Inicio: Hammond Jr.
Este comienzo probablemente es el más complejo de todos, pero no es eso lo peor, sino el duro futuro que le aguarda.
El comienzo mencionado es como el de todos: un nacimiento.
Un feliz padre sostenía en sus brazos a un pequeño bebé; era su hijo...su primer hijo. Aquel hombre aún trataba de creérselo. Ser padre era algo indescriptible, maravilloso y nuevo.
Desde la primera vez que dio con ese par de inocentes ojos, lo amó. En realidad lo amaba desde que aquella hermosa mujer lo cargaba en su vientre, pero una vez sosteniéndolo en sus brazos fue diferente. Al principio el miedo tomó control de él, pero se esfumó al escuchar el primer latido del frágil corazón de esa nueva vida. Fue imposible no desbordarse de felicidad.
Ahora que por fin la espera terminó y tenía a su recién nacido hijo en brazos, se confirmó a sí mismo que iba a dar todo por él, incluida su vida. Ese sentimiento solo podría compararse con aquel misterioso fuego de cuatro mil años que nunca se consume.
Lo que el joven padre no sabía, es que aquel niño viviría con una presión en sus hombros, tratando de alcanzar las expectativas de su exigente vida al lado de la fama. En vano sería su intento de protegerlo, ni siquiera planeando en ningún momento cercano contarle lo del pequeño Francis. Oh, si tan solo supiera...
El niño no tendría una vida normal. No siendo el hijo de Albert Hammond. No mientras portara el mismo nombre que su padre, uno de los músicos más elogiados de su tiempo. Para Albert Hammond, nadie tan fuerte como su hijo podría manejar mejor las cosas. Lo hacía bien, o eso creía.
El tiempo le dio el don de ser un grandioso padre. Jamás impuso expectativas en su hijo, ni se atrevió a ejercer presión en él. No era de esos padres que querían reflejarse en sus hijos o imponerle sueños ajenos y reprimidos. A este padre le bastaba con ver a su pequeño día con día crecer, decir sus primeras palabras, dar sus primeros pasos, verlo crecer y madurar. Solo pedía vivir lo suficiente para ver a su hijo convertirse en un hombre hecho y derecho, capaz de lograr su felicidad.
El niño amaba a sus padres y la vida que llevaba, pero siempre tuvo miedo de decepcionar al hombre que admiraba. Albert Hammond Jr. siempre buscaba llenar las expectativas de su padre y hacerlo sentir orgulloso, sin darse cuenta de que poco a poco se fue convirtiendo en algo predeterminado y dejando atrás en cierta parte lo que su corazón dictaba.
A temprana edad, sorprendió a su padre pidiéndole que le enseñara a tocar la guitarra. Al parecer la pasión por la música era la cualidad de los Hammond. El pequeño no tardó en demostrar habilidad para tocar y componer. Más tarde, no se limitó con saber tocar un instrumento porque después de considerarse bueno en tocar la guitarra, empezó a manejar el teclado, el violín, el xilófono, entre otros instrumentos.
Ni siquiera su padre manejaba ciertos instrumentos que el niño ya manejaba con espontaneidad.
El pequeño Albert decidió por voluntad propia tomar el camino de su padre, nunca fue obligado. Existían muchas ventajas, como la manera en que la música lo hacía sentir vivo, pero el chico no seguía del todo a su instinto. Su sueño era que sus composiciones fueran adoradas por la gente, como las de su padre, las cuales habían sido grandiosos éxitos. Él quería encajar en el mundo de la música, ser admirado y marcar un lugar en su historia. ¿Cómo hacerse saber a sí mismo que podía cumplir sus sueños sin seguir un patrón... siendo él mismo?
Su padre siempre quiso lo mejor para Albert y lo apoyó cuando el pequeño ya era un chico de 13 años buscando empezar su propia aventura. Le pesaba que su único hijo se desprendiera con el paso del tiempo, pero tenía que soltarlo; si la felicidad de su hijo era irse a probar nuevas cosas en aquel pretencioso y lejano internado en Suiza, lo aceptaría. Así fue como Albert Hammond Jr. terminó en el prestigioso internado Le Rosey en Rolle, Suiza. El lugar era de los más reconocidos en el mundo, sobre todo por ser la sede de estudio de los hijos de las personas más adineradas y famosas del mundo.
Lo que aquel hombre no sabía aún, era que California no volvería a ser más el hogar definitivo de su hijo. Los Ángeles le quedaba demasiado corto al futuro que Albert Hammond Jr. soñaba. Esa vida era algo inalcanzable, pero él lucharía por conseguirla.
Una vez estando en un avión para distanciarse de su hogar, al chico se le formó un gran nudo en el estómago. Era la primera vez que se distanciaba de su familia. El miedo empezó a invadirlo, pero ya estaba todo decidido una vez que subió al avión que lo llevaría lejos de casa. Más tarde, vino la inevitable nostalgia. Estaba en proceso de cumplir su sueño, pero al mismo tiempo se desprendía de sus seres queridos. Se embarcaba en un extraño e impredecible viaje en el que no sabía si conseguiría triunfar o fracasar.
No esperó toparse en Suiza con un chico que le haría ver el arcoíris que era su vida. Un chico de Nueva York, que lo tenía todo, y a pesar de eso era infeliz.
─ Tienes suerte, de hecho eres demasiado afortunado. Tus padres se aman y tu familia sigue unida, estás aquí por voluntad propia mientras que mi padre me envió aquí para deshacerse de mí...─ Le comentó aquel chico una vez.
Albert comenzó a valorar mucho más a su familia. A pesar de las adversidades seguía unida. Él tenía una familia en casa, esperándolo con los brazos abiertos, mientras que a este pobre chico le esperaba una realidad decepcionante.
Conoció a una abatida versión de Julian Casablancas. Lo que quedó para recordar de él eran aquellos fragmentos de extrañeza en forma de versos. De vez en cuando su mente intentaba descifrar los enigmas que dejó ese chico. Se volvió una odisea descubrir el mensaje de aquellas letras sin sonido que textualmente poseían un ritmo.
No decidirá, pero él no debatirá...
Mientras que Albert estaba por voluntad propia en ese pretencioso lugar, para Julian era como un infierno, una jaula que sus propios padres fabricaron para él. Desde que sus padres se separaron la vida del chico nunca volvió a ser igual: todo se desmoronó.
Dijo: ─ Gracias, mi amigo. Pero fue muy tarde...
Ni siquiera lo conoció el tiempo suficiente para considerarlo un amigo, pero a Albert jamás se le olvidaría aquel rostro cansado de enfrentar un mundo cruel.
Oh, ¿Por qué? ¿Por qué?... No lo sé.
A pesar de no conocerlo le deseaba de buen corazón que pudiera encontrar paz en su interior.
¿Así que piensas que las cosas se mueven muy rápido aquí abajo?
Fue muy repentina y rápida la ausencia de aquel chico, como si nunca hubiera estado ahí. Su estancia pasó desapercibida, pero no para Albert. Un día lo vio en clase y al siguiente no había ni rastro, como un fantasma que emitió su última psicofonía.
Bueno, solo espera, querid@,
hasta verte allá arriba.
El insólito y breve encuentro con la persona más rota que hubiera conocido, le dejó en claro sus metas y sueños. De cada tropiezo surge una lección.
Oh, tal vez un día lo sabrás...
Y no solo le dejó un rumbo claro. Notaba como a Julian se le iluminaba el rostro cada vez que Albert le preguntaba sobre su hogar: Nueva York.
─ Nueva York es genial. No por ser la gran ciudad que todo el mundo quiere visitar. Nací y crecí en ese lugar, te prometo que es un lugar de oportunidades. Es difícil darse una buena vida sin el presupuesto suficiente pero vale cada centavo...cada maldito centavo. ─ advirtió el castaño seriamente con un cigarro en mano y el humo arremolinándose en el ambiente hasta difuminarse. Tenían prohibido ese tipo de cosas en el colegio, pero Julian le había confesado a Albert que quería ser expulsado. Albert simplemente lo acompañaba.
Esa gran ciudad era más que un hogar para Julian, fue donde también pasó sus mejores momentos. Albert sabía en el fondo que Nueva York era la libertad para esa dolida alma.
Así fue como decidió que, al concluir sus estudios en el internado, probaría la libertad de Nueva York. Julian Casablancas le contagió las ganas de ver por sí mismo aquella caótica ciudad. Y la conocería, no solo por sí mismo, lo haría en honor al chico que le hizo empezar a ser valiente.
Era poco probable que volviera a toparse alguna vez con él, pero guardaba las esperanzas. No todo era imposible. Ese mismo día en el que Casablancas no dejó rastro, le entró la curiosidad y se acercó disimuladamente a la habitación del aludido.
Pudo comprender mucho más lo prisionero que se sentía. Para empezar, era la habitación más remota del instituto, donde se ubicaban las alcobas vacías. Julian estuvo prácticamente solo. Al parecer su padre se había encargado de hacer un calvario la estancia de Julian.
Cuando Albert entró, se sorprendió de lo inhóspito del lugar, como si no hubiera sido habitado antes. El único indicio de vida que dejó Casablancas fue una arrugada hoja que Albert recogió de la basura, en la que se encontraba plasmada una composición, aquellas letras que Albert mantendría en su mente por un largo tiempo.
Tuvo su segundo hijo, fue en una temprana noche...
Tiene que estar bien vestido, porque él odia volar.
Oh, ama su trabajo, lo lleva a casa.
Todo lo que querían, ellos lo podrían tener.
Lo tienen.
No se dan cuenta, ya no me importa...
No se decidirá, pero él no lo debatirá,
Dijo: ─Gracias, mi amigo. Pensó que estaba muerto.
Oh, ¿Por qué? ¿Por qué?
No lo sé.
¿Así que piensas que las cosas se mueven muy rápido aquí abajo?
Pero solo espera, mi querid@,
Hasta que lleguemos allá.
Oh, tal vez algún día lo sabrás.
Vamos, dime ¿ella deambula cuando él viene?
¿O es él solo sabe cómo abandonar cuando se pone frío?
No me importa, no me importa, porque es libre.
Albert leyó con detenimiento cada palabra. Era una interesante composición y su lugar no estaba en la basura. Más adelante le hallaría el sentido a cada pedazo de aquel conjunto de palabras. Antes de salir miró por última vez la habitación con una media sonrisa y conservó la hoja arrugada con la silenciosa promesa de devolvérsela a su dueño cuando lo volviera a ver.
Casualmente el mundo resultó ser pequeño unos años más tarde, cuando en su camino se encontrara una peculiar "oportunidad" en Nueva York.
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Multimedia: Entrevista a Julian Casablancas y Albert Hammond Jr. (relevancia: se menciona un poco del internado donde se conocieron).
Curiosidad: Francis es el hermano de Albert que nunca nació. Era su gemelo, el mismo Albert reveló esto cuando sacó su último disco Francis Trouble, en honor a él. Me conmovió lo que contó Albert, por eso incluí el nombre de su hermano en estas nuevas correcciones del fanfic.
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