W H I T E W O L F.
CAPÍTULO 3.
L A L L A V E D E L A C O E X I S T E N C I A.
La travesía fue dura, fue ardua y cansina, sin embargo, ahí estaban. Finalmente, estaban en el momento que definiría su mandato y sucesor, pues ya se encontraba en labor de parto, era el momento donde su niño o niña vería la luz del sol, crecería para adaptarse en la época correcta.
Y ahí estaban.
Namjoon lo ayudaba a trasladarse hasta su habitación, aquella donde su pequeño primogénito había sido engendrado y estaba destinado por consiguiente a recibirlo, como parte de una tradición que la pareja había destinado, que para ambos era significativa.
Volvió a sentir otro fuerte jalón más un golpe en una de sus costillas, pues su pequeño éstos últimos días se había arrinconado contra sus pobres costillas que sufrían de empujones que podía describir como infernales. Soltó una maldición, aferrándose a la mano de su pareja, apretando ésta en lo que el dolor por lo menos disminuía, con su otra mano, trató de calmar a su inquieto primogénito dentro suyo, acariciando la zona baja, donde pedía en silencio que se calmase por ahora; el pequeño dentro suyo obedeció y sin ninguna objeción, dejó de empujar hacia abajo por ahora y a encogerse más en su lugar.
—Respira. —aconsejó Namjoon a su lado, acariciando con su diestra su espalda de arriba hacia abajo.
Seokjin, en cambio, asintió exhalando con fuerza, volviendo a dar otro paso titubeante, pues era el infierno caminar en medio de una contracción. Pero ya faltaba poco, ya estaban frente a la habitación, la cual fue abierta por el menor dándole libre acceso a ella, y en la misma velocidad con la que venían desde hacía rato, finalmente pudo llegar a la cama, donde se recostó con ayuda del menor todavía, quedando boca arriba y aguantando el peso extra en su cuerpo, sintiéndose sorprendido pues ésta vez su estómago no se había hecho de lado, pues ahora su pequeño o pequeña estaba listo para nacer, no había tiempo de dormir cuando podía conocer la luz del sol y ver a sus progenitores.
Soltó un grito cuando vino otra contracción, ésta vez más fuerte que las anteriores; el dolor lo jaló hacia arriba, donde con sus talones empujó en una auto reacción de sus sistema, tratando de aliviarlo o alejarlo del mismo.
—Amor, escúchame, ¿sí? Todo va a salir bien, estamos listos, y sobre todo tú estás listo. —habló Namjoon, trasladándose hasta los pies de la cama, en donde se hincó.
Seokjin volvió a inhalar fuertemente, soltando rápidas respiraciones en un intento de prepararse como también ingresar la mayor cantidad de aire a sus pulmones. Namjoon flexionó sus piernas y las separó, se dispuso a quitar sus prendas inferiores y a rápidamente, ir por más mantas en uno de los muebles de su habitación, en donde ya tenían todo preparado para el frabulloso día, que sinceramente no lo estaba siendo en esos momentos; con destreza Namjoon extendió las mantas debajo de las piernas de Seokjin, donde con ansias su cachorro sería envuelto, le otorgarían calor y comidas por sus primeros miembros de vida.
Entonces ambos lo supieron, el verdadero trabajo estaba a punto de suceder. Una labor para la cual ninguno se rendiría.
—Tú tranquilo, nuestro cachorro sabe lo que hace también. —calmó Namjoon, poniendo sus manos en las piernas del mayor y masajeando la zona.
Seokjin asintió, y finalmente, cuando el dolor volvió a golpearlo con mayor intensidad y, aparentemente, sin dar señal de cesar, pujó con fuerza, apretando los músculos de sus piernas en una reacción involuntaria, la sábana retorciéndose y siendo apretada entre sus manos hechas puños.
Exhaló lo último de aire que le quedaba, volviendo a su trabajo de inhalar y exhalar con rapidez, tratando de prepararse para el siguiente, que no tardó en venir y nuevamente pujó, apretando las sábanas entre sus manos y soltando maldiciones por doquier.
Sentía la debilidad y el dolor corporal cada vez más intensos, sus párpados pesaban y su conciencia la sentía alejarse de su sistema, imposibilitándole en parte concentrarse como le gustaría hacerlo; se estaba llevando su raciocinio poco a poco ante cada dolor que se abalanzaba contra él; era como mil agujas pinchando su vientre y su recto, como un golpeteo contante o como si alguien pasase sobre él con un camión sin piedad, como un elefante pisando su pecho sin dar indicios de irse de ahí, pues el aire comenzaba a faltarle. Sin embargo, su pequeño comenzó a moverse dentro suyo todavía, pataleando en busca de donde impulsarse y finalmente salir; y era ese espíritu, esa fiereza y seguridad la que lo impulsó a no rendirse otra vez, a volver a empujar a pesar del dolor y del suplicio que su cuerpo experimentaba.
No supo ni cuánto pasó, pues su falta de conciencia y de fuerza le desorientó con brutalidad, incluso haciéndole olvidar qué estaba haciendo, hasta que un grito a la lejanía, tan ahogado como se oía no pudo distinguir lo que decía, cerró los ojos, dispuesto a dormir y alejarse del calvario y cansancio por el que su cuerpo pasaba, deseaba otorgarle el deseo de dormir, de descansar. Hasta que una nueva oleada de dolor le atravesó, y como un golpe directo de un boxeador, logró distinguir lo que la voz decía.
—¡No te rindas, amor! ¡Ya falta poco! ¡Nuestro cachorro ya casi llega! —exclamaban con desesperación.
Y como si aquello fuese un botón para él, uno que fue presionado y lo impulsó con intensidad, como un gatillo a una bala, cayó en cuenta de dónde estaba y qué hacía ahí, para qué se estaba esforzando, más bien, para quién y por quién.
Inhalando con profundidad, pujó de nueva cuenta, liberando un grito tan desgarrador que sintió su garganta raspar y posteriormente arder, como una creciente necesidad de algún líquido para humedecerla. Un deseo que desvaneció en cuanto un grito inundó la habitación, uno que se volvió en llanto rápidamente, un pequeño tono agudo que su lobo movió la cola emocionado, orgulloso pues había sido un éxito.
Y ahora estaba ahí.
O al menos pudo tener certeza de eso antes de dejarse llevar por la oscuridad, hacia una nada en donde no percibió ni el más anónimo dolor, ni felicidad y tampoco tranquilidad, pues era una nada donde, valga la redundancia, no sentía nada.
༺【❄︎Ω❄︎】༻
El viento soplaba con vehemencia, empujando restos de la naturaleza hacia otras direcciones, llevando olores y hedores hasta los lugares más recónditos; se movía con tal gracia y astucia que inclusive le ayudó a ubicar el lugar con una facilidad exorbitante, una que dictaba sólo una cosa: Hogar.
Ese era su hogar, su casa. Su territorio.
Suyo.
La tranquilidad que llevaba el viento se rompió en cuanto comenzó a empujar en dirección opuesta a la que anteriormente empujaba, llevando consigo una esencia, una dulce y tierna, una que extrañamente le relajó.
Tan pronto como la captó, el viento se detuvo, ahora la naturaleza se iluminaba en su máximo esplendor, sin el tapujo del viento; enfervorizó con gran plenitud extendiéndose hasta más allá. Los pajaritos cantar, las hojas de los árboles quietas y tranquilas, las flores de un campo cercano a su posición abiertas y vivas, demostrando su color y viveza. Ese lugar era suyo, su territorio, su hogar. Pero algo entorpecía sentirse orgulloso de ello, la esencia sólo aumentaba en presencia, imposibilitándole inhalar profundamente el aroma que su bosque desprendía.
Hierbabuena. Fresco y fuerte, sin dar señal de ceder ante imponer dominio en su territorio.
Pero no estaba molesto. No se sentía molesto.
Con inseguridad, se acercó también a ese olor, siendo guiado conforme más se intensificaba, siendo que tranquilizaba sus sentidos pero su curiosidad se prendía ante su simple presencia, una sensación que lo calmaba pero lo ponía alerta. No fue hasta que se topó con la silueta de un humano que entonces lo supo: era ella. Era suya. La fémina acortó la distancia entre ellos, haciendo acto de presencia con su apacible mirada y su tenue sonrisa; su piel brilló en cuanto los rayos del Sol la tocaron con una gracia que era como si temiesen dañarla, su cabello caía en hondas por su lado izquierdo, siendo a la derecha amarrado con unas trenzas adornadas con pequeñas flores que supo que era parte de su aldea, algo que tendrían con el cabello amarrado y los adornos, el flequillo que cubría su frente se movía con gentileza ante un viento que no reparó hasta ese instante, igualmente éste era decorado con una.. tiara como de cabeza, la punta caía en su frente frenando algunos mechones de su fleco, apuntando hacia el centro de su nariz, como sí aquella perfección y exactitud fuese sublime, él ya se encontraba caminando hasta ella, quedando frente a frente. La chica extendió una mano hasta él, con el propósito de tocarlo, acción que no rechazó ni resistió, empujando él mismo su cabeza hasta que la chica se encontrara tocando su pelaje, y no tardó en sentir sus delgados dedos enredarse entre su albino pelaje.
Le gustaba el tacto.
—Despierta, lobito. —habló la chica con una sonrisa.
Él cerró sus ojos y exhaló con fuerza.
—Cuídalos mucho, hasta que te dé la señal. —culminó la fémina deteniendo sus caricias, pero sin deshacerse de su sonrisa.
Él no entendió, hasta que en un golpe de realidad todo su alrededor se desvaneció, dejando en su lugar oscuridad, una tan aplastante y asfixiante que no reparó en que había vuelto a ser humano sin percatarse de eso. Giró sobre sí mismo topándose repentinamente con la cabeza de un lobo blanco, con sangre seca en los bordes del pelaje en su hocico y una mirada apagada, sin vida; retuvo un jadeo de sorpresa, tapándose la boca con dolor.
El bullicio a su alrededor comenzó a intensificarse, haciéndose más rimbombante a cada segundo; su mundo giró y se desubicó hasta que antes de perder la cordura, escuchó un grito a la lejanía que le hizo estremecer.
—Le hemos dado caza, ahora tenemos su hermosa cabeza como trofeo y es momento de disfrutar de nuestra cena de celebración. —habló un hombre a la lejanía, haciendo destacar su tono soberbio.
Antes de perder la conciencia, pudo distinguir otros lobos, uno enorme y negro, extendido en el suelo y sin vida y otro pequeño, frágil, en un delicado estado pues se notaba que sufría de un dolor que supuso esas personas causaron y todavía con vida, sin embargo antes de cerrar los ojos, pudo presenciar como su inocente cuello era quebrado.
Se despertó exaltado, respirando de forma agitada y con un evidente pavor por lo que acababa de ver. Sus ojos recorrieron el lugar donde se ubicaba con rapidez; el hermoso paisaje que había visto con anterioridad fue sustituido por uno más ameno, uno si bien era opaco, se iluminó en cuanto volvió a captar otra esencia, uña producto de la suya y la de su pareja.
Su cachorro.
Giró suavemente la cabeza, encontrando a su costado a un pequeño ser, un pequeño niño que tan pacífico como aparentaba estar dormido, contrastó a la perfección con su relajado semblante que se ubicaba a su dirección, como si le diese la cara. Su pequeña boquita se movió, jadeando algo alto para su sistema auditivo, uno que no era ni de dolor ni neutro o al azar, era con el único fin de llamar su atención, de hacer resaltar su presencia ante la suya propia, una que se extendía diciendo "aquí estoy, papi, mírame, aquí estoy".
Sonrió con debilidad. Admirando al pequeño a su lado.
Su tierna carita, con mejillas rellenitas, con destacables belfos y unos ojos ocultos entre sus aún no desarrollados párpados, luchando por enfocar su entorno, o de tratar de buscarlo.
—Mi niño —susurró por lo bajo, en un jadeo ahogado que se quedó atascado en su garganta de verlo ahí con él, con vida, fuerte y sano—. Mi pequeño Jimin.
Las palabras murieron ahí, el nudo en su garganta se liberó en cuanto pudo llorar con libertad, un llanto de mera felicidad producto de su cachorro recién nacido.
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❝Al final todo va a salir bien,
y si no ha salido bien,
es porque no es el final.❞
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¡Hola! Aquí reportándome con otra actualización, que en lo personal siento que quedó mejor que las anteriores. ¿Ustedes qué dicen?
En fin, hoy no tengo mucho que comentar, más que espero tengan un lindo día.
Yo me despido.
Les deseo un hermoso día, tarde o noche, sea cual sea el horario en el que estén leyendo esto.
Se despide su autora.
YoungMi17ⓒ.
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