haciéndola chillar. Literalmente. Lisa chilló como una ardilla, sintiendo como su coño se contraía, se mojaba más por la situación.
―Me encanta cómo hueles ―gruñó Rosé, soltando su pezón, bajando un poco más, sin dejar de chupar, de besar, de lamer toda su piel. Incluso sus rollitos, agarrándolos, besándolos, dejando marcas pequeñas―, chilla lo que quieras, bebé, Oh Dios, que caliente eres...
Lisa trataba de resistirse a no gritar, a no soltar esos ruiditos, pero no podía evitarlo, menos cuando las manos de Rosé fueron a sus pantalones cortos, comenzando a quitárselos. Ni siquiera trató de que no lo hiciera, con su colita crispada, sus ojos llorosos y los labios húmedos.
Rosé no se tardó en bajarle los pantalones y la ropa interior, exponiendo su coño. De pronto, con un gruñido que la estremeció, se inclinó y lo agarró entre sus labios, comenzando a chuparla.
La omega ahora estaba gritando, sin dejar de chillar y sollozar. La cabeza de Rosé bajó y subió un par de veces, sin dejar de mamarle el coño, y fue peor cuando los colmillos de la alfa la rozaron. No, mentira: fue peor cuando la lengua de la alfa la lamió. Lisa creía que iba a tener un orgasmo en ese preciso momento, y sólo jadeaba y lloriqueaba.
Para su fortuna (o desgracia), Rosé la soltó y dejó de mamarle el coño, pero sólo para abrirle las piernas, llevando su cabeza hacia los muslos de la ardillita, chupándolos, mordiéndolos, marcándolos.
Lisa no podía creer que fuera capaz de soltar esa clase de ruidos, tan excitada y mojada como estaba en ese instante, su cola crispada contra ella, sus orejitas aplastadas contra su cabeza, en actitud de completa sumisión.
Rosé se enderezó, agarrándola por debajo de los muslos, sonriendo al deslizar sus dedos por los labios vaginales de Lisa, sintiendo el lubricante, y sin esfuerzo alguno, metió dos dedos en su coño, que resbalaron fácilmente hacia su interior.
―Dios, estás tan apretadita ―le gruñó Rosé―, tan apretadita para tu alfa, ¿No es así?
―¡S-Sí! ―jadeó Lisa, e incluso abrió más las piernas, estremeciéndose inconscientemente.
Rosé la preparó unos largos y placenteros minutos más, con Lisa gimoteando y balbuceando palabras inentendibles. La más baja sólo era capaz de mirar hacia Rosé, hacia sus atractivos ojos negros, mordiendo su labio inferior cuando le quitó los dedos del coño y la vio acomodar su gran polla contra su entrada.
―Alfa... Alfa... ―rogó Lisa, sin saber de dónde sacó esa valentía para llamarla.
―Sí, bebé, Alfa está para ti ―murmuró Rosé, y eso era todo lo que necesitaba saber Lisa para relajarse y permitir que hiciera lo que quisiera con ella.
Sin decir otra palabra, la más alta empezó a empujar su miembro en la entrada de la omega, que la recibió sin problema alguno, soltando un jadeo sonoro por el repentino placer de ser llenada por su alfa. Era más grande que los tres dedos juntos de Rosé, y por lo mismo, la alfa se empujó con lentitud dentro de ella. Lisa no podía creerlo, pero se sentía... Se sentía demasiado bien.
Rosé la sostuvo de la cintura, gruñendo y gimiendo por la sensación de calor y éxtasis de estar dentro de su omega, inclinándose cuando terminó de penetrarla para besarla otra vez.
Lisa apenas era capaz de seguirle el ritmo al beso, demasiado aturdida por las miles de sensaciones que estaba sintiendo, tartamudeando sollozos bajos al sentir que comenzaba a moverse, haciéndole el amor.
Santo Dios, Rosé se la estaba follando, con su expresión llena de placer, sin mirarle con asco. Y Dios, se sentía tan bien, Lisa se sentía tan feliz, cubierta de euforia por la lascivia y el gusto de que alguien la encontrara bonita. De que su alfa la tocara de esa manera, le hiciera el amor en su celo y estuviera tan duro por ella, por su cuerpo.
―Eres preciosa ―alabó la alfa, lamiéndole la mejilla, y Lisa sacó también su lengua cuando la polla de Rosé rozo contra su punto g―. Oh, qué sexy, bebé... Mierda, tienes un coño tan rico, ¿Puedo comerte después? Quiero comértelo, cariño, me aprietas tan bien...
―¡Sí, sí! ―Lisa no podía pensarlo bien, sólo pensaba en lo bien que se sentía, en lo mucho que le gustaba que Rosé le hiciera el amor, se moviera contra ella y le enterrara su miembro profundo―. ¡Oh, oh, ah!
―Chilla para mí ―rogó Rosé, volviendo a besarla, sin dejar de embestirla, abrazándola con su cuerpo―, chilla lo mucho que te gusta, bebé...
―¡Mu-Mucho! ―concedió Lisa, y se sintió un poco tonta por comportarse así, pero, ¡Qué importaba! Se sentía bien, muy bien―. ¡Me... Me e-encanta, alfa!
―A mí me encantas tú, cariño ―ronroneó Rosé, sonriendo cuando aceleró sus embestidas y los ojos de Lisa rodaron, sabiendo que estaba cerca del orgasmo―. Te amo, te amo.
―¡Oh, ohhhhh!
El coño de Lisa se sacudió y eyaculo contra la polla de Rosé, chillando otra vez como una ardillita, y Rosé soltó otro gimoteó porque repentinamente el interior de su novia la apretó, así que también se corrió, llenando el agujero de Lisa con su esperma.
De forma inmediata, sin pensarlo demasiado, se metió más profundo, con esa parte animal queriendo follar a su omega. Lisa se estremeció y jadeó cuando las púas en la base de Rosé también entraron en ella, provocándole un pequeño post-orgasmo. Fue peor cuando la base se hinchó para anudar en ella, y Lisa, ida por el orgasmo, echó su cuello hacia atrás.
―Muérdeme... ―barboteó apenas.
No tuvo que volver a pedirlo. Rosé sacó los colmillos, gruñendo e inclinándose contra el cuello expuesto de la omega. Le mordió esa zona, donde estaba su glándula principal de feromonas, oyendo el gemido de Lisa, y sólo se enterró más en ella cuando la marca en ellas las conectó.
Se quedaron unos segundos en esa posición hasta que Rosé terminó de morderla. Observó la sangrante herida y lamió su marca, oyendo el sollozo de su novia.
―Estoy aquí. ―susurró Rosé, frotando su nariz contra el cuello de Lisa.
―Te amo, te amo... ―murmuró Lisa, buscando la boca de la alfa.
Rosé no se lo negó: la besó ahora suavemente, acariciando sus cabellos desordenados, su rostro colorado, sus ojos un poco lagrimosos gracias al orgasmo que tuvo.
―Eres tan bonita. ―alabó, feliz y percibiendo las emociones de su omega a través del enlace.
Esa idea la hizo más feliz: su omega. Su omega. Lisa ahora sí era su omega. Su linda y preciosa omega.
Lisa parecía querer hacerse bolita, algo abrumada por toda la felicidad que percibía al otro lado del lazo.
―¿Te gustó? ―preguntó, tímidamente.
Rosé volvió a besarla.
―Me encantó ―admitió―. Toda tú me encantas.
Lisa la abrazó con fuerza, lloriqueando por la felicidad, y Rosé se prometió que le haría saber siempre a su novia que no importaba si estaba delgada o bonita. Ella siempre la querría como fuera.
Solo comentare que... Rosé tiene un pollon uwu
¡Gracias por leer!
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