14 - 想像 (+18)
imaginación...
No le tomó mucho tiempo decidir a donde ir. Había un café en específico que Minho había usado mucho durante sus tiempos de estudiante. Era cómodo, cálido, tenía buena iluminación y estaba en una zona tranquila. Además vendían varias variedades de café y Minho sabía que a Felix debía encantarle alguna de ellas.
Pidió los libros en préstamo y fue con Felix hacia el parqueo del hospital. Agradeció en secreto el haber tomado la decisión de usar el auto ese día y no ir en autobús como solía hacer. Sobre todo cuando vio como Felix miraba embobado el auto negro y luego pasaba sus manos por el cómodo asiento de piel, visiblemente impresionado.
—¿No tienes que avisar en casa que vas a llegar tarde o algo así?— le preguntó antes de encender el motor.
—No.— Felix negó con desinterés mientras se ponía el cinturón después de haber dejado el libro que traía en el asiento trasero.
—¿Seguro?
—A mis padres no les preocupa lo que haga y con quien lo haga.
—Ah, vaya...— Minho no supo que más argumentar ante ese comentario. Felix, sin embargo, lo miraba burlón.
—Te estoy tomando el pelo.— le dijo con una sonrisa.— Vivo solo. Mis padres esta en Australia.
—Ya veo.— Minho exhaló un suspiro, aliviado.— Por un momento creí que vivías en una familia disfuncional.
—No, solo vivo solo. O casi con Jisung, pero como habrás notado, él tiene mejores cosas que hacer.
—Sí, como distraer a Chris y hacernos pasar las indicaciones dos veces porque se equivocó al hacerlas.
—Sí, cosas así.— ambos sonrieron.
—¿Por cierto?— Minho cambió de tono repentinamente.— A Jisung... ¿Cómo lo conoces?
—¿Jisung?...— Felix miró al vacío por unos segundos mientras pensaba.— Lo conozco desde que éramos adolescentes... quizás desde los doce o trece años. Antes solo lo veía durante las vacaciones de verano porque él iba a Australia todos los años a pasarlas allá, su padre y mi padre son... ¿Amigos? ¿Compañeros de trabajo? Algo así. Cuando decidí estudiar medicina y se lo conté me dijo que a él también le gustaba. Fue un pequeño capricho mío el venir a estudiar aquí, pero me lo permitieron, ya que estaría con Jisung. Y como ya era bastante mayor, mis padres pensaron que sería bueno para mí independizarme un poco y vivir solo. Desde entonces siempre he andado con Jisung, es mi mejor amigo. Aunque está medio loco.
—Suena como una amistad bonita. Jisung parece ser un chico muy peculiar, el hecho de que seas buen amigo suyo indica que vuestra amistad es fuerte.
—¿Estás insinuando que es difícil hacerse amigo de Jisung?
—Bueno, no exactamente... he notado que es un poco retraído con las personas que no conoce bien, pero cuando está con sus amigos es él mismo, así risueño y pícaro, no es alguien que se abra con cualquiera, y no cualquiera puede entender bien su verdadera personalidad. El hecho de que ustedes compaginen tan bien, a pesar de ser tan distintos, demuestra que vuestra amistad es especial.
—Nunca lo había visto así.— Felix se quedó pensativo.— ¿A dónde vamos?— preguntó mientras miraba la calle.
—A un café. Ya te lo había dicho.
—Hemos pasado varios ya. ¿No podíamos simplemente ir a cualquiera de esos?
—Hay un café en específico al que me gustaría ir.
—Como me lleves a algún lugar extraño...
—Felix, no seas tan paranoico. Solo tenemos que terminar con mi trabajo. ¿No puedes confiar en mí? Hablas como si te fuera a llevar a la entrada del infierno...
—La última vez que dejé que me llevaras a algún lugar, terminamos en tu casa.
—Mejor no hablemos de eso. Terminaremos peleando.
—Tienes razón.
—Te prometo que no es ningún lugar raro. Solo sucede que me gusta mucho ese café en particular. Solía ir mucho cuando tenía tu edad y me gusta el ambiente que tiene, es bueno para concentrarse.
—De acuerdo. ¿Por cierto?— Felix cayó en cuenta de algo.— ¿Cuántos años tienes?— miró fijamente al rostro de Minho, como si temiera que le fuera a mentir.
—Veintiseis— dijo sin inmutarse.
—Vaya...— Felix se quedó sin palabras.
—¿Qué pasa?— Minho volteó a verle divertido.
—Eres viejo.
Minho fingió dolor en su corazón y se llevó la mano al pecho con una mueca de dolor.
—Nunca me habían dicho nada tan hiriente.
—Pues es lógico que te vea viejo, yo solo tengo veinte.
—Sí, eres un bebé.
—No me digas bebé.
—Por eso eres tan lindo.
—No soy lindo.
—Eres muy, muy lindo.
—Hace un rato dijiste que era sexy.
—Bueno, depende del ángulo.
—¿Ahora depende del ángulo?
—¿Prefieres que te diga que eres lindo-y-sexy?
—Preferiría que no me dijeras nada.
—Es que no puedo mentir, a pesar de que me lastimas el corazón.
—¿No te ves muy mayor para esto?
—¿Para qué?
—Para estar acosando jovencitos. Seguro serás un viejo verde dentro de algunos años.
—Soy demasiado sexy para eso...
—Uff... cuidado, no te vaya a chocar la autoestima contra el techo.
Minho sonrió.
—El que puede, puede.
—¿Sabes qué?— Felix se giró un poco en el asiento para poder mirarlo sin torcer tanto el cuello.— Hay algo que me está molestando desde que te conocí, y ya que estamos en tema...
—¿Qué?
—¿Por qué demonios eres tan perfecto?— Minho estuvo a punto de frenar el auto en seco.— Digo... cuando te vi la primera vez incluso me enojé. Eres guapo, tienes muy buen cuerpo, los trajes te quedan asesinos, eres sociable, tienes una sonrisa bonita y para colmo eres médico, súper inteligente, trabajador, y la bata blanca también se te ve bien... ¿Por qué? ¿No te das cuenta que le rompes las alitas del corazón a nosotros los pobres estudiantes mortales? Nosotros solo queremos ser buenos médicos en el futuro y llegas tú, con tu perfección, y haces que sintamos ganas de tirarnos en un rincón a llorar.
Minho se quedó en silencio, mirando fijamente a la carretera delante de él. Justo habían parado en un semáforo.
—Nunca me habían dicho todo eso.
—Pues ahora lo sabes.
—¿Así que consideras que soy guapo, tengo buen cuerpo, luzco bien en traje, soy sociable, tengo una sonrisa bonita, soy inteligente, trabajador y también luzco bien con la bata?
—¿Eso fue lo que captaste?
—Me parece una linda confesión de tu parte...
Felix se sonrojó fuertemente al notar la interpretación que Minho le había dado a su pequeño discurso.
—¡No era una confesión! ¡No captaste nada de lo que te quise decir!— se llevó las manos al rostro, sus mejillas ardían por alguna razón y eso solo lo irritaba más. Mucho más que lo que le decía Minho. Escuchó la risa suave y profunda de Minho mientras notaba que el auto se detenía.
—Ya llegamos, bebé. Puedes dejar de esconder tu hiperemia reactiva.— le dijo saliendo del auto y agarrando sus cosas. Felix se quitó las manos del rostro rápidamente al escuchar eso.
—¡No soy tu bebé! ¡Y no es una hiperemia reactiva!
—Si no es una hiperemia reactiva entonces simplemente estás sonrojado... y eso solo puede ser por una cosa: vergüenza. ¿Qué es lo que te avergüenza, bebé?— Minho se asomó por la puerta abierta para seguir mirando a Felix con aquella sonrisa descarada que traía. Felix hizo un puchero mientras trataba de contener su enojo y notaba, muy a su pesar, que su rostro se estaba volviendo a calentar. No dijo nada y solo se quitó el cinturón, tomó su mochila y el libro que había puesto en el asiento trasero, para salir por su lado del auto. Minho aun sonreía, triunfante. Así que no le dijo absolutamente nada y solo se concentró en calmar su flujo sanguíneo y su frecuencia cardíaca. Sí, porque también tenía el corazón latiéndole como loco, y eso, como todo lo demás, lo irritaba a más no poder.
▫▪❇▪▫
—Creo con esto ya es todo.— le extendió los papeles con sus notas a Minho.
—Gracias.— Minho los tomó y les dio una ojeada.— Veo que aún no te has corrompido.
—¿Perdón?
—Me refiero a tu letra.— Minho alzó su vista para mirarlo por encima de la montura de sus espejuelos.— Aun se entiende perfectamente.
—Es lo normal, siempre he pensado que eso de que los doctores deben tener mala letra es una estupidez.
—No es estúpido, es inevitable. Si llegas a graduarte con una letra como esta.— giró los papeles para que Felix los viera.— Es porque no escribiste lo suficiente mientras estudiabas.
—No creo.
—Ya verás, especialmente cuando tengas que llenar historias clínicas y métodos a la velocidad de la luz. El curso que viene, cuando vayas a rotar por los demás hospitales, verás que las condiciones son distintas, y tendrás que escribir feo sí o sí.
—Si tú lo dices... Felix se encogió de hombros mientras cerraba los libros y los acomodaba uno sobre otro.— ¿Te falta mucho ahí?
Minho miró lo que estaba haciendo.
—Creo que ya casi estoy. Lo demás lo puedo hacer en casa.
—¿Por qué no lo haces ahora? Si te dejas algo de trabajo para la casa estoy seguro de que no vas a dormir como es debido.— Felix se preocupó.
—¿No sabía que te importara tanto si duermo o no?— Minho le dedicó una sonrisa sin dejar de tomar sus últimos apuntes.
—Solo lo digo porque eres médico y tienes a tu cuidado veintidós camas en un hospital. Deja de tergiversar lo que digo.
Minho concluyó con gesto triunfante.
—Tranquilo, bebé. Solo tengo que leerlo todo de nuevo y unir tus apuntes con los míos. Esto es para una discusión de caso, no tengo que presentar nada o memorizarlo, solo estudiar el tema.
—¿Aun tienes que hacer ese tipo de cosas?— Felix ignoró el apelativo que Minho le había vuelto a dedicar, le daba una sensación de confianza que, de repente, no lo molestaba tanto.
—Sí, técnicamente aun soy estudiante. ¿No has visto como todavía me preguntan cosas en los pases de visita?
—Sí, y también he visto como nos desvías a nosotros esas preguntas destinadas a un residente. Ah, perdón ¿dije a nosotros? Más bien, a mí.
—Solo lo hago para meterme contigo, y para que aprendas, claro.
—Pues lo único que consigues es avergonzarme delante de todo el mundo. Todavía recuerdo cuando en preguntaste sobre la gasometría de la paciente aquella, del cuarto tres. ¿Estás loco o algo? ¿Cómo demonios iba yo a saber eso?
—Ok, lo admito.— Minho alzó la mano en señal de rendición.— Esa vez me pasé, pero solo porque me tenías hasta la coronilla.
—Te pasabas todos los días.
—Lo siento, te dije.
—Ya, está bien. Vamos a terminar discutiendo de nuevo.— Felix zanjó el tema y miró por la ventana, notando que ya la noche había caído.— ¿No habías dicho algo sobre la cena?
—¿Me vas a dejar invitarte a cenar?— Minho se emocionó demasiado con aquel simple comentario. Felix rodó los ojos.
—Sí, claro. Lo que quieras.
Minho terminó de guardar sus cosas, manejando su infantil alegría lo mejor que podía.
La verdad era que antes dudaba si debía acercarse a Felix o no. No sabía que era lo que Felix podría estar pensando de él en esos momentos, pero, al parecer, no era algo del todo imposible. Aquel precioso chico frente a él no era completamente inaccesible. Y, si se esforzaba en enmendar sus errores, era posible que las cosas funcionaran. Porque, podía permitirse querer tener a Felix ¿Cierto? ¿Aun podía?
Agarró el menú y se lo extendió a Felix.
—Ordena lo que quieras.
Felix aceptó el menú y lo miró, receloso.
—Yo como bastante.
—Como si pides el menú entero... lo compraré para ti.— Felix volvió a rodar los ojos.
A pesar de todo, Minho no era tan mala compañía.
Comieron con tranquilidad y siguieron conversando de cosas banales. Relajándose y sintiéndose cómodos uno con el otro. Cuando terminaron de cenar, Minho acercó a Felix hasta su casa en el auto y se despidió de él con una sonrisa amable. Se notaba la alegría en su rostro, y por mucho que Felix quisiera hacerse el duro, le era difícil no corresponder aquella sonrisa tan brillante.
Una vez que se hubo bañado y puesto su piyama. Se sentó en su sofá para mirar la televisión.
Sin embargo, seguía pensando en Minho. Recordando sus expresiones, su voz, sus palabras.
¿Por qué todas esas cosas eran tan fáciles de recordar y sin embargo no podía recordar aquella noche que había pasado con él? ¿Por qué en su mente solo había manchas borrosas? ¿Recuerdos incompletos cada vez más vagos? Nunca pensó que el alcohol pudiera tener ese efecto en él. Era molesto, lo hacía sentir vulnerable. Y, si antes le molestaba pensar en lo que Minho le podía haber hecho, ahora se tuvo que sorprender a sí mismo deseando recordar. Solo por recordar. No para confirmar el trauma. Solo para recordar cómo se sentía ser acariciado por esas manos fuertes, ser besado por esos labios, en todo su cuerpo. Quería recordar el sabor de su saliva y la sensación de su lengua probando su sabor. Necesitaba sentir en sus palmas el tacto de aquella piel dorada y suave, de aquel cabello salvaje y brillante. Ya no soportaba más la duda y la curiosidad.
Reclinó su cabeza en el respaldo del sofá, olvidando por completo la televisión. Tal vez, si se lo imaginaba, sus recuerdos podrían regresar. Pensó en el rostro de Minho, en su sonrisa sensual y en aquellos labios perfectos. Como si no tuviera control de su cuerpo, una mano se deslizó hasta sus labios y los acarició con suavidad, recorriendo su contorno. Sus labios eran distintos, eran carnosos y suaves, los labios de Minho eran más masculinos, mejor formados. Se imaginó besando esos labios y la sola idea lo hizo sisear. También estaba toda aquella anatomía, aquel cuerpo lleno de músculos trabajados y firmes. ¿Cómo se sentiría ser abrazado por él? ¿Ser cargado y empotrado contra una pared? ¿Cómo se sentiría toda esa fuerza sobre él? ¿Esa brusquedad?
No era algo que conociera, pero la forma en la que todo eso se manifestaba en su mente era demasiado sugerente. Su mano recorrió su cara, su cuello y su cabello, imaginando que era la mano de Minho, acariciándolo. Se lamió sus labios, buscando la humedad que no tenía en aquel momento, queriendo sentir el contacto de otra lengua. Su mano libre se metió debajo de su camiseta y su propia piel se erizó cuando pensó en la cara lasciva que Minho pondría mientras le hacía esas cosas. Acarició sus propios abdominales y pensó en los de Minho ¿Cómo serían? ¿Tendría six pack? ¿Le gustaría acariciar un abdomen tan patético como el suyo? Sintió la suavidad de su propia piel y pensó que, tal vez, a Minho le gustaría besar una piel tan suave como la suya, se levantó la camiseta hasta dejar al descubierto sus pezones. Esta vez usó la mano que se había paseado por sus labios, deslizó las húmedas yemas de sus dedos por sus pectorales y su cuello se estiró hacia atrás con la sensación. Si Minho mordiera y succionara sus pezones, seguro se sentiría mucho mejor que aquello. Minho lucía como alguien que sabía hacer eso.
Se puso el borde de la camiseta entre los dientes y la sostuvo para poder acariciar su propio torso, aun cuando su propia saliva se deslizaba por la comisura de sus labios. Ya no estaba pensando con claridad. La idea de que Minho estaba allí, sobre él, acariciándolo y haciéndolo gemir como lo estaba haciendo se había vuelto su nueva realidad.
No supo cuando decidió atender aquel bulto entre sus piernas, pero cuando su mano, como si tuviera vida propia, fue hasta allí y lo apretó suavemente, hizo que soltara su camiseta en medio de un profundo gruñido.
—Dios...— susurró, con su respiración pesada. Continuó masajeándose por encima del pantalón, imaginando que Minho susurraba en su oído, con aquella maravillosa voz que parecía haberse grabado en su mente. Tenía una erección tan dura que parecía mentira que todo fuera producto de su imaginación. Se desabotonó el pantalón y lo abrió, con un gesto sensual, como si supiera que lo estaban mirando, como si quisiera deleitar la vista de alguien en especial. Sintió humedad en la piel de su pelvis y supo que era su propio líquido preseminal. Embarró las yemas de sus dedos índice y medio, y se los llevó a la boca, de nuevo haciendo cosas inútilmente provocativas. Porque sabía que si Minho lo viera hacer eso, indudablemente le iba a gustar.
Usó su otra mano para bajar su bóxer y rodeó su erección con todos sus dedos. Ya sus gemidos no eran sonidos apagados, sino burdos gruñidos que resonaban por toda la sala de su casa, oyéndose aún por encima de la televisión. Excitándolo aún más.
¿Por qué se excitaba con sus propios gemidos? ¿Quién sabe? Tal vez porque su imaginación seguía diciéndole que a Minho le podría gustar todo aquello que él estaba haciendo. Su mano se empezó a mover de arriba a abajo, brindándole esa sensación electrizante que tan bien se sentía, mientras su mente seguía trabajando frenéticamente, trayéndole todos esos recuerdos de Minho que tenía acumulados.
Cuando su celular, que estaba a su lado en el sofá, comenzó a sonar, alumbrando aún más la penumbra de la sala, casi le da un ataque al corazón. Miró la pantalla, no conocía el número. Lo agarró con la mano que tenía libre y esperó un par de segundos a que su respiración se normalizara. Tragó en seco antes de contestar.
—¿Sí?— a pesar de todo, su voz sonó un poco rara.
—¿Felix?
Reconocería esa voz donde fuera, y más en un momento como aquel.
—¿Minho? ¿Qué...?
—Gracias a Dios que pude dar contigo. Le tuve que pedir a Chris que le pidiera tu número a Jisung.
Felix no pudo evitar que toda su espina dorsal se erizara al sentir aquella voz, justo en su oído.
—¿Para qué?— ¿Por qué demonios su voz se seguía oyendo rara?
—Se te quedó la billetera en mi auto. Creo que se salió de tus pantalones, porque estaba en el asiento.
—¿Ah, sí?— definitivamente aquello sí había sonado como un gemido. El problema era que, en cuanto Felix supo que se trataba de Minho, había continuado masturbándose. Le era difícil resistirse, no cuando llevaba los últimos quince minutos pensando en quien estaba del otro lado de la línea.
—Sí, eso creo. ¿Estás bien? Te oyes un poco raro.
—No-no... no me pasa nada.— su voz dejó salir un agudo tono de nerviosismo.
—¿Estás seguro?— la voz de Minho bajó una octava, estaba preocupado, pero para los oídos de Felix aquello era como pura miel.
—Sí...
—Discúlpame que haya revisado tu billetera, pero lo hice para ver si encontraba tu número en algún documento. Noté que aquí tienes todas tus tarjetas y tu pase del metro. ¿Cómo irás mañana al hospital?
—No sé... ¿Caminando?— Felix se mordía el labio después de cada frase para evitar que sus gemidos se escaparan.
Sujetaba el teléfono con su cuello mientras usaba ambas manos para darse placer, acariciando sus pezones con una y con la otra encargándose de su dolorosa erección.
—Si no te molesta, te puedo ir a buscar... digo, es mi culpa que no tengas tu billetera.
—¿Me vendrías a buscar?
—Sí, sería una pena si te hiciera venir así.— soltó una suave y sensual carcajada.
¿Por qué tenía que usar justo esas palabras en aquel momento?
Un pequeño gemido partió de la garganta de Felix.
—¿Estás seguro de que estás bien?
—Sí, sí, estoy muy bien...— Felix hablaba lento, le era difícil coordinar sus respuestas.
—Entonces...
—¿Entonces qué, Minho?
—¿Te paso a buscar?
—Está bien. Puedes venir...
—Te iré a buscar a dónde te dejé hoy.
—Sí...
Ya estaba tan cerca, no podía dejar que colgara, no aún.
—¿A qué hora te viene bien?
Diablos.
—No sé... ¿A qué hora sueles salir?
—Alrededor de las siete estoy saliendo... ¿te viene bien a esa hora?
Felix guardó silencio por unos segundos, apenas podía concentrarse, en el fondo, rezaba porque ninguno de aquellos obscenos sonidos que hacía con su cuerpo se oyera del otro lado de la línea.
—Felix...
Su nombre, su nombre en aquella voz...
—Supongo que sí. ¿A eso de las siete y cuarto estarías llegando?
—Sí, más o menos.
—Nos vemos entonces.
—De acuerdo...— de repente Minho bostezó, o se estiró, era difícil saber, pero exhaló un pesado suspiro seguido de un gemido de puro cansancio, pero que en aquellos momentos, para Felix, fue justo lo que necesitó para alcanzar su cúspide y eyacular sobre su propio vientre, manchándose hasta el cuello de su propio semen. Incluso mordió su labio para contener el gruñido que quiso soltar.— Nos vemos. Hasta mañana, Felix.
Ambos colgaron.
Felix tiró su teléfono a un lado y estiró sus brazos sobre el sofá, respirando pesadamente, en búsqueda del aliento que le faltaba.
¿Qué demonios acababa de hacer?
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