032. it's not enough
↯ CAPÍTULO TREINTA Y DOS
▬ ❝ no es suficiente ❞ ▬
ACTUALIDAD
narra kamari
JUSTO CUANDO EL HOMBRE CAE AL SUELO, una pared de uniformes blancos nos tapa la vista. Algunos de los soldados llevan las armas automáticas levantadas cuando nos empujan hacia la puerta.
━¡Ya nos vamos! ━exclama Peeta, dándole un empujón al agente de la paz que me obliga a avanzar, ejerciendo fuerza en el proceso━. Lo entendemos, ¿si? Vamos, Kamari.
Me rodea con sus brazos y me guía de vuelta al Edificio de Justicia, con los agentes a unos cuantos pasos de nosotros. En cuanto entramos, las puertas se cierran de golpe y oímos las botas volverse hacia la multitud.
Haymitch, Effie, Portia y Cinna esperan debajo de una pantalla montada en la pared, en la que sólo se ve estática, todos muy tensos, por lo que veo en sus caras.
━¿Qué ha pasado? ━se apresura a preguntar Effie━. Hemos perdido la imagen justo después del precioso discurso de Kamari, y entonces Haymitch ha dicho que creía haber escuchado un disparo; yo he contestado que era ridículo, pero ¿quién sabe? ¡Hay lunáticos en todas partes!
━No ha pasado nada, Effie. El tubo de escape de un viejo camión ━responde Peeta, sin que le tiemble la voz.
Dos disparos más. La puerta no nos aísla mucho del sonido. ¿A quién habrían disparado? ¿A la abuela de Thresh? ¿A una de las hermanitas de Rue?
━Ustedes dos, conmigo ━ordena Haymitch. Peeta y yo lo seguimos, y dejamos a los otros atrás. Los agentes de la paz que están colocados por el Edificio de Justicia no están muy interesados en nuestros movimientos, siempre que permanezcamos dentro. Subimos por una magnífica escalera curva de mármol. En la parte de arriba hay un largo pasillo con una alfombra desgastada y unas puertas dobles abiertas que dan paso a la primera sala que nos encontramos. El techo debe de tener unos seis metros de altura, con molduras de frutas y flores, además de gorditos niños con alas que nos miran desde cada esquina. Nuestra ropa de noche está colgada en unos percheros de pared. Nos han preparado la habitación, aunque apenas nos paramos para soltar los regalos. Después, Haymitch nos arranca los micrófonos del pecho, los mete debajo de uno de los cojines del sofá y nos hace un gesto para que lo sigamos.
Por lo que sé, sólo ha estado aquí una vez, en su Gira de la Victoria de hace décadas, pero debe de tener una memoria extraordinaria o unos instintos muy fiables, porque nos conduce por un laberinto de escaleras de caracol y pasillos cada vez más estrechos. A veces se detiene para forzar una puerta. Por el chirrido de protesta de las bisagras, está claro que no las abren desde hace tiempo. Al final subimos por una escalera a una trampilla y, cuando Haymitch la abre, nos encontramos en la bóveda del edificio. Es un lugar enorme lleno de muebles rotos, pilas de libros y cuadernos, y armas oxidadas. La capa de polvo que lo cubre todo es tan gruesa que no cabe duda de que nadie la molesta desde hace años. La luz lucha por filtrarse a través de cuatro ventanas cuadradas asquerosas abiertas en los laterales de la cúpula. Haymitch cierra la trampilla de una patada y se vuelve hacia nosotros.
━¿Qué ha pasado?
Peeta le cuenta lo ocurrido en la plaza: el silbido, el saludo, nuestra vacilación en la veranda y el asesinato del anciano.
━¿Qué está pasando, Haymitch? ━le pregunta después.
Yo no puedo hablar. Cada que intentaba ayudar a Peeta con los hechos sucedidos, la voz no salía.
━Será mejor si se lo cuentas tú ━me dice el interpelado.
No estoy de acuerdo, creo que será cien veces peor si se lo cuento yo. No obstante, se lo explico todo a Peeta lo más tranquilamente que puedo: lo del presidente Snow y el malestar en los distritos. Ni siquiera me callo el mal entendido con Asher (lo que Snow creyó ver). Le cuento que estamos en peligro, que todo el país está en peligro por culpa de mi truco con las bayas.
━Se suponía que tenía que arreglar las cosas en esta gira y conseguir que todos los que dudaban creyeran que había actuado así por amor. Calmar las cosas. Pero está claro que hoy sólo he conseguido que maten a tres personas, y ahora castigarán al resto de los asistentes.
Tres muertos a mi consciencia. Como si no tuviera suficientes.
Me siento tan mal que tengo que sentarme en un sofá, a pesar de que está reventado y se le ven los muelles y el relleno.
━Entonces yo también lo he empeorado todo con la idea de darles el dinero ━dice Peeta. De repente le da un golpe a una lámpara que está en precario equilibrio sobre una caja y la tira al suelo, donde se hace añicos━. Se acabó, ahora mismo. No pueden seguir con este... este juego que se traen los dos, contándose secretos y manteniéndome a mí al margen, como si fuese demasiado insignificante, estúpido o débil para soportarlos.
━No es eso, Peeta... ━empiezo.
━¡Es justamente eso! ━me grita, provocando que diese un pequeño salto en mi lugar━. ¡Yo también tengo seres queridos, Kamari! Familia y amigos en el Distrito 12 que acabarán igual de muertos que los tuyos si no salimos de ésta. Así que, después de lo que pasamos juntos en la arena, ¿ni siquiera merezco que me cuentes la verdad?
━Siempre te comportas tan bien, Peeta, sabes tan bien cómo presentarte ante las cámaras que no quise entorpecerte ━explica Haymitch.
━Pues me sobrestimaste, porque hoy la he cagado. ¿Qué crees que les va a pasar a las familias de Rue y Thresh? ¿Crees que les darán su parte de nuestras ganancias? ¿Crees que les acabo de asegurar un futuro brillante? ¡Porque me parece que tendrán suerte si llegan vivos al final del día! ━Peeta lanza algo más por los aires, una figura. Nunca lo había visto así.
Y eso me da el valor para hablar.
━Tiene razón, Haymitch ━intervengo━. Nos equivocamos al no contárselo, incluso en el Capitolio.
━En la arena ya tenían algún tipo de sistema montado, ¿no? ━pregunta Peeta, con la voz más tranquila━. Algo que no me contaron.
━No, oficialmente no. Es que yo me imaginaba lo que Haymitch quería de mí según lo que me enviaba o no.
━Bueno, pues yo no tuve esa oportunidad, porque él no me envió nada hasta que apareciste.
No había pensado en eso, en cómo vería Peeta que yo apareciese en la arena con medicina para las quemaduras y pan, mientras que él, a las puertas de la muerte, no había recibido nada. Como si Haymitch me mantuviese con vida a su costa.
━Mira, chico... ━empieza a decir Haymitch.
━No te molestes, sé que tenías que elegir a uno de los dos y me parece bien que fuese ella. Pero esto es distinto, ahí fuera hay gente muerta y habrá más si no lo hacemos muy bien. Todos sabemos que se me dan mejor las cámaras que a Kamari, nadie tiene que ayudarme para saber qué decir, siempre que sepa dónde me estoy metiendo.
━A partir de ahora estarás informado de todo ━le promete Haymitch.
━Mejor será ━responde Peeta, sin dignarse a mirarme antes de salir.
El polvo que ha agitado forma nubes y busca otro sitio donde posarse: mi pelo, mis ojos, mi reluciente broche dorado.
━¿Me elegiste a mí, Haymitch?
━Sí.
━¿Por qué? Él te cae mejor.
━Es cierto, pero recuerda que, hasta que cambiaron las reglas, mi única esperanza era sacar con vida a uno de los dos. Como él estaba decidido a protegerte, bueno, pensé que entre los dos podríamos devolverte a casa... ademas, yo siempre cumplo mis promesas.
Al oírle, recuerdo a la perfección aquel día que se me planteó en frente, con la cara de pocos amigos que lleva encima siempre y una botella que, igualmente también siempre lleva con él, diciendo que venía a cumplir la promesa que le hizo alguna vez a Anika, antes de que ella entrara a la arena.
Después de su muerte, cuando le tocó volver al distrito 12, lo primero que hizo fue esperarme a unas cuadras de mi casa en la Veta y ofrecerme su casa en lugar de un orfanato.
Me negué, y seguí con mi camino a casa. Lo había visto en el distrito y en la tele los últimos años, ayudo a mi hermana lo más que pudo, sobrevivió con su ayuda hasta quedar en el puesto número cinco, después, a manos de alguien del distrito 1, quien se la había tomado con ella desde los entrenamientos privados, donde ella sacó un 10 de 12, murió atravesada por una lanza puntiaguda.
Me estremecí ante el recuerdo. Me recargue en mis rodillas, acariciando mis manos entre sí.
━Oh ━es lo único que puedo contestar.
━Ya verás las decisiones que te verás obligada a tomar si sobrevivimos a esto ━dice Haymitch━. Aprenderás.
Bueno, hoy he aprendido algo: este lugar no es una versión más grande del Distrito 12. Nuestra alambrada no tiene vigilancia y casi nunca la electrifican; nuestros agentes de la paz no son bien recibidos, pero tampoco resultan brutales; nuestras penurias provocan más fatiga que furia. Aquí, en el 11, sufren más y están más desesperados. El presidente Snow tiene razón: una chispa podría bastar para que todo ardiera.
Las cosas pasan demasiado deprisa para poder procesarlas: la advertencia, los disparos y darme cuenta de que quizá haya iniciado algo de gigantescas dimensiones. Es tan increíble... Habría sido diferente si mi intención fuera agitar el país, pero, dadas las circunstancias, ¿cómo narices me las he arreglado para causar tantos problemas?
━Vamos, tenemos que asistir a una cena ━dice Haymitch.
Me quedo en la ducha todo el tiempo que me dejan antes de ir a arreglarme. El equipo de preparación no parece saber nada de los sucesos del día, están emocionados con la cena; en los distritos son lo suficientemente importantes para asistir a ella, mientras que en el Capitolio apenas reciben invitaciones a fiestas prestigiosas. Se dedican a intentar predecir qué platos servirán, aunque yo sólo veo al anciano recibir un tiro en la cabeza. No presto atención a nada de lo que me dicen hasta que estoy a punto de irme y me veo en un espejo: un vestido palabra de honor de color rosa pálido que me llega hasta los zapatos; el pelo apartado de la cara y suelto en una lluvia de tirabuzones sobre la espalda.
En ese momento llega Cinna por detrás y me coloca un reluciente chal plateado encima de los hombros.
━¿Te gusta? ━me pregunta, al darse cuenta de que mi reflejo lo mira a los ojos.
━Es precioso, como siempre.
━Veamos qué aspecto tiene con una sonrisa ━me dice amablemente. Es su forma de recordarme que dentro de un minuto volverán las cámaras. Consigo levantar un poco las comisuras de los labios━. Eso es.
Cuando nos reunimos para bajar a la cena, veo que Effie está indispuesta. Seguro que Haymitch no le ha contado lo de la plaza. Aunque no me sorprendería que Cinna y Portia lo supieran, parecemos tener un acuerdo tácito para mantener a Effie al margen de las malas noticias. Sin embargo, no tardamos mucho en darnos cuenta de cuál es su problema.
Effie repasa el programa de la noche antes de tirarlo a un lado.
━Y después, gracias al cielo, todos podremos subirnos a ese tren y salir de aquí ━dice.
━¿Te pasa algo, Effie? ━le pregunta Cinna.
━No me gusta la forma en que nos han tratado, metiéndonos en camiones y sacándonos del andén. Y después, hace una hora, decidí dar una vuelta por el Edificio de Justicia. Soy una especie de experta en diseño arquitectónico, ya lo saben.
━Oh, sí, lo había oído ━responde Portia antes de que la pausa se alargue demasiado.
━Bueno, pues estaba echándole un vistazo, porque las ruinas de los distritos se van a poner de moda este año, cuando dos agentes de la paz se me colocaron delante y me ordenaron regresar a nuestras habitaciones. ¡Uno de ellos llegó a empujarme con la pistola! ━exclama Effie.
No puedo evitar pensar que es culpa de Haymitch, Peeta y mía, por haber desaparecido antes. En realidad, resulta reconfortante pensar que Haymitch tenía razón, que nadie estaba vigilando la cúpula polvorienta en la que hemos hablado. Aunque seguro que ahora sí.
Effie parece tan alterada que le doy un abrazo espontáneo.
━Eso es terrible, Effie. Quizá fuese mejor no ir a la cena, al menos hasta que se disculpen ━sé que no estará de acuerdo, pero la sugerencia la anima bastante, porque valida su queja.
━No, estaré bien. Es parte de mi trabajo soportar estas vicisitudes, y no podemos dejar que ustedes dos se pierdan la cena. De todos modos, gracias por la oferta, Kamari.
Effie nos coloca en formación para nuestra entrada. Primero los equipos de preparación, después ella, los estilistas y Haymitch. Peeta y yo salimos los últimos, por supuesto.
En algún lugar más abajo, los músicos empiezan a tocar. Cuando la primera parte de nuestra procesión comienza a bajar los escalones, Peeta y yo vamos de la mano.
No había hablado con él desde que me había gritado. No lo culpaba, también estaría molesta si me dejaran de lado continúas veces, pero al menos tengo una razón: mantenerlo seguro.
━Haymitch dice que estuvo mal gritarte, que sólo seguías sus instrucciones ━me dice, sacándome de mis pensamientos━. Además, yo también te oculté cosas en algunos momentos.
Recuerdo la conmoción que sentí al oírlo confesar su amor delante de toda Panem. Haymitch estaba en el ajo y no me lo había dicho.
━Me parece que yo también rompí unas cuantas cosas después de aquella entrevista.
━Sólo una urna.
━Y tus manos ━sonrió con ironía, negando ligeramente con mi cabeza━. Ya no tiene sentido, ¿no? Lo de no ser sinceros entre nosotros, me refiero.
━Ninguno ━responde Peeta. Estamos en lo alto de la escalera, dejándole una ventaja de quince escalones a Haymitch, como nos indicó Effie━. Lo que Snow cree... ¿es real? ¿de verdad besaste a Asher?
━No ━respondo, tan sorprendida que no se me ocurre otra cosa━. No, nunca, él y yo... somos amigos. Solo amigos, jamás lo vería distinto o como a... ━me quede callada, relamiéndome los labios. Es lo mejor━. Fue un abrazo, nada más ━finalizó, sintiéndolo menos tenso que cuando formuló la pregunta.
Con todo lo que ha pasado hoy, ¿ésa es la pregunta que le ha estado rondando la cabeza?
━Ya son quince, vamos.
Nos enfocan con una luz y yo esbozo mi sonrisa más deslumbrante.
Bajamos los escalones y nos engulle lo que se convierte en una marea indistinguible de cenas, ceremonias y viajes en tren. Todos los días son iguales: despertarnos, vestirnos, pasear entre los vítores de la multitud, escuchar un discurso en nuestro honor y dar un discurso de agradecimiento, aunque sólo el que nos pasa el Capitolio, sin añadidos personales. A veces hay una breve excursión: en un distrito vemos de lejos el mar, en otro unos altos bosques; fábricas feas, campos de trigo y refinerías apestosas. Después nos vestimos de gala, asistimos a la cena y volvemos al tren.
Durante las ceremonias somos solemnes y respetuosos, pero siempre estamos unidos, ya sea de la mano o por el brazo. En las cenas rozamos el delirio amoroso; nos besamos, bailamos, nos pillan intentando escabullimos para estar a solas. En el tren paseamos nuestra miseria en silencio, mientras intentamos evaluar el efecto que tenemos en los distritos.
Incluso sin los discursos personales para despertar el descontento (huelga decir que los que dimos en el Distrito 11 fueron editados antes de televisar el acontecimiento), algo se nota en el aire, el hervor de una olla a punto de rebosar. No en todas partes, porque algunas multitudes tienen el mismo aspecto de rebaño cansado que el Distrito 12 suele proyectar en las ceremonias de los vencedores. Sin embargo, en otros distritos (especialmente el 8, el 4 y el 3), los rostros de la gente expresan verdadera euforia al vernos y, debajo de la euforia, rabia. Cuando corean mi nombre lo hacen más como grito de venganza que para vitorearme. Cuando los agentes de la paz se introducen en una multitud inquieta, la multitud devuelve los empujones, en vez de retroceder, y sé que no puedo hacer nada para evitarlo, que ninguna demostración de amor, por creíble que sea, detendrá esta tormenta. Si sacar aquellas bayas fue un acto de locura temporal, esta gente también está dispuesta a abrazar la locura.
Cinna empieza a estrecharme la cintura de la ropa; el equipo de preparación se preocupa por mis ojeras; Effie me da pastillas para dormir que no funcionan, al menos no lo bastante bien. Cada vez que me duermo me despiertan unas pesadillas que han aumentado en número e intensidad. En una ocasión, Peeta, que se pasa gran parte de la noche dando vueltas por el tren, me oye gritar mientras intento salir de la bruma de los somníferos, que no hacen más que prolongar mis horribles sueños. Consigue despertarme y calmarme, para después tumbarse conmigo en la cama y abrazarme hasta que me quedo dormida de nuevo. A partir de entonces me niego a tomar más pastillas, aunque le dejo meterse en la cama conmigo todas las noches. Nos enfrentamos a la oscuridad como lo hacíamos en la arena, abrazados, protegiéndonos de los peligros que pueden caer sobre nosotros en cualquier momento. No pasa nada más, pero nuestro acuerdo se convierte rápidamente en tema de cotilleo en el tren.
Cuando Effie me lo menciona, pienso: «Bien, quizá llegue a oídos del presidente Snow». Le digo que nos esforzaremos por ser más discretos, cosa que no hacemos.
Las apariciones consecutivas en los distritos 1 y 2 son horribles por méritos propios. Cato y Clove, los tributos del Distrito 2, podrían haber vuelto a casa si Peeta y yo no lo hubiésemos hecho. Yo maté en persona a la chica, Glimmer, y al chico del Distrito 1. Mientras intento evitar a la familia de este último, descubro que su nombre era Marvel. ¿Cómo es posible que no lo supiese? Supongo que antes de los juegos no presté atención y que después no quise saberlo.
Al llegar al Capitolio estamos ya desesperados. Hacemos interminables apariciones delante de multitudes que nos adoran. Aquí, entre los privilegiados, no hay peligro de levantamiento; es gente que nunca ha visto su nombre en las urnas de la cosecha, cuyos hijos nunca mueren por los supuestos crímenes cometidos hace generaciones. No necesitamos convencer a los ciudadanos del Capitolio de nuestro amor, pero todavía nos queda la débil esperanza de poder llegar a los que no logramos convencer en los distritos. Todo lo que hacemos parece poco y tarde.
De vuelta en nuestros alojamientos del Centro de Entrenamiento, soy yo la que sugiere la proposición de matrimonio pública. Peeta acepta hacerlo, aunque después se encierra en su cuarto un buen rato. Haymitch me pide que lo deje en paz cuando lo llamó he intento ir tras él.
━Creía que era lo que él quería ━dije, después de unos segundos en medio de un silencio abrumador.
━Pero así no. Él quería que fuese de verdad.
Me voy a mi habitación y me meto debajo de las sábanas intentando no pensar en Peeta y consiguiendo no pensar en nada más que en él.
Effie me sugiere tocar una canción para el presidente Snow durante la fiesta, y aunque quise negarme, Haymitch me obligo a aceptar.
Por la noche, en el escenario colocado delante del Centro de Entrenamiento, respondemos con entusiasmo a una lista de preguntas. Caesar Flickerman, con su chispeante traje azul marino, y el pelo, las pestañas y los labios todavía teñidos de celeste, nos guía magistralmente durante toda la entrevista. Cuando nos pregunta por el futuro, Peeta hinca una rodilla en el suelo y pone todo su corazón en pedirme que me case con él. Yo, por supuesto, acepto. Y aunque Peeta crea que estoy fingiéndolo, yo sé que no y con eso me basta. Caesar está como loco, la audiencia del Capitolio es presa de la histeria, las imágenes retransmitidas desde todo Panem muestran multitudes henchidas de felicidad.
El presidente Snow en persona nos hace una visita sorpresa para felicitarnos. A Peeta le da la mano y una palmadita de aprobación en el hombro. Después me abraza, envolviéndome en su aroma a sangre y rosas, y me planta un beso hinchado en la mejilla. Cuando se retira, clavándome los dedos en los brazos con una sonrisa, me atrevo a arquear las cejas, que preguntan lo que mis labios no pueden: «¿Lo hemos conseguido? ¿Ha sido suficiente? ¿Ha sido suficiente entregártelo todo, seguir con el juego, prometer casarme con Peeta?».
A modo de respuesta, sacude la cabeza de manera casi imperceptible.
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