Aunque otros piensen que soy exagerada, aún recuerdo con claridad mi primer beso. Bueno, solo cómo llegué a esa situación estando solo en quinto de primaria. Fue un juego, un experimento casi impuesto.
Aquel juego, la botellita le decían, no era como la loto no legal, era sobre girar la botella en el suelo mientras todos nos sentábamos alrededor de ella. Éramos solo dos pares de cada género en la oscuridad de las escaleras del edificio de ese chico italiano. Mi segundo beso no fue muy diferente, pero ese no lo recuerdo tanto. Era más serio, más impuro, un beso adolescente con Chris.
Así le decía, Chris. Un chico medio amanerado que me encantaba no importa cómo lo vieran otras personas, incluso mis amigas. Recuerdo que lo odiaba porque siempre trataba de molestarme. Era insoportable el chico de tan solo un año mayor. Mi prima estaba en su salón de clases, ella decía que íbamos a terminar juntos. No se equivocó.
Con el descubrí que la saliva era parte de un beso, aunque intentaras con todas las fuerzas que no fuese así. Él me hizo reír a montones, salimos una que otra vez y me regaló una flor de cristal violeta. En ese tiempo, la sensación del siglo. ¿Su problema? No le interesaba ser mi novio mientras yo buscaba sentirme amada y deseada frente a otras personas.
Vulgarmente dicho, quería ser exhibida como un trofeo únicamente suyo. ¿Mi problema? Me dejé llevar por los bisbiseos de sus propias compañeras de salón y las mías. Él no me quería tanto y yo recién comenzaba a ver el mundo de otra forma. Más abierta.
Ahí fue donde entró Riel.