Ese es el chal que Eva llevó al baile

Eva dominaba el salón de baile mientras daba vueltas con los chicos y las chicas. No se dio cuenta de que unos ojos verdes se oscurecían ligeramente cada vez que otro hombre le tocaba la cintura, los hombros, las manos.

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"...Tendrás un terrible dolor de cabeza mañana", escuchó Eva a Laurie decirle a Meg. Ladeó un poco la cabeza y se separó del joven barrón, caminando rápidamente hacia donde Laurie y Meg estaban hablando.

"Entonces es bueno que todavía sea esta noche", respondió Meg con una ligera sonrisa.

Eva resistió el impulso de reírse ligeramente de la mayor de las hermanas March.

Entonces Meg miró a Laurie con curiosidad. "¿Te gusta mi aspecto?"

Eva casi se burló de Meg. Por supuesto que se veía bien. ¿Quién diría lo contrario?

"No, no me gusta".

A Eva casi se le salen los ojos. ¿Acaba de decir Laurie que no tenía buen aspecto?

Meg parecía enfadada, como debe ser cuando un hombre respetado le dice a una chica respetada que no le gusta su aspecto. "Bueno, ¿por qué no?"

Laurie miró a Meg y se ablandó un poco antes de responder. "No me gustan los aspavientos y las plumas".

Eva se echó hacia atrás sorprendida. ¿No era él quien acababa de decirle que estaba "perfecta"?

Eva vio que Meg lloraba, pero seguía erguida. "Sin embargo, sigues queriendo a Eva", susurró antes de marcharse en un revuelo de telas.

Eva se sorprendió de la poca elegancia con la que Meg le había entregado a Laurie su copa y se había ido a bailar con otro chico. "Ahora no nos gustan los aspavientos y las plumas, ¿verdad?" dijo Eva en tono acusador mientras salía del rincón desde el que escuchaba la conversación.

La cabeza de Laurie se volvió inmediatamente hacia su delicada voz. "Nunca lo he hecho, Eva. Lo sabes", respondió casi en un susurro.

Eva se burló. "Eres el chico más grosero que he conocido", murmuró antes de dar un giro de ciento ochenta grados y dirigirse rápidamente al asiento de la ventana, detrás de las cortinas, para contemplar el cielo nocturno lleno de estrellas.

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Eva dejó su sexta copa de champán y se apoyó en el fresco cristal de la ventana. Mentiría si dijera que no estaba ligeramente intoxicada por el alcohol que había bebido.

"Por favor, perdóname y ven a bailar". Laurie se sentó junto a ella y le quitó el vaso de la mano.

Eva se giró para mirar al chico mayor. "Creo que seré demasiado desagradable para usted, señor Laurence", respondió, con un toque de amargura en su tono.

Laurie la levantó, sacando la cinta de su bolsillo y le ató el pelo. "Aww Eva. No te pongas así. Estás espléndida", afirmó, dándole vueltas.

Eva hizo un pequeño mohín. "Tal vez me gustaría bailar con el hijo del Duque de York", bromeó ella, pero sin dejar de poner la mano en su brazo.

Laurie puso los ojos en blanco mientras bailaba con ella, sabiendo perfectamente que Eva no sabía que los dos estaban atrayendo las miradas de chicas y chicos. "Bah. ¿A quién le importa el hijo de un duque? Creo que ser duquesa tiene mucho más poder", le dijo, moviéndola ligeramente al compás.

Eva le rodeó el cuello con los brazos y giró. "Esa es tu opinión, Theodore. En realidad, un hijo de duque tiene mucho más poder que una simple duquesa", respondió ella, apoyando la cabeza en su pecho mientras se balanceaban al ritmo de la música.

Laurie se rió. "Bueno, creo que mi opinión te importa, ya que -espero- no estás enfadada conmigo".

Eva sonrió. "Nunca podría estar enfadada contigo, Theodore", murmuró antes de zafarse de sus brazos y caminar hacia Meg.

Y, por alguna razón, Laurie se quedó mirando cómo sus rizos dorados rebotaban cada vez que daba un paso, cómo su vestido se acampanaba ligeramente cuando bailaba, cómo sus hoyuelos se hundían un poco cuando sonreía y cómo sus ojos grises se veían tan bonitos a la luz.

Pero él lo dejó de lado.