010;『Harada Sanosuke』
❝Tuve que esperar días para volver a encontrar la vida en tus hombros. Ni una sola mujer se te puede comparar; como hombre acepto el amor que guardo para ti❞
『 °*• ❀ •*°』
Al ser catorce de febrero, la castaña había puesto su corazón entero en las galletas que preparó para el dueño de esos ojos dorados y cabellos como guirnaldas de fuego. Todo tipo de rumores corrían en torno a él, y ella sabía lo popular que era con el sexo femenino, pero este detalle estuvo lejos de arrebatarle la emoción infundada por semejante día tan especial. Estaba bien segura de sus sentimientos, independientemente si eran o no correspondidos.
Ella misma se formaba ideas en donde podía ser correspondida, en donde su apariencia común y corriente no sería un problema para tocar al corazón de Harada, el famoso capitán de la décima unidad del Shinsengumi.
La chica de cabellos castaños oscuros no era excepcionalmente hermosa, tampoco atrevida, pero le era fácil acercarse al peli rojo con una diminuta sonrisa y un buenos días. Era sencilla y de modales pulcros aunque tímidos, a diferencia del mayor. Tal vez era poco, más con esto se sentía satisfecha cuando recibía algunas palabras con aquella voz profunda, además de una hermosa sonrisa.
Se había enamorado del chico cuando menos se percató, cuando sus miradas las encontraba atrapantes y sus brazos hechizantes. Encontró aquel sentido de responsabilidad y madurez enormemente interesantes en ese hombre tan atrevido y atractivo para la mitad de todo Edo.
Las luces de las cocinas permanecieron encendidas toda la noche en donde la jovencita preparó sus sentimientos en un dulce postre. Recopiló distintas recetas para elaborar galletas y cada cual la convencía, pero se hubo limitado a hacer unas pocas con formas cuadradas y circulares, no en extremo exquisitas pero sí amables con el paladar. Preparó un diminuta porción individual y llegado el día, tras una ronda de patrullaje y observando llegar a Harada, corrió a entregarle el presente.
—¡Harada-san! —dijo la chica con su tono de voz tembloroso. Extendió sus brazos haciendo una corta reverencia.
El oji dorado dio vida a una corta expresión de sorpresa. Durante todo el patrullaje recibió más de un regalo en manos de mujeres hermosas y de cuerpos como rostros tentadores al pecado más bajo que puede cometer un hombre. Los tomó por educación, pero aquel que esperó a penas estaba llegando con un agarre tembloroso y tierno.
Las palpitaciones de su corazón se aceleraron, y sus pies temblaron ante la dócil figura de la chica. De pronto, sintió un calor tremendo asaltarlo, aunque tenía el cabello bien atado.
Sonrió con aquella galanura que lo describía perfectamente. Sus compañeros detrás de él le daban sutiles empujones por la espalda y tomó con seguridad la pequeña bolsita con unas ocho galletitas; tal vez también era obvio su interés por la jovencita frente suyo. Tan solo el tacto de sus dedos los hizo compartir un sentimiento bien infundado por ese día y un hechizo de amor tan poco perceptible que les recorrió cada hebra de su ser.
—Ah —llamó al nombre de la chica, y esta inmediatamente se estremeció con la profundidad empleada en la voz—. Gracias. ¿Galletas? Es un lindo detalle.
La pequeña se irguió, cruzó miradas con Harada y frunció con levedad el ceño. ¡No se había preparado alguna respuesta con antelación! Era, hasta cierto punto, extraño; pues en cualquier otro día no le causaría tanto bochorno ver el rostro de uno de sus muchos amigos del cuartel, pero especialmente en ese momento, sentía su rostro arder y una fuerte necesidad de escapar tan rápido como un rayo.
—Feliz San Valentín, Harada-San —mencionó la castaña haciendo otra corta reverencia antes de desaparecer por un camino apresurado, culpándose por los nervios y la timidez reflejados.
Harada quiso comenzar una corta charla, algo como pretexto para seguir escuchando la voz de la chica y al menos disfrutar de su compañía, pero tras sus deseos y su huida, no le quedó de otra más que presenciar cómo iba tropezones con la escoba en mano y el rostro bien rojo.
En la lejanía la chica se topó con Shinpachi, y sintiéndose aún avergonzada, pero segura, le siguió el rumbo de la charla con el cuerpo tenso, de cuando en cuando desvíaba su mirada a donde se encontraba Harada.
—Qué tierna... —murmuró a la vez que estudiaba la pequeña bolsa de tela que estaba atada con un listón violeta.
Era ese un regalo simple, tal vez con una presentación pobre, pero sin lugar a dudas, por el que cambiaría todos los que recibió momentos antes. Su corazón respondió a la textura de las galletas, y con cierto sentimiento egoísta, Harada decidió escaparse y esconderse de sus amigos para comer aquellas galletas, pasando revista a los sentimientos que la tímida castaña le infundía con aquellas oraciones cortas que emergían de esos labios tan apetitosos y esos sutiles como delicados movimientos de sus caderas cuando danzaba de un pasillo al otro cumpliendo su papel en el cuartel.
No sabía cuánto tiempo más podría ocultarlo bajo ese rostro amable, pero Harada cada día que terminaba, sentía enloquecer por la chica que le procuraba un cobijo y lo recibía todos los días con una endemoniada sonrisa. Comenzó a sentirse atraído a ella, así como también un tanto celoso cuando sus compañeros la procuraban; después de todo, por primera vez conocía las dos caras de un amor transparente y único.
A las primeras horas del día blanco la chica acunó un rayo de esperanza en su corazón. Sentía una gran esperanza de recibir algo por parte Harada, o tal vez ella misma iniciaría una conversación en donde le participaría sobre los sentimientos que tenía por él, pero este buen animo con el que inició el día, se fue apagando en el trascurso del mismo, para encontrarse cortado de tajo cuando se topó con Hijikata en su espacio. Era de noche cuando visitó al azabache y sus preguntas a la falta de Harada fueron respondidas.
Llamó a la puerta del hombre. Al recibir la aprobación del peli violeta, corrió las puertas y se encargó de acercarle un poco de té para los nervios. Estaba sirviendo el brebaje en una de esas pequeñas tacitas, cuando Hijikata chasqueó los dientes y arrugó una hoja de papel. La chica supuso que estaba redactando un informe y que tenía serios problemas de paciencia.
—Ahora que lo recuerdo —formuló el azabache refiriéndose a la joven, con ese tono natural de molestia con la vida misma—. Harada-san me encargó que te diera sus disculpas.
—¿Eh? —fue lo único que acotó la chica. No lograba entender a lo que se refería el mayor, pero en su pecho ya se hacía una idea de la razón de la ausencia del peli rojo.
—Ha tenido que salir para este día —explicó Hijikata, restándole importancia con una articulación con su diestra—. Le he mandado a hacer un encargo; tengo previsto que venga dentro de tres días —bebió del té. La chica sentía caer en un precipicio en donde la desilusión la abrazaba con fuerza—. Mientras tanto, me pidió que te lo informara. Que lo disculpes, eso dijo, que quería hablar contigo el día de hoy.
El oji lila se perdió por un momento en su escrito, el cual no tardó el retomar. La castaña se removió en su sitio, percatando al otro de que todavía seguía a su lado; chasqueó los dientes otra vez. Se había vuelto a equivocar.
—Como sea... —gruñó Hijikata, remojando la punta de su pincel a la vez que la luz de la vela tambaleaba—. ya luego podrán hablarlo con más calma. Es todo, gracias por el té, puedes ir a dormir.
La chica respondió con un asentimiento. Estaba siendo corrida con aquella indiferencia en Hijikata, pero lo que realmente la había lastimado fue la noticia que recibió; tendría que esperar más días para encontrarse con el chico del que estaba enamorada.
—Gracias, Hijikata-san —le dedicó tomando la bandeja y tetera—. Buenas noches.
Salió del estudio con paso lento y pesado. La amargura ganó terreno en su boca y tras despedirse de las pocas personas que todavía trabajaban en las cocinas, la castaña con el rostro apagado, volvió sus pasos hasta su habitación. Al abrir las puertas se encontró con el sitió perpetrado en oscuridad, una que le asesinó el sueño pero que la recibió hasta que se recostó en su futon. Sentía el cuerpo más cansado que otros días, como si sus brazos y piernas estuvieran hechos de plomo.
No podía conciliar el sueño. Estaba preocupada por Harada, además de un poco consternada, ya que él jamás le habló de tal misión en ningún momento. Creía que eran tan buenos amigos como para que él le hubiese comentado que tenía planes para ese día; era extraño.
La jovencita se recostó de lado, abrazó su cobija y con los ojos entre cerrados revivió todos los momentos que tuvo la oportunidad de pasar un rato al lado de Harada tras el catorce de febrero hasta ese día. Se habían reído con Shinpachi y provocado a Heisuke, pero no, nunca pudo haberse percatado que le ocultaba aquella noticia.
De tal forma, con algunas preguntas en la cabeza, la chica de unos veinte y algo de años se quedó profundamente dormida, e hizo acopio de mucha fuerza de voluntad para soportar los tres días que el Vice capitán había mencionado.
No estuvo tan sola esos días, ya que en sus tiempos libres podía ser acompañada por Okita y sus comentarios agrios, o tal vez por Heisuke y sus ocurrencias. Los chicos, al verla tan apagada, se habían propuesto darle un poco de compañía hasta el retorno de la persona, que era más que obvio, le había ocasionado tal cambio tan drástico.
Como era de esperarse, una vez transcurrió el número de días acordados, con un cielo manchado y las gotas desprendiéndose de las nubes hasta estrellarse en el suelo, un grupo de hombres arribó al cuartel del Shinsengumi. Algunos parecían cansados por caminar tanto y otros sencillamente tomaron asiento en esas bancas que estaban en el patio. La chica había estado revisando todos los rostros que iban desfilando bajo la lluvia. Se llevó las manos al pecho y los ojos le brillaron cuando en ellos se reflejó la varonil figura de Harada Sanosuke vestido orgulloso en su uniforme de color menta.
El peli rojo también la estuvo buscando y ni bien la encontró protegida bajo el techo de un pasillo, corrió atravesando el patio que los separaba para extenderle los brazos, invitándola a un abrazo. De lado dejó las cuentas que debía rendirle al azabache una vez arribara.
—¿No hay un abrazo para mí? —le dijo burlón. Las ropas le goteaban y los cabellos perdieron su forma debido a la humedad, pero ese intenso brillo en sus ojos permaneció para enloquecer el corazón de la joven—. Recién llego.
La jovencita rio, negó delicadamente con las manos y después se cruzó de brazos.
—Tengo que declinar tu oferta, Harada-san —respondió divertida. Formó un mohín—. Además ¿Por qué no me dijiste que ibas a salir?
Harada se rascó la nuca, y desvió la mirada. Era la única mujer que podía tomar esa posición frente a él.
—No lo tenía planeado, todo fue por capricho de Hijikata-san —explicó—. Habría querido salir contigo a patrullar el catorce de marzo, ya que hay algo de lo que debemos hablar, pero no pude ni siquiera avisarte. ¡Ah! Tengo que ir a informar de mi vuelta, ¿puedes esperar aquí?
La chica mantuvo su posición. Sabía que Harada no era un hombre aficionado a la mentira y que estaba siendo honesto; había cosas que ni siquiera él mismo podía controlar. Le dedicó una sonrisa acompañada con un suspiro y asintió dejando caer sus brazos.
—Muy bien —le dijo ella, divertida—. Ve con Hijikata-san. Aquí espero.
El mayor tuvo que mantenerse corto ante la idea que le dominó el cuerpo sobre besarla sorpresivamente antes de volver sus pasos a la habitación en donde era requerido, se ahogó en su deseo y sin más, dio la espalda a la chica y desapareció entre la cortina de gotas y los compañeros que le saludaban por su llegada.
Los dos acunaron en sus pechos por un tiempo más lo que sentían y la necesidad de ser honestos. Ya no podían seguir ocultando el amor con el que se miraban y deseaban.
Alrededor de una media hora después volvió Harada al mismo lugar de antes. Se había cambiado por un uniforme nuevo y se unió a ella, quien estaba recargada en el pasamanos del pasillo. Apareció por detrás, percibiendo lo delicada que podía ser en un día de lluvia y esa falta que tenía por llenar al tenerla rodeada por sus brazos.
—Es relajante, ¿no? —le preguntó él en un intento de romper el silencio—. La lluvia y la frescura que levanta por todas las calles.
La mujer asintió con el semblante relajado, aunque la nariz fría.
—Lamento la tardanza —confesó el mayor, sintiendo que había dejado de ser él mismo desde que tuvo que acudir a la orden de Hijikata—. No es propio de un hombre dejar esperando a una mujer. No hay pretexto para esto y no lo pienso usar.
La jovencita negó, y sus ojos castaños y profundos, pasaron de la lluvia hasta la mirada ocre de su mayor. Era ella pequeña, pero frente a él no le avergonzaba levantar su enternecida mirada.
—No estuvo bajo tu alcance. Lo entiendo por completo, Harada-san —respondió la jovencita, comprensiva—. Me alegra mucho más ver que has vuelto con bien.
El mayor de hebras carmines formó en su rostro la sorpresa, después la desdibujó y en sus labios dio veracidad a una cálida sonrisa. Entonces tomó la iniciativa de atrapar la delicada mano de la jovencita, arrancándole un sutil sonrojo en sus mejillas bien redondas.
—Lamento tanto haber faltado ese día —repuso Harda, depositando un corto beso en los nudillos de la joven, reflejando, como el agua que caía del cielo, sus verdaderos sentimientos—. Pero hay algo que tengo que decirte desde entonces, solo si aceptas dar un corto patrullaje conmigo.
—¡¿Eh?! —tartamudeó la mujer, dando un paso atrás, estudiando el clima y las palabras del hombre frente suyo—. ¡¿Te refieras a ahora?!
Harada asintió con una sonrisa ladina y con un rostro totalmente divertido. Pudo haber sido la imaginación de la castaña, pero le pareció notar que el rojo de su cabello se intensificaba incluso con el color opaco del día.
—Sí —dijo—. ¿o le temes a la lluvia?
Ante tal provocación solo había una respuesta que ella podía darle, la que era bien esperada a juzgar por la situación. La chica levantó el rostro llenó de una alegría y complicidad únicos. Era esa la castaña tan divertida que Harada conocía; lo tomó de la mano sorpresivamente y con un solo empujón lo llevó consigo corriendo bajo el manto de la lluvia.
Durante un buen tramo, al salir del recinto, iban riendo mientras corrían o se detenían a empujones. Ella saltaba sobre charcos y él intentaba atraparla. Harada la dejaba tomar la delantera, y entre carcajadas, la tomaba por la cintura para detener sus pasos e intentar ganarle como si fueran carreras. La abrazaba y ella se dejaba pintar por ese momento en donde parecían una simple pareja divirtiéndose.
El hecho de que Harada era popular entre las mujeres se volvió tan pequeño en ese momento, que ni una sola les interrumpió, aunque lo veían a través de las ventanas. Y supieron, que esa sonrisa enorme que había en sus labios solo podía ser infundada por esa chica.
Habiéndose cansado y reído como en ningún otro día, la pareja detuvo su diversión. Supieron lo mucho que se habían necesitado. Ella quería tomarle de la mano, como si tuviera miedo a separar sus caminos, pero se detuvo al recordar que Harada estaba cumpliendo con su deber.
Estaban solos en la calle, tal vez eso fue suficiente para que el joven, ignorando unas pocas reglas, se deshiciera de su uniforme y parte de él se lo colocara a ella por sobre los hombros, en un intento pobre de protegerla de la lluvia.
—Sobre lo que quería hablar... —murmuró él, con todo quedo y un poco misterioso.
La castaña respondió encogiéndose de hombros. Ahora que se daba cuenta, sentía el calor de Harada por sobre su espalda y su respiración tan cerca que era un tanto embriagante. Sintió su rostro aumentar en temperatura, más asintió.
—Las galletas que me diste estuvieron deliciosas. Me gustó tanto que no quise compartirlas con nadie... —admitió el de hebras rojas ocultando su bochorno con esa expresión divertida y dominante. Continuaron sus pasos, aunque ahora eran más lentos—. Quería decírtelo el catorce de marzo, pero al ver que esto se cruzó...bueno... solo quería decirte que me...
—Harada-san —llamó la chica, llevándose sus manos al pecho, sintiendo que su corazón quería escaparse, pero estaba tan alegre que sus labios se entumieron con la sonrisa que jamás abandonaron.
En un movimiento rápido y travieso, la jovencita detuvo sus pasos, obligando a Harada hacer lo mismo. Se colocó de puntitas y con la fuerza necesaria tomó al chico del cuello de sus ropas para obligarlo a agacharse un poco y de tal forma juntar sus labios bajo la lluvia.
Harada se sorprendió, más al verse correspondido, se dejó llevar al segundo siguiente en donde se apoderó del cuerpo de la chica rodeándola por las caderas.
Tras unos segundos en donde se perdieron en los movimientos de sus labios y el repentino control que Harada tomó en la caricia, tomaron su espacio.
—También me gustas —dijo ella, sintiendo el peso de sus hombros desvanecerse para encontrarse de cara con la calidez de un amor correspondido.
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