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[Limites del reino del norte - Goryeo]
La brisa fría del bosque cortaba las mejillas del niño mientras corría, aferrado a la mano de su madre. El sol apenas iluminaba entre las ramas altas, proyectando sombras alargadas sobre el suelo. Las ramas crujían bajo sus pies, rompiendo el silencio del bosque. A lo lejos, el eco de voces desconocidas hacía que el corazón del pequeño latiera con fuerza.
—No te detengas, Kookie —susurró ella, apretando su mano con más fuerza.
El niño intentaba contener las lágrimas, pero no podía evitar mirar hacia atrás. Las hojas susurraban con cada ráfaga de viento, y las sombras de los árboles parecían figuras amenazantes que los acechaban.
—Mami, estoy cansado —murmuró con un hilo de voz, pero ella no respondió. Sus pasos eran rápidos y decididos, aunque él podía sentir cómo temblaba.
La tarde avanzaba, y las luces del día comenzaban a desvanecerse cuando se detuvieron junto a un tronco caído. La madre lo abrazó con fuerza, cubriéndolo con su capa para protegerlo del viento que comenzaba a enfriarse.
—Solo un momento más, mi amor. Ya casi estamos a salvo.
Ambos se cubrieron con unas ramas para pasar desapercibidos. El cansancio les impedía seguir corriendo, y el sonido de los caballos acercándose se hacía más fuerte. La madre contuvo la respiración, cubriendo la boca de su hijo para que no emitiera ningún sonido.
Pronto, los cascos resonaron a pocos metros de donde estaban. Ambos se quedaron petrificados al ver cómo uno de los hombres desmontaba, acercándose al lugar donde se escondían. Olfateó el aire como si percibiera algo, y la mujer apretó más los dientes, temiendo que las feromonas de su miedo delataran su presencia.
De pronto, el hombre se dio la vuelta.
—Ellos no están aquí —dijo a los demás, que también buscaban en los alrededores—. Y, de cualquier modo, si llegaran a estarlo, no sobrevivirán mucho tiempo antes de que las bestias terminen con ellos. Es hora de irnos.
—Pero, señor, la reina Jeon nos ordenó asegurarnos de terminar el trabajo.
—La reina dijo que los quería muertos, y eso es lo que pasará. Nadie puede sobrevivir a este bosque, menos con un niño.
Los demás se miraron con duda, pero antes de que pudieran cuestionarlo, el hombre dio la orden de avanzar hacia otra área del bosque. Antes de partir, lanzó un último vistazo a las ramas donde se escondían.
Cuando los sonidos desaparecieron por completo, la mujer y su hijo salieron de su escondite, retomando su huida en dirección contraria. La luz del día se había convertido en un velo anaranjado cuando cayeron las primeras estrellas. La madre estaba agotada, sin fuerzas, pues había cargado al niño en su espalda cuando este se negó a seguir avanzando por el cansancio.
Con sus últimas energías, divisó a lo lejos un grupo de cabañas iluminadas por velas. Despertó a su hijo, que se había quedado dormido mientras huían.
—Despierta, Kookie. Ya llegamos.
El niño, aún soñoliento, abrió los ojos y vio las luces que parpadeaban a lo lejos.
—¿Dónde estamos, mami?
—Es Baekje. Aquí estaremos seguros, bebé —le dijo con voz tranquila, aunque sus ojos estaban llenos de lágrimas.
—¿Nos fuimos de casa porque papá no nos quiere?
La mujer negó con la cabeza, acariciándole el rostro.
—Claro que no, mi bebé. Pero estaremos mejor aquí, te lo prometo.
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[Palacio Min]
El salón estaba iluminado con cálidas luces de velas, pero la atmósfera era tensa. El rey Min presidía la mesa con su semblante severo, mientras la reina Seo Ri, con una postura rígida, apenas tocaba la comida frente a ella. Los sirvientes pasaban en silencio, evitando cualquier movimiento que pudiera romper la calma frágil.
Finalmente, Seo Ri rompió el silencio con una voz contenida, aunque cargada de reproche.
—No entiendo por qué enviaste a Yoongi a la casa Kim. ¿No consideraste lo peligroso que podría ser?
El rey apenas levantó la mirada de su copa, tomando un sorbo de vino antes de responder con indiferencia.
—Fue una decisión estratégica.
—¿Estratégica? —La reina soltó una risa amarga—. Los Kim tienen un ejército leal, un poder que rivaliza con el nuestro. Si algo sale mal, ¿qué crees que harían con nuestro hijo?
El rey dejó su copa sobre la mesa con calma, aunque la tensión comenzaba a reflejarse en su expresión.
—¿Insinúas que no sé lo que estoy haciendo?—El rey miró de reojo con un tono de advertencia—. Nada saldrá mal. Yoongi está más seguro de lo que piensas.
Seo Ri apretó los labios, como si estuviera conteniendo palabras peligrosas. Después de un momento, las dejó escapar, su voz temblando de indignación.
—No puedo aceptar que mi hijo sea usado como una pieza en este juego político. No permitiré que mi linaje sea entregado a los Kim.
El rey ladeó la cabeza, evaluándola con una mezcla de incredulidad y burla.
—¿Tu linaje? —dijo, con un tono que goteaba sarcasmo—. No olvides que ese "linaje" al que te aferras solo existe porque este reino te salvó de la desaparición.
Seo Ri sintió cómo la sangre abandonaba su rostro, pero no respondió. El rey lo sabía —pero ella jamás lo diría en voz alta— que los Kim habían sido los principales responsables de la caída de Gaya, el reino del cual ella era la última heredera. Cuando Baeckje conquistó Gaya, su única opción para preservar a su pueblo fue aceptar un matrimonio político con el rey Min, convirtiendo a Gaya en un territorio dependiente. Había cedido su libertad para garantizar la supervivencia de su tierra, y ahora, ver a su hijo cerca de los Kim era una herida que se reabría una y otra vez.
El golpe de la mano del rey contra la mesa resonó con fuerza, haciendo que los platos y copas temblaran.
—¡Basta! —La voz de mando del alfa atravesó la sala como un trueno, cargada de autoridad. Seo Ri se quedó inmóvil, sus instintos de omega respondiendo al poder absoluto del rey. Su mente se rebelaba, pero su cuerpo no podía más que obedecer.
El rey se recargó en su silla, con una mirada cortante.
—Tu opinión ha sido escuchada. Ahora, cállate.
La humillación ardía en el pecho de Seo Ri, pero no dijo nada más. Bajó la mirada, sus manos aferradas con fuerza al borde de la mesa, mientras el silencio volvía a envolver el salón.
El rey desvió su atención hacia Yoongi, quien había permanecido en silencio durante toda la conversación, observando con el ceño fruncido.
—Yoongi —dijo con calma, aunque su tono seguía siendo autoritario—, dime, ¿descubriste algo interesante sobre el joven Kim durante su recorrido por el palacio?
Yoongi sintió un escalofrío recorrerle la espalda. Recordó lo que había sucedido en el jardín con Taehyung, las miradas intercambiadas y la inexplicable conexión que había sentido. Sabía que su padre no los había mandado juntos solo por cortesía; buscaba información. Pero no podía traicionarlo.
—No, padre. No hay nada relevante que contar. Solo lo que tú mismo pudiste observar cuando su familia se presentó en la corte.
El rey lo observó con atención, sus ojos afilados buscando alguna señal de mentira.
—¿Nada? ¿Estás seguro?
—Completamente.
El alfa no respondió de inmediato. Sabía que Yoongi le mentía; ya había hablado con la sirvienta que había acompañado a los jóvenes y, aunque no dijo nada concreto, su nerviosismo lo había dejado claro. Algo estaban escondiendo.
—Qué interesante... —murmuró, mientras su mirada se perdía en su copa. Después de un momento, agregó, con tono casual—. ¿Saben?, lo he estado pensando, un matrimonio entre nuestra casa y los Kim no sería una idea descabellada.
Las palabras cayeron como una bomba sobre la mesa.
—¡¿Qué?! —Seo Ri levantó la mirada, sorprendida y furiosa.
Yoongi, por su parte, apretó los puños bajo la mesa, sintiendo una mezcla de rabia y confusión.
—¿Hablas en serio, padre?
—Por supuesto. —El rey se encogió de hombros, como si fuera la cosa más lógica del mundo—. Si unimos nuestras familias, consolidamos nuestra posición y reducimos el riesgo de que los Kim intenten algo en nuestra contra.
—Eso es inaceptable —intervino la reina, con la voz temblorosa, pero firme—. No permitiré que uses a nuestro hijo como moneda de cambio.
Yoongi, aún en shock, encontró finalmente su voz.
—No estoy dispuesto a casarme por conveniencia—.Por un instante, sus pensamientos lo traicionaron. Aunque si fuera con él... no sería tan malo, se dijo, sin poder evitar pensar en Taehyung.
El rey lo miró con una mezcla de diversión y desafío.
—No estás en posición de decidirlo, Yoongi. Tú harás lo que sea por el bien del reino.
—No haré algo así —replicó el príncipe, con más convicción de la que esperaba encontrar en sí mismo.
El rey lo observó en silencio durante un momento, antes de esbozar una sonrisa fría.
—No te preocupes, hijo. Es solo una idea... por ahora.
Yoongi relajó ligeramente la postura, pero sus pensamientos seguían divididos. Una parte de él odiaba la idea de un matrimonio forzado. Sin embargo, cuando el rostro de Taehyung cruzó por su mente, una pequeña voz interna susurró que, si fuera con él, tal vez no sería tan terrible.
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[Casa Kim]
La luz tenue de las velas hacía brillar los ojos de Moonbyul, reflejando la angustia que la consumía. Estaba de pie, con los brazos cruzados sobre su pecho, su respiración agitada, mientras Seojoon la observaba desde el otro lado de la habitación.
—No debiste aceptar entrenarlo —su voz era un susurro tenso, pero el temblor en sus palabras la delataba.
Seojoon cerró los ojos un instante, intentando contener un suspiro. Se acercó a ella lentamente y posó una mano en su brazo con suavidad.
—No tenía opción, Moon. Era una orden del rey.
Ella se apartó de su toque, negando con la cabeza, sus ojos vidriosos por la frustración.
—Siempre hay opciones —su voz se quebró—. Pero tú… aceptaste sin dudarlo.
Seojoon la observó en silencio, notando la manera en que su pecho subía y bajaba rápidamente.
—Moon… —susurró su nombre con ternura, tratando de acercarse de nuevo, pero ella retrocedió.
—¿Cómo puedes estar tan tranquilo? ¿No ves lo que esto significa?
—Por supuesto que lo veo —dijo Seojoon con firmeza—. Pero estar en contra del rey en este momento no es una opción.
Moonbyul dejó escapar una risa amarga antes de cubrir su rostro con una mano temblorosa.
—No es solo el príncipe Min… —susurró, su voz apenas audible.
Seojoon frunció el ceño.
—¿A qué te refieres?
Ella alzó la mirada, y en sus ojos se reflejaba algo más que simple preocupación. Era miedo.
—Taehyung y el príncipe… hay algo en la forma en que se miraron hoy. Algo que no debería estar ahí.
Seojoon entrecerró los ojos.
—¿Estás diciendo que…?
—No lo sé —lo interrumpió rápidamente, su respiración entrecortada—. No puedo asegurarlo, pero… hay una posibilidad.
Seojoon se quedó en silencio, procesando sus palabras. Moonbyul había tenido visiones antes. Algunas vagas, otras demasiado claras… y ninguna había fallado.
—Moon, mírame.
Ella bajó la vista, incapaz de sostenerle la mirada.
—Si hay siquiera una posibilidad de que ellos… —su voz se rompió—, entonces él morirá, Seojoon.
Él sintió que su estómago se encogía. No era necesario que ella terminara la frase. Lo entendía perfectamente.
—No dejaré que eso pase —declaró con firmeza, tomando su rostro entre sus manos—. No mientras yo siga de con vida.
Moonbyul cerró los ojos, una lágrima rodando por su mejilla.
—Tienes que prometerme que lo mantendrás lejos de él.
—Te lo prometo —su voz fue un susurro cargado de emoción—. No permitiré que el príncipe Min se acerque demasiado.
Moonbyul asintió con los labios temblorosos, y Seojoon la atrajo hacia él, abrazándola con fuerza.
Después de unos segundos, su expresión se endureció.
—Voy a tomar precauciones desde ahora.
Se giró hacia la puerta y llamó a un sirviente.
—Llama a Namjoon.
Moonbyul lo miró con el ceño fruncido.
—¿Por qué Namjoon?
—Porque Taehyung confía en él. Lo escucha. Si hay alguien que puede asegurarse de que no haga tonterías, es él.
Ella vaciló, pero finalmente asintió.
Minutos después, Namjoon apareció en la habitación con el ceño ligeramente fruncido.
—¿Me mandó a llamar, tío?
Seojoon asintió y fue directo al punto.
—A partir de mañana, el príncipe Min entrenará en la casa Kim.
Namjoon parpadeó, sorprendido.
—¿El príncipe Min… aquí?
—Sí. No tenemos opción —su mirada se endureció—. Pero no quiero que husmee más de lo necesario.
Namjoon asintió lentamente.
—No dejaré que eso pase.
Seojoon lo miró con satisfacción, pero luego su expresión se suavizó un poco.
—Pero lo más importante… quiero que cuides de Taehyung.
Namjoon levantó la vista, sorprendido.
—¿De qué?
Seojoon apretó la mandíbula.
—De cualquier cosa que pueda ponerlo en peligro.
Namjoon asintió con determinación.
—Haré todo lo que pueda.
Seojoon le dio una palmada en el hombro antes de despedirlo.
Moonbyul lo observó con los ojos aún húmedos.
—También he hablado con el capitán Minno. Él estará atento a los movimientos del príncipe.
Moonbyul dejó escapar un suspiro tembloroso y asintió.
—Gracias, Seojoon…
Él la abrazó una vez más, acariciando su cabello con suavidad.
—No permitiré que nada le pase a nuestro hijo.
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El sol apenas había alcanzado su cenit cuando el príncipe Min Yoongi llegó a la residencia de los Kim para comenzar su entrenamiento. Vestía ropas sencillas, pero su postura erguida y su mirada fría recordaban a todos que, por muy lejos que estuviera del palacio, seguía siendo un Min.
El general Seojoon lo recibió con cortesía medida, sin rastro de calidez en su voz.
—Espero que no busques privilegios aquí, príncipe. En la casa Kim, todos son iguales bajo el peso de la espada.
—No espero menos, general —respondió Yoongi con calma, ocultando su incomodidad tras su tono sereno.
—Bien. Namjoon.
El joven Kim se encontraba a un lado del campo de entrenamiento. Sus ojos oscuros escrutaron al príncipe con una frialdad que no intentó disimular.
—Él será tu compañero de entrenamiento —continuó Seojoon—. Comiencen.
Namjoon desenvainó su espada con movimientos calculados. Yoongi lo imitó. Durante los primeros instantes, la práctica se desarrolló con la rigidez de cualquier entrenamiento militar, pero pronto la tensión se hizo palpable.
Los golpes de Namjoon comenzaron a volverse más agresivos. Cada choque de espadas resonaba con una violencia que iba más allá del ejercicio. En cada embestida, en cada arremetida furiosa, descargaba un odio que Yoongi no entendía del todo, pero que empezaba a sentir en la piel con cada impacto, cada vez más fuerte que el anterior.
—No bajes la guardia, príncipe —escupió Namjoon entre dientes, atacando con tal brutalidad que obligó a Yoongi a retroceder.
Sus movimientos se volvieron más salvajes. Ya no atacaba para medir las habilidades del príncipe, sino para hacerlo caer. Pronto, los tres años de diferencia se hicieron notar cuando el filo de la espada dejó una marca en el pálido rostro de Yoongi.
Pero tanta sed de pelea no era injustificada.
El reino de Baekje nunca había conocido el esplendor de las grandes dinastías, pero tampoco se encontraba en la decadencia que asolaba a su vecina Silla. La dinastía Min, consciente de sus limitaciones, había levantado murallas firmes, protegiendo con recelo lo poco que poseía de la voracidad de Goryeo, que desde el norte buscaba absorberlos en su ambicioso dominio.
Para fortalecer su posición, el rey Min y su esposa sellaron una alianza estratégica a través del matrimonio, uniendo fuerzas para garantizar la supervivencia del reino. Sin embargo, incluso aquella unión no bastaba para enfrentar las amenazas que acechaban, tanto internas como externas.
La estabilidad del trono dependía de los nobles, de sus lealtades y sus espadas. Entre ellos destacaban los hermanos Kim, Woobin y Seojoon, últimos descendientes de una dinastía olvidada que, con su destreza militar, mantenían a flote un reino cuyas bases eran tan frágiles como el cristal. Sin embargo, como en toda historia, el poder es una paradoja envenenada: mientras más dependía el rey de las alianzas que lo sostenían, más temía que estas mismas se convirtieran en dagas apuntando a su espalda.
El rey Min era el vivo ejemplo de esta contradicción. Aunque poseía riqueza y el título, sin el respaldo de los militares era poco más que un adorno en el trono. Pero al depender de ellos, se arriesgaba a que, en algún momento, aquellos que blandían las espadas se dieran cuenta de su propia fuerza y cuestionaran la legitimidad de su reinado.
Fue ese temor el que lo llevó a actuar con astucia y crueldad. Ordenó al general Woobin participar en tantas batallas como fuera posible, convencido de que una de ellas sería su última. Si los enemigos lograban acabar con él, el problema de un golpe de estado desaparecería junto a su cadáver.
Pero el destino parecía burlarse de sus maquinaciones, pues Woobin regresaba de cada campaña cubierto de gloria, victorioso y más admirado que nunca. Cada triunfo del general era una daga en el orgullo del rey. Mientras él perdía el favor de sus súbditos, los hermanos Kim se alzaban como figuras heroicas capaces de inspirar esperanza.
El golpe más doloroso llegó cuando el primogénito de Woobin, Kim Namjoon, vino al mundo. Su nacimiento encendió rumores que se extendieron como fuego por el reino. Las voces en las plazas, los mercados, e incluso los pasillos del mismo palacio, lo proclamaban como el próximo monarca. Insinuaban que si el reino no concebía pronto un heredero, el trono de Baekje podría caer en manos de aquel pequeño.
Cuando estos rumores llegaron a oídos del rey, no dudó en iniciar un plan tan retorcido como desesperado: ordenó a sus propios hombres, aquellos que supuestamente luchaban bajo su bandera, que traicionaran al general Kim Woobin y lo asesinaran en el campo de batalla.
La sangre del hermano mayor manchó la tierra de Baekje, no por obra del enemigo, sino por la sombra de la traición que el rey arrojó sobre él.
Namjoon nunca tuvo la certeza de lo que había pasado realmente con su padre, pero era lo suficientemente analítico como para tener una idea. Y eso no hizo más que alimentar su odio por la familia Min.
Por eso, incluso al ver pequeñas gotas de sangre aparecer en el rostro del príncipe, no se detuvo. Arremetió violentamente, haciendo tambalear a Yoongi. La espada de Namjoon apenas se detuvo antes de golpear nuevamente su rostro y cambió de dirección en un movimiento tan rápido que el príncipe ni siquiera tuvo tiempo de esquivarlo.
—¡Basta! —La voz de Seojoon retumbó en el campo de entrenamiento. En un parpadeo, su espada bloqueó la de Namjoon, evitando que impactara contra el costado de Yoongi.
Namjoon respiraba agitado, con los puños apretados. Yoongi, por su parte, se mantuvo en guardia, con una fina capa de sudor cubriendo su frente.
—Ven conmigo —ordenó Seojoon a Namjoon, llevándolo lejos antes de que algo peor sucediera. Su expresión dejaba claro que no estaba para nada contento con lo ocurrido.
Cuando estuvieron lo suficientemente lejos para que el príncipe no escuchara, Seojoon lo miró con dureza.
—No puedes hacer eso. No estamos aquí para matar al príncipe.
—Tío, yo solo estaba…
Seojoon lo interrumpió levantando la mano. No quería escuchar más.
—No quiero que el rey tenga una excusa para volverse en nuestra contra —su voz era baja, pero cargada de advertencia—. No seas un idiota, Namjoon. Debes aprender a elegir tus batallas, y desde ya te digo que esta no es una que puedas ganar.
Namjoon apretó la mandíbula, pero no discutió, consciente de que las palabras de su tío eran ciertas.
Mientras tanto, en el interior de la casa Kim, Taehyung se removía inquieto en su cojín. La lección de escritura que su madre impartía le resultaba más tediosa de lo habitual. Algo no se sentía bien.
—Mamá…
—Concéntrate, cariño —respondió Moonbyul sin apartar la vista del pergamino.
El niño frunció los labios, sintiendo el peso de la incertidumbre en su pecho. Entonces, escuchó los murmullos de las sirvientas en el pasillo.
"Al parecer entrenará todos los días."
"El príncipe Min sabe manejar bien la espada."
—¿El príncipe está aquí? —repitió para sí, aferrando con fuerza el pincel.
Yoongi.
No supo explicar por qué, pero un impulso se apoderó de él. Su cuerpo se movió antes de que su mente pudiera detenerlo. Se levantó de golpe, derribando su tintero y, antes de que su madre pudiera atraparlo, salió corriendo.
—¡Taehyung! —exclamó Moonbyul, pero su hijo ya se había escabullido por los pasillos.
El niño atravesó los corredores, esquivando sirvientes que lo miraban con asombro. Finalmente, llegó al patio de entrenamiento, pero corrió con tanta prisa que no se percató de la figura frente a él.
—¡Ah! —se quejó al caer al suelo.
Cuando levantó la mirada, su corazón dio un vuelco.
Yoongi.
El príncipe Min estaba en el suelo, frotándose el pecho por el impacto. Sus ojos oscuros y rasgados brillaban con sorpresa al encontrarse con los de Taehyung.
—Eres tú —murmuró Yoongi, mirándolo con fascinación.
Taehyung parpadeó varias veces, sintiendo cómo el calor subía a sus mejillas. Se sentía extrañamente mareado, pero no por el golpe, sino por el cosquilleo en su pecho al ver a Yoongi tan cerca.
Los sirvientes que lo seguían se detuvieron abruptamente, pero el mundo pareció volverse borroso para él. Solo estaba el príncipe Min, con su rostro inexpresivo y su cabello ligeramente revuelto.
—Se cayó, alteza —dijo Taehyung torpemente, sin saber qué más decir.
Yoongi parpadeó antes de soltar una suave risa.
—Tú también.
Era de nuevo esa expresión… el príncipe Min sonreía con una gentileza que lo desarmaba.
Pero el momento no duró mucho.
—¡Taehyung!
La voz de Namjoon rompió la burbuja que se había formado entre ellos. Moonbyul apareció junto a él y, al ver a su hijo en el suelo frente al príncipe, el miedo se instaló en su pecho. Seojoon y Moonbyul intercambiaron una mirada.
La expresión de su esposa lo dijo todo.
Era imposible separarlos.
Taehyung nunca había desobedecido.
Nunca había huido de sus clases.
Nunca había corrido tras alguien con tanta desesperación.
Y lo había hecho todo por Min Yoongi.
Moonbyul sintió un nudo en la garganta. Su visión se nubló por un instante al imaginarlo… su hijo, en brazos de aquel hombre…
No. No podía permitirlo.
Seojoon exhaló pesadamente y posó una mano en el hombro de su esposa.
Moonbyul conocía demasiado bien esa dinámica. La había visto repetirse en miles de personas con sus destinados.
Por eso, esa misma noche, le pidió a su esposo que tomara una decisión.
—En la siguiente campaña que el rey me asigne, me llevaré a Taehyung. No puede permanecer aquí, no mientras el príncipe siga con su entrenamiento.
Moonbyul se giró bruscamente, su rostro reflejando temor.
—¿Al campo de batalla? ¡Es un niño, Joon!
—No estará en la guerra —la tranquilizó Seojoon, tomando sus manos con suavidad—. Lo llevaré a un pueblo cercano a la frontera norte. Es un lugar seguro porque lo protegen tanto mis tropas como las del rey.
Moonbyul quería protestar; su instinto de madre le suplicaba que no lo dejara ir. Pero la imagen de Taehyung desobedeciéndola, corriendo tras Yoongi con una determinación que nunca había visto en él, la aterraba demasiado.
No podía perder a su hijo.
—Está bien —susurró con la voz quebrada.
Seojoon la envolvió en sus brazos con delicadeza, acariciando su cabello y liberando feromonas en un intento de calmar su angustia.
—Todo estará bien, Moon.
Pero ambos sabían que eso no era verdad.
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Cuídense 737.
Liz.
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