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26.

Advertencias: fluff y poco drama. AU de híbridos y omegaverse

Los siguientes días Lisa fue al colegio con su colita vendada y cada tanto la abrazaba, mirando con falso odio a Rosé. Rosé, por su lado, sólo rodaba los ojos antes de agarrarla por la cintura y darle un beso en la mejilla.

―Qué exagerada eres ―comentó Somi―, no te hizo daño en la colita.

―¡Claro que sí! ―exclamó Lisa, indignada―. Pudo habérmela arrancado...

―Eres una exagerada ―apoyó Jennie―, ya verás, no te quejarás tanto cuando Rosé te coma la cola. ―y puso una expresión coqueta.

Lisa tardó en entenderlo. Cuando lo hizo, sus mejillas se pusieron rojas con fuerza y soltó un chillido, empujando a su amiga que estalló en risas. Somi tuvo que esconder su sonrisa para no ser agredida también.

De cualquier forma, las bromitas siguieron durante los otros días, en especial porque el invierno ya iba acabando y daba paso a la primavera. Con su llegada, el tiempo cambiaba bruscamente y los días de sol eran mucho más calurosos. Lisa había decidido sacarse ya la venda de la colita porque se la apretaba y daba calor. Apenas lo hizo, Rosé se la abrazó de sorpresa y le arrancó un grito.

―¡Rosé! ―la regañó.

―¿Qué pasa? ―Rosé, ahora, aplastó la colita contra su espalda para abrazarla―. Tu colita es muy bonita.

―¿Por eso me la mordiste?

―¿No lo vas a superar? ―se rió Rosé, y ahora la soltó sólo para abrazarla por la cintura―. Ya, bebé, te pedí perdón. No seas rencorosa. Además, cuando nos conocimos, me mordiste el dedo.

―¡Porque pensé que ibas a comerme! ―reclamó Lisa, pero dejó que Rosé le besara la mejilla.

―Claro que quiero comerte, boba. ―dijo la alfa.

Lisa le picó el costado, pero sus mejillas sólo se colorearon y aceptó otro beso.

Gracias al aumento de las temperaturas, Lisa comenzó a evitar los suéteres y sudaderas gruesas, lo que era un poco difícil para ella. Sin embargo, lo malo de ser híbrida, era que la temperatura corporal era un poco más alta del humano promedio, y Lisa solía sudar con facilidad.

Dos semanas después, escogió una de sus playeras enormes y unos pantalones cortos, que llegaban a medio muslo y de tela de mezclilla. Se puso brillo en los labios, pintó sus uñas de verde y naranjo, y guardó los cuadernos en su mochila. Rosé no pasaría por ella ese día, pero había quedado en irse con Somi y Jennie, y no tardaron en aparecer.

―Estás muy arreglada hoy ―comentó su amiga conejita―, ¿Tienes una cita con Rosé?

―¿Qué? No ―Lisa se rió―. ¿Por qué dices eso?

Mmm. ―Somi sólo se encogió de hombros, sin responder nada más, y la omega pronto olvidó esas palabras.

Tuvieron clase de Biología en la primera hora y, como ya era costumbre para ellas, hizo el trabajo de la clase con Mina. Era normal que híbridos iguales trabajaran en conjunto para facilitar los temas de investigación. En esta ocasión, tenían que hacer un informe sobre...

―¡Los períodos de celo! ―exclamó la profesora, la que era híbrida de jirafa―. Para cada animal es distinto y los síntomas pueden variar por lo mismo.

―Qué lindas tus uñas. ―le dijo Mina.

―¿De verdad? ―susurró Lisa.

―Sí ―Mina le sonrió―. Rosé es muy afortunada.

Lisa le dio un suave empujón, ignorando el claro coqueteo. Ella ya se había acostumbrado a que Mina lanzara alguno de esos comentarios cada cierto tiempo, porque no hacía más que eso. Luego de conversarlo con ella, la alfa le dijo que ya no le daría más regalos si le incomodaba, pero le preguntó si podía seguir halagándola.

A veces, Lisa se preguntaba si Mina seguía enamorada de ella, o hacía eso como una forma de pedirle perdón por lo que le hizo tiempo atrás. Fuera cual fuera la razón, a la omega no le molestaba demasiado.

El timbre de recreo sonó y Lisa recogió sus cosas, saliendo junto a sus amigas.

―No es justo ―se quejaba Somi―, el período de celo de conejos es lo peor, ¡El trabajo que haré con MinHo será más largo que el de Jennie!

―¿Por qué te quejas ahora? ―Jennie bufó―. Bien que disfrutas tus celos seguidos con ChaeYoung y JiHyo.

El rostro de Somi se pintó como un tomate en menos de un segundo y pegó un grito, haciendo que Jen saliera corriendo para no recibir un golpe. La conejita le siguió con el puño en alto. Lisa sólo rodó los ojos ante la costumbre de que esas dos se molestaran así.

―¿Lils?

Se volteó al escuchar el llamado, sonriendo porque reconoció a Rosé. La alfa le observó a los ojos unos segundos, antes de bajar y subir nuevamente la vista.

―¡Hola, RoRo! ―saludó Lisa, yendo hacia ella para agarrarle la mano―. ¿Cómo te fue la clase de inglés?

¿Ah? ―Rosé parecía un poco aturdida y le dio un apretón―. Sí. Yes ―sacudió la cabeza―. ¿Qué llevas encima?

―¿Encima? ―Lisa se miró, confundida―. Ropa. ¿Hay algún problema? ¿No te gusta?

¿Aaaaaah? ―repitió Rosé, y volvió a mirarla de pies a cabeza―. No, claro que no. Te ves muy... Linda. Sí, linda. Linda, linda.

Lisa frunció el ceño, más desorientada por las palabras de la alfa. Es decir, era normal que su novia le dijera cosas lindas, pero estaba... Estaba un poco rara. A pesar de ir a su lado, parecía evitar sus ojos, como si estuviera distraída. No pudo evitarlo y se preocupó un poco, ¿Es que le habría pasado algo?

Aunque la preocupación pasó a un segundo plano cuando llegaron al patio y se sentaron en el césped. Rosé le habló brevemente de que quería invitarla a comer con sus padres alguno de esos días, ya que querían hacer una barbacoa aprovechando los días lindos.

―¿Me van a tirar a la parrilla? ―bromeó Lisa.

―Sí, para que pueda devorarte. ―dijo Rosé antes de besarla.

Lisa ahogó una risa y devolvió el beso, feliz de que su novia le dijera esas cosas. De alguna forma, cuando Rosé actuaba así y decía ese tipo de palabras, el corazón de la omega saltaba en alegría e ilusión. Era como si olvidara todas sus inseguridades.

La omega emitió un gemido bajo cuando la boca de Rosé se deslizó por su cuello. Casi de manera automática, se recostó en el suelo y sintió el beso de la alfa encima suyo, y las manos de Rosé se deslizaron por su cintura hacia abajo. Lisa se sobresaltó un poco cuando sintió los dedos agarrándole de los muslos con fuerza, y barboteó un jadeo entrecortado al sentir una leve humedad en su parte intima.

¿Era la primera vez que Rosé la agarraba de esa parte directamente, sin una prenda encima?

La respuesta no se concretó porque fueron interrumpidas.

―¡Ustedes, niñas calenturientas!

Rosé la soltó y retrocedió casi de un salto, como un gato. La estúpida comparación estuvo a punto de hacerla reír, al menos, hasta que vio al inspector de patio frente a ellas con mala cara.

―¡Este colegio no es un motel! ―les dijo él hombre, y Lisa se enderezó, acomodándose la playera.

―¡Perdón, se-señor Han! ―gritó Lisa, bajando la vista ante él inspector, que era un híbrido de alce.

―¡Como las vuelva a pillar así ―dijo él inspector― llamaré a sus padres! ¡Lo que le faltaba a este colegio, un montón de críos en celo...!

Y se fue rezongando, enfadado.

Rosé aclaró su garganta, con la piel bastante roja y los labios hinchados.

―Mierda ―la escuchó murmurar―, lo siento, Lils. Disculpa, tengo que irme...

―¿Qué? ―Lisa sacudió su cabeza―. ¿Por qué?

Rosé la miró de reojo. De pies a cabeza, otra vez, y desvió la vista.

―Acabo de recordar un trabajo que no entregué.

Y, sin darle tiempo para añadir algo, la alfa se apresuró en recoger su mochila y casi irse corriendo de allí, dejando a una muy confundida omega sentada en el suelo. Un minuto después, el timbre para volver a clases tocó y no le quedó más remedio que entrar al colegio.

Sin embargo, el comportamiento raro de Rosé no cambió por el resto del día. En los siguientes recreos, al verla sólo le daba un beso en la boca, le volvía a ver el cuerpo entero y salía con alguna excusa como ir al baño o hablar con algún profesor. Para el almuerzo, todas comieron juntas y usaba a las chicas como cualquier excusa para no tocarla demasiado. Sin poder evitarlo, Lisa se empezó a sentir un poco insegura con su aspecto.

―¿De verdad me veo linda? ―le preguntó a Jennie en la última clase del día, que era Artes.

Jennie volteó su vista del caballete en el que pintaba. Lisa no entendía lo que estaba haciendo, pero su amiga decía que eso era arte. Para la omega ardillita, parecía sólo un montón de trazos hechos al azar.

―Claro que sí ―le dijo la zorrito, sorprendida―. ¿Por qué? ¿Alguien te ha dicho lo contrario?

―No. ―Lisa no quiso decirle que sentía que Rosé la estaba evitando.

El fin de semana pasado tuvo cita con su psicóloga y ella le comentó que, a veces, era necesario empezar a diferenciar sus ideas preconcebidas con la realidad. Lisa sentía que no se veía bien, pero ¿Era así? Todos le dijeron que estaba muy bonita, incluso Rosé, entonces ¿Había algún motivo para pensar todo lo contrario? Claro que no.

¿Rosé le estaría evitando, entonces? Ninguno de sus amigas hizo algún comentario e, incluso, tuvieron una caliente sesión de besos más temprano, antes de ser descubiertas. ¿Sería una idea preconcebida de Lisa?

Para el final de la clase, cuando ya tocó el timbre para irse del colegio, Lisa decidió ir en busca de JiHyo. No iba a irse con Rosé ese día porque tocaba taller de básquetbol, pero quería aprovecharlo para hablar con la prima de su novia. A veces, JiHyo era bastante hocicona sin querer serlo a propósito, y Lisa podía aprovecharlo a su favor.

―¿Qué pasa? ―preguntó JiHyo cuando la vio aparecer―. ¿Me has extrañado, Lisa? ¿O alguien te está molestando? ―puso una mirada amenazante.

―No, JiHyo ―se apresuró en decir Lisa―, es sólo que... Uh... Rosé ha estado un poco rara, ¿No crees?

―¿Rara? ―JiHyo borró la cara de chica mala y sonrió―. Mi prima es rara, Lili. Ya sabes, comer ardillas de niña y ahora tener de novia a una...

―¡Oye, no seas grosera! ―saltó Lisa, indignada―. Rosie ya me dijo que fue un accidente.

―Sí, accidente, así le llaman ―JiHyo soltó una carcajada―. ¿Qué pasa, Lisa? ¿Estás celosa? No debes preocuparte, Rosé es incapaz de engañarte.

―No me ha dado muchos besos hoy ―se quejó Lisa, inflando sus mejillas con disgusto―. Sólo me ha dado siete, cuando normalmente me da veinte ―sus ojos se pusieron llorosos―. ¿Ya no le gusto tanto?

JiHyo sacudió la cabeza y le dio un abrazo por los hombros, haciéndola caminar.

―¿Cómo puedes decir eso? ―la alfa sacudió su cabeza―. De seguro se anda poniendo caliente con tus besos, y tú vistiéndote así... Pobrecita...

―¿Cómo? ―Lisa levantó sus orejitas en señal de alarma.

―Pues eso ―JiHyo se encogió de hombros―. Los híbridos de pantera tienen dos celos anuales, ¿No lo sabías? Uno al finalizar otoño y el otro al comenzar primavera.

―¿Su... Su celo?

―Sí, tal vez comenzará mañana o en unos dos días. Yo apuesto más por mañana ―puso una cara de secreto―. No le digas que te dije, pero me ha dicho que se muere por morderte los muslos.

―¡JiHyo! ―se escandalizó Lisa.

―No es broma ―insistió la híbrida de hámster―. Me lo confesó hace como un mes, pero ahora, al verte así, ha tenido que volverse loca. Debe verte y ponerse taaaaaaaan cachonda...

Mala idea, Lisa no tuvo que haber ido con JiHyo. Estaba escuchando más información de la que era capaz de procesar. La alfa podía soltar ser demasiado chismosa a veces.

Se apresuró en despedirse e ir al baño para echarse agua en el rostro, queriendo controlar su respiración y, peor aún, los pensamientos sucios que aparecieron de pronto. Claro, claro, ¡Ahora todo tenía sentido! JiHyo estaba en lo correcto, las panteras tenían dos celos y ahora correspondía el segundo. Las ardillas, por otro lado, tenían tres anuales: uno en primavera, otro en verano y un tercero en otoño, porque invierno era para hibernar y descansar.

El celo, ¡El celo! Rosé tenía que estarla evitando por eso, quizás se dio cuenta cuando fueron descubiertas de que no iba a aguantarse, ¡Su novia jamás la besaba así en el colegio! Era muy discreta con lo que ellas hacían.

Entonces, pensó en lo que iba a hacer. Por lo que sabía, los celos de pantera duraban entre tres a cinco días. Ella todavía no se sentía muy segura de pasar un celo con Rosé, no porque no lo quisiera, sino porque no sabía si estaba preparada para eso. Normalmente, en los celos, la omega obtenía la ansiada marca, y Lisa quería estar lista para eso.

Pero... Pero también le ponía un poco ansiosa (quizás, en el buen sentido de la palabra) pensar en que Rosé se calentara con ella. ¿No le había agarrado los muslos con fuerza esa mañana? Qué vergüenza.

Mordió su labio inferior y tomó una decisión rápida. Que las santas bellotas de sus antepasados la perdonaran.

Rosé había tenido un día muy agotador tratando de no mirar (demasiado) a los grandes muslos regordetes y firmes de Lisa. Al menos, pensó mientras se bajaba del bus que le acercó a su casa, el taller de basquetbol le quitó mucha energía, porque eso era lo terrible de sus celos: la energía parecía aumentar a mil, todo con el objetivo de procrear. Re-pug-nan-te.

Es decir, no repugnante si lo hacía con Lisa. Quería hacerlo con Lisa. Era repugnante si lo hacía sola y en sus sábanas. As-que-ro-so.

Sacudió su cabeza, con el cabello pegado a la frente debido a la transpiración, tanto por el calor, el ejercicio y el pre-celo. Ya podía estar un noventa por ciento segura: el celo iniciaría mañana. El problema del celo animalístico era que uno perdía un poco el razonamiento, y por lo mismo, no podía controlar la transformación. Por lo normal, debían consumir algún supresor que calmara lo suficiente el instinto animal y quedar sólo en sus formas humanas, o tumbados en sus formas animales. De lo contrario, era difícil controlarse y podían generarse algunas situaciones... Incómodas. O raras. Lo que fuera. Ellos eran mitad animales, pero algunas cosas eran complicadas de hablar sin que le miraran como un raro.

Abrió el portón y sus ojos chocaron con Lisa, que estaba sentada contra su puerta. Se sintió atónita al verla allí, con la omega sonriéndole como si nada. Como si no estuviera mostrándole esos bonitos muslos que le hablaban para que los mordiera.

―¡Hola, bebé! ―saludó Lisa, contenta―. Pedí pizza, ¿Quieres pizza?

―Hola, cariño. ―Rosé se forzó a desviar sus ojos de las piernas de Lisa y centrarlas en su rostro. Sí, su rostro, esa carita rechonchita, inocente y perfecta para...

Parpadeó. No, no por ese camino.

―¿Me estabas esperando desde hace mucho? ―preguntó Rosé, sacando las llaves de su casa―. ¿Jake no estaba?

Nop ―Lisa entró detrás de ella―, me ha dicho que saldría con sus amigos y me imaginé que tus padres estarían fuera.

Mmmm ―Rosé se quitó la mochila y zapatillas―, esto suena a una trampa para que comamos juntas.

―¿Una trampa? ―Lisa cerró la puerta―. Puede ser... ¿Quizás para que me comas a mí?

Rosé casi se quebró el cuello cuando se giró a verla.

Lisa estaba de pie ante ella, con una expresión tímida y levemente colorada. Rosé humedeció sus labios casi en automático, pero todavía quedaba el suficiente raciocinio en su cabeza para hablar.

―¿Limario? ―preguntó, tratando de ser cuidadosa―. ¿Qué dices?

―Estás en pre-celo ―Lisa comenzó a pucherear, sabiendo que eso hacía que su corazón se ablandara―, y me has mirado todo el día los muslos, RoRo.

Ah... ―desvió la vista con vergüenza―. Perdón, cariño, no quería incomodarte.

―No pidas perdón ―la omega se le acercó―. ¿Por qué... Por qué no hacemos algunas... Algunas cositas...?

La primera idea que tuvo Rosé fue de echarla un poco para atrás y preguntarle varias veces si estaba segura, pero enseguida notó la expresión de Lisa. Y pudo concluir dos cosas rápidas: a Lisa le costó mucho decirle algo como eso, y si le decía que no o trataba de asegurarse con sus preguntas, quizás le pondría insegura o heriría en el ego. Ella no quería hacer eso.

Pero no pudo evitar preocuparse un poco, porque si bien era su pre-celo, temía que hacer algo con Lisa provocara que el celo se le adelantara. No quería hacerle daño a su omega, de ninguna forma.

Lisa le agarró la mano.

―Confío en ti. ―le dijo, con amor en su voz.

Rosé le dio un apretón y tiró de ella.

―Ven, estarás más cómoda en mi cuarto.

La omega se dejó llevar, sólo concentrándose en el suave aroma de Rosé, que de alguna forma estaba calmando a su enloquecida omega. Ese olor siempre servía para hacer que su corazón latiera rápido al inicio, pero luego se tranquilizara, ya que ese era su lugar seguro.

Las dos se sentaron en la cama, se miraron unos segundos a los ojos y, de pronto, Rosé la estaba besando. Lento al inicio, un suave toque de mariposa que pronto se profundizó en algo más, como esa mañana. Lisa abrió su boca, sintiendo la lengua de la alfa contra la suya, y gimió suavemente, echándose en la cama.

Rosé se acomodó encima de ella, besándole el cuello y encima de su glándula de feromonas. Sin poder evitarlo, la omega empezó a emitir suaves chillidos de ardillita que provocaron que la alfa gruñera, pero en lugar de asustarla, Lisa sólo se excitaba más y más. Su entrada se apretó en la nada, lubricando ante los suaves toques que recibía en su piel, y de pronto, los dedos de la alfa estaban en sus pantalones.

Dejó que se los quitara y cayeron al suelo. Rosé no hizo el amago de bajarle la ropa interior o sacarle la playera, consciente de que Lisa no le había dado permiso para eso. Los ojos de la omega le decían lo que podía y no podía hacer. Pero a la alfa no le importaba demasiado, porque eso era ya suficiente para ella: Lisa con su carita escarlata, los ojitos llorosos y las piernas abiertas, con esos preciosos y desnudos muslos para hacer lo que quisiera.

La alfa le agarró primero de las rodillas y se inclinó.

―Si te duele... ―le murmuró Rosé.

―Te voy a patear. ―le dijo Lisa.

Rosé sonrió, orgullosa de que su omega se defendiera así.

Primero le besó en esa zona, de las rodillas, y escuchó cómo la respiración de la omega se cortaba un segundo. Lo hizo un par de veces, antes de comenzar a bajar hacia los muslos internos. Su nariz percibió el aroma del lubricante, la vainilla inundando el lugar, y sin poder evitarlo, le lamió el muslo izquierdo antes de posar sus labios y comenzar a chupar y mordisquear.

Lisa soltó un gemido sonoro, cubriendo su boca para tratar de ahogar los siguientes, aunque apenas lo logró. La boca de Rosé, posada en su pie desnuda, era la gloria misma, con los dientes rozando y marcando, los labios chupando y amoratando esos lugares en un claro gesto de posesión. Sus ojos revolotearon, sintiendo la manera en que chorreaba, y una parte suya quería pedirle más, con la zona de su cuello latiendo por una marca.

No, no, no. Todavía no, logró convencerse a duras penas, y los dedos de Rosé estaban agarrándole los muslos, casi la zona del trasero, con mucha fuerza. De seguro le dejaría un par de marcas, sin embargo, a Lisa no le importaba en ese momento. No con la boca de Rosé cerca de su entrepierna.

―A-Alfa ―gimió, moviendo sus caderas―, alfa...

―Omega ―escuchó gruñir―, mía, mi omega...

La voz ronca de Rosé era el éxtasis mismo, emitiendo esos salvajes gruñidos, y Lisa pudo ver las estrellas cuando el orgasmo estalló de manera repentina, haciendo que su jadeo se alargara en un sonido entrecortado y tembloroso.

Rosé estaba, de manera repentina, frotándose contra su entrepierna, y entre el sobre-estímulo pudo percibir la dureza antes de oír también su gemido ronco. Lisa volvió a estremecerse.

Estuvieron unos segundos en silencio, con sus respiraciones acompasándose.

―Lils ―escuchó murmurar, y Lisa trató de enfocar su vista en el rostro de Rosé. Se veía muy atractiva con el rostro transpirado y colorado―, cariño...

―Te amo. ―barboteó Lisa.

Rosé sonrió y se inclinó para darle un beso.

―Yo también ―le prometió―, ¿Estuvo bien? ¿No me excedí?

Nop ―Lisa la abrazó por el cuello, acurrucándose contra ella―, me gustó. Me gustó mucho.

―A mí también ―Rosé le besó la frente―. ¿Realmente pediste pizza o esa fue tu excusa para que te invitara a entrar?

Lisa soltó una risa.

―Pedí la pizza ―aseguró Lisa―. ¿Ya tienes hambre?

―Un poco ―Rosé se enderezó unos centímetros―, pero si dejas que te coma otra vez, quizás se me pase...

―¡No te aproveches!

Rosé sólo le hizo cosquillas, haciéndola reír, y Lisa ya estaba ahora, totalmente segura, de que la alfa era el amor de su vida. Su único amor para toda la vida.

¡Gracias por leer!

—🌷

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