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32

Haerin odiaba las pulgas. Las pulgas entraban en su lista de cosas que más odiaba en la vida, casi comparable a la carne o las berenjenas (odiaba el sabor amargo y una vez comió una sin preparar).

Minji sabía eso. A Minji también le molestaban, porque las pulgas significaban contacto cero con la afectada. El problema de ser mitad animales es que sufrían mucho más con esos pequeños insectos y debían recurrir a baños seguidos con shampoo especial. Además, a Haerin le afectaban el doble debido a su pelaje, pues era abundante y largo; Minji, por el contrario, tenía un pelaje más corto, por lo que no era propensa a ese tipo de plaga.

Cuando Minji se dio cuenta de que Haerin estaba con pulgas, montó en cólera y pegó unas maldiciones capaces de espantar a medio mundo.

Fue un desastre desde el inicio. Minji había notado a Haerin un poco rara durante la mañana, pero luego se fue a su clase. La omega tenía el día libre y, al ser invierno, había mencionado algo de que anidaría durante la tarde en su forma ardilla. Luego de tantos años de noviazgo, Minji se había acostumbrado a ese instinto de hibernar que la omega poseía durante la época invernal. Haerin solía dormir y comer más, y anidaba casi cada día, convertida en una pequeña ardillita y durmiendo en esa forma.

Así que no se dio cuenta hasta que volvió de clases, pasadas las siete de la tarde y llevando, además, comida rápida para compartir con Haerin. De seguro se despertaría con mucha hambre. Sirvió la comida en platos antes de ir en busca de la omega, entrando al cuarto a oscuras y yendo hacia la cama, donde había un montón de prendas suyas esparcidas.

―Hae ―habló Minji, comenzando a remover su ropa para encontrar a Haerin―, vamos, bebé...

Sonrió al verla acurrucada, aunque con los ojos ligeramente abiertos. Se alejó un poco, dejando que se estirara, y eso comenzó a hacer la omega... Hasta que se detuvo a mitad de camino para rascarse el vientre. Y luego la cabeza. Y la cola. Y otra vez el vientre.

La sonrisa de Minji se congeló.

―Hae ―volvió a hablar, y su voz tembló―... ¿tienes pulgas?

La ardilla dejó de rascarse. Minji no quería entrar en pánico, pero la luz y todas esas prendas no le ayudaban mucho a descubrir la verdad. Cuando agarró su sudadera verde y la tiró, Haerin chilló por el horror al ver su nido destruido.

―¡Mierda! ―gritó Minji también al ver a esos asquerosos y repugnantes insectos aferrados a la ropa.

Al mirar a Haerin, ya no había una ardillita allí, sino su novia... con toda la carita llena de ronchitas por las picaduras de pulgas.

―¡Deja mi nido! ―exclamó Haerin, sin importarle su aspecto, sólo preocupada por el nido―. ¡Lo... lo estás destrozando!

―¡Haerin! ―Minji le miró con disgusto―. ¡Estás llena de pulgas! ¡Hay que lavar todas estas ropas y... y las sábanas de la cama!

—¡Nooooooooooooooooooo! ―chilló, y sus ojos se llenaron de lágrimas―. ¡De-devuélvelo, dámelo!

Minji no se lo devolvió. Claro que no. Ignorando sus quejidos, su llanto y súplicas, agarró todas las prendas y quitó las sábanas de la cama.

―¡No, Min, no! ―lloró la omega―. ¡No seas... no seas mala! ¡E-estoy bien!

A la alfa le rompía el corazón, en especial porque sentía la desesperación de la omega a través del vínculo, pero ante esa plaga, no podía ceder. Al fin y al cabo, era por el bien de su novia también, aunque ahora no lo viera así.

Al notar que no iba a detenerse, Haerin lloró con más fuerza. Minji sabía lo mucho que su novia amaba hacer nidos y quedarse en ellos en su forma animal, envolverse en el aroma de la alfa y poco más apestar a sus feromonas. A Minji tampoco le molestaba eso. En especial durante el invierno, a la castaña le encantaba sentirse rodeada por el calor del nido. Lo que estaba haciendo Minji era casi una tortura para ella.

―¡Mi nidoooooo! ―sollozó, desconsolada cuando la vio echar todas las ropas y sábanas a la lavadora―. ¡Devuélvelo, lo... lo quiero de... de vuelta!

Minji echó el detergente y echó a correr el agua. Haerin gritó y derramó más lágrimas, que parecieron detenerse brevemente cuando la alfa fue al baño y abrió la llave de la ducha.

―Hae...

―¡Waaaaaaaaaaaaah, noooooooooooooooooo! ―fue lo último que gritó Haerin antes de transformarse en ardillita y querer escapar de Minji.

No llegó lejos. Kim tenía reflejos más rápidos y la atrapó cuando quiso meterse bajo el sofá por la desesperación. La alfa hizo mohines de dolor debido a que la ardilla se revolvió en miedo y locura, rasguñándole y mordiéndole los dedos. Sin embargo, sólo la sostuvo con más fuerza y llevó al baño.

Si había algo que Haerin odiaba también eran los baños para quitarse las pulgas. Debía aplicarse un shampoo especial en su forma animal para quitarse aquellos insectos, refregarle bien y quitarle, prácticamente, todo el aroma de la alfa. La pequeña se la pasó chillando todo el baño sin control.

―Ssshh, shhhh ―murmuró Minji con pena mientras le echaba más shampoo y Haerin lloriqueaba―, tranquila, bebé, sólo sopórtalo un poco más...

La omega sólo chilló y se quejó. Minji sabía que casi era un trauma para su novia, así que una vez la terminó de bañar, se apresuró en secarla y luego envolverla en una manta. Su pequeña ardillita respiraba aceleradamente y casi se hizo bolita entre las mantas, y aunque se viera extraño, Minji la cargó como una bebé, pegándola a su pecho para envolverla en feromonas. Escuchó su gemidito de lloriqueo, buscando en su celular el número de Danielle.

―¡Tú, loba pulgosa! ―gritó con enfado cuando su amiga contestó.

―¿Holaaaaaaaaaa? ―farfulló Danielle, confundida ante el grosero saludo.

Haerin cerró sus ojitos, emitiendo un nuevo gemidito. Gracias a sus oídos de ardillita podía escuchar la conversación sin ningún problema, y a pesar de que sabía que Minji estaba enfurecida, no se asustó. Ahora lo único que quería era consuelo de su alfa.

―¡Tu llenaste de pulgas a Hae, ¿cierto?! ―acusó Minji con odio―. ¡Te he dicho millones de veces que cuando estés pulgosa, no te acerques a mi novia!

La ardillita se removió en sus brazos, pero como si fuera una recién nacida, Minji la meció y comenzó a caminar por el comedor. Eso pareció calmarla.

―Eeeeh, unnie, no sé de qué hablas...

―¡Por tu culpa tuve que romper el nido de Hae y está sin consuelo alguno!

―¡No le grites a mi novia! ―chilló Hyein al otro lado de la línea―. ¡Danielle no ha tenido pulgas desde el año pasado!

Eso pareció calmar los barboteos histéricos de Minji.

―¿Ah, de verdad? ―preguntó con tono extraño―. ¿Entonces quién más...? ―su voz se oscureció―. ¡Yunjin!

Sin esperar a que Danielle hablara, le cortó y procedió a marcar el número de Huh. Haerin volvió a revolverse, pero ahora sólo para sacar su cabecita y frotarla contra el pecho de Minji.

―¿Hol–?

―¡Zorro pulgoso! ―gritó Minji, volviendo al tono enojado―. ¡Tú le pegaste las pulgas a mi Rinnie! ¡Claro que fuiste tú!

Ahora lo recordaba con mayor claridad. Por supuesto que fue la idiota de Yunjin: la híbrida de zorrito tenía una tendencia a revolcarse donde fuera y, al menos una vez al año, debía bañarse con shampoo antipulgas por lo mismo. Y Yunjin las visitó la semana pasada porque Kazuha fue a ver a sus padres y estaba algo triste. Minji recordaba haber llegado de la universidad, cansada y agotada, pues ya estaba trabajando en su tesis, y fue directo a la cama para abrazar a Haerin. Y se encontró con el zorrito acurrucado al lado de su ardillita. Casi le salió un tic en el ojo al ver esa escena. ¡Ahí le pegó las pulgas!

―¿Aaaaaaaaaaaaaah? ―Yunjin se hizo la desentendida.

―¡Pásame a tu novia, ahora! ―exigió.

―¿Minji?

―¡Aleja a tu novia pulgosa de la mía por una semana o hasta que se le salgan las pulgas! ―reclamó―. ¡Si quiere venir a ver a Haerin, mantela limpia! ¡Sabes que Hae tiene mucho más pelo y las pulgas se le pegan más rápido!

Oh ―Kazuha permaneció un segundo en silencio―, lo siento, no me había dado cuenta de que Yunjin estaba pulgosa. La bañaré ahora.

―¡NOOOOOOOOOOOOOOOOO! ―se escuchó un grito al otro lado de la línea, y Minji cortó.

Con la cena ya fría, un humor de perros y su pobre omega mirándola con necesidad, la alfa fue hacia la cama. Dejó a Haerin en el suelo para tender nuevas sábanas y frazadas, y diez minutos después, estaba acostada, con la ardillita a un lado suyo. En un abrir y cerrar de ojos, Haerin volvía a estar en su forma humana, todavía con ronchitas en su rostro y los ojos llorosos.

―No me gusta ―murmuró la omega, sorbiendo por su nariz―, ya no... no huelo a ti... La cama tampoco hu-huele a ti...

―Oh, bebé ―murmuró la mayor, abrazándola y consolándola―, lo sé, pero no te preocupes. En un par de horas estarás apestando a mí.

―Y... y destruiste mi... mi nido...

―Estaba lleno de pulgas, mi amor.

Haerin se puso a llorar y Minji sólo la apretó más contra su abrazo.

―¿Te parece si mañana me quedo y hacemos un nuevo nido? ―sugirió la alfa, porque le destrozaba que su omega llorara de esa forma.

―¿Pu-puedes...?

―Siempre voy a poder por ti, mi bebé.

Recibió un fuerte abrazo y Minji, en definitiva, no dejaría que ningún animal pulgoso le hiciera pasar eso a su omega otra vez.

***

Debido a ese episodio, Haerin estuvo muy pegajosa con ella. Demasiado. La abrazaba y besaba mucho, se ponía en extremo posesiva, frotaba su carita contra el cuello de la alfa y se desesperaba por quedar impregnada en su aroma. A Minji no le importaba, no particularmente, y aprovechando que ambas tenían más tiempo libre, lo disfrutaban demasiado. Las dos se encontraban trabajando en sus tesis y pronto se titularían, por lo que ya no iban a la universidad todos los días.

Sin embargo, cuando pasó un mes y Haerin seguía con ese comportamiento insistente, Minji comenzó a preocuparse un poco. El olor de la omega se volvió algo dulzón y cambió ligeramente, pero la menor no pareció tomarle importancia. La alfa, por el contrario, creía que algo no iba bien. Haerin se enfermó las últimas dos semanas del estómago e iba a vomitar por algo que le cayó mal. Y lloraba mucho. Se puso a llorar demasiado cuando se comió un helado de almendras y vomitó, sin entender el motivo de haber sentido náuseas.

Ahora también estaba llorando, pero de la frustración.

―¡El nido... el nido no me sale! ―dijo, enfadada consigo misma, aunque también un poco con Minji―. ¡No sé... no sé por qué!

―Hae, ¿tú...? ¿Realmente lloras por eso? ―preguntó Minji, algo atónita.

Haerin la miró con cara de matarla. La alfa se arrepintió enseguida de haber dicho eso.

―¡Yo lloro por... por lo que sea! ―hipó, y agarró una almohada, como si estuviera dispuesta a ahogarla con ella.

―Ya, bebé, no te preocupes ―se apresuró a decir, emitiendo feromonas para calmarla—. Sólo... No es normal que llores tanto. Has estado muy sensible.

―¡Es que tú no me entiendes! ―se quejó la castaña, pero pareció calmarse al percibir las feromonas alfas rodeándola―. Desde que lavaste tus prendas...

―¡Eso fue hace más de un mes, Rin!

Otra vez se arrepintió de su acción, porque Haerin se lanzó a ahogarla con la almohada. Mientras Minji gritaba y Haerin se le subía encima para asesinarla, sintió con más fuerza el aroma de la omega. Era... era...

No sabía que demonios era, ¡pero distinto!

―¡Hae! ―gritó, agarrándole las manos para impedir un asesinato―. ¿No... no sientes que... que tu aroma es distinto?

Haerin detuvo sus intentos de muerte. Frunció el ceño ligeramente, atónita ante la pregunta.

―Uh... cambié de loción corporal hace unas semanas... A cocó y almendras, ¿no te gusta?

―No, no es eso ―Kim tiró a un lado la almohada―. Hueles... diferente. Raro.

La omega pareció volver a enfurecerse.

―¡¿Estás diciendo que huelo mal?!

Un nuevo intento de asesinato.

―¡Hae, no, no! ―se quejó Minji, luchando por respirar―. ¡Jamás hueles mal para mí! ―la omega parpadeó―. Sólo... Hueles muy reconfortante ―esa era la palabra exacta. Le recordaba un poco a cuando era pequeña y mamá la tomaba en brazos. Se quedó congelada―. Hueles... hueles a leche... A leche materna. ¿No estarás...?

Haerin barboteó algo, interrumpiéndola. Las mejillas de la omega se pusieron algo coloradas, como tratando de entender lo que le estaba diciendo Minji.

―Ahora que... que lo dices... ―mordió su labio inferior―. He estado algo irritable, ¿no?

―Y has tenido náuseas y vómitos ―señaló Minji.

―Tal vez no sean por algo malo que haya comido ―admitió Hae.

Volvieron a mirarse. Y hablaron al mismo tiempo.

―Entraré en celo ―dijo Haerin.

―¡Estás esperando a mis cachorros! ―gritó Minji, feliz.

Se callaron. Continuaron observándose una a la otra.

―¡No puede ser! ―chilló Kang, enderezándose―. ¡¿Pero cómo?!

Minji se sentó en la cama, con una gran sonrisa en el rostro.

―Siempre anudo en ti ―dijo como si nada. Haerin enrojeció.

―¡NO ME REFIERO A ESO, PEDAZO DE IMBÉCIL! ―gritó, espantada―. ¡Nosotras...!

Y enmudeció. Porque Minji tenía razón. Ellas no solían cuidarse mucho, y era una gran sorpresa que no hubiera quedado preñada antes.

―¡Necesito un test! ―dijo, incrédula―. ¡Quizás sólo sea un celo...!

―O gases ―bromeó Minji.

Haerin agarró la almohada y procedió a ahogarla. Nuevamente.

Una hora después, la alfa se paseaba en la habitación del departamento con aspecto ansioso. Haerin se encontraba en el baño, y Minji no podía dejar de sentir nervios. A pesar de llevar ya tanto tiempo con Haerin, que la había marcado y eran casi un matrimonio, tener hijos siempre le había hecho mucha ilusión. Ella sabía que para Haerin era parecido, pues lo habían conversado muchas veces, a pesar de que nunca hablaron sobre el momento idóneo para ellas.

La puerta del baño se abrió. Haerin salió.

―Negativo ―dijo.

La expresión de la azabache se llenó de desilusión, aunque trató de disimularlo.

―Oh, está bien. Tal vez sea tu celo...

―¡Bromeaba, es positivo! ―dijo Haerin, y se puso a llorar.

Minji se congeló. Y reaccionó unos segundos después, yendo hacia la pequeña para abrazarla y besarla.

―¡¿De verdad?! ―gritó, emocionada.

―¡Sí! ―lloró Haerin―. ¡Mira!

Y le mostró el test con las dos líneas rosadas. El corazón de Minji explotó en amor, con su alfa gritando de felicidad porque su omega estaba esperando cachorritos. Sus cachorritos.

―¡Oh, Rinnie...! ―exclamó queriendo besarla. Sin embargo, se detuvo cuando el llanto de su novia aumentó―. Oh, bebé... ¿tú no querías? ―preguntó, asustada.

―¡No puedo cargar bebés ―gritó Haerin―, porque yo sigo siendo una bebé!

Minji no pudo evitarlo y soltó una carcajada, sintiendo la felicidad de la omega a través del enlace que compartían. Le envió olas de calor y amor a través del lazo, ahora sí besándola y haciéndole saber lo feliz que se encontraba. Haerin sólo recibió el beso y lloró un poco más, pero el consuelo de su alfa era todo lo que necesitaba.

―Me... me pondré muy gordita ―barboteó Haerin más tarde, mientras estaban en la cama―. ¿Te gustaré incluso así?

La alfa tenía muy claro que, a veces, Haerin volvía a tener bajones o pensamientos invasivos. Era normal, al fin y al cabo, porque en su infancia y adolescencia fue muy dañada y ese tipo de daño no era algo que se borraba de un día para otro.

Así que sólo le besó la mejilla.

―Te amo en todas tus formas ―le aseguró, enamorada―. Además, ahora será porque cargarás con mi bebé. Es normal, Rin ―hundió su nariz en el cuello de Haerin, sobre su marca―. Tu aroma materno ya me encanta.

Haerin se rió por las cosquillas que le provocaba que Minji le hiciera eso.

―Podrían ser dos bebés ―bromeó―. Las ardillitas tenemos camadas grandes.

―No te preocupes ―insistió Minji―. Te amaré más cuando te vea cargando con mis cachorros ―un nuevo beso―. Te verás tan linda cuando estés panzona.

Ahora eso la enfadó.

―¡Eres horrible! ―rezongó Haerin, agarrando la almohada, y Minji simplemente se carcajeó por la felicidad. Su omega y sus cachorros eran todo lo que necesitaba para ser feliz.

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