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"Él lo sabe, Seojoon"

Aquello había sido suficiente para que el general Kim decidiera volver a la capital. Minutos antes había recibido la carta de Moonbyul, en la que le explicaba su visita al palacio y las palabras del rey, quien prácticamente había amenazado a su familia. No esperó ni un minuto más antes de partir, no sin antes dejar a Taehyung bajo el cuidado de Hanni y sus soldados de mayor confianza.

Durante el camino, no dejó de preguntarse cuándo el rey los dejaría en paz. Quizás el haber nacido con el apellido Kim los condenaba a una vida de obstáculos, pero era increíble cómo el monarca parecía no querer darles ni un respiro. Desde que conoció a Moonbyul y supo de su naturaleza, había comprendido lo difícil que sería su camino. Al principio, le había asustado, no lo negaba, pero pronto se dio cuenta de que todas las historias que había escuchado sobre personas como ella no eran más que calumnias creadas por la ignorancia y la envidia. Sí, existían personas capaces de cometer atrocidades, pero también había quienes solo buscaban el bien, como aquella chamana que ayudó a su esposa cuando dio a luz.

El problema era que la gente no entendía esa diferencia. Como él en un principio, la mayoría creía que lo diferente era sinónimo de peligro. Por eso, cuando Moonbyul le reveló que el rey había descubierto sus cabellos blancos, el miedo se filtró hasta lo más profundo de su ser. Sabía que el monarca no solo la juzgaría, sino que también alentaría a otros a hacerlo. No podía permitirlo. Tenía que llegar lo antes posible para protegerla, porque si bien el rey no había revelado nada aún, no tardaría en hacerlo si encontraba en ello algún beneficio.

Su caballo corrió durante días, deteniéndose solo cuando anochecía o cuando necesitaba beber agua. Cuando al fin arribó a la capital, encontró a su esposa esperándolo con el rostro tenso y los labios apretados.

—El rey ha mandado a llamarme de nuevo —le dijo con inquietud.

Seojoon no dudó en acompañarla. No buscaba un enfrentamiento, pero si el monarca amenazaba la integridad de su familia, usaría todos los medios a su disposición para defenderla.

Entraron juntos al salón del trono, donde el rey los esperaba, esta vez solo con la reina a su lado, quien se mantuvo cabizbaja.

—General Kim. —El tono del rey era pausado, pero Seojoon notó el desdén apenas contenido en su voz—. No esperaba su presencia aquí. Se suponía que debía estar al frente de sus tropas en el norte.

—Recibí noticias de que mi esposa había sido convocada. Consideré que era prudente acompañarla.

El rey esbozó una sonrisa vacía.

—¿Desconfía de mí, general?

Seojoon sostuvo su mirada sin inmutarse.

—Confío en que mi presencia aquí no es una molestia, majestad.

El rey soltó una leve risa.

—Por supuesto que no. Aunque... —su mirada se deslizó hasta Moonbyul— hubiera sido más sencillo si desde el principio no hubieran intentado ocultarme ciertas cosas.

El aire en la sala pareció volverse más pesado. Moonbyul apretó los puños, y Seojoon sintió el leve temblor en su mano.

—No sé de qué habla, majestad.

El rey ladeó la cabeza.

—Oh, pero creo que sí lo sabe, general. Durante años he escuchado rumores, susurros de la gente. Pero no soy un hombre que actúe basándose en habladurías. Me gusta confirmar las cosas con mis propios ojos. Y déjeme decirle... —su sonrisa se afiló— lo que vi me dejó fascinado.

El pulso de Seojoon se aceleró.

—Las supersticiones suelen llevar a la gente a conclusiones equivocadas.

—¿Supersticiones? —El rey soltó una carcajada seca—. General, usted y yo sabemos que lo que vi no fue una ilusión ni un simple rumor. Los dioses dejaron su marca en su esposa y, créame, el pueblo no tardará en verlo también.

Moonbyul bajó la mirada, pero su voz fue firme cuando habló:

—¿Qué quiere de nosotros?

El rey se inclinó ligeramente en su trono.

—No busco nada de ustedes, solo quier darles protección. Para ustedes, para su hijo. Sé que Taehyung se encuentra lejos ahora, pero tarde o temprano deberá regresar. Y cuando lo haga, quiero que esté donde pueda verlo. —Dijo con fingida preocupación—. La gente habla, general. Los rumores sobre su esposa han comenzado a extenderse y, en tiempos como estos, no podemos darnos el lujo de permitir que la duda y el miedo debiliten la estabilidad del reino.

Seojoon sintió el impulso de contestar, pero Moonbyul habló primero:

—¿Así que, en lugar de desmentir los rumores, ha decidido utilizarlos en su favor?

El monarca sonrió con falsa amabilidad.

—No se equivoque, mi señora. Lo que les propongo es una solución. Ustedes han estado bajo la protección de la corona durante mucho tiempo, pero si la gente comienza a temerles, ni yo podré evitar que busquen justicia por su propia mano. Sin embargo, si hay una forma de evitarlo, creo que es conveniente para todos pensárselo dos veces.

—¿Y qué solución es exactamente? —dijo Seojoon, aunque ya sabía lo que se venía.

—Una alianza entre nuestras familias. Su hijo y el príncipe Yoongi.

Moonbyul se tensó a su lado.

—¿Quiere que Taehyung se case con el príncipe?

—Exactamente. —El rey se inclinó ligeramente hacia adelante—. Un príncipe y el hijo de uno de los generales más leales del reino. No puede negarme que es una combinación perfecta. Además, desde la primera vez que lo vi, supe de inmediato que sería un hermoso omega y no dudo que será apto para concebir bebés sanos. Con esto, su familia no solo será protegida, sino que también estará vinculada a la corona de una manera... irrevocable.

Moonbyul no pudo contenerse, la manera en la que se había referido a su hijo simplemente le dio asco.

—¿Y qué pasará cuando a usted deje de convenirle esta unión?

El rey sonrió con una paciencia afilada.

—Eso depende de ustedes.

Seojoon no pudo evitar preguntar a pesar de que ya sabía la respuesta:

—¿Y si nos negamos?

El rey se encogió de hombros con teatralidad.

—Si aceptan, tendrán mi favor. Si rechazan... bueno, no haría nada. Pero el pueblo odia lo que no comprende. ¿Cuánto creen que tardarían en alzarse contra ustedes si alguien les da un empujón en la dirección correcta? —Tomó una pausa antes de continuar—. Cuando eso pase, no me quedará más opción que permitir que el pueblo decida su destino. Y ya sabemos lo que ocurre con las familias acusadas de brujería.

El general sintió la furia recorrerle las venas. Su instinto le pedía sacar su espada en ese mismo instante, pero sabía que no podía. No allí, no así. Miró de reojo a Moonbyul, quien mantenía la cabeza en alto, pero cuyo cuerpo temblaba sutilmente.

Tenían que aceptarlo, no les quedaba alternativa.

—Taehyung está completando su entrenamiento en las fronteras —dijo con voz controlada—. Eso le servirá en el futuro, y si su majestad desea que él sea el príncipe consorte Baekje, me temo que tendrá que esperar a que culmine.

El rey sonrió con satisfacción al ver que aquello significaba que estaban aceptando. No le agradó que pusieran sus condiciones pro de igual forma no se molestó en negociarlo, ya tenia lo que quería y eso era suficiente.

—Bien. Pero una vez que cumpla los dieciséis años, deberá regresar a la capital para casarse, ya que el príncipe  ascenderá al trono al cumplir 20 y necesita tener un compañero a su lado.

Seojoon asintió con rigidez. Moonbyul, en cambio, no disimuló su descontento.

Cuando salieron del palacio, ella se volvió hacia él con el rostro desencajado.

—No podemos permitir que Taehyung regrese.

—Lo sé.

—Si vuelve, lo tendrán bajo su control, no será un esposo. Y tú sabes lo que pasará sí él y el príncipe llegan a estar juntos.

El general apretó los dientes.

—Encontraremos la manera Moon, no dejaré que eso suceda.

Pero no sabían que alguien más los había escuchado.

En las sombras del pasillo, un guardia se deslizó silenciosamente entre las columnas de piedra, con su respiración era contenida y su misión clara. Cuando se alejó lo suficiente, se dirigió directamente a los aposentos del monarca.

Se inclinó profundamente ante él antes de informarle lo que sabía.

—Majestad. El general Kim y su esposa planean desobedecer su mandato. No tienen intención de traer al muchacho de regreso.

El rey cerró los ojos y exhaló lentamente.

—Por supuesto que no.

—Si me permite decirlo, majestad... el general Kim es un obstáculo. Es un hombre peligroso, y mientras viva, no podrá controlar a su familia.

El rey abrió los ojos. Había una sombra de duda en ellos, pero solo por un instante.

—Sí... —musitó—. Quizás he sido demasiado indulgente con él.

Su mente recorrió las advertencias de sus ministros. Seojoon era valioso, sí, pero también un riesgo. Mientras viviera, siempre habría resistencia. Y si el general Kim caía en batalla, sería solo un mártir. No habría escándalo, no habría sospechas.

Llamó a uno de sus hombres de mayor confianza.

—Hazlo ver como un accidente —ordenó—. Que esta sea la última batalla del general Kim Seojoon.

El soldado asintió y salió sin hacer preguntas.

El rey se quedó solo en sus aposentos, observando la luz de las velas parpadear.

—Si no puedo doblegarlo... —susurró para sí mismo—. Entonces no me sirve.





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La partida del general fue tan rápida como su llegada. Se marchó con la promesa del rey de que no permitiría que el pueblo actuara contra su familia mientras él estabilizaba la situación en las fronteras, que, en su ausencia, nuevamente se habían salido de control. Partió con más confianza en la seguridad de los suyos, sin saber que la suya propia pendía de un hilo.

Moonbyul se quedó con una opresión en el pecho, una sensación sofocante que le anunciaba desgracias. Aquella noche, cuando el general desapareció en el horizonte rumbo a la frontera, ella lloró. Lloró recordando el día en que todo comenzó, maldiciéndose por haber fijado sus ojos en un humano, por haberse entregado a él desafiando los límites divinos, pues ahora, gracias a ello, todo aquel que la conociera parecía estar maldito.

Por primera vez, maldijo a Tiempo por haberla castigado de esa manera. En su agonía, le suplicó que todas las desgracias recayeran solo sobre ella, que dejara a su esposo y a su hijo libres de todo castigo, pues ellos no tenían culpa alguna.

Pero, como si el dios respondiera con burla a su ruego, una brisa fría golpeó las ventanas, alzando las cortinas con violencia. El aire helado se deslizó sobre su piel como un presagio ineludible y Moonbyul sintió su sangre volverse hielo. Lo entendió. Él no estaba dispuesto a escucharla.

Así que lo único que pudo hacer fue rezar, confiando en que alguna deidad más compasiva se apiadara de ellos. Pero, como había sucedido tantas veces antes, solo recibió un silencio que no hizo más que carcomer su alma.

Fue solo cuando un soldado tocó su puerta que Moonbyul se secó las lágrimas y ordenó que entrara.

El soldado avanzó con pasos firmes hasta quedar frente a ella. Con una inclinación respetuosa, extendió un pergamino sellado.

—¿Qué es esto? —preguntó ella, con un hilo de voz.

—Mi señor la dejó antes de partir. Ordenó que se le entregara solo cuando hubiera cruzado los límites de la capital.

Dicho esto, el soldado se retiró con una última reverencia.

Cuando Moonbyul abrió la carta y leyó su contenido, la respiración abandonó su cuerpo. Sus manos temblaron y no pudo contener las lágrimas que brotaron sin remedio. Se aferró a la hoja con todas sus fuerzas, deseando que nada de lo escrito se hiciera realidad. Anheló con desesperación que Seojoon, su querido esposo, no se hubiera despedido con esas palabras... Que aquella carta no fuera la última que recibiría de él.

Mi querida Luna,

Escribo esto desde la distancia porque sé que, de habértelo dicho en persona, no me habrías dejado partir. Quiero que sepas que tú y nuestro hijo son lo más valioso que he tenido en esta vida. Perdona a este pobre soldado si no te dio el afecto que merecías, pero quiero que sepas que, en mi naturaleza huraña, los amé con todas las fuerzas que me fueron permitidas.

No sé si esta será la última vez que te escriba, mi amada omega. Mi futuro es incierto a partir de ahora. Quiero creer que la historia de mi familia no se repetirá, que mi destino no será el mismo que el de mi hermano... pero no puedo asegurarlo.

De cualquier forma, debes saber que, pase lo que pase, no los dejaré desprotegidos. El señor Lee está al corriente de la situación y no dudará en brindarles su ayuda si lo necesitan. Por favor, cuida de Namjoon. Yo me encargaré de que Taehyung siempre esté bien... incluso si ya no estoy.

Con todo mi amor,

Seojoon.

Al otro lado de la capital, Seojoon dio una última mirada antes de perder de vista la ciudad en la lejanía. Él tampoco deseaba marcharse. Se había repetido una y mil veces que no era cobardía querer quedarse. Pero aunque no lo admitiera, tenía miedo, y luchó contra ese sentimiento cuando, a través del lazo, sintió la tristeza de su amada llamándolo de regreso. Era algo inquebrantable; le permitía sentir todas las emociones de su Omega. Muchas veces habría respondido a su llamado, pero esta vez, con todo el dolor de su alma, dio la vuelta y continuó su camino.

Al llegar, su hijo lo esperaba con la misma sonrisa de siempre, tan animado y encantador que, por un momento, sus miedos desaparecieron.

—Papi, ¿mamá está bien? —preguntó el niño, conteniendo su alegría.

—Sí, Tae, ella está bien. Te manda sus saludos y muchos besos.

—Papi, extraño a mamá...

Taehyung mostró una expresión de tristeza al mencionarlo. Seojoon no pudo evitar sentirse mal por el pequeño. Si bien había sido entrenado desde sus primeros años con la rigidez de un militar, no podía ignorar sus frágiles sentimientos, que ahora, sin su madre cerca, seguramente estaban a flor de piel. Taehyung nunca había estado lejos de ella, y lamentablemente, por las circunstancias, ahora lo único que lo hacía sentir cerca de su madre eran las cartas que llegaban sin falta cada semana.

Se sentó junto a él, en el lugar donde antes había estado jugando. Observó una figura de conejo tallada en madera y la hizo a un lado para hacer espacio.

—Ella también te extraña, pequeño. Pero sabes que tienes que seguir aquí por tu propio bien. —Acarició su cabeza mientras Tae lo abrazaba—. La gente afuera es muy mala, y en la capital tú ya no estabas seguro.

—El príncipe no es malo —dijo encogiéndose un poco. Sabía que a su padre no le agradaba que tocara ese tema.

—Tae, ya lo hemos hablado antes. A veces, las personas solo muestran lo que quieren que veas.

—Pero el príncipe parecía muy sincero. Él me dijo que nunca diría...

Se interrumpió de repente al darse cuenta de que iba a revelar que Yoongi sabía sobre su cabello. Aquel día no se lo había dicho a sus padres para no preocuparlos más. Además, Yoongi había prometido no decir nada sobre lo que había visto, así que pensó que lo mejor era olvidarlo. Seojoon miró con curiosidad a su hijo, que parecía ocultarle algo, pero el niño rápidamente continuó despejando sus dudas.

—Me dijo que nunca diría mentiras.

—Pudo haberlo dicho antes, pero eso no te asegura que lo cumpla siempre.

Taehyung comenzó a dudar. Si lo que decía su padre era cierto... ¿se atrevería Yoongi a delatarlo? Quiso pensar que no. El príncipe era demasiado amable para hacer algo así.

Pero, de todas formas, la duda ya había sido sembrada. No se atrevió a refutar a su padre, pues él era un hombre sabio y, si lo decía, probablemente era cierto. Pero tampoco estaba de acuerdo con que todas las personas fueran malas. Había conocido a alguien que había sido honesto desde el primer momento y lo había tratado como ningún otro, sin protocolos ni etiquetas.

—Kookie tampoco es malo.

—¿Kookie?

—Sí, el hijo de la señora Eunha.

A pesar de que el general lo había visto algunas veces comportarse de manera cordial, no podía asegurar que aquel chiquillo no fuera una mala influencia para su hijo. De hecho, le había permitido a Taehyung visitarlo tantas veces solo porque no quería que se sintiera solo, no porque confiara realmente en él. Pero, de igual forma, decir que era malo sin conocerlo o saber cómo había sido criado sería juzgarlo injustamente. Por eso, no le dijo a su hijo lo que realmente pensaba.

—Supongo que no lo es —dijo, al ver que el niño esperaba su respuesta.

La emoción de Taehyung fue inmediata. Se levantó rápidamente y tomó la figura de conejo que su padre había apartado minutos antes.

—Él me regaló esto —le dijo, estirando la figura con orgullo.

—Es muy bonito.

Se notaba en los detalles el cariño con el que había sido hecho. Seojoon recordó el primer regalo de su hermano y, al ver la figura, no pudo evitar pensar en él. Deseaba que, si aquel chico no resultaba ser una mala persona, se convirtiera en alguien importante para su hijo, alguien que lo ayudara y lo protegiera de quienes quisieran hacerle daño.

La puerta sonó, anunciando la llegada de un nuevo visitante. Taehyung se levantó corriendo, pero antes de salir, pidió permiso a su padre. Sabía que, al otro lado, lo esperaba su amigo Jungkook. Seojoon asintió, advirtiéndole que no se quedara hasta tarde, y lo acompañó hasta la puerta, donde un pelinegro le hizo una reverencia en cuanto lo vio.

—Buenas tardes, general Kim.

—Buenas tardes.

Seojoon observó cómo ambos niños compartían una risa cómplice al cruzar miradas, recordando aquellos tiempos en los que él y su hermano hacían lo mismo frente a sus padres.

—Tae —lo llamó antes de que se fuera, al verlo impaciente por salir con su amigo—. Volveré a la frontera más tarde. Te quedarás con Hanni. No la desobedezcas, por favor.

Taehyung asintió con entusiasmo, despidiéndose de su padre, quien lo abrazó antes de dejarlo marchar en compañía de la criada. Seojoon lo vio alejarse entre risas, deseando que no fuera la última vez que escuchara esa melodía.

Jamás admitiría que, desde el nacimiento del pequeño Taehyung, una parte de él se había vuelto débil. Toda su vida había sido forjada en la disciplina y el deber. Su voluntad, endurecida como el acero de su espada. No conocía el miedo, ni la duda, ni la fragilidad. Pero el día en que sostuvo a su hijo por primera vez, algo en él cambió. Sintió el peso diminuto de aquel ser indefenso en sus brazos y, con él, una fragilidad desconocida. No era miedo ni vulnerabilidad en el sentido que siempre había entendido; era otra clase de rendición. La de un hombre que, sin haberlo planeado, encontró en aquel pequeño latido la única batalla que no quería ganar. Porque en esos ojos que apenas se abrían, en esos dedos diminutos que se aferraban a los suyos, descubrió su mayor fortaleza y su única debilidad.

Aquella tarde partió sin saber lo que le esperaba. Se ajustó la armadura con manos firmes, ocultando bajo el acero la sombra de un temor que nunca antes había sentido. No era miedo al enemigo ni a la muerte en sí, sino a lo que dejaba atrás.

Sus hombres lo siguieron con la confianza ciega de quienes han visto la guerra y han sobrevivido gracias a él. Pero el destino, cruel y silencioso, tejía ya su última emboscada.

La batalla estalló con furia descontrolada. El estruendo del acero, los gritos de los caídos y el silbido de las flechas rasgando el aire... todo se fundía en un caos implacable. Y en medio de la tormenta, el general peleaba como si fuera inmortal, como si la muerte no tuviera permiso de tocarlo.

Pero la muerte no pide permiso.

El golpe llegó cuando menos lo esperaba, un filo traicionero hundiéndose en su costado. Tropezó y su espada resbaló de sus manos ensangrentadas, y por primera vez en su vida sintió que el suelo lo reclamaba. El tiempo pareció detenerse, trató de mantenerse en pie, de aferrarse a la vida con la misma obstinación con la que había luchado siempre, pero sus fuerzas lo traicionaron. Alzó la vista y vio a sus hombres luchando, llamándolo sin saber aún que su líder ya no podría guiarlos. La guerra seguía rugiendo a su alrededor, pero él ya no pertenecía a ella.

Muy lejos de allí, su Moonbyul dejó caer la vasija que había estado adornando. Un escalofrío recorrió su espalda y un nudo invisible cerró su garganta. Llevó la mano al pecho, sintiendo un vacío repentino, una ausencia imposible de explicar. Algo dentro de ella tenía la certeza oscura de que algo malo estaba pasando. No necesitó palabras, ni mensajeros, ni pruebas. Lo supo en lo más profundo de su ser: su esposo, su amor, su otra mitad... se estaba yendo.

En el campo de batalla, el general exhaló un último aliento, susurrando un nombre que el viento arrastró hacia la distancia. No fue el nombre de su rey ni el de la guerra que había servido, sino el de la única persona a la que no quería dejar. Y aunque la muerte lo reclamaba, aunque la oscuridad ya lo envolvía, sonrió con la certeza de que, de alguna forma, ella lo había escuchado.

Mi luna, te amo.

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Cuídense 737
Liz.



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