capítulo tres
Narra Delia.
Después de un día bastante intenso en la universidad, por fin llego a casa. Apenas abro la puerta, mi perro Caramelo, un perro salchicha, viene corriendo hacia mí, moviendo la cola con entusiasmo.
— Hola, mi amor — murmuro, inclinándome para acariciarlo.
Desde la entrada, escucho a mis padres conversar en la cocina. Cojo a Caramelo entre mis brazos y subo rápidamente a mi habitación para dejar el bolso.
— ¿Qué hay para comer? — pregunto, entrando en la cocina.
Mi padre se acerca a darme un beso en la frente, y luego mi madre me envuelve en un cálido abrazo. Mi madre, Claudia, es como una amiga para mí, la persona en quien siempre puedo confiar y contarle todo. Mi padre, Jordi, siempre está al pie del cañon, apoyándome en todo momento.
— Carne en salsa — responde mi madre con una sonrisa.
— ¡Qué rico! — exclamo, con una sonrisa en los labios.
La mesa está servida, y el delicioso aroma de la carne en salsa envuelve el comedor. Nos sentamos los tres, con Caramelo a mis pies esperando por si le cae algo.
— ¿Qué tal el día en la universidad? — pregunta mi madre mientras sirve la comida.
— Bastante cansado, la verdad. Hoy tuvimos una clase de Psicología de las Diferencias Humanas, y el profesor no paraba de hablar sin que nos diera tiempo a tomar apuntes.
— ¿Ya sabes cuándo es el examen de esa asignatura? — interviene mi padre, cortando un trozo de carne.
— Sí, la próxima semana. Estoy tratando de organizarme porque también tengo que entregar un trabajo de psicología social.
— Bueno, tú siempre has sido organizada, seguro que lo sacas adelante — dice mi madre, sonriendo con orgullo.
— Gracias mamá. Aunque tengo que admitir que hoy me costó concentrarme. Estoy tan cansada que hasta Caramelo tiene más energía que yo.
Mi padre ríe y señala al perro, que está sentado con sus ojitos fijos en nosotros.
— Hablando de Caramelo, deberías llevarlo al parque más tarde.
— Sí, papá, lo llevaré después de recoger un poco mi habitación. Además, necesito despejarme un poco.
— Pero no te quedes hasta tan tarde estudiando, Delia — advierte mi madre. — La última vez te fuiste a la cama a las dos de la madrugada.
— Lo sé, lo sé. Trataré de no hacerlo.
— ¿Tratarás? Eso no me convence mucho — replica mi padre.
— Bueno, prometo que intentaré dormir más, pero solo después del examen.
— Esa es nuestra chica — dice mi madre, guiñándome un ojo.
Mientras seguimos comiendo, la conversación cambia a otros temas: un chisme del barrio que mi madre cuenta con entusiasmo, y una anécdota divertida del trabajo de mi padre.
Después de pasar horas en casa estudiando, decido que es momento de salir a dar un paseo con Caramelo. El aire fresco nos vendrá bien, y además el pequeño lleva mirándome toda la tarde con ojos de súplica. Le pongo la correa y salimos dirección al parque.
Mientras caminamos por la acera, disfruto de la suave brisa que balancea las hojas de los árboles. Caramelo, como siempre, se detiene cada dos pasos para olisquear cualquier cosa que le llama la atención.
— Vamos, Caramelo, no tenemos todo el día — le riño, con cariño, tirando un poco de la correa.
Al llegar al parque, lo suelto en la zona donde puede correr libremente. Sé que no suele alejarse mucho, así que aprovecho para revisar un par de mensajes en mi móvil. Sin embargo, en un abrir y cerrar de ojos, algo cambia.
Caramelo, que hasta entonces estaba husmeando cerca de un árbol, ve a un chico corriendo por la pista de atletismo que rodea el parque. Su pequeño cuerpo se pone en movimiento, y antes de que pueda reaccionar, comienza a perseguirlo con agilidad.
— Caramelo — grito, dejando caer el móvil en mi bolso y corriendo tras él.
El chico, al notar el perro detrás de él, frena y se gira. Para mi sorpresa, quien se agacha a recoger a Caramelo es nada menos que Pau. Su pelo desordenado y su camiseta gris me confirma que ha estado entrenando.
— ¿Es tuyo? — pregunta con una sonrisa mientras sostiene a Caramelo entre sus brazos.
— Sí, lo siento muchísimo. No suele hacer esto, pero parece que le has llamado la atención — respondo, algo avergonzada.
— No pasa nada. Debo decir que es rápido para ser tan pequeño — comenta riendo, y Caramelo le lame la mano.
— ¡Caramelo! — exclamo.
— Parece que le caigo bien — dice Pau, devolviéndomelo.
Mientras Pau comienza a trotar de nuevo, Caramelo empieza a removerse entre mis brazos, ladrando suavemente. Tomo una bocanada de aire y, sin pensar demasiado, me acerco de nuevo al borde la pista.
— ¡Pau! — lo llamo.
Él frena en seco y se gira hacia mí, con una ligera sonrisa en los labios. Se seca el sudor de la frente con el borde de la camiseta mientras camina hacia donde estoy.
— ¿Qué pasa? — pregunta divertido.
— Quería darte las gracias. A veces Caramelo puede ser un poco travieso.
Pau cruza los brazos, analizando mis palabras.
— No tienes que agradecerme nada. De hecho, ha sido divertido. Aunque ahora tengo una duda, ¿siempre persigues a desconocidos? — bromea.
Rio, negando con la cabeza.
— Solo cuando mi perro decide que ellos son más interesantes que yo.
— Entiendo que es difícil competir conmigo — dice, guiñándome un ojo, y aunque sé que es de broma, no puedo evitar sonrojarme un poco.
— ¿Siempre eres así de modesto? — contraataco, levantando una ceja.
— Solo cuando estoy de buen humor. Y hoy lo estoy, gracias a Caramelo y a ti — Pau se agacha para acariciar a Caramelo. — Aunque debo admitir que me intrigas tú más que él.
— ¿Intrigar? — pregunto entrecerrando los ojos.
— Sí, aún recuerdo cuando te vi inmersa en un libro de psicología. Y ahora estás aquí, persiguiendo a un chico. Es interesante eso.
— Tal vez solo soy una chica normal con un perro un poco inquieto — respondo, encogiéndome de hombros.
— O tal vez no tan normal. — Pau me mira con curiosidad. — ¿Siempre vienes a este parque?
— De vez en cuando, cuando necesito despejarme de la universidad. ¿Y tú?
— Suelo venir a correr después de los entrenamientos. Es mi forma de desconectar — me explica.
— Me sorprende que no tengas a más gente siguiéndote. Debe ser complicado ser... bueno tú.
Pau suelta una leve carcajada.
— La verdad es que aquí puedo pasar desapercibido la mayoría de veces. A menos, que un perro salchicha decida que soy su nuevo objetivo.
Ambos reímos. La conversación es ligera y natural.
— Bueno, Pau, creo que debo seguir caminando antes de que Caramelo encuentre otro corredor al que perseguir — digo, señalando a mi perro, que ya empieza a olisquear los alrededores.
— Fue un placer salvar a Caramelo y conocerte un poco más, Delia.
— El placer es mío — respondo con una pequeña sonrisa.
Pau me mira un instante más y asiente con una sonrisa.
— Nos veremos por aquí, ¿no?
— Puede ser. Si Caramelo decide que le caes bien otra vez — respondo, mientras me alejo con una tímida sonrisa.
Mientras camino hacia casa, no puedo evitar mirar hacia atrás. Pau sigue trotando, pero de vez en cuando parece girar la cabeza en mi dirección.
Caramelo tira de la correa, como si quisiera volver.
— No, pequeño. Ya fue suficiente por hoy — le susurro, aunque no estoy tan segura de que yo también quiera dejar atrás este momento.
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