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012;『Nagakura Shinpachi』

Estoy seguro que puedes verlo. El silencio se rompió cuando pusiste tu atención en mí; me amaste y aceptaste con mis defectos.

Mírame a los ojos, el reflejo es el de la mujer más hermosa del mundo.

『 °*• ❀ •*°』

Continuar fingiendo que nada había pasado solo le traía más problemas y regaños mentales. Simple, la había cagado. El día blanco estaba terminando, por las calles se habían murmurado con tonos románticos lo bien que las parejas habían pasado el día, pero el capitán de la segunda tropa del Shinsengumi no había corrido con la misma suerte.

Shinpachi se volvió a llevar la taza que contenía sake a los labios y le bebió de una. Ni siquiera la bebida podía calmar lo que actualmente azotaba a su corazón; se echó un suspiro bien lleno de frustración.

Su compañero, al otro extremo de la mesa se echó a reír golpeándose la rodilla. La risa de Harada a veces era escuchada por las jovencitas que les atendían y éstas quedaban embelesadas.

—¡Vaya hombre eres! —celebró el oji dorado con una sonrisa de oreja a oreja, mientras Shinpachi se encogía de hombros—. ¿Cómo pudiste haber olvidado que hoy era el día blanco? ¡Todos se la pasaron hablando de ello!

—¡No es mi culpa! —acotó el castaño casi chillando, aunque bien sabía que sí lo era—. ¡Hijikata no dejó de darme tareas! Y cuando me di cuenta...ya era hoy y muy tarde.

Harada volvió a reír. Supo que esta vez toda esa fuerza de Shinpachi no le iba a ser de utilidad ante el enojo de su novia, el cual no era para menos.

—¡Eres todo un caso! —dijo el peli rojo, recibiendo a una jovencita que les alcanzó otra botella de Sake.

Nagakura presenció el momento y ya no se sentía afectado como antes, en otro momento hubiese maldecido porque todas las féminas se derretían por su amigo, y nadie le prestaba ni un poco de atención. Harada recibió el alcohol y la jovencita desapareció, mientras Shinpachi seguía mudo; pensando en la castaña que sabía, ahora estaba en el cuartel muy molesta.

Desde que ambos se dieron el tiempo para conocerse hacía más de un año, él se dio cuenta que lo que menos importaba era la forma de su cuerpo, si este era atractivo o no; ella le enseñó con esa dulzura con la que fue dotada, que lo que lo volvía atractivo era esa personalidad tan divertida; sus risas y ocurrencias la habían enamorado y lo decidido que era le dio la seguridad para atreverse a confesárselo.

Ella había roto el silencio que los dos guardaban en sus pechos. La calidez se juntó cuando ella confesó sus sentimientos y él los acunó como un tesoro irremplazable.

Estar al lado de ella ya era lo suficientemente bueno y lindo.

La necesitaba ya.

Quería verla a los ojos y pedirle disculpas, en espera de obtenerlas y sentir sus labios como si estuvieran recorriendo el mapa de su corazón.

Tal vez fue obra de la bebida, pero Shinpachi sintió que no debía estar bebiendo en ese momento, que ya era hora de dejar de huir y su semblante lo reflejó con esas cejas levemente fruncidas y esos labios ejerciendo fuerza. Dejó el vaso de lado y bajó la mirada para después cruzarla con Harada.

—¿Se enojó mucho? —le preguntó directamente mientras bebía un poco más.

Y Shinpachi asintió. No hablaron, a decir verdad, pero con tan solo ver el hermoso rostro de la jovencita supo que ya estaba echando humo hasta por las orejas.

Era doloroso recordarlo, pero no iba a poder olvidar ese rostro de la castaña que se pintaba de emoción cada vez que cruzaban camino y se dedicaban unos segundos para intercambiar palabras. Ella creía que Shinpachi no lo había olvidado, pero el transcurso del día le otorgó la cruel respuesta. Eran momentos incomodos donde Shinpachi no se enteraba de nada y cuando escuchó en su patrullaje que era el día blanco, volvió corriendo a ella, pero ya había sido tarde.

Se podría decir que esa era su primera discusión, aunque nadie dijo nada. Ella se limitó a ignorarle las últimas horas del día, por lo que más temprano que tarde Shinpachi invitó a Harada a beber.

Haciendo memoria de todo lo que había pasado ese día, Shinpachi sintió verse como el mayor idiota de todo Edo. Todo había sido un desastre, pero era cierto que nada se iba a arreglar si no era persistente.

Pensó que ella seguramente estaba sufriendo por su culpa en ese preciso momento.

—Debes irte, ¿cierto? —remarcó Harada, como si hubiese leído la mente de su mejor compañero de bebidas.

El contrario volvió a asentir y se lamió los labios.

—El problema yo lo causé —dijo Shinpachi con una seriedad increíble para ser él mismo. Harada prestó total atención y admiración por su amigo—. Ella se había esforzado mucho por cocinarme una cena especial el doce de febrero. Necesito arreglar las cosas y hacerle saber lo arrepentido que estoy.

—Entonces ve —le dijo Harada elevando su brazo en dirección a la puerta—. Ya veo que es la mujer correcta la que te ha hecho madurar.

—Es perfecta —sentenció Shinpachi a la vez que se colocaba de pie y sentía el rostro caliente; todavía era un poco problemático a las emociones que experimentaba su corazón cuando pensaba en ella—. Me ama y acepta como soy, debo de esforzarme para estar a su nivel o podría perderla.

Tras la confesión tan inesperada, pero nada vergonzosa pues Harada era un hombre de confianza, Shinpachi dejó el dinero suficiente para saldar la deuda del servicio y salió corriendo del recinto en dirección al cuartel. Sabía bien donde la iba a encontrar a tales horas de la noche.

    『 °*• ❀ •*°』

La luna fue testigo fiel de la carrera del castaño. No se detuvo ni para recuperar el aliento; sólo hizo una corta pausa para arrancar una rosa roja de un arbusto de alguna casa, a la cual no le dio importancia pues esta tenía sus luces apagadas.

Ya era tarde.

Por un segundo, mientras escuchaba el eco de sus pies correr apresurados, temió que la castaña ya hubiese ido a dormir tras haber manchado su almohada de lágrimas.

—¡Espérameee! —gritó con todas sus fuerzas, dando vueltas por calles y recorriéndolas a la vez que sentía desfallecer.

A cuanto más parecía acercarse, más sentía su cabeza llenarse de memorias que pintó al lado de la chica. Recordó la vez de su primer beso; jamás olvidaría lo tímida y avergonzada que ella estaba.

Recordó también la primera vez que él sintió vergüenza por exhibir su cuerpo. Si se trataba de ella, podía incluso cubrir su pecho; era un poco bochornoso.

Y, desde luego, jamás olvidaría la vez de aquella noche en donde permanecieron juntos, tomados de la mano, y hablando sobre sus sueños, su niñez y tal vez la no tan borrosa idea de formar una familia, porque quería que el amor que compartían tomara una forma más solida y que les recordara día a día su entrega en cuerpo y alma del uno al otro.

Al fin llegó, y sus piernas le cobraron factura temblando como gelatina. Formó una sonrisa forzada y limpió el sudor de su frente, porque cruzando el patio que permanecía en la entrada principal y en el pasillo que estaba frente a él, se encontró con la figura de una doncella sentada, parecía haber estado observando la luna, como si a esta le hubiese contado sus penas para limar ese dulce color plata.

Ella lo observó, sus delgados labios se abrieron suavemente y formó en su rostro el poema de la sorpresa más hermosa del mundo, porque estaba combinada con la emoción y tristeza. Recorrió el cuerpo de su novio, todavía nadie decía nada y por suerte todo el mundo ya se había ido a dormir, pero no pasó por desapercibido el cansancio de Shinpachi y esa rosa que tenía en la zurda, la cual ya le había pinchado, invocando algunos manchones de sangre.

—Shinpachi-san... —murmuró ella.

Al igual que el castaño, ya no podía seguir engañándose; sí, estaba molesta, pero también lo extrañaba y no creía ser tan dura como para continuar de tal forma.

Ella se levantó, cruzó sus brazos, como si se estuviera protegiendo del frío y bajó la mirada mientras Shinpachi tomó la iniciativa de acercarse.

—Necesito que sepas lo arrepentido que estoy —confesó sin más, atreviéndose a tocarla de los brazos. El simple tacto aquel pareció levantar un hechizo de eternidad en la pareja—. Lo siento mucho.

El arrepentimiento se sintió en el tono de voz de Shinpachi. La chica levantó la cabeza y cruzó miradas con él, podían leer su amor en sus retinas y encontró en el reflejó de los ojos del castaño la seguridad de un arrepentimiento.

Ahogó un jadeo, y con los ojos acuosos, dio un leve salto para abrazarlo por el cuello y unir su calor al de él. Negó con suavidad.

—Creo que fui muy dura contigo... —respondió ella.

—¡No lo fuiste! —atacó Shinpachi presentándole la rosa—. Tu acción fue justa. Hiciste un gran esfuerzo por sorprenderme hace un mes y debía haber correspondido. Lo siento mucho, el trabajo me dejó ciego...

Sí, lo había dejado ciego, pero, así como la oscuridad tiene a la luna para ser arremetida, él tenía a la castaña para aprender de ella.

La jovencita, cautivada por la escena de las manos de Shinpachi teñidas de sangre, aceptó el presente. Aquel tenía tanto valor como la joya más costosa de esa generación.

—Tienes un deber en este lugar, lo comprendo —respondió ella, apacible.

Tras unos segundos de un cómodo silencio, que los unió en corazón, Shinpachi sintió que le llegaba una idea excelente. Era cierto que el día terminó, pero su amor no podía ser contenido en 24 horas.

—¡Ya sé! —gritó emocionado, tanto que la chica dio un sutil brinquito—. ¿Qué te parece si este fin de semana le pido unas horas libres a Hijikata y te cocina algo delicioso?

La idea sonaba bien, pero...

No pudo soportarlo; se echó a reír ante la propuesta de su novio. Parecía un niño muy tierno en ese momento.

—¿Tú? —dijo ella entre risitas—. ¿Al menos sabes cocinar?

A la sazón Shinpachi formó un puchero.

—Ah, puedo aprender —dijo, a lo que ella terminó por asentir y controlar su burla.

—Bien, me parece perfecto —aceptó la castaña tomando de la mano a Shinpachi, cruzando sus dedos meñiques a la vez—. Que sea una promesa.

El castaño asintió y antes de que se propusiera ir a dormir para al día siguiente cumplir con sus labores, la detuvo por los hombros; no quería sonar egoísta, pero esperaba tener la oportunidad de hacer una petición.

—Espera... eh... —murmuró, desviando la mirada un poco avergonzado—. Uh... Antes de irnos a dormir, no podré verte hasta mañana...

—Bueno no —respondió ella, ladeando la cabeza consternada—. Nuestras habitaciones están de un extremo a otro.

—Sí... por eso... —poco a poco su voz disminuía de volumen y su corazón palpitaba más rápido y fuerte—. ¿podría besarte antes de ir a dormir?

La propuesta encendió el rostro de la chica. Dio un paso atrás para después recuperarlo y con seguridad, lanzarse a juntar sus labios con los de Shinpachi. Él la recibió sorprendido, más al segundo siguiente pudo sentir la unión de sus labios como algo placentero; no era su primer beso, pero no dejaba de ser adictivo.

No había duda, los sueños de Shinpachi se hicieron realidad cuando cayó de rodillas enamorado por la castaña.

    『 °*• ❀ •*°』




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