Inicio: Moretti
No siempre es fácil adaptarse a lo desconocido, pero cuando no tienes otra opción, eres forzado a tomar tal reto. No hay peor situación inadvertida como lo es tener que abandonar tu patria, el lugar que te vio nacer y crecer.
Mudanza: la palabra que lo derrama todo. Tener que abandonar la vida que te identificaba, a tus amigos, a tus vecinos, para adentrarte a un lugar desconocido que no sabrás llamar "hogar".
Todos los cambios, aun los más ansiados, llevan consigo cierta melancolía.
En este caso el cambio no es ansiado, pues esta pequeña familia ama con fuerzas su origen, pero en Brasil la vida no es color de rosa. Una mejor vida los espera a miles de kilómetros al norte de América, con un trabajo que el hombre de familia espera para darle una mejor oportunidad a su esposa y pequeños hijos.
Un pequeño escarabajo azul marcaba ruidosamente el trayecto de Río de Janeiro a Nueva York. Sí, este es un gran cambio. En realidad, un sorprendente cambio de ambiente, de idioma, de costumbre, de personas...de todo.
Mudanzas: la mejor manera de despedirte de tu pequeño y perfecto mundo.
El mayor de los dos pequeños reflexionaba recargado en la ventana, lamentando haberse subido al carro. Pensaba en los bonitos recuerdos que pasó; los días lluviosos en los que salía con sus amigos a jugar fútbol y regresaba a casa embadurnado de lodo y humedad; las veces en las que junto con su padre y pequeño hermano subía al Cristo Redentor e incluso el día en que su hermanito dio sus primeros pasos. Le daba coraje pensar en el tiempo que tendría que pasar en Estados Unidos, lejos de la vida tranquila que tuvo en Brasil.
El pequeño de tres años era demasiado inocente como para darse cuenta de lo que sucedía. Su nombre era Fabrizio. Su familia lo llamaba Fab.
Fab balanceaba sus rizos de izquierda a derecha, al ritmo de la canción Drive My Car de The Beatles que resonaba fuerte en la radio. Con sus dos dedos índices golpeteaba sus piernas, tratando de imitar el sonido de la batería. El traqueteo de las baquetas era un sonido que le llamaba la atención. Era un niño muy atento a pequeños detalles.
Transcurrieron las horas del viaje, y no pasó mucho para que los dos niños conciliaran el sueño. Al despertar ya estarían muy lejos de casa. Ya no había vuelta atrás.
Tres años. Ese sería el tiempo que estarían lejos de casa. ¿Acaso valdría la pena? ¿El pequeño Fabrizio se acordaría de su hogar? Sus padres solo hacían lo que creían mejor para el futuro de sus dos hijos. Sí, Brasil era bello. Brasil era su hogar, pero en Brasil no tendrían la oportunidad de darles una mejor vida a los pequeños. En Brasil su padre no tendría un trabajo lo suficiente bueno como para asegurar el bienestar de su familia. Se dirigían a Estados Unidos para conseguir lo que todo extranjero busca: "El sueño americano".
Pasó el tiempo. Un año, dos. El hermano de Fabrizio se iba adaptando, pero en el fondo deseaba volver a casa. El chico hizo amigos nuevos, pero recordaba con nostalgia a los viejos, con quienes convivió desde que tuvo uso de razón.
El pequeño Fabrizio se iba integrando a la extraña vida en esa ciudad. Fue difícil, pero con el gran apoyo de sus padres logró entender el inglés, y fue cuestión de convivir con esa lengua todos los días para llegar a dominarla. Poco a poco se fue desvaneciendo todo aquello que lo hacía recordar su hogar, pero sus padres luchaban por mantener el origen del pequeño, manteniéndolo al tanto de sus costumbres y recordándole un poco de su dialecto, de su lengua natal. Pareciese que todo en la vida de Fab era perfecto, pero no es así. Era un niño amable y amistoso, pero a veces los niños suelen ser muy crueles.
Pasaron otros tres años, sumando un total de cinco años lejos de Brasil. El trabajo del padre les daba lo necesario y llevaban una buena vida. No era la más privilegiada, pero les ofrecía una mejor condición de vida que en Río de Janeiro.
El hermano de Fab había dejado de marcar el tiempo que le faltaba para volver a su hogar; de vez en cuando lo recordaba, pero le iba tan bien que ya no era necesario vivir en un drama. Por otro lado, el pequeño Fabrizio estaba desesperado por dentro. Muchos se preguntarán por qué un niño tan bueno, carismático y amistoso se siente de esa forma, a pesar de estar llevando una vida mejor. La respuesta se encuentra en el colegio público al que asistía cinco días a la semana. Fab no logró encajar como su hermano.
Sus padres no sabían la impotencia que el joven sentía todos los días. Tener que aguantar el abuso de sus compañeros día con día para no tener problemas con el director o con sus padres. Tener que pretender estar bien cuando te sientes de lo peor.
¿Alguna vez sientes que te derrumbas? ¿Alguna vez te sientes fuera de lugar...como si simplemente no pertenecieras y nadie te comprende? Pues así se sentía él exactamente.
Fab tuvo alguna esperanza de encajar, pero conforme pasaban los tormentosos días, su mente deambulaba en el pesimismo de no creer que iba encontrar su lugar en el mundo. Era extranjero en un país racista. Economía primermundista pero ideologías tercermundistas. Eso era Estados Unidos en resumen para él.
Alguna vez consideró expresarle a sus padres o a su hermano cómo se sentía en realidad, pero lo último que quería era ser un problema más para sus padres o una carga para su hermano. Cada noche en la cena, cuando sus padres preguntaban por su día, forzaba una sonrisa y respondía lo de siempre: ─Bien.
Cada vez que llegaba a casa con un moretón en el brazo o una herida en la mejilla ponía los pretextos más estúpidos para no preocupar a su madre.
¿Alguna vez has querido escapar? Te encierras con llave en tu dormitorio, con la radio encendida, y el volumen tan alto para que nadie escuche tus gritos? Eso es precisamente lo que hacía mientras sufría en silencio conforme el reloj marcaba las horas y minutos de aquella horrible pesadilla. Él simplemente quería despertar y encontrarse en casa, de vuelta en aquella vida durante los primeros tres años de su vida, la cual no recordaba mucho.
Lo que lo mantenía de pie, o al menos distraído de su tortura diaria, era la soledad de su cuarto y su batería. Con cada golpe rítmico que retumbaban sus baquetas se desahogaba. El timbre de salida del colegio era música para sus oídos, momento en que sacaba sus baquetas y se dirigía de prisa al humilde conservatorio de su barrio.
Además de su habitación y el garaje donde estaba su batería, el tercer lugar favorito de Fabrizio era el conservatorio. Lo único con lo que Fab se sintió bien en sus peores momentos fue la batería, su principal influencia: Ringo Starr y, por supuesto, la música.
Siempre se preguntó a sí mismo «─ ¿Qué hago mal?». Fab no trataba mal a nadie, no era presumido o arrogante. Intentó de diferentes formas encajar, pero no funcionó. Se preguntaba una y otra vez si tendría un amigo. Uno solo, con eso le bastaría. Su hermano había encontrado agradables amigos americanos que no eran una escoria supremacista. También podía encontrar a personas así. Eso esperaba.
...Estar dolido, sentirse perdido, ser abandonado en la oscuridad...
«¿Por qué a mí?» se formuló miles de veces esa otra pregunta. Tantas humillaciones. Tantos abusos. Estaba tan acostumbrado, pero quería que todo terminara.
El calendario con el que su hermano contaba los días para regresar a casa se convirtió en el de Fabrizio. Faltaban dos años para que eso sucediera; ya eran mucho más de tres años en Nueva York, pero al final alargaron su estancia debido a lo bien que le iba a su padre. El chico soñaba con una vida tranquila allá en Brasil. Una en la que pudiera empezar de cero.
Pudo alguna vez pensar en terminar con su vida, pero eso no era una opción para él. Más que miedo, no le cabía la idea tan horrible y desesperada. Además, su vida no iba tan mal como para buscar esa alternativa.
Tenía una excelente conducta, notas casi perfectas. Tenía metas en la vida y una gran aspiración. Él quería ser profesor.
¿Estas atrapado dentro de un mundo que odias? ¿Estás cansado de todos los que te rodean? Con las grandes sonrisas falsas y estúpidas mentiras, mientras por dentro estas sangrando...
Pasaron algunos años más. El padre de Fabrizio conseguía cada vez mejores puestos en su trabajo, el hermano de Fab comenzaba la universidad, y el pequeño Fab estaba a punto de entrar a la preparatoria.
Para suerte de Moretti, se libraría de la mayor parte de brabucones que lo molestaban, pero no de todas las personas que fueron cómplices de su infierno. La vida en Brasil estaba cada vez más lejos de ser posible.
Las vacaciones pasaron rápidamente y llegó el momento en el que Fabrizio tendría que dar presencia en la Dwight School para empezar su primer semestre. El centenar de personas circulando por todas partes y el enorme conjunto de edificios y patios que componían el lugar, dejaron a Fab abrumado.
Tragó saliva y comenzó a caminar tímidamente por el gran corredor en medio de filas y filas de casilleros, tratando de encontrar el suyo. Era difícil echar un vistazo a los números cuando había bastante gente estorbando.
Seguía su camino por el corredor, cada vez más estrecho por la cantidad de gente que se amontonaba.
El chico atrajo algunas miradas curiosas, ceños fruncidos y sacaba una que otra sonrisa de algunas chicas. Fab era apuesto, de eso no hay duda. Él no necesitaba unos ojos azules o verdes para destacar entre los demás. A simple vista transmitía ternura con su centelleante mirada café y rizos curiosos. Tal vez no era tan corpulento o musculoso como otros chicos, pero definitivamente su físico exudaba masculinidad: hombros anchos, mandíbula perfectamente cuadrada y esas manos callosas que gritaban "músico a la vista". Su altura era promedio, y aun así todo en él suponía un deleite estético. Debajo de la delgadez que amoldaba su camisa y chaqueta, existían unos notorios abdominales y un par de bíceps firmes, producto de los arduos trabajos que Fab hacía en vacaciones.
Él se veía a sí mismo pequeño, frágil e inocente por fuera. Por dentro estaba herido, cansado y fastidiado. No sabía a ciencia cierta cómo era posible que quedara optimismo en él.
Encontró su casillero no muy lejos de unas escaleras, que de seguro dirigían hacia las aulas superiores. Lo abrió por primera vez; tenía un gran espacio para llenar.
Su primera clase comenzaba en veinte minutos, así que el chico no perdió más tiempo. Sacó algunas cosas de su mochila para dejar, como su lonche, sus baquetas y dos cuadernillos: uno de partituras y otro con acordes especiales (pues también aprendía a tocar la guitarra).
Lo siguiente que hizo fue pegar en el interior del casillero una foto de Ringo Starr. Quedó satisfecho y cerró su casillero, con una tenue sonrisa. Algo en él intuía que la preparatoria no iba a ser una etapa tan mala.
Interrumpiendo los pensamientos de Fab, un chico de cabello castaño y un poco más alto que él pasó a su lado. Unos enormes audífonos de diadema cubrían las orejas de aquel muchacho, quien movía su cabeza con ritmo mientras abría un casillero de al lado. Al parecer nada lo inmutaba con ese aparato.
Fabrizio dedujo que aquel chico era de algún nivel superior. Pudo notar un montón de fotos y todo tipo de decoración saturando el interior de aquel casillero al echarle un vistazo curioso. También alcanzó a ver una gran variedad de cosas apiladas en el fondo.
El chico de los audífonos comenzó a sacar algunas cosas del casillero mientras cambiaba de canción, sin percatarse de que un Fab con el ceño fruncido lo observaba. Moretti desvió su mirada hacia la hoja con su horario, tratando de descifrar a donde le correspondía ir para llegar a su clase.
En su descuido, al otro chico - de cabello castaño, por cierto - se le cayeron un par de cuadernos y por tener los audífonos a todo volumen, no se dio cuenta. El joven de cabello rizado se agachó para recogerlos y pudo notar uno más pequeño y algo llamativo que ponía como título "JC" en la pasta. Sin leer nada más (no quería parecer un entrometido), se puso de pie y dirigiéndose al otro chico le tocó ligeramente el hombro.
El chico volteó (un poco extrañado), pausó su walkman, se colgó los audífonos en el cuello y por fin miró a Fabrizio. Fab notó el bonito color miel de sus ojos.
─ Uh...disculpa, creo que se te cayó esto – fue lo primero que dijo Fab, para después señalar los cuadernos. El chico de ojos color miel asintió sonriendo.
─ Muchas Gracias – respondió el castaño con una sonrisa amistosa.
─ De nada.
─ Eres de primero ¿no? – preguntó el chico.
─ Exacto – confirmó Fabrizio.
─ Oh, perdona mis modales... soy Julian de tercer semestre. – saludó gentilmente mientras le ofrecía la mano a Fab.
─ Fabrizio. Mucho gusto. – contestaba Fab al momento en que estrechaba la mano con Julian.
─ ¿Y qué te trae por estos lugares? ¿Estás perdido?
─ Mi casillero esta enseguida del tuyo y sí, estoy perdido. – admitió Fab.
─ Creo que puedo ayudarte. ¿Qué aula buscas?
─ Déjame ver...─dijo Fab mientras revisaba la hoja de horarios. ─...clase de anatomía con el Sr. Stump en el aula 8 - A.
─ Oh, eso es frente al patio central, solo sigue derecho por aquel lado, es el salón frente a la puerta que da al exterior. – indicó Julian señalando en sentido contrario a las escaleras.
─ Muchas gracias.
─ Fue un placer. Suerte en tu primer día. Por cierto, el Sr. Stump es un viejo cascarrabias...─comentó Julian haciendo una mueca. –...nos vemos luego. ─ finalizó el chico y se alejó para subir por las escaleras.
Fabrizio comenzó a avanzar por el corredor sonriendo. Había empezado su primer día con el pie derecho. No se metió en problemas y consiguió ser bien tratado por una persona.
«─Es un avance», pensó.
Siguió las indicaciones al pie de la letra y efectivamente se encontró frente a un salón marcado como 8 - A. Se adentró al lugar justo cuando faltaban 10 minutos para que la clase comenzara, encontrándose con el salón casi vacío, a excepción de un chico sentado en una esquina con una funda de guitarra a su lado, que al parecer estaba muy concentrado en un libro como para notar la llegada de Fab.
El chico levantó la mirada al escuchar el rechinido de la silla que Fab recorrió para sentarse. Fabrizio le daba la espalda y había tomado un lugar frente al pizarrón. Revisó su reloj. Faltaban cinco minutos y aun no llegaba nadie. El joven de rizos dio un resoplido. Sacó un cuaderno y su lápiz para gastar su tiempo en garabatear la última página; se le daba muy bien dibujar.
El tiempo se pasó volando.
Pasó la primera clase.
Pasó el día.
Pasó una semana...dos.
Todo iba normal en el transcurso de la vida de Fab. Su gran facilidad para hablar con cualquier persona y carisma surtieron efecto. Fab consiguió agradarles a algunas personas de su grupo, aunque no eran amigos con quienes compartir sus gustos, sus miedos, sus más grandes secretos o siquiera gastar una broma divertida.
Se topaba a menudo con Julian, con quien tenía agradables pláticas pero muy breves, ya que el muchacho estaba rodeado de miles de personas. Al parecer Julian tenía su grupo de amigos.
En una ocasión intentó sacarle plática al callado y serio chico del primer día, quien, por cierto, se llamaba Nicholas Valensi. El muchacho era muy solitario y los recesos siempre los pasaba en el patio central bajo un árbol, con sus curiosos lentes puestos mientras leía algo interesante o simplemente merendaba. Una vez Fab lo vio fumando.
El primer día Fab se lo encontró en aquel patio central (que después se volvió su lugar habitual). Tan solo le bastó pronunciar un "─Hola" para que Nick le respondiera "─Adiós". No fue un insulto, pero era una directa bastante clara para hacerle saber a Fab que no le interesaba en lo absoluto hablar con él.
Por otro lado había una chica. Se llamaba Zoraia y todos los días se sentaba con Fab. Era muy amable y con ella podía trabajar con facilidad.
Solo había un pequeño detalle que Fabrizio desconocía: ella tenía novio, uno muy celoso y posesivo. Aunque Fab no tenía intenciones de cortejar a la chica, la situación no tardó en darle problemas.
El celoso novio no tardó en dar con Fab.
Fabrizio había tomado como materia preferencial Artes Audiovisuales, lo más cercano a lo que amaba hacer: tocar la batería. Esa materia le sería asignada los tres años de preparatoria, y era la única que revolvía a todos los niveles. Fab conoció muchos nuevos rostros, pero también coincidió con dos conocidos: Nick Valensi y Julian (su vecino de casillero, de apellido aún desconocido para él).
La tarde de un lunes transcurría y se encontraba en la escuela para una lluvia de ideas con Nick Valensi. No, no fue elección de Nick estar emparejado en un trabajo con Fab. Fue una mera coincidencia. Tenían una semana para presentar un video del tema "amistad" - ¿Coincidencia? No lo creo - con un tema musical compuesto y grabado por ellos mismos.
Nick apenas le dirigió la palabra a Fab al momento en que se les dio a todos la oportunidad de organizarse. Lo único que pronunció fue «Mañana, aquí mismo», a lo que Fab solo asintió. Fabrizio había llegado al lugar de encuentro y Nick no daba ni sus luces.
El chico merodeaba por el corredor principal, esperando encontrarse con su compañero. Pasó un rato hasta que se cansó, así que se acercó a su casillero sin esperar ser estrellado con él por un completo extraño.
El extraño por supuesto que conocía lo suficiente de Fabrizio Moretti, "el chico por el que su novia lo ignoraba", como para querer darle una lección. Pasaron cuatro golpes más contra el casillero, cuando el chico giró a Fabrizio para tenerlo de frente y presionar su cuello con el antebrazo.
El agresor miraba a Fab con odio, y el pobre chico del cabello rizado ni siquiera era consciente de la razón por la que era agraviado.
─ Creo que lo pensarás dos veces antes de querer seguirle coqueteando a Zoraia – murmuró el extraño con malicia.
─ No sé de qué hablas. – dijo Fab apenas audible, pues el brazo del extraño presionado en su cuello le dificultaba respirar.
─ Oh, mi queridísimo Bern...─ se escuchó una voz irónica detrás del extraño.
El extraño que al parecer se llamaba "Bern" se volteó por un momento sin soltar a Fab, que perdía poco a poco la consciencia por falta de oxígeno, y por cierto, su rostro empezaba a tornarse rojo.
─ Te sugiero que te largues, esto no es asunto tuyo. – advirtió Bern.
─ Te sugiero que lo bajes si no quieres volver a experimentar la paliza de tu vida. – amenazó la otra persona. – ¿O ya olvidaste lo de Regina?
─ Conozco a muchas chicas... déjame recordar... ¿la chica patética de atuendo de monja? ─ Se burló. Para la otra persona no fue nada gracioso.
─ ¡Déjame te refresco la memoria! – exclamó con furia el otro chico. A pesar de estar casi inconsciente, Fab pudo reconocer esa voz. Era Nick. Nick Valensi. Sí, el mismo tipo que lo mandó a la mierda el primer día. Vaya, hasta su imaginación trabajó para darle un diminutivo a su nombre. «Nick suena mejor que Nicholas», sonrió Fab estúpidamente.
En un abrir y cerrar de ojos Fabrizio dejó de sentir la presión en su cuello y de pronto el aire volvió a entrar y salir con facilidad. Nick era una persona misteriosa, incluso indiferente ante todo pero algo que no soportaba era ver a otras personas sufriendo injusticias, sobre todo siendo aplicadas por brabucones como Bern.
Nick tenía un pasado con Bern, que implicaba a una persona que había perdido.
Fab se encontraba en el suelo tosiendo, mientras que la escena cambió de roles. Ahora Bern era el sometido contra el casillero y Nick la persona furiosa que sometía. Al parecer Nick tenía mucha fuerza a pesar de parecer un palillo flacucho.
─ ¡Ibas a abusar de una chica inocente! ¡Maldito cobarde! – gritó Nick. – Y no voy a quedarme de brazos cruzados viendo como lo haces con otras personas. Así que es mi asunto. – finalizó en voz baja e intimidante.
─ Puedes golpearme todo lo que quieras, desquitarte, pero eso no la va a traer de vuelta a Nueva York. – inquirió Bern con el miedo reflejado en sus ojos. Nick no era una persona a la que se le podía molestar sin pagarlo caro.
─ No se trata de ella. Lo que pasó en séptimo grado te lo merecías. Regina era inocente, al igual que este chico. – sentenció Nick.
─ Él no es inocente. Sabes que le coqueteó a mi novia. – insistió Bern.
─ El chico está en mi grupo. He visto lo suficiente y la del problema es tu novia. En vez de venir a desquitarte por tu fracasada relación, ve a aclarar las cosas con tu novia. Imbécil...
─ Si vas a golpearme, hazlo ahora.
─ No vale la pena, no lo vales ─ concluyó Nick. ─ La próxima vez que pienses en meterte con Fabrizio te las verás conmigo ─ susurró amenazante para después soltar a Bern y dejarlo ir.
Fabrizio seguía en el suelo, recuperando poco a poco el aliento. Nick se acercó y lo ayudó a levantarse.
─ ¿Estás bien? ─ preguntó con cautela Nick. Temía que el chico de rizos lo cuestionara, pero para su fortuna el pobre estaba más pendiente de la sangre resbalando por su frente que de otra cosa.
─ Para mi primera vez siendo asfixiado por un maniático...genial. ─ carcajeó después de palpar su frente y terminar con la mano llena de la espesa sustancia roja.
─ ¿Todavía eres capaz de gastar bromas? ─ alzó una ceja el ojiverde.
─ Siempre hay que ver el lado gracioso de las cosas, ¿no? – murmuró Fab débilmente con una sonrisa.
─ ¡Dios mío! A ti sí que se te zafó un tornillo.
─ No sé qué decir por todo esto.
─ Tal vez un... ¿gracias?
─ No me esperaba ser rescatado por alguien y menos por ti.
─ No me conoces del todo.
─ Hablando en serio... gracias. Es la primera vez que alguien hace algo por mí.
─ Bueno. ¿De nada?
En un segundo los dos se encontraban riendo sin razón aparente.
─ ¿Puedo llamarte "Nick"? ─ se le ocurrió a Fab preguntar.
─ No tientes tu suerte, ricitos de carbón. ─ inquirió Nick.
Y este fue otro extraño comienzo de una amistad. Nick en el fondo no era tan mala persona, simplemente estaba herido. Fabrizio por fin pudo contar con un amigo, que más tarde se convertiría en su mejor amigo. Muy pronto también se integraría al grupo Julian, no sin su mejor amigo Nikolai Fraiture.
Y en un momento dado, la música sería algo de mucha relevancia en sus vidas. Cuatro chicos diferentes, que de alguna forma tenían muchas cosas en común.
En unos años serían cinco...lo que marcaría el comienzo de una gran aventura.
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Multimedia: The Modern Age en el MTV 2 dollar bill (uno de los mejores conciertos de los chicos) ... uno de los clásicos de Is this it. Me pareció lo más apropiado para este prólogo.
PD: Este prólogo le da una introducción al siguiente, que por cierto es el más largo de todos (de mi sensual Nick Valensi, y por su puesto su Riviera). Descubrirán muy rápido la conexión. Y sí, cronológicamente el siguiente prólogo sucede antes que este.
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