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Capítulo 5.

¡Hola mis bonitos lectores! Mi semestre terminó por alargarse una semana, la belleza de la vida estudiantil, pero acá me tienen. Lo curioso de tener varias historias activas es que siempre me enganchó más escribiendo una, en este momento es esta. Así que quedo algo más largo.

Mil gracias a las personas que se toman el tiempo para leer.

Espero que les guste. ¡Muchas gracias!

Los ojos de Eiji Okumura eran los puntos suspensivos entre sus cuerpos y sus almas.

Entender sus emociones era parte del arte y la tragedia de su carrera, él sabía lo importante que era controlarlas para sacar conclusiones racionales y coherentes, no obstante, se le desconectó el corazón el instante que su consciencia entendió la situación. Ash Lynx no tenía un alma gemela, hilarante ¿no? Su mentón se dejó caer sobre sus rodillas, él abrazó sus piernas bajo el gélido de la madrugada y la desolación de la capital. Por más que él se tratase de convencer sobre lo insignificantes y molestas que resultaban aquellas letras sobre su muñeca, en el fondo él lo deseaba. Conocer al lince de Nueva York había sido una sofocante sinestesia para su realidad.

Él era una persona dolorosa, cruel, solitaria y hermosa. Él quería protegerlo. Él pretendía ser quien lo sacase de eso, sin embargo, todo era su capricho. Y eso le dolía. Sí, él sentía que le habían abierto el pecho para llenarlo de espinas y veneno. Sus dedos recorrieron su impresión, nostálgico. Que decepción. Él ya no codiciaba pensar en aquel rechazo o en su carrera. Él solo quería ahogarse en su miseria. Suspiró. Su garganta se había llenado de pétalos de margaritas. Eran inocencia, alegría y pureza. Se habían marchitó. Él anheló, contemplando el vacío y la soledad de la ciudad. Haberse escondido en el techo no había sido su idea más inteligente. Él se mordió el labio, con frustración. Tampoco lo había sido apasionarse por un completo desconocido. Brillante, ahora todos sus diplomas parecían ser de juguete. ¿Dónde se había ido su inteligencia? La quería de regreso.

—Hey. —La piel del japonés se erizó bajo la brisa y la melodía de la añoranza, él se dio vueltas, esperando que fuese él quien lo buscase—. Llevas horas en este berrinche, ya es molesto. —No lo era. Aun en aquella decadente y deteriorada azotea la silueta de Yut-Lung Lee lucía bella y elegante. Lo peligroso era hermoso.

—Quiero estar solo. —Lo frágil también. Eiji se volvió a hacer un ovillo, sus pies rozaron los bordes del edificio, con torpeza, su barbilla se ocultó en el refugio que él había construido con sus brazos sobre sus piernas. Él parecía haber olvidado la aversión que le tenía a las alturas por culpa de la pena—. Vete por favor. —Poco le importó estar pendiendo veinte pisos en el aire cuando no tenía alma gemela.

—Oye. —El de ascendencia china se acarició el ceño, frustrado. No le pagaban lo suficiente para hacer de niñera. Alto. Su novio ni siquiera le pagaba—. No te sientas triste. —Él se tiró la cara, frustrado. Era malo dando palabras de aliento y era peor recibiéndolas—. Anímate. —Ese psicólogo no le gustaba.

—Sé que es tonto sentirse de esta manera. —Ante los ojos del joven Lee, aquel chico era torpe, irracional e ingenuo. Toda una molestia. Además había captado la atención del lince—. Pero no puedo evitarlo. —Sin embargo, ahí estaba, acomodándose a su lado para consolarlo con un par de palmadas en la espalda.

—Entiendo cómo te sientes. —Él lucía frágil, por eso no podía odiarlo—. Me golpeó de la misma manera enterarme. —Irónico. Las serpientes paralizaban a sus víctimas con veneno para que estas no se pudiesen defender, no obstante, él era quien se sentía indefenso bajo los ojos del japonés.

—¿Ya lo sabías? —La presencia de Eiji Okumura incitaba dos tipos de reacciones. Él hacía que las personas lo deseasen proteger o las orillaba para destrozarlo y acabar con él.

—Claro que lo sabía. —Yut-Lung Lee era del último tipo—. Solo no me gusta hablar de eso. —Sin embargo, por esa mañana ellos fueron lo mismo. La brisa fue un frío beso de realidad, el silencio en aquella desbaratada construcción fue relajante y agradable. Como sino estuviesen en el mundo.

—Entiendo los motivos que Arthur tuvo para decírmelo, pero... —Eiji hundió sus dedos en sus hombros, como si con esa acción él pudiese protegerse de sí mismo. De los demás—. Fue humillante la manera en que lo hizo. —El ceño se le tensó, la jaqueca le martilló—. El resto de la pandilla parecía sorprendida. —El más joven apoyó sus palmas contra el hormigón, las piernas le colgaron en aquel edificio, fue una sensación vertiginosa y excitante.

—Ese era un secreto entre Ash y yo. —Esa confesión fue incómoda para los dos—. No sé cómo ese tipo se llegó a enterar. —El maldito delincuente era todo un problema. El resentimiento que le tenía al lince de Nueva York era casi tan evidente como su envidia.

—¿Realmente se olvidaron de él por tres días? —Yut-Lung Lee quiso sentir pena o empatía por la situación del aludido—. Tuve que sacarlo yo. —Sin embargo, él solo rio. No le gustaba ese sujeto y no se molestaría en pretenderlo. Ese no era su estilo.

—Así que por ayudarlo acabaste aquí. —Las facciones del más bajo se suavizaron frente a la vergüenza pintada en el contrario. El amanecer comenzó a fulgurar entre ellos dos—. ¿Te doy un consejo, niño? —Las cejas de Eiji tiritaron al ser tratado como un mocoso por alguien menor—. No intentes domesticar al lince. —La ciudad susurró cientos de secretos que ellos no pudieron comprender. Eran instantes.

—Hablas como si ya lo hubieses intentado. —El japonés dejó que una de sus piernas pendiese en el abismo, la otra la atrajo hacia su pecho, la ansiedad en su sangre fue tan burbujeante como su curiosidad—. ¿Sigues tratando de hacerlo? —La contaminación y la corrupción fueron nubes a esa altura. El más bajo chistó.

—Eres todo un entrometido. —Pero no le molestó—. Supongo que estamos en el mismo barco. —El tiempo se paralizó en el esplendor de una mirada. Eléctrica y delicada—. Ambos anhelamos ser la otra mitad de alguien que ya está completo. —Escuchar la verdad fue como un golpe para el psicólogo. Sus entrañas fueron maraña de caos, su respiración caliente y pesada. Mierda, le dolió.

—Y aun así estas con él como su pareja. —Eiji se sentía perdido en su propia vida, como si fuese un pequeño velero en un turbulento océano de brea—. ¿Puedes al menos contarme lo que está sucediendo? Estoy perdido. —Él no veía ni el comienzo ni el final. Solo estaba suspendido. El contrario dejó escapar una risilla frente a tan inocente petición. Ese idiota no sabía en lo que se estaba metiendo.

—Bien. —No le importaba lo suficiente—. Supongo que tienes el derecho a saber si ya estas metido en esto. —Sino le importaba ¿Por qué se aferraba tanto? La cordura se le impregnó de cigarrillos y arrepentimiento. Sus labios tiritaron antes de quebrarse—. Ash tenía un hermano mayor a quien adoraba. —Su expresión fue abrumadora y desolada. Recordarlo era tan azul—. Él era un buen hombre, él cuidó de Ash aun siendo un niño. —Sus uñas se hundieron en el concreto, la garganta se le cerró con filo—. Él realmente lo amaba. —Eiji ni siquiera pudo comprender sus propias emociones.

—Él me dio esa impresión. —Él se había visto arrastrado por la reminiscencia de un fantasma.

—Supongo que sí. —Los ojos del más joven se cerraron, con suavidad. La verdad fue un ancla, el pasado una tormenta—. Un día, mientras él trataba de convencer a Ash para que fuese a una universidad local él conoció a su alma gemela. —Se les erizó la piel al escuchar esa palabra. Era tabú—. Ella era una profesora. —Su sonrisa fue un mal presentimiento—. Ellos se enamoraron al instante, él quedó completamente encantado con esa mujer. —Yut-Lung Lee se había ensimismado en el relato de un error. Su novio ya no hablaba de su hermano. Y eso le dolía.

—No entiendo dónde está lo malo. —El desdén y el rencor que esas orbes le regalaron cuando se encontraron lo paralizó.

—Ella trabajaba para Dino Golzine. —La mandíbula se le tensó, sus uñas se incrustaron dentro de sus puños, su voz fue ácido—. Enseñar en la universidad era solo una farsa para encubrir mierda, y como Ash no quería dejar a su hermano solo en eso, él acabó involucrándose con ese asqueroso sujeto. —Eiji contuvo una arcada con el dorso de su palma al recordar la sensación que le generó ver esa fotografía. Él era una mala persona. No. Él era un monstruo.

—Yo... —Él no lo conocía pero lo sabía—. Entiendo lo que es dejarse arrastrar por la impresión. —Él no tenía las palabras correctas pero lo intentaba. La frustración en las facciones del más bajo se suavizó. Él también lo comprendía.

—Esa mujer lo asesinó. —Los gritos, la sangre y la pérdida del brillo en aquellos ojos aún lo atormentaban—. Luego Dino Golzine la mató a ella. —Su carcajada fue histérica y maniática, él presionó su ceño con violencia, deseando que esto parara—. Ash no lo soportó y cometió traición. —Pero ya estaban hasta el cuello. ¿Cuánto más podrían aguantar? Los labios del japonés cosquillearon, impacientes.

—¿Griffin era el nombre de su hermano? —El contrario no pudo disimular la sorpresa. Que amargo fue tener la certeza de que él si compartía una conexión especial con el lince de Nueva York.

—Lo era. —Por alguna razón escuchar aquel nombre lo hizo querer llorar—. Pero no le gusta mencionarlo. —El japonés se volvió a abrazar, sintiéndose pequeño y miserable en un mundo que había perdido sentido y color. Que ignorante era él.

—Él lo debió haber amado mucho. —Sentir a Ash Lynx era como tener una navaja incrustada en medio del pecho—. Pero no me gusta que él se esté involucrando con ese hombre, me da un mal presentimiento. —Y saber que al retirarla no se detendría el sangrar—. También debió ser difícil para ti.

Yut-Lung Lee fue un dilema.

¿Cómo odiar a aquel estúpido chico cuando eran lo mismo?

—¿Para mí? —Cuando él había esperado esas palabras toda una vida, ¡no! Él era fuerte, egoísta y resiliente. No necesitaba compasión.

—Realmente debes quererlo como para haber cometido traición con él. —Él era débil. Era tan débil que se quebraba cada noche un poco más. Pero nadie lo notaba—. Eres un buen novio para él, son una bonita pareja. —Y que no lo viesen solo lo mataba un poco más, era un círculo vicioso. El amor de Ash Lynx era un agujero negro. Lo había dejado sin nada—. Gracias por apoyarlo cuando yo no pude hacerlo. —El rostro le ardió, su cuerpo fue cosquillas, él lo apartó, aterrado. Su corazón retumbó con fuerza.

—¡No uses esos trucos mentales conmigo! —Él se cruzó los brazos sobre el pecho, ofendido. Eiji no pudo hacer más que reír. Yut-Lung Lee parecía haber tenido una vida difícil. Necesitaba un amigo.

—No son trucos, se llama tener empatía humana. —El más joven bufó, sintiéndose estúpido. Le había dicho todo a su autoproclamado némesis. Él definitivamente lo había engañado con esa cara de bobo y esa charlatanería emocional—. ¿Puedo saber qué dice tu impresión para que pienses que es Ash? —Antes de que el de cabello largo se pudiese burlar, el japonés enrolló su polera, mostrándole su muñeca como si no fuese nada. Aquella confianza fue abrumadora.

—Amanecer.

Yut-Lung Lee se odió por pensarlo, no obstante, aquella palabra le sentaba al bruto de su novio. Él suspiró, resignado, para arremangarse el suéter y dejar expuesto su secreto. El aire fue estática entre ellos dos. Las yemas de Eiji contra sus letras fueron sofocantes.

—Salvación. —La mirada que el japonés le entregó... —. Supongo que hasta las personas más fuertes la necesitan. —Los labios del chino fueron un nudo. ¿De qué clase de caricatura había salido él?

—Solo anímate o te dejaremos aquí con la basura. —Arrietty y el mundo de los diminutos había perdido un extra.

Los ojos de Yut-Lung Lee eran punto seguido para la tragedia y el romance.

La pandilla estaba hecha un desastre en el piso de abajo. Decenas de carpetas, ropa y armamento se habían mezclado en cajas de madera y bolsos de tela. Su huida se había visto retrasada por culpa de aquella incómoda confrontación. Yut-Lung Lee suspiró, apretándose el ceño. En una de las esquinas, jugueteando con una navaja mientras vislumbraba el caos estaba Arthur. Omnipotente, altivo y ególatra. Las piernas del más bajo fueron un tembloroso crujir de hojas bajo los reflectores de aquel psicópata. Ese sujeto siempre había envidiado las cosas de Ash. Él le guiñó el ojo, divertido. Por eso ni siquiera le daría oportunidad para acercársele al japonés, ellos ya tenían suficientes problemas como para que el pandillero se pusiese a jugar ruleta rusa. Lo ignoró.

La peste de los escombros y los residuos de la humedad fueron insoportables cuando él llegó a la improvisada oficina de su pareja. Ash se encontraba en el suelo con un ordenador encima de su regazo, colillas de cigarrillos, madera podrida, y latas de café, le conferían todo un ambiente al lugar. Él carraspeó para ser ignorado, aunque las manos del rubio se encontraban sobre el teclado, su mundo se había paralizado. El más bajo rodó los ojos, fastidiado, por supuesto le había afectado que el psicólogo se enterase de su secreto, él clavó sus uñas sobre sus hombros, sus dientes hicieron presión hasta saborear óxido. Si bien él sabía que el lince de Nueva York carecía de alma gemela, ellos le molestaban. Una maldición.

—Si sigues trabajando tan lento no nos iremos nunca de aquí. —Escuchar la voz de su amante fue una sensación extraña e irreal. Ash Lynx no estaba concentrado en el escape o la traición. Lo único que su mente podía recordar era la expresión de Eiji cuando vio su muñeca. Triste, desolada y compasiva.

—Lo sé. —Su corazón nunca había dolido tanto como cuando contempló el rostro del japonés—. Ya casi termino de apagar las cámaras de la autopista. —Aquel chico lo había sacado de su zona de confort para convertirlo en esto. Ni siquiera estaba presionando los botones correctos en el computador. Un desastre.

—No te mostraste tan afectado cuando yo me enteré de que no tenías impresión. —Yut-Lung Lee no pretendía sonar resentido con esas palabras—. Yo soy quien te ha estado apoyando todos estos años, no él. —Sin embargo, estaba herido. El polvo se les metió en los pulmones. El aire fue filoso y pesado.

—Yut... —El rubio no sabía cómo manejar el temperamento de su pareja. Era explosivo, histriónico y exagerado—. Esto es diferente. —Aquella respuesta solo tensó esas delicadas facciones. La belleza se deformó a ira. La ira a celos. Los celos a muerte—. Él es alguien normal. —Y fue el colmo para el de ascendencia china, él carcajeó, maniático y colérico. La música fue fúnebre esa mañana. El viento se quejó.

—Cierto, había olvidado que era todo un fenómeno. —El más joven amaba emborracharse con odio.

—Yut. —Aborrecer le daba una razón para sobrevivir. Él era un animal del bajo mundo. Lo eran los dos.

—Gracias por recordármelo, cariño. —Su estómago fue un alarido agonizante, la espalda le quemó, sus latidos fueron vidrio roto—. Yo. —Curioso. Él debería haberse frustrado con aquel estúpido japonés por haberse interpuesto en su perfecta fachada de mentiras—. Que no se te olvide que todos estamos arriesgando el cuello por ti. —No obstante, lo despreció a él.

—Estoy tratando de concentrarme, tú fuiste quien llegó buscando pelea. —Él de cabello largo negó. Las cosas siempre habían sido así—. ¿Puedes dejarme solo? —Él había seguido a Ash de manera incondicional porque él era su alma gemela, no obstante, ahora se sentía enfermo.

¿Por qué un maldito desconocido lo había tenido que consolar cuando su propio novio era incapaz de hacerlo?

—¿Eso es todo lo que me dirás luego de que recogí tus pedazos con una pala? —¿Por qué él tenía que quedarse a apoyar al gran lince de Nueva York cuando él nunca le devolvió un te amo? Estaba hastiado—. Fui yo quien planeó todo esto. —¡Oh! Pero Ash Lynx era su maldita salvación. Él estaba obligado a amarlo aunque tuviese su indiferencia llenándole la garganta de mierda.

—Pareces enojado. —Y él ni siquiera lo entendía. Ja. Sus brazos pendieron entre el aire y la decepción—. ¿Dije algo malo? —Que desperdicio. Los mejores años de su vida por ese idiota.

—Recuerda que haces esto por Griffin. —Si iba a caer se lo llevaría al infierno—. Que no sea en vano. —Si trataba de huir le clavaría los colmillos. No era justo. Y Yut-Lung Lee estaba enfermo de eso.

—Lo sé. —Para Ash la mente de su pareja era una caja de pandora. Él temía abrirla y tener que encarar el caos—. ¿Crees que vamos por la dirección correcta? —No. Él era demasiado cobarde como para hacerlo. Era mucho más fácil darlo por sentado. El contrario relajó sus hombros, tratando de ser racional.

—¿Realmente estas convencido con esto? —Su respiración fue un lejano eco bajo el escándalo de la pandilla. El aroma a cigarrillos fue vicioso sobre el moho y la basura—. ¿Realmente crees que alguien puede manipular las impresiones? —No. Él no estaba seguro de eso, sin embargo...

—Sí. —Se necesitaba de un poco de nervio y locura para empezar a creer—. Esa mujer no pudo ser el alma gemela de Griffin. —El más delgado se dejó caer sobre una pared solo para saltar asqueado, mugre se le había pegado al suéter. Genial, era su favorito—. Es imposible que tu otra mitad te haga tanto daño. —El más joven quiso carcajear frente a lo irónica que le pareció la situación. Pero no lo hizo. Él sabía lo que significaba para el lince su hermano mayor.

—Te seguiremos a donde quieras ir. —La atmósfera se relajó entre ellos dos. El más alto cerró el computador, constipado. Los ojos del japonés le habían dejado un amargo cosquilleo dentro del pecho. Le quemaba cada vez que respiraba. Le dolía porque él no estaba. Pero no. Debía ignorarlo.

—Gracias. —La vergüenza fue una sensación ridícula entre ellos dos. Fue intensa y magnética—. Lo siento si a veces parece que te doy por sentado. —Las personas eran instantes y sueños. Eran memorias y lamentos. Por esta clase de momentos ellos se aferraban a la tragedia y a la desesperación. Tonto, ¿no?

—Ni lo menciones.

Antes de que Yut-Lung Lee pudiese decir más la estruendosa melodía de su teléfono terminó con el romance sin haberle dado oportunidad para comenzar. Él chasqueó la lengua, sacando el celular de su pantalón. La expresión que él esbozó paralizó tiempo y sensatez, venas de ira se le marcaron en la frente, la mandíbula se le frunció, su palma apretó el aparato hasta craquelar la carcasa.

—Blanca.

Los ojos de Shorter Wong eran un punto aparte para los sueños y la realidad.

Del otro lado de la ciudad, con su última neurona luchando para no perecer en este lío, padecía un oficial de policía. Sin intercambiar otra palabra o pedir más explicación él siguió a aquel corpulento sujeto hacia una cafetería, una librería y un parque. Él estaba demasiado incómodo como para romper el misterio de la atmósfera o irrumpir los insufribles monólogos de ese tipejo. Habían pasado toda la noche juntos sin entablar una conversación real y ahora el moreno se profesaba atropellado; el cuerpo le dolía, los ojos le pesaban, sus pensamientos no terminaban de hacer sinapsis frente a las habladurías de ese sujeto. Su voz fue un martillo, su voluntad tenía resaca.

Él solo quería traer a Eiji de regreso. ¿Por qué el mundo le seguía poniendo delincuentes americanos de por medio? Que malicioso era el escritor de su vida. Sus pies se hundieron sobre el pasto, su nuca colgó en el respaldo de hierro de la banca. El trinar de los pájaros le resultó molesto junto al rocío de los árboles. Ese hombre llevaba horas balbuceando acerca de libros en esa plaza. Él se estiró las ojeras. Insufrible.

—Entonces... —Shorter no pudo soportar más escuchar sobre las islas en el golfo o las nieves del Kilimanjaro—. Aún no me has dicho por qué Yut-Lung Lee es una persona frágil. —Su cabeza era un matorral de jaqueca y sueño. Blanca apoyó sus manos sobre su sombrero, divertido.

—¿Me seguiste por eso? Pensé que estabas interesado en nuestra conversación. —La paciencia no era un valor que le hubiesen enseñado en la estación de policía. El ojo le palpitó. Calma.

—¿Puedes decírmelo ahora? —Aunque el moreno era una persona virtuosa, sentía que su moralidad estaba pendiendo de un hilo—. Por favor. —El cantar de las aves fue un picoteo sobre su oreja.

—Tendrás la oportunidad para hacer las cosas a tu manera, chico. —La seguridad y el resplandor en la sonrisa del más alto fueron una bofetada—. Pero sí tengo que pedirte algo antes de que llegue el diablo. —Sus reclamos perecieron en su garganta frente a la seriedad que se grabó en aquellas masculinas facciones. Blanca trató de poner sus pensamientos en orden, sus yemas hicieron fricción contra el borde de su sombrero, él no se podía volver a arriesgar. No podía perderlos—. Quiero pedirte que los vigiles por mí. —Y aunque no confiaba en aquel desconocido, al haber pasado las últimas diez horas juntos, él comprobó que no era una mala persona. Quizás era lo que necesitaba Yut-Lung.

—¿Yo? —Tal vez podría animar a Ash. Él asintió, convencido.

—Ellos no me dejaran seguirlos, los conozco lo suficiente para saberlo. —La terquedad del joven Lee era tan admirable como molesta—. Pero contigo creo que existe esa posibilidad. —El moreno se frotó los párpados, con violencia. Él carcajeó sin gracia. Él soñó despierto. Debió haber escuchado mal.

—¿Por qué crees que ellos me dejaran ir? —No. Esa no era la pregunta—. ¿Por qué crees que me interesa ir? —No, esa tampoco era. Pero él era demasiado cobarde como para pronunciar la correcta.

—Porque suele ser más frágil quien menos lo aparenta. —El cosquilleo en su muñeca le impidió hablar. Había algo en los ojos de aquella belleza que lo desconcertaba. Eran venenos, peligrosos y recios.

—¡Blanca! —Eran mucho más—. ¿Cómo pudiste instalar un rastreador en mi teléfono?

El nombrado sonrió al haber convocado al diablo con éxito. Todo el cuerpo del moreno se tensó cuando se volvió a encontrar con aquel chico. Y fue como la primera vez. El mundo, los colores, el tiempo se convirtieron en irrelevantes frente a él. Los latidos le retumbaron con violencia en la cabeza.

—Sabía que con eso vendrías. —Para Serguéi Varishkov siempre era gracioso vislumbrar frustración en esas bonitas facciones, era encender fuego en un lienzo. Tan etéreo. El más joven le arrojó el celular, histérico—. Calma, solo quiero hablar. —Todo su cuerpo estaba temblando a causa de la ira. Aquella no había sido su mañana. Seguramente Ash había ido a buscar a Eiji, él odiaba esa idea.

—Entonces. —Algunos corredores mañaneros se detuvieron para mirar con curiosidad aquella escena—. Habla. —Blanca apoyó su brazo sobre los hombros de Shorter, el tacto fue incómodo para todos los presentes. Ni siquiera los lentes de sol lo disimularon.

—Este chico quiere a su amigo de regreso. —Las palmadas del más alto sobre la espalda del moreno se sintieron como pesados bloques de concreto—. Llévalo contigo.

La sangre le hirvió al más bajo, el sudor le escurrió de la frente hacia el cuello. Él había tenido que consolar a su némesis y soportar los lloriqueos de su pareja durante las últimas horas, ¡esto debía ser una maldita broma!

—Por lo que Shorter me contó, su amigo es terco y no se ira a menos que lo escuche a él. —Pero Blanca tenía razón. Ese niño no se movería del lado de Ash con tanta facilidad.

—Bien. —Los celos y la codicia tuvieron la victoria esa mañana—. Si con eso nos dejas en paz, él puede venir. —El más alto extendió las palmas en el aire, indefenso.

—Es una promesa, ya no interferiré en sus planes. —Serguéi Varishkov decidió confiarle a aquel oficial de policía las dos personas más importantes en su vida. Esperaba que no fuese en vano. Yut-Lung Lee les dio la espalda, bajo la ferocidad de una mirada Shorter comprendió que lo debía seguir.

—Perdón... —El moreno no sabía cómo acercarse, la fragilidad le parecía inaccesible e irreal—. ¿Quién es exactamente ese sujeto? —Los pasos del más bajo cesaron, él se dio vueltas, con lentitud. Una traviesa y divertida sonrisa le fue regalada al más alto, toda su mente hizo corto circuito frente a esa clase de expresión. Pero él era heterosexual. Estaba seguro de eso. Su alma gemela era una mujer.

—¿Para mí o para Ash? —¿Entonces por qué lo había comenzado a buscar de manera obsesiva?

—Para ti. —Casi religiosa. El de cabello largo frunció los labios. ¿Cómo ponerle una etiqueta a algo tan vasto y complicado como esa relación?

—Se podría decir que es mi ex. —Por ahora eso bastaría.

Los ojos Ash Lynx eran el punto final de la noche.

Ambos se anhelaron bajo el velo del destino. Aunque el gran lince de Nueva York se inventó miles de excusas para acercarse a aquel japonés, él acabó estancado en la desesperación. Él no lo entendía. Aquel chico lo hacía sentir nervioso, su sangre burbujeaba con una intoxicante y adictiva ferocidad cuando ellos se contemplaban, cada vez que lo miraba su corazón y su mente se terminaban por apagar en una especie de traición. Él solo quedaba varado dentro de esas eternas orbes de estrellas, completamente embelesado por una sonrisa de ensueño e hipnotizado por la melodía de altamar. Él era peligroso. Su presencia lo hacía sentir completo, casi humano. Y eso no le gustaba, al contrario, lo aterraba. Sin embargo, Eiji era una persona terca e impulsiva.

Con una lata de café entre las manos y una melancólica zozobra en el espíritu, él irrumpió en aquella improvisada oficina. Para Ash Lynx fue como perder el tren de la realidad. Encontrarse con los ojos de ese chico fue una sensación curiosa y abrumadora. Los latidos se le hiperventilaron, su respiración fue un nudo de codicia, sus labios se llenaron de afán, el mundo quedó encantado con esa risilla. Él era tan lindo que no lo podía soportar. Pero no. Cada rayo de amanecer se posó entre las pestañas del más bajo y el rubor de sus mejillas, el rubio tragó, sabiendo que estaba jodido. Él se había enviciado con aquel desconocido. Y dicha adicción sería fatal.

—Bones me dijo que no habías comido nada así que te traje esto. —El más alto ni siquiera tuvo oportunidad para reaccionar, él ya había abandonado sus responsabilidades para hacerle espacio al japonés. Con un tímido gesto de manos él le pidió que se acomodase a su costado.

—Gracias. —Sus soplos fueron una densa bruma de ansiedad, Eiji se dejó caer al lado de Ash, sus zapatos se arrastraron entre colillas de cigarrillos y centenares de hojas arrugadas.

—Así que tú y tu pandilla se van a ir. —Aun en aquel decadente y viejo edificio, la atmósfera tuvo chispas de romance—. Lamento haber retrasado su salida con todo esto. —Las mejillas del japonés fueron una delicada capa de verano, sus labios un iluso trepidar. Sus espaldas se deslizaron por una húmeda y áspera pared, la ciudad parecía diferente frente a aquella ventana.

Casi hermosa.

—Necesitábamos más tiempo para hacer las cosas bien. —Un estrepitoso palpitar retumbó bajo la reminiscencia de la fantasía, cuando sus hombros se rozaron ellos se paralizaron. Tan tonto—. Además dejar a Arthur a su suerte fue una mala decisión. —Ellos eran dos hombres adultos y experimentados. Que ridículo sería sentirse nerviosos por una caricia accidental, no obstante, ahí estaban.

—¿Llevan mucho tiempo atrapados en esa rivalidad? —Siendo deseos y desastres, intoxicándose en la sublimidad de un instante que no debía pasar—. Se nota que no se agradan. —El más alto se relajó, dejando que su peso reposase sobre el contrario. El rostro le ardió. Eran escarlata y ansiedad. Eran persecuciones e imposibles. Eran tanto y nada.

—Desde que lo puedo recordar. —Ash frunció la boca, presionando sus párpados con suavidad—. Siempre hemos sido así. —La fragancia de aquel chico se le había impregnado en el alma. Era delicada y adictiva. Pero no. No podía. Se acercó más—. ¿Pudiste diagnosticarle algún trastorno raro? —Aunque Eiji odiaba esa clase de preguntas, escucharla de él le causó gracia, sus zapatos chocaron por accidente. Su nariz quemó.

—Sería un mal profesional si te dijera eso. —Su estómago se llenó de un ligero aleteo, la muñeca le ardió, el aroma a margaritas fue agradable bajo el musitar de la brisa y la magia. A Ash esa respuesta le dio ternura. Aquel chico era extraño. Lo hacía sentir normal.

—¿Siempre quisiste estudiar eso? —El gran lince de Nueva York era una persona orgullosa, él no quería saber de los demás, él era inaccesible y altivo. Él era el rey—. Psicología suena interesante. —No obstante, acá estaba, deseando estar más cerca de él. Su mente era claridad al lado del japonés.

—¿La verdad? —Esa fue la primera mirada que ellos se atrevieron a intercambiar—. No. —No se pudieron separar. Conocer los ojos del contrario fue hipnótico e irreal. Fue una risa incómoda y vergüenza juvenil—. Yo quería saltar la pértiga. —El mundo había desaparecido para que solo existiesen ellos dos. Ya no escuchaban a la pandilla, ya no eran participe del caos, solo eran eso. Seductor.

—¿Pertiguista? —La presión que Ash sintió en su pecho fue insoportable y desalmada. La expresión de Eiji; tan triste, desolada y solitaria. Él se mordió el labio, queriendo acercarse—. ¿Por qué no pasó? —Sin embargo, acercarse podría costarle el corazón. Y él no estaba dispuesto a eso.

—Bueno... —Aunque aquella era una conversación que él más bajo no quería tener, él se dejó arrastrar por su amanecer—. Conocí a Shorter por accidente en la universidad, él y yo acabamos compartiendo una clase y terminamos siendo buenos amigos para el final del semestre. —El rubio no pudo apartar su atención de él. Eiji Okumura era un cuadro celestial bajo la timidez del sol y el fulgor de la libertad. Le costó respirar—. Pero él era el líder de una banda de criminales. —El aleteo de sus pestañas fue suave, casi ficticio. Su voz fue un delicado eco en la mente del americano. Sus manos temblaron sobre su regazo con ansiedad.

—¿El policía? —Poco le importaba aquel sujeto, pero quería escucharlo hablar más.

—Sí. —Sus alientos se entremezclaron bajo escarcha y expectación—. De alguna manera acabé involucrado en una pelea entre las diferentes bandas, y tratando de detener a Shorter él me empujó por las escaleras. —Las palmas del más bajo presionaron su tobillo, con melancolía—. Fue un accidente, pero nunca me pude recuperar por completo de esa lesión. —Acariciar el cielo y perderse entre las nubes ahora era un lejano y triste sueño. Todo Ash se estremeció frente a tan afligida expresión. Él no quería verlo de esa manera.

—¿No le guardas rencor por eso? —Era un dolor que él jamás había experimentado. Le había revuelto las entrañas y estrellado los pensamientos.

—Le guardo rencor por dejar su ropa tirada por todo el apartamento. —Las cejas del más bajo se tensaron, constipadas—. Por tomarse todo el café y jamás reemplazarlo, o por burlarse de Max cuando él empezó a perder el cabello. —Los hombros de Eiji se relajaron, la calidez de aquel hombre había calado entre sus grietas y el dolor para reconfortarlo—. Pero no por eso.

Y Ash no entendió.

—¿Todos los japoneses son así? —La piel se le erizó bajo tan hermosa sonrisa.

—No lo sé. —Su cara cosquilleó, sus piernas golpearon con nervio el suelo, el viento fue castillos en el aire—. ¿Tú qué querías ser? —Nunca nadie se había interesado por su vida personal. Lo habían convertido en un delincuente, sería ridículo hacerlo.

—Nunca me detuve a pensarlo con seriedad. —No obstante, él le estaba extendiendo esos pedazos a Eiji sin siquiera meditarlo. Algo lo atraía hacia las llamas como un imán—. Pero siempre pensé que habría sido un buen doctor. —La altanería y el orgullo en aquella masculina voz hicieron feliz al más bajo.

—Habrías sido un doctor popular. —Ash levantó una ceja, divertido. Esto era relajante.

—¿Me estás diciendo guapo? —El carmín en el rostro del contrario le pareció lindo—. No te culparía por hacerlo. —Tan inocente.

—¿Acaso lo he negado? —Eiji Okumura no era la persona que él estaba esperando. El americano se atragantó con su propio aliento, sus ojos recorrieron de manera frenética el cuarto, buscando algo para cambiar de tema.

—Hasta tus manos son pequeñas. —Eso fue lo mejor que él pudo pensar—. Parecen de niño. —El aludido se miró las palmas, las tenía rotas y manchadas por culpa de esa construcción.

—Son el promedio. —La sonrisa del lince le generó un escalofrío. Que molesto—. En japón lo son. —Él frunció la boca, divertido por el repentino orgullo que mostró su acompañante. Lindo.

—Ahora que lo pienso, eres bastante diminuto para ser un hombre adulto. —El entrecejo del más bajo tembló, la cabeza le martilló con fastidio, sin pedirle permiso él tomó la mano de Ash para compararla, la diferencia solo lo humilló más—. Supongo que ya no creciste, que lástima. —El rubio sonrió, victorioso. Eran un conejo y un lince. Pero Eiji no caería solo en la vergüenza.

—¿Sabes? En psicología hay una teoría que dice que el tamaño de la mano es proporcional al ego. —El rostro del rubio fue un poema frente a la seriedad que le regaló aquel chico. Todo un profesional—. Yo me preocuparía por la cantidad de narcisismo que debe haber en tu personalidad, es peligrosa. —La expresión que él le regaló fue adorable.

—¿De verdad es preocupante? —Eiji se apretó el estómago con fuerza, intentando contener una carcajada para fracasar, la estridencia de su risa fue humillante para el más alto, hasta las orejas le enrojecieron al haber caído por algo tan estúpido.

—Tienes un lado ingenuo. —La cara le quemó, la piel le hormigueó—. Eso es lindo. —El rubio atrapó la palma del contrario, la atmósfera cambió. De sonrisas el japonés pasó a ahogarse con nervios. El tacto fue eléctrico y peligroso. Magnético.

—¿No es la obligación de un psicólogo tener que ser sincero? —Ash solo se dio cuenta del ambiente al mirarlo a los ojos. No pudo respirar, no pudo pensar, no pudo soltarlo. El corazón se le atoró en la garganta—. Yo... —Su voz fue un desesperado tartamudeo. Sus narices se rozaron, con timidez—. ¿No te decepcionó saber que yo no tenía un alma gemela? —La fusión entre sus alientos fue un descarado coqueteo. Las facciones del psicólogo se relajaron, el toque entre sus manos fue peligroso.

—¿Por qué tendría que decepcionarme de ti? —La otra de palma de Eiji se encontraba apoyada contra el suelo, sosteniéndolo, tener al lince tan cerca era embriagador. Las orbes de Ash fueron eminente vicio.

—Yo sé que has visto cosas. —La culpa fue un decadente trago de absenta, la brisa removió las colillas y la humedad—. Cosas de mí que no tendrías que haber visto. —El más bajo le acarició el rostro, captando su atención. Tensión.

—¿Te sientes listo para hablar de esto? —El rubio negó, sintiéndose vulnerable y pequeño frente a la infinidad de ese cielo—. Entonces cuéntamelo cuando sí te sientas listo, no te presionare. —Y en el gélido del tiempo Ash lo comprendió. Eiji Okumura no era una persona extraña por ser japonés. No.

—Gracias. —Él era extraño porque era él—. ¿Por qué seguiste a Arthur? Pudiste dejarlo ahí —Él era la clase de persona de la que se debía mantener alejado. Eran sol y luna. Eran bondad y malicia.

—Porque te quería volver a ver, Ash. —Eran un lío que a él le daba miedo desenredar—. Fui imprudente. —Pero quería. El más alto apretó la mano del contrario, con suavidad. Era aterradora la tranquilidad que él le traía. Era dolorosa.

—Eiji... —Él no tenía tiempo para distracciones. No. Esto no era un juego. Dino Golzine era un hombre peligroso—. ¿Quieres venir con nosotros ahora que estas involucrado en esto? —Sin embargo, él tuvo el presentimiento de que ya no lo podría dejar.

Y era estúpido, impulsivo e imprudente. Él le estaba pidiendo a un hombre decente que dejase una vida reconfortante y normal para quitarse aquella pesada y agobiante sensación de soledad, ¡No! Eso nunca ocurriría.

—Pensé que tendría que insistirte más. —No obstante, Eiji Okumura era alguien a quien no podía descifrar—. Prometo no estorbar. —Él estaba dispuesto a abandonar su vida por un caso perdido. Ridículo, ¿no? Casi le hizo creer que las buenas personas eran más que leyendas.

—Apenas te conviertas en una carga estas fuera. —Él casi lo convenció de que la estridencia de sus latidos era por él y no por un repentino ataque de taquicardia.

—Bien, me gustan los desafíos. —Pero ellos se aferraron a aquel frágil agarre de manos. Ignorando el peso del fracaso y vendiéndose a la imprudencia.

Porque sus ojos eran los puntos suspendidos en sus almas ellos escogieron ponerlos bajo signos de interrogación.

Y con esto la trama zarpa hacia altamar.

Espero que haya sido de su agrado, mil gracias a las personas que se tomaron el tiempo para leer esta pequeña historia.

Nos deberíamos ver la otra semana, ¡Muchas gracias!

¡Cuídense! y revisen su cuenta, que esta mujer casi la pierde por pura tragedia.

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