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"Su hijo ha nacido, Tiempo"
"Lo sé, ya me hice cargo de eso"
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Habían pasado solo seis años desde que todo había cambiado para ella. En otros tiempos, Moonbyul habría sonreído con alegría al pensar en los jóvenes amantes unidos por el hilo rojo del destino. Siempre había sido una fiel creyente de que las parejas hechas en el cielo eran las más perfectas, aquellas destinadas a vivir un amor eterno y puro.
Como la Luna, su propósito había sido unir los destinos de aquellas almas que, en sus vidas pasadas, no habían conocido el amor pleno o el gozo de compartirlo. Pero, ¿no era cruel encadenar a una persona al mismo destino una y otra vez, sin permitirle la libertad de elegir? Claro, para algunas almas el amor predestinado era un regalo, una bendición celestial, pero para otras era una condena disfrazada de romance. Las pruebas difíciles, las tragedias, los sacrificios... todo aquello que, según las leyes divinas, debía culminar en un amor verdadero, a menudo no era más que un juego cruel.
Esa verdad se le reveló el día que fue desterrada de los cielos, cuando el dios mayor la juzgó y le arrebató su don, acusándola de haber roto las reglas que regían el equilibrio divino. En un inicio sintió impotencia , pero pronto fue sustituida por un odio profundo al escuchar las profecias de la bruja que la había ayudado.
El destino de su hijo, concebido en secreto, no iba a ser diferente al de aquellos que ella misma había atado al hilo del destino. En su visión, la mujer le reveló que Taehyung, su pequeño, estaba condenado a encontrar a su “destinado”, un alma que lo amaría con devoción absoluta, hasta el punto de entregar su vida por él. Pero ese amor, lejos de ser una bendición, estaba marcado por el beso de la muerte.
Moonbyul lo vio todo, quizá su aura divina había desaparecido pero aún tenía vagas visiones del futuro esporádicamente y fue en una de ellas que su hijo se mostró muriendo en brazos de alguien que lo lloraba pese a qué su espada le atravesaba el corazón.
Desde entonces, había vivido con un miedo constante, un temor que la impulsó a proteger a Taehyung de todo y de todos. Junto a su esposo, Kim Seojoon, había construido un mundo cerrado, alejado del peligro, donde su hijo pudiera crecer bajo su estricta vigilancia. Le enseñaron a defenderse, a empuñar una espada, a observar cada detalle a su alrededor. Incluso sabiendo que Taehyung seria un omega, Moonbyul no permitiría que eso lo hiciera vulnerable. Estaba decidida a cambiar su destino, a desafiar lo que Tiempo y los dioses habían escrito para él.
Pero ahora, justo cuando creía haber construido una fortaleza alrededor de su familia, todo parecía derrumbarse.
Desde el día anterior, cuando Seojoon llegó con la noticia de que debían presentarse ante la corte, Moonbyul había tenido un presentimiento.
El vasto salón del trono, imponente y majestuoso, parecía contener el aliento, Moonbyul apenas podía concentrarse en el sonido de la conversación que mantenía el rey con su esposo; todo parecía más distante, como si el mundo hubiese comenzado a desvanecerse, pues su ojos estaban fijos en el Yoongi quien miraba con curiosidad a su pequeño.
Taehyung, inseguro pero curioso, levantó la mirada, y en el instante en que sus ojos se encontraron con los del príncipe, el tiempo pareció quebrarse. No fue un simple cruce de miradas; fue como si el universo entero se inclinara para presenciar el encuentro. Los ojos del príncipe Min, profundos y luminosos, destellaban con una mezcla de fascinación y ternura, mientras los de Taehyung titilaban con la timidez de una estrella descubriendo su lugar en el cielo.
El príncipe sonrió, una curva ligera en sus labios que destilaba calidez, casi incredulidad, como si hubiera encontrado algo largamente esperado. Taehyung, todavía titubeante, respondió con una sonrisa tímida, y en ese breve instante, un hilo invisible pareció entrelazarlos.
Moonbyul, incapaz de apartar la mirada, sintió cómo el peso de su visión regresaba con fuerza, pequeñas imágenes reproduciéndose en su cabeza. Era demasiado perfecto, demasiado puro, como para no ser obra del destino.
Mientras las voces de los adultos retomaban su curso y el salón recuperaba su bullicio con la respectiva presentación de cada familia, el mundo de Moonbyul permanecía estático. Su pecho se comprimió al ver la manera en que el príncipe Min no apartaba la mirada de Taehyung, y cómo su hijo, con una pureza desarmante, parecía entregarse a aquella conexión sin reservas.
Ella lo supo, pero en lo más profundo de su ser deseó que no fuera lo que estaba pensando.
Los segundos se hicieron eternos para Moonbyul mientras observaba todo. Solo cuando el rey llamó a su hijo pudo soltar el aire que había estado conteniendo, dejándose caer ligeramente sobre el hombro de su esposo. Seojoon, atento, la miró con preocupación al notar cómo algunas feromonas de su esposa comenzaban a expandirse, delatando su miedo.
—¿Qué pasa, Moon? ¿Estás bien? —preguntó Seojoon en voz baja, cuidando que nadie más pudiera escuchar.
—Sí —respondió rápidamente, enderezándose—. Estoy bien —añadió mientras su mirada se dirigía hacia Taehyung, quien ahora observaba con atención la conversación que el príncipe Min sostenía con su padre.
Aunque Seojoon asintió, no terminó de creerle. Sin embargo, sabía que ese no era el momento para preguntas. No allí, donde cualquier palabra equivocada podría despertar las sospechas del monarca o de sus aliados. En cambio, soltó discretas feromonas para calmar a su esposa.
En ese instante, el rey dejó de hablar con Yoongi, quien asintió respetuosamente antes de dirigirse hacia el general, que aguardaba ansioso por terminar aquella tensa visita.
—Mi hijo Yoongi necesita entrenamiento —anunció el monarca con voz firme, logrando que las miradas se centraran en él—. Ya tiene 10 años y no dudo que se presente como alfa más adelante, él es mi único heredero, pero no quiero que su reinado se limite solo a la política. En estos tiempos, el poder militar es esencial, ¿no lo creen? —Su mirada se clavó en Seojoon, cargada de una sutil amenaza—. Quiero que pueda liderar su propio ejército.
—Por supuesto, majestad. El príncipe debería entrenar con los mejores soldados del reino —intervino uno de los consejeros, compartiendo una mirada cómplice con el rey.
Seojoon comprendió de inmediato. Todo aquello había sido planeado desde el inicio. Sabía que el monarca había estado reclutando más soldados, incluso integrando a su ejército a antiguos rebeldes capturados en las fronteras. Su objetivo era claro: fortalecer su poderío militar. Y aunque algunos ministros parecían sorprendidos, Seojoon no dudaba que varios estuvieran confabulados con el rey. Una guerra se acercaba, pero no necesariamente contra el norte.
—Así es —continuó el rey con aire satisfecho—. Y es por eso que quiero que sea entrenado en la Casa Kim.
Silencio.
El general alzó la cabeza, incrédulo sin haber previsto esa posibilidad, en lo más profundo de su ser, sabía que aceptar al príncipe Min entre los suyos era arriesgado. Podría convertirse en un espía, infiltrándose en su entorno y desestabilizándolo desde dentro. Además, había secretos en la familia Kim que no podían ser expuestos, menos frente a un Min.
—Majestad, eso…
—Los Kim siempre han sido los mejores en cuestiones militares. Por eso permití que siguieran protegiendo el reino, incluso cuando eso me costó enemigos —sonrió con arrogancia, ignorando que él mismo había sido responsable de casi exterminar a la familia Kim—. En gratitud, quiero que tú y tus soldados entrenen al futuro rey de Baekje.
Un murmullo recorrió el salón. Seojoon apretó los dientes, repulsado por la hipocresía del monarca. Recordaba cómo el rey había orquestado la caída de su familia, eliminándolos uno por uno para consolidar su poder. La dinastía Kim había sido desmantelada, y su hermano Woobin, víctima de esa purga, todavía pesaba en su memoria.
—¿Qué dices, general Kim? ¿Dudas de que mi hijo tenga las habilidades para entrenar con los mejores? —inquirió el monarca, con el tono de quien disfruta poniendo a prueba a los demás.
—¿Cómo se atrevería un vasallo a desobedecer las órdenes de su majestad? —intervino el ministro Ho, un aliado cercano del rey, con una sonrisa burlona—. No creo que el general Kim sea capaz de semejante afrenta.
Los murmullos se intensificaron, y el aire en el salón se volvió aún más denso. Cualquier negativa sería interpretada como traición. Seojoon buscó apoyo en Moonbyul, quien apretó su mano con fuerza, negando ligeramente con la cabeza. Luego, sus ojos se dirigieron hacia la reina consorte, que parecía visiblemente molesta con las palabras de su esposo. Finalmente, miró al príncipe Min y, por último, al rey, cuya mirada expectante lo obligaba a decidir.
—Como diga su majestad. Estaré gustoso de que el príncipe Min visite la Casa Kim.
La decisión había sido tomada. Negarse habría significado un cuestionamiento directo a su lealtad, y no podía permitirse eso, no en esas circunstancias.
El rey rió con satisfacción, ordenando a los sirvientes que llenaran copas para celebrar. Antes de que la reunión tomara un tono más festivo, instruyó al príncipe Min que acompañara al joven Kim para mostrarle el palacio.
—El príncipe Yoongi es un excelente guía. El pequeño Kim estará en buenas manos —comentó, notando la reticencia de Seojoon y Moonbyul para soltar al niño.
Taehyung, emocionado, quiso avanzar hacia Yoongi, pero el firme agarre de su madre lo mantuvo en su lugar.
—Moon, suéltalo. Si no lo haces, esto será peor —advirtió Seojoon con un tono bajo pero firme.
Moonbyul, temblando, finalmente soltó a su hijo. Se quedó inmóvil, viendo cómo Seojoon despedía al pequeño con palabras de advertencia. Aunque el miedo la invadía, no le quedaba más opción que confiar en que el joven Min no heredara la crueldad de su padre.
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Min Yoongi esbozó una sonrisa al sentir el leve impacto de una frente contra su espalda. Sin duda, el pequeño que lo seguía había estado distraído y no había notado que el príncipe había detenido sus pasos.
—P-perdóneme, alteza... —murmuró Taehyung, con una vocecita que apenas se sostenía en el aire, como si temiera romper algo con sus palabras.
Yoongi giró hacia él, y al verlo con la cabeza baja, sus ojos suavizaron la distancia que normalmente cargaban.
—No, perdóname tú. Me detuve sin avisar. Quería mostrarte algo.
Taehyung alzó la mirada, curioso, y sus ojos se abrieron con asombro al encontrarse frente a un jardín que parecía salido de un sueño. Nunca había visto tanta vida en un solo lugar: flores de todos los colores se extendían como un mosaico que no tenía fin, y el aire estaba impregnado de una dulzura que jamás había conocido.
—Es el jardín de la reina Seo Ri —explicó Yoongi, señalando las flores más cercanas—. A ella le gusta cuidar toda clase de plantas.
—Es... hermoso —murmuró Taehyung, sin apartar la vista del paisaje.
La sonrisa de Yoongi se ensanchó al verlo tan cautivado, y giró hacia la sirvienta que los acompañaba.
—Corta una flor para él.
La joven titubeó, mirando alrededor como si temiera que la reina pudiera aparecer de repente.
—Pero, alteza... la reina dio órdenes estrictas de que no se tocara nada.
—Yo me haré responsable —dijo Yoongi con una calma que desarmó cualquier protesta.
Con cierta vacilación, la sirvienta cortó un lirio azul y se lo entregó al príncipe. Yoongi lo tomó con cuidado, como si en sus manos reposara un tesoro, y se inclinó levemente hacia Taehyung.
—Esto es para ti —dijo, extendiéndole la flor.
Los ojos de Taehyung brillaron como si contuvieran el reflejo del cielo, y al tomar el lirio, lo hizo con una delicadeza que parecía temer romperlo.
—¡G-gracias, alteza! —exclamó, inclinando la cabeza en una reverencia que hacía temblar de ternura al príncipe—. La cuidaré muchísimo, lo prometo.
Yoongi lo observó en silencio por un momento, sintiendo algo cálido y extraño arremolinarse en su pecho. Era una sensación que no podía nombrar, pero que lo hizo tocarse instintivamente el corazón, como si quisiera asegurarse de que seguía allí.
—¿Le sucede algo, alteza? —preguntó la sirvienta, al notar su gesto.
Taehyung también lo miró con preocupación, sus ojos reflejando la pureza de alguien que no sabía esconder su inquietud.
—¿Está bien, príncipe?
Yoongi negó con la cabeza, sonriendo para tranquilizarlos.
—Estoy bien, no te preocupes, pequeño. Hyung está bien.
Taehyung sonrió, aliviado, y se dispuso a seguir al príncipe por el jardín, aunque no podía evitar mirar a su alrededor con fascinación. Las flores parecían cantar entre susurros, y cada hoja acariciada por el viento le recordaba que estaba en un lugar especial.
De vez en cuando, sus ojos volvían al príncipe que caminaba delante de él. Había algo en Yoongi que lo hacía fascinante: sus ojos felinos, normalmente llenos de una frialdad inexplicable, se volvían cálidos y suaves cuando se detenían a mirar algo con detenimiento. Taehyung se sonrojó al recordar cómo había quedado absorto en esa mirada desde que lo vio por primera vez en el salón del trono.
—¿Le gusta este lugar? —preguntó Taehyung, esperando volver a ver esa dulzura que tanto lo había impresionado.
—Sí, mucho. Es mi lugar favorito —respondió Yoongi, deteniéndose para mirarlo, y, como Taehyung esperaba, sus ojos se llenaron de gentileza.
Taehyung sonrió, sintiendo su corazón latir con más fuerza.
—Entonces... ¿viene mucho por aquí?
Yoongi negó lentamente con la cabeza.
—No tanto como quisiera. Mi padre cree que perder el tiempo en el jardín es algo inútil.
—¡No lo es! —exclamó Taehyung con un tono de protesta tan genuino que el príncipe soltó una carcajada.
—Lo sé. No lo es para nada —dijo Yoongi, todavía sonriendo—, pero el rey tiene otras ideas.
El pequeño asintió, aunque seguía sin comprender cómo alguien podía despreciar un lugar tan hermoso.
—Antes, mi madre me traía aquí con frecuencia —continuó Yoongi, señalando el lirio que Taehyung sostenía entre sus dedos—. La flor que tienes... la plantamos juntos.
—¡Es usted increíble, príncipe! —respondió Taehyung, levantando su pequeño pulgar con entusiasmo.
El gesto hizo reír a Yoongi, pero su risa se detuvo al ver cómo Taehyung tropezaba con una piedra y caía al suelo. Se apresuró a ayudarlo, pero se quedó inmóvil al notar cómo la tela que cubría la cabeza del pequeño se deslizó, dejando al descubierto mechones plateados que brillaban bajo la luz del sol.
Taehyung, al notar su mirada fija, se apresuró a cubrirse de nuevo, abrazándose las rodillas. No quería ver el rechazo en los ojos del príncipe. Cerró los suyos, esperando las palabras crueles que tantas veces había escuchado antes.
Pero en lugar de rechazo, escuchó una voz suave:
—Tu cabello es hermoso... como tus ojos.
Taehyung abrió los suyos con sorpresa. Yoongi se agachó a su altura y tomó el lirio que había caído al suelo. Con cuidado, lo colocó entre los mechones plateados del pequeño.
—Combina perfectamente contigo —dijo con una sonrisa que hizo vibrar algo en el corazón de Taehyung.
—Mi mamá dice que no debo mostrárselo a nadie... —murmuró, aún apenado.
—Entonces debería cubrirme los ojos —bromeó Yoongi, llevándose las manos al rostro.
Taehyung no pudo evitar reír.
—¡Pero ya lo vio, alteza!
—No vi nada, te lo prometo.
El pequeño lo miró con duda, y Yoongi extendió su meñique.
—Por el meñique, Tae. Prometo que nadie sabrá de esto. Yo siempre cumplo mis promesas.
Taehyung entrelazó su dedo con el de Yoongi, y por primera vez, sintió que estaba bien mostrarse tal como era. Había algo en la calidez de ese gesto, en la sinceridad de aquellas palabras. Y pensó que tal vez, solo tal vez:
Las personas no eran tan malas como él creía.
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Cuídense 737
Liz.
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