Capítulo XVII
Un sentimiento de profundo abatimiento aleteó en el esternón de Miss Clarke.
¡¿Por qué Mr. Dominick tenía que casarse?!
La joven intuía el motivo gracias a los comentarios de la presuntuosa señorita Kirby, pero no podía asimilar tan nefasta noticia.
El pecho le dolía con cada respiración y sentía el estómago más revuelto que los caldos de Ms Cook, tras observar los desesperados intentos de coquetería de la damicela hacia su presunto prometido.
Las horas que había compartido con la pareja en el Saloncito habían sido las más angustiosas, desde su caída en el execrable bosquecillo. Ni siquiera los desaires de Mr. Bradley, hacia la indecorosa fémina, le habían servido para consolar las aflicciones que atormentaban su alma. Malestares que creyó, podría controlar mejor en soledad. Por eso, se alegró cuando Ms Paige hizo una nueva aparición en la estancia para anunciar la cena; a la que asistiría Miss Kirby, pues se había visto obligada a permanecer en la mansión hasta el día siguiente.
Según la información recibida por la servidumbre, no había rastros del cochero de los Kirby en los alrededores de la propiedad y, como era bien sabido, la noche era inclemente en aquellas tierras brumosas, por lo tanto resultaba imposible prometer un regreso seguro. La solución más óptima, entonces, había sido la de brindarle hospedaje en "Whispers House" hasta que el peligro pasara.
"Deberé despedir al cochero por haber desobedecido mis órdenes." Aseguró la mujer, tras enterarse de la noticia de su abandono.
"No se precipite Miss. Posiblemente malentendió sus deseos." Había intervenido Mr. Dominick, en defensa del desafortunado empleado.
"Piense, además, que todos somos humanos y cometemos errores, pero es de buenos cristianos perdonar y dar segundas oportunidades". Aseguró el caballero, usando su voz persuasiva y su mirada penetrante, que lograba desarmar hasta la coraza más dura en pocos instantes.
Miss Clarke sabía que estaba fingiendo, a fin de salvar al pobre sirviente que había caído en la vil trampa ejecutada por su ladina ama, pero igual sintió una punzada en el pecho, por el efecto que aquellas acciones provocaron.
"¡Por poco se le olvida mi presencia y la muy descarada comete una imprudencia! ". Pensó con adversión, al notar la proximidad de Miss Kirby con el heredero y el apretón de mano en su pierna, mientras juraba que no tomaría ninguna decisión que pudiera perjudicar al cochero, sin antes escuchar su explicación.
Aquel episodio de "buena samaritana" había terminado de indisponerla y la había impulsado a rechazar la cena, agradeciendo en su interior que Mr. Dominick no ejerciera comentario alguno respecto de su negativa de compartir la mesa.
Lo cierto era que las presiones solo hubieran servido para aumentar sus dolencias. Pero, por iluminación divina o sentido común, él había comprendido la profundidad de su sentir y había declinado cualquier insistencia.
Un brillante resplandor, proveniente de una de las habitaciones superiores, la sorprendió en su camino de regreso al cuarto. La refracción de aquella intensa luz en sus pupilas fue como un despertar para la joven, que parecía haber estado caminando por instinto, sin planificar la dirección que habían tomado sus pies.
Se percató entonces de lo sucedido: sus mustios pensamientos la habían traicionado y, en algún punto, había virado en dirección contraria, subiendo las escalinatas hacia el torreón de Mr. Andrew.
No obstante, en aquella oportunidad, el cruel destino no había jugado sus mejores cartas, pues su caminata se había detenido mucho antes de llegar a la recamara de su Señor, en un espacio de oficina o estudio, que además era una Biblioteca.
Los ojos de la institutriz refulgieron de emoción al vislumbrar las estanterías repletas de libros que se elevaban hasta el cóncavo techo, como colosales columnas del saber.
Un halo vaporoso se escapó de sus boca, cual halito de estupefacción, de asombro, ante la manifestación del más grandioso sueño de cualquier bibliófilo.
Tras adentrarse en aquel templo de erudición, comenzó a recorrerlo con la mirada, mientras deslizaba sus yemas sobre el marco de las vitrinas donde se hallaban contenidos los libros raros. Se detuvo frente a una repisa de ejemplares selectos, con artesanales encuadernados y pergaminos delicados, además de, las siempre codiciadas, primeras ediciones.
—Si quiere ver uno de cerca, solo debe solicitarlo —ofreció una voz a sus espaldas.
En esa ocasión, Miss Clarke no sintió el sobresalto que acompañaba a la incertidumbre, pues conocía bien al dueño de la voz, pero sí se impresionó al imaginar que este la había estado observando en silencio. Además de sentirse frustrada por haber subestimado el juego del destino.
¿Cuál era la sombra, amiga de Mr. Andrew, que lo había guarecido de forma inmejorable durante su asecho? Ciertamente un rincón umbrío que había escapado de la aguda inspección de Miss Clarke.
Por supuesto que, a cualquier pupila adiestrada, se le escapa algún detalle cuando era eclipsada por un objeto más interesante. Y esa magna Biblioteca había embelesado a la governess como al insecto la flama.
—Lo lamento Mr. No sabía que estaba usted aquí —respondió la joven, un tanto abochornada.
—Se lo he dicho antes y lo repito ahora, no debe usted disculparse conmigo cuando no hay reproche alguno de mi parte—comunicó el primogénito, acercándose hacia ella.
El inconfundible aroma a whisky impregnó las fosas nasales de la mujer.
Los ojos de su amo relucieron, felinos.
Miss Clarke conocía aquella mirada depredadora, la había visto en más de una oportunidad en el párroco de la capilla a la que asistía con su familia, un hombre de Dios que disfrutaba más de la cuenta de los licores santos antes de la misa. Mismo eclesiástico que, en una ocasión, había intentado propasarse con ella tras la sagrada confesión, enmascarando su execrable acción como un acto de expiación.
El rechazo que sentía hacia aquellos hombres de fe y todo lo que rodeaba su falso dogma, tenía hondos y desagradables orígenes y ese era solo un episodio, de los tantos que habían contribuido a formar sus propias ideas sobre la religión y sus devenires.
Su sabiduría le indicó que marcara distancia y así lo hizo.
—Lo sé... Sin embargo, me veo en la necesidad de declinar su ofrecimiento Mr. Es demasiado tarde y, de nuevo, he equivocado el camino a mi alcoba —comunicó, desviando la vista hacia la puerta.
—Me temo Miss, que no podré dejarla ir, menos cuando parece que el destino se empeña en reunirnos—señaló Mr. Andrew, avanzando.
Pronto arrinconó contra la vitrina a la muchacha, cuyo corazón dio un brinco al sintir la respiración de su opresor rozando sus labios. El aroma al alcohol se hizo más intenso, y se entremezcló con otros perfumes y esencias corporales. Miss Clarke logró discernir la fragancia de la habitual colonia masculina, de notas amaderadas y cítricas, en su sudor. Una transpiración que provenía de un calor interno, más que del propio ambiente que, como todas las noches, era gélido.
"¿Qué haré si intenta propasarse conmigo?" Reflexionó, temiendo lo peor.
Todavía conservaba un poco de la valentía manifestada contra el libidinoso párroco y haría acopio de ella para enfrentarse a Mr. Andrew de ser necesario. Tal como antaño, no le importaba pagar las consecuencias, en tanto su honor siguiera intacto.
De forma automática apretó los puños, pronta a propinarle un golpe.
››Al menos no podré dejarla, sin enseñarle antes la sorpresa que tengo preparada —finalizó el heredero, retrocediendo de forma repentina.
La nueva distancia otorgó un poco más de confianza y seguridad a la governess. Al mismo tiempo, un sentimiento de curiosidad se agitó en su interior.
—¿Qué clase de sorpresa? —inquirió, a riesgo de una peligrosa respuesta.
—Será mejor que se la enseñe, pues no hallo palabras para describir tal creación —declaró el heredero, misterioso.
A continuación, se dirigió hacia aquel rincón inescrutable, ubicado al final de las estanterías, adentrandose en la oscuridad.
La muchacha oyó el deslizar de una puerta, ahí donde la luz de las farolas se perdía.
"¿Será un cuarto secreto?" Pensó. "Estas casas antiguas suelen estar repletas de pasajes escondidos e insólitos recovecos."
Una parte de ella estaba tentada a salir huyendo aprovechando la soledad, pero otra la impulsaba a investigar. Avanzó unos pasos, pero debió abstenerse, pues Mr. Andrew apareció de manera súbita cargando un paquete. Parecía un lienzo.
—He aquí la sorpresa prometida—dijo, entregándole a la joven la enigmática pintura.
Tras quitar la envoltura, Miss Clarke quedó pasmada, pues comprobó que se trataba de un retrato. Su retrato.
—Por favor, le pido que sea totalmente honesta, ¿le gusta? —inquirió el caballero, después de unos instantes de exasperante silencio.
—Es...absolutamente perfecta —manifestó, sincera.
Y en verdad lo era, tanto que a Miss Clarke le pareció exagerada. El acabado inmejorable de ese rostro, los rasgos simétricos, el semblante espléndido... Su imagen real distaba mucho de parecerse a aquella diosa en la pintura. Pensó entonces que Mr. Andrew la había idealizado demasiado, como si fuera una ninfa, una musa. Pero, ella era un ser imperfecto y estaba feliz con eso, con sus luces y sombras, con sus defectos.
—¿Puedo darme por satisfecho entonces? —interrogó él, en busca de una completa aprobación.
—Por supuesto, es indiscutible su talento Mr. —aseguró ella, y eso era cierto, independientemente de las sensaciones que le hubiera provocado.
El arte tenía una parte subjetiva, que dependía de los sentimientos y emociones generadas en el observador, pero también estaba la otra parte, la objetiva, que medía la destreza, la estética, los recursos empleados por el artista y, en ese punto, la pintura cumplía de manera cabal.
La sonrisa en el rostro del artista fue un reflejo de su propia creación: impecable, apolínea.
—Es mi regalo para usted, Miss. Uno que casi descubre por un descuido, pues lo inicié la bendecida noche que llegó hasta mi puerta, como un ángel caído del cielo, rescatándome de aquel estado de oquedad en el que me encontraba —reveló.
"¿Entonces era mi propia imagen la que vi en la pintura que Mr. Andrew intentó ocultar? La que confundí con el retrato de Miss Elizabeth." Meditó la mujer, al tiempo que un escalosfrío la recorría entera, tras distinguir el indicio de una llama brotando de aquellos orbes, cual leños reverdecidos a punto de arder.
›› Esa noche pude recuperar la pasión por la pintura, un deseo que creí extinto por completo. Terminé el cuadro en las horas siguientes a su partida, con su recuerdo fresco en mi memoria, como la humeda acuarela al recorrer el lienzo. Pero no me atreví a entregarselo por pura cobardía, por temor a que lo rechazara y luego...
Cerró los ojos, dolido ante el recuerdo. Al abrirlos, fijó su mirada en ella, con apremio. Estaba totalmente encendida.
›› Luego sobrevino el horrible accidente, la fiebre, y vi esfumarse esa felicidad que me había sido otorgada en cálidad de préstamo y me castigué a mí mismo por no actuar a tiempo...—Emitió un hondo suspiro, como si estuviera descargando el peso de su alma torturada en el aire—. Clamé al cielo cada noche por usted ¿sabe? Recé con una fe que también creí perdida y fui escuchado.
—Yo...No sé qué decir Mr...excepto gracias, por todo—murmuró la joven, anonadada ante la inesperada confesión, tiesa por las implicancias que traía apareja.
—No debe darlas Miss, al contrario —comunicó él, sin poder ya contenerse, cortando las distancias en solo una zancada—. Soy yo el que tiene que decirle gracias por todo lo que ha hecho por este pobre corazón que había olvidado como latir de nuevo —declamó.
Miss Clarke no pudo defenderse, pues aquel discurso le había desarmado el cuerpo y la mente. Con el mismo arrebato y frenesí con el que había musitado sus últimas palabras, Mr. Andrew, la tomó por la cintura atrayendola a su cuerpo y robó un beso de sus labios. Un beso brusco, desesperado, no consensuado...Un beso de gusto amargo, de elixir acre, una manifestación vehemente y precipitada de un amor inexistente. Al menos de su parte.
Ella no cuestionaba su gallardía o su caballerosidad (hasta ese momento), tampoco negaba que su Señor le había dedicado atenciones durante su estado de convalecencia, no como las de Mr. Dominick, pero sí había estado preocupado por ella, había rezado y costeado los gastos médicos. Sin embrago, ninguna de aquellas excelentes cualidades, ni sus bondadosas acciones, habían logrado tocar su corazón de una forma romántica.
Quizá se debía a que había sido hechizado por alguien más... Una persona que evocó cuando acontecía el evento no deseado, que le dio el coraje para reaccionar y evitar que pasara a mayores, un hombre que le otorgó la fuerza para alejar a Mr. Andrew, mismo caballero que apareció súbitamente en la Biblioteca para terminar de librarla de los opresores brazos de su propio hermano.
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