Epílogo.
¡Hola mis bonitos lectores! Me ganó la ansiedad, oficialmente nunca me había desvivido tanto para acabar un fic, pero sabía que luego no tendría tanto tiempo así que acá estamos, quedó muy largo, lo siento, este es mi fic más extenso aunque tengo con más capítulos. Era mi historia regalona. Muchas gracias a las personas que me apoyaron en esta trama, no puedo expresar lo conmocionada que me siento por el apoyo, nunca me tengo fe, me da mucho amor ver el cariño que esto fue tomando.
Pero si hay una persona a quien debo agradecerle fue a la primera que leyó esta trama, la apoyó y la terminó, MakikoMakiMaki, seguramente ni lo sabía. Yo leía a esta mujer cuando ni siquiera tenía cuenta, amo cada una de sus tramas, no solo me recuerda lo mucho que adoro banana fish sino que me inspira de maneras inimaginables. Esta autora es oro, simplemente, la admiro mucho. La sigo hasta el infinito y más allá. Casi me da un infarto cuando la vi en mi fic todo deforme, aún, no tengo manera de agradecerle por tanto, solo gracias, de verdad, independiente del rumbo que tome este epílogo, gracias. Espero que nunca deje de escribir y que siempre lo disfrute.
Ahora sí, espero que les guste.
¡Muchas gracias por leer!
—Sabía que estarías aquí. —Eiji sonrió, haciéndose pequeño dentro de ese roñoso suéter de lana, era su favorito, aunque el estampado se encontrase desteñido de alguna manera conservaba el aroma de él, o tal vez eso le gustaba creer—. Te vas a congelar acá afuera. —Jennifer le acomodó una manta encima de los hombros, que fuese tan maternal era una calada de dulzura mientras lloraban las tormentas.
—Gracias. —Apenas pudo mantener la mirada, el fulgor del lago era arrebatador cuando las estrellas se extraviaban, la Navidad estaba a la vuelta de la esquina, estas fechas siempre eran difíciles de recordar. Ella se apoyó a su lado, el cántico de los árboles se perdió junto al trinar de las aves. Él se acarició la muñeca, la cicatriz era nauseabunda.
—¿Crees que a Griffin le hubiese gustado? —Aunque las cenizas del aludido se hallaban esparcidas alrededor de Cape Cod, esta sepultura era memorial—. No lo alcancé a conocer bien. —Hacía mucho frío cerca del muelle.
—Yo tampoco. —Sus yemas repasaron su impresión pérdida, sin importar las cremas que usase jamás se recuperó—. Pero creo que le gustaría estar junto a su hermano menor. —Sus hombros se hundieron dentro del polar, su atención pendió hacia esas improvisadas sepulturas.
—Supongo que tienes razón. —La tráquea se le cerró, la mañana estaba pálida, el viento tenía un dulzor agradable, él se acomodó el cabello detrás de las orejas, habían pasado años desde que se lo dejó crecer—. Eiji... —¿Cuántos? Ocho, probablemente. Nunca puso una consulta psicológica como se lo prometió, el destino era una baraja blanca.
—¿Sí?
—¿Hoy vas a visitar a tus amigos? —Un ligero asentimiento fue su respuesta, él se aferró a la manta, buscando consuelo en aquella calidez artificial, sus zapatos se hallaban embarrados, los girasoles encima de las tumbas estaban despertando. Esa era la belleza del amanecer, coloreaba vitalidad donde quebraban las tinieblas.
—Yut sabe conseguir lo que quiere. —Su corazón dio un vuelco—. Hoy es su aniversario de bodas, no me iba a dejar faltar. —Sus brazos se cruzaron sobre su pecho, sus piernas tiritaron en una tórrida congoja. Él volvió a mirar las sepulturas, también habían rosas, era irónico, aun cuando las espinas de Ash Lynx intimidaban a la mayoría de las personas nunca lo asustaron a él.
—Pronto será Navidad. —Su sonrisa fue rota, sus ojos un despiadado ardor—. ¿Harás turno en el hospital?
—Seguramente, tenemos poco personal disponible en Tokio. —Pero estaba bien, el futuro era una ruleta rusa con una infinidad de enigmas—. Estaba pensando en dejarte a Buddy esta tarde, no le gusta quedarse solo. —La sonrisa de Jennifer fue bonita, todavía se encontraba vestida con un camisón de algodón, era demasiado temprano para estarse lamentando.
—A Jim le encantará la idea. —Él rodó los ojos.
—Lo dudo. —Ella dejó escapar una risita—. Sigue enfadado porque se comió sus pantuflas.
—Finge que no le agrada pero en el fondo adora al cachorro. —Un suspiro pendió en la oscuridad, su mente fue escombros, su piel una imagen rota, el viento le removió los cabellos. Nunca lo olvidaría. No quería olvidarlo. Él se soltó la muñeca.
—Se ha suavizado con la edad. —Ella negó.
—Tú lo has cambiado. —El calor se le agolpó en las mejillas—. El encanto Okumura sabe hacer su trabajo. —La cordura no le regresó, pronto sería 20 de diciembre.
—Me estás dando demasiado crédito. —Jennifer le acarició la espalda, con suavidad, el bamboleo fue reconfortante—. Si alguien le ha tenido paciencia eres tú. —El sujeto era un caso, a veces el japonés no comprendía las razones que ella tenía para insistir con tan desalmada crudeza.
—Compartamos el mérito. —Otras la comprendía a la perfección. Ambos contemplaron las sepulturas mientras el alba ardía, el negro cambió a púrpura, el escarlata fue dorado—. ¿No quieres pasar a desayunar al comedor? El viaje hacia Nueva York es largo. —La dulzura de su sonrisa contrastó con tan delicadas facciones.
—No te preocupes. —El ladrido del Golden Retriever retumbó a la distancia—. Tengo que terminar de empacar, puede que sea un viaje corto pero Yut no me perdonará si voy con estas fachadas. —Ella sonrió, sabiendo que era verdad. Aunque había tenido escasos encuentros con tan fatídica belleza sabía que su presencia era intimidante.
—Mándales saludos de mi parte. —Él miró una última vez las sepulturas.
—Lo haré.
Ya se iban a cumplir ocho años desde la muerte de Ash Lynx.
Él se encogió en la manta, arrastrándose hacia la cabaña, la melancolía estaba destruyendo los trozos de su fantasía. Jamás pudo darle un adiós, nunca dejó de vivir en él, se dieron sus almas cuando el mundo ardía en llamas. Fue efímero, hermoso y radiante, duró menos de lo que anheló, lo dejó varado siendo solo una mitad. ¿Importaba? Para él esa fue su eternidad. Aprendió a ser feliz a su manera, sin una consulta ostentosa, en una ciudad que no descansaba, rodeado de préstamos estudiantiles y carencias inexplicables. Las tablas rechinaron contra sus zapatillas, una tímida sonrisa pendió entre sus mejillas. Estaba agradecido y orgulloso de haber podido pasar tiempo con una compañía tan brillante. A pesar de aquel constante dolor incrustado en la reminiscencia, lo haría todo otra vez solo para volverlo a conocer. Tonto, ¿no? Los humanos podían cambiar su destino pero a veces actuaban como leopardos.
Desde que su impresión se quemó él ya no sentía nada.
No le interesó el enigma de un alma gemela hasta que lo perdió.
Extrañaba esa conexión.
—Le he dicho que no duerma en el comedor. —Él suspiró, contemplando el desastre que se hallaba inmortalizado encima de la mesa, la nostalgia se entremezcló con el polvo, Buddy se cubrió las orejas con las patitas, como si pudiese anticipar el huracán que se iba a desatar.
Ocho años le fueron robados pero habían algunas cosas que se congelaban en las manecillas.
—Aslan, cariño. —Él lo meció con una ternura angelical—. Es hora de despertar.
—No quiero. —Él tomó una profunda bocanada de aire en busca de paciencia—. Menos si preparaste natto para desayunar, la casa apesta. —La frente le punzó. Bien, al menos lo intentó, él alzó la mano.
—¡Ash, despierta! —Aquel violento golpe retumbó por la grandeza de Cape Cod, los libros cayeron hacia el piso, el café se dio vueltas con el trepidar de la mesa, sin embargo, el aludido ni siquiera se inmutó—. ¡He dicho que despiertes! —El Golden Retriever le empezó a morder las pantuflas para ayudar al japonés, le encantaba ser su padre favorito.
—Déjame dormir un poco más. —Él lo tiró de la camisa, tratando de empujarlo en vano—. Es lindo que aún no me puedas levantar, te quedaste pequeño. —El más joven se frotó los párpados, un bostezo perezoso tronó bajo los ladridos de Buddy.
—¡Ash! ¡Tenemos que ir a Nueva York! —El chirrido de la silla contra aquellas putrefactas tablas le tensó la mandíbula—. Nos están esperando. —Enrollar sus brazos alrededor del moreno fue más natural que respirar, una risita traviesa coloreó el marfil, era absolutamente adorable que se pusiese nervioso a estas alturas de su relación.
—Estamos de vacaciones. —Su espalda se apoyó contra la mesa, la lana le cosquilleó debajo de la nariz, le fascinaba el aroma de Eiji Okumura, era delicado pero floral, le sentaba de maravilla—. La otra semana tengo mi examen de grado, quiero descansar. —Sus palmas se enredaron en esa rebelde matita dorada, su novio era un desastre.
—Yut se pondrá triste sino vamos. —La indiferencia del lince de Nueva York fue impresionante—. ¡Ash! ¡No seas malo! —Pero él no se despegó, se estaba comportando como un niño malcriado, él se deslizó dentro de la manta para hacerlo sentir vulnerable.
—Necesito una motivación para ir, onii-chan. —Bastó un movimiento para que el aludido quedase a horcajadas en su regazo, sus piernas pendieron en la silla, electricidad le azotó la columna vertebral bajo tan cándidas caricias—. Estoy sediento por besitos. —El viento crujió en las ventanas, el trinar se perdió contra sus risas. Era verano. Una estación muy especial.
—¿El pequeño Aslan quiere mimos? —Él asintió, apenado.
—Sabes que los quiero. —Las yemas del japonés lo delinearon con una lentitud atronadora, desde la punta de sus pestañas hasta esa sutil barba que le había empezado a crecer, le encantaba.
—Deberías afeitarte antes de irnos, te pareces a tu papá. —El asco le revolvió las entrañas—. No pongas esa cara, él dijo que heredaste su galantería. —La relación con Jim Callenreese seguía siendo una mierda.
—Estás siendo amable con él solo porque le gusta el natto. —Pero una mierda menos mala, él se encogió de hombros, la manta cayó hacia el suelo, sus roces se paralizaron ante esa mirada—. Eres una esposa terrible. —Sabía que era efecto del enamoramiento, sin embargo, esos ojos verdes se concibieron mucho más líquidos, brillantes y genuinos acunados por el alba.
—No veo un anillo en mi dedo. —Ash chasqueó la lengua—. Ni habrá uno hasta que termines ese postgrado, no tendremos las deudas de un préstamo estudiantil y de un matrimonio al mismo tiempo. —Ver al imponente lince de Nueva York sonrojarse hasta las orejas mientras contenía un berrinche era su deleite pecaminoso. El Golden Retriever se acomodó encima de la manta.
—Es divertido trabajar contigo. —Sus narices se rozaron, que su amante fuese tan audaz para alzarle el suéter fue un estrago, porque los toques de Aslan se sentían demasiado bien en su piel desnuda, los chupones de anoche seguían en su vientre, el aliento se le derritió.
—Los médicos siguen sorprendidos por nuestra relación. —Las rodillas le temblaron, de repente se volvió exageradamente consciente de la posición en la que estaban—. Incluso con las impresiones quedaron en shock. —El corazón le retumbó en la garganta. Aunque eran falsas ellos habían escogido tatuarse las muñecas, no como libertad o amanecer, sino con un «mi alma siempre está contigo»
—Porque te siguen confundiendo con un estudiante. —Él apretó los párpados antes de sacarle la lengua, era verdad pero le molestaba que se lo dijesen—. Tu rostro de bebé es adorable.
—¿Es mi culpa que te veas tan viejo? —Ninguno acabó haciendo lo grabado en la profecía, el azar los arrastró hacia la unidad de emergencias en el hospital de Tokio—. Pero me gusta que tengamos el mismo equipo asignado. —Trabajar en una corta estadía era agotador, la desesperanza de los casos les resultaba garrafales, la gravedad de los diagnósticos era asfixiante.
—Lo es.
—Ver al doctor Callenreese en acción es un honor. —Aun así, mantenían la esperanza.
—Ahora me estás tratando de provocar. —Que le mordiese la oreja fue una tortuosa agonía—. Eres un tramposo. —Dios, este hombre lo volvía loco. Sus manos profundizaron aún más en su piel. Se había vuelto imprudente en esta adicción, daba tropezones en busca de su amor.
—N-No podemos. —No obstante, cualquiera se podía caer si las luces estaban apagadas—. Vamos a llegar tarde por tu culpa. —Pero el terco ya le había quitado el suéter, los botones de su camisa empezaron caer, la nariz le quemó.
—Nadie llega a la hora que dice la invitación. —Poder vislumbrar a Eiji Okumura, con el cabello revuelto, las mejillas sonrojadas y una mirada de puro deseo, lo excitó de sobremanera—. Hemos pasado muchos días separados por mi examen.
—Lo hicimos ayer. —La galantería le aplacó los latidos.
—Exacto. —Él coloreó una galaxia de besos por su cuello, el jadeo fue obsceno—. Mucho tiempo. —Apretarle el trasero fue un deleite mortífero, lo amaba absolutamente todo de él, la manera en que lo enloquecía con una sonrisa, los berrinches que contenía, la determinación con la que trabajaba para sus pacientes. Esta era su alma gemela. Él dejó los lentes encima de la mesa.
—Si vas a jugar así. —La camisa cayó hacia el suelo—. ¿Quién soy yo para negártelo, Aslan?
Besarse fue un destructivo frenesí, él se dedicó a memorizar cada centímetro del japonés con un descaro indecoroso, le encantaban esas curvas de tentación, desde el lunar en su cadera hasta la quemadura en su muñeca, era la encarnación de la beldad. Cabía en sus brazos como si fuesen dos piezas del mismo rompecabezas destinadas a encajar, o tal vez eran solo unos enamorados empedernidos que se empeñaron por hacerse almas gemelas. Sus palmas se posaron en los muslos de su novio, que temblase le resultó encantador, el vaivén entre sus lenguas fue un candor insoportable, sus dedos acariciaron la punta de sus cabellos antes de aferrarse con fuerza. Quemó, fue demasiado estimulando. El deleite fue implacable, embriagador, un gemido retumbó cuando se apartaron.
—Ahora sí me estás provocando. —Aunque su amante era pequeño las emociones que guardaba por él habían matizado la infinidad dentro de su corazón—. Tengo una idea, no vayamos a Nueva York y hagámonos mimitos durante todo el día. —Se había vendido a la locura de un romance que no debía florecer.
—No me tientes. —Pero prosperó bendecido por la adversidad, porque lo amaba, tanto que la realidad era insuficiente, tanto que necesitaba de más vidas—. Por cosas como estas Shorter no te aprueba, ¿te das cuenta? —Él bufó.
—Claro que lo hace, somos amigos. —La relación entre esos dos fue una tragedia para el japonés, las burlas se amplificaban con una brutalidad fragosa durante sus encuentros. Le hacía feliz que se divirtiesen, sin embargo, no a costa suya. ¡Él era el mayor! ¡No era justo!
—Ash... —El estruendo del celular cortó la tensión.
—Solo finjamos que no estamos. —Un golpeteo en la puerta se anunció.
—Te dije que era mala idea. —El más joven contuvo un alarido, claro que Yut-Lung Lee los vendría a buscar, era un maniático de la puntualidad, sin embargo, no era su culpa—. Mejor vamos a vestirnos. —Que su novio fuese tan sensual era un estrago para su cordura. Buddy empezó a rasguñar el pórtico, saboteando sus planes de un sábado inmerso en la serenidad.
—¡Más les vale separarse! ¡No vine hasta Cape Cod para escucharlos hacer una porno! —El moreno enrojeció hasta las orejas.
—¡Nos estamos terminando de arreglar! —No le dio tiempo para detenerlo, ya se había encaminado hacia la ducha cuando se desintoxicó de sus besos. Él arrojó un suspiro pesado, sus libros eran un desastre encima de la mesa, la espalda le crujió apenas se estiró, estudiar para ser psiquiatra no era fácil.
¿Ash Lynx murió el 20 de diciembre? Sí.
Cuando Blanca tomó la decisión de voltear el arma para dispararle a Eduardo L. Fox comenzó todo un complot para que su antigua identidad quedase enterrada mientras él resurgía de las cenizas como el imponente Aslan Jade Callenreese, esa era la única manera de convertirse en una tabla rasa y seguirlo hacia Japón, si se mantenía atado a ese sangriento título su adoración se vería involucrado en un torbellino de violencia. No podía permitirlo. Por eso se encargó de darse el pésame antes de abandonar Nueva York, el luto fue real, ese trozo putrefacto era el más nítido de su alma, tener que dejarle rosas durante el alba fue desamparado.
Él se lamentaba cada 20 de diciembre por el niño que jamás escuchó.
Ese que violaron.
Ese que golpearon.
Ese que torturaron hasta quedó vacío.
Lo compadecía, lamentaba no haberlo amado lo suficiente.
Debió hacerlo.
Las cosas fueron de mal en peor al llegar a Tokio, tener que empezar una recuperación lo arrastró al borde de la desesperanza. Pasó tanto tiempo corriendo de sus traumas que cuando se detuvo la crueldad lo alcanzó de golpe, fue asqueroso, las pesadillas eran intrusivas, las voces lo hacían vomitar hasta sus tripas, que lo tocasen lo hacía llorar, ninguna ducha le quitaba la suciedad. Le dijeron que alguien tan quebrado se debería limitar a anhelar la muerte, que nunca podría ser normal, no obstante, había una cosa que sus abusivos olvidaron.
Sí, fue un asesino.
Sí, fue una prostituta.
Sí, hacer terapia era una mierda.
Pero él no era una simple etiqueta, así cómo empezó a superar el dolor con su novio apoyándolo cual pilar inquebrantable fue descubriendo cosas que quería hacer, partieron siendo metas pequeñas: levantarse de la cama para bañarse, hacer el desayuno o sacar a pasear a Buddy. Terminaron siendo proyectos inmensos: estudiar un postgrado, ayudar a gente con el corazón sangrando, amar el resto de la eternidad a su alma gemela, empezar una familia. Esa era la cuestión, la realidad no se resumía en felicidad o tristeza, había una infinidad de matices grises que no se debían menospreciar. Las cicatrices también podían ser constelaciones de estrellas, su muñeca era el ejemplo perfecto de esto.
Aún no estaba bien, pero cada día estaba un poco mejor.
—Sabía que estarías acá. —Yut-Lung Lee ni siquiera le pidió permiso cuando irrumpió en la cabaña, él se acomodó los lentes antes de pasar sus dedos por el polvo del velador—. Apuesto que no querías ir. —La elegancia con la que se dejó caer en la silla fue la envidia de las dalias.
—Si ya lo sabes no me debiste invitar. —Ash se frotó los párpados, cansado, él se desarmó su peinado con un tirón, aunque apenas le alcanzaba para hacerse una coleta era cómoda al momento de estudiar—. ¿Invitaste a Blanca? —El sarcasmo le taladró los tímpanos.
—Por muy tentador que suene restregarle mi felicidad marital. —Sus dedos golpetearon un libro, la cubierta se había empapado de café—. No lo quiero cerca. —Aquella delicada trenza cayó hacia sus hombros, que Buddy se frotase contra sus botas le robó una sonrisa—. No lo puedo perdonar luego de que le disparase.
—Yut... —Los puños se le contrajeron en las rodillas.
—Esa bala casi nos mata. —Ese era el poder de un alma gemela, el destino se compartía en un vínculo inmutable—. Estuve a punto de perderlo. —Él deslizó su palma por la mesa hasta chocar con la taza.
—Lo lamento. —El consuelo fue torpe, la impotencia una llovizna de tinta escarlata, el más joven jamás olvidaría la angustia que lo aturdió durante los meses de hospitalización, no sentirlo en la inconsciencia fue terrible, no sabía lo quebrado que estaba hasta que la salvación lo acunó.
—No puedo perdonarlo. —Se odiaba por ser tan frágil cuando se trataba de Shorter Wong, sin embargo, no lo podía evitar—. ¡Por su culpa debo usar un marcapasos! —Lo amaba. Morir por una bala compartida habría sido romántico.
—Lo sé. —Él se abanicó con una revista, tratando de contener el llanto—. Pero eso no te ha detenido. —Su atención pendió desde su regazo hacia esa pila de viejos libros.
—Tú debes entenderlo mejor que nadie.
—Lo hago. —Porque la muñeca que alguna vez tuvo el nombre de Dino Golzine también se hallaba mutilada por una quemadura, apareció la noche del 20 de diciembre, después de esa tragedia ellos se dejaron de sentir. ¿Importaba? Seguían siendo almas gemelas—. No lo odio, debió sufrir mucho con su impresión. —La carcajada le resultó grosera.
—El sujeto te ayudó a fingir tu muerte, claro que lo apoyas. —Encogerse en la silla fue su crisálida craquelada—. En lo que a mí respecta se puede pudrir en el Caribe. —Él musitó aquello, sin embargo, le mandaba cartas repletas de melancolía. El rencor ya no era una espina apropiada para esta rosa—. ¿Dónde está mi chico especial?
—Deja de llamar así a Eiji. —El veneno en esa sonrisa le dio escalofríos—. Es desagradable. —Los ladridos de Buddy se profesaron lejanos, el bamboleo de las cortinas fue extraño.
—¿Por qué? ¿Te pones celoso? —Sus dedos se enroscaron en el dorado con malicia—. ¿No te gusta que lo invite a ver películas mientras nos hacemos mascarillas? —En el fondo Yut-Lung Lee seguía siendo un niño caprichoso, le agradaba. Lo único que esa belleza anhelaba era una pizca de amor, lamentaba no habérsela podido dar. Pero eran amigos.
—Qué pena más grande que vivan en Nueva York, Tokio les queda demasiado lejos. —El fulgor que chispeó en esas pupilas lo paralizó.
—¿No te lo dije? —Él se inclinó sobre el respaldo, orgulloso—. Compramos una casa en Cape Cod, por eso vinimos hasta acá para celebrar nuestro aniversario. —Maldición, lo que le faltaba—. Ahora podemos pasar nuestras vacaciones juntos. —No se lo diría, no obstante, la idea le gustaba. El árbol de Navidad luciría mucho más hermoso coloreado de inocencia y adornado con ensueños.
—Shorter debe tenerte mucha paciencia.
Cape Cod solía ser una telaraña de malos recuerdos, desde el restaurante de su padre hasta esa asquerosa cabaña podrida por el maltrato, él aborrecía a ese pueblo maldito, sin embargo, la magia fulguraba cuando salía el amanecer. Era una sensación agridulce burbujeándole en el corazón, lo lúgubre podía ser bello, esos decadentes muros de maleza ahora se encontraban repletos de lustrosas fotografías, el cuarto de su hermano mayor era un memorándum de claridad. Increíble, ¿no? Sin saberlo acabó reescribiendo encima de lo siniestro para llenar esas memorias mugrientas de luz, Eiji Okumura no solo le enseñó el verdadero significado de la libertad, él lo impulsó para que buscase la suya fuera de su jaula. La pandilla los estaba esperando en el comedor «Green Hill», el policía se pegó a su pareja como si fuese una garrapata, las mesas fueron amontonadas en hileras para que todos tuviesen un lugar, él le apretó la mano mientras se perdía en la belleza de la iridiscencia. De alguna manera el japonés se volvía más bonito con el bamboleo de los pétalos. A Griffin esto le encantaría.
—No puedo creer que le hayas quitado el lugar a Max en el cuartel. —Una infame risa se entrelazó con la antífona de Massachusetts, sus piernas se rozaron debajo de la mesa, el toque fue accidental pero lo hizo feliz—. Aún está enfadado por la pelea que tuvieron. —Shorter se frotó el entrecejo, salsa pendía desde su boca hacia el uniforme, adoraba presumir su cargo, la placa relucía a pesar de la mostaza.
—No es mi culpa, tuvimos que improvisar. —Eiji alzó una ceja, indignado.
—Lo llamaste la perra de Fox. —Jim se atoró con su cerveza en la barra, las carcajadas fueron una bofetada de añoranza. Banana fish los convirtió en bohemios revolucionarios, Yut-Lung Lee encabezó la investigación con su propio laboratorio de drogas. ¿Quién diría que la química era su talento oculto?
—¡Eran medidas desesperadas! —Max Lobo fue el padre que siempre añoró, esa riña fue la primera grieta que marcó tan delicada vocación—. Me hizo raparme, fue un castigo cruel. —Al azabache le tomó meses acostumbrarse a la nueva versión del encanto Wong.
—Te ves feo con la cabeza de mármol. —Él pateó a Ash debajo de la mesa, ofendido.
—Lo dice la versión barata de James Dean. —Usar rebelde sin causa fue un golpe bajo—. El pobre Eiji debe sufrir atrapado con tu temperamento de mierda.
—No me extraña que te resienta, eres un pésimo ejemplo para Michael. —El puchero que esbozó fue absolutamente infantil, Yut-Lung Lee tiritó asqueado cuando le tomó la mano, no soportaba la peste del kétchup, mucho menos tocarlo, sus botas se crisparon hacia la butaca.
—¡Pero Shorter es genial! —Sing se levantó en su defensa, estrellando una botella de Coca-Cola contra el mantel—. ¡Es el mejor jefe que hemos tenido! Incluso se las ha arreglado para mantener a Dino Golzine detrás de las rejas. —La satisfacción fue mortífera, él se acomodó los lentes sobre el arco de la nariz, sabiendo que era cool ante el brillo de la ingenuidad.
—Por eso este niño es mi favorito.
—Soy más alto que tú.
—Sigues siendo un niño. —El aludido infló los mofletes antes de regresar a su hamburguesa, le parecía un abuso de poder que su héroe se escapase para celebrar su aniversario, sin embargo, él también había venido. ¿Quién era para cuestionar la comida gratis?—. ¿Qué ocurre, cariño? —El azabache seguía congelado por esa grotesca sensación entre sus dedos, él quería llorar, era viscoso. Que el japonés le extendiese una servilleta fue su sumersión de salvación.
—Gracias. —Él se limpió con frenesí. ¿La comida seguía siendo un tema? Nunca lo dejaría de ser, era triste ahogarse en calorías, profesarse lleno lo repugnaba, los atracones eran irrefrenables, por mucho que él ansiase vivir a veces las ganas de adelgazar lo sobrepasaban. De repente tenía miedo, porque el tratamiento no funcionaba y sangre seguía escurriendo hacia el lavamanos, lo jodió la cronicidad.
—¿Estás bien, Yue? —Él suspiró, dejando de lado el trapo. Bien, si estaba aplastando el clan Lee podía con lo que fuese, no permitiría que la reluciente recuperación del lince de Nueva York lo aplacase. Uy, gran cosa. ¿Su ex regresó de la muerte? Pues él gobernaba el infierno. Hasta tenía su compañía de laboratorios.
—Sí. —Darle la mano lo ayudaba—. Solo me siento muy orgulloso de ti. —El rubor fue una oda para la ternura, hasta las orejas le calcinaron.
—¿P-Por qué? —Estar juntos se había vuelto más natural que respirar—. No he hecho nada. —Qué extraña era la estabilidad, aferrarse a la esperanza lo solía aterrar, sin embargo, acá estaban. Contando luciérnagas como si fuesen promesas, arrojando monedas trucadas al pozo de los deseos.
—No lo sé, sentí que debía decirlo. —El moreno le acarició el muslo, con suavidad. Le encantaba la timidez que le mostraba, esta fatídica belleza lo arrastró hacia una locura inefable, que apoyase su vocación por la justicia era una dádiva que no terminaría de vanagloriar—. Que no se te suba a la cabeza. —Él le presionó un beso en la mejilla, salsa le quedó marcada, sin embargo, no le asqueó.
—Eres lindo. —Él sonrió, suavecito.
—Tú eres lindo, Shorter. —No fue necesario alzar el mentón para saber que Ash Lynx se estaba burlando—. ¡No digas nada! —Muy tarde, ese petulante ya había inflado el pecho y acomodado una mano encima de la frente.
—A mí jamás me llamaste lindo, me siento profundamente ofendido. —La nariz le ardió, sus tacones hicieron crujir las tablas, este imbécil siempre era así—. ¿Qué clase de novio eras? Con razón rompimos si me tenías tan abandonado. —¡Lo odiaba! Que chiste más asqueroso fue haberse enamorado del amanecer cuando gobernaba la oscuridad.
—¡Cállate! —Él se levantó, humillado—. Si Eiji termina botando tu feo trasero porque eres insoportable, nosotros lo acogeremos felices en nuestra casa.
—No lo hará. —Aslan tomó la muñeca de su novio, orgulloso—. Porque somos almas gemelas. —Esos tatuajes eran enfermizamente cursis.
—Pareces un mocoso de cinco años. —Yut-Lung Lee se dejó caer en la silla para ser mimado por su marido, la dulce sinfonía que esos latidos le obsequiaron fue su velero de papel en este lago de matices.
—Y tú una diva caprichosa. —Él le sacó la lengua, herido.
—Ya te manchaste. —Las risas de la pandilla quebraron la tensión—. ¿Qué voy a hacer contigo? —La multitud guardó silencio al observar la ternura con la que Alex estaba limpiando a Bones, la perplejidad los mareó, hasta Jim tuvo que dejar de lado su cerveza para convencerse de la veracidad.
—¿Finalmente cogieron? —El más alto se atoró ante las palabras del policía, la servilleta cayó al suelo, los murmullos no se hicieron de esperar.
—¿Qué? No. —Fue impresionante la parsimonia con la que Bones respondió—. ¡Pero Alex me invitó a una cita! ¿Pueden creerlo? —El pobre hombre se tardó ocho años en dar su primer paso con su alma gemela, aunque su muñeca jamás regresó a la normalidad les había dejado de importar. Las impresiones atípicas existían, eran hermosas y enigmáticas, ellos se enorgullecían de portarlas.
—Que sorpresa más grande, no lo veía venir. —Al parecer, quien le pertenecía a la torpeza era aún peor.
El amanecer ya había pasado.
Era un momento especial.
Iba a ser 20 de diciembre.
Aunque estar inmerso en tan meliflua celebración hizo que su estómago burbujease con candelillas aún le era doloroso tener que lidiar con su alma gemela. Eiji Okumura contemplaba a Ash Lynx como si fuese el ser humano más preciado en la infinidad del universo, él se apretó el pecho, herido, no solo había tenido que silenciar eso, sino que también podía sentir ese desmesurado amor, era enfermizo. Por mucho que Sing hubiese tratado de enterrar sus esperanzas no podía, porque el moreno era tan bonito que quería llorar, hablarle era un tesoro sublime, su risa era la melodía que grababa para que girase su caja musical, sus latidos corrían al revés bajo esos grandes ojos cafés. Lo amaba, era su otra mitad. ¿Tenía algo de malo anhelarlo? Él se arrastró hacia el pórtico, su atención pendió hasta el bamboleo del cielo, el día se le había escapado de las manos ahí dentro. Él sonrió, no fue necesario darse vueltas para saber que lo había venido a buscar. El psicólogo tenía la increíble habilidad de sentir la última y desesperada señal de auxilio que las personas enviaban. Haber ayudado con tanto esmero a encubrir la muerte del lince de Nueva York fue puro masoquismo. Tuvo la oportunidad de deshacerse de su rival, pudo delatarlo para que se pudriese en prisión, pero no lo hizo. El amanecer merecía una segunda oportunidad con la libertad.
—¿Ya te sientes cansado? —Era hilarante la facilidad con la que traspasaba sus barreras, sin embargo, fue su salto inquebrantable lo que lo enamoró—. Te estás poniendo viejo, así no le podrás quitar el trabajo a Shorter. —No tuvo que decir nada, tampoco lo presionó, solo se acomodó contra el barandal del comedor para mirarlo con esa clase de resplandor.
A veces parecía estar hecho de luz.
Él era hermoso.
Era su alma gemela.
—Escuché que regresas a Tokio la otra semana. —El más bajo asintió, su cabello fue un desastre contra el gélido de Cape Cod, los lentes se le empañaron. Diablos, fue tan lindo que se estaba riendo—. Te voy a echar de menos.
—Pasamos más tiempo acá que allá. —El aroma a humedad le cosquilleó bajo la nariz, tenerlo tan cerca fue una armonía tortuosa, era un estrago amarlo sin ser correspondido—. Podemos seguir con nuestras tardes de películas.
—¿Todavía te duele? —Su atención se enfocó en esa delgada muñeca—. Es una herida bastante fea. —Él sabía que era infantil pensar de esa manera, sin embargo, le frustraba esa impresión mutilada, la cabeza le martilló. Si ya no resguardaba vínculo con el americano, la rabia lo paralizó, las pupilas le quemaron. ¿Por qué no podía ser él?
—¿Sigues preocupado por el 20 de diciembre? —Que lo tocase le quebró el corazón, el jugueteo alrededor de su cordura fue mortífero, él trató de respirar—. Falta poco. —Sus zapatillas se hallaban embarradas, sus pedazos estaban esparcidos por la maleza, esto dolía.
—Es una impresión fea, ¿no es así? —Él no tuvo la oportunidad de ahogarse—. Una fecha, es ridículo.
—No lo es. —Ese implacable japonés no lo dejó—. Te sorprendería la clase de cosas que veo en urgencias. —Porque no existió nada más hermoso que vislumbrarlo sonreír mientras el atardecer lo coloreaba, esas tupidas pestañas proyectaron una sombra encantadora sobre el sonrojo en sus mejillas, el sudor bajo su flequillo se convirtió en dorado, sus labios fueron un delirio pecaminoso de licor de fresa.
—¿Aún quieres poner una consulta? —Él paseó su mirada hacia el lago, enloquecería si se quedaba babeando.
—No lo sé. —El ladrido de Buddy retumbó dentro del comedor junto a una vieja canción de Nirvana, Eiji sonrió, su mejor amigo solía ponerla mientras le preparaba el desayuno, algunas cosas jamás cambiaban—. Pensé que sí, pero soy feliz de esta manera. —Él se abrazó a sí mismo, inmerso. El sabor a cafeína aún chispeaba en su lengua—. Es gracioso, antes me daba miedo atender pacientes.
—¿Qué cambió?
—Nada, pero ahora hago intervenciones en crisis a diario. —Ni siquiera valía la pena encubrirlo, apenas se le presentó la oportunidad de trabajar junto a Aslan él no vaciló.
—Te queda bien esa profesión. —La paga de hospital era una miseria, tener que lidiar con casos tan extremos lo drenaba emocionalmente, los traumas eran abominables, no obstante, su lema era mantener la esperanza. Él creía en la resiliencia, su novio era la prueba de que se podía fulgurar ante la adversidad. Lo amaba—. Eiji...
—¿Sí? —Sing le quitó los lentes, admirarlo era su placer culpable, haría lo que fuese para que resplandeciese.
—¿Crees que alguien pueda tener dos almas gemelas? —Finalmente lo preguntó. No tenía derecho a intervenir en esa relación, lo sabía, incluso admiraba a ese petulante, sin embargo, la amargura era venenosa. Sí, debería estar feliz de que su alma gemela estuviese fervientemente enamorada.
—No lo creo. —Pero él también anhelaba esa clase de incondicionalidad—. Lo sé. —La determinación que danzó en esos grandes ojos cafés fue arrebatadora, la noche se detuvo para admirar semejante belleza—. He visto muchas cosas extrañas en Tokio. —Al parecer, la normalidad también se hallaba sobreestimada. ¿Cómo diablos iban a saber lo que era un alma gemela si solo eran seres humanos?
—¿Crees que tú y yo...? —Esta era la primera vez que se atrevían a hablar abiertamente del tema—. Ya sabes.
—Sí. —Sus dedos fueron un toque melifluo en una bruma de mentiras, el tacto fue pequeño e insignificante.
—¿Qué? —Fue lo suficiente para descarrilarle el corazón—. ¿Escuché bien? —Él asintió.
—También te sentí, Sing. —El nombrado perdió el aliento, sus zapatillas chocaron contra el soporte del comedor, el poste tambaleó—. Nosotros tenemos un vínculo especial, no lo estoy tratando de negar.
—¿Entonces, por qué? —La mandíbula se le desencajó, los puños le crepitaron—. ¿Por qué él y no yo?
—¿Por qué crees que las almas gemelas deben ser románticas? —La pregunta le cayó como un balde de agua fría, la neblina los envolvió, las rosas le calaron hacia los pulmones, el tenue tintinear de las lamparillas lo incitó a parpadear—. Creo que puedes encontrarla en un amigo. —Y en esa mirada lo entendió.
—Supongo que tienes razón. —No le importaba ser correspondido mientras pudiese mantenerse aferrado a tan entrañable vínculo, ellos habían encontrado un soporte incondicional en el otro, las memorias eran compartidas, los sueños una película enigmática, incluso tocarse se profesaba diferente. Estaba bien, no todas las almas gemelas estaban destinadas a quedarse juntas—. Te ves feliz con él.
—Ni lo menciones. —Su sonrojo fue tan adorable, si pudiese lo acariciaría—. Es una pesadilla vivir con él cuando está en período de exámenes, hasta Buddy tiembla por su malhumor. —La ternura con la que murmuró aquello le quebró el corazón—. Pero así lo amo. —Dolería por un rato, tardaría en cicatrizar, este chico fue su primer amor.
—Me dejarás ser el padrino de tu boda, ¿verdad? —Por él era capaz de desangrarse para preservar su bienestar.
—Si Shorter te aprueba.
—Te cambió por unos takis. —Eiji lo golpeó en el hombro, humillado.
—¡Vamos! ¡Ya no es gracioso! —El idiota lo había hecho lamentarse por su muerte, sino fuese porque Blanca llamó a una ambulancia lo hubiesen perdido. Su puchero fue adorable, era su regodeo molestar a este conejito esponjoso.
—Claro que lo es. —Que inflase los mofletes evaporó la tensión.
—¿Entonces qué hacías acá afuera? —Su celular volvió a vibrar, recordándole la razón para haber salido en primer lugar.
—Mierda, debía irlo a buscar. —El japonés alzó una ceja, indignado. La pandilla tenía esa mala costumbre cuando se trataba de Frederick Arthur.
—Son de lo peor. —Ambos se encaminaron hacia el muelle del pueblo, el policía lo abrazó por los hombros, sabiendo que esto sería suficiente—. La sobrina de Ibe parece estarte coqueteando. —Porque lo amaba anhelaba su felicidad.
—¿Akira? —Él asintió—. Es muy joven para mí. —Las espigas le cosquillearon contra los jeans, las estrellas danzaron dentro del lago, la sinfonía de los robles fue embriagadora—. Se acerca su cumpleaños, debería regalarle algo. —El atardecer centelleó con una lindeza atronadora.
—Deberías.
Por primera vez, la libertad se profesó hermosa.
Arthur los estaba esperando apoyado en la camioneta. Esa tosca mueca se derritió como si fuese un bizcocho al encontrarse con la pareja, su atención se enfocó en la muñeca del japonés, ese tatuaje era de sus mejores trabajos, quién diría que de tanto practicar acabaría abriendo un salón, si algo bueno había salido de este drama con Dino Golzine era que su talento había forjado renombre en Nueva York. Aunque lo tomó por sorpresa esa cursi petición de parte de su némesis no era quien para negarse, este chico era su debilidad, luego de la muerte de Ash Lynx fue él quien se encargó de reformar a la pandilla, era un líder innato, testificar contra esos criminales fue una deliciosa venganza. Era lindo ser valorado. Su sonrisa hacia el joven policía fue descarada, claro que estaba tratando de hacer un movimiento con este ingenuo, era una lástima que su maestro para la seducción fuese Shorter Wong, sin importar la víctima de su coqueteo este mocoso estaba destinado a fracasar en el romance.
—Sí vinieron a buscarme. —Él bajó las bolsas de la camioneta, Yut-Lung Lee se había atrevido a mandarlo al supermercado cuando seguía en la carretera, el entrecejo le palpitó, la sangre le burbujeó, sino fuese tan aterrador se habría negado.
—Claro que sí, tienes un pésimo sentido de orientación. —Que el psicólogo lo ayudase con las compras le pareció adorable—. Todavía te pierdes cuando me vas a visitar a Tokio. —Sing alzó una ceja, intrigado.
—¿Ash no te saca a patadas de su casa? —Él apretó los víveres contra su pecho, aunque era verano el barro le llegaba hasta los tobillos, las estrellas recién estaban comenzando a brotar en el cielo, el fulgor de la luna era un poema surreal—. ¿Cuál es tu secreto?
—Le agrada a mi familia. —Las mejillas le ardieron, la boca se le secó, ser protagonista de semejante ternura le resultó agobiante—. Cuando mi hermana lo conoció quedó impactada por lo guapo que era. —Fue imposible no caer ante tan descarados encantos. Tal vez no era tan terrible ser aceptado.
—¿Arthur? ¿Guapo? —Gracias a la confianza ciega que le confirió la pandilla él dejó de profesarse como una abominación para permitirse fantasear—. ¿Tu hermana también necesita lentes? —Nunca tuvo a nadie porque Dino Golzine no se lo permitió, era un perro de mafia, una anormalidad carente de impresión.
—Como si tú fueses muy atractivo. —No fue libre hasta que los conoció, en el fondo era un niño que suplicó con desesperación para que escuchasen su llanto—. El otro día te confundieron con el sobrino feo de Shorter. —Esta vez alguien llegó, muchos lo hicieron. Tenía amigos y era querido, fue extraño.
—¡No soy feo! —Las orejas se ardieron—. El uniforme no capta bien mis encantos.
—¡Eiji! —El americano detuvo sus pasos, sus cejas se crisparon, contemplar al antiguo pandillero era un desagrado—. Llegas tarde con las compras. —Aunque lo aborrecía al final eran iguales, ¿no? Ambos fueron reducidos a mercancía, los forzaron a matar cuando debían estar jugando, fueron torturados por carecer de impresión, la única diferencia fue que Ash Lynx tuvo la fortuna de enamorarse de un alma tan preciosa como Eiji Okumura, él lo ayudó a bajar de su Kilimanjaro antes de que se congelase.
—Si tanto te molesta, ayúdanos con las bolsas. —Si Frederick Arthur quería cambiar no se lo impediría, le alegraba—. Por cierto, tu suegra te manda saludos. —¡Al diablo! Se retractaba, este idiota estaba abusando de la nula paciencia que le quedaba.
—No te soporto. —Solo cuando se dejó de odiar pudo ver quien era.
—El sentimiento es mutuo. —El cuadro no le desagradó.
¿Qué es un alma gemela?
Una frase, dos palabras, diez letras.
El resto de la velada transcurrió bajo la disonancia de la gratitud y el histrionismo del melodrama, las carcajadas de la pandilla colorearon el comedor con una estrepitosa vividez, las caricias de Yut-Lung Lee y Shorter Wong fueron el broche de oro para su aniversario de bodas, sus sortijas resplandecieron contra el chirriar de las copas, las peleas con Arthur estallaron en videojuegos, Buddy llegó embarrado del lago para ensuciar el suelo. Fue divertido, tan natural. Sabía que tenía un pasado doloroso, la sangre seguía escurriendo en su corazón, la violencia estaba quemada en una impresión rota. Tener a ese pederasta detrás de las rejas solo fue la punta del iceberg, los seres humanos no se percataban de su propia fragilidad hasta contemplar lo destrozados que estaban. Pero en lugar de compadecerse, él invirtió hasta la última gota de su cordura para mejorar. Era un camino duro, crudo y agobiante. ¿Quería ser médico? ¡Claro que sí! Las sonrisas que le conferían sus pacientes al salir del hospital eran celestiales, el dinero era mezquino, estaban ahogados en deudas, sin embargo, estaban juntos en esto. Cuando la noche se pintó sobre el cielo y el cansancio fue niebla de amparo, se encaminaron a la cabaña.
Su preciado Golden Retriever no se molestó en volver con ellos, odiaba admitirlo, no obstante, le tenía un desmesurado favoritismo a Jim Callenreese, aunque fue un papá de mierda las personas tenían sabiduría que los leopardos no, si él pudo cambiar tal vez había esperanza para ese anciano. El cansancio los incitó para que se arrastrasen hacia el dormitorio, los resortes chirriaron tras recibirlos, Ash enfocó su atención en el techo, las tablas estaban a punto de quebrarse, las termitas habían devorado los soportes, crecer en esta pobreza fue humillante, hasta a su hermano mayor le angustiaba no saber si tendrían para comer, él suspiró. Era la misma cabaña de mugrienta, sin embargo, hoy lucía diferente, porque habían decenas de imágenes adornando las paredes, porque la manta de Buddy se encontraba al costado de la chimenea, porque por primera vez se profesó como si fuese un hogar, su hogar. Tonto, ¿verdad? Ya no era un mocoso para suspirar enamorado, sin embargo, lo estaba haciendo. Él se volteó para encontrarse con los ojos más bonitos del mundo.
—Te amo. —Y el mundo más bonito dentro de ellos—. Siento que no te lo he dicho lo suficiente hoy. —El rubor fue encantador, esos esponjados mechones abenuz se esparcieron por la almohada, los lentes quedaron en la cajonera. Estaban inmersos en una bruma de ternura. Esto le fascinaba.
—También te amo, Ash. —Sus palmas se entrelazaron debajo de las sábanas, sus piernas se enredaron en un torpe jugueteo, como si tuviesen el secreto más maravilloso del universo, ellos se acercaron.
—Ya es más de media noche. —El murmurar de las luciérnagas fue sublime, el centelleo de la luna lo hizo profesarse más bonito, esas suaves mejillas se bañaron de estrellas, las sombras de sus pestañas fueron aleteos de mariposas, su boca fue un delirio de tentación.
—Tienes razón. —El pecho le estalló en pirotecnia, él le arrancó este instante al destino para inmortalizarlo—. Ya es 20 de diciembre.
—¿Por qué vas a llorar a mi tumba cada año? —Eiji se dejó abrazar, le encantaba la calidez que desprendía su novio, la diferencia entre sus siluetas solo había acrecentado durante los años, su espalda se había vuelto fornida, sus brazos musculosos, su abdomen era un poema de marfil, Sing tenía razón, él era todo un Adonis.
—Tengo derecho a llorar, mi primer amor falleció ese día.
—¡Eiji! —Él le tiró los mofletes, celoso—. Soy yo. —Sin embargo, su amante negó.
—Lo eres pero no lo eres al mismo tiempo. —Por muy rebuscado que se escuchase supo exactamente a lo que se refería, qué injusto era seguir tan enamorado de la libertad—. Has cambiado. —Él lo delineó con una tortuosa lentitud—. Bastante en realidad. —El aire estuvo cargado de estática.
—Cuéntame más sobre tu primer amor, onii-chan. —Él frunció la boca antes de arrojar una risita risueña, el corazón se le agolpó en la tráquea—. Tengo curiosidad. —¿Existía melodía más hermosa que esa? Lo dudaba.
—Lo conocí en un callejón de mala muerte mientras se desangraba. —Ese debía ser el mejor inicio que hubiese escuchado para un romance—. Era terco, gruñón, infantil, malhumorado y tenía la enfermiza obsesión de dejarme afuera. —Ni siquiera disimuló su puchero, esta descripción no le agradaba—. Además no le gustaba el natto, era un pésimo partido.
—¡Eiji! —Él le golpeó la cara con la almohada, humillado, las orejas le humearon—. Estás siendo cruel. —El nombrado no pudo contener las mofas, él se apretó el estómago con fuerza antes de presionar sus párpados, eran escasas las oportunidades donde la victoria se le concedía, no las desperdiciaría.
—Pero era mi alma gemela. —El ambiente cambió—. Y yo lo amaba. —La cabeza le martilló al escuchar esas palabras, él alzó el mentón, encontrarse con esos ojos cafés siempre era diferente, lo hacían sentir débil y fuerte, valiente pero desamparado, todo al mismo tiempo—. Realmente te amo. —Lo impulsaban para que vanagloriase finales felices en Japón e intentase convertirse en quien necesitó.
—¿Aunque tuviese un pasado grotesco? —El moreno le tomó la muñeca para presionarle un beso en la impresión.
—El pasado no define a las personas, Aslan. —La manera en que musitó su nombre lo hizo sentir genuino. Sí, seguía siendo un mosaico triturado, la imagen aún no estaba completa, sin embargo, estaba progresando.
—Eres tan terco. —Esa sonrisa le paralizó los latidos, su respiración se deshizo por la comisura de sus labios, estaban cerca, demasiado. Pero no lo suficiente. ¿Cuándo lo era?
—Dije que me quedaría por siempre a tu lado, ¿verdad? —Sus pensamientos fueron rosas cristalinas, la libertad fue una caña de pescar sin un anzuelo, el amanecer un pasaje hacia un lugar seguro—. Debo cumplir con mi promesa. —Él asintió, embelesado.
—Ahora sí me estás seduciendo. —Esos ojos, felinos y filosos, fueron su perdición desde que los contempló bajo la decadencia de Nueva York, sus dedos juguetearon en esa rebelde matita dorada, el hálito pereció en la oscuridad del cuarto, él se inclinó, con la cordura incinerada.
—Tal vez. —La tensión los embriagó—. ¿Qué vas a hacer al respecto, Aslan? —El nombrado lo sentó en su regazo, seducido, la electricidad fue insoportable, el siseo de la luna una sinfonía de complicidad.
—Terminar lo que empezamos esta mañana. —El fulgor dentro de esas pupilas le robó la respiración antes que sus labios.
Besarlo fue abrumador, las manos de Aslan le recorrieron desde el cuello hacia el pecho, quemó, las suyas se aferraron con desesperación a tan fornida espalda. Su esencia fue una calada mortífera hacia el éxtasis, su lengua goteó adicción, la fricción entre sus caderas fue un derroche de sensualidad. La sangre le burbujeó, una insoportable ansiedad le apagó la mente, se derritió en esos toques de terciopelo. Su novio no vaciló al desabotonarle la camisa para dejarlo a su merced, él tragó duro, la ferocidad que desprendieron esos ojos verdes lo hizo profesarse como una presa frente a su depredador. Le encantó. Él lo recorrió con descaro, sus yemas fueron agujas de endorfinas directo a su cordura, él arrojó el cuello hacia atrás cuando sintió que lo rozaba con los dientes, los chupones de anoche eran una galaxia diáfana en la lozanía de su piel, un jadeo fue contenido ante tan implacable camino de besos, adoraba que lo acariciase, lo deseaba mucho más. Sus palmas se deslizaron por el abdomen del rubio, una risita pícara fue su respuesta, el colchón chirrió ante tan desesperados movimientos. Los latidos le explotaron tras contemplar esa clase de expresión. Tentadora. No pudo respirar, olvidó hacerlo.
—Es una suerte que estemos de vacaciones. —Sus palmas se deslizaron hacia la cintura del japonés con una impresionante lentitud, como si con aquel movimiento pudiese grabar a fuego lento esas curvas, Eiji Okumura no sabía la sensualidad que desprendía con tan inocente mirada—. Nuestros compañeros te molestarán en el hospital. —Era una combinación peligrosa.
—Sino me dejaras tantas marcas no pasaría. —Poder contemplar al imponente lince de Nueva York bajo el amparo de la luna fue una oda para el erotismo, esa belleza angelical le resultó casi delirante—. Eres hermoso.
—Mira quien habla. —Una risa torpe se estrelló en la tensión—. Me gusta dejarte marcas, se ven bonitas en ti. —Era verdad, adoraba que su novio fuese un lienzo cuya pasión colorease estrellas. El moreno le devolvió una sonrisa juguetona antes de inclinarse.
—Que curiosidad. —Él le besó el cuello con fuerza—. También me gusta dejarte algunas. —¿Cuándo le había quitado la chaqueta? No le importaba, admiraba el descaro que su pareja le enseñaba. Sus pulmones fueron una irrefrenable compulsión de pasión.
—Pareces ansioso. —El moreno no supo a donde mirar, que le apretase el trasero con semejante descaro le arrebató un jadeo—. ¿Lo estás? —Sin embargo, él quiso que lo mirase mucho más. Su razón estaba en llamas, este hombre lo excitaba de sobremanera. Tener sexo con él se sentía realmente bien.
—Sabes que lo estoy. —El escarlata fue estridente, sus dedos se volvieron a entrelazar—. ¿Me vas a hacer suplicar? —Y simplemente cayó en la tentación.
—No. —No quedaba espacio entre ellos dos—. No esta noche. —Con un ansioso movimiento él se arrebató la camisa.
—¿Qué quieres hacerme? —Maldición, Aslan Jade Callenreese era un espectáculo de irrealidad. El corazón le martilló en la tráquea.
—Solo quiero hacerte sentir increíble. —El moreno se estremeció cuando le mordió la oreja. Tan descarado.
Sus esencias se fundieron en un ardiente tacto de lenguas, sonidos húmedos retumbaron en una placentera sinfonía bajo la complicidad de las estrellas, la oscuridad fue excelsa, el magnetismo pecaminoso. El más bajo tiritó cuando su pareja le desabrochó la hebilla del pantalón para liberar su necesitada erección, una sonrisa altanera se ahogó en aquel beso antes de que lo empezase a masturbar, fue tortuoso, él le deslizó los dedos desde la base hasta el prepucio, tembló, aferrándose con fuerza a las sábanas, este placer era venenoso, su aliento fue una bruma de erotismo, sus caricias un deleite intoxicante. Más, quería mucho más.
—Eiji. —Su nombre fue musitado con una impresionante obscenidad—. Tócame. —Aunque llevaban años siendo pareja, él era cuidadoso con este tema. Todo era al ritmo que Aslan marcase, jamás lo presionaba para que hiciese nada.
—¿Seguro? —Pero el americano solo se rio, fue tan adorable esa melodía.
—No me hagas rogar. —Oh, pero él lo hizo—. Siento que estoy enloqueciendo por ti.
Aslan gruñó cuando el japonés le tomó el miembro, la sensación fue tibia, húmeda y excitante. Él tragó, dejándose arrastrar por el goce de ese beso, él lo empezó a estimular, sus yemas se empaparon de líquido preseminal, su pene estaba palpitando, era demasiado grande. Se acercó a horcajadas. Pronto, ambos empezaron a frotar sus erecciones en un desesperado vaivén, el rubio marcó el ritmo de la masturbación, si algo le enorgullecía de su recuperación era la naturalidad con la que se podía entregar a su pareja. Porque las víctimas de abuso sexual no solo tenían derecho a disfrutar del placer como los demás, sino que podían, al diablo el tabú. Además, poder vislumbrar semejante derroche de erotismo fue irreal. Lo amaba, cuerpo y alma, lo quería todo de él. Los toques fueron lujuriosos y ansiosos. Calientes. El golpeteo de sus corazones falleció bajo una armonía de gemidos contenidos. Eiji se mordió el labio, con el rostro ardiendo, él no dudó en masajearle los testículos para aumentar la intensidad, ambos jadearon en tan ferviente encuentro, el sudor los empapó, las rodillas les fallaron, la fricción fue delirante. Ash le matizó una infinidad de besos desde el cuello hasta la clavícula, quería que se sintiese deseado y adorado, esto era especial, sin importar las veces que lo hiciesen, seguía siéndolo.
—A-Aslan, voy a... —Antes de que se diese cuenta lo había recostado contra la cama para despojarlo de las demás prendas.
—Realmente eres hermoso. —Las palmas de Ash se derritieron alrededor de su cintura, como si su cuerpo le perteneciese él lo memorizó, atesorando desde el lunar más pequeño hasta esa horrenda quemadura, él la besó—. Cada parte de ti. —Este era su lugar seguro, lo amaba.
—Tú también. —El moreno no vaciló al tomarlo de la muñeca para admirar ese tatuaje, esta era su promesa inquebrantable contra la eternidad—. Eres perfecto. —Sabía que no lo era, sin embargo, si esos grandes ojos cafés lo contemplaban con tan desmesurada ternura no podía evitar soñar.
—Soy un hombre afortunado. —Encantado por el violento rubor que se posó en el japonés él prosiguió con las caricias.
Él le besó cada centímetro del pecho con una suavidad abrumadora, le encantaba la silueta de Eiji Okumura, era masculina pero delicada, musculosa y aun así frágil, él era una dualidad enigmática, el tenue susurro de la luna le confirió un aura etérea a su belleza, sus cabellos eran un desastre sudoroso contra la almohada, sus pies se crisparon en las sábanas, Ash se deleitó con la estridencia de las suplicas mientras se atrevía a juguetear con sus pezones, le encantaba que se pudiesen erectos ante el mínimo soplo de aliento, la fricción lo hizo retorcerse de placer, el rosa en la areola subió de intensidad, eran deliciosos, le fascinaba la idea de que este chico estuviese tan excitado por culpa de él. Estaban hinchados, por eso los lamió más. Que no lo dejase de mirar lo hizo temblar, el japonés se sentía demasiado expuesto ante tan felinos ojos. La erección lo estaba haciendo enloquecer, se correría solo por la estimulación en sus tetillas. Él repartió un camino de besos desde su estómago hacia sus muslos, fue intoxicante.
Aslan Jade Callenreese era insoportablemente atractivo.
—¿Estás bien preparado? —Que le separase las nalgas lo hizo ruborizarse hasta las orejas, él trató de esconderse, sin embargo—. No cierres las piernas. —No pudo luchar.
—Si sigues diciendo esa clase de cosas me esconderé debajo de la almohada. —Ash sonrió, maldición esa expresión era embriagadora, él le despejó los cabellos de la frente, con dulzura.
—¿Luego de todo lo que hemos hecho te sientes avergonzado? —Él se cubrió la cara con el antebrazo como respuesta. Jamás se podría acostumbrar a estas desenfrenadas entregas, fue un camino duro que tuvieron que explorar juntos hasta profesarse cómodos, no obstante, siempre había sido de esta manera.
—Claro que la tengo. —Mientras ambos lo deseasen—. Mi novio es la copia barata de James Dean, me siento ansioso. —Mientras fuese consentido y con amor, estaba bien. Pasarían los nervios, el más joven le presionó un beso contra la nariz, divertido.
—Eres tan lindo. —Él le apretó el trasero con fuerza, un jadeo fue contenido—. Pero debes dejar de seducirme de esa manera o no me podré controlar.
—¿Quién te está seduciendo? —La voz se le quebró, jamás lo admitiría, sin embargo, adoraba que lo manosease de esta manera. Lo hacía sentir deseable.
—Tú. —El condón fue abierto—. Ni siquiera te das cuenta pero lo haces. —Su alma se rebalsó de cosquillas, las mariposas le aletearon en el vientre. Estar tan enamorado era delirante. Él contuvo el aliento, observando como las gotas de sudor delineaban la imponente silueta del americano, desde su tonificado pecho hasta los huesos de su cadera, joder, la porcelana de su piel fue un contraste violento para tan vívido verde. Qué obsceno.
—Puedes hacerlo sin prepararme. —Él le abrió las piernas—. Puedes hacerme lo que quieras. —Tener a Eiji Okumura suplicando, con la entrada palpitante, con los pezones erguidos y una erección clamando por ser atendida. Maldición.
—¿Me deseas? —Él se inclinó, hambriento.
—Mucho. —Esta era una peligrosa adicción—. Te deseo, Aslan. —Él gimió cuando le mordió el interior del muslo—. Te amo. —De alguna manera eso fue más vergonzoso de confesar que el placer carnal. Aun cuando le estaba alzando las piernas sobre los hombros, él le devolvió una mirada tímida.
—También te amo. —Hasta las orejas le quemaron frente a tan agobiante sinceridad—. Voy a entrar. —Él jadeó sediento al sentir aquella caliente intromisión arremeter contra sus entrañas, su espalda se arqueó contra el colchón, los párpados le temblaron, estaba demasiado lleno.
—Más despacio. —Pero él le entrelazó la mano y le besó las mejillas para que olvidase el dolor.
—Te amo. —La presión fue insoportable, el corazón le martilló contra la razón—. Mi dulce, Eiji. —Bastaron esas palabras para que él moviese las caderas, clamando por más. Quería que lo destrozara.
Las manos de Aslan lo tomaron por la cintura, sus toques fueron una infinidad de placer contra su desnudes, los gemidos perecieron en un implacable vaivén entre sus lenguas, aquel aroma lo intoxicó, bajo ese masculino perfume, entremezclado con el sudor y el shampoo que compartían, olía a Ash Lynx, era simplemente vicioso. Él surcó cada rincón de su ser para que se fundiesen en este encuentro, su corazón taladró en la humedad de su pecho, ninguno se pudo separar bajo tanto placer. La erección fue inminente, el ardor destructivo. Él estaba realmente profundo.
—¡Ah! ¡A-Aslan!
Él le acarició desde el vientre hasta el trasero, una sonrisa socarrona chocó contra sus labios antes de que le separase aún más las nalgas para llegar hasta su punto de placer, el espasmo fue pura electricidad líquida, ya no estaba pensando, lo único que podía hacer era sucumbir ante tan intensas estocadas. Más, quería más. Él estaba al borde de la locura. El beso se rompió por la sinfonía de jadeos, esos mechones dorados se pegaron por culpa del sudor, aquella caliente erección se hizo aún más grande en su interior cuando se atrevió a besarle el cuello. Le gustaba mimarlo, hacerlo sentir amado y especial mientras lo follaba.
—E-Eiji... —El gruñido le erizó la columna vertebral, él se dejó caer encima del más alto, la ferocidad de sus latidos se fundió bajo la luna—. Me voy a correr. —Esa exquisita agonía fue compartida.
—Yo también. —Él no le quitó los ojos de encima, sus pies se retorcieron entre las sábanas cuando aumentó la intensidad de las estocadas. Tan implacable—. ¡Aslan! ¡Ah! —Pronto, el orgasmo los ahogó.
—¡E-Eiji! —Una embriagadora, ensordecedora y caliente sensación consiguió que las piernas le temblasen—. Solo un poco más. —La sangre le hirvió, la tensión fue asfixiante.
—¡A-Ah...! —Sucumbieron.
Con una última estocada ambos eyacularon antes de caer rendidos sobre las sábanas, aunque el semen le escurrió desde el trasero hacia los muslos aún no se quería levantar para limpiarse, porque los brazos de Aslan estaban más calentitos que las sábanas y los besitos que le daba en la cabeza para mimarlo se sentían demasiado bien. Esa noche fue diferente, era 20 de diciembre, estaban en verano, pronto sería Navidad.
—¿Satisfecho? —Ash se restregó con una sonrisa que solo podía ser descrita como adorable contra su pecho.
—Mucho. —La risita del moreno le cosquilleó en la cabeza, sus palmas se buscaron debajo de la almohada, sus piernas se enredaron en la comodidad de las frazadas—. Eiji... —El nombrado bajó el mentón, conteniendo una sonrisa ante tan desaliñada imagen, él era un desastre de sudor y cansancio.
—¿Sí? —La oscuridad del cuarto quedó impregnada de dorado.
—¿Qué es un alma gemela?
Las personas llegaban al mundo en una sola mitad, se convencían de que eran suficientes, se decían a sí mismas de que estaban bien. Dos palabras, una frase y una mentira. Quien completaba corazones con pedazos de promesas, inspiraba fuerza para que se borrase la imprudencia, esfumaba inseguridad para que floreciese la belleza, por quien el mundo cobraba sentido, como si todo lo previo hubiese sido insuficiente. Un vínculo irrompible, una pasión inefable. Lealtad absoluta y obediencia ciega. Solo que...
No.
—No lo sé. —Eran dos tontos enamorados, no entendían el misterio que las impresiones resguardaban, mucho menos eran capaces de expresar tan meliflua conexión luego de semejantes traumas—. Pero tú eres la mía, no me cabe duda. —La sonrisa de Ash fue tan bonita que le aceleró el corazón, él le besó la muñeca, conmocionado. El silencio fue arrebatador, los sentimientos insípidos.
—Me siento de la misma manera. —Ellos se acurrucaron en la tormenta —. Pase lo que pase, mi alma siempre está contigo. —Mientras ellos recogían sus pedazos se encontraron.
—Te amo, Aslan Jade Callenreese. —Al hacerlos encajar ellos comprendieron que eran fragmentos de lo mismo.
—Y yo a ti, Eiji Okumura.
Entonces...
¿Qué es un alma gemela?
Probablemente dos personas que están destinadas a enamorarse en cada una de sus vidas, sin embargo, aún no lo sabrían, tenían un largo camino que recorrer antes de averiguarlo.
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