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Lindsey
Por suerte, cuando entro al centro comercial no me cuesta trabajo encontrar el paradero de Ezra. Es difícil no indentificarlo cuando trae puesta su ropa de siempre. Sentado en una mesa en la esquina de Panda Express leyendo un libro y con una lata de Coca Cola a un lado, está esperándome. Siempre me ha encantado la manera en la que se concentra en leer los libros que nos dejaba leer en clase. Su ceño sorprendido y sus labios apretados dejaban a la imaginación como se divierte creando la historia en su cabeza. Con razón les gustaba a todas mis compañeras de clase. Lastima que me prefirió a mí.
Una mesera del puesto de comida china se acerca con dos charolas y las pone enfrente de él. Sus ojos se detienen de devorar las páginas de su libro y le agradece a la mujer china.
— Hola, Ezra — le saludo besando sus labios. Él se pone de pie y me recorre la silla para que me siente a su lado. Lo hago, miro la portada del libro y sonrío al ver que está leyendo mi favorito—. Por fin le diste una oportunidad a Maravilloso Desastre. Sabía que era bueno hacerte leerlo. Así podríamos hablar de algo que no sea Edgar Allan Poe.
Sus ojos tienen un brillo especial y yo le acaricio la cara.
— Aunque no lo creas me está gustando la historia de Abby y Travis —abro la boca sorprendida—. Sí, sí, no me mires con esa cara. Lo hice porque te quiero y quiero saber que es lo que piensa tu loca mente al leer tu libro favorito.
Bajo la mirada a mis manos dejando que los largos mechones de mi pelo color castaño claro formaran una cortina entre nosotros. No me agrada la manera en la que me hacía sentir. No quería que, de algún modo tuviera ese efecto sobre mí. Vuelvo a pensar en Andrés. Él nunca intento comprenderme como Ezra lo hace. Él nunca fue generoso cuando salíamos a comer. Cada uno tenía que pagar su comida y cuando nos marchábamos cada uno lo tenía que hacer por su lado. Por eso a mis padres tampoco les agrada mucho.
Bueno, más bien no les agrada que salga con mis profesores, pero no podía evitarlo cuando ellos no me hacían sentir segura conmigo misma. Por eso al salir con Ezra y con Andrés de alguna forma sentía que podía contar con su apoyo para todo. Y de eso no me cabe duda que no me falto de parte de Andrés. Siempre estaba ahí cuando las cosas no salían como esperaba y me ayudaba a encontrar una manera de solucionar todo.
Es última hora de clases y había olvidado firmar la autorización para el viaje de fin de curso. Corría por los pasillos hacia el salón de clases de mi novio, Andrés, esperando que me ayudara a resolver este problema. Subí los escalones a toda velocidad y por poco me caigo al suelo cuando me detuve de golpe en la puerta.
Él vuelve la mirada hacia donde estoy y se pone de pie de un salto. Se acerca hasta mí y me toma los hombros con suavidad, ayudándome a calmarme.
— Tranquila, amor —Se asoma al pasillo y besa mis labios al ver que nadie ronda por allí —. ¿Qué sucede?
Saco la autorización del bolsillo de mi chaqueta y se la muestro. Andy la toma entre sus manos, la lee y pone sus hermosos ojos cafés en blanco. Se rasca el tabique de la nariz y camina hasta su escritorio, donde agarra un bolígrafo y hace unos garabatos que parecen la firma de mi padre.
— Asunto arreglado, amor.
Camina de regreso hasta mí y me entrega el permiso. Miro feliz la hoja y, tras guardarla y sin importarme si alguien nos veía me colgué de su cuello y lo besé. Cerré los ojos y comencé a mover mis labios sobre los suyos, sintiendo sus brazos rodear mi cintura.
Sacudo la cabeza de un lado a otro, intentando sacarme ese maravilloso y a la vez doloroso recuerdo de mi relación con Andrés. Miro a Ezra y por un instante veo el rostro de mi ex novio sonriéndome. Tengo que quitármelo de la mente, si no arruinaré mi apetito.
— Entonces te decía que la parte donde ellos están cenando en el Pizza Shack se me hizo prácticamente divertida..., ¿Lindsey estás escuchando algo de lo que te estoy diciendo?
— No, lo siento, cariño —muevo la cabeza y tomo mi tenedor—. ¿Comemos?
— Sí, claro.
Comemos en silencio, cosa extraña entre nosotros, ya que siempre tenemos algo que contarnos. Hoy no está esa chispa con la que podemos hablar de lo que sea. Siempre tenemos temas de conversación. En serio, de todo. Cuando terminamos recogemos todas nuestras cosas y vamos a dar un paseo por la plaza. Él habla y habla del libro que le presté y suena tan feliz, pero yo no le estoy prestando atención. Estoy pensando en lo que pasara esta tarde con Andrés en mi casa. Es obvio que mi hermano le pedira que se quede a cenar con mi familia y, aunque a mis padres, primordialmente a mi mamá no le agrade, lo hará, los conozco.
También no sé de que es lo que quiera hablar. Lo más seguro es que sea de nosotros y no quiero que volvamos a lo mismo. Si es que quiere que regresemos está equivocado, no es por mí, si no por que él debe entender que no soy la otra. Sé que han pasado algunos años desde que no nos vemos, pero aún no puedo superar el hecho de que siempre había preferido a Lynda antes que a mí. Ella nunca estaba a su disposición y solo cuando quería le prestaba atención. Cosa que ahora estoy haciendo con Ezra.
Me detengo a medio camino hacia el estacionamiento y Ezra al notar que no lo sigo se da la vuelta, y regresa a mí. Me mira a los ojos, sus ojos verdes hermosos que me hipnotizan con tan solo verlos. Pone sus ásperas y callosas manos sobre mis mejillas.
— ¿Estás bien, amor? Te noto distraída.
Siento un nudo formarse en mi garganta, haciéndome imposible modular palabra alguna. Mis labios se fruncen, y comienzo a darme cuenta que no tardaré en soltarme a llorar. Cuando alguien llora es porque tiene que sacar todo lo que su boca no puede decir. Es una manera de desahogarse sin necesidad de tener que hablar. Sus dedos suben a mis ojos y los pasa por mis mejillas limpiando las lágrimas que ahora estoy segura que están siendo derramadas.
— ¿Qué sucede, Lindsey?
— Nada. Cosas mías —limpio una lágrima que se desliza por mi mejilla—. Solo llévame a casa, por favor.
— Como quieras.
El camino a mi casa es en total silencio. Ezra está molesto conmigo y estoy de acuerdo con él. Todo por mi culpa no llegó a dar su clase y ni siquiera intentó hablar de lo que pasó en el estacionamiento nada más se detuvo delante de mi casa. Se queda callado y con las manos sujetas con fuerza en el volante. Sé que quiere reclamarme, pero no lo hace ya que sabe como me pongo cuando me grita.
Agarro mi mochila del asiento trasero, lo miro una vez más esperando que haga algo, espero a que me pida explicaciones de mi comportamiento anterior, sin embargo, no hace nada. Lamo mis labios y me inclino a besar su mejilla. Después me doy la vuelta, abriendo la puerta y cuando estoy poniendo un pie fuera de su auto es que habla.
— Nos vemos mañana. Te amo.
Miro sobre mi hombro a mi chico, está serio todavía, pero sus ojos me dicen otra cosa. Bajo del auto, lo rodeo y me apoyo en la ventana con medio cuerpo dentro. Sus ojos me miran, tienen esa seriedad con la que habla con sus alumnos. Una sensación de vacío en el pecho me golpea, sabiendo que esta vez no habrá un beso de su parte para mí y antes de que suba su ventana le robo uno.
— Te amo más, Ezra. Te hablo en la noche.
Niega con la cabeza, apretando sus labios y acariciando mi mejilla. Su toque no se siente dulce y cariñoso. Lo siento como si solo lo estuviera haciendo por obligación. Algo que de verdad me duele y, aunque sé que se le pasara no puedo evitar sentirme mal por lo que haré más tarde con Andrés.
Me retiro de su ventana, escucho el motor del coche rugir y luego parte enfrente de mis ojos sin decir adiós. Ezra no ve el dolor que me causa cuando me trata así. Veo como dobla a la derecha al final de mi calle y corro dentro de mi casa, deseando que nadie hubiera visto esto. En mi colonia sabían que salía con uno de mis profesores de la Facultad y aunque ya no fuera ilegal que lo hiciera, les daba pavor que sus hijas de mi edad cometieran el mismo error que yo por fijarme en puros hombres mayores.
Cierro la puerta detrás de mí y subo corriendo las escaleras hacia mi habitación. El dolor en mi pecho crece muchísimo. Quiero llorar y sacar todo lo que tengo dentro. Aún no sé si mi hermano ya está en casa. No quiero que me vea de esa manera. Me apoyo contra la pared tirando mi mochila por algún lugar y me dejo caer hasta el suelo. Ni siquiera recuerdo cuando fue la última vez que lloré de esta forma. Los sollozos se empiezan a oír por toda la habitación. Me cubro la cara con las rodillas y lloro hasta sacar todo el dolor que vengo albergando dentro de mí. Todo esto es por mi maldita culpa y por no decirle a Ezra la verdadera razón de mi distracción durante el almuerzo. Debí decirle de Andrés y nuestro encuentro dentro de unas horas.
Tocan la puerta con unos golpes ligeros, me alarmo y empiezo a secarme las lágrimas con una velocidad que no me creía tener. Cuando los golpes en mi puerta son ligeros, quiere decir que mamá está en casa y eso es extraño. Ella casi nunca llega temprano a menos que tengamos una visita importante. Levanto mi trasero del suelo, acomodo mi cabello y abro lentamente la puerta.
Me muerdo los labios para no soltar en llanto otra vez y le brindo una sonrisa fingida a mi mamá. Camino hasta mi cama y me siento sin mirarla a los ojos. Se sienta a mi lado, empezando a mover mi cabello sobre mis orejas.
— ¿Qué haces tan temprano en casa, mamá?
— En la noche vendrá el jefe de tu padre y quería que lo ayudara con la cena. ¿Por qué? ¿Vendrá Ezra hoy?
— No lo creo.
— ¿Sucedió algo entre ustedes?
— Son cosas nuestras, mamá —Me pongo de pie y camino hasta mi tocador. Recorro el pequeño banco y me siento a cepillarme el cabello —. Vendrá alguien por la tarde a verme. Espero que no te moleste.
Veo a mi madre levantarse de la cama y ponerse a mis espaldas, tendiéndome una mano para que le pase el cepillo. Se lo tiendo y empieza a pasarlo suavemente por mi larga meLynda castaña clara. Me mira a través del espejo luego de un tiempo y me sonríe.
— No me molesta que venga alguien a verte. Incluso se puede quedar a cenar con nosotros. ¿Quién es? ¿Es Hanna? —Niego con la cabeza despacio —. ¿Quién es entonces?
— Andrés.
Se aparta de mí, deja el cepillo en el tocador y pone sus manos en su cintura.
— ¿Hablas en serio?
—Hablo en serio. Vendrá en dos horas.
— ¿A qué?
— Quiere hablar con ella, mamá.
Me vuelvo y veo a Mike apoyado contra el marco de la puerta de brazos cruzados.
— ¿Tú cómo sabes eso? ¿eh?
— Hablé con él hace unos minutos.
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