Capítulo 3.
¡Hola mis preciosos lectores! Porque mi fin de semestre esta tóxico a morir, pregunte por el perfil qué historia los tenía más o menos en suspenso para subirla primero. Y esta fue una de ellas, así que acá estamos.
Muchas gracias a las personas que se toman el tiempo para leer esta pequeña historia, espero que sea de su agrado.
El beso entre sus miradas fue tan profundo como la cadena entre sus almas y tan efímero como el instante antes del amanecer.
El estridente golpeteo del aluvión sobre sus ventanas y su techo no lo dejaron conciliar el sueño. La oscuridad y silencio en aquella cocina eran algo escalofriantemente pacífico para él, el óxido de las ollas y el aroma a lavaplatos lo hicieron profesarse en casa. Sus zapatos se habían enredado con una de las camisas de Shorter, rodó los ojos, él siempre era así. Él apoyó su cadera contra la mesa, crujió, sus brazos se convirtieron en un refugio contra un despiadado clima glacial, su aliento fue una delgada bruma de nieve que se deslizó en un temblar de dientes y un frío de amor, él suspiró, observando como el agua se filtraba hacia la casa por aquella vieja lumbrera.
Estar con Ash Lynx y Yut-Lung Lee estos días fue haber chocado un iceberg contra el Titanic que era su vida. Ahora se hundía y él no podía hacer más que anhelar el amanecer. Pero no era de él. Sus dedos se hundieron sobre las mangas de su suéter. Sus labios se fruncieron, con amargura. No. Él no lo era. Aunque Eiji Okumura ya había escuchado sobre las almas gemelas no correspondidas, su corazón se hundía como un ancla cada vez que se encontraba con el rubio. Era tan sofocante escuchar y temblar bajo un violento latido cuando las orbes del lince buscaban a alguien más. Era doloroso. La mirada le ardió, su cabeza no fue más que una estruendosa jaqueca, los músculos le pesaron. Como si le hubiesen desgarrado el pecho para romper todo lo que había en su interior y dejarlo sin nada.
¡Oh! Pero un alma gemela era aquella persona cuyos pedazos lograban completarte, ¿No? Que maldita mierda.
—¿En qué tanto piensas? —Toda la columna vertebral del japonés fue recorrida por un escalofrío para terminar sobre sus orejas, la sensación fue electrizante y tibia. Tan sonora. Él parpadeó, mudo y torpe ante la presencia del rubio—. No te quise asustar, solo... —Él más alto frunció la boca, sin saber cómo terminar aquel discurso. Ni siquiera él comprendía sus razones para esta allá. Sus pies juguetearon sobre las alfombras, su cabello era una maraña de insomnio. Había tensión en el aire.
—¿No deberías estar durmiendo? —Lo único que el psicólogo pudo vislumbrar bajo aquel denso manto de oscuridad fueron esos ojos—. Es temprano. —Tan verdes que le habían arrebatado la cordura. Brillantes, hermosos, y aun así solitarios.
—A Yut le gusta madrugar. —El ambiente se tornó extraño y denso tras pronunciar aquel nombre, él se acarició el cuello, tratando de acercarse al más bajo. No tuvo el coraje suficiente para hacerlo.
—¿Llevan mucho tiempo como pareja? —Era tan autodestructivo de su parte preguntar aquello. ¡Él no lo quería saber! Le dolería. Lo destrozaría. Lo dejaría sin nada—. Parecen bastante cercanos. —¿Cuán masoquista debía ser aquel chico para no apartar su mirada de la sonrisa de Ash mientras hablaba de otro hombre?
—Nos conocimos en circunstancias extrañas. —Sus hombros se relajaron—. Yut era una persona bastante más arisca en ese entonces. —Sus codos se apoyaron sobre la mesa de madera, justo al frente del japonés, su mente comenzó a divagar entre recuerdos y risas—. Pero tiene un lado lindo cuando lo conoces. —El nudo en la garganta del joven Okumura fue asfixiante y amargo. El golpeteo y las sombras de la lluvia habían creado una atmósfera que jamás sería considerada romántica.
—Se escucha como alguien especial. —No cuando el lince de Nueva York se había entregado a alguien más—. Se ven bien juntos. —Sus dedos se hundieron en cada uno de sus huesos a través del suéter.
—¿Y ustedes? —Aquella pregunta apenas fue un susurro bajo los ronquidos de Shorter en el comedor, el más bajo contuvo una carcajada. Siempre tan oportuno.
—Nos conocimos en la universidad. —La suavidad con la que él musitó aquello fue incoherente con la tristeza que se pintó sobre sus facciones—. Él era diferente. —El estómago del lince se sintió pesado y enfermo—. Ha crecido mucho en comparación a su faceta de estudiante. —La garganta se le cerró, la frente le sudó, sus pies fueron concreto. Él negó. No. No podía. No lo haría.
—¿Diferente? —Eiji no pudo mantener contacto visual con él. Eso le molestó.
—Así es. —Y aunque el más alto quería seguir preguntando—. Pero trabajando en el cuartel nos hicimos mejores amigos. —Él no era nadie para hacerlo—. Las cosas no fueron como esperábamos. —Entre la oscuridad y el gélido de la mañana, la silueta de Eiji Okumura le pareció un deleite. El rostro le cosquilleó, sus latidos fueron taquicardia, su respiración fue dulce escarlata. No. No. No ¡Claro que no!
—¿Por eso viven juntos? —Ni siquiera lo pensaría. No tenía tiempo para esas tonterías.
—El departamento de policía nos lo prestó en un convenio.
Los ojos del lince repasaron aquel lugar. Aunque Ash Lynx se había quedado a dormir hasta en callejones y carpas, aquello no era más que una pocilga a medio desbaratar. Él levantó una ceja, indignado, le fastidiaba la precariedad de ese lugar. La risa de Eiji le retumbó en el alma. Linda.
—Sé lo que estás pensando. —El rubio se apretó el pecho, confundido—. Pero sigue siendo mejor a lo que Shorter y yo podríamos pagar. —Él no entendía la mitad de lo que le estaba pasando con aquel muchacho entrometido. No. Él solo sabía que quería estar con él un poco más. ¿Era tan malo?—. Los arriendos son caros. —Él se deslizó por los bordes de la mesa para llegar a su lado. Entre gris y sombras él pudo vislumbrar las facciones del japonés. Delicadas, aniñadas y bonitas. Inocente y seductoras.
Eiji Okumura era el tipo de persona con la que él jamás se debería involucrar.
—Tienes una pestaña pegada. —No obstante, ahí estaba él. Inventando mentiras solo para tocarlo—. La voy a sacar, quédate quieto. —El roce entre sus dedos y las mejillas de aquel chico lo aturdió. Magnético, chispeante y desbordante. El más bajo cerró los ojos. Era tan ingenuo.
—¿Ya salió? —Los dedos de Ash delinearon cada una de esas facciones. Ellos no se podían volver a ver.
—Ya la tengo. —Él lo sabía. Un lince y un conejo acabarían en tragedia—. Puedes abrir los ojos.
Cuando la mirada de Eiji Okumura y la de Ash Lynx se enlazaron bajo la estática y la bruma del invierno. Sus respiraciones se agitaron, la sangre les hirvió, sus mentes fueron un lío. Aquello fue un intenso y apasionado beso sin siquiera tocarse los labios. Una conexión de almas. El rostro del japonés enrojeció, su lengua fue un nudo, él rio, ansioso. Su amanecer era una persona hermosa.
—¿Se irán mañana? —Saber eso sería suficiente.
—Sí. —Y aunque el plan inicial de Shorter era que Ash y Yut-Lung Lee se fuesen el mismo día que los conocieron, las heridas del lince fueron subestimadas por todos los integrantes de aquel apartamento—. Además ustedes no pueden seguir pidiendo licencias en el trabajo solo para cuidarnos. —Al igual que aquel aluvión, la pareja acabó quedándose en esa pocilga de mala muerte por dos semanas.
—Max lo entiende, además nunca había usado mis días de vacaciones. —El más alto se relajó. Él se había acostumbrado con una macabra rapidez a la presencia del japonés. Eso no le gustaba.
—¿Adicto al trabajo? —Él bufó, cruzando sus brazos sobre su pecho. Sus hombros se rozaron con una timidez digna de un primer amor.
—Quizás. —Era tan agradable estar así. Solo ellos y la lluvia, lejos de problemas, impresiones y destino. Eiji suspiró, siendo prisionero de una atronadora codicia, él no debía, sin embargo—. Tú nunca me dirás qué es lo que haces para vivir. —Él se profesaba particularmente estúpido cuando se trataba de Ash Lynx—. ¿No es así? —Preguntar era redundante, en ese momento hasta respirar lo fue.
—Perdón. —El más bajo se abrazó con fuerza, las manos del lince se encontraban temblorosas y sudorosas, él las levantó, tratando de acomodarlas sobre la espalda del contrario—. Es mejor que no lo sepas. —No obstante, acercarse le podría costar el corazón. Y él lo sabía.
—¿Cómo estas tan seguro que es Yut-Lung Lee de quien habla tu impresión? —Los pensamientos del japonés perdieron filtro y coherencia, él solo se desbordó como aquella tormenta a través de la ventana—. Podría ser alguien más. —Sus dedos rozaron su muñeca, ansiosos. Escarcha era lo que le pasaba como respiración en lugar de aire. Confusión era la niebla de sus pensamientos. Y decepción aquel amor.
—Solo lo sé. —Había terminado antes de empezar.
—Yo. —Habían algunas historias simplemente destinadas a fracasar. Sus movimientos frenaron sobre las mangas de su suéter—. Lo entiendo. —Mostrarle aquella impresión al lince no cambiaría nada. Él no tenía ningún derecho a arruinar su felicidad. Solo habían sido una coalición en tempestad.
—¿De quién habla tu impresión? —La sonrisa de Eiji fue más cruel que aquella pregunta. El más alto perdió el hálito, él quiso retroceder, no obstante, estaba atrapado contra la mesa. Los primeros rayos del amanecer fueron robados por esos ojos, ¿lo estaba haciendo apropósito?
—De una persona hermosa. —No importaba—. Ash. —Pronunciar su nombre fue tan amargo como el humo de sus cigarrillo—. ¿Quién es Griffin? —Y en esa pregunta el lince disipó el momento y la vida. Un alma gemela es por quien el tiempo comienza a correr.
—¿Cómo conoces ese nombre? —Antes de poder responder, la atención del más bajo fue arrebatada.
El apartamento lloró ante la salida del sol.
—¿Agua? —Los zapatos de Eiji se empaparon, los pantalones se le pegaron a la piel—. Maldición.
Él se frotó el entrecejo, colérico, un pesado suspiro escapó de lo más profundo de su garganta. El lugar apestaba a humedad, el papel tapiz se había terminado de desprender mientras el suelo se convertía en un charco.
—¡Shorter! Se rompió la tubería otra vez. —El nombrado se levantó de manera abrupta del sillón. Rastros de sueño y cansancio se habían pegado a sus mejillas y a su boca. Liado.
—¿Otra vez? —Él se frotó los ojos, aturdido—. ¿No es solo la lluvia? —Cuando él bajó los pies hacia el piso, se estremeció. La sensación entre sus calcetines y la alfombra fue mohosa y desagradable. Tan viscosa—. Genial. —En la mayoría de las pruebas gráficas el interior de la casa reflejaba el mundo interno de la persona. El japonés trató de tomar aire, buscando paciencia. ¿Qué tan jodidos estaban ellos para que su interior se viese así?
—Lo mejor será cortar la llave, luego de un rato estará como siempre. —El policía asintió, inclinándose afuera del baño.
La sensación entre la alfombra y sus jeans fue desagradable y pastosa. Él trepidó. Con un tirón él sacó la rejilla de acero para dejar al descubierto una oxidada tubería gris, extender su mano dentro de aquel gélido y pegajoso compartimiento fue asqueroso, con dos movimientos y un agudo chirrido, él cerró la válvula, deteniendo el flujo del agua. Un estruendoso grito fue el que se escuchó del otro lado del cuarto. Mierda.
—Creo que Yut sigue en la ducha. —Las palabras de Ash escaparon nerviosas y accidentadas, como si una estuviese atropellando a la otra—. Él se demora bastante, solo dale tiempo. —Sin embargo, el de mohicano ya había irrumpido en la habitación. Pánico fue lo que hirvió entre sus venas al escucharlo gritar.
Tan frágil.
Encontrar a Yut-Lung Lee medio vestido fue una bofetada para su corazón, su cuerpo se profesó denso y aletargado, sus piernas fueron nudos, su garganta se cerró como si padeciese de alguna alergia mortal, la frente se le empapó de sudor y ansiedad, la mandíbula se le cayó, él trató de estructurar algún pensamiento, no obstante, aquella silueta... Sus latidos retumbaron hasta en sus orejas. La furia en el rostro del contrario le pareció encantadora. Él reconoció hasta el último rincón de aquellas curvas. Delicadas, seductoras y esbeltas. El de cabellos largos chasqueó la lengua, terminando de colocarse la camisa.
El descaro que Shorter Wong tuvo para mirarlo fue ridículo, el policía acomodó una palma debajo de su mentón, repasando cada centímetro de aquel contorno. Sin duda aquella persona era un hombre, sin embargo, lo que le llamó la atención fueron las decenas de marcas y cicatrices trazadas en la blanquecina piel del chico. Aquellas heridas eran una especie de doloroso cuadro contemporáneo. Eran rojas, cafés y moradas. Eran rasgaduras, quemaduras, y costras. Su mano se aferró a él. Nervioso. Aquella imagen lo había dejado intranquilo y afanoso. Mal sabor. No le incumbía. No le importaba. No se terminaba de tragar aquella farsa de las almas gemelas. Él estaba buscando a una chica linda, ¡sí! No a una víbora de cascabel.
—¿Estas bien? —Pero acá estaban, uno al frente del otro, en medio de una tormenta—. Tu espalda parece herida. —Con un brusco y arisco movimiento el más bajo obtuvo su brazo de vuelta. Su respiración fue pesada y tensa, la mirada le quemó—. ¿No te duele? —La humillación fue tan intensa que humo empezó a escapar de su nariz y fuego el que se desbordó en su mirada.
¿Quién se creía este sujeto?
—No te metas en donde no te llaman. —Para Yut-Lung Lee, Shorter Wong no era más que una maldita molestia. ¿Alma gemela? ¿Con el señor policía heterosexual? Él bufó, saliendo del baño con un empujón. No gracias. El de cabellos largos se aproximó a su pareja como si fuese un animal enjaulado—. Tú y yo nos vamos. —Ignorando la angustia en el rostro del japonés él tomó al rubio de la mano, los pasos de su amante fueron torpes y descoordinados, el ambiente fue desagradable y amargo.
—No deberían. —Las palabras de Eiji no fueron más que un irrefrenable impulso de egoísmo—. Aún está lloviendo. —El de cabello largo rodó los ojos. Aquel psicólogo no era más que una distracción. Ingenuo y estúpido. Él odiaba a esa clase de personas.
—Un poco de lluvia no nos matara. —El policía se mantuvo al margen, estático y desconcertado. Shorter Wong era un hombre inteligente y talentoso, no obstante, era lento cuando se trataba de sus propias emociones.
Él nunca había estado enamorado.
—Ash sigue herido. —La desesperación en la voz Eiji fue un áspero tartamudeo. El aludido frenó sus pasos, la respiración de su amante contra su cuello fue endeble y agobiada. Yut-Lung Lee se mordió la boca, sintiendo como el lince terminaba de deslizar sus dedos sobre su piel. Calma. Esta no era una mañana donde pudiesen perder la cabeza.
—Aunque tengas razón... —Él suspiró, tratando de pensar con la consciencia fría y de ordenar sus defensas—. ¿No es peligro dejar nuestras cosas tanto tiempo en ese lugar? —El más alto parpadeó, afligido. Aunque su novio era calculador y apático, él era un desastre en esta situación. Estaban siendo perseguidos—. ¿Qué pasa si Lao las encuentra? —Y él había sido apuñalado. Las piernas le temblaron al escuchar aquel nombre, sus manos se convirtieron en puños, su estómago en un nudo.
—Tienes razón. —Griffin. Él no podía permitir que todo fuese en vano. Si los atrapaban por algo tan estúpido. Su mandíbula hizo presión—. Nos hemos quedado demasiado. —Él no se perdonaría un error de novato. Era el momento del adiós, él lo supo por esa clase de mirada.
Tan solitaria.
—Ustedes pueden quedarse. —Y aunque Eiji Okumura se había convencido de que él estaba satisfecho con una sola vez—. Si me dan la dirección yo puedo recoger sus cosas. —Estos instantes estaban impregnados de su primer amor. El rostro de Ash fue un cuadro de incertidumbre, su corazón retumbó con fuerza desde su pecho hasta sus neuronas, su atención solo se pudo ahogar en él.
—Es un lugar peligroso. —Había algo que lo hacía confiar en aquel chico y lo aterraba de sobremanera—. Yut y yo estaremos bien. —Aquellos grandes e ingenuos ojos eran como cielo y estrellas. Eso no le gustaba. El más bajo dio un paso al frente, determinado.
—Puedo ir. —Fue lo que repitió—. Shorter me puede llevar en su motocicleta. —Poco le importó el aluvión de afuera. El nombrado se frotó el entrecejo, agobiado. Esta era toda una maldita encrucijada para su carrera. Todo lo correcto parecía incorrecto. Y lo incorrecto se había entremezclado con un sueño.
—¿Estás seguro? —La línea entre el bien y el mal se había borrado con las gotas de la lluvia y la salida del sol—. Solo necesitamos nuestras cosas de regreso, nada más. —El más bajo se mantuvo firme frente a las palabras de Ash. El lince se estremeció, cada página de su historia fue recorrida por una asfixiante electricidad, él tragó, mirando a su pareja.
—Bien. —Yut-Lung Lee no sería el villano en esta ocasión—. Si puedes poner en una maleta todo lo que encuentres, estaremos bien. —Enfrascando la desesperación y la incertidumbre, ellos se vendieron.
Un alma gemela es quien te vuelve fuerte. Tan fuerte que comienzas a confundir el valor con miedo e idiotez
Shorter y Eiji condujeron hacia un barrio de mala muerte en medio de una inundación. La fricción entre las ruedas de la motocicleta y el desbordamiento de las calles los dejó completamente empapados. Un violento y estridente palpitar fue el que golpeó su espalda. Él era taquicardia e impulsos. Sus palmas apretaron las manillas, con nervio, sus pies se empezaron a resbalar de la estribera. El japonés ni siquiera le había dado tiempo suficiente como para buscar los cascos. Si alguien del departamento los descubría.
Una nauseabunda y ácida sensación le retorció las entrañas, su mente se vio revuelta por la bruma y el aroma a tierra. Mierda. Esta era una mala idea. Los temblorosos y delgados brazos enrollados alrededor su cintura le impidieron frenar. Las vías se encontraban desoladas, y descuidadas. Aquella parte de la ciudad tenía una hilarante y peligrosa reputación. Recordando las indicaciones que le había dado el lince de Nueva York, él se detuvo frente a un viejo edificio. Su boca se vio repleta de ansiedad. Las escaleras de emergencia tambalearon con cada paso, el gélido del viento pareció carcajear. La habitación era un pestilente lienzo de descomposición y muerte. Joder. Aquello parecía sacado de una mala película de terror.
—Bien. —El japonés dejó caer una mochila—. Solo tenemos que guardar sus pertenencias e irnos. —Ropas y carpetas se encontraban esparcidas sobre una vieja y roñosa alfombra. El lugar carecía de muebles o cualquier otro objeto que indicase humanidad. El de mohicano suspiró, obedeciendo a su mejor amigo.
—¿Ellos no te parecen raros? —El instinto de Shorter Wong le había salvado la vida innumerables veces. Era agudo, potente y premonitorio—. Deberías dejar que se vayan, nos podemos meter en problemas con el jefe. —Sus entrañas nunca lo habían alarmado tanto como lo hicieron con esos hombres. Era un hasta nunca. Las manos del más bajo sostuvieron una de las carpetas, angustiado.
—Lo sé. —Toda aquella situación de misterio y sospecha lo enfermaba—. Ya no insistiré más. —Por más que él lo anhelase acariciar al amanecer con la punta de sus dedos era imposible. Él bajó la nuca, tratando de recomponerse. Algunas imágenes se deslizaron del folio para caer sobre el suelo.
—Lo mejor será que guardemos el secreto de Max y los demás. —Con una paranoia digna de un bandido, el más alto metió las prendas de manera compulsiva y frenética adentro de la mochila—. Además, pedir las licencias al mismo tiempo fue sospechoso. —El aroma a desinfectante y sangre le había erizado hasta el último vello de la nuca. El sonido de la lluvia contra la calle era macabro. Quería irse rápido y olvidar.
—¿Qué querías que hiciera? —El psicólogo comenzó a recoger las fotografías con ira—. ¿Qué lo dejara tirado? Ya tuvimos esta conversación. —El tiempo y la vida se le paralizaron en un rostro desconocido.
Las manos le temblaron, los ojos le empezaron a quemar, un ácido y repugnante líquido le ascendió desde lo más profundo del estómago hacia la garganta. Asqueroso. Espeluznante. Las orbes le lloraron, vómito goteó hasta el piso, su cuerpo no tuvo la fuerza suficiente como para mantenerse de pie, él se tiró los cabellos, frenético, sus uñas se incrustaron en su nuca, sus pupilas no se enfocaron en nada. La frente le hirvió, el sudor se le mezcló con los restos de lluvia. La mandíbula se le desencajó. Todo él estaba tiritando, Shorter corrió a su lado, aterrado. Los puños del más bajo se aferraron con fuerza a su chaqueta, sus palabras no eran más que balbuceos y saliva atorada.
—Dino Golzine.
El escalofrío y la repugnancia que le provocó pronunciar aquel nombre fue indescriptible para el japonés. Él no conocía al hombre de aquella imagen, sin embargo. Él se refugió bajo los brazos de Shorter, con desesperación. Siendo prisionero del asco de su propio cuerpo. No era de él. La garganta se le cerró, los párpados se le hincharon, tener corazón fue una sensación tan dolorosa que lo hizo desear morir.
—Estas bien. —Fue lo que el más alto musitó, tratando de reconocer al sujeto de la imagen—. Estás conmigo, Eiji. —Las emociones le hirvieron en una dolorosa explosión. Sus pensamientos fueron imágenes inconexas y repulsivas. Toques. Sangre. Muerte. Prostitución. Alto. Alto ¡Alto! Era demasiado.
¡Oh! Pero un alma gemela era aquella persona cuyos pedazos lograban completarte.
¿Verdad?
—Vámonos rápido de este lugar. —Las palabras del japonés escaparon pesadas y fatigadas, sus ojos no eran más que niebla en el vacío, sus dedos se habían hundido con fuerza sobre la muñeca del policía. Shorter se mordió el labio, frustrado, ¡él sabía que terminarían así!
—Te dije que no debíamos involucrarnos con estas personas. —Convirtiendo a las fotografías en un puñado de basura él las echó a la mochila, iracundo—. Trabajas para la justicia antes que para el amor. —Su voz fue áspera y frenética—. Que no se te olvide. —El más bajo no lo dejó levantarse. Eiji se sentía atrapado entre la irrealidad y la vida de alguien más. Sangre en el agua.
—No puedes juzgar a una persona solo por su pasado. —El más bajo se frotó la frente, constipado. El nauseabundo toque de aquellos afilados ojos se había grabado como hierro caliente sobre su piel, su respiración eran piedras, el aire no le pasó por el encogimiento de garganta—. Ash no es una mala persona. —Shorter Wong simplemente no lo entendió.
¿Cómo diablos su amigo había llegado a ese nivel de idiotez? Ellos no sabían nada de esos sujetos en su casa.
—Eiji. —Él se levantó, colérico, dejando al japonés entre un charco de agua y mierda—. Las personas son su pasado. —A él ya no le importaba su alma gemela. ¿Frágil? ¿Yut-Lung Lee? ¡Ja! Era como enfrentarse a una serpiente entre un rosal de vidrios y picas. El despecho que su compañero le dedicó lo dejó helado.
—Si así piensas, tú y yo no deberíamos seguir siendo amigos. —Había algo de lo que ellos nunca hablaban—. ¿Qué haces siendo policía si crees eso luego de lo que me hiciste? —Porque era incómodo y era más fácil patearlo debajo de la alfombra, no obstante, aquella tarde el corazón del joven Okumura fue una bomba de dolor en medio de un aluvión. El sonido de la lluvia le eclipsó los pensamientos al contrario. Él retrocedió.
—Yo... —La calidez de su sangre musitó desde la daga que le clavó su mejor amigo—. ¿Realmente tendremos esta conversación ahora? —Eiji Okumura se había convencido de que ser psicólogo era su pasión. Ayudar a los demás, contener el dolor, aprender de las emociones. Sí, todo un sueño.
—No. —Sin embargo, aquello no era verdad—. Pero la tendremos si sigues hablando así de Ash. —Alguna vez él fue un chico de cielos y pasión, con un futuro asegurado y un destino brillante. El problema fue haber conocido a Shorter Wong. Una discusión. Una sola pelea. Un error imperdonable. Sangre en su cadena.
—¿Te importa más ese sujeto que yo? —El despecho fue imposible de ocultar en aquella pregunta, su voz rebotó por las paredes de metal del lugar, el frío de la tarde caló hacia las grietas de su alma. El japonés se limpió la boca, firme.
—Esa persona es mi alma gemela. —Él se levantó del suelo, agarrando la mochila para colocarla sobre su espalda—. No me importa si es correspondido o no. —Sus pasos retumbaron sobre la humedad y la decadencia del cuarto—. Eso no me va a detener para apoyarlo. —Él golpeó el pecho del más alto. El ambiente fue insoportable y tenso. La alfombra se les desbordaría de tantas mentiras.
—Hace un par de semanas esto ni siquiera te importaba. —Las manos del policía se encontraban empapadas de ansiedad y culpa, él trató de tomar la muñeca de su amigo, no obstante—. ¿Por qué cambiaste tan de repente? —Él era todo un cobarde. Shorter se profesó pequeño e insignificante bajo la clase de expresión que el más bajo le dedicó.
—¿Si vivieras el dolor de alguien más en carne propia? —Sus palmas fueron puños sobre su polera—. Si te enteraras de todo lo que ha pasado alguien para tener que sobrevivir en un mundo que le dio la espalda. —Su mente una difusa y tórrida bruma de verdad—. ¿No harías lo mismo? —Las palabras se gastaban.
—No. —La amistad también.
Esa tarde el amanecer fue azul.
La mente de Yut-Lung Lee era una maraña de calamidad y pesimismo. Si Lao los encontraba estaban acabamos, si ese par de idiotas dejaban atrás una sola fotografía Dino Golzine se encargaría de ponerle precio a sus cabezas. Carne de cañón. Basura para burdel. Escoria deletérea. ¡Griffin! ¿Qué acaso este hombre no pensaba en su hermano? Él se mordió las uñas, su ceño estaba tenso y fruncido, la tranquilidad en su pareja le pareció irritante.
Ahí estaba él, pensando en mil y un maneras para salvarle el pellejo al lince de Nueva York mientras él terminaba un refresco en el sofá de esa pocilga. La sangre le hirvió, las mariposas en su estómago fueron un estorbo, sus pasos fueron pesados y tiesos hacia él. Sus manos se acomodaron sobre su cintura, colérico. Aquellos venenosos ojos se lo dijeron todo. El rubio suspiró. Yut-Lung Lee era una pintura digna de contemplar, sin embargo, aquellas delicadas facciones no eran más que una fachada para ese ponzoñoso carácter.
—Entonces realmente nos quedaremos a esperar que ellos vuelvan y seremos damiselas en peligro. —Si algo detestaba el joven Lee era la fragilidad. Con sus propias garras él había escalado para huir de la miseria y la atrocidad, si se hubiese quedado esperando a alguien—. ¿Qué hacemos sino regresan? —Pobre romántico empedernido.
—Regresaran. —Ash se hizo a un lado en el sillón—. Dales algo de tiempo, la lluvia esta fuerte. —Con un sutil gesto de manos, él lo invitó a tomar asiento. Con pesadumbre, él se dejó caer a su lado. Los resortes de aquel viejo mueble chirriaron, el alarido de la tormenta contra la ventana fue molesto, en un pestañeo la ampolleta se quemó. Él chasqueó la lengua. Una pocilga.
—¿Desde cuándo le tienes tanta fe a la ley? —Sus brazos fueron una muralla entre ellos dos, la palma del rubio se deslizó sobre su cintura, rompiendo barreras. Manipulador—. Tú eres el primero en hablar pestes de la policía. —La calidez y el aroma de su amante fueron una sensación reconfortante para él. Masculina, nostálgica y segura. Él se acercó, con lentitud.
—No veo que tengamos muchas opciones. —Sus manos se entrelazaron sobre sus rodillas—. Solo podemos confiar en ellos. —Algo en las palabras del lince no lo terminó de convencer. Eiji Okumura. Como si fuese un rayo aquel nombre le electrizó cada una de las neuronas.
—Es por ese psicólogo. —Su palma hizo presión sobre la del rubio, todo su cuerpo se tensó—. ¿No es así? —Su mirada dejó estático a Ash, su novio era un hombre perceptivo y astuto. Maldito instinto animal—. Ese chico cree que es tu alma gemela.
El lince negó. Aunque aquel japonés sí le generaba una indescriptible sensación. No. Simplemente no. Sus hombros se relajaron, sus yemas se enredaron entre los cabellos de su amante. Oscuros y lacios. El más bajo se estremeció ante tan dulce expresión. El tiempo pareció correr más lento.
—Le pedí que no me mostrara su impresión. —La estática que ellos compartieron en esa mirada fue sofocante—. Así que no importa. —Algunos vendían mentiras—. No cambia nada. —Ash Lynx las compraba. Un ponzoñoso y amargo sabor fue el que se impregnó en la respiración del más joven. Cada una de las máscaras del lince él se las sabía de memoria.
—Bien. —Por eso se cubriría los ojos y jugaría a pretender—. No me des motivos para estar celoso. —Ellos no conocían otra forma de amor. Era tóxica, era egoísta, era destructiva. Y así les gustaba. El más alto levantó una ceja, divertido.
—¿Y qué me dices tú? —Sus yemas se enredaron bajo la coleta de su novio, la polifonía de sus respiraciones fue una canción de cuna—. Ese policía creyó que tú eras su alma gemela. —El desagrado en aquellas finas facciones le resultó gracioso y lindo. Las entrañas se le revolvieron en una putrefacta sensación, su cuerpo se vio recorrido por un escalofrío.
—Ni de joda. —Más que palabras aquellos fueron gruñidos. La mano de Ash se acomodó sobre la nuca del contrario, dejando palmadas y caos, largos mechones de cabello se enredaron entre sus pestañas para colgar sobre frente y orejas.
—No es tan mal partido. —Él chasqueó la lengua, indignado.
—En primer lugar es heterosexual. —A Yut-Lung Lee aquello no le importaba, no obstante, él se encogió, acercándose a Ash. Habían algunas heridas que sin importar el tiempo que transcurriese seguían abiertas—. Además yo no soy frágil. —Los labios del lince se fruncieron, angustiados. Conocer a aquel muchacho no había sido más que una desastrosa coincidencia. Era ir, realizar el trabajo, y correr, no obstante, sus yemas repasaron aquellas lindas facciones.
—Tienes razón —¿Cómo podría haberlo dejado ahí? ¿En ese estado?—. Eres un chico fuerte. —¿Con ese monstruo? No había tenido el corazón. No cuando ambos habían nacido bajo las estrellas equivocadas. El rostro del más bajo se tiñó de un ligero carmín, los labios le temblaron, el pecho le retumbó con fuerza. Él extendió su mano, repasando la cara de su amante. Varonil y atractiva.
—No me trates como un niño... —Él le apretó la nariz como regaño, la risa de Ash fue suave y reconfortante—. Además, no me dejaste la mejor primera impresión, tuviste suerte de ser guapo. —En una sonrisa ellos se lo dijeron todo. Ellos eran dos personas rotas. Estaban tan quebrados que ya ni siquiera en el reflejo del contrario se lograban reconocer. Por eso ellos eran perfectos.
—Supongo que la tuve. —Era agradable atragantarse con miseria en pareja—. Aunque la belleza del lince es legendaria. —El más bajo rodó los ojos, hastiado. Él siempre era así. Lo odiaba.
—Ash. —Escuchar su nombre con esa clase de voz—. ¿Me amas? —Fue tan cruel.
—Ya sabes la respuesta, Yut. —Saberla era el problema. Él cerró los ojos, dejándose caer sobre el hombro del rubio. Estaría bien mientras le doliera—. Deberíamos regresar con la pandilla. —Estaría bien mientras lo tuviese atado con esa marca. El golpeteo de la lluvia contra la ventana no fue más que una ilusión.
—¿Qué hacemos con Lao? —Ash se apretó las vendas bajo la ropa, la saliva se le atoró en medio de la garganta, su atención se enfocó en aquella ampolleta quemada. Una maldita mierda.
—Ya lo veremos. —Bajo la alfombra los problemas lucían mucho mejor.
—¡Lo conseguimos! —El victorioso grito de Shorter al ingresar al apartamento fue lo que se robó las luces y la atención, Eiji arrojó su mochila en medio de la sala de estar. Había una extraña e incómoda atmósfera entre el policía y el psicólogo. Nadie hablaría de ello. Era más fácil no hacerlo.
—Bien. —Yut-Lung Lee fue quien se inclinó para revisar el contenido de la maleta—. Gracias, supongo. —El plomo dentro de su pecho se aligeró al vislumbrar sus pertenencias. Lo habían hecho bien.
—Ahora iré a hacer algo para cenar por si tienen hambre. —Una sofocante y pesada ansiedad se adueñó de Ash al percatarse de la expresión del japonés. Sus párpados estaban rojos e hinchados, sus mejillas pálidas y resecas, sus puños morados, sus labios quebrados. Él había llorado. Sus nudillos temblaron sobre sus rodillas. No. No era de su incumbencia.
Pero un alma gemela era aquella persona cuyos pedazos lograban completarte
El resto de la tarde transcurrió con una inquietante normalidad. Los cuatro parecían haberse acostumbrado a la presencia de los demás con una rapidez peligrosa y mortal. Ash disfrutaba de la compañía del japonés durante la cena, sus pequeñas pláticas nocturnas y sus encuentros casuales a la hora de cambiar las vendas. Era divertido para él pasar tiempo con el más bajo. Se sentía tan natural. Por otro lado, Shorter Wong era una telaraña de caos. Se decía a sí mismo que no necesitaba de su otra mitad, se perjuraba a sí mismo que era una hermosa mujer la que lo estaba esperando, había creado un ambiente de disgusto y pesadumbre con su mejor amigo por esa discusión, sin embargo, su mirada seguía cayendo sobre Yut-Lung Lee. Aunque no se lo admitiese aquel chico despertaba una venenosa curiosidad en él. Escuchar a su propio corazón no era tan fácil como lo pintaban las teleseries del cuartel. Eran toda una estafa.
En medio de tímidas risas e ingenua calidez, el destino los alcanzó. Fue en un segundo. Los estridentes golpes en la puerta del apartamento, decenas de policías ingresando a su hogar. Uno de sus compañeros apoyando su rodilla contra su mejilla en el piso. La frialdad de las esposas sobre sus muñecas. Los gritos de Max a su espalda. Desesperación. Miedo. Pánico.
—Tiene derecho a guardar silencio y a negarse a responder preguntas, cualquier cosa que diga puede ser usada en su contra en el tribunal judicial. —El beso entre sus miradas fue tan profundo como la cadena entre sus almas—. Eiji Okumura, está bajo arresto por sospecha de homicidio. —Y tan efímero como el instante antes del amanecer.
Y porque Ash Lynx supo aquello le dio la espalda para no mirar hacia atrás.
¿Qué tenemos acá? Enredos, muchos enredos de diferentes maneras.
Bueno, luego de esta semana mi vida debería regresar a la estabilidad junto a las actualizaciones semanales.
Espero que les haya gustado, muchas gracias a las personas que se tomaron el tiempo para leerlo.
¡Cuídense!
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