Whisper
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Ochako se encontró mirando las cortinas de seda roja, mientras las ruedas de madera crujían por el camino de tierra. Sus manos se encontraban juntas por sobre el regazo de su falda desgastada y sucia. Su mirada de vez en cuando se desviaba hacia el frente y por el rabillo del ojo miraba a los dos hombres que le acompañaban, aun dudosa de la información que había recibido minutos atrás.
En ese momento no supo si maldecir el hecho de vivir demasiado alejada del Reino Medio, al darse cuenta que la duración del viaje sería más largo de lo que realmente quería que fuera. La incomodidad ante el silencio le pareció abrumadora, aun así pudo ocultarla a la perfección colocando su mirada fijamente en la cortina de seda que se encontraba a su izquierda y que de vez en cuando volaba un poco lejos de la ventanilla mostrando el camino lleno de árboles secos, el mismo camino por el que transito con mucha frecuencia desde que tenía razón de ser.
El inmenso bosque era por si fuera poco su propio patio de juegos, siendo que su hogar se encontraba en medio de la enorme arboleda, una casa de madera construida por su padre, un leñador, quien a pesar de haber vivido en el pueblo, se vio siendo encantado por el misticismo de su madre, una mujer que había estudiado el poder que provenía de las plantas, lo cual le había provisto con el nombre de bruja del bosque.
Temida como amada y hasta algunas veces adorada como repudiada, muchos de los hombres y mujeres que vivieron en el pueblo cerca del bosque rendían una especie de imagen que sobreponían a la realidad, sobre qué; a pesar de su todo, su madre era una simple mortal.
Que era una simple humana como lo era su padre. Y lo era ella, pero, solo algunos pocos, pudieron ver a través de sus propios deseos egoístas.
Ochako Uraraka siendo hija de una "bruja", también fue tomada como una, dejando de lado que su padre, después de todo, solo era un simple leñador. Eso por supuesto ocasiono que la mayor parte de su niñez se encontrara en completa soledad, acompañada solo por las manos gentiles de sus padres y el arrullo de los animales del bosque con quien solía jugar a falta de niños de su edad.
«¡Bruja!» «¡Es una bruja!»
Escucho muchas veces las burlas de los niños del pueblo cuando lo visitaba junto a su madre quien de vez en cuando solía ir a vender sus brebajes, o pociones mágicas como solían llamar, aunque solo fueran infusiones de plantas medicinales.
Ochako recuerda bien esos días, la sonrisa triste que solía regalarle su madre, mientras trataba de calmar su semblante preocupado por los murmullos de las personas que le veían como si un espectáculo se tratase.
La amargura se estaciono en su boca ante los recuerdos y sin querer sus labios formaron una línea recta y su rostro se endureció lo que llamó la atención de las personas que le acompañaban en la carroza.
—¿Se encuentra bien, señorita?
Pregunto para sorpresa de Ochako el propio príncipe del Reino Medio. Ochako se removió en su lugar, un poco avergonzada antes de esbozar una sonrisa en sus labios.
—Lo siento, parece que estoy más cansada de lo que creí —rio entre dientes.
—Por favor dígale al chofer que apresure el paso —demando firme el príncipe, Ochako pudo notar la preocupación en su mirada a pesar de su rostro sereno, no pudo evitar pensar que fue amable de su parte preocuparse por ella.
Sin embargo Ochako no se dejó engañar por la muestra de amabilidad del príncipe, puesto que, ser amable con ella, después de todo, era natural ante la petición de sus servicios.
Ochako suspiro, regresando la mirada hacia la cortina, el suspiro no pasó desapercibido ante la presencia de ninguno de los otros dos pasajeros; el príncipe y su guardia real. Sin embargo ninguno dijo algo al respecto, en cambio una vez más el interior del carro se sumergió en un silencio sepulcral que solo era interrumpido por el sonido de los animales del bosque y el crujir de las ruedas que rebotaban ante el camino lleno de piedras y alguna rama caída.
Ochako se sumergió nuevamente en sus pensamientos, al menos en lo que había pasado antes de encontrarse en medio de un viaje con el príncipe Todoroki al castillo Real.
Ese mañana había amanecido más fresca de lo normal, las hojas se removían como si le estuvieran advirtiendo sobre los problemas que se avecinaban. Sin embargo Ochako no hizo caso del extraño gorgojo de las aves o de las ventisca que arremetía contra los árboles haciendo que las hojas cantaran una canción que vislumbro como peligrosa.
En cambio se dedicó a seguir con las tareas de su pequeño hogar. Alimentar a sus gallinas, ordeñar a su cabra, y recolectar algo de madera.
Fue en medio de su viaje a recolectar madera cuando se encontró con el estrepitoso ruido de la carreta transitando por el camino de tierra. La madera cayó al piso, solo para verse así misma avergonzada por lo que había hecho, ya no era una niña y tener miedo hacia los extraños que entraban al bosque era por supuesto una de las reglas básicas para su supervivencia, sin embargo no dejaría que ese miedo se instalara en su cuerpo y le dejara paralizada.
Con cuidado recogió la leña, solo para caminar a paso firme hacia su vivienda, donde por supuesto se encontró con la carreta blanca y adornos de oro y plata manchados por la suciedad del bosque y el lodo.
Con la mirada al frente y con la leña en su regazo camino directo hacia la puerta, solo para ver dentro al cuarto hijo del rey Todoroki Enji, del Reino Medio, sentado en la silla de madera con un hombre de armadura plateada parado detrás.
—Lamentamos la intromisión —hablo el caballero dando dos pasos hacia el frente, Ochako siguió su camino colocando la leña cerca del fogón— Sin embargo se solicita de sus servicios en el castillo Real.
—¿Mis servicios? —tarareo, acomodando la leña con cuidado, sin prestarles atención, Ochako se preguntó cuántas veces escucho las mismas palabras antes. Cuando sus padres seguían vivos y gente de todos lados venían a su madre para sus "Servicios", y a su mente llegó un recuerdo, porque, si, aun lo recordaba a la perfección -aunque en su memoria solo parecía un simple sueño rayando en alucinación- donde; una carreta similar a esta se encontró frente a su casa y una hermosa mujer bajo de ella pidiendo consuelo a su madre ante las lágrimas. Ochako sabe que no puede ser un sueño esa sonrisa triste y esos ojos cristalinos que trataban de no dejar caer las lágrimas, y ese cabello blanco, tan blanco como la nieve donde tantas veces jugo con su padre, porque esa mirada simplemente no podría ser una ilusión ante lo humano que había en ella.
Ochako negó con la cabeza, ella no era una bruja, tampoco lo era su madre, pero Ochako sabía que la guerra para restablecer la humanidad de su madre había terminado con ella perdiendo, y ahora solo quedaba simplemente al menos convencer a los demás que ella era una simple humana, porque después de todo, era hija de su padre también, un simple mortal.
Y así al menos tras la muerte de ambos y tras varios años pudo hacerse una vida mediamente normal, al poder ir y venir del pueblo a su vieja choza, y hacer comercio al vender algunos huevos y leche, además de vender alguna que otra planta como condimento.
Si bien, pudo haber vivido en el pueblo, el rencor que seguía carcomiendo su pecho y estrujando su corazón, lo que marco pauta para quedarse en la vieja choza y deambular de un mundo a otro y volviéndose un mito de boca en boca.
«¿Lo has escuchado?» «En el bosque del este hay una chica viviendo sola. Se dice que ella fue hija de una bruja, una muy poderosa bruja, pero la bruja se enamoró de su simple mortal, y he ahí que naciera ella» «Dicen que no tiene poderes, pero no me lo creo, tal vez su magia la mantenga solo para ella»
—Así es —afirmó el caballero con voz noble y altiva.
Ochako no pareció interesada. Y el tonó de su voz lo demostró cuando volvió a hablar.
—Mi señor, no sé qué es lo ha escuchado sobre mí, pero solo soy una simple campesina que trabaja de forma honrada para sobrevivir.
—No dudo de ello —afirmo el príncipe para sorpresa de Ochako quien por unos segundos pareció interesada en él. Sus manos se detuvieron por un momento antes de finalizar su tarea y dirigir su vista hacia las sus "visitas" si es que podría denominar así a los intrusos que entraron a su casa.
—Entonces —hizo una pequeña pausa mientras llevaba una mano a su mentón y sus dedos se abrieron por sobre su mejilla izquierda tanteando sus palabras— ¿Qué podría hacer una simple campesina para ayudar a su alteza? —preguntó incrédula. Sus palabras contenían veneno a pesar de no expresar ningún insulto, el caballero lo sopesó unos segundos antes de ponerse en guardia. Porque ambos lo sabían, no había nada que el príncipe no pudiera obtener mediante su dinero y estatus. Pero era ese mismo estatus lo que amenazaba con quitarle todo lo que amaba otra vez.
— ¡Usted! —antes de proseguir la mano del príncipe se extendió al frente ocasionado que el caballero retrocediera— Mi señor, mis más sinceras disculpas —hizo una reverencia antes de dar un paso hacia atrás.
—Sé que nuestro proceder estuvo mal, supongo que nuestra presencia pudo haberla asustado. Sin embargo no hemos hablado con mentiras. Sus servicios son solicitados en el palacio Real.
Ochako se quedó pasmada cuando observo al príncipe arrodillarse ante su presencia. El cuarto príncipe. El lucero del alba, el hijo menor de Enji Todoroki quien guio al Reino Medio a la era del poder cuando acribillo con su fuerza y estrategia a sus enemigos.
Ochako retrocedió, su boca se sintió seca. Sus ojos vagaron por la capa roja de terciopelo y bordado de oro. El camafeo azul resplandeció ante las llamas del fuego que abrazaban la tenue oscuridad de la choza. Uraraka miro su flequillo rojo y blanco por sobre su rostro notando la mezcla perfecta de los genes del rey Enji, uno de los mejores guerreros del Reino Medio y su esposa, Rei, una mujer que había venido con el rey tras un viaje que hizo hacia el norte.
Muchos rumores corrieron sobre la mujer. Como que era la princesa de un reino donde la nieve abundaba por doquier y que el propio rey había podido doblegar para tomar su mano. Como también que, la mujer como tal no era humana. Sino algún espíritu elemental que había embrujado al rey para que se enamorara de ella. De ahí la desgracia que había caído en su casa al imponer su potestad sobre los Dioses y el mundo espiritual.
Ochako nunca se dejó guiar por los rumores.
Y sea como fuesen los rumores lo cierto era que Rei Todoroki era una mujer que dejaba su presencia por donde quiera que caminara ante su inigualable belleza.
Esa misma presencia que llevaba consigo el cuarto príncipe cuando levantó su rostro y sus ojos se encontraron con los suyos.
Ochako notó la heterocromía con la que contaba el cuarto príncipe
Un ojo azul y uno gris.
Sin embargo no fue el color de sus ojos lo que llamo su atención. Sino la marca alrededor de su flanco izquierdo. La piel quemada de su rostro abarcaba la parte superior de su mejilla y se encontraba adornado todo su hemisferio izquierdo por debajo de su ojo. Ochako noto las delgadas pestañas que crecían sobre sus párpados como su ceja. En su momento lo que sea que haya ocasionado tal herida debió de haber quemado el cabello que crecía ahí. Por lo que pudo concluir que la herida era vieja.
A pesar de ello. El rostro del príncipe era, lo que ya antes había escuchado decir por los pobladores como la definición de hermoso.
Con pómulos altos y labios carnosos. Su rostro era suave a pesar de la piel que se hallaba quemada y su mirada era dulce e inocente llena de esperanza y jubiló. Su piel blanca contrastaba a la perfección con su capa roja de terciopelo y chaleco azul con brocados de oro.
Era hermoso. Concluyo antes de volver a hablar.
—¿Mis servicios...? —repitió contemplativamente, sin entender aun el motivo de porque ambos hombres se encontraban en su hogar —Lo siento. Pero sigo sin poder entender lo que quieren de mí. Es decir —sonrió con dulzura— ¿Qué podría hacer yo por usted?
—Tener a mi hijo.
La fugaz risita de Ochako se apagó por completo.
El silencio se instaló por completo dentro del lugar y solo el ruido de las brasas del fuego retumbaron con fuerza.
Ochako escudriñó el rostro del príncipe por unos segundos. Su mirada era seria. No parecía haber mentira en sus palabras como en su rostro.
—¿Disculpe? —Soltó Ochako sin gracia. La mirada del príncipe siguió imperturbable. Un carraspeo se escuchó venir detrás del príncipe, donde Ochako pudo notar al caballero que los acompañaba, parecía, al igual que ella, contrariado por las palabras de su príncipe.
—Lo que quiere decir el príncipe es que necesita sus servicios —carraspeo— Para la concepción de su futuro heredero.
—Sí, eso lo entendí a la primera —su voz sonó tensa por decir lo menos, aunque su rostro parecía querer formular una sonrisa, sus labios temblaron creando una mueca inevitablemente— Sin embargo, sigo sin entender ¿Cómo podría yo ayudarle? —preguntó inocente, tratando de no creer que su primera interpretación había sido la correcta, porque en dado caso, ninguno de los dos hombres tenía razón de ser en su hogar.
El príncipe se levantó de su lugar, mostrando lo alto que era, además de delgado, a ojos de Ochako el príncipe no parecía un prospecto a guerrero de la corte Real.
—Supongo que no fui del todo claro, me disculpo por ello, ya antes me han dicho que puedo ser malinterpretado por mi poca experiencia en el ámbito social —el príncipe hizo una reverencia y justo después su caballero se apresuró a hacer lo mismo, el sonido del metal de su armadura chirrió cuando chocó contra el suelo, lo que hizo que Ochako cerrara los ojos por inercia por unos segundos, sin embargo recompuso su compostura cuando escucho la voz del príncipe hablar una vez más— Quiero que usted, Ochako Uraraka venga conmigo al castillo Real y me ayude con sus artes ocultas —cuando dijo esto último el caballero desvió la mirada, parecía incomodo ante la connotación de magia y Ochako supuso que era natural ante la atribución pagana de la palabra— Para tener un hijo con mi esposo.
—¿Un hijo? —el príncipe asintió— ¿Con su esposo? —nuevamente asintió— ¿Usted quiere que le ayude a tener un hijo con su esposo... con mi magia? —repaso sus palabras, mientras miraba al príncipe fijamente quien asintió por tercera vez.
Nuevamente el silencio se blandió dentro del lugar, Ochako ya conocía la trágica historia del cuarto príncipe, y dijo trágica historia, porque ella nunca se dejó llevar por los rumores.
Los rumores eran como el veneno, envenenando a las personas que eran parte del rumor como a quienes creían tales cosas, después de todo un rumor había envenenado a su familia por completo.
Sin embargo, como el más poderoso venenos este se esparcía con fuerza y aunque tapara sus oídos con ambas manos a veces las palabras las traspasaban y algunos hitos que contaban los pobladores resonaban con fuerza.
Todo empezó con el rumor de la guerra que se avecinaba con el Reino del Sur, un reino liderado por un joven y prepotente rey, llamado Shigaraki que parecía interesado en aplastar la tierra del Reino Medio.
La movilización del Reino del Sur a la frontera del Este y el Oeste atrajo los murmullos de la gente, que empezaron a temer por la inminente guerra, a sabiendas del estado actual del rey. Quien en sus años de juventud había demostrado el ímpetu de un guerrero que podría batirse en un duelo con los propios Dioses si es que quisiera hacerlo había caído enfermo quedándose ciego.
Y el tiempo solo había sido cruel con él.
Su primer hijo nunca pareció tener deseos de la corona, y ese rumor se corroboro cuando escapo con una campesina.
Para sumar sus males su segundo hijo nació mujer, y como tal nunca podría gobernar el Reino sin perder la línea sanguínea de los Todoroki en el trono.
Su tercer hijo, fue la esperanza del Reino, siendo un niño brillante desde temprana edad, que demostró ser capaz de batirse en un duelo contra los mejores caballeros del rey, sin embargo hubo rumores -porque siempre los había- sobre qué; el estricto entrenamiento del tercer hijo del rey era más de lo que se mostraba en campo abierto, y luego, una noche, la torre Oeste se quemó.
El fuego abrazo con fuerza la torre y los gritos desesperados de los criados y del tercer príncipe retumbaron con fuerza hasta que no quedo nada, solo ceniza y nada más.
Para en ese entonces la reina se encontraba en un estado enfermizo y frágil que empeoro cuando quedo embarazada de su cuarto y último hijo. El cuarto príncipe.
El niño, era la combinación perfecta de los genes de ambos padres, con la mitad del cabello rojizo, como las brasas del fuego que alguna el rey Enji porto en su juventud y con la otra mitad blanquecina como el cabello de la reina.
Aunque el cuarto príncipe fue, por supuesto un regalo divino para el pueblo, con el paso del tiempo, los rasgos de Rei se sobrepusieron sobre él, haciéndolo alguien no acto en la batalla, pero el rey Enji no se daría por vencido, a pesar de la verdad innegable, ocasionando nuevos rumores sobre el entrenamiento privado por el que era sometido el cuarto príncipe para que pronto sucediera el trono.
De ahí, el hecho de que nadie pudiera verlo, siempre encerrado tras las murallas del castillo, aun así, siempre había gente hablando, ofreciendo mentiras que se convirtieron en verdad y verdades que se volvieron las burlas de los hombres y mujeres ante lo inverosímiles que eran.
Ochako no creía en los rumores, pero debía admitir que todo rumor contenía algo de verdad y cuando el ejército del rey se movilizo hacia el Oeste, muchas personas -hasta ella- temió por la futura guerra. Shigaraki Tomura, rey del Reino del Sur, meses atrás había llevado algunos de sus hombres al Reino del Oeste buscando una alianza con su señor.
Ochako ya lo había escuchado antes reiteradas veces, que el Oeste era una tierra indomable y salvaje como su señor, un Reino que se regía a base de la fuerza y a las practicas paganas, un lugar que solo deberías visitar si querías encontrar la muerte sea a mano de sus lugareños o por los dragones que habitaban las altas planicies rocosas.
La primera caballería había marchado bajo los ojos llenos de orgullo de los pobladores quienes festejaron a sus soldados, sin embargo cuando la trompeta dio aviso de su regreso y solo se vislumbró a un grupo de 15 personas regresar, por supuesto el miedo y la incertidumbre se cernió sobre la gente.
Enji, el rey pareció poco interesado, y para demostrar su punto en el segundo escuadrón, su hijo Todoroki Shoto, el cuarto príncipe se encontró liderando el camino, mostrando su hermoso rostro tras 10 largos años de silencio.
El rumor se extendió cuando paso el tiempo y no hubo noticias del segundo grupo, hasta que una mañana grandes sombras asomaron el cielo y las ráfagas de viento azotaron el Reino Medio.
La "tormenta" se presentó, en forma de dragones sobrevolando el Reino Medio y encima del enorme dragón rojo que parecía el líder de la tropa, un hombre bajo junto con el cuarto príncipe en brazos.
«¡Pobre del cuarto príncipe, nació bajo una mala estrella! -murmuraba la gente desde que se dio a conocer la noticia de su matrimonio- ¡No solo su familia se ha ido a la ruina sino el propio Reino Medio! ¡Primero el hijo mayor, huyo con una plebeya! Y luego el segundo... ¡Nació como mujer!, ¡Y el tercer hijo murió entre el fuego y ahora esto! ¡El cuarto príncipe nunca podrá probar el placer de una mujer, puesto que para firmar una alianza con el Reino del Oeste se ha tenido que comprometer con un hombre, su señor, su rey!»
Muchos hablaron sobre como el señor del Oeste, (como le gustaba ser llamado, ya que odiaba el apelativo Rey, ya que la palabra Rey -decía él- parecía quedarle corta), había robado al cuarto príncipe como una forma para demostrar su poderío al someterlo bajo su dominio.
Otros sintieron pena por el pobre príncipe ante su futuro, y algunos más sintieron miedo por el futuro del Reino Medio, siendo que, las formas barbáricas del Reino del Oeste eran conocidas por muchos y temían que repercutieran en su forma de vida diaria y que todo se sumiera en un completo caos.
Sin embargo eso nunca paso, no hasta el momento, la boda entre el cuarto príncipe y el Señor del Oeste se llevó de forma perfecta dentro del castillo Real, el cual abrió las puertas a todo el Reino y el festejo se llevó a cabo bajo la tradición del Oeste con siete días de fiesta donde todos los pobladores gozaron la celebración consumiendo carne y vino.
El señor del Oeste sobrevoló el cielo trayendo exquisitos presentes a su prometido durante los días del festejo; enormes cofres de madera llenos de joyas y monedas de oro que solo enriquecieron la fortuna de la corona.
Aunque claro, para el rey del Reino Medio como su gente ningún tesoro podría equipararse al valor de su príncipe quien había sido su única oportunidad de seguir con la línea sanguínea de los Todoroki. Ya que con dicho casamiento este se había perdido por completo.
El reino Medio y el del Oeste se unifico, aunque ambos esposos siguieron viviendo en sus respectivos castillos, hasta que las cosas se calmaran con el implacable movimiento del ejército del Sur, quienes ya habían colonizado la tierra del Este.
La alianza había sido la mejor estrategia para que su gente sobreviviera, al menos usando así la fuerza militar del Reino del Oeste que parecía sobrepasar a la del Reino Medio.
Algunos acreditaron que eso se debía al tipo de prácticas bárbaras con las que se contaban en esa tierra salvaje y sin reglas.
Aun así, aunque el Reino Medio había regresado a sus días pacíficos, lo cierto es que su príncipe se había casado y que la guerra por estallar estaba a la puerta de la esquina.
Y ahora ante ella, veía al cuarto principie en su hogar haciéndole la petición más inverosímil que había escuchado. Aun así, los ojos del príncipe brillaban con una luz sin igual, llenos de esperanza y anhelo, del mismo anhelo que el de un niño pequeño que pide un deseo a las estrellas confiando que se hará realidad.
Y tal vez fue por eso, solo por eso, que accedió a escuchar lo que tenía que decir su esposo; el señor del Oeste antes de responder a su petición.
La carroza se detuvo, al fin, el rechinido de los caballos se escuchó fuerte y claro ante el último azote y pronto ambas puertas se abrieron despertando así del estupor a Ochako e instándola a bajar.
Frente a ella observo el inmenso jardín, y el lugar asediado de guardias con brillantes armaduras que hicieron una reverencia cuando vieron bajar al cuarto príncipe, mientras que el caballero que los acompañaba se colocaba hasta el frente de la línea haciendo el mismo gesto.
—Por aquí —le llamo el príncipe caminado en dirección de la enorme puerta de madera. Ochako le siguió en silencio sin perder los ojos que se posaban sobre ella ante su inesperada presencia. Siendo que, después de todo, no era común que una simple pordiosera se encontrara en el recinto Real.
Ochako camino con la frente en alto, su entrecejo se frunció ante las miradas indiscretas, y sin querer sus labios formaron una línea recta, mientras apretaba ambas manos sobre su regazo.
Sin embargo su mirada trastabillo cuando se encontró al joven príncipe hablando con una mujer bajita y delgada, su rostro parecía como el de una niña, pero en sus ojos perfilaba la sabiduría de alguien que había visto demasiadas cosas en su vida, su cabello era corto y negro, por encima de este se blandían plumas que reconoció ser de águilas, su ropa era sencilla, a sus ojos solo parecía llevar el camisón, sin embargo no había corsé y ese "camisón" tenía flecos en la falda y por encima del diminuto pecho. Por un momento los ojos de la chica y ella se encontraron. No dijeron nada, simplemente se reconocieron entre sí, antes de que la chica volviera la vista hacia el príncipe, a quien parecía decirle algo.
Pronto un joven de cabello rubio corrió hacia ellos, en sus labios una sonrisa amistosa se asomó y rodeo enseguida los hombros de la chica quien frunció el entrecejo, aunque no le aparto, Todoroki dio un asentimiento antes de proseguir su camino, Ochako le siguió, y cuando se cruzó con la pareja, el rubio le guiño el ojo tras quitarse el sombrero verde de la cabeza, Ochako no perdió de vista como la mujer que iba por delante le dio un codazo en las costillas, sin embargo se limitó a seguir al príncipe.
Los corredores del palacio eran blancos con toques dorados a los lados, el cielo Razo era, por otra parte azul como el cielo, y Ochako hubiese pensado que era el propio cielo ante las tonalidades de azul que se desplegaban magistralmente si no fuese por los enormes pilares que se blandían a los costados para soportar el peso de los pisos superiores.
El príncipe se detuvo en una habitación, la cual abrió con ambas manos enguantadas de blanco.
—Por favor pasa —dijo, mientras se adentraba, Ochako miro el lugar, la mesita de cristal fino en el centro junto a los sillones beige con acabados florales— Toma asiento, pronto vendrá alguien con aperitivos, de seguro debes de estar hambrienta.
Ochako se quedó en su lugar, mirando el enorme espacio dentro, las palmeras que se extendían sobre las macetas de jarrones blancos que se encontraban cerca del balcón y como a su izquierda parecía haber un piano de color blanco.
A su derecha había otra especie de sala de recreación con sillones individuales tejidos y una mesa ovalada alta.
—Perdone la descortesía, pero, no creo quedarme mucho tiempo, como le dije antes de nuestro viaje, solo vine a escuchar lo que tendría que decir su esposo, el señor del Oeste —Ochako no pudo evitar notar el brillo en los ojos del príncipe cuando le escucho llamarlo su esposo, sin quererlo ella se tensó, aun así retomo el hilo de conversación— Por favor, si fuera tan amable de llamarlo, para comenzar con nuestra reunión.
—Eso me encantaría —profirió el príncipe— Sin embargo no se encuentra en el castillo, tuvo que salir de improviso— Ochako sintió que un balde agua fría le había caído encima, ella no deseaba quedarse en ese lugar por mucho tiempo, en realidad en ese momento se estaba reprendiendo por el simple hecho de haber accedido a ir con el príncipe desde el principio— Sin embargo volverá al atardecer —prometió— A sí que póngase cómoda —ofreció antes de pasar de largo y dirigirse hacia la puerta— Pronto vendrá alguien con una bandeja de comida y algo para saciar su sed.
La puerta se cerró y Ochako nunca sintió el silencio tan aterrador, viviendo en el bosque junto a sus padres comprendió que el silencio era malo, porque el silencio confería que los animales se habían ocultado ante la amenaza de un depredador y eso sintió en ese momento, viéndose a sí misma en la cueva del lobo.
Para colmo ella había ido de buena gana.
"Tonta, tonta Ochako" Se reprendió a sí misma, solo para al final empezar a caminar por toda la habitación, se detuvo por unos segundos a oler las flores del jarrón que se encontraba sobre el piano blanco.
"Huelen como al sol" Pensó antes de darse la vuelta cuando las puertas se abrieron y un hombre vestido de traje negro entro con una bandeja.
Uraraka se encontró mirando desde el balcón la puesta de sol, habían pasado tres horas desde que el príncipe le había dejado ahí, sola, si bien el vino fue delicioso junto con el pato a la naranja y puré, no pudo comer a gusto ante la inclemencia que hacia un revoltijo en su interior.
Vago por la habitación una y otra vez, sus manos juguetearon con la estantería de libros los cuales hojeo descuidadamente, por suerte sabia lo básico y podía leer algunas partes gracias a su madre. Sin embargo algunas palabras eran, por supuesto extrañas y simplemente no podía pronunciarlas y mucho menos saber su significado, sus dedos se deslizaron por las teclas del piano y cuando se cansó de sus tonadas desafinadas, empezó a mirar las plantas que, viendo a detalle dentro de la habitación había varias por los rincones.
Primero las flores encima del piano, luego las grandes palmeras que daban al balcón, luego se dio cuenta de algunos jarrones a los costados con algunos helechos y luego vio un extraño jarrón con una agarradera que tenía un par de nenúfares en sus aguas cristalinas.
Se sentó en cada uno de los asientos, y cuando se aburrió jugo con sus pies moviéndolos de un lado al otro hasta que se cansó de no hacer nada, recordó a sus gallinas y a su cabra, recordó su pequeño hogar y como a pesar de ser pequeño siempre se sentía cálido, no como ese lugar que a pesar de estar lleno de tantas cosas y era tan limpio y blanco como si la propia luz se hubiese estacionado en el, no había calor para calentar los fríos huesos de Ochako.
Uraraka se dirigió hacia el balcón, observando así el enorme jardín con flores y notando al fin un pequeño laberinto hacia el lado este. También observo a un par de soldados haciendo su patrulla y pronto sus ojos se encontraron una extraña guía que se extendía desde el balcón hasta el piso de abajo.
Su mano se extendió para tomarla dándose cuenta que la guía parecía lo suficientemente fuerte como para soportar el peso de alguien trepando por ella.
Tal vez fue su curiosidad, o solo el hecho de que, de niña algunas veces lo intento cuando iba al bosque con su madre a recoger plantas, por supuesto las guías que se extendían como lianas en los árboles no eran tan gruesas como esta, por lo que a su primer intento de escalar estas se rompían y caí al suelo de culo.
Ochako se vio bajando de apoco por el balcón dándose cuenta que posiblemente no era la primera en usar dicha cuerda.
Lo hizo con cuidado, para no ser vista, cuando no hubo guardias cerca, solo para que cuando estuvo a punto de llegar al piso una ráfaga de viento resoplara con fuerza lanzándola contra la pared. Pero la liana no se rompió. Ochako pudo ver como la claridad del atardecer era remplazada por la sombra de la noche, así de la nada, solo para ver cómo una vez más los pequeños destellos del sol iluminaron el cielo.
Y cuando se vio segura dio un brinco hacia el suelo para bajar. Ya en tierra, miro ambos lados para decidir qué hacer, el atardecer había llegado y era más que seguro que pronto el príncipe vendría por ella, sin embargo se había escapado y no creía buena idea volver por donde bajo,
Pensó en tomar otro camino para volver a entrar al castillo. Sin embargo cuando doblo hacia la derecha su cuerpo se detuvo al notar la imponente figura que se encontraba enfrente de las puertas del castillo.
Ahí frente a ella, se encontraba un inmenso Dragón rojo que parecía medir la tercera parte del enorme castillo. Ochako trato de esconderse detrás de la pared, solo para asomar su cabeza ante la curiosidad que le gano cuando se preguntó sobre que hacia el enorme animal frente al castillo.
De pronto se encontró con la figura de un hombre bajando del animal, la capa roja ondeo cuando bajo de un gran salto mostrando su espalda desnuda, la cual solo se encontraba protegida por el manto rojo y una enorme espada que portada de lado.
"El señor del Oeste" Pensó, solo para ver como caminaba al frente donde el príncipe se hallaba esperándolo, y como si no pasara nada, el hombre le había alzado en brazos, mientras giraba junto a él.
Ochako salió de su escondite ante la imagen que presenciaban sus ojos, las risas compartidas llenas de infinita felicidad atronaron con fuerza, mientras la dicha se vislumbraba en sus rostros sonrientes y el beso que compartían cuando el señor del Oeste detenía el abrazo para simplemente acercar sus rostros y robar con ansia sus labios.
Ochako desvió la mirada avergonzada, quiso huir y casi lo logró si es que la imponente voz no le hubiese hecho detenerse en seco.
—Así que la has traído —comentó el señor del Oeste, el príncipe le miro por unos segundos sin entender del todo a que se refería, hasta que notó la presencia de Ochako en los jardines del reino.
—Oh, parece que has decidido salir —profirió, no hubo malas intenciones en sus palabras, pero como de costumbre ante su falta de emoción parecieron más frías de lo esperado— Ahora que estamos todos, supongo que lo mejor será proceder con nuestra reunión.
Ochako se quedó en su lugar, tensa y abochornada sin saber cómo proceder, sin embargo la tensión que se había formado a su alrededor se fue cuando escucho una enorme carcajada resonar con fuerza.
Uraraka nunca creyó escuchar una risa así de grande, aun menos con la fuerza que podía transmitir, esa imponente fuerza que le trajo de vuelta a la realidad.
—Shoto, deberías ser más considerado, la asustas, cariño —sonrió mostrando los dientes el señor del Oeste, haciendo que el príncipe se detuviera y lo mirara contemplativamente.
Ochako espero alguna pelea entre ambos, pero en cambio observo como el cuarto príncipe dirigió una mirada hacia ella.
—Lo siento, aun no sé cómo debería de amortiguar mis palabras cuando hablo con los demás, digamos que no tuve este tipo de interacción antes —se disculpó— Por favor volvamos adentro.
Ochako asintió antes de moverse detrás del príncipe sin prestarle atención al señor del Oeste quien le cedió el paso. Si Ochako se encontraba nerviosa trato de disimularlo lo mejor que pudo y si ambos gobernantes se dieron cuenta no dijeron palabra alguna al respecto.
Así los tres caminaron en silencio hasta que llegaron a una puerta, esta vez Todoroki no la abrió, fue el propio señor del Oeste quien hizo el acto de abrir la puerta a su pareja para permitirle pasar y luego hacer amago a Ochako que entrara para finalmente entrar él y cerrar.
Ochako notó la habitación como una más pequeña que la anterior, pero no por menos hermosa y abastecida con pequeños adornos que hacían a la habitación brillante como interesante.
El príncipe tomo asiento en un sillón de cuero frente a la mesa cuadrada de cedro negro. Ochako notó que en esta habitación abundaban más que nada los libros ante las enormes estanterías que adornaban los costados.
Ella tomó asiento en el otro extremo, en un sillón individual que por alguna extraña razón parecía encajar a la perfección con su pequeño cuerpo.
El último en tomar asiento fue el señor del Oeste quien antes de colocarse al extremo izquierdo de su pareja coloco una botella cuadrada de cristal y extendió una copa hacia el príncipe y luego hacia ella.
—Gracias —sonrió el príncipe, Ochako no pudo ocultar la sorpresa en su rostro cuando le observo sonreír.
"Hermoso" Pensó. Sin embargo tuvo que recomponerse enseguida cuando notó la copa frente a ella.
—Gra.. Gracias —tartamudeo sin saber porque lo había hecho, sus ojos bajaron hacia el líquido rojo, por alguna razón el hombre, que era conocido como el señor del Oeste, era una presencia que amenazaba con consumirla por completo si bajaba la guardia.
Ya antes había escuchado que el hombre tenía una poderosa presencia, una que hasta los animales salvajes se vieron por supuesto sin otra opción obligados a dejarse dominar generando así su título de señor. No por nada era quien había domado a la bestia más fiera sobre la faz de la tierra; los dragones.
Y ahí frente a ella, se encontraba ese hombre mirándola fijamente, como si fuese la cosa más interesante en esa habitación, sus manos se aferraron al cristal de la copa y bebió un trago grande para armarse de valor, el mismo valor que se escapó por la ventana cuando miro esos intensos ojos rojos como la sangre mirándole fijamente. Ochako desvió la mirada solo para darse cuenta del error táctico cuando sin querer bajo la vista y notó el pecho descubierto del hombre.
Con grandes pectorales y fornidos brazos que se encontraban con tatuajes de colores vistosos entre los que predominaban el naranja y el rojo con algunas manchas negras y rayas blancas. Su cintura era delgada, pero no por ello menos masculina ante los cuadros que se asomaban al frente y Ochako no quiso bajar hacia su pantalón, por respeto y por supuesto por pudor.
Para sumar sus males cuando regreso su vista hacia arriba se encontró con la sonrisa de suficiencia del hombre quien le mostraba los caninos con orgullo.
Ochako frunció el entrecejo al verlo ahí burlándose de ella, sin embargo este se relajó cuando observo el bonito rostro que adornaba al señor del Oeste, su cabello era dorado, como los rayos de sol que se pegaban sobre las espigas de trigo en la época de cosecha. Finos y relucientes formaban un caos en su cabeza siendo que se encontraba arremolinado y un par de hojas se hallaban sobre ellos, luego estaban sus cejas bastas pero no tanto para ser denominadas gruesas.
Su nariz respigada, era bonita a pesar de la bandita que parecía adornar el centro y sus labios eran una completa contradicción para Ochako quien veía con sorpresa como estos podían ser tan jodidamente mezquinos cuando quería, o simplemente estos se deslizaban con gracia mostrando su mejor sonrisa que a veces se torcía ante la sardónica burla que destellaba.
El calor empezó a inundar el rostro de Ochako sin saber porque, así que simplemente desvió la mirada para observar al príncipe que seguía en silencio mirándole fijamente.
Ochako lo sabía, el príncipe era hermoso, como una muñeca de porcelana y a pesar de la herida que cargaba consigo en el rostro esa belleza no podría ser nunca opacada.
Sin lugar a dudas era, ante todo hermoso.
Y esa misma muñeca de porcelana se cernió hacia el costado del señor del Oeste para acercarse a su oído y murmurar algo.
Ochako se sintió cohibida una vez más, sus ojos se posaron en la copa de vidrio y en el líquido que había en él.
Pensó en si debía tomar un trago más para recobrar valor, pero no tuvo que hacerlo ante la voz que se abrió paso y empujo el tema de regreso a la mesa.
—Parece que Shoto ya te menciono el porqué de tu requerimiento en el palacio Real —Ochako no dijo palabra alguna, en su lugar se irguió y esta vez coloco toda su fuerza de voluntad en mantener su vista sobre su interlocutor— Como sabes, nuestro matrimonio se estableció en base a una alianza política y militar —continuó el señor del Oeste— Aunque puede que hayas oído alguno que otro rumor —hablo como si nada, parecía que el hombre conocía lo que hablaba la sociedad de él y su matrimonio, sin embargo no parecía molesto de ello— Y para dejarte las cosas claras, si son verdad —los ojos de Ochako se abrieron por las palabras que escucho y casi soltó su copa— Me robe a Shoto en el campo de batalla y le hice mío, no me arrepiento de ello— Su mirada seguía clavada en ella, sin atisbo de culpa o vergüenza— Aunque nos casamos por un acuerdo político, la verdad es que con el o sin el hubiese pasado lo mismo, ya que después de todo nos enamoramos.
Ochako notó como sus manos se encontraban entrelazadas y como el príncipe se apoyó de su hombro, en sus labios permaneció una sonrisa que pudo contemplar como la suma de la felicidad infinita a pesar de su rostro neutro y falta de emoción que no pudo contrarrestar el brillo de sus ojos, los cuales parecían llenos de ilusión.
—Usamos la guerra a nuestro favor para casarnos —prosiguió sin tapujo alguno— Sin embargo la guerra es real, el Reino del Sur avanza y la alianza con el Este —gruño, el cuarto príncipe le miro y colocó una mano en la mejilla en el señor del Oeste tratando de calmar su mal humor quien rápidamente la tomo y coloco en sus nudillos un beso, lo que hizo suspirar al príncipe con una sonrisa en los labios— Más que una alianza —prosiguió— Es una toma completa del Reino que alguna vez dirigió Yotsubashi —Ochako trago saliva, pensó en si sería mejor dejar la copa en la mesa, pero por alguna razón se sentía segura aferrando el frio cristal en sus manos— Sin embargo el matrimonio de dos hombres no puede crear nada, no importa el poder militar o comercial que podamos generar entre ambas naciones, no somos nada si no tenemos un hijo.
Ochako quiso hablar, sin embargo el príncipe se adelantó.
—Por eso decidimos acudir con usted —la forma tan formal en la que se dirigió el príncipe a Ochako le hizo estremecer— Solo usted podría crear un milagro para que nuestro reino prosperara como debe —el príncipe se inclinó, su esposo acaricio su espalda en suaves movimientos circulares, mientras sus ojos seguían fijos en Ochako.
—Yo... —titubeo, comprendiendo al fin la razón por la que aceptó venir al palacio, en el príncipe había encontrado inocencia, pura y genuina inocencia, y ella no tenía corazón para romper sus sueños ante la terrible realidad de las cosas, la magia no existe, gritaba dentro de su cabeza, pero cada grito le hizo estrujar el corazón, su boca se sentía seca, las palabras parecían habérsele escapado, al final dejo la copa en la mesa, y sus manos se apretaron con fuerza sobre su falda vieja y sucia, su entrecejo de frunció, un amargo recuerdo se perfilo en su mente donde en una vieja y mullida cama se encontró con un cuerpo cubierto con la manta blanca— Sé que pudieron escuchar varios rumores acerca de mí y mi familia, pero no soy una bruja así que...
—Lo sabemos —le interrumpió el señor del Oeste, Ochako parpadeo un par de veces tratando de corroborar que lo que veía en ese preciso momento no era una simple ilusión, sus labios se movieron por impulso.
—¿Disculpe?
—Sabemos que no eres una bruja, tú y tu madre no lo eran y nunca lo fueron —prosiguió, Ochako sintió que sus piernas fallaban, y que el aliento se le había ido, el rostro del señor del Oeste se encontraba relajado, no hubo burla en sus palabras y la sinceridad de ellas, casi hizo que Ochako rompiera a llorar, sus ojos se cristalizaron, y sintió un nudo en la garganta.
Sin querer una risa amarga salió de sus labios antes de poder volver a hablar.
—¿Y cómo esta tan seguro? —su voz sonó fría, aguda, dolorosa, tantas veces soñó con ese momento, donde al fin la gente pudiera ver la humanidad en sus frágiles corazones, pero para todos, su familia solo era la viva imagen del pecado consumado, la de un hombre siendo atraído por el camino del mal dando como resultado a un vástago tan maldito como la presencia de su madre, pero gente fue hipócrita y egoísta, la misma que hablaba a sus espaldas era la misma que acudía por algún remedio a altas horas de la noche donde entre las sombras sus rostros no podrían ser descubiertos por nadie, pero al final no importaron los amigos que sus padres dijeron tener, cuando su madre cayó enferma no hubo lugar para que ella fuese salvada.
«Es una bruja, por supuesto que puede curarse sola»
«No puede permitirle quedarse en el pueblo, si bien se le ha permitido vender sus brebajes ¡es por la santa bondad del señor, sin embargo que se quede es una blasfemia a su santidad!»
Ningún médico la atendió y aunque los remedios compuestos por plantas medicinales ayudaron a amortiguar el dolor, al final su madre murió en su hogar. Quedándose así solo con su padre, el cual a pesar de haber hecho todo lo posible, el trabajo extenuante y los problemas que empezaron a emerger tras la muerte de su esposa empezaron a mellar no solo su cuerpo sino espíritu y años después el enfermo también.
Una vez más la negligencia ocasiono que no pudiera ser tratado al haber abandonado su humanidad por haberse enamorado de una bruja, como dijeron ellos.
Al final Ochako se quedó sola en medio del inmenso bosque, y con el tiempo, aunque las miradas toscas que alguna vez vio y que nunca pudo olvidar se volvieron amables, lo sabía, el error que confería vivir en el pueblo, por eso se mantuvo lo más alejada de el, aun así, no podía sobrevivir sola y a veces regresaba al pueblo, colocando su mejor sonrisa y siendo una vendedora parlanchina como caritativa.
Pero la ira y el dolor junto la tragedia seguía carcomiéndola por dentro, y ahora mismo era atraída por esas luces glorificadas como un insulso insecto.
Su enojo era por supuesto justificado aunque sabía que estaba arremetiendo contras personas inocentes. Aun así no pudo evitar soltar la amarga pregunta esperando que con ello finalizara la conversación. Pero no fue así.
—Porque las prácticas de tu madre como las tuyas no eran nada de lo que hubiese avergonzarse ni fuera de lo común —Ochako entrecerró los ojos al hombre, solo para que este suspirara con desgano— Tú madre practicaba algo similar que la de mi Reino de origen se practica también. Aunque los métodos pueden diferir el uso de plantas medicinales para la creación de brebajes como antibióticos es de lo más natural. En mi Reino, a ese tipo de gente se le llama chamanes, o curanderos, mi madre era una, la más respetada que hubo antes de que muriera— Ochako sintió una punzada dentro de sí y no pareció ser la única que se sintió de tal forma, ya que el príncipe acaricio el dorso de su mano y susurro lo que creyó escuchar como "Katsuki"
—Yo... Lo siento —se disculpó Ochako, el señor del Oeste negó con la cabeza después de mirar a su pareja y acariciar su mejilla con la mano que tenía libre susurrando un "estoy bien, no te preocupes"
—Está bien, paso hace tiempo, yo mismo sé algo del tema, pero no fui criado para ese tipo de tareas, y es por mi madre que supe de ti, o más bien de tu madre, de la mujer que vivía en el bosque del este —Ochako agradeció que no le hubiera llamado bruja— Una mujer que parecía hablar el idioma de las plantas, que en sus venas corría una enervante fuerza de voluntad, con una sonrisa amable y gentil —Ochako sintió el escozor de sus ojos y como las lágrimas empezaban a brotar de ellos— Nunca la conocí, pero viéndote a ti, supongo que era verdad, irradias la fuerza de alguien que sabe secretos que muchos temen conocer. La debilidad no es algo inherente en ti.
Ochako sintió como las lágrimas seguían saliendo sin parar, su cuerpo se encorvo hacia enfrente, aferrando con fuerza su falda sucia y vieja, quiso detener el llanto y se enojó tanto consigo misma por no poder hacerlo, aún más al verse débil en un momento así, ella lo sabía no debería estar llorando, no debería ser seducida por sus palabras bonitas, pero era lo que tanto había esperado por tanto tiempo, que cuando al fin lo tuvo simplemente no supo que hacer más que romper a llorar.
Le dejaron llorar en silencio, Ochako no se dio cuenta, pero cuando al fin se calmó notó que alguien se encontraba junto a ella, era el príncipe que se encontraba masajeando su espalda en círculos y cuando se encontró con su rostro no pudo evitar dar un pequeño saltito en su lugar.
—Parece que ya estas mejor —dijo el señor del Oeste con una sonrisa en los labios que pareció demasiado generosa para ella— Eso es bueno, que hayas llorado, dejar que el dolor te consuma podría hacer algo horrible a tu alma.
Ochako encontró un mensaje oculto en sus palabras, pero no pensó mucho en ello cuando vio el pañuelo extender hacia ella.
—Tómalo por favor —ofreció el príncipe sentado a su izquierda.
Ochako lo tomo y murmuro un bajito; "gracias" antes de dar otro hipido.
Los dos gobernantes fueron pacientes hasta que ella se vio retomando la conversación nuevamente.
—Entonces... sí saben la verdad ¿Porque venir conmigo? No soy diferente a otros, no hay magia que pueda ayudarlos a procrear un hijo así que... ¿Que podría hacer por ustedes?
Bakugo sonrió esta vez se inclinó hacia enfrente y en sus ojos un brillo singular surco.
—En eso te equivocas, es porque eres diferente al resto que solo tú puedes ayudarnos en esto.
—¿Qué?
—Queremos que uses tu magia, la magia que solo tú puedes hacer —esta vez hablo el príncipe. Y Ochako una vez más se sintió confundida.
—Pero... Ya lo sabe, no soy una bruja así que...
—Nosotros lo sabemos —interrumpió el señor del Oeste— pero los demás siguen creyendo en el mito, y el mito sea verdad o mentira siempre encierra el deseo de la gente en creer en algo más grande de lo que se puede ver.
—Yo... —titubeo— Creo haber perdido el hilo en esto.
El señor del Oeste bufo.
—Ochako Uraraka —le llamo, su voz fue firme, imponente, llena de fuerza la cual solo le hizo erguirse ante ella— Bajo la presente, dentro del castillo del Reino Medio y bajo la presencia del cuarto príncipe Todoroki Shoto, se te pide que uses tu magia para que podamos tener un hijo y así reafirmar la alianza de ambos reinos y tener un sucesor al trono.
Ochako se quedó en silencio, solo para al final levantarse de su lugar, con ambas manos vueltas puños a los costados frunció el entrecejo.
—¿¡Que parte de no soy una bruja no entienden!? —grito exasperada.
—Ninguna —respondió el señor del Oeste con una sonrisa llena de júbilo, parecía estarse divirtiendo con ella.
—¡Entonces! —miro al príncipe antes de proseguir— Perdone mi lenguaje, cuarto príncipe del Reino —este asintió— ¿¡Que mierda!?
—Me agradas —soltó el señor del Oeste, las mejillas de Ochako se arrebolaron sin entender porque— Ya te lo dije, nosotros lo sabemos, que no eres una bruja —enfatizo el nosotros— Sin embargo, el pueblo no lo sabe, por ende a sabiendas de quién eres hija ellos podrán dar credibilidad al rumor que la hija de la mujer del bosque pudo hacer el milagro realidad, sobre que dos hombres pudieran tener un hijo.
Ochako ladeo la cabeza y le miro con cautela procesando sus palabras y la información hasta el momento.
Ambos hombres guardaron silencio hasta que ella llamo su atención cuando hablo otra vez.
—Bien, creo entender lo que quieren hacer, ustedes dos —les señalo, ninguno pareció estar enojado por ello— Quieren usar el rumor del que se hizo mi madre para hacer creer que su hija pudo conseguir que los dos tuvieran un hijo legitimo ¿Correcto? —ambos asintieron— Sin embargo hay un pequeño detalle ¿De dónde sacaran un bebé? Es más ¿En dado caso que consigan que una mujer dé a luz a su hijo, como lograran que no revele el secreto?
Ambos pares de ojos apuntaron hacia Ochako, quien trastabillo, y cayó en el sillón.
—¿En serio esperan que tenga a su hijo así como si nada? —profirió indignada.
—No será gratis. Se te pegara lo que pidas.
—¡Imposible!
—¿Por qué? —pregunto el señor del Oeste.
—¡Es una locura! ¡Es obvio que se darán cuenta! Quiero decir las criadas y el doctor y...
—Tú serás la encargada del parto, de igual forma tengo a alguien de confianza que vendrá de mi Reino para quedarse contigo y te ayudara, Ella es como una hermana para mí, antes de que ella pueda revelar algo preferiría ser descuartizada por hipopótamos de río. Y créeme aunque se vean amigables son unas bestias de mierda —aparto un poco su capa mostrando el costado izquierdo, donde una línea curva se desplegaba hacia arriba de sus costillas.
—¿Por qué crees que lo creerán?
—Porque son imbéciles, intolerantes que por años creyeron que la herbolaria de tu madre era alguna extraña brujería —Ochako quiso decir algo, pero el señor del Oeste continuo— Y porque hoy en día a pesar de que mi Reino es uno de los más prósperos aún se le acredita como un Reino lleno de barbaros que cogen entre sus propios familiares y hacen ritos paganos a los dioses antiguos, ¿Sabes cuantas veces he escuchado la mierda sobre las vírgenes en altares y el hecho de que todos en el reino somos familia, ya que somos tan incivilizados para no poder tener el control de no tirarnos a nuestra propia prole? —Ochako abrió la boca, pero no dijo nada, el señor del Oeste prosiguió— Sé que lo sabes, Lo jodido que es tener un estigma contigo y lo horrible que puede ser la sociedad al juzgarte. Y sé que no puedes cambiar al mundo, porque el mundo a veces lo que necesita no es tiempo sino un puñetazo en la cara para reacomodarle el cerebro.
Ochako se aguantó las ganas reír, llevándose una mano hacia los labios, en cambio el príncipe soltó una risita, que hizo que el señor del Oeste le sonriera, y acercara su rostro para unir sus frentes, la punta de sus narices se tocaron y en un movimiento suave pequeños besos de mariposa deposito.
"Divino" pensó ante la visión de ambos gobernantes ante el amor que profesaban al otro con una gracia sublime que solo pudo otorgar el título de divino en su mente, puesto que su amor era innegable.
—El punto —regreso la vista hacia ella el señor del Oeste— Es que nos aprovechamos de la tensión de la guerra que se aproxima para estar juntos, sin embargo siendo los dos hombres no podemos hacer lo mismo que una pareja normal haría, al menos en lo que se refiere a tener hijos, buscar a una mujer que los tenga por nosotros solo causara más problemas si es cualquier tipo de mujer, sin embargo tú no eres como las demás.
Ochako suspiro, sus brazos descansaron por encima de su pecho.
—¿Porque crees eso?
—Porque reconoces lo que está bien y está mal, porque en tu piel llevas las marcas del dolor y eso te hizo escéptica y una mejor persona que los demás y porque muy en el fondo sabes que esta podría ser tu única oportunidad.
—¿A qué te refieres con única oportunidad?
El señor del Oeste le miro por unos segundos, Ochako pudo notar como trataba de desentrañar su alma, y por unos segundos se vio bajando la mirada por vergüenza. Un escalofrió se estaciono en su espina dorsal cuando el hombre que tenía frente a él dijo su mayor secreto en voz alta.
—Quieres ser libre —pronunció en calma, pero su voz hizo eco en sus oídos, nuevamente sintió que sus rodillas fallaban y que caería si no estuviera ya sentada en el sillón— Quieres ser libre del estigma que te marco desde que naciste, quieres dejar el bosque y por una vez caminar por las calles sin que las miradas te observen y te apunten con el dedo. Y eso te molesta, porque sientes que si lo haces estas demostrando que los demás tenían razón al avergonzarte de quién eres, y que le estas dando la espalda a tus padres. Sin embargo no es así, no es malo buscar la paz por una vez en tu vida —Ochako pudo notar el peso en sus palabras, como si de un recordatorio hacia sí mismo se tratase— No estas huyendo Ochako, estas tratando de ser tu misma en un lugar donde puedas sentirte segura y no está mal, y nosotros podemos ayudarte.
—Teniendo a su hijo ¿No?
—A si es —respondió el príncipe.
—¿Y después qué? ¿Simplemente les entrego a mi hijo, me pagan y todo acabo?
—No. Si aceptas no solo serás la madre de nuestro hijo, todo rumor mal infundado acerca de tu madre y tuyo será abolido, serás reconocida como parte del gremio del palacio, además tu nombre será vanagloriado como se debe, y aunque se te recompensará con la suma que pidas, será solo decisión tuya si deseas marcharte, aunque siempre serás bienvenida a quedarte en el castillo. Nunca se te ordenara algo que no desees hacer. Si deseas hacer una vida nueva lejos de estas tierras estás en tu derecho, al igual que si deseas quedarte en el castillo con nosotros, siendo que el vínculo que tendrás con nosotros y con nuestro hijo nunca será cortado.
Dijo el Rey del Oeste. Ochako guardo silencio por unos segundos hasta que al fin hablo.
—Necesito pensarlo. Sin embargo antes necesito saber que pasara si rechazo la oferta.
—Nada —respondió el príncipe— Como dijimos eres libre de irte cuando lo desees, tu estadía en el palacio solo será visto como algún tipo de asesoría ante el rumor que antecede a tu familia, por lo tanto nadie sospechara nada de ninguno.
Ochako asintió.
Nuevamente suspiro. Ambos gobernantes se miraron entre sí, y decidieron que lo mejor sería dejarle a solas para que su mente procesara todo como era debido.
—Bien —llamo su atención, con voz temblorosa aun así prosiguió— Supongamos que acepto, en dado caso que sea así, hablando de solo forma hipotética —trastabillo con las palabras solo un poco y con las mejillas rojas— ¿Quién sería el padre?
El cuarto príncipe sonrió, sus ojos resplandecieron ante la ilusión.
—Eso es fácil, quiero que tenga los ojos de mi esposo —se acercó al señor del Oeste.
Ochako los miro partir. El príncipe le dijo antes de salir que enviaría a alguien por ella para mostrarle su habitación y que también podía comer con ellos en el comedor principal o si lo prefería dentro de su cuarto.
Ella asintió a pesar de verse más perdida entre sus pensamientos, mientras observaba la puerta doble cerrada frente a ella.
Al final Ochako no pudo acompañarlos en la cena. Su cabeza seguía llena de múltiples pensamientos que no podía apartar de su mente. El cómo el señor del Oeste que era conocido como una bestia inhumana le había leído cual libro abierto le hizo estremecer y aunque otras personas hubieran tenido miedo ante sus palabras. Ella no se sintió de esa forma en cambio hizo que la curiosidad se instalara en su persona. Aun así no se sintió con energía para bajar al comedor y en cambio degustó su cena en la habitación en la que el mayordomo le dejo.
La habitación era acogedora y el cambio de ropa que le habían dado fue a pesar de los colores -que nunca se atrevería usar- adecuados a la ocasión. Resaltando así su rostro ovalado y ojos grandes color avellana.
Ochako sabía que esa noche no podría dormir. No con una decisión tan importante a tomar. Así que decidió -ya que nadie le había dicho que no podía hacerlo- salir a tomar un poco de aire en el jardín para tal vez encontrar las respuestas en medio de la tranquilidad que anhelaba su mente hecha un caos.
La verdad que había enterrado en lo profundo de su ser y como si nada el señor del Oeste saco a relucir como si nada seguía ardiendo a flor de piel.
No era una mentira que varias veces odio haber nacido bajo el título de bruja solo porque su madre era considerada como una.
Pero aun así, no sentía vergüenza del conocimiento que su madre le había dejado como su legado. Sin embargo había una pequeña parte de ella que seguía enojada consigo misma por simplemente desear nunca haberse inmiscuido en ese mundo y no sabía si ese sentimiento le había hecho odiarse a sí misma con el paso del tiempo que pasaba rodeada de esas personas que habían lastimado a su familia y a ella misma. Porque aunque les odiaba quería pertenecer a ellos.
Quería ser normal.
Y eso era imposible en su situación actual.
Y luego estaban ellos dos. Los hombres más poderosos del Reino Medio y del Reino del Oeste quienes podrían tener cualquier cosa y aun así no podían tener la paz anhelada. Ochako pudo leer entre líneas que la búsqueda de un heredero no sólo era la consumación de su matrimonio dando frutos sino una forma de reafirmar la unificación de ambas naciones lo que confería que su matrimonio no era bien visto por sus pares.
Pero un hijo legitimo cambiara eso y Ochako podía dárselos.
Ochako detuvo su andar sin rumbo cuando observó ambas figuras dando un paseo bajo la luz de la luna.
El señor del Oeste había colocado su capa por sobre los hombros del príncipe quien seguía tomándole del brazo y acunando su rostro en su antebrazo.
La luz de la luna y las estrellas les iluminaba y no pudo evitar pensar que los dos se veían preciosos el uno con el otro.
¿Entonces donde quedaba ella en escena?
A pesar de la distancia pudo escucharlos reír y su corazón dio un vuelco cuando la carcajada del señor del Oeste resonó.
Porque Ochako Uraraka no pudo evitar pensar que su risa era bonita.
Contagiosa como si instara a cualquiera persona a creer que todo estaría bien. Y quiso creer en ella. En su voz ronca y firme que le aseguraba que todo saldría bien aunque ninguno de los tres lo sabía con claridad aferrándose a la fe ciega que venía con el amor.
Porque el amor le había impulsado a hacer lo que hicieron a pesar del sentimiento que a veces se asomaba amedrentando con destruirles a su paso al estar jugando con fuego.
Pero Ochako quería creer en la inocencia en los ojos del príncipe y en la seguridad del señor del Oeste y también quería creer en si misma al pensar que aquel sentimiento que broto en el interior de su pecho solo era una alucinación causada por el cansancio y por ello cuando fuese tomada por ese hombre no sentiría nada.
Ese mismo hombre que se había acuclillado frente al cuarto príncipe mientras besaba el dorso de su mano y sonreía de forma altanera como si en sus manos sujetara al propio universo en sí.
Pero Ochako sabía la verdad y como siempre la empujo hacia abajo muy dentro de si antes de que le explotara directamente en la cara.
Ese hombre estaba sujetando su propio universo.
Dándose la vuelta se decidió a volver a su habitación solo para sonreírse a sí misma.
Después de todo mañana sería un día largo. Muchos asuntos que discutir y eventos que planificar y un sacrificio que dar por su libertad. Porque si tenía que dejar un pedacito de su corazón para no perder su cordura supuso que era un precio aceptable por pagar.
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