Capítulo 6: El futuro alfa
La cafetería donde Leah y Abigail habían acordado verse era pequeña y poco concurrida, como lo eran todas aquellas ubicadas en Forks, lo que resultaba reconfortante ya que ninguna de las dos estaba acostumbrada a un ambiente como el de Port Angeles; eso había convertido aquel pequeño local en su sitio favorito de la ciudad.
Allí habían acordado reunirse, y allí la esperaba Abigail, en compañía de Edward y Rosalie.
—No creo que esto sea una buena idea —dijo Edward, incómodo, sin dejar de alternar su mirada entre su alrededor y Abigail, como si esperara que en cualquier instante ella saltara a atacar a algún transeúnte inocente.
Abigail no sabía cómo sentirse respecto a que los Cullen no pusieran objeción alguna ante la idea de su reunión con Leah en un lugar público como aquel, siendo una recién convertida con sed de sangre, ¿debería agradecer por la confianza en ella o golpearlos y decirles que por cosas como esa ella había sido mordida y convertida?
De igual forma, Abigail miró a Edward con fastidio, su preocupación poniéndola de mal humor, para después observar a Rosalie.
— ¿Siempre es así? —preguntó Abigail.
—Siempre. ¿Puedes creer que Carlisle quería emparejarme con él? Por fortuna encontré a Emmett, aunque me hubiera conformado incluso con Jasper, con cualquiera menos él.
Edward la miró, visiblemente ofendido, mientras que Abigail se limitó a reír, intercambiando miradas de complicidad con Rosalie.
—Jasper no está mal...
Edward pareció bastante consternado.
— ¿Sabes qué escucho todo lo que estás pensando? —preguntó Edward a Abigail.
—No me hago responsable de traumas ni pago sesiones con terapeutas, si husmeas aquí dentro —dijo Abigail, señalado su cabeza—, entonces lidia con las consecuencias.
Edward iba a objetar, pero tuvo que callarse cuando Abigail le chistó, señalando la puerta del local, donde entraba Seth Clearwater seguido por su hermana mayor, Leah. Edward soltó un bufido y se fue de inmediato, habían acordado que cuando llegaran iría a asegurarse de que estuvieran solos y no trajeran refuerzos. Abigail confiaba por completo en Leah, pero si podía hablar con ellos con menos gente escuchando, tomaría la oportunidad, aún a sabiendas de que Edward solo desperdiciaría su tiempo.
Cuando estuvieron suficientemente cerca, todos menos Abigail arrugaron la nariz al mismo tiempo, como si hubiera un desagradable aroma en el aire, ella fue incapaz de detectarlo ya que no estaba respirando para así evitar que algún olor la tentara. Aún así, se preguntó distraídamente cuál era exactamente el aroma que a todos parecía desagradarles tanto: ¿sería un olor terrible y penetrante como el del humo?, ¿o casi amargo como el de la basura podrida, que casi se sentía en las papilas gustativas?, ¿o acaso algo completamente distinto que ella jamás habría sentido en su vida humana?
De todos modos, era probablemente mejor que ella no lo respirara, ya que las nauseas del embarazo combinadas con un olor que les provocaba esa expresión, sería probablemente la receta para el absoluto desastre. Aunque tenía que preguntarse si sus nauseas seguirían apareciendo con ella siendo un vampiro.
—Abigail, ¿qué haces con ella? —preguntó Leah, cautelosa, más cautelosa de lo que se había comportado en toda su vida, lo que desconcertó a Abigail.
—Leah, hay que hablar —dijo Abigail, suavemente, notando que las personas de otras mesas comenzaban a mirarlos. Estaban atrayendo la atención—, siéntense, ¿sí?
A regañadientes, Seth y Leah tomaron asiento, mirando con furia a Rosalie, que ni se inmutó; Abigail notó con cierta admiración que sus miradas fulminantes le importaban tanto como las de los demás, solo alimentaban su ego.
— ¿Qué está pasando? —preguntó Leah, consternada, de inmediato, la sutileza jamás se le había dado bien.
—Te lo dije por teléfono, me iré de Forks —dijo Abigail, con suavidad—, y me iré con los Cullen.
—Abigail, no sabes lo que dices, hay que hablar en otro sitio, lejos de ellos —dijo, mirando a Rosalie como si se tratara de una plaga—, no tienes idea de lo que está ocurriendo, de lo que ellos son.
Abigail parpadeó, agobiada. Mirando a su mejor amiga, y al pequeño y asustado hermano menor de ella, supo con certeza que ellos también habían quedado atrapados en un mundo de dioses y monstruos. Había algo en la manera en que arrugaban la nariz, en que Leah insinuaba un conocimiento mayor, más profundo, una verdad que le helaría los huesos a Abigail si no la conociera ya. Ellos habían cedido a su destino, se habían convertido en guerreros de la tribu. Abigail se preguntó si ella también se habría transformado como ellos, condenada a pertenecer a una manada en la que tendría que ver todos los días al hombre que la destrozó y sentir su felicidad como si fuera propia, mientras ella solo se llenaba de amargura.
—Sé exactamente quiénes son, ahora soy uno de ellos —confesó Abigail, de forma en que su propia voz le permitió recuperarse de entre las profundidades de su turbulenta mente—. Soy un frío.
Abigail soltó la confesión como una bomba, rotunda y arrebatadora. Leah se encogió como si la hubieran golpeado y su hermano se apresuró a contenerla. Pero Abigail ya no tenía demasiado tiempo, y mucho menos paciencia, para dar noticias gentiles, y no podía evitar que la verdad le saliera de entre los labios como la afilada hoja de una daga. Terrible, estremecedora. Entenderían ellos el significado de sus palabras, porque con esos mitos habían crecido, pero su embarazo... Su embarazo era algo que los ancestros ni siquiera habían llegado a considerar, no como un miedo ni mucho menos como un objetivo.
—No —dijo Leah, sus ojos se llenaron de lágrimas, pero no derramó ninguna—. No puedes dejarme también. Él murió, ella se fue. Tú no puedes haber muerto también.
A Abigail se le formó un nudo en la garganta. Su dolor alcanzaba vagamente a rasgar el velo que la había envuelto desde que despertó como una criatura de pesadilla. Sus emociones iban y venían, y mientras a veces se sentía destrozada, a veces solo sentía un vacío cómodo pero helado.
—No estoy muerta. Estoy bien, sigo aquí. Sigo a tu lado. Pero sí, soy un vampiro. Estoy segura de que tú y Seth pueden olerlo en estos momentos —señaló, ellos apretaron la mandíbula, pero no respondieron—, y es por esto por lo que ahora debo irme.
Seth estaba increíblemente callado, no había emitido sonido ni siquiera para saludar. Abigail lo miró, y notó la forma en que sus ojos se veían rojizos alrededor del iris, como si hubiera estado llorando y ella no tuvo dudas de que así había sido. Cuando lo vio, se preguntó si su hijo, o hija, sería así también.
—Vas a dejarme —repitió Leah, como un reproche, tratando de no sollozar. Todos seguían tratando de ser discretos. Abigail parpadeó y dejó de mirar a Seth.
—No. Aún puedes venir con nosotros, ambos pueden. Eres como mi hermana, y estoy segura de que serás una excelente tía —dijo con una pequeña sonrisa, poniendo su mano sobre su vientre.
— ¿Estás...?
—Sí, Leah, estoy embarazada —dijo Abigail.
— ¿Está bien? ¿El cambio no ha...? —No se atrevió a terminar la pregunta.
—Está bien —dijo Abigail, su sonrisa era radiante—, Carlisle me revisó y dijo que era un embarazo sano. Extraño, pero sano.
Leah soltó un suspiro de alivio y sonrió, por primera vez desde la muerte de su padre pudo sonreír. Las lágrimas se esfumaron. Seth observó a Abigail fijamente, era evidente que estaba luchando para procesar la noticia, con el ceño fruncido no con disgusto sino con confusión.
—Seré tía —dijo Leah, satisfecha.
—Seremos tíos —corrigió Seth, medio atolondrado y medio entusiasmado, dando un codazo a su hermana. Abigail soltó una risa.
—Sí, lo serán.
Entonces el semblante de Leah se ensombreció.
— ¿Es de Uley? —preguntó.
—Sí, es el donador de esperma. La infidelidad es lo suyo, no lo mío —dijo Abigail, con simpleza.
—Voy a matarlo —espetó Leah, furiosa—, y también a mi prima.
Las extremidades se le tensaron, como si empezara a sufrir espasmos. Por fortuna, no llegó a tener problemas con su transformación porque entonces Seth tiró de su brazo para llamar su atención.
—Espera, si es el hijo de Sam, eso significa que es su primogénito —dijo Seth, preocupado.
Abigail y Rosalie se miraron con desconcierto, pero Leah pareció comprender, porque se mostró tan preocupada como su hermano.
—Abigail, probablemente ya sabes que Sam es uno de los guerreros de la tribu, pero lo que quizá no sepas es que no es solo uno más, Sam es el líder. Sam es el alfa de la manada, y tú tienes a su primogénito, por lo tanto, tu hijo es el futuro alfa de la manada. Si nace cambiaformas, tratarán de quitártelo, pero si nace vampiro, humano, o algo similar... Van a matarlo, porque matarlo es el único modo de que alguien más pueda ascender y volverse el alfa.
—No, pero él puede tener otros hijos con Emily, ¿no?
Seth y Leah se miraron, para después negar.
—Pueden tener otros hijos, pero el primogénito es el primero en la línea y es quien se vuelve el alfa.
Abigail miró a Rosalie.
—Nos iremos de Forks ya mismo, no pondré a mi hijo en peligro ni por un segundo más, nadie debe saber de mi embarazo.
Rosalie no objetó, de hecho, ya se encontraba sacando su teléfono para avisar a los demás del cambio de planes en cuanto Leah terminó de explicar la situación.
—Iremos con ustedes —dijo Seth, pero su hermana se giró para mirarlo preocupada.
—Seth, yo iré, pero tú eres muy joven, quizá deberías quedarte con mamá y...
—No. Si me quedo, la manada entrará en mi mente cuando me transforme y sabrán del embarazo de Abby. Ella también es mi hermana, no la pondré en peligro.
Leah pareció tener un debate interno por unos segundos, pero al final asintió con la cabeza.
—Vámonos, dejaremos Forks de inmediato.
—Ya avisé a los demás, debemos ir a la casa, tomaremos los autos y nos iremos desde ahí. Ya avisé a Edward pero él quiso despedirse primero de Bella. No te preocupes, no dirá nada de ti, le advertí que, si dice algo, pagará con su cabeza en una pira. Él nos verá allá —avisó Rosalie.
Estaba acordado, iban a dejar Forks, Washington para siempre.
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