Capítulo 20.
¡Hola mis bonitos lectores! Primero, CharitaCuevas ahora sí, este es un regalo de cumpleaños decente y no el provisional que te hice, sé que esta historia es una de las que más te gusta así que no podía perdonarme que no fuese esta. Espero que te agrade, esta hecha con amor.
Muchas gracias a las personas que se toman el cariño para leer. ¡Espero que les guste!
Él anheló la infinita libertad aunque su cuerpo era una condena.
—¡Duele! —Los movimientos del pincel cesaron sobre su muñeca—. Hazlo con más cuidado, ¿no ves que soy delicado? —La frente le martilló con una desbordante saña ante tan caprichosa reacción. ¿Quién se creía que era? ¡Le estaba haciendo un maldito favor!
—No seas malagradecido con Yut. —El nombrado bufó—. Si te quedases quieto sería más fácil. —La mañana fue un barco de cristal durante esa tempestad dorada, el insomnio se había reducido a polvo de estrellas y las risas a una sinfonía melancólica.
—Él es un terrible artista. —Un tímido mohín coloreó el marfil bajo su jugueteo de palmas—. ¿Me vas a tomar una fotografía? —La estridencia de un flash fue su respuesta, a pesar de vanagloriar la privacidad aún se podían escuchar las quejas de la pandilla del otro lado de la puerta.
—¿Por qué no? —Eiji abanicó la instantánea con una impaciencia infantil—. Mi novio es bastante guapo, merece ser inmortalizado. —Un adorable sonrojo opacó la galantería. Aunque el lince de Nueva York era portador de una reputación implacable, a él le gustaba mucho más este retazo de ingenuidad. Era pequeño y vulnerable.
—Eres tan lindo cuando dices cosas así, onii-chan. —Dulce como un bizcocho pero más embriagador que el elixir prohibido. Él bajó el mentón, la cámara se deslizó hacia su regazo, la fotografía pendió entre sus dedos.
—Tú eres lindo. —Sus narices se rozaron.
—Tú lo eres más. —Yut-Lung Lee chasqueó la lengua antes de golpearlo con el pincel, el chillido fue inminente.
—¡Son asquerosos los dos! —Él jamás se los diría, sin embargo, poder presenciar semejante felicidad era una apología para la esperanza—. ¿Me puedes pasar el fijador? —El moreno obedeció, la lata se deslizó desde el set del maquillaje hacia las palmas de la fragilidad.
—¿Por qué eres tan amable con mi novio? —Un leve ardor le quemó la muñeca cuando una brillante bruma de laca le fue rociada.
—Porque a él lo quiero más. —Esa sonrisa filosa le descompuso el ego—. Él pagó las palomitas en nuestra cita.
—¡Yut! —Él redujo al imponente Ash Lynx a un niño berrinchudo con una impresionante facilidad—. Nosotros también podemos ir al cine, no te pongas así. —Aquellos intentos de consuelo arremetieron contra su voluntad, la ternura con la que esos grandes ojos cafés lo vislumbraron fue la lluvia que limpió la remembranza.
—¿Está listo?
—Lo está. —Él bajó su mirada hacia su impresión, la conmoción fue sublime cuando encontró la palabra «libertad» escrita en su muñeca, el aire se le atoró en los pulmones, la boca se le secó, él sabía que el efecto del maquillaje se esfumaría bajo la crudeza de la realidad, sin embargo.
—Gracias. —La felicidad lo rebalsó—. Sé que no significa nada pero... —Sus yemas repasaron con una suavidad abrumadora las letras—. Gracias, Yut. —El nombrado se rindió. Para él era estúpido tener que pretender, era mucho mejor envenenarse con el dolor y ser carcomido por el rencor hasta una deliciosa autodestrucción.
—De nada. —No obstante, él estaba tratando de perdonarse para avanzar—. No fue gran cosa, lo hemos estado haciendo con toda la pandilla. —El odio fue el trago que lo dejó marchito, tal vez la inocencia aún podía florecer en su cementerio de espinas.
—Excepto por Arthur. —El japonés permitió que su espalda reposase sobre el pecho de su amante—. Él no ha dejado que nadie vea su impresión. —Esos fornidos brazos lo rodearon con recelo, como si quisiese arrebatarle este instante al destino para enmarcarlo en su eternidad.
—Eso me preocupa. —Pero no era momento para contar sueños en un bazar.
—A mí también, tengo un mal presentimiento. —Su mirada pendió hacia el desastre de bases y correctores en la maleta—. ¿Has podido averiguar algo sobre Banana Fish? —Yut-Lung Lee infló el pecho con orgullo, era momento de poner su inteligencia superior a prueba. Sí, su exnovio era una presunción de intelecto, sin embargo, ¿él?
—Me ofende la pregunta —Él era la luna que gobernaba en la oscuridad—. ¿Han oído hablar de las drogas de hipnosis? —El americano se tensó.
—Un tipo de hipnosis causada por una droga creada por la ex URSS. —La amargura quebró la atmósfera, sus dedos se crisparon sobre el vientre del moreno como una desesperada confirmación de realidad—. Fue hecho para forzar a la gente a ser espías o asesinos. —Aquellas afiladas amatistas fueron un apogeo para la desgracia—. Oí que no era confiable y no pudo ser usada.
—Banana fish lo hace 100% confiable. —El pincel rodó desde sus pies hacia la maleta, el crujido de la madera le dio escalofríos—. Creo que esa droga somete al usuario a una lealtad absoluta y obediencia ciega con el nombre de su impresión, es un lavado de cerebro y voluntad. —La sangre se le heló, sus piernas se contrajeron en la alfombra.
—Tiene sentido. —De esa manera el vínculo entre las almas gemelas se vería nublado con el consumo progresivo, sin embargo, él no lo quería pensar. Porque si era reversible se ilusionaría con poder alcanzar a tan resplandeciente belleza cuando en sus sueños lo apartaba.
—No entiendo cómo pueden arruinar una impresión, ninguna teoría psicológica menciona eso. —Yut-Lung Lee jugueteó con su cabello, aunque solía odiarlo en la lozanía de su juventud él lo había convertido en un símbolo de resistencia. Él era fuerte, era hermoso y estaba muriendo.
—Aún no he descifrado esa parte. —Finalmente sus conocimientos en química eran de utilidad, benditas fuesen esas hienas que no se conformaron con corromper su cuerpo sino que lo presionaron hasta el borde de la locura—. Para eso tenemos a infiltrados en la policía. —¿Qué sería de él sino lo hubiesen roto?
—Max no cuenta como infiltrado si es un conserje. —Cierto, habría sido normal—. Fox ni siquiera lo deja entrar al baño de empleados. —Ya daba igual, no porque doliese esto se detendría, no por anhelarlo la vida se compadecería, si quería salvarse necesitaba usar el último hueso de su cordura para ascender.
—¿Están hablando de Max? —Sin embargo, la voz de Shorter reventó esa burbuja de desolación para acunarlo con una inefable ternura—. Ese sujeto fue degradado por mi culpa, lo lamento. —El japonés contuvo una risita.
—Cuando dijiste que armarían una distracción no esperaba eso. —Que Yut-Lung Lee lo contemplase con semejante curiosidad lo puso ansioso, él debía verse cool para seducirlo, era hora de poner el legendario encanto Wong en práctica.
—Tengo muchos más movimientos por si quieres ver. —Como si fuese una escena de comedia romántica, él estiró su brazo en un bostezo fingido, si esto enloquecía a las damas podía domar a una fiera.
—¡Eiji! ¡Yut! —Sin embargo, él fue de bruces contra el suelo cuando los nombrados se levantaron—. ¡Se me salió otra vez! —El lloriqueo de Bones tentó una inexistente paciencia, su muñeca era un desastre de tinta y base derretida, Alex les arrojó una súplica silenciosa por detrás.
—Bien. —El más joven tomó el pincel del suelo—. Vámonos, este desastre no se va a arreglar solo. —El psicólogo apretó con fuerza los párpados antes de tomar esa gigantesca maleta y arrastrarla hacia la sala de estar.
—Ese fue un pésimo intento de coqueto. —Aquella petulante carcajada le taladró los tímpanos, la sangre le hirvió, las orejas le humearon. Odiaba que ese idiota lo subestimase.
—¡Mejor que los tuyos con Eiji! —La vergüenza fue compartida—. Amigo, somos patéticos. —Ambos se acomodaron contra la pared.
—Lo somos.
Aunque ni siquiera le agradaba aquel petulante una desmesurada curiosidad lo seguía impulsando hacia la tragedia. Ash Lynx era una divergencia extraña, aquel implacable líder de pandilla se reducía a un ovillo tembloroso entre los brazos del japonés, no era su intención escucharlo, sin embargo, él se hacía trizas con una fragilidad violenta cuando las tormentas rompían y los girasoles se marchitaban. Quizás había sido demasiado duro al juzgarlo, el sujeto no dudó en sacrificar su propia integridad con tal de mantener a su alma gemela a salvo, tal vez él también tuvo una infancia de mierda pero no supo escapar de tan inclemente oscuridad, porque quienes no aprendían a nadar se ahogaban en la desesperanza. Probablemente él no era más que un niño quien perdió a su hermano demasiado temprano. Si no fuese por Nadia la crueldad también lo habría devorado. Él jamás lo aborreció, sino a quien le recordaba.
¿Cómo se permitió olvidar su inicio?
—¿Estás en una relación con Yut? —Él no tuvo las palabras correctas para disculparse por su indiferencia, si Eiji lo hubiese escuchado aquella funesta noche habría muerto desangrado.
—Algo así. —Sus rodillas se crisparon hacia su vientre—. Aún lo estamos viendo. —Una floja sonrisa destiñó la nostalgia tras ver la impresión del americano, más que compadecerlo lo admiraba por su perseverancia. Había escuchado una infinidad de veces llorar al psicólogo por aquel vínculo inquebrantable.
—Me alegro. —¿Qué tanto daño le hicieron al niño perdido?—. Él se ve feliz a tu lado. —¿Qué tan abusada fue la ingenuidad?—. Pareces gustarle en serio. —Las entrañas se le retorcieron, él era un hipócrita por buscar piedad cuando se dejó cegar por una bruma de celos.
—Sí... —Su nuca se deslizó por la pared, aunque ese departamento era una porquería le agradaba que estuviese repleto de quejas entremezcladas con risas, era egoísta rehuir de la soledad, sin embargo, eso lo hacía humano—. Tendremos que conseguir otro lugar, no creo que sea buena idea quedarnos acá. —La risa del rubio lo dejó boquiabierto.
—Es verdad. —Lo genuino de esa tonada le erizó la cordura—. Lamento que nos hayamos adueñado de tu casa dos veces. —Aquel despiadado depredador se había quedado sin garras, sus lentes fueron concreto en el puente de su nariz—. Gracias.
—C-Claro. —De repente se profesó cohibido—. Por cierto... —Utilizando hasta el último atisbo de su frustración él le estrelló un puño encima del hombro—. Eso fue por preocupar a Eiji. ¿Tienes idea de lo mal que la pasó? —La culpa fue un naufragio solitario.
—Era la única manera. —El policía negó.
—Tú te convenciste de que era la única manera. —Él estiró sus brazos hacia el techo, finalmente se había animado a reemplazar ese demacrado uniforme por una sudadera amarilla—. Realmente temí perderlo. —El ambiente cambió—. Él parecía al borde del colapso. —Porque la fragilidad era una condena compartida en esta cadena perpetua.
—Escuché que Sing cuidó de él. —Otro golpe le dejó un moretón—. ¡Deja de hacer eso! —Él se acarició el brazo, adolorido. No quería que esto se volviese una mala costumbre entre ellos dos—. La última persona que me desafió perdió un colmillo.
—Ese chico me agrada, parece ser la única persona que ve mi genialidad. —Era verdad, ese aspirante por la justicia era una centella de esperanza en el lienzo de la brutalidad—. Pero lo que hay entre ustedes no tiene comparación. —Las mejillas le ardieron, sus dedos presionaron su muñeca como un intento desesperado para que esta fuese su verdad.
—Sing puede sentirlo. —Por mucho que suplicase Dios no se compadecía, apenas el agua lo rozase la grotesca marca de Dino Golzine lo poseería—. Él lo ha visto volar. —Él lo encontraría, lo llevaría de regreso, lo castigaría porque era de su propiedad, su alma había sido violentada. Era repugnante asimilarlo.
—He visto como se miran. —Sin embargo, en medio de esa desgarradora oscuridad—. Me siento mal por él pero el vínculo entre ustedes dos es especial. —Él lo sacaba hacia la orilla.
—Supongo. —Las palabras de Cain lo abofetearon en un memorándum—. Una vez nos confundieron con almas gemelas. —Y fue lindo, tanto que él quiso llorar—. Es una tontería, lo sé. —Porque si alguien tan maravilloso como Eiji Okumura lo complementaba, él no podía ser tan malo—. Pero me hizo feliz.
—Ash... —Él negó, gracias a esos ridículos lentes de sol él pudo vislumbrar la expresión que tenía.
—¿Ellos están indagando en el cuartel? —Él estaba destinado a acabar de esta manera, ¿verdad? Amarlo le resultaba indescriptible.
—Están tratando de investigar a Fox. —Era una confusión mortífera que lo llevaría a su destrucción, si Dino Golzine se enteraba de esa desmesurada incondicionalidad se encargaría de ensuciarla. Eso hacían los pederastas con la inocencia, la manchaban hasta que no se pudiese poner de pie, porque las piernas le dolían mucho y el licor lo había mareado.
—Espero que les esté yendo mejor que a nosotros. —Él presionó los párpados antes de suspirar, aunque la libertad no le perteneciese al menos se le permitía anhelarla desde su jaula. Eso era suficiente.
¿Verdad?
Él atesoró la fugacidad pero la sentencia estaba escrita.
—¡Max! —Su grito se perdió bajo el estrépito de sus pulmones, el sudor le escurrió hacia el mentón, él se aflojó la corbata mientras se abría paso por las instalaciones del cuartel—. ¡Max! —¿Dónde estaba su jefe cuando se necesitaba?
Esto era un caos, Sing Soo-Ling no tenía que ser un genio para saber que su preciada justicia no era más que una fachada putrefacta, desde que Eduardo L. Fox había vuelto de su viaje el frenesí no tuvo piedad. Las celdas del subterráneo se hallaban atiborradas de criminales sanguinarios, sus servicios eran negligentes, las órdenes le provocaban arcadas. ¿Desde cuándo su trabajo era dejar ir al abusador? Pero al estar colapsados los mandatos tenían una claridad agobiante, era como si ese sujeto estuviese armando una colección personal de matones, además a estás alturas le parecía obvio el dopaje, aquellos asesinos de sangre fría no eran más que muñecas rotas con impresiones manchadas, él tragó, su amor por la equidad no podía decaer con esto. ¡Debía haber alguna explicación!
—¡Max! —Él lo encontró con un destapador en mano mientras limpiaba los baños—. Ahí estás. —El horror lo silenció, este estropajo humano era una triste evocación de quien admiró—. Es una emergencia, se nos están acumulando las llamadas pero no podemos salir. —La angustia retumbó por las baldosas, el hedor del cloro le quemó la nariz.
—¿Qué quieres que haga? —Ni siquiera se había atrevido a darle una explicación coherente a Jessica—. Esto ya no está en mi poder. —¿Se arrepentía? Claro que no, más que una desalmada pandilla de criminales esos muchachos lucían famélicos por amor. No podía juzgarlos si suplicaban para sobrevivir.
—¡No puedes dejarte vencer así! —Él apoyó el destapador contra el piso, la espalda aún le dolía luego de limpiar la bodega, esto era abuso de poder—. Eres Max Lobo. —Él bufó, ese saco de huesos no le hacía justicia a tan imponente seudónimo.
—Chico, ya déjalo. —El más joven no quería armar una pataleta cuando era un adulto en construcción, no obstante...
—¡Eres un idiota! —La frustración le perforó las venas, él apretó los puños y tensó la mandíbula—. Ellos confían en nosotros para hacer esto. —La peste del limpiador le había quemado los ojos, él trató de enfocar su atención en su jefe, sin embargo, el cuadro fue risible.
—Lo sé. —Max se mordió el labio—. Pero no puedo darme el lujo de hacer esto. —Él seguía siendo el sustento principal de su familia, no era cuestión de lealtad. Sus yemas se deslizaron por la orilla del destapador, sus zapatillas estaban empapadas.
—Creo que quiere traicionar a Dino Golzine. —Aquel nombre le heló la sangre—. Lo escuché hablar con una fundación o algo así, al parecer le quiere quitar el puesto. —Pero aún tenía que limpiar los vidrios y trapear la recepción.
—¿Estás seguro? —Él aborreció esa maldita vena de vocación.
—Más o menos. —El sollozo de la razón fue aplacado por esa ferviente pasión. Su única responsabilidad era con su familia, sin embargo, sus preciados subordinados eran como sus hijos adoptivos, él fue quien acompañó a Shorter a la peluquería cuando se dejó esa explosión púrpura en la cabeza.
—Ya veo. —Él consoló al japonés cuando las pértigas no fueron lo suficientemente resistentes como para elevarlo hacia cielo. Él los adoraba en lo más sagrado de la palabra—. ¡Maldición! —Él tiró el destapador sabiendo que sería despedido—. Muéstrame.
—¡Así se habla! —El vitoreo del más joven lo hizo reír, se aborrecía por ser tan blando—. Las esconde en su oficina.
Sin una pizca de sutileza ellos irrumpieron en la intimidad de su jefe, le enfermaba ese lugar, los animales disecados creaban una imagen escalofriante junto a las fotografías militares, él tragó duro mientras su subordinado husmeaba por los escaparates, el espanto fue contenido cuando él lo vio sacar una llave para acceder al compartimiento oculto. ¿Quién le había enseñado a robar? Luego tendrían una charla paternal. La columna vertebral se le erizó apenas la puertecilla fue abierta y una torre de medicamentos lo recibió, él no quería creer en semejante corrupción, sin embargo, las pruebas eran infalibles, sus zapatillas dejaron un charco en esa elegante alfombra de piel, sus yemas repasaron las advertencias del B1, esto le daba una terrible corazonada.
—Esto es lo que usan con los prisioneros de abajo. —El cartón crujió bajo la fricción de sus yemas, la respiración lo corroyó, la amargura fue sofocante—. ¿Tiene sentido?
—Lo tiene. —La jaqueca lo mareó, la peste del aromatizante le agujereó los pulmones—. Has estado poniendo demasiado empeño en esto. —Las mejillas del más joven se tiñeron con violencia al haber sido atrapado—. Es por Eiji, ¿verdad? —Él bajó el mentón, sus puños temblaron contra su camisa.
—Lo es. —Le fue inevitable caer enamorado de tan insolente bondad, el canario cuyas alas fueron arrancadas—. Esto es importante para él. —El chico con ojos de galaxias. El japonés tenía la increíble habilidad de sentir la última y desesperada señal de auxilio que las personas enviaban, eso lo embelesó.
—Sing... —Sabía que no era competencia para Ash Lynx, sin embargo, él se conformaba con permanecer a su lado. Mientras pudiese contemplarlo fulgurar sería suficiente.
—Lo sé, es tonto. —Pero en el fondo eso era mentira, él esperaba que ese romance fracasara para que él pudiese acompañarlo a Japón, él se aborrecía por guardar semejantes emociones, no le gustaba estarse envenenando por los celos.
—¿Crees que esto cambiará sus sentimientos?
—No pero él me gusta mucho. —Sin embargo, su corazón lo reconoció antes de que su razón lo hiciera—. Esto duele. —Por eso escogió esa fecha, quería construir un final feliz, su final feliz—. Lo conozco mejor que nadie, no es justo. —Él apretó su muñeca con desesperación, arriesgaría su pellejo con tal de protegerlo, sacrificaría su misma existencia para que esa sonrisa floreciera.
—El amor no funciona de esa manera. —Era frustrante rendirse sin intentarlo. Porque ni siquiera hubo competencia, ¿no?
—Hay algo que te debo decir acerca de Ash Lynx.
—¡Max! —El alarido de la secretaría le trepanó los tímpanos—. ¿Dónde está ese vago? —La joven se asomó a la oficina mientras trataban de ocultar su crimen, el asunto con los secretos era asegurarse de que estuviesen bien muertos. Ella lanzó un suspiro fastidiado, el maquillaje no le disimuló el cansancio, estaban agonizando.
—¿Qué pasó? —Ella se acomodó la blusa antes de continuar, una mancha de café resaltó contra la porcelana.
—Un lunático te está buscando en la recepción. —Sing alzó una ceja y él se encogió de hombros—. Ya le expliqué que no ejerces más como oficial pero parece determinado a hablar contigo. —El ajetreo se tornó evidente cuando siguieron a la muchacha. Como si pudiese leer la mente del más joven, él musitó.
—No tengo ni la mejor idea.
—¡Que me dejen pasar! Sé que está ahí, tengo noticias urgentes que darle. —Dos guardias estaban tratando de retener al alborotador, los susurros de la multitud le resultaron despiadados, sino estuviesen colapsados lo habrían encarcelado.
—¿Shunichi? —El nombrado se zafó con un tirón—. ¿Qué haces aquí? No sabía que estabas en América. —La decepción fue mortífera tras contemplarlo en su nuevo uniforme, si fuese por el petulante de su jefe habría perdido hasta la placa.
—Estoy metido en algo peligroso. —Se conocieron en el apogeo de su juventud, cuando él asistía a la facultad de periodismo e Ibe era un aspirante a fotografía turisteando—. No quiero escucharme paranoico pero... —Él apretó su cámara contra su pecho, el aire le pesó—. ¿Has escuchado sobre el cambio de almas gemelas?
Él se enamoró del amanecer en una historia de tinieblas.
Era extraño, él siempre había anhelado tener una vida normal.
Aunque ni siquiera entendía la totalidad del concepto le hubiese gustado tener la oportunidad de crecer en una casa que no estuviese podrida por el maltrato, terminar de asistir a la universidad y haberse enamorado de esos sublimes ojos cafés mientras eran unos adolescentes estúpidos. Pero sus manos estaban manchadas de sangre, de la sangre de todas las personas que había matado, era inevitable que la culpa lo corroyese mientras se congelaba. Por eso era violenta la presencia del japonés. ¿Cómo un hombre que sollozaba atormentado por las memorias podía ser normal? ¿Con qué derecho se quedaba cuando habían comprado su alma? Lamentarse por el pasado no lo cambiaba, él lo sabía, estaba trabajando para mejorar, sin embargo, era terrible que lo hubiesen transgredido de esta manera. Ahora era un prisionero completo, ni cortándose la muñeca sería libre, no era más que una mariposa en agonía en un frasco sin oxígeno.
Estaba sucio.
—Ash. —Pero cada vez que esos toques mugrientos lo agarraban de los tobillos para hundirlo en la miseria—. ¿En qué piensas? —Él lo encontraba.
—En nada. —El viento fue una caricia dorada mientras contemplaban el lago, la reunión con Black Sabbath había sido un éxito, el dulzor del agua le cosquilleó bajo la nariz, sus zapatillas juguetearon contra el barandal, sus yemas bosquejaron su impresión falsa.
—¿Nos vamos a seguir comunicando por la biblioteca? —Él no solo acunó las heridas en su cuerpo y limpió su alma, él arrulló su corazón y utilizó sus propios pedazos para complementarlo. Y sí, era difícil, a veces insufrible tener que mirarlo.
—Ya no es necesario. —Porque él lo vislumbraba como si todo el amor del universo pendiese en sus pupilas, eso era aterrador—. Debemos lanzar una ofensiva pronto, lo más inteligente será seguirnos reuniendo en persona. —Odiaba profesarse especial, no obstante, si él le daba la mano con semejante gentileza.
—Lo entiendo. —Si él lo acariciaba con esa ternura desbordante, no lo podía evitar—. ¿Todavía no tienes ganas de volver? —El moreno era su zona de seguridad, él arrancaba las páginas del destino para trazar su propio final. Él lo amaba no solo por esa desmesurada galantería, sino por lo que había contemplado en su alma.
—Oye, Eiji. —Aun estando quebrado lo arrulló—. ¿Has pensado alguna vez en la muerte? —Aunque su paraguas estuviese quebrado ellos se permitieron soñar en la tempestad. Irónico, nunca se dio esa oportunidad, Griffin se mofaría al verlo tan risueño.
—¿Muerte? —Él asintió.
—Hay una montaña en el Kilimanjaro, a 19.710 pies de altura, lleno de nieve. —Su atención pendió hacia el reflejo del lago, la magnanimidad del dorado fue una discrepancia arrebatadora para la infinidad de cristales—. Los Maasai llaman a la cumbre occidental «la casa de Dios», cerca de la cima yace marchito y congelado el cadáver de un leopardo. —Sus ojos regresaron a él—. ¿Qué hacía tan arriba? Nadie es capaz de explicarlo. Cuando pienso en mi muerte me acuerdo de ese leopardo.
—Ash... —El japonés perdió el aliento, ese verde tormentoso fulguró más brillante, intenso y vibrante que nunca, sus dedos se entrelazaron con timidez en el barandal.
—¿Por qué escaló tanto la montaña? ¿Se perdió cazando a su presa hasta que llegó a un punto en el que no podía volver? ¿O subió y subió, poseído por algún instinto y se desplomó intentándolo? —Lo tenía muy cerca, pero temía que se fuese a un lugar lejano—. Pienso en qué dirección estaba su cadáver. ¿Estaba intentando bajar? ¿O subir más alto?
No le importaba lo que dijese su muñeca.
—De cualquier manera, ese leopardo sabía que nunca volvería. —Aquella abrumadora soledad inundó sus propios latidos para perderse en la impotencia—. No pongas esa cara. Nunca le he temido a la muerte, pero tampoco la he deseado.
Esto era un alma gemela.
—Bien, me alegra escucharlo. —De repente no sabía cómo sentirse, Ash mataba sin piedad entre toda esa sangre y pólvora—. Los humanos pueden cambiar su destino. —Él, quien odiaba las calabazas y se sonrojaba por eso—. Tienen sabiduría que los leopardos no. —¿Cuál era el real?
—Supongo... —¿O era ambos coexistiendo juntos, uno al lado del otro?
—Además, tú no eres un leopardo. —Cualquiera que fuese la respuesta él lo amaba en su totalidad—. ¿Verdad? —Una trémula sonrisa suspendió en el aire, él regresó a la realidad desde el otro lado de la baranda, su agarre fue firme, la brisa los convirtió en un desastre.
—Supongo que sí. —Él apretó los párpados con nervio, la sinfonía que habían forjado sus latidos quebró el silencio—. Gracias por encontrarme esa noche. —Enamorarse era curioso, no sabía lo que estaba tratando de decir pero ya lo había dicho—. Sino hubiese sido por ti estaría muerto. —La crudeza en sus palabras le erizó la voluntad.
—Ash... —Él estaba convencido de que era un leopardo, anheló ponerle a su sufrimiento un punto final, sin embargo, cuando él se estaba ahogando fue su ternura la que lo sacó hasta la superficie.
—Me sentía mal esa noche, me hizo mucha falta Griffin luego de que... —Él tembló, ni siquiera lo recordaba, solo sabía que sus piernas habían quedado entumecidas por lo bruto que fue—. Pensé que esto era todo para mí. —La boca se le secó, la mirada le quemó, él quiso enfocar su atención en el lago, sin embargo—. Pero me escuchaste cuando nadie más lo hizo. —Otra vez cayó por él.
—Aslan. —Él le acunó las mejillas con una ensordecedora suavidad—. Mi dulce Aslan. —Él sabía que era ingenuo creer en leyendas, no obstante, la vida era muy corta para solo enamorarse en esta—. Siempre te encontraré. —Por eso lo hallaría en todas las demás.
—Habría sido lindo conocerte en la universidad, ¿sabes? —La melancolía lo forzó a contener un sollozo—. Tú como un saltador de pértiga. —El americano fue en piezas hacia él, esperando herirlo para apartarlo.
—Y tú como un jugador de béisbol. —Pero él las recogió sin que le importase lastimarse—. Dijiste que te gustaba, ¿no? —Él se convirtió en su hogar donde rompían las tormentas, una trémula sonrisa fue cenizas bajo el viento de la infancia.
—Bastante. —No podía odiar el deporte si su hermano lo atesoraba.
—Habrías sido bastante popular. —Su puchero lo hizo reír, le encantaba que esbozase tan adorable expresión—. Me hubiese puesto celoso. —¿A quién engañaba? Adoraba cada retazo de este impulsivo japonés. Él era su vida, su otra mitad, su alma gemela. ¡Al diablo Dino Golzine con su impresión!
—No hubiese sido necesario. —Él le coloreó primavera encima de las mejillas—. Porque me habría enamorado de ti apenas te hubiese visto saltar. —Ambos rieron, sintiéndose tontos por la vergüenza.
—Suenas bastante seguro. —Claro que lo estaba, cuando lo vio surcar la libertad su mundo se dio vueltas—. Eso es lindo. —Pero él lo era.
—Eiji... —Él le acomodó un mechón detrás de la oreja, el rubor fue descarado, este romance lo estaba dejando vacío—. ¿Quieres dar un paseo antes de volver? —Porque esa carcasa congelada ahora era una amarga ilusión. Ya no quería estar más en una jaula, se había mentido, no le bastaba con contemplar la libertad detrás de los barrotes, él quería volar.
—Vamos. —Tras tomar su mano él rezó para que ese infantil deseo se hiciese realidad.
Nueva York era una fantasía invernal, aquellos elegantes escaparates se encontraban adornados por copos de nieves y papeles de regalo, las guirnaldas creaban una sinestesia cegadora bajo las luces de neón. La nariz le quemó por culpa del frío, él se abrazó los hombros, contemplando el paisaje. Gracias al japonés había aprendido a atesorar la luz y la oscuridad, lo sórdido y lo dulce de su ciudad, él los quería a ambos. Su atención se enfocó en el árbol de navidad en medio del distrito comercial, su aliento fue una bruma de porcelana, las esferas danzaron junto a renos de madera en una añoranza infantil, él lo apretó con fuerza.
—Nosotros éramos muy pobres para celebrar Navidad. —La estrella en la punta lo hizo sonreír—. Aun así Griffin siempre trataba de hacerla especial. —Estaban uno al frente del otro en medio de la multitud, a cientos de kilómetros en ese Kilimanjaro. Los dedos del azabache se enredaron en una cascada dorada—. Las vecinas nos donaban comida de vez en cuando.
—¿Te trae malos recuerdos? —Él negó.
—Debería, pero... —Aún recordaba con una atronadora vividez el primer guante de béisbol que le regaló—. Hubieron Navidades bonitas. —La electricidad de la caricia lo paralizó.
—Este año hay que pasarla juntos. —Su voz caló como seda hacia su cordura, sus labios le rozaron los nudillos para forjar una promesa—. Aunque tenemos los pasajes para el veinte de diciembre no me molesta aplazarlos. —La atmósfera fue embriagadora, el tenue tintinear de las guirnaldas acentuó la belleza del japonés, Eiji Okumura era un ensueño, el brillo revoloteó entre sus pestañas para que él perdiese el aliento.
—¿Cómo lo celebras tú?
—Con Shorter, aunque para los japoneses la Navidad se celebra en parejas. —El estómago se le revolvió—. Nunca le dije eso porque sería asqueroso imaginarlo. —Hacer maratones del Grinch con el policía mientras se paseaba en un bóxer roñoso y pedían comida grasienta no era atractivo—. A veces Nadia nos invitaba.
—¿Qué te gustaría hacer este año? —Su pregunta fue un frágil tartamudeo, él aborrecía las promesas porque eran cajas de cristales: delicadas, efímeras y falsas.
—No lo sé. —Pero por esa sonrisa no le importaba contar estrellas en un viejo bazar—. Podemos comprar unos horribles suéteres de pareja, siempre quise hacer eso. —Imaginarse usando un estampado de Nori Nori le gatilló un escalofrío—. También podríamos cocinar natto para la cena y pastel de calabaza para el postre.
—¡Eiji! —El nombrado estalló en una carcajada—. Si estás tratando de seducirme estás haciendo un terrible trabajo. —Él se apretó el estómago con fuerza antes de echar su nuca hacia atrás, adoraba molestarlo, el infame Ash Lynx no era más que un gatito enfurruñado bajo sus caricias.
—Y yo que me esforcé tanto en planificarlo. —El rubio le tiró las mejillas antes de que pudiese esbozar un puchero—. Ojalá no nos echen a la calle antes por no haber pagado la renta. —De alguna manera la pandilla se las había arreglado para evadir al casero. Sus latidos fueron violentos, los villancicos que acompasaban las luces se profesaron lejanos.
—Luego de esto vayamos a Cape Cod. —Su respiración fue trémula—. Quiero despedirme antes de irnos a Japón —Él no tuvo que explicarle para que lo entendiese.
—Claro que podemos hacerlo. —Él alabó la locura por esa sonrisa, él memorizó las facciones del americano en un roce mortífero—. Quiero conocerlo. —Esas palabras lo hicieron pequeño, tan pequeño que le cupo en el bolsillo del corazón.
—Me gustaría que lo hicieras. —Que sentimiento más incauto, amar a Eiji Okumura era una debilidad garrafal, sin embargo, esto lo hacía fuerte, ya no como una bestia indomable, sino como un frágil ser humano. Eso era hermoso.
—Deberíamos ir al supermercado antes de volver, se van a morir de hambre sino compramos la cena.
Pero él no pudo concentrarse durante el trayecto hacia la tienda, porque el japonés se hacía más bonito cada segundo que pasaba, sabía que era un mero efecto del enamoramiento, sin embargo, sucumbir en tan abrumadora sensación carecía de precio. Él pensó que lo tenía todo cuando antes no era nada. Él daría la vida por esta persona, le confiaba hasta su propia alma, fue una estupidez haber anhelado la muerte con esa puñalada, tal vez se había subestimado al compararse con un leopardo, quizás su novio tenía razón y no era tarde para cambiar. Pasear con un carrito por los diferentes pasillos, probar las muestras gratis y apenarlo frente a las demás amas de casa fue su deleite culposo, estos momentos de cotidianidad le resultaban agobiantes, dejar de correr para empezar a respirar era imposible con la marea hasta el cuello.
Las personas eran extrañas al hacer promesas si eran perpetuidad.
—¿Por qué estás echando calabazas? —El moreno contuvo una risa contra la baranda del carro, era hilarante ver a tan imponente hombre ocultarse detrás de él mientras tiritaba.
—A Yut le gustan.
—¡No es verdad! —Ellos eran una cadena—. Solo te dijo eso para molestarme. —Él hundió su nariz entre los hombros del japonés, un suspiro intoxicó la tensión, le encantaba ese aroma floral, el dulzor le sentaba a la perfección—. Fuiste al cine con él.
—¿Estás haciendo un berrinche?
—Y también con Sing. —El más bajo se dio vueltas para poderlo contemplar, él delineó con sus yemas el marfil para colorear humanidad—. Estoy celoso, quiero tiempo a solas contigo. —En el fondo no era más que un niño, ¿verdad?
—¿Me estás pidiendo una cita? —Él se inclinó, el aire estaba caliente, el amanecer era una mentira fatídica, un tímido asentimiento enmudeció el rubor.
—Es extraño hablar de estas cosas. —Nunca había tenido oportunidad contra Eiji Okumura—. Hacer castillos en el aire. —Jamás tuvo corazón para alguien más, él sonrió—. Me gusta. —Chispas opacaron los anuncios del altoparlante, su espalda se estrelló contra la baranda del carro, los latidos se le atoraron en la tráquea.
—Deberíamos hacerlo más. —Estos instantes se encontraban impregnados del primer amor, apenas alzó el mentón la cordura le fue robada por esos centelleantes jades—. ¿No estás asustado por todo este drama alrededor del Banana Fish?
—Lo estoy. —Las ruedas chirriaron cuando él se inclinó—. Siento que esta es la calma antes de la tormenta. —Aborrecía que el destino siempre le diese la razón. Sus manos se enlazaron con torpeza, él suspiró, sabiendo que eran pedazos de lo mismo aunque fuesen diferentes rompecabezas.
—Tienes razón. —Él se ocultó en el refugio que el rubio le forjó—. Aunque la pandilla luce mejor hay cosas que no terminan de encajar. —Arthur no le había querido enseñar su impresión, el complot dentro del cuartel era escandaloso, las almas gemelas estaban en oferta. Esto era un desastre. ¿Cómo lo arreglarían?
—Si algo malo llegase a pasar... —Sabiendo lo que diría el moreno le presionó su palma contra la boca para silenciarlo.
—No quiero que te sacrifiques por mí, quiero que te aprendas a valorar. —Esa mueca desconcertada le dio la razón—. Vive por ti, Aslan Jade Callenreese. —Y de repente quiso llorar, porque a pesar de la crueldad la decisión estaba en sus manos.
—Tú...
—Tampoco tienes permitido decirme adiós. —Esas majestuosas obsidianas fueron transparentes y efímeras, en ellas vio la clase de hombre que anhelaba ser y quien era hoy.
—Eres tan terco. —El moreno lo amaba por ambos.
—Mira quien lo dice. —Eso era suficiente.
—Eiji... —De repente el ambiente se tensó, sus pupilas se encendieron y dedicó toda su atención a su alrededor, su aura se incendió como fuego y él adoptó una postura de protección a su amante—. Quédate acá.
—Ash. —Él ya se había aferrado a su chaqueta en un desesperado intento por retenerlo.
—No es nada, solo debo comprobar algo. —Ninguna excusa lo incitó a quedarse.
El psicólogo se frotó el entrecejo, su atención se bamboleó desde los cartones de leche hacia las frituras que había comprado. Los sueños alrededor de Ash Lynx solo habían aumentado, el desfile de memorias era sangriento y macabro, ahora era él quien despertaba gritando para ser consolado, sin embargo, no se lo diría, él no quería aumentar la culpa que llevaba en sus hombros, debía ser un pilar inquebrantable para apoyarlo no una muñeca de trapo. Sus manos recorrieron la baranda, la boca se le secó, aunque las pruebas eran dolorosamente obvias él no quería rendirse con su amanecer, sabía que una conexión los mantenía unidos.
Incluso si ese pederasta había corrompido su impresión.
Incluso si su alma clamaba por Sing Soo-Ling.
Él solo lo sabía.
—Ha pasado un tiempo. —La tranquilidad en esa voz le resultó perturbadora, él se dio vueltas, tuvo que alzar la barbilla para poderlo mirar.
—¿Estás buscando a Ash? No debe tardar en regresar. —El más alto negó, las rodillas le tiritaron ante tan sereno mohín, un mal sabor le inundó las entrañas, él tuvo que afirmarse del carrito para no caer.
—¿Qué tanto estás dispuesto a hacer por él? —Él parpadeó, atontado, la risa del ruso le revolvió los cabellos.
—¿Qué? —Aún en la confusión él ladeó la cabeza—. No lo entiendo. —El tintinear de las luces le pareció enfermizo, Blanca se acercó con una sutileza violenta para tan exuberante silueta.
—¿Qué tan lejos estás dispuesto a llegar para salvar a tu alma gemela? —El corazón le dejó de funcionar, sus manos se crisparon contra su suéter, el recuerdo de esos feroces jades le sofocó.
—Te escucho.
Aunque todas las almas gemelas sucumbían ante lo inefable del amor incondicional, no todas se quedaban.
Existe una pequeña posibilidad de que el siguiente capítulo se divida en dos pero no lo creo la verdad, aún tengo muchas cosas que ordenar y los capítulos finales siempre me succionan toda mi energía emocional así que sé que pasaré mucho tiempo en el, oh my, esta historia me consumió como ocho meses de mi vida, me da penita que se termine pero es la trama más organizada que tuve así que me pone contenta. Muchas gracias a quienes me han acompañado a lo largo de esta trama, no imaginaba que tendría tanto apoyo más porque es un soulmate medio deforme.
¡Cuídense! Nos vemos en final.
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