Capítulo 10
Se cumplía un año desde la muerte de su madre y era la primera vez que acudía a un acto social. Iba a ser una cena informal y por eso aceptó. Por eso y porque no pudo resistirse a la idea de volver a verlo, segura de que por fin podría quitarse aquella flecha que atravesaba su corazón. Estaba convencida de que entre ese grupo de amigos habría una mujer que ocuparía un lugar especial en su corazón, y creyó que ese hecho la ayudaría a desterrar cualquier fantasía.
Tuvo que ponerse uno de los vestidos que llevó a su viaje a Inglaterra y al verse en el espejo no pudo evitar recordar la noche en la que lo lució.
—Te he despertado tristes recuerdos. —Se lamentó Anelise.
Estaban de pie frente al retrato de su hermano Nicolas, colgado en una pared de la biblioteca de Godinton House.
—Pienso mucho en él —dijo Rayner con voz queda—. Siempre pienso en él.
Habían permanecido en silencio durante algunos segundos, hasta que él volvió a mirarla con una sonrisa.
—Le habrías gustado mucho —dijo.
—Estoy segura de que él también a mí —dijo cortés, aunque había algo en sus ojos...
—Si hubieses conocido a Nicolas ni siquiera me habrías mirado a mí —dijo con suavidad, y toda la arrogancia que lo caracterizaba desapareció como por ensalmo.
—Estoy segura de que no existe un escenario en el que eso sea posible.
Nunca olvidaría la penetrante mirada que le había dedicado. Fue como si entrara en su pecho y le agarrase el corazón con manos de terciopelo.
Mantuvo la mirada frente al espejo, erguida y serena, dispuesta a cerrar aquella puerta de una vez para siempre.
A la hora establecida, lo que quedaba de la familia Vandermer bajó de la calesa y caminó hasta las escaleras que daban entrada a la casa de Margaret y Thomas Knowles. Los anfitriones los recibieron con gran amabilidad y después los anunciaron al resto de invitados de manera sencilla y sin convencionalismos.
Anelise no tuvo que buscarlo, sus ojos lo encontraron antes incluso de que hubiesen recorrido la habitación. Era como si tuviese un poderoso imán capaz de atraerla irremediablemente.
Había cambiado. Estaba más atractivo aún de lo que lo recordaba. Más maduro y serio. Se acercó lentamente, con aquel modo de caminar que desprendía seguridad y aplomo.
—Tengo entendido que ustedes se conocen —dijo Margaret Knowles—. El señor Brogan nos ha hablado de su estancia en Inglaterra.
—Señorita Vandermer —dijo cogiéndole la mano y llevándosela a los labios.
—Señor Brogan, me alegro de verlo.
—Le doy mi más sentido pésame por la muerte de su madre —dijo y después se acercó a su padre y a sus hermanos para presentarles sus respetos.
Anelise aprovechó ese alejamiento para observar al resto de invitados, tratando de localizar a la mujer que la ayudaría a arrancarse el sentimiento que había permanecido amarrado a su pecho desde que abandonó Inglaterra. La mujer que habría conquistado su corazón después de su marcha. Porque Anelise no podía imaginar que la hubiese esperado durante tanto tiempo.
Y estuvo segura en cuanto la vio. La joven del grupo de amigos con el que había viajado Rayner brillaba con luz propia atrayendo su atención sin esfuerzo. Su piel extremadamente blanca le daba a su rostro un aspecto de belleza clásica. Tenía un porte altivo y elegante y unas facciones con cierta arrogancia que se veía suavizada por la dulzura de unos ojos azules que le recordaron a Anelise su adorado mar. Era realmente hermosa.
—Venga, le presentaré al resto del grupo del señor Brogan —dijo la anfitriona detectando su interés—. El coronel McMenamy, la señorita Faye Ruscoe, sus padres lord Weston y Cecilia, y la marquesa Orela Crowhurst. Les presento a la señorita Anelise Vandermer y a sus hermanos, Colin y John. Cuando el señor Vandermer termine de hablar con Rayner concluiré las presentaciones.
La anfitriona se alejó para atender al resto de sus invitados.
—Así que usted es la famosa Anelise —dijo la marquesa mirándola con los ojos entrecerrados.
Era una mujer de unos sesenta años y no parecía tener una vista muy clara.
—¿Por qué no la conocimos cuando estuvo en Inglaterra? —preguntó lord Weston.
—Nosotros no estábamos en esa época, querido —dijo Cecilia, su esposa, con una sonrisa—. Habíamos viajado a París para las celebraciones del aniversario del marquesado.
Entonces le explicaron a Anelise que Orela era marquesa de Crovignon, en Francia, y su esposo fallecido, Marcus, era el hermano mayor de lord Weston. Por lo que Orela era la cuñada de lord Weston.
—Solemos pasar largas temporadas en París para acompañar a mi cuñada, y el aniversario de la creación del marquesado es siempre una buena excusa. Sorprendentemente, Rayner aceptó en esta ocasión nuestra invitación para acudir a las celebraciones, no es muy amigo de eventos de este tipo. Y hace un mes nos sorprendió con que quería hacer este viaje —terminó de explicar lady Weston.
—Demasiado barco para mis huesos —se quejó la marquesa.
—Vamos a sentarnos —dijo lady Weston cogiendo a su cuñada del brazo—. Tú puedes quedarte, Faye, acompaña a la señorita Vandermer mientras sus hermanos siguen hablando de política con tu padre.
Cuando las dos jóvenes se quedaron solas fue Faye la primera en iniciar un acercamiento.
—¿Piensa volver pronto a Inglaterra, señorita Vandermer?
—No tengo previsto ningún viaje —respondió adornando sus palabras con una ligera sonrisa.
—Es muy pesado, son demasiados kilómetros —expuso la joven—. Los viajes en barco no son algo que me guste demasiado. Suelo marearme. ¿Usted se marea?
—Por suerte, no. Incluso puedo leer cuando el mar está movido.
—¡Qué envidia me da! —exclamó Faye admirada—. Yo apenas he podido pasear por la cubierta del barco unas cinco veces en todo el viaje. Por cierto, se trataba de uno de los barcos de vapor de su padre.
—Me ha parecido escuchar a esta jovencita quejarse de las vicisitudes de su viaje en uno de mis barcos. —Selig Vandermer se había acercado acompañado de Rayner.
—Señor Vandermer, le presento a mi buena amiga Faye Weston —dijo Rayner.
—Selig Vandermer a su servicio, señorita.
—Encantada. —Faye hizo una ligera genuflexión.
—Espero que su viaje fuese más agradable de lo que me ha parecido escuchar —dijo el padre de Anelise.
—Siento decirle que no —respondió Faye—, pero me temo que no tenía nada que ver con su barco sino con mi absoluto rechazo al mar, señor Vandermer.
—Faye detesta el mar desde que era niña —adujo Rayner, lo que le dijo a Anelise que se conocían desde hacía muchos años.
—Mi hija, en cambio, lo adora —dijo Selig riendo—. Jamás se marea ni se asusta. La he visto impávida en medio de una gran tormenta mientras hombres experimentados temblaban como niños.
Sentir la atención de Rayner sobre ella la hizo sentir excesivamente vulnerable y deseó poder acabar con aquello cuanto antes.
—Si me disculpan —dijo muy seria—, debo dar un recado a la señora Hargun. Nuestra ama de llaves es hermana de la cocinera de los Knowles y me ha pedido que le diera un mensaje. Será mejor que baje ahora, antes de la cena.
—Ve, hija, ve —dijo su padre dándole permiso.
Anelise hizo un gesto de respeto y se dio la vuelta para salir del salón procurando no llamar la atención de sus anfitriones. Una vez fuera del alcance de las miradas de los invitados sintió que el aire volvía a entrar en sus pulmones de manera natural y se apresuró a bajar a la zona de sirvientes para hacer lo que había dicho.
—¡Qué alivio, señorita Vandermer! —exclamó la cocinera cuando supo que las pruebas habían salido bien y su hermana estaba ya totalmente recuperada—. Estaba muy preocupada por ella.
—Lo sé, señora Hargun, y por eso su hermana me pidió que le diera el mensaje personalmente. Está convencida de que no la creyó a pesar de su nota.
—Pues tenía razón —dijo la mujer arrugando la frente—. Mi hermana siempre fue muy protectora y la creo capaz de mentirme para que no sufra.
—Pues ya puede quedarse tranquila. No la hemos dejado trabajar durante este mes, y no ha sido fácil.
La señora Hargun sonrió abiertamente.
—Le tiene que haber costado mucho —dijo riendo—, mi hermana es una trabajadora incansable. No imagino cómo la ha mantenido lejos de sus ocupaciones.
—Ya le digo que no ha sido fácil, pero ahora todo está aclarado y ya ha vuelto a sus rutinas diarias.
—Me alegro mucho. —Cogió las manos de la joven y la miró emocionada—. Gracias, señorita, de verdad, gracias por tomarse la molestia de venir a decírmelo.
Anelise se despidió de la mujer y del resto de criados que habían observado la escena satisfechos por las buenas noticias. Subió las escaleras para regresar al salón y volvió a sentir sobre ella el desánimo. Deseó salir de la casa y marcharse sin despedirse de nadie, pero no podía hacer semejante cosa. Debía recomponerse, entrar allí y comportarse como se esperaba de ella.
Antes de que se moviera, la puerta del salón se abrió y Rayner salió decidido. Se paró en seco al verla parada en medio del hall.
—Anelise...
Escucharlo decir su nombre con aquella familiaridad la dejó completamente desarmada. Rayner se acercó a ella con una expresión inquieta. Había esperado ese momento pero no lo imaginó de ese modo.
—¿Por qué no respondiste a ninguna de mis cartas? —preguntó contenido.
Anelise sintió que su corazón se desbocaba.
—Deberíamos volver...
—No —dijo rotundo—. Debemos tener esta conversación.
—Podría salir alguien... Los criados...
Rayner miró hacia la puerta del salón y luego a la de la zona de sirvientes. Después de un segundo de duda la agarró del brazo y la arrastró hasta el jardín, sin que ella pudiera resistirse. Una vez resguardados entre la frondosa vegetación, la mano de Rayner la soltó, pero sus ojos seguían fijos e irreverentes.
—¿Por qué no respondiste a mis cartas? —Reiteró su pregunta—. ¿Acaso no las recibiste?
Anelise asintió, lo que provocó que una sombra de dolor cruzase ante los ojos del inglés.
—Tan solo quería una certeza —dijo entre dientes—, saber que ya nunca...
—No las leí —dijo, sincera.
Una intensa sensación de inevitabilidad hizo desaparecer de un plumazo todo el miedo y las dudas que había tenido respecto a ese momento.
—Ansiaba tanto tu presencia que si en tus cartas me hubieses pedido que regresara a ti no habría tenido fuerzas para resistirme.
La mandíbula se marcó firme en el rostro masculino mientras su cuerpo se tensaba.
—¿Qué ocurrió con... él?
—No ocurrió nada. Mi madre me prohibió que enviase la carta que había escrito a su familia. En ella le pedía por favor que me pusiera en contacto con él, además de preguntarle qué noticias tenían.
Anelise hablaba serena, como si nada de aquello estuviese sucediendo realmente.
—¿Y qué pensabas hacer? ¿Esperarle por si regresaba? —preguntó visiblemente afectado—. ¿Tanto lo amas que estabas dispuesta a renunciar a todo por él?
—¿Es que no lo entiendes? ¿Tan poco me conoces, Rayner? Él dijo que me amaba, estaba dispuesto a renunciar a su sueño por mí. Tan solo me conocía desde hacía un mes y ya quería convertirme en su esposa.
—Eso lo entiendo —dijo Rayner con unos ojos que lanzaban chispas—. Yo me enamoré de ti después de una semana, soy consciente del hechizo que lanzas por el mero hecho de existir. —Dio un paso hacia ella y la cogió por los hombros—. Siempre me hablas de lo que él sentía, pero yo quiero saber lo que sientes tú. Si hubieses dado tu palabra sería distinto, no me habría interpuesto, pero dijiste...
—No, no hay ninguna palabra dada. Ambos nos otorgamos la libertad, pero...
—Pero ¿qué? —dejó caer las manos derrotado—. ¿Esperabas a que volviera? ¿Querías verlo para saber a quién debías elegir de los dos?
Anelise sonrió con tristeza.
—Quería verlo para decirle que había conocido al hombre de mi vida. Que mi corazón ya no me pertenecía y que por ello no podía dárselo...
Rayner gimió entre dientes y apretó los puños para contener la emoción que lo arrolló como una enorme ola.
—Pero los dos años han pasado y Crofton no ha vuelto —dijo Anelise tímidamente.
—¿Y cuánto tiempo ibas a esperarlo? ¿Cuánto tiempo más ibas a dejarme a mí en esta agonía? —La agarró por los brazos y la atrajo hacia su cuerpo para poder abrazarla con fuerza—. He vivido una tortura todos estos meses, temiendo que estuvieses con él y deseándolo al mismo tiempo.
—¿Por qué hablas así? —dijo ella confusa—. Parece que no quisieras amarme.
—¡Y no quiero! —exclamó él casi con furia.
Anelise se apartó dolida.
—¿No soy lo suficientemente buena para ti?
—Criatura —susurró con voz ronca—. Soy yo el que no es lo bastante bueno para tenerte. No te merezco, Anelise, y saber que eras feliz con otro hombre mejor que yo me destrozaba el corazón y me aliviaba el alma al mismo tiempo.
Anelise lo abrazó también y apoyó la cabeza en su pecho. Los latidos de su corazón eran como los tambores que ahuyentan a las fieras en las noches sin luna. No supo cómo se encontró con los labios de Rayner deslizándose suaves sobre los suyos. La dulzura fue dando paso a un ardor desconocido para ella que le robó la capacidad de resistirse. Los labios del inglés entreabrieron los suyos, su aliento le abrasó la boca como una llamarada que se extendió por todo su cuerpo llenándola de un maravilloso éxtasis. Anelise se abandonó a esos labios, a sus manos que la apretaban con firmeza contra su cuerpo. Oleadas de placer fluían entre ellos con sensaciones completamente nuevas para ambos. En la mente de Anelise se encendieron las alarmas. Estaban en el jardín de la casa de los Knowles y todo el mundo debía estar preguntándose a dónde habían ido los dos jóvenes.
—¿Contestarás ahora a mi pregunta? —dijo Rayner contra su boca.
Anelise sonrió emocionada.
—Acepto.
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