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002;『Hijikata Toshirou』

❝El mundo espera mis palabras;
yo siempre te he querido❞

『 °*• ❀ •*°』

El efecto del día de San Valentín había ocasionado en Hijikata un cambio en extremo radical. El pensamiento de ser correspondido jamás se le había cruzado en esa cabeza tan parca, simplemente se había convencido en sólo observarla, en sólo disfrutar de lejos sus hermosas sonrisas y dejarse deslumbrar por el brillo de sus joviales e inocentes ojos.

Hijikata se consideraba un hombre tan maduro como para llegar a convencerse que no siempre su amor por una mujer será igualmente correspondido. Y mucho menos por aquella que había llegado hacía tan poco al cuartel de una forma bastante curiosa.

Al poco tiempo de haberse enamorado se convenció de que las cosas no siempre terminan como esas telenovelas románticas, que sería peligroso formalizar algo dada su situación actual en el Shinsengumi, pero eso no le impedía imaginar una vida al lado de la mujer de sus sueños; imaginar a sus hijos corriendo de un lado a otro, llamándolos papá y mamá; imaginar un domingo tranquilo en donde despertar abrazado al cuerpo de su amada y darle un beso de buenos días. Absolutamente todos estos sueños, vergonzosos para un hombre de su edad, le desfilaban justo cuando era la hora de la comida y todos se juntaban en una habitación a compartir el momento, mientras la chica que tanto amaba se ocupaba de servir el té y darle fugazmente una mirada amable, tan tierna y angelical que Hijikata inmediatamente apartaba su mirada, la cual pintaba de un pobre intento de dureza y liderazgo.

Pero todo aquello que levantó para proteger su corazón, el cual no creía correspondido, se derrumbó como la arena cuando la asalta las olas del mar. Intentó por varias veces olvidar lo que significaba ese día, por mas que Okita le molestaba y le recordaba, Hijikata no le prestó atención e hizo un esfuerzo enorme por mantenerse impasible hasta el mediodía, donde la jovencita dueña de sus suspiros y emperatriz de su corazón, se coló a su estudio con el pretexto de darle una taza con té.

Hijikata recordaría ese momento como el más arriesgado e incómodo de su vida, porque mientras la chica servía el té en la taza un ambiente bastante pesado, presto a ser cortado con los dedos, se levantó en esas cuatro paredes. Hijikata mantenía su mirada baja en los papeles que estaba revisando, pero por el rabillo del ojo notaba los temblores nerviosos de la fémina mientras el brebaje se servía.

Tierna, fue la palabra que formuló el azabache en su cabeza mientras una débil sonrisilla se le pintaba en los labios y su semblante tan exigente se relajaba.

Para cuando la jovencita terminó recibió un caluroso y muy extraño gracias de Hijikata, pensó que ese era el momento, así que totalmente nerviosa sacó de sus espaldas unos chocolates que ella misma había hecho y se los dejó torpemente en una orilla de su escritorio. El hombre enmudeció, sabían lo que eso significaba, pero para cuando quiso formular una palabra la chica huyó del lugar como una presa corre de su depredador.

Y desde entonces comenzaron a evitarse, a sólo seguirse con la mirada y limitarse a un Buenos días o un Buenas noches, ni más ni menos. Por supuesto que los momentos no eran tan incomodos cuando estaban acompañados de toda la cuadrilla, entonces ella y Hijikata podían respirar tranquilos, al menos hasta la noche del Día Blanco.

Por la mañana del catorce de marzo Hijikata había salido al mercado, se había dado un respiro para encontrar algún regalo digno para ella. Nunca antes había hecho algo similar, por lo que no sabía qué comprar exactamente, y cuando veía algo lindo y tierno, esto no terminaba de convencerlo; siendo así, jamás encontró algo y volvió al cuartel con las manos vacías.

—¿Ya tan rápido terminó el paseo, Hijikata? —le preguntó Okita interceptándolo en la entrada, y tras cruzar los brazos y formar una mueca de ira con el ceño fruncido, el azabache observó en derredor para ver a la chica de sus sueños barriendo el patio en compañía de unos niños.

Dicha acción no pasó desapercibida para Okita, quien percatándose de la suavidad que invadió a Hijikata al ver de lejos a la joven, sonrió burlón y enarcó las cejas.

—No me digas, ¿Te diste un respiro para salir al mercado y comprarle algo? —burló el castaño con un brillo de celos en su mirada esmeralda—. Quién hubiera dicho que podías enamorarte y actuar como un muchacho de quince años. ¿Te piensas confesar?

Hijikata endureció su mirada para cuando se topó con la de Okita, quien sólo estaba en la entrada de cuartel para chismosear a los vecinos o transeúntes.

—No es de tu incumbencia —sentenció Hijikata y se abrió paso al cuartel y pasó por alto la figura de la jovencita, quien le recibió con un "Bienvenido" bastante avergonzada.

Hijikata continuó su camino con los nervios de punta, con su corazón queriendo escapar de su lugar y lanzarse a los brazos de la fémina, hasta llegar a su estudio para encerrarse hasta la noche. Ese día no salió a comer y mucho menos para compartir un rato con sus amigos, se encontró frustrado y avergonzado por no encontrar nada para ella.

Ya faltaban unas pocas horas para que la noche terminara, varios policías ya habían ido a dormir; el Día Blanco estaba terminando, pero Hijikata se mantenía despierto, intentando redactar una carta para la jovencita, pero sus palabras tampoco lo convencían o lograban expresar lo que de verdad su corazón sentía cuando era vigilado por la castaña mirada de la muchacha.

De repente y sin previo aviso, la puerta de su estudio se deslizó tan rápido que Hijikata ahogó un grito de sorpresa cuando en la entrada se dibujo la forma de la chica alumbrada por la opaca luz de vela. Ella le sonrió, llevando dos tazas de té se dejó caer sentada al lado de Hijikata, quien pronto cubrió todo lo que estaba escribiendo, sin importarle el mancharse los brazos.

—¿Interrumpo algo, Hijikata-san? —le preguntó y el azabache negó con la mirada baja y el ceño relajado. Sólo con ella se sentía seguro para mostrar su lado blando. Ella le sonrió, sin saber lo mucho que movía en su corazón. Ambos estaban nerviosos—. Bueno, lamento llegar sin previo aviso, pero noté que tu luz seguía encendida y creí que después de trabajar tanto el día de hoy estarías muy cansado. Te traje un poco de té, ya sabes, es bueno para relajar los nervios.

Sirvió las tazas, las cuales venían acompañadas por un par de esas galletas sin sabor que se compran en los mercados. Hijikata asintió, sintiendo un leve rubor en las mejillas y tomó su taza entre sus manos, mientras ella sí bebió hasta acabarse la suya. 

—Gracias ­—le dijo con un intento de voz aplomada, debía calmarse y no sucumbir ante sus nervios—. Lamento las molestias.

La jovencita negó dulcemente, le sonrió nuevamente y el corazón de Hijikata se iluminó.

—No es nada. Hijikata-san, es lo mínimo que puedo hacer por ti ­—respondió ella, y al haber terminado con su bebida, resolvió que lo mejor era irse pronto para dejarlo trabajar, después de todo, lo único que quería era pasar unos minutos al lado de Hijikata en ese día tan especial­—. Bueno, más vale que me vaya retirando para dejarte trabajar. Buenas noches, Hijikata-san, no duermas tan tarde porque...

La jovencita estaba recogiendo su taza, la charola con la que había llevado las cosas y justo cuando se iba a levantar, el azabache la tomó del brazo, interrumpiéndola e impidiéndole moverse.

—¡Espera, no te vayas todavía! —dijo Hijikata, pero esas palabras y su acción se le escaparon ignorantes a su voluntad. Entonces ambos enrojecieron y la joven volvió a su asiento, pero Hijikata la acercó aun más—. Yo... Quiero decir, los chocolates que me diste el pasado catorce de febrero estaban muy ricos. Lo siento por no poderte agradecer como es debido.

La ronca voz del hombre se colaba por los oídos de la chica y esta, totalmente avergonzada por estar atrapada en sus brazos y calor, asentía con un temor y ternura propios de su inocencia. Tampoco pensó que algo así sucedería, pero se encontró feliz, alegre por ser aparentemente correspondida por el hombre más duro del Shinsengumi.

Hijikata la abrazó de tal forma que con una de sus manos rodeó sus caderas y con la otra alcanzaba a acariciar su cabeza, como si temiera a perderla una vez se deshiciera de la caricia. Ella se limitó a esconderse en el pecho del hombre, a sólo sentir su calor y respiración.

—Me sorprendiste mucho, no creí recibir algo ese día, además, desde entonces no me pierdo nada de ti, y al parecer, tu de mí. Debo admitir que me trae consuelo e ilusión porque así creo que... bueno, que tal vez puedo gustarte —confesó Hijikata, titubeando de cuando en cuando, teniendo fresco el recuerdo de los chocolates—. Y el día de hoy intenté buscar algo para ti, pero no encontré nada. Lo siento, discúlpame de verdad.

¿Había escuchado bien? Hijikata se había tomado la molestia de buscarle algo, sólo con esa intención el corazón de la chica respondió con unas fuertes oleadas. Sonrió cautivada, y colgándose del cuello de la vestimenta del hombre, se irguió un tanto para cruzar mirada y callarlo de una vez. Ella no quería un regalo en físico, no le era menester nada de eso.

—Hijikata-san, hiciste bien en no comprar nada —le dijo en un hilo de voz, notó la duda en la expresión en el rostro de Hijikata y traviesamente le robó un beso.

Justo era ese el primer beso de Hijikata, el cual floreció en compañía de los cerezos que se abrían en el árbol que se asomaba por la ventana de su habitación. Sólo la noche pudo ser fiel testigo del amor que nació en el Shinsengumi y que Hijikata, aún con toda su ignorancia en el tema, cuidaría con recelo. 

    『 °*• ❀ •*°』

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