Capítulo I | ¿Te encuentras bien, Adam?
Por ahora nada. Adam se siente exactamente igual a como se sentía hacía cinco minutos, justo antes de tomarse la Rewind. Esto no sirve para nada, me han estafado como a un tonto, piensa decepcionado.
En ese mismo instante, Bobby, su mano derecha y fiel compañero de trabajo, entra en su despacho. Bobby era un chico alto, de veintitrés años, atleta, con una buena complexión física. Adam siempre había envidiado su perfecto pelo rubio rizado y sus enigmáticos ojos verdes, que solían ser el centro de atención de las chicas. A diferencia de él, Adam era un muchacho de estatura estándar, sin mucho músculo y con unos profundos y perdidos ojos negro azabache que combinaban con su lacio pelo negro. Eran como la luna y el sol; uno brillaba excesivamente, y el otro lo hacía en la oscuridad, apartado. Haría unos cuatro años que se conocían, o eso calculaba Adam, porque todos sus recuerdos fueron reseteados al cumplir los dieciocho; justo cuando la Joy entró en vigor. Siempre habían sido grandes amigos, tanto dentro como fuera del trabajo, a pesar de que tuviesen sus diferencias. Sus peleas más frecuentes solían ser siempre por el mismo motivo: las fiestas. Adam era un chico reservado, de pocos amigos, tranquilo y sereno. No le iba mucho la marcha y disfrutaba más del arte y de estar solo. Sin embargo, Bobby McGwire, era el equivalente al típico capitán de fútbol de la universidad, popular y arrogante. Le encantaba salir de fiesta, beber, y hasta en ocasiones, drogarse. Vivía por y para la fiesta, y eso era algo que Adam detestaba. Tienes que empezar a sentar la cabeza, le decía siempre, ya tienes un trabajo estable y una reputación que mantener, no pueden encontrarte tirado por la calle drogado como un perro sarnoso. A pesar de sus advertencias, Bobby siempre le desoía.
—¿Estás listo ya? —le preguntó abriendo la puerta lentamente, tras haberla aporreado suavemente con sus nudillos.
—¿Para qué? —interrogó apresuradamente, mientras trataba de esconder las pastillas de Joy y Rewind que le quedaban.
Bobby le miró extrañado.
—Pues para tu fiesta de cumpleaños, para qué va a ser sino —contestó esbozando una sonrisa.
Lo había olvidado completamente. Su fiesta de cumpleaños.
En la oficina del The Red Newspaper siempre era tradición celebrar los cumpleaños de los miembros más respetados de la empresa, como era el caso de Adam. El año pasado le habían organizado una celebración bastante completa, incluso había una piñata. En cuanto a los regalos, no se lo solían currar mucho; siempre era lo mismo, una camiseta rojo chillón con el logo del periódico que ponía: "¡Cómo mola!". Adam pensaba que no se podía ser más cutre.
—Sí, sí, es verdad —dijo intentando disimular su despiste—. Ahora mismo voy, en cuanto acabe de organizar todo esto.
Bobby asintió y abandonó el despacho.
—¡Espero que hayas traído tarta! —exclamó su amigo desde el pasillo.
Mierda, también se había olvidado, la tarta. La gota que colmaba el vaso de la absurdidad era la tarta. El propio cumpleañero era quien debía de comprar el pastel y llevarlo a la oficina. Así de tacaños eran.
Se levantó de su escritorio y se dirigió a un pequeño mini-bar donde solía guardar algo de picoteo para comer entre las horas de trabajo, por si le entraba el gusanillo. Bingo, pensó, aún guardaba un paquete de bollería de la pastelería Sally's, su favorita. No era un pastel, ni un manjar, pero sería suficiente para saciar a sus "invitados".
Recogió su documentación, sus llaves, los bollos, y algo de dinero. Se dirigió hacia la puerta y salió al pasillo.
—Buenos días —le saludó la limpiadora habitual—. ¿Puedo entrar?
—Buenos días, Caroline. Por supuesto, puedes pasar.
La limpiadora asintió alegremente. Estaba encantada con su trabajo, aunque nunca se llegaría a saber si realmente era por devoción o por el efecto de la Joy.
Adam continuó su recorrido por el pasillo hasta llegar a la última habitación del pasillo, el despacho de Mrs. Albourg.
Tocó suavemente la puerta con sus nudillos y esta se abrió sola.
—¡Sorpresa! —exclamaron todos sus compañeros al unísono. Algunos con más ganas que otros.
—Gracias, gracias —agradeció Adam fingiendo asombro.
—Felicidades colega —dijo Bobby acercándose a él para abrazarle.
En ese momento, su vista se nubló. Sus cinco sentidos se vieron desorientados durante unos instantes y volvió a la realidad. Los colores habían cambiado. Ahora todo tenía un aspecto más antiguo, más triste, más "normal". Notaba las sonrisas forzadas y la desesperación en los ojos de sus compañeros. Esa era la verdadera realidad detrás de la Joy.
¿Te encuentras bien, Adam? —preguntó Bobby, desconcertado.
Ahora Adam se sentía desnudo. Se sentía como un pequeño animalillo indefenso. Sabía que todos se habían dado cuenta de su falta de Joy.
—¿Quieres una dosis de Joy, cariño? —le ofreció Mrs. Albourg con una sonrisa.
—No... No. —Adam dio unos pasos hacia atrás—. No pienso seguir drogándome con esa mierda. Quiero volver a ser yo, quiero volver a recordar, quiero volver a tener personalidad. Y vosotros deberíais de hacer lo mismo.
Enseguida la sonrisa de Albourg se desvaneció. En su lugar, una mirada asesina se dirigía hacia Adam.
—Cogedlo, es un downer —ordenó.
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