Capítulo 4.
¡Hola mis preciosos lectores!
Porque esta mujer lidia con su estrés de fin de semestre escribiendo, traigo capítulo.
Muchas gracias a las personas que se toman el tiempo para leer esta pequeña historia. Espero que sea de su agrado.
Los ojos eran entrada hacia el cielo y puerto de ensueño. Eran la tranquilidad antes de la tormenta y espejos de memorias quiméricas. Secretos no escritos y amores no correspondidos. Si aquel par de jades eran reflejo de alma y retazos de vida. ¿Qué tan fuerte se tendría que aferrar Eiji Okumura para no ahogarse en aquel océano de soledad?
El aroma a humedad y cerveza rancia, el enfermizo tintineo de una luz amarrilla, una banca de madera podrida cubierta de garabatos y repleta de astillas. Sus pies se arrastraron entre colillas de cigarrillos y aspereza de granito, sus brazos rodearon sus rodillas, aún dentro de la estación de policía el golpeteo de la lluvia dejó agonía y pintó soledad. Esta era una habitación gris e insignificante. Una deprimente jaula para ratones. El oficial afuera de la celda se encontraba charlando por teléfono frente a un viejo escritorio y un vaso de café. La mirada de Frederick Arthur fue imposible de digerir ante tan diminuto espacio. Aquellos ojos fueron como navajas contra la piel del más bajo, él tragó. Sus dos piernas se habían estirado sobre el destartalado asiento, las cadenas que sostenían aquella tabla tintinearon cuando él se balanceó, el japonés se encogió contra la esquina, sintiéndose presa y tragedia frente a esa clase de expresión. Las paredes de aquella prisión estaban llorando. La lluvia había escurrido por una ventana rota.
Él suspiró, frotándose el entrecejo. Fue su culpa por pedirle que se quedara. Él lo sabía. Su corazón fue una maraña de espinas y tensión. Lo apretó con fuerza. Y esto era una estupidez, él había pasado una vida sin conocer a Ash Lynx. La boca le tembló, la garganta se le impregnó de quizás y felices por siempre. ¿Entonces por qué? ¿Por qué ahora era tan aterradora la idea de vivir sin él? De seguro había enloquecido. Irónico para alguien de su profesión.
—¿Qué se siente estar del otro lado de la justicia? —La nuca de Arthur se dejó caer sobre aquella oxidada y delgada cadena, el bamboleo del asiento contra la pared fue violento y estridente—. Espero que no extrañes mucho los lujos de tu hogar. —Su mirada recorrió con curiosidad la celda. Decadente y lúgubre. Casi escalofriante. Al menos el piso no se estaba desbordando como en su casa ni tenía que lidiar con los ronquidos de Shorter. No estaba tan mal. Él rio, relajando sus piernas contra el pedrusco mojado que pretendía ser piso.
—No es tan terrible como lo imaginas. —Aquella respuesta no fue lo que el más alto quiso escuchar. Estúpido. De manera abrupta, él clavó uno de sus pies sobre el suelo, deteniendo el movimiento de la banca—. Pensé que te habían dejado ir por falta de pruebas. —La incomodidad en el rostro del pandillero fue evidente y dolorosa. Él carraspeó, nervioso.
—Me dejaron ir hace un par de días. —La carcajada del policía al otro lado de los barrotes no ayudó a aligerar la tensión.
—¿Entonces? —Eiji levantó una ceja, sus músculos se relajaron, su cabello se había empapado por culpa de la gotera, el frío había calado hacia grietas de alma e ilusión—. ¿No deberías regresar a tu casa? —La mirada que sostuvieron fue un muro de espinas.
—Ellos vendrán por mí. —Él no pudo enfrentar al japonés, tan solo se enfocó en el piso para empezar a contar cigarrillos. Doce colillas usadas. Y en esa clase de triste expresión, él lo comprendió.
—No han pagado tu fianza. —Frederick Arthur había sido olvidado por sus propios compañeros. Por como el aludido apretó la mandíbula e incrustó sus uñas sobre esos viejos y gastados jeans, él supo que tenía razón—. Es verdad. —La aspereza y las irregularidades en el muro escribieron cicatrices en la espalda de Eiji, sus muñecas aún tenían las marcas de las esposas. Tan brutos—. Ellos vendrán por ti. —Para el rubio aquella situación no pudo ser más hilarante.
—Eres raro. —Un conejo consolando a un depredador. Una maldita ridiculez, él carcajeó, no obstante, no hubo gracia ni aplausos—. ¿Me pudiste diagnosticar con alguna cosa cuando me entrevistaste? —No hubo luz ni espectáculo. Solo una sentencia y luego un juzgado.
—No puedo hacer eso. —El joven Okumura se tomaba a pecho su profesión, sus brazos se tensaron sobre su vientre, sus cejas temblaron manifestando enfado. Odiaba ser menospreciado así.
—Vamos. —Verlo de esa manera le resultó interesante y entretenido. Él se deslizó hacia el borde de la banca. Los ojos de aquel chico eran puertas abiertas hacia su alma. Una persona así. Tan ingenua.
—Va contra mi ética ir diagnosticando de esa manera. —La pasaría tan mal. Alguien lo rompería—. Además, la información no es suficiente. —¡Oh! Pero él sí había pensado en la posibilidad de un trastorno antisocial. El de cabellos negros negó.
—¿Seguro? —Quizás un trastorno intermitente explosivo. Pero no.
—¿Es un hábito tuyo andar hostigando a las personas? —Era una mala costumbre pensar tanto en el manual. El más alto sonrió, levantándose de la gradilla para dejarse caer al lado del japonés. Haber quedado atrapado entre Arthur y la pared fue una sensación claustrofóbica y desagradable. El aroma a cigarrillos, sangre seca y sudor fue intenso.
—Solo con las personas que me agradan. —Eiji no pudo evitar reír en esa situación. Un nudo se instaló en el pecho del pandillero. La ansiedad le llenó la boca. Este chico era torpe y estúpido—. Así que te arrestaron por sospecha de homicidio.
Era como una mariposa acercándose demasiado al sol. Las alas se le incendiarían hasta desfallecer. Todo por su alma gemela. Los brazos le colgaron entre las rasgaduras de sus jeans. Aun empapado y hecho un desastre, el perfume del más bajo fue agradable. Dulce.
—¿Por qué lo dices de esa manera? —Max le había enseñado que la vida era adaptarse o morir—. ¿No tengo cara de asesino? —Para su sorpresa acostumbrarse a la presencia de Arthur no había sido tan difícil de digerir. Una de sus cejas se levantó, un par de gotas le cayeron desde el flequillo hacia la punta de su nariz. La atmósfera tuvo un sabor tan oscuro, que casi fue negro.
—He escuchado un par de cosas sobre las almas gemelas. —La piel del más bajo se erizó cuando el rubio tomó su brazo para enrollar la manga de su suéter hasta su codo—. Se dice que hay personas que comparten una conexión tan fuerte con su otra mitad que rompen con intimidad física y emocional. —Los dedos del pandillero repasaron aquellas letras sobre la muñeca del psicólogo. Amanecer. Él tembló. El jodido amanecer.
—¿A dónde quieres llegar? —Las yemas del más alto se encontraban repletas de costras y callos. Esta persona era un enigma con intenciones de pandora.
—Que los cabellos que encontraron en la escena no son tuyos, son de Ash. —Aquellos grandes y eternos ojos de insomnio trepidaron bajo esa confesión—. Creo que tu conexión con ese sujeto es tan fuerte que el límite entre tu cuerpo y el suyo ha desaparecido. —Por alguna razón escuchar aquellas palabras le provocó una gigantesca vergüenza. El rostro le cosquilleó, su corazón fue un velero en un océano de soledad, el pecho se le llenó de chispas y aleteos. Ash Lynx. Él sonrió, repasando con cariño y delicadeza aquella impresión. Era una maldición.
—Tal vez sea así. —Sin embargo, a él le gustaba. No existió realidad suficiente para expresar la incertidumbre que Arthur sintió en aquel momento.
—¿Siquiera tienes idea de dónde te estas metiendo? —Ash no había hecho absolutamente nada para ganarse esa infinita devoción. La sangre le hirvió como si fuese lava erupcionando. Las entrañas le pesaron en nudos y nauseas. Su ceño estaba tan tieso que habían comenzado a saltar venas. Y era injusto ¡Sí!—. Es un mundo peligroso niño, una vez dentro no hay vuelta atrás. —Si ellos eran la misma basura.
¿Por qué todo siempre se lo quitaba el lince de Nueva York? Sus manos fueron puños, su alma vidrio roto.
—No lo sé. —La presión del rubio contra su muñeca le estrujó los huesos, un poco más fuerte y lo rompería. Lo quería hacer—. Pero no por eso correré. —Tantos años trazándole a sus pacientes la línea entre lo que estaba bien y lo que estaba mal para venderle su moral a un par de ojos lindos. Él rio con ironía. Lo correcto y lo incorrecto se habían enamorado.
—¿Te suena Dino Golzine? —El intestino de Eiji fue un revoltijo al escuchar aquel nombre, sudor corrió desde su frente hacia su cuello, la vista se le nubló. Su voluntad no fue más que un tembloroso tartamudeo. Él contuvo una arcada. Asqueroso. Monstruoso. Inhumano. Alto. Alto. ¡Alto! Joder. El rubio lo notó—. ¿Sabes quién es? —La pestilencia de aquella celda se volvió insoportable para el más bajo. Las manos del pandillero le acariciaron la espalda. Maldición. Él era tan malo en esta clase de circunstancias.
—No es una buena persona. —Su voz fue rasposa y seca. La tensión le iba a cortar las cuerdas. Pálido y afiebrado él se aferró a su impresión—. No tengo idea de quién es, pero sé que no es bueno. —El chirrido de las cadenas bajo la banca fue estrepitoso. El corazón del joven Okumura fue un estrago. Era doloroso, punzante y azul. Era como si le hubiesen arañado el pecho hasta partirlo en dos.
—Tú viste algo. —Como si cientos de manos estuviesen tocando su cuerpo—. ¿No es así? —Y aun en ese infierno, él estuviese sofocado por la soledad. Él respiró, tratando de calmarse.
—Ni siquiera yo estoy seguro de lo que vi o lo que sentí. —Los huesos le trepidaron. No fue por la lluvia—. Pero si alguien ha pasado por eso. —Él se tiró el flequillo, con fuerza, la mandíbula le pesó—. No puedo solo dejarlo. —No cuando tenía esa clase de mirada.
Para Frederick Arthur aquella pareja era un mal chiste. Él carcajeó, frustrado. Su nuca se deslizó con violencia sobre la pared. Poco le importó rasgarse con el granito. La misericordia era una dama tan cruel.
—Sabías que no eran tus cabellos los de la escena del crimen. —No fue necesario que él le respondiera. Su respiración fue ansiosa y sincera—. Y aun así aceptaste la culpa para darle más tiempo. —Sus uñas se incrustaron dentro de sus palmas. Él y Ash Lynx eran la misma escoria. Sus cejas se hundieron en un tifón de rencor. ¿Entonces por qué él podía recibir esa clase de atención? ¡Una mierda!
—Dudo que el departamento de policía lo tenga registrado. —Las piezas del rompecabezas empezaron a cobrar sentido—. Al menos él está bien. —Una furia volcánica le recorrió las venas al más alto ¡siempre había sido así! El gran lince de Nueva York no era más que una asquerosa farsa. Las cicatrices en sus nudillos le quemaron. Si de verdad existían los demonios, de seguro se parecían a él. Infeliz.
—Todo esto porque es tu alma gemela. —Y aunque lo lamentaba por el chico, él no se podía quedar así—. Patético. —Mirar al contrario a los ojos fue una sensación aterradora. Fue suave pero intensa.
—Haría lo mismo por cualquiera que se sintiera así. —No obstante, sus dedos se habían aferrado a esas letras. Como si su vida dependiese del amanecer. Pero no. Esta no sería esta clase de historia. Arthur se levantó, ofreciéndole una mano.
—Te van a sacar de esta celda en un rato, no tienen las pruebas suficientes para mantenerte encerrado. —Sin saber la razón, el más bajo la tomó—. Cuando eso ocurra paga mi fianza y te llevare con Ash. —Aquel apretón de manos fue una muerte anunciada.
—Es un trato. —Y ese instante fue el inicio de una enfermedad cuyo veneno ya no podría parar.
Los ojos eran ventanas hacia demonios y puertos de pesadillas.
Bajo la misma tempestad, del otro lado del cuartel, Shorter quebró su última neurona tratando de encontrarle sentido a la repentina locura que había infectado a los directores, ¿Acaso se habían vuelto estúpidos? Llevaban años trabajado al lado de su mejor amigo. Todos lo habían visto romper en llanto cuando se enfrentó a su primer criminal. ¿Cómo siquiera les cabía en la cabeza la idea de que él pudiese matar a alguien? El hombre tenía más de veinte años y aún usaba estampados de nori nori. Sus dedos hicieron presión entre sus cejas.
Él amaba a la justicia por haberlo salvado. Vanagloriaba lo bello y le oraba a la verdad. Él respetaba su trabajo, y admiraba la valentía y la eternidad. La mandíbula le rechinó hasta desencajarse. Una vida por un perdón. Él aún debía compensarlo por haberle pisoteado los sueños. El moreno era joven e idiota, él no midió las consecuencias de sus actos ni supo que aquella pelea marcaría el final para una historia que Eiji nunca pudo empezar. Calma. Hoy era un mal día para perder la cordura. Sus pasos fueron pesados y brutos hacia la oficina del superior. Las risas de sus colegas un fastidio. La ira le cosquilleó en la garganta como fuego. Rabia. Traición. Rencor. ¡Oh! ¿Y cómo olvidar a ese par de ingratos? Manipulando la conmoción del momento ellos escaparon por la ventana de atrás. Ash no dudó en traicionarlos. Esa persona. Él tembló, su boca supo a sangre y óxido. No. Él no sería el amanecer del japonés. Él nunca lo permitiría.
Los imponentes gritos de su jefe paralizaron su espíritu afuera de la habitación. Él se congeló. Vulnerable y pequeño. Max tomó la taza del director para estrellarla contra el escritorio. Los fragmentos de cerámica terminaron por colapsar permitiendo que el café manchara carpetas y rompiera una laptop. La respiración de Shorter fue un nudo de concreto en medio de su tráquea. Él no se atrevió a entrar. Ver al lobo de la estación, con las cejas completamente tiesas, con el rostro rojo por la ira, las venas moradas en el cuello y los dientes asomándose como colmillos, fue aterrador. Si algo era Max Lobo para ese par de muchachos era un padre. Y él no permitiría que aquel payaso detrás de diplomas elegantes y complicados lo menospreciara. Su subordinado era inocente y él lo sabía. Eduardo. L. Fox era un imbécil por no notarlo.
—Por centésima vez, es imposible que esos cabellos sean de Eiji. —Él no se inmutó por el ataque de histeria que tuvo el contrario, él solo elevó una ceja, aburrido, lamentando aquel capuchino perdido. Su amada estación estaba llena de incompetentes y justicieros, ¡ja! Que mal chiste.
—Max este no es tu caso, esto no te incumbe.
El nombrado se tiró el flequillo, con fuerza. Una esquizofrénica sensación le palpitó entre los pensamientos y el corazón. Su chico no sobreviviría tras las rejas, él era demasiado ingenuo y frágil para el decadente mundo de la putrefacción, ¡él era demasiado lindo!, ¿cómo se lo explicaría a su esposa y a su hijo? No.
—Largo de mi oficina Lobo—Él respiró, tratando de esbozar una sonrisa de comercial para comprar simpatía. Una mueca digna de lunático fue lo que consiguió. Fea, filosa y forzada. Le causó un desagradable escalofrío a los dos.
—El cabello que encontraron en la escena es rubio. —Sus palabras escaparon entre dientes, con lentitud—. Rubio, no negro. —Sus manos se apoyaron con nervio sobre las carpetas mojadas. La sensación fue pastosa y retorcida.
—¿Y? —Paciencia. Luego de esta reunión el castaño iría a emborracharse con litros de paciencia para seguir soportando a aquel idiota que tenía por jefe. Su sonrisa fue espeluznante.
—Eiji tiene el pelo negro. —Con un nulo interés en los argumentos de su subordinado, Fox siguió hojeando su libro—. Además él estaba con Shorter cuando ocurrió el supuesto asesinato. —Un solo error era suficiente para convertirse en historia. Algunas leyendas eran oro, otras brea. La tensión fue brusca y pesada. El moreno no pudo respirar afuera de la oficina. Le retembló el corazón.
—No existe ninguna otra coincidencia con el material genético. —La silla chirrió, los dedos del más alto comenzaron a golpetear el ordenador, inquietos. La sensación del café contra sus uñas fue áspera y mohosa—. Quizás el chico no es tan tonto como lo parece y se tiñó el cabello antes de cometer el crimen. —La respiración del castaño fue un infierno en sus entrañas. Era como hablar con una maldita pared. Él ni siquiera lo estaba mirando. Narcisista.
—Lo mandaste a arrestar sin tener las pruebas suficientes. —Max se inclinó sobre el escritorio, fastidiado. Tratando de mantener la cordura, él empujó aquel libro con sus yemas—. Usaste brutalidad policial con él, cuando Eiji habría ido sin protestar a la estación si se lo hubieses pedido. —Las venas hinchadas sobre la frente del lobo eran un barril de pólvora a punto de explotar—. ¿Tienes algo contra mis chicos? También he notado que le eres hostil a Shorter. —El de cabello plateado bostezó, aburrido, antes de levantarse de su asiento.
—No es nada contra ellos. —El libro fue dejado sobre un ostentoso estante de cristal—. Eres tú quien no sabe educar a su ganado. —Fue tanta la presión con la que el castaño juntó sus dientes que estos se empezaron a romper. La sonrisa de Fox fue lo que rebasó su sensatez. Petulante. Un jefe de mierda.
—¿No deberías ser un poco más compasivo si fuiste coronel? —El aludido carcajeó, fatigado.
—Porque yo sí estuve en una guerra real no puedo ser compasivo —Shorter se comenzó a asfixiar bajo tan putrefacto ambiente. Él era malo con la tensión. La evadía bajo bromas tontas y temas carentes de sentido—. Pero supongo que un oficial de juguete como tú no lo podría entender. —Ellos dos se matarían en esa habitación.
—Max. —La interrupción del moreno sorprendió a ambos hombres. El aire era averno y sus miradas tósigo—. La secretaria lleva mucho tiempo buscándote, ella te necesita. —Ambos policías parecían a punto de destrozarse en aquel diminuto cuarto. La risa de Shorter fue maniática y forzada—. Dijo que era urgente. —Evitar al coronel Fox a toda costa era su lema. Aquel hombre no le gustaba.
—Bien. —Tampoco lo quería cerca de Max—. Pero esta discusión no ha terminado.
El de cabello blanco rodó los ojos, buscando otro libro en aquel estante. Como si fuese un animal enjaulado Max se arrastró por los pasillos de la estación. Él ya no sabía con quien más hablar para que liberasen a Eiji. El flequillo se le pegó a la fiebre. Lo incorrecto era correcto. Lo correcto eran cigarrillos baratos y risas de telenovela. Él no había prestado juramento para esta farsa. Que ellos pudiesen medir en un frasco las ganancias y las perdidas era inhumano. Tan abominable.
—No sacas nada enfrentando a Fox tú solo. —La voz de Shorter fue un molesto chirrido para la poca sensatez que él estaba tratando de mantener junta—. No te rebajes a su nivel. —La culpa le había cerrado la garganta al moreno. Él nunca debió permitirle a Eiji andar recogiendo criminales de las calles. El mundo marchitaba la belleza y se drogaba con la inocencia. Vicioso. Intoxicante y sádico. El aire no pasó entre ellos dos.
—El cabello es rubio. —Como si fuese un disco rayado él se repitió aquello—. ¿Sabes de quién puede ser? —Las piernas de Shorter se convirtieron en temblorosos nudos de papel frente a esa pregunta. El más alto abrió los ojos, pasmado—. Lo sabes. —Ni siquiera aquellos gruesos lentes de sol lo pudieron proteger de la astucia del lobo. Él retrocedió, chocando con el escritorio de servicio de la entrada.
—No lo sé. —Su atención fue captada por la eterna fila de la justicia. De rostros cansados y papeleo infinito. Ingenuos. Un hombre monstruosamente fornido se apoyó al otro extremo del mesón, su charla con la secretaría se profesó tensa y seria—. Quizás es imaginación tuya, Fox sabe alterarte los nervios. —El teclear de la mujer sobre aquel viejo ordenador fue agobiante. Lo mareó.
—¡Max! —Su nombre retumbó por toda la sala de espera, el público lo juzgó—. ¡Okumura se fue con el sospechoso! —Shorter cerró los ojos, sintiendo como sus párpados comenzaban a palpitar. Su mejor amigo estaba tentando su nula paciencia. ¿Qué fetiche tenía Eiji con los criminales americanos? Las orejas le vibraron como si hubiesen recibido un golpe. El musitar de la lluvia afuera de la comisaría le generó un escalofrío. Los vellos de la nuca se le erizaron bajo la mirada de su jefe.
—Iré a resolver eso, no te muevas. —Sus brazos colgaron entre vacío y angustia. Él trató de volver a conectar sus pensamientos, sin embargo, se habían quemado.
—Lo siento señor. —La chica terminó de teclear, fatigada—. No funcionó. —Una fotografía fue arrastrada sobre el mesón, con lentitud—. No tenemos información sobre estas personas. —El alma de Shorter Wong se retorció al vislumbrar a Ash Lynx junto a Yut-Lung Lee en aquella instantánea.
—Gracias. —El desconocido inclinó ligeramente la cabeza, acariciando el ala de un elegante sombrero con la punta de sus dedos antes de sonreír—. Tenga una bonita tarde. —La imagen desapareció dentro de unos bolsillos exageradamente grandes. Efímero como la lluvia. Violento como la tormenta, él desapareció.
Los ojos eran veneno de juventud y futuro marchito.
Shorter Wong sabía que algo dentro de esa situación era turbio y sospechoso. Que lo mejor sería mantenerse al margen y dejarlo pasar. Se pondría una venda bajo el escenario y haría una reverencia para recibir los aplausos. Ser inmortal. Sus piernas fueron plomo, su boca se impregnó con un espeso y decadente perdón. Eiji era un adulto responsable, él estaría bien, él era un profesional. Su corazón sacó raíces para suspender sobre su pecho. La sangre le quemó las venas. Él se acarició la frente, frunciendo la mandíbula con nervio. Los pétalos de lavanda le nublaron el juicio. Maldición. Antes de poderse detener él ya estaba siguiendo a aquel hombre.
Él no lo admitiría, no obstante, vislumbrar una expresión tan pacífica y dulce como la de aquella fotografía lo fastidió de sobremanera. Si el amor era vidrios rotos y pétalos marchitos, ¿por qué él quería volverlo a ver a pesar de la traición? Yut-Lung Lee no era más que una víbora mortífera. La vida se le iría con un parpadeo de esas coquetas pestañas. Ojos de sangre. Iris de rencor. Él no se parecía en nada a la chica de sus sueños, sin embargo. La muñeca le calcinó como si tuviese veneno. A veces ese chico esbozaba una expresión tan desolada en la oscuridad, como si estuviese resignado a caminar hacia la muerte en el altar, como si el último rayo de esperanza estuviese agonizando en una menguante eternidad. Grandioso. Su mejor amigo lo había contagiado con locura e idiotez. Por fin habían enloquecido los dos.
—¡Espera! —El policía no se atrevió a tocar a aquel sujeto. Aunque él había sido una infinidad de veces juez y justiciero, aquel hombre lo intimidaba. El contacto visual entre ellos fue pesado y efímero. El golpetear de la lluvia contra la ciudad no tuvo piedad ni final—. ¿Estás buscando a Ash Lynx? —Un espasmo le golpeó los nervios al contemplar gentileza sobre facciones tan toscas y masculinas. Esta era una historia de mierda de la que Shorter no quería ser protagonista.
—¿Lo conoces? —Sin embargo, las redes de la trama ya habían calado hasta sus pulmones y sus entrañas.
—Él se quedó conmigo hace un par de días. —Y ahora lo único que podía hacer era caminar, esperando llegar hacia algún lugar que no estuviese plagado con la locura de las almas gemelas. Pobre ingenuo—. Cuidamos de sus heridas y luego se fue. —Un suspiro de alivio fue escarcha bajo el martirio del invierno. Las calles se habían inundado a su alrededor, no habían más personas en aquel rincón.
—¿Yut también estuvo contigo? —Una vacía y estruendosa sensación comprimió el estómago del policía. Fue cosquillosa, ácida y violenta. Solo era hambre.
—Sí, él también. —¿Hambre de qué? Estaba alimentando la lluvia en este carnaval de locura—. ¿Quién eres para estarlos buscando? —Aquella pregunta pareció molestar al contrario, sin embargo, él lo supo disimular con una agraciada sonrisa. Sergei Varishikov era un hombre encantador.
—Se podría decir que estoy a cargo de esos mocosos. —La risilla de Blanca hizo eco bajo el aluvión y la desolación, sus manos se deslizaron al interior de su abrigo, sus yemas acariciaron aquella vieja fotografía. Melancólico—. Debí suponer que Ash haría alguna estupidez luego de la muerte de su hermano. —El sabor de la codicia se llevó con culpa esa noche—. Y debí imaginar que la lealtad de Yut estaría con él. —En la hora de necesidad y desesperación, él esperó que esos dos pronunciasen su nombre, no que fuesen por una matanza en medio de un huracán.
—Yut-Lung Lee. —Shorter ni siquiera lo quería preguntar. No le interesaba. No lo pretendía. No. ¡Claro que no!—. ¿Él es una persona frágil? —Sin embargo, el magnetismo y la seducción lo seguían llevando hacia el peligro. Alimentaba a la lluvia mientras estaba sediento de amor. Blanca no tuvo que preguntarle para saber. El tembloroso agarre del policía sobre su muñeca fue más que suficiente.
—Si me ayudas a encontrarlos, te lo diré. —Suficiente ya no era lo mismo que ayer. El instinto del moreno le suplicó que corriese de aquel lugar. Esta era una mala idea. Le podría costar hasta la carrera. Que chiste, ¿Cuándo se había vuelto el protagonista de una muerte anunciada? ¡Escritor! ¡Edición!
—Bien. —No obstante, cuando el mundo se estaba quemando daban más ganas de meterse entre las llamas—. Es un trato.
La sonrisa de Blanca fue un mal augurio para Shorter Wong. Mientras se pudiese esconder detrás de esos lentes él estaría bien.
Los ojos eran carnaval de locura y puntos suspensivos.
En esa despedida no hubo sangre, gloria, pena, ni arrepentimiento. Eiji solo se dejó arrestar para darle una oportunidad. Y aunque resultaba hilarante la amistad entre un lince y un conejo, Ash sentía que había dejado a su otra mitad en aquel apartamento. El alma le lloró colores. El sentido se le escurrió de los dedos. Que se apartasen de él. Él solo se dio cuenta de lo vacía y desgarradora que era la tormenta de su vida tras perderlo.
Aquellos días con el psicólogo fueron una efímera chispa de felicidad. Fueron electricidad en su corazón, pétalos entre sus manos, miradas desnudas, y palabras de eternidad. Algo debía andar mal con él. Ahora que había regresado con su pandilla se debería concentrar en confrontar a Dino Golzine, no obstante, ahí estaba, mirando por una desbaratada ventana la lluvia. Extrañando el delicado perfume que desprendía su piel. Recordando su risa de manera casi religiosa, y añorando su roce. Él se apretó el pecho, con fuerza. Le dolía, le pesada, lo destruía. Esta sensación. Saber que por lo menos una persona en el mundo se preocupaba por él y no esperaba nada a cambio, lo hacía aterradoramente feliz. Pero no. Él no era esa clase de hombre. Él no podía ser como aquel japonés e ir perdiendo tiempo. Su boca se frunció, sus puños se estrellaron contra el marco y el cristal. Él se lo había quitado todo sin siquiera tratar. Quería verlo otra vez. ¡No! Necesitaba encontrarlo de nuevo. Que desastre.
—Los chicos ya están empacando sus cosas para irnos de aquí. —La voz de su pareja fue un amargo temblor sobre sus orejas, el reflejo de Yut-Lung Lee en aquella ventana fue triste y solitario. Fue lealtad empañada e invierno de ayer—. Solo faltas tú. —El chico le había vendido su libertad a cambio de migas de amor. Y Ash lo lamentaba. Realmente lo hacía.
—Iré enseguida. —Pero él no podía ser su salvación. Ninguno tuvo el coraje suficiente para mirarse a los ojos en aquel momento, las delicadas facciones de su amante se deformaron bajo el aluvión. Cruel.
—Tienes que concentrarte en Griffin y recordar por qué estamos haciendo esto. —Escuchar el nombre de su hermano fue una puñalada hacia su corazón, él se apretó la herida, con nervio—. No te dejes engatusar por un rostro bonito. —En el fondo ambos lo sabían. Eran besos sin cariño. Era sexo sin pasión. Eran risas de desesperación—. Ese no es nuestro mundo. —No. Él olvidaría todo lo malo y dejaría algo significativo detrás. Si el más joven se permitía perder al lince de Nueva York. Su atención se enfocó en el piso. Estaba húmedo y cubierto de polvo. Otra pocilga.
—Yut... —La agonía no era algo que le importase al nombrado. Morir pronto era una idea reconfortante para el joven Lee, sin embargo, ser olvidado—. ¿Es imposible volverlos a ver? —Eso era algo que lo espantaba hasta la médula. Sin razones para ser él. Los brazos del de cabello largo fueron una maraña de espinas entre ellos dos. Él se mordió el labio, constipado.
—Hacemos esto por Griffin. —Fue lo que se repitió—. Esta fue tu idea Ash, todos te seguimos porque creemos en ti. —Ellos eran fuertes en el exterior, no del todo por dentro—. No nos defraudes. —El más alto se dio vueltas, con lentitud. Mirar a su pareja a los ojos fue una sensación abrumadora y desalmada. Fue como contemplar un ramo de dalias a punto de marchitarse. Traicionero y bello.
—¿Te arrepientes? —Por más que quiso retroceder, él no lo hizo. Era orgulloso.
—Nunca lo hago. —Y él se embriagaría con retazos de cariño y disculpas baratas hasta que dejase de respirar. Lo amaría hasta que lo odiase. Le quitaría el alma para ser igual—. Ahora ve a arreglar tus cosas, nos tenemos que ir. —El lince de Nueva York quiso decir algo, no obstante, las relaciones de pareja se arreglaban a base de mentiras y omisión.
—Bien, dile a Arthur que encienda la camioneta. —Escuchar aquel nombre fue una bofetada de electricidad para el más bajo. El cuerpo le tembló, el sudor le empapó los nervios, sus yemas se hundieron sobre su entrecejo, con violencia.
—Dejamos a ese idiota en la estación de policía. —El de cabellos largos contuvo un grito en un chirriar de dientes—. ¿Cómo vamos a pagarle la fianza sin que nos descubran? —Quizás sino hubiesen desechado a Shorter y a Eiji como basura ellos podrían haberlos ayudado. La tensión en aquel cuarto fue sofocante. El golpetear de la lluvia contra la ventana hizo eco sobre las risas de sus hombres.
—Él es inteligente, se las ingeniara. —Ash no creía en esas palabras, no obstante, el tiempo se les acababa—. Vámonos sin él, luego podemos enviar a alguien. —Un repentino y escalofriante silencio inundó aquel destartalado lugar. El techo crujió, las paredes respiraron, las carcajadas de los pandilleros cesaron. Mal presentimiento.
—Ese es un buen líder. —La voz de Arthur fue el inicio de la tragedia, sus pasos crepitaron contra la ruina del piso, su mirada fue infierno y rencor—. Un hombre que no deja atrás a sus subordinados. —El diablo vestía de jeans esta noche y venía por una matanza.
—¿Cómo saliste de la prisión? —Los brazos de Yut-Lung Lee se tensaron sobre su pecho. Aunque aquel idiota era diligente con su trabajo y tenía un admirable talento para matar, ese carácter. No podía bajar la guardia cuando ellos eran dos caras de la misma moneda. El aire fue amargura y recelo.
—Me ayudó un pequeño conejo japonés. —Cada vello se le erizó al vislumbrar aquella macabra sonrisa. Él era un hombre racional e inteligente. Él huía de la sensibilidad y la humanidad—. Fue bastante útil. —Sin embargo, su cabeza parecía a punto de explotar bajo las provocaciones de Arthur. Sus uñas habían dejado unas dolorosas marcas moradas en su piel. Que el autor se apiadase si alguno se convertía en sus demonios.
Que alguien los salvase.
—Ash, él está consiguiendo justo lo que quiere. —Las manos de su amante sobre sus hombros fueron un cable hacia la realidad—. Cálmate. —La suavidad de su voz se deslizó entre grietas de alma y fragmentos de historia—. Cuando estemos a salvo pueden volver a discutir tanto como gusten. —Aun siendo el más joven del grupo él era quien debía ser el mediador. Quizás estaba mejor en ese viejo y asqueroso burdel de mala muerte.
—Oh... —Aquellos ojos azules fulguraron con veneno—. Pero no he venido solo esta vez.
El corazón de Ash le palpitó bajo la garganta. Cada color de mundo se borró para posarse en la figura que entró en la habitación. Sus pensamientos fueron taquicardia, su cordura fue tiempo perdido, sus piernas un velero en tormenta. Él tembló. Encontrarse con los ojos de aquel chico otra vez. Electricidad. Chispas. Magia. Terror.
—Eiji. —El rostro del nombrado ardió en cosquillas y aleteos bajo la atención del lince. El más alto trató de disimular una sonrisa, no obstante, ya estaba balbuceando incoherencias y deseando en tentación. Pero no. Esto no podía suceder.
—¿Qué hace él aquí? —Yut-Lung Lee no se molestó en esconder el desagrado que sentía hacia aquel hombre. Toda una maldita tragedia de devoción para perderlo por alguien más. No. No lo permitiría. Ash era su preciada salvación. Era la cadena entre ellos dos lo que lo mantenía con vida.
—Yo solo. —El japonés se quiso acercar. No tuvo el derecho a hacerlo—. Quería asegurarme de que estuviesen bien. —Vagando en la oscuridad y la miseria, Eiji Okumura lo conoció.
—Pues estamos bien, te puedes largar ahora. —Y acá estaba él otra vez. Dispuesto a perderse con él con tal de encontrarlo. La tráquea se le cerró. La cabeza le punzó. Esto era dolorosamente sofocante para él.
—Ash. —El japonés se atrevió a hacer algo que ningún cobarde jamás había hecho—. Déjame quedarme a tu lado. —Con una impresionante facilidad él cruzó el muro de espinas del lince de Nueva York para extenderle una mano—. No tiene por qué ser para siempre. —Una reconfortante serenidad fue lo que consumió la piel del rubio bajo tan delicado tacto—. Aunque sea solo por ahora. —Porque esta persona era de esta manera él debía mantener la distancia.
—Puedes acompañarnos un rato. —Sin embargo, la voluntad la había perdido el instante que lo conoció. Aprovechando la conmoción del momento, Arthur se acercó.
—¿Por qué actúas como si fueses tan genial? —El resto de la pandilla se mantuvo al margen detrás de la puerta—. Ahora no solo te basta con Yut, sino que también estas tratando de conseguir a Eiji. —La palma del más alto apretó la muñeca de Ash—. ¿Por qué no les dices a todos que somos la misma basura? —La tensión los convirtió en estatuas y desesperanza. El golpeteó de la lluvia fue despiadado.
—¿Qué se supone que significa eso? —En el fondo el más joven conocía esa respuesta, pero no la quería escuchar.
—El gran lince de Nueva York, no es más que una farsa. —Con un violento tirón Arthur dejó al descubierto las muñecas del contrario. Vacías y desnudas. No existía una impresión—. Él no tiene un alma gemela.
Los ojos eran gritos de desolación y refugio de demonios.
¿Qué tan fuerte se tendría que aferrar Eiji Okumura para encontrarlo en aquel océano de soledad? Ni siquiera Ash Lynx sabía dónde estaba.
Bueno esta triste semana comienzan mis exámenes finales, así que ya saben, si no estoy aquí el otro fin de semana me morí de estrés.
Pero sino pasa tendrán una actualización semanal por un tiempo.
Mil gracias a las personas que se tomaron el tiempo para leer.
¡Cuídense!
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