001. the harvest
↯ CAPÍTULO UNO
▬ ❝ la cosecha ❞ ▬
ACTUALIDAD
narra kamari
EL SONIDO DE LA HIERVA SIENDO PISADA POR MIS PIES ERA EL ÚNICO SONIDO QUE CUBRÍA MIS OÍDOS, pues el resto del lugar se encontraba en silencio, con, a veces, el sonido del viento acompañando a mis pisadas.
No podía reconocer el sitio en el que me encontraba, pero era bonito. Unos cuantos lirios revoloteaban por el piso junto a la fina hierva: se trataba de un prado bien cuidado, pues las flores se veían vivas y relucientes.
Mire a mi alrededor, buscando alguna pista de cómo pude haber llegado acá, pues este sitio no se parecía ni un poco al Distrito 12, mucho menos a La Veta, el cual era una atrocidad de tristeza comparada con este lugar, el cual resaltaba por los colores tan vivos que había: tanto en el cielo como en la tierra.
—Kamari...
Giré mi cabeza hacia todos lados al oír como una voz me llamaba en algo que se parecía a un susurro, trate de buscar algo que estuviese a mi alrededor, pero seguía igual de sola que cuando aparecí aquí.
—Kamari...
Aquel susurro se hizo más fuerte y fue entonces cuando algo dentro de mí entró en pánico.
¿Y si estaba volviéndome loca? Para mi era, sin duda, una gran posibilidad.
—¿Quien eres? —atiné a preguntar al aire, echándome un par de pasos hacia atrás.
—Kamari...
—¿Qué hago aquí? —volví a alzar la voz, mirando despavorida a mis lados—. ¿Quien eres? ¡Respóndeme!
—Encuéntrame en los sinsajos del bosque, cariño —de nuevo aquel susurro cruzó por el viento, provocando que mi cabello se echase hacia atrás.
Anika. Sin duda aquella voz era de Anika. Recordándome siempre donde debo resguardarme en caso de sentirme sola en su ausencia.
—¿Anika? ¿Anika, donde estas?
Una luz blanca estaba frente a mi. Era una esfera brillante.
—Te lo dije siempre, mi pequeña Kam, búscame en los sinsajos del bosque —esta vez el susurro fue contra mi oído, provocando que mi piel se erizara por el viento golpeando mi oreja.
Mi alrededor comenzó a desvanecerse de a poco, el camino verde y repleto de flores y colores vivos se comenzó a deshacerse frente a mis ojos.
Una enorme desesperación se hizo presente en mi, una angustia de no poderla oír más me inundó. Di media vuelta en mi sitio y comencé a caminar hacia donde debía estar la esfera: pero ya no había nada.
—¡Anika! ¡Anika, por favor, no me dejes!
Sentí que mi pecho se obstruía y que las lágrimas nublaban mi vista. Aquella sensación la recuerdo, pues era la misma sensación que obtuve al oír como el cañón sonaba a través de la pantalla, para después observar como la vida se iba de los ojos de mi hermana.
Dolor. Un inmenso dolor me poseyó y fue como si jamás pudiese sentirme en paz.
Caí de rodillas en el suelo, al mismo tiempo que me abrazaba a mi misma, admirando como mi alrededor se tornaba oscuro, sin vida.
Entonces, desperté.
—¡KAI, DESPIERTA!
Me senté sobre el viejo colchón como alma que llevaba el diablo. Mi pecho subía y bajaba con suma rapidez, mi cuerpo estaba transpirando y un nudo se amarraba con más ganas en mi garganta, mientras que mis ojos amenazaban con botar las lágrimas que tanto me esforzaba por retener.
—Ey, ey, ¿estas bien? Vamos Kai, respira —Katniss tomó mis mejillas entre sus manos, mientras analizaba mi rostro con detenimiento.
Ella lucia preocupada, su ceño lo daba a demostrar.
—Kai, háblame, por favor.
Seguí intentando regular mi respiración mientras Katniss seguía sosteniéndome por mis mejillas, quizás asustada, no lo sabía.
Pasaron unos cuantos minutos –creo– y fue entonces cuando pude lograr llegar a calmarme tras mirar a mi alrededor, dándome cuenta que todo había sido un sueño.
Premio o castigo, no lo sabía.
—¿Qué sucedió? —logré articular, quitándome la arrugada sabana que envolvía mi cuerpo de encima.
—Después de levantarme de la cama para vestirme comenzaste a... a gritar —pase una mano por mi larga melena azabache, atenta a lo que ella decía ya que, según podía ver en sus ojos, dudaba en decirme lo siguiente.
—Continúa, Katniss —la incite a seguir, logrando mi cometido.
Ella suspiró—. Gritabas el nombre de Anika, me decías que no se fuera, que no te...
—Que no me dejara —complete por ella, relamiéndome los labios sin quitar mi mirada de Buttercup, el gato medio extraño de Prim, quien me miraba con sus grandes ojos—. Si, logro recordarlo —cerré con fuerza los ojos.
—Hace tiempo no tenías pesadillas con ella —mencionó la chica a mi lado, sentándose junto a mi con sigilo, quizás cuidando de que no me llegase a sobresaltar una vez más.
—No era una pesadilla —dije, posando una mueca en mis labios. Katniss me dirigió una mirada incrédula—. Al menos no del todo.
—Eso no suena bien.
—Ya lo se —solté, abrazándome a mis piernas—. Debe ser la fecha, ya sabes, es lo mismo que todos los años el día de la cosecha.
Ambas no dijimos nada más, y lo agradecía, pues lo menos que quería ahora eran palabras de consolación que recibía de la gente que no conocía, y que seguramente jamás lo haría.
Con Katniss era diferente, con Prim y su madre igual: supongo que de algún modo nos entendemos entre las tres y es por eso que, al morir Anika, acepté mudarme con ellas a pesar de que sus recursos eran escasos, y aunque Katniss me dijo que no era necesario el ayudarle con los gastos de su madre y Prim, no dude en hacerlo.
Ellas ya me habían abierto las puertas de su casa, lo menos que podía hacer era ayudarle a Katniss a conseguirnos algo que podamos comer.
Desde entonces las consideré como una familia y ellas me acogieron en la suya.
—Sabes que puedes darte el día, ¿no? —la mire atenta. Sabía muy bien a lo que se refería por lo que no dude en negar con mi cabeza en respuesta a su propuesta—. Gale y Asher van a poder comprenderlo.
Sonreí sin ganas—. Asher sería tu mal tercio, Katniss, además, ni tú ni Gale van a soportar sus berrinches —fruncí mi nariz con diversión al ver que las mejillas de Katniss se teñían de un tono carmín—. Y, bueno, supongo que me hará bien despejarme antes de que todo ese show estúpido de la cosecha comience.
No solo era mi antepenúltimo año para poder ser elegida, pues cumplía los 17 en un par de meses, si no que también era el primer año de Prim siendo parte de la selección, y aunque ninguna de las dos lo dijese, estábamos con los nervios de punta por ello.
A veces me cuestionaba que tan ruin tenía que ser una persona para mandar a unos niños a una masacre como lo son los juegos del hambre.
—Vístete, te esperare —se alzó de nuestra cama y como lo dijo, fue hacia la mesa, y bajo un cuenco de madera que sirve para protegerlo de ratas y gatos hambrientos, encuentra un perfecto quesito de cabra envuelto en hojas de albahaca. Es un regalo de Prim para el día de la cosecha; lo mete con cuidado en su bolsillo.
Me bajo de la cama y me pongo las botas de cazar; la piel fina y suave se ha adaptado a mis pies. Me pongo también los pantalones y una camisa, meto mi larga cabellera oscura en una gorra y tomo la bolsa que utilizo para guardar todo lo que recojo.
Me acercó a Katniss y le dedico un asentimiento, dándole a entender que estoy lista para partir.
Nuestra parte del Distrito 12, a la que solemos llamar la Veta, está siempre llena a estas horas de mineros del carbón que se dirigen al turno de mañana. Hombres y mujeres de hombros caídos y nudillos hinchados, muchos de los cuales ya ni siquiera intentan limpiarse el polvo de carbón de las uñas rotas y las arrugas de sus rostros hundidos. Sin embargo, hoy las calles manchadas de carboncillo están vacías y las contraventanas de las achaparradas casas grises permanecen cerradas. La cosecha no empieza hasta las dos, así que todos prefieren dormir hasta entonces... si pueden.
La casa de las Everdeen está casi al final de la Veta, sólo tenemos que dejar atrás unas cuantas puertas para llegar al campo desastrado al que llaman la Pradera. Lo que separa la Pradera de los bosques y, de hecho, lo que rodea todo el Distrito 12, es una alta alambrada metálica rematada con bucles de alambre de espino. En teoría, se supone que está electrificada las veinticuatro horas para disuadir a los depredadores que viven en los bosques y antes recorrían nuestras calles –jaurías de perros salvajes, pumas solitarios y osos–. En realidad, como, con suerte, sólo tenemos dos o tres horas de electricidad por la noche, no suele ser peligroso tocarla. Aun así, siempre me tomo un instante para escuchar con atención, por si oigo el zumbido que indica que la valla está cargada para poder advertirle a Katniss. En este momento está tan silenciosa como una piedra. Nos escondemos detrás de un grupo de arbustos, nos tumbamos boca abajo y nos arrastramos por debajo de la tira de sesenta centímetros que lleva suelta varios años. La alambrada tiene otros puntos débiles, pero éste está tan cerca de la casa que casi siempre entramos en el bosque por aquí.
En cuanto estamos entre los árboles, recuperamos nuestros arcos y ambos carcaj de flechas que teníamos escondidos en un tronco hueco. Esté o no electrificada, la alambrada ha conseguido mantener a los devoradores de hombres fuera del Distrito 12. Dentro de los bosques, los animales deambulan a sus anchas y existen otros peligros, como las serpientes venenosas, los animales rabiosos y la falta de senderos que seguir. Pero también hay comida, si sabes cómo encontrarla. Mi hermana lo sabía y me había enseñado unas cuantas cosas antes de morir. Jamás me dieron un cuerpo que pudiese enterrar, quizás es eso lo que más me duele y lo que me hace levantarme algunas noches, gritándole que huya de ahí para que aquel bastardo que la asesinó no le lanzase aquella lanza al corazón.
Ya no quiero pensar en eso.
Aunque entrar en los bosques es ilegal y la caza furtiva tiene el peor de los castigos, habría más gente que se arriesgaría si tuviera armas. El problema es que hay pocos lo bastante valientes para aventurarse armados con un cuchillo. Mi arco y el de Katniss son una rareza que fabricó el padre de esta última, junto con otros similares que guardo bien escondidos en el bosque, envueltos con cuidado en fundas impermeables. Su padre podría haber ganado bastante dinero vendiéndolos, pero, de haberlo descubierto los funcionarios del Gobierno, lo habrían ejecutado en público por incitar a la rebelión. Casi todos los agentes de la paz hacen la vista gorda con los pocos que cazamos, ya que están tan necesitados de carne fresca como los demás. De hecho, están entre nuestros mejores clientes. Sin embargo, nunca permitirían que alguien armase a la Veta.
En otoño, unas cuantas almas valientes se internan en los bosques para recoger manzanas, aunque sin perder de vista la Pradera, siempre lo bastante cerca para volver corriendo a la seguridad del Distrito 12 si surgen problemas.
—El Distrito 12, donde puedes morirte de hambre sin poner en peligro tu seguridad —murmuro Katniss; después miro a nuestro alrededor rápidamente porque, incluso aquí, en medio de ninguna parte, me preocupa que alguien nos escuche.
No mucho por mi, yo no tengo ya nada que perder, pero Katniss si: y es por eso que, la mayoría de las veces, soy yo la que me arriesgo para casi todo, pues prefiero que vean a una pobre huérfana sin familia en medio del delito que a una chica con una madre y hermana que necesitan de ella.
Hace mucho me había dado cuenta que daría mi vida por Katniss, por Prim y por su madre.
Creo que en parte habla mi agradecimiento, no lo sé.
Cuando era más joven, mataba a la madre de Katniss y Prim del susto con las cosas que decía sobre el Distrito 12 y la gente que gobierna nuestro país, Panem, desde esa lejana ciudad llamada el Capitolio. Al final comprendí que aquello sólo podía causarnos más problemas, así que aprendí a morderme la lengua y ponerme una máscara de indiferencia para que nadie pudiese averiguar lo que estaba pensando. Trabajo en silencio en clase; hago comentarios educados y superficiales en el mercado público; y me limito a las conversaciones comerciales en el Quemador, que es el mercado negro donde ganamos casi todo nuestro dinero.
En los bosques nos esperaban las únicas personas con las que podemos ser nosotras mismas además de entre ambas: Gale y Asher. Noto que se me relajan los músculos de la cara, y que se me acelera el paso mientras subo por las colinas aún más rápido que Katniss hasta nuestro lugar de encuentro, un saliente rocoso con vistas al valle. Un matorral de arbustos de bayas los protege de ojos curiosos. Verlo allí, esperándome, me hace sonreír; nunca sonrío, salvo en los bosques, pues estar con Asher me daba más calma de la que creía.
—Hola, Kami —me saluda Asher.
En realidad me llamo Kamari, luna en algún idioma que desconozco: aquel fue el nombre que Anika eligió para mi según ella me contaba cuando era más pequeña.
—Mira lo que he cazado.
Asher sostiene en alto una hogaza de pan con una flecha clavada en el centro, y yo me río. Es pan de verdad, de panadería, y no las barras planas y densas que hacemos con nuestras raciones de cereales. Lo cojo, saco la flecha y me llevo el agujero de la corteza a la nariz para aspirar una fragancia que me hace la boca agua. El pan bueno como éste es para ocasiones especiales.
—Ummm, todavía está caliente —digo. Debe de haber ido a la panadería al despuntar el alba para cambiarlo por otra cosa—. ¿Qué te ha costado?
—Sólo una ardilla. Creo que el anciano estaba un poco sentimental esta mañana. Hasta me deseó buena suerte.
—Bueno, todos nos sentimos un poco más unidos hoy, ¿no? —comento, sin molestarme en poner los ojos en blanco—. Prim nos ha dejado un queso... —digo, intentando buscar a Katniss con la mirada pues ella llevaba el queso, pero claro, no me había dado cuenta en que momento los tortolitos se habían ido, quizá a alejarse de los que les hacemos mal tercio y de paso, llevarse el queso de Prim. Sonreí irónica a Asher— bueno, se supone que Katniss y yo íbamos a compartirlo, aunque supongo que ahora lo competirá con Gael.
Asher soltó una pequeña carcajada ante lo que dije—. Gracias a Prim se darán un verdadero festín —de repente, se pone a imitar el acento del Capitolio y los ademanes de Effie Trinket, la mujer optimista hasta la demencia que viene una vez al año para leer los nombres de la cosecha—. ¡Casi se me olvida! ¡Felices Juegos del Hambre! —recoge unas cuantas moras de los arbustos que nos rodean—. Y que la suerte... —empieza, lanzándome una mora. La cojo con la boca y rompo la delicada piel con los dientes; la dulce acidez del fruto me estalla en la lengua.
—¡... esté siempre, siempre de su parte! —concluyo, con el mismo brío.
Tenemos que bromear sobre el tema, porque la alternativa es morirse de miedo. Además, el acento del Capitolio es tan afectado que casi todo suena gracioso con el.
Observo a Asher sacar el cuchillo y cortar el pan; podría ser mi hermano: pelo negro liso, piel pálida, incluso tenemos los mismos ojos grises. Pero no somos familia, al menos, no que sepamos, pues jamás conocí a mis padres como para averiguarlo. Casi todos los que trabajan en las minas tienen un aspecto similar, como nosotros: recuerdo que Anika mencionaba que nuestra familia debió haber trabajado en las minas algún tiempo, lo cual era lo más lógico.
Asher había sido mi soporte al igual que las Everdeen tras todo lo ocurrido años atrás. Ya éramos amigos desde pequeños, pero los acontecimientos ocurridos nos hicieron algo más: hermanos.
Era común que en el Distrito dijeran que éramos algo más, provocando nuestras risas pues aquello lo veíamos imposible.
Asher coloca con cuidado una hoja de albahaca en cada parte del pan, mientras yo recojo bayas de los arbustos. Nos acomodamos en un rincón de las rocas en el que nadie puede vernos, aunque tenemos una vista muy clara del valle, que está rebosante de vida estival: verduras por recoger, raíces por escarbar y peces irisados a la luz del sol. El día tiene un aspecto glorioso, de cielo azul y brisa fresca; la comida es estupenda, el pan caliente absorbe las bayas las cuales nos estallan en la boca. Todo sería perfecto si realmente fuese un día de fiesta, si este día libre consistiese en vagar por las montañas con Asher para cazar la cena de esta noche. Sin embargo, tendremos que estar en la plaza a las dos en punto para el sorteo de los nombres.
—¿Sabes qué? Podríamos hacerlo —dijo Asher en voz baja.
—¿El qué?
—Dejar el distrito, huir y vivir en el bosque. Tú y yo podríamos
hacerlo —no sé cómo responder, la idea es demasiado absurda—. Si no tuviésemos tantos niños a los cuales cuidar y tu no amarás como amas a las Everdeen —añadió él rápidamente.
No son nuestros niños, claro, pero para el caso es lo mismo. Los dos hermanos pequeños de Gale y Asher mas su hermana, Prim y Katniss. Las madres de Katniss y los chicos también podrían entrar en el lote, porque ¿cómo iban a sobrevivir sin nosotros? ¿Quién alimentaría esas bocas que siempre piden más? Aunque los cuatro cazamos todos los días, alguna vez tenemos que cambiar las presas por manteca de cerdo, cordones de zapatos o lana, así que hay noches en las que nos vamos a la cama con los estómagos vacíos.
—No quiero tener hijos —digo.
—Puede que yo sí, si no viviese aquí.
—Pero vives aquí —le recuerdo, obvia.
—Olvídalo.
La conversación no va bien. ¿Irnos? ¿Cómo iba a dejar a Prim y a Katniss,
quienes son a las únicas personas en el mundo –además de mi hermana y el mismísimo Asher– a las que estoy segura de querer? Y ellos, Gale y Asher, están completamente dedicados a su familia. Si no podemos irnos, ¿por qué molestarnos en hablar de eso? Y, aunque lo hiciéramos..., ¿de dónde ha salido lo de tener hijos? Entre Asher y yo nunca ha habido nada romántico. Cuando nos conocimos, yo era una niña flacucha de doce años y, aunque él sólo era un año mayor, ya parecía un hombre. Nos llevó mucho tiempo hacernos amigos, dejar de regatear en cada intercambio y empezar a ayudarnos mutuamente.
Además, si quiere hijos, Asher no tendrá problemas para encontrar esposa: es guapo, lo bastante fuerte como para trabajar en las minas y capaz de cazar. Por la forma en que las chicas susurran cuando pasa a su lado en el colegio, está claro que lo desean. Me pongo celosa, pero no por lo que la gente pensaría, sino porque no es fácil encontrar buenos compañeros de caza y además, buscar nuevas personas que no estén junto a ti por mera lástima.
—¿Qué quieres hacer? —le pregunto, ya que podemos cazar, pescar o recolectar.
—Vamos a pescar en el lago. Así dejamos las cañas puestas mientras recolectamos en el bosque. Cogeremos algo bueno para la cena.
La cena. Después de la cosecha, se supone que todos tienen que celebrarlo, y mucha gente lo hace, aliviada al saber que sus hijos se han salvado un año más. Sin embargo, al menos dos familias cerrarán las contraventanas y las puertas, e intentarán averiguar cómo sobrevivir a las dolorosas semanas que se avecinan.
Se lo que se siente, no es nada bonito aquello. Son semanas llenas de miedo y terror que terminan en dos opciones: tras él o ella resultar ganador, o la más probable, que vuelva envuelto en una sábana simplemente para que puedas enterrarlo.
Claro, en el caso de que te entreguen su cuerpo, si no, prepárate para sentir otra cosa: odio. En mi caso, odio por el maldito Capitolio.
—Hey —la mano de Asher sobre mi hombro me hace reaccionar—. Esta bien, se que es un día duro para ti, y podemos hacer algo más si no quieres cazar: seguro Katniss y Gale traerán algo de sobra.
Negué, llevando mi mano a la suya y dándole un pequeño apretón a esta—. Estaré bien. Necesito distraerme, es todo —intente sonreírle divertida, pues resultó buena actriz cuando quiero—. Además, no dejare que Gale se burle de mi por traer más que yo.
Nos va bien; los depredadores no nos hacen caso, porque hoy hay presas más fáciles y sabrosas. A última hora de la mañana tenemos una docena de peces, una bolsa de verduras y, lo mejor de todo, un buen montón de fresas. Descubrí el fresal hace unos años y a Asher se le ocurrió la idea de rodearlo de redes para evitar que se acercasen los animales.
—Tengo fresas —le restregué en la cara a Gale apenas le vi—. Y tu no.
—Aja si, camina mejor Kai.
Le saqué la lengua de forma infantil.
—Envidioso.
Una sonrisa nació de los labios de Katniss al mismo tiempo que Asher soltaba una carcajada.
Este último era muy risueño y Katniss, bueno, ella se esforzaba cuando estaba con nosotros: aunque sabía que sus sonrisa siempre eran auténticas.
De camino a casa pasamos por el Quemador, el mercado negro que funciona en un almacén abandonado en el que antes se guardaba carbón. Cuando descubrieron un sistema más eficaz que transportaba el carbón directamente de las minas a los trenes, el Quemador fue quedándose con el espacio. Casi todos los negocios están cerrados a estas horas en un día de cosecha, aunque el mercado negro sigue bastante concurrido. Cambiamos fácilmente seis de los peces por pan bueno y los otros dos por sal. Sae la Grasienta, la anciana huesuda que vende cuencos de sopa caliente preparada en un enorme hervidor, nos compra la mitad de las verduras a cambio de un par de trozos de parafina. Puede que nos hubiese ido mejor en otro sitio, pero nos esforzamos por mantener una buena relación con Sae, ya que es la única que siempre está dispuesta a comprar carne de perro salvaje. A pesar de que no los cazamos a propósito, si nos atacan y matamos un par, bueno, la carne es la carne. «Una vez dentro de la sopa, puedo decir que es ternera», dice Sae la Grasienta, guiñando un ojo. En la Veta, nadie le haría ascos a una buena pata de perro salvaje, pero los agentes de la paz que van al Quemador pueden permitirse ser un poquito más exigentes.
Una vez terminados nuestros negocios en el mercado, vamos a la puerta de atrás de la casa del alcalde para vender la mitad de las fresas, porque sabemos que le gustan especialmente y puede permitirse el precio. La hija del alcalde, Madge, nos abre la puerta; está en la clase del colegio de Katniss y mía. Podría pensarse que, por ser la hija del alcalde, es una esnob, pero no, sólo es reservada, igual que la Everdeen y yo. Como ninguna de las tres tiene un grupo de amigos, parece que casi siempre acabamos juntas en clase. Durante la comida, en las reuniones, cuando se hacen grupos para las actividades deportivas... Apenas y hablamos en la escuela, lo que nos va bien a las tres.
Hoy ha cambiado su soso uniforme del colegio por un caro vestido blanco, y lleva el pelo rubio recogido con un lazo rosa; la ropa de la cosecha.
—Bonito vestido —dice Gale.
Madge lo mira fijamente, mientras intenta averiguar si se trata de un cumplido de verdad o de una ironía. En realidad, el vestido es bonito, aunque nunca lo habría llevado un día normal. Aprieta los labios y sonríe.
—Bueno, tengo que estar guapa por si acabo en el Capitolio, ¿no?
Ahora es Gale el que está desconcertado: ¿lo dice en serio o está tomándole el pelo? Yo creo que es lo segundo.
—Tú no irás al Capitolio —responde Asher con frialdad. Sus ojos se posan en el pequeño adorno circular que lleva en el vestido; es de oro puro, de bella factura; serviría para dar de comer a una familia entera durante varios meses—. ¿Cuántas inscripciones puedes tener? ¿Cinco? Yo ya tenía seis con sólo doce años.
—No es culpa suya —intervengo.
—No, no es culpa de nadie. Las cosas son como son —apostilla Gale.
—Buena suerte, chicas —dice Madge, con rostro inexpresivo, poniéndome el dinero de las fresas en la mano.
—Lo mismo para ti —responde Katniss, mientras que yo le dedico una última pequeña sonrisa antes de que se cierre la puerta.
Caminamos en silencio hacia la Veta. No me gusta que Gale y Asher la hayan tomado con Madge, pero tienen razón, por supuesto: el sistema de la cosecha es injusto y los pobres nos llevamos la peor parte. Te conviertes en elegible para la cosecha cuando cumples los doce años; ese año, tu nombre entra una vez en el sorteo.
A los trece, dos veces; y así hasta que llegas a los dieciocho, el último año de elegibilidad, y tu nombre entra en la urna siete veces. El sistema incluye a todos los ciudadanos de los doce distritos de Panem.
Sin embargo, hay gato encerrado. Digamos que eres pobre y te estás muriendo de hambre, como nos pasaba a nosotras. Tienes la posibilidad de añadir tu nombre más veces a cambio de teselas; cada tesela vale por un exiguo suministro anual de cereales y aceite para una persona. También puedes hacer ese intercambio por cada miembro de tu familia, motivo por el que, cuando yo tenía trece años –pues Anika no me dejó pedir teselas durante mi primer año–, mi nombre entró cinco veces en el sorteo. Una porque era lo mínimo, y cuatro veces más por las teselas para conseguir cereales y aceite para Prim, Katniss, su madre y yo. De hecho, he tenido que hacer lo mismo todos los años –aunque Katniss me dice que no es necesario– y las inscripciones en el sorteo son acumulativas. Por eso, ahora, a los dieciséis años, mi nombre entrará dieciocho veces en el sorteo de la cosecha. Asher, que tiene diecisiete y lleva seis años ayudando y alimentando junto a Gale a una familia entera, tendrá treinta y nueve papeletas mientras que Gale tendrá cuarenta y dos.
No cuesta entender por qué se encienden con Madge, que nunca ha corrido el peligro de necesitar una tesela. Las probabilidades de que el nombre de la chica salga elegido son muy reducidas si se comparan con las de los que vivimos en la Veta. No es imposible, pero sí poco probable y, aunque las reglas las estableció el Capitolio y no los distritos ni, sin duda, la familia de Madge, es difícil no sentir resentimiento hacia los que no tienen que pedir teselas.
Ellos son conscientes de que su rabia no debería ir contra Madge.
Algunas veces, cuando estamos en lo más profundo del bosque, al menos yo he oído a Asher despotricar contra las teselas, diciendo que no son más que otro instrumento para fomentar la miseria en nuestro distrito, una forma de sembrar el odio entre los trabajadores hambrientos de la Veta y los que no suelen tener problemas de comida, y, así, asegurarse de que nunca confiemos los unos en los otros. «Al Capitolio le viene bien que estemos divididos», me diría, si no hubiese nadie más que yo escuchándolo, si no fuese día de cosecha, si una chica con un alfiler de oro y sin teselas no hubiese hecho lo que seguramente ella consideraba un comentario inofensivo.
Asher se alejó un poco de nosotros y yo no dudé en seguirlo, posándome a su lado y caminando hombro a hombro.
Mientras caminamos, le miro a la cara, todavía ardiendo debajo de su expresión glacial; su ira me parece inútil, aunque no se lo digo. No es que no esté de acuerdo con él, porque lo estoy, pero ¿de qué sirve despotricar contra el Capitolio en medio del bosque? No cambia nada, no hace que la situación sea más justa y no nos llena el estómago. De hecho, asusta a las posibles presas. Sin embargo, lo dejo gritar; mejor hacerlo en el bosque que en el distrito.
Gale, Katniss, Asher y yo nos dividimos el botín, lo que nos deja con dos peces, un par de hogazas de buen pan, verduras, un puñado de fresas, sal, parafina y algo de dinero para cada pareja.
—Nos vemos en la plaza —les dice Katniss.
—Pónganse algo bonito —responde Gale, sin humor.
Me despedí de ambos con un suave movimiento de mano y Katniss y yo nos fuimos de ahí.
[...]
En la casa, encontramos a la señora Everdeen y a Prim preparadas para
salir. La mayor lleva un vestido elegante de sus días de boticaria y Prim viste el primer traje de cosecha de Katniss: una falda y una blusa con volantes. A ella le queda un poco grande, pero su madre se lo ha sujetado con alfileres; aun así, la blusa se le sale de la falda por la parte de atrás.
Katniss entra primero a la bañera y luego de unos minutos, es mi turno.
Me espera una bañera llena de agua caliente. Me restriego para quitarme la tierra y el sudor de los bosques, e incluso me lavo el pelo. Veo, sorprendida, que la señora Everdeen me ha sacado uno de sus encantadores vestidos, una suave cosita morada con zapatos negros.
—¿Está segura? —le pregunto, un tanto nerviosa. Casi siempre usaba las viejas prendas de Anika, pues era lo único que me quedaba de ella en el lugar que antes llamaba hogar.
Quizás ya había tenido esta plática con su hija mayor, pero no podía evitar la pregunta sabiendo que estos vestidos tenían mucho valor para la mujer pues solía darle mucho valor a la ropa de su pasado.
—Claro que sí —miró a su hija la cual se encontraba a la par mía—, también me gustaría recogerles el pelo —responde. Le dejo secármelo, trenzarlo y colocármelo sobre la cabeza al igual que Katniss. Apenas me reconozco en el espejo agrietado que tenemos apoyado en la pared.
—Están muy guapas —dice Prim, en un susurro.
—Y no me parezco en nada a mí —responde Katniss.
—Es solo por hoy —puse mi mano sobre el hombro de Katniss, dándole una sonrisa a Prim—. Y tu también estás muy guapa, pequeña.
Katniss me jala del brazo y nos atrae a Prim y a mí en un abrazo, porque bien sabe que las horas que nos esperan serán terribles para nosotras. Para Prim es su primera cosecha, aunque está lo más segura posible, ya que su nombre sólo ha entrado una vez en la urna; no la hemos dejado pedir ninguna tesela y es ahora que entiendo a Anika y sus razones para no permitirme adentrar más de una vez mi nombre, aunque no sirvió de nada. Y para mi, bueno, no me hace falta repetirlo una vez más.
Prim me recuerda mucho a mi cuando tenía su edad, pues demuestra mucho su preocupación. No por salir ella seleccionada, si no por que Katniss o yo seamos las elegidas, en mi caso, de nuevo.
Entre las dos protegemos a Prim de todas las formas que nos es posible, pero nada podemos hacer contra la cosecha.
—Arréglate la cola, patito —le dice Katniss a Prim, poniéndole de nuevo la blusa en su sitio.
—Cuac —responde Prim, soltando una risita.
—Eso lo serás tú —añadió Katniss, riendo también; ella es la única que puede hacerla reír así.
—Vamos, a comer —digo, dándole un besito rápido en la cabeza a la menor.
Decidimos dejar para la cena el pescado y las verduras, que ya se están cocinando en un estofado, y guardamos las fresas y el pan para la noche, diciéndonos que así será algo especial; de modo que bebemos la leche de la cabra de Prim, Lady, y nos comemos el pan basto que hacemos con el cereal de la tesela, aunque, de todos modos, nadie tiene mucho apetito.
A la una en punto nos dirigimos a la plaza. La asistencia es obligatoria, a no ser que estés a las puertas de la muerte. Esta noche los funcionarios recorrerán las casas para comprobarlo. Si alguien ha mentido, lo meterán en la cárcel.
Es una verdadera pena que la ceremonia de la cosecha se celebre en la plaza, uno de los pocos lugares agradables del Distrito 12. La plaza está rodeada de tiendas y, en los días de mercado, sobre todo si hace buen tiempo, parece que es fiesta. Sin embargo, hoy, a pesar de los banderines de colores que cuelgan de los edificios, se respira un ambiente de tristeza. Las cámaras de televisión, encaramadas como águilas ratoneras en los tejados, sólo sirven para acentuar la sensación.
La gente entra en silencio y ficha; la cosecha también es la oportunidad perfecta para que el Capitolio lleve la cuenta de la población. Conducen a los chicos de entre doce y dieciocho años a las áreas delimitadas con cuerdas y divididas por edades, con los mayores delante y los jóvenes, como Prim, detrás. Los familiares se ponen en fila alrededor del perímetro, todos cogidos con fuerza de la mano. También hay otros, los que no tienen a nadie que perder o ya no les importa, que se cuelan entre la multitud para apostar por quiénes serán los dos chicos elegidos. Se apuesta por la edad que tendrán, por si serán de la Veta o comerciantes, o por si se derrumbarán y se echarán a llorar. La mayoría se niega a hacer tratos con los mañosos, salvo con mucha precaución; esas mismas personas suelen ser informadores, y ¿quién no ha infringido la ley alguna vez? Podrían pegarme un tiro todos los días por dedicarme a la caza furtiva, pero los apetitos de los que están al mando me protegen; no todos pueden decir lo mismo.
En cualquier caso, Gale, Katniss, Asher y yo estamos de acuerdo en que, si pudiéramos escoger entre morir de hambre y morir de un tiro en la cabeza, la bala sería mucho más rápida.
La plaza se va llenando, y se vuelve más claustrofóbica conforme llega la gente. A pesar de su tamaño, no es lo bastante grande para dar cabida a toda la población del Distrito 12, que es de unos ocho mil habitantes. Los que llegan los últimos tienen que quedarse en las calles adyacentes, desde donde podrán ver el acontecimiento en las pantallas, ya que el Estado lo televisa en directo.
Me encuentro de pie junto a Katniss –como todos los años–, en un grupo de chicos de dieciséis años de la Veta. Intercambiamos tensos saludos con la cabeza y centramos nuestra atención en el escenario provisional que han construido delante del Edificio de Justicia. Allí hay tres sillas, un podio y dos grandes urnas redondas de cristal, una para los chicos y otra para las chicas. Me quedo mirando los trozos de papel de la bola de las chicas: dieciocho de ellos tienen escrito con sumo cuidado el nombre de Kamari Gray.
Dos de las tres sillas están ocupadas por el alcalde Undersee –el padre de Madge, un hombre alto de calva incipiente– y Effie Trinket, la acompañante del Distrito 12, recién llegada del Capitolio, con su aterradora sonrisa blanca, el pelo rosáceo y un traje verde primavera. Los dos murmuran entre sí y miran con preocupación el asiento vacío.
Justo cuando el reloj da las dos, el alcalde sube al podio y empieza a leer. Es la misma historia de todos los años, en la que habla de la creación de Panem, el país que se levantó de las cenizas de un lugar antes llamado Norteamérica. Enumera la lista de desastres, las sequías, las tormentas, los incendios, los mares que subieron y se tragaron gran parte de la tierra, y la brutal guerra por hacerse con los pocos recursos que quedaron. El resultado fue Panem, un reluciente Capitolio rodeado por trece distritos, que llevó la paz y la prosperidad a sus ciudadanos. Entonces llegaron los Días Oscuros, la rebelión de los distritos contra el Capitolio. Derrotaron a doce de ellos y aniquilaron al decimotercero. El Tratado de la Traición nos dio unas nuevas leyes para garantizar la paz y, como recordatorio anual de que los Días Oscuros no deben volver a repetirse, nos dio también los Juegos del Hambre.
Las reglas de los Juegos del Hambre son sencillas: en castigo por la rebelión, cada uno de los doce distritos debe entregar a un chico y una chica, llamados tributos, para que participen. Los veinticuatro tributos se encierran en un enorme estadio al aire libre en la que puede haber cualquier cosa, desde un desierto abrasador hasta un páramo helado. Una vez dentro, los competidores tienen que luchar a muerte durante un periodo de varias semanas; el que quede vivo, gana.
Coger a los chicos de nuestros distritos y obligarlos a matarse entre ellos mientras los demás observamos; así nos recuerda el Capitolio que estamos completamente a su merced, y que tendríamos muy pocas posibilidades de sobrevivir a otra rebelión. Da igual las palabras que utilicen, porque el verdadero mensaje queda claro: «Miren cómo nos llevamos a vuestros hijos y los sacrificamos sin que puedan hacer nada al respecto. Si levantan un solo dedo, los destrozaremos a todos, igual que hicimos con el Distrito 13».
Para que resulte humillante además de una tortura, el Capitolio exige que tratemos los Juegos del Hambre como una festividad, un acontecimiento deportivo en el que los distritos compiten entre sí. Al último tributo vivo se le recompensa con una vida fácil, y su distrito recibe premios, sobre todo comida. El Capitolio regala cereales y aceite al distrito ganador durante todo el año, e incluso algunos manjares como azúcar, mientras el resto de nosotros luchamos por no morir de hambre.
—Es el momento de arrepentirse, y también de dar gracias —recita el alcalde.
Después lee la lista de los habitantes del Distrito 12 que han ganado en anteriores ediciones. En setenta y cuatro años hemos tenido exactamente dos, y sólo uno sigue vivo: Haymitch Abernathy, un barrigón de mediana edad que, en estos momentos, aparece berreando algo ininteligible, se tambalea en el escenario y se deja caer sobre la tercera silla. Está borracho, y mucho. La multitud responde con su aplauso protocolario, pero el hombre está aturdido e intenta darle un gran abrazo a Effie Trinket, que apenas consigue zafarse.
Recuerdo a Haymitch, pues en medio de su borrachera una noche me buscó, en ese entonces aún vivía en las calles con tan solo doce años, diciendo que mi hermana le había pedido que me cuidara si algo le ocurría, más simplemente le dije que ni siquiera podía cuidar de si mismo y que me dejara en paz.
Después el orfanato me dejó tranquila y entonces me mudé con las Everdeen.
El alcalde parece angustiado. Como todo se televisa en directo, ahora mismo el Distrito 12 es el hazmerreír de Panem, y él lo sabe. Intenta devolver rápidamente la atención a la cosecha presentando a Effie Trinket.
La mujer, tan alegre y vivaracha como siempre, sube a trote ligero al podio y saluda con su habitual:
--¡Felices Juegos del Hambre! ¡Y que la suerte esté siempre, siempre de vuestra parte!
Seguro que su pelo rosa es una peluca, porque tiene los rizos algo torcidos después de su encuentro con Haymitch. Empieza a hablar sobre el honor que supone estar allí, aunque todos saben lo mucho que desea una promoción a un distrito mejor, con ganadores de verdad, en vez de borrachos que te acosan delante de todo el país.
Localizo a Asher entre la multitud, y él me devuelve la mirada con la sombra de una sonrisa en los labios. Para ser una cosecha, al menos estaba resultando un poquito divertida. Pero, de repente, empiezo a pensar en Asher y en las treinta y nueve veces que aparece su nombre en esa gran bola de cristal, y en cómo la suerte no está siempre de su parte, sobre todo comparado con muchos de los chicos. Y quizá él esté pensando lo mismo sobre mí, porque se pone serio y aparta la vista.
«No te preocupes, hay mil papeletas», desearía poder decirle, pero si una vez ya salió, ¿qué impediría que volviese a salir?
Soy fiel creyente de que el destino de cada uno ya está escrito: ¿qué si Anika solamente retraso lo inevitable?
Ha llegado el momento del sorteo. Effie Trinket dice lo de siempre, «¡las damas primero!», y se acerca a la urna de cristal con los nombres de las chicas. Mete la mano hasta el fondo y saca un trozo de papel. La multitud contiene el aliento, se podría oír un alfiler caer, y yo empiezo a sentir náuseas y a desear desesperadamente que no sea yo, que no sea yo, que no sea yo.
Effie Trinket vuelve al podio, alisa el trozo de papel y lee el nombre con voz clara; y no soy yo.
Es Primrose Everdeen.
[15 votos y 10 comentarios para el cap 002]
———AUTHOR'S NOTE.
¿qué les a parecido este primer capítulo como tal del fic? ¿alguna impresión primeriza de kamari?
recuerden, voten, comenten, y compartan la historia para que así crezca esta pequeña gran familia💕
eso es todo travesuritas, soooooo
-✨Travesura Realizada✨-
Majo P.
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