[Segunda parte - Adam] Capítulo II | El distrito Paria (Parte 1)
En cuanto escuché a Mrs. Albourg pronunciar aquellas palabras me temí lo peor. “Downer”, así era como llamaban a aquellos que se negaban a tomar Joy; eran los marginados de la sociedad y vivían en un distrito completamente distinto al resto de la población que sí estaba dispuesta a consumir la droga.
Me quedé paralizado, sin saber qué hacer. Sin embargo, a los pocos segundos, se escucharon pitidos procedentes del pasillo que yo había recorrido sólo hacía unos minutos. Eran bobbies —llamados comúnmente así los policías de Inglaterra—. Si me cogían probablemente me desterrarían al distrito Paria, a las afueras de Wellington Wells, y separado de la ciudad por el distrito Garden. Era el peor lugar al que me podían desterrar; la mayoría de los downers del distrito Paria tenían una extraña enfermedad parecida a la peste, pero que los volvía completamente locos y agresivos. Preferiría mil veces el distrito Garden, también lleno de downers, pero sin enfermedad.
Volviendo a los bobbies, cada vez los escuchaba más cerca, así que mi primera reacción fue salir pitando de allí. Me zafé de las esqueléticas manos de Mrs. Albourg, ante la atenta y atónita mirada de Bobby, y traté de buscar la salida más cercana. Me colé en el cuarto de la limpieza y trepé por los conductos de ventilación, que seguramente desembocarían en la calle. El voluminoso y corpulento cuerpo de los bobbies no les permitía llevar a cabo la misma acción que yo acababa de realizar, por lo que pude ganar algo de tiempo. Seguí reptando por el conducto hasta que llegué a un cruce, ¿conducto de la izquierda o conducto de la derecha? Porras.
No tenía demasiado tiempo y debía pensar rápido, así que por pura intuición decidí seguir el camino de la derecha. Mala decisión. El conducto continuaba con una bajada importante, y, al no ver nada por la oscuridad, caí de lleno. Acabé tirado en un suelo de piedra, frío y húmedo. Los pitidos de los bobbies se escuchaban cada vez más cerca y acepté mi inevitable destino.
Desperté nuevamente sobre un suelo de piedra, pero en un lugar distinto. Traté de incorporarme y noté un intenso dolor en todos y cada uno de mis huesos. Los bobbies me habían vapuleado y dejado tirado como a una rata de alcantarilla. Irónicamente, parecía que estaba en una alcantarilla. Giré la cabeza lentamente, para reducir al máximo el dolor del esfuerzo, y me fijé en la puerta que había tras de mí. “Red de túneles subterráneos de Wellington Wells. Fuera de servicio”. ¡Serán mentirosos! En las noticias habían dicho que los túneles que conectaban los distritos de Wellington se habían derrumbado, por lo que desde ese momento ya nadie podía cruzar hacia el distrito Paria o el distrito Garden. Claro, así podrían asegurarse de que ningún downer volviese a entrar en Wellington. ¿Qué tan corrupta y venenosa podía llegar a ser la Inglaterra de los 60? Cada vez temía más la respuesta.
Me levanté y traté de abrir la puerta, sin éxito. En lugar de gastar mis últimas fuerzas en seguir intentando abrirla, decidí continuar andando por el túnel. Seguramente habría más salidas más adelante.
Tras cinco interminables minutos, llegué a otra puerta, con el mismo cartel: “Red de túneles subterráneos de Wellington Wells. Fuera de servicio”. Decidí probar suerte otra vez, y la puerta se abrió. Por fin, una salida. Me encontraba en una sala oscura, sin apenas luz, repleta de papeles desperdigados por todas partes y donde únicamente había una mesa de trabajo. No gran cosa, pensé.
Me paré a recoger un par de informes del suelo, para ver si contenían algo de información útil, pero no eran más que panfletos de propaganda de la Joy. Nada nuevo.
Como allí no parecía haber nada más que despertase mi curiosidad, continúe hacia otra puerta que había al fondo de la estancia. Esta se abrió con la misma facilidad que la anterior y pude pasar a una sala algo más pequeña. Aquí había una litera, posters de propaganda por las paredes, unas escaleras de mano que daban a parar a una escotilla, y otras dos puertas. La primera, que estaba junto a las escaleras, estaba completamente sellada y ponía: “Túnel del distrito de Garden”. Para mi suerte, o para mi desgracia, no sabía si eso suponía que estaba en el distrito de Garden, o que esa era mi vía de escape del distrito Paria. Preferí ahorrarme la respuesta hasta más tarde. Por otra parte, la segunda puerta, daba acceso a una pequeña salita de control. Decidí entrar.
En la sala de control sólo había un panel, con infinitud de teclas, y un gran botón verde en el centro. Las cosas no pueden ir a peor, pensé, y apreté el botón verde. Se escuchó un pequeño clack y vi como la escotilla superior de las escaleras se abría lentamente. Bingo. Aunque quizás hubiese preferido que aquel mecanismo abriese la puerta del túnel.
Antes de salir al exterior, me detuve a dar una vuelta por la estancia que, probablemente, se convertiría en mi nuevo hogar. Allí afuera no creía que hubiese ningún sitio mejor en el que estar. Además, escapar de Wellington no sería cosa de un día, ni de dos, ni tan siquiera de una semana, pensaba, por lo que necesitaría establecerme en algún lugar. En caso de que estuviera en el distrito Paria, primero debería encontrar la forma de cruzar al distrito Garden, para, posteriormente, volver a Wellington. Sin embargo no entraba entre mis planes volver a adaptarme y quedarme allí, así que iría a Londres. Sí, a Londres. Pese a que Londres era mucho peor que Wellington —debido a su alto grado de seguridad, pena de muerte hacia los downers, y, por qué no, pijería extrema que me daba incluso ganas de vomitar. Hasta los propios wellies sentían cierto temor a la hora de entrar a Londres—, era mi única vía de escape hacia el exterior de Inglaterra. Según varios rumores —no oficiales, puesto que la prensa estaba extremadamente censurada y solo existían dos periódicos que divulgasen la información, la mayoría de veces falsa o alterada—, el resto de países del mundo no tenían el mismo régimen autoritario que Inglaterra, y, mucho menos, la dichosa droga Joy de la que tanto deseaba deshacerme.
Examiné toda la sala y apenas encontré nada útil, más que unas herramientas de trabajo, un par de ganzúas, algo de dinero, un diario, y varias pastillas de Joy. Guardé todo esto en un pequeño armario que había junto a la litera; excepto una llave inglesa —que quizás me vendría bien para usar como arma en caso de que algún downer con la enfermedad rara me atacase—, las ganzúas, que guardé en mi bolsillo, y el diario, que dejaría para leerlo más tarde. Regresé a la sala de control para acabar de revisarla y me topé con un armario, el cual, al abrirlo, dejó caer el cuerpo de un wellie. Probablemente sería el encargado de aquella parte de los túneles. Robé de él su tarjeta de identificación. Quizás me sería de utilidad más tarde.
Ahora sí, salí al exterior. La luz del sol me cegó durante unos segundos, hasta que mis pupilas fueron capaces de adaptarse a ella. Cerré la escotilla y observé el panorama. A la izquierda, había un gran cartel que ponía “¡Bienvenido al distrito Paria!”. Mierda. No podía haber ido a parar a peor lugar.
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