Capítulo 19.
¡Hola mis bonitos lectores! Sabía que me demoraría en sacar la siguiente actualización pero no tanto, oh bueno, me demoré mucho en este capítulo, estaba con mil de ansiedad porque es de los que más me gustan y quede feliz con el resultado, esta hecho con mucho amor y noches de insomnio.
¡Espero que les guste!
¿Cómo brillar si lo habían ensuciado?
—¡Eres insoportable! —El filo de ese grito le cortó la tráquea—. ¿Solo te vas a quedar ahí tirado? ¿De verdad? —Yut-Lung Lee odiaba la terquedad de este hombre. Era patético, ¡sí!, lamentarse en un rincón no cambiaría la situación.
—Yut... —No fue necesario prender la luz del cuarto para vislumbrar la miseria humana, el imponente lince de Nueva York no era más que un estropajo usado, el nombrado retrocedió cuando contempló el rostro de la verdad—. ¿Crees que Griffin se sentiría orgulloso de esto?
—Ash... —Una violenta tempestad había ensuciado a esos jades, las ojeras eran de una palidez macabra, su mirada estaba tan vacía como la de una muñeca, el dorado de esos cabellos se había marchito. Hasta la belleza más etérea tenía fecha de caducidad.
—Él quería que encontrase una, ¿lo recuerdas? —Ningún paraguas fue lo suficientemente grande para protegerlos de esa tormenta, estaban empapados.
—No hagas esto. —Pero él ya no respondió, que esbozase una sonrisa tiritona lo rompió, él retrocedió, horrorizado.
—¿No es divertido tener un alma gemela? —El dolor en su carcajada le envenenó la voluntad—. Siempre me pregunté cómo sería tener una. —El nombre en esa delgada muñeca era una enfermiza pesadilla.
—Deberías ir a hablar con Eiji. —El ovillo se hizo aún más pequeño tras escuchar ese nombre. No era digno ni de mirarlo. ¿Cómo se supone que hablaría con él? Él se tocó el pecho, sabiendo que su corazón se estaba desangrando, él lo trató de contener pero el rojo se tiñó a negro.
—No puedo. —Y de repente él era asqueroso—. No quiero que él me vea así. —¡Oh! Pero ya lo había hecho—. Yo... —La realidad aplastó al niño perdido, él sabía que las personas no se morían de amor, no obstante, estaba famélico por esos bonitos ojos cafés.
—Ni siquiera le agradeciste por el rescate. —¿Con qué derecho? Otra vez era propiedad pública. No le importaba que las escorias hiciesen lo que quisiesen con él porque nunca podrían dominarlo, él juraba que su mente y su espíritu eran solo suyos, pero ahora...
—¿Cómo te sentirías si estuvieses unido a tus hermanos por el alma? —Estaba ahogado en mierda.
—Yo... —La sangre se le heló.
—Exacto. —El azabache trató de encontrar las palabras correctas para consolarlo, no obstante, no existía consuelo suficiente para los caídos, él se dio vueltas, sabiendo que no bajaría de ese autoimpuesto Kilimanjaro.
Al final Ash Lynx no era más que un leopardo, ¿verdad?
—¡Como quieras!
¡Esto era realmente frustrante!
Aborrecía que el imponente lince de Nueva York se hubiese refugiado en su propia agonía. Aunque lo vanagloriaban como una voluntad inquebrantable en la pandilla apenas se trataba del japonés se caía a pedazos. Porque era difícil, sí, lo entendía. No hizo falta que lo uniesen a ese cerdo para que él clamase por la muerte con una exquisita suavidad, él era experto en la autodestrucción, no obstante, tener que contemplar a semejante fulgor apagarse...
—Maldición. —Él se frotó el entrecejo, agotado.
No le pagaban lo suficiente para que cuidase de estos mocosos, él era más joven. ¿Por qué tenía que hacerse cargo de los ancianos? Si Blanca no lo hubiese noqueado ese estúpido se habría dado vueltas para regresar con Dino Golzine. Esa terquedad le resultaba grotesca, tampoco era fácil para él tener que sobrellevar tanta basura, habían días donde la garganta le escurría lejía y otros donde ni siquiera se podía levantar, porque era divertido torturarse hasta quedar destrozado, habían noches donde él soñaba con un rescate y se aborrecía por semejante debilidad. Él no necesitaba de esas cursilerías, estaba bien danzando con la muerte, no obstante, en algún punto se le cayó la máscara y olvidó los pasos.
—¿Estás bien? —Profesarse tan frágil era peligroso, ni siquiera le agradaba el psicólogo pero acá estaba, yendo a consolarlo—. ¿Eiji? —Él parecía ser el único ser humano con dos neuronas dentro de ese cuchitril.
—Lo estoy. —Pero la expresión que le regaló fue cadavérica, la oscuridad en el comedor lo delineó con una descorazonada añoranza, el aire le pesó—. El cuarto no es tan grande y necesitaba respirar. —El más joven arrojó un bufido, sus pasos fueron veleros de papel en un océano de brea.
—Este apartamento es una pocilga. —Él extendió sus palmas—. Sin ofender.
—No lo hace, el arriendo lo paga el cuartel. —Los engranajes de la realidad corrieron al revés—. Al menos así lo hacía antes de que despidiesen a Shorter.
—Supongo que terminaremos todos en la calle. —Que esbozase un puchero lo hizo reír, habría sido fácil sumirse en el rencor contra Eiji Okumura por irrumpir su grito silencioso.
—¿Tampoco puedes dormir, Yut? —Sin embargo, la inocencia de ese chico le resultaba mortífera, podía entender que encarnase a la libertad aún con las alas quebradas.
—No puedo conciliar el sueño sin mi té de jazmín pero acá solo hay Coca-Cola. —Su atención pendió hacia el ventanal, un suspiro le destiñó los latidos, el centelleo de la luna fue un poema repleto de soledad—. Es raro verte sin Sing, extrañaba poder hablar a solas.
—¿Por qué lo dices?
—El chico te sigue como si fuese un cachorrito, se la pasan pegados. —El descaro coloreó los pétalos de sol, una historia de tormentas era una muerte anunciada para un girasol.
—¡No es verdad!
—¡Claro que lo es! —Humillarlo era divertido—. ¿Entonces, dónde está tu pretendiente?
—Cayó rendido en la cama, no lo puedo culpar, me ha estado ayudando mucho con los quehaceres. —Debía buscar un empleo antes de que los desalojasen—. Es un buen amigo. —Sus brazos se tensaron contra su vientre, la boca se le secó, él trató de concentrarse en las grietas que bordeaban el vidrio, sin embargo, la mirada se le nubló.
Porque esa imagen craquelada era el fidedigno reflejo de su alma
—Le gustas a ese niño.
—¿Q-Qué?
—Es tan obvio que da pena ajena. —Los suspiros embobados que el policía arrojaba ya le resultaban fastidiosos, una gigantesca poza de baba se formaba cuando vislumbraba al moreno. ¿Lo culpa? Aunque no le llegaba ni a los talones tenía su encanto.
—Estás exagerando.
—¿Exagerando? —Una carcajada histérica retumbó por el apartamento—. Él no ha dejado de invitarte a salir desde que llegamos, hasta te robó a una cita. —La vergüenza fue inminente.
—¡Ver una película puede ser de amigos! —Esa ingenuidad le pareció destructiva, él debió tener una infancia agradable—. No tiene nada de malo, nosotros también podríamos ir al cine. —Sin embargo, no era normal que los niños fuesen esclavos en un burdel.
—Por favor. —La ligereza de las molestias lo hizo sonreír—. ¿Qué película te invitó a ver?
—Cincuenta sombras de Grey. —Las burlas de Yut-Lung Lee le taladraron la cabeza.
—¡No pudo ser más patético! —Él se apretó el estómago con fuerza, hasta las orejas le quemaron con tan grosera reacción—. Cuando menos te lo esperes te va a pedir que hagan un juego de roles, Anastasia.
—¡Yut! —Pero la risa solo se tornó más violenta.
—¿Dónde aprendió a coquetear? —Su mirada se suavizó—. Se va a morir virgen si sigue de esa manera, luego te pedirá ver Dragón Ball como el otaku de closet que es.
—Eres cruel. —Él sonrió.
—Probablemente. —Y era verdad, para poder aplastar a sus enemigos él se había arrancado la humanidad, sabía que la debilidad era imperdonable cuando las infancias tenían olor a semen y los abrazos arañaban.
—¿Te crees muy bueno coqueteando? —Esa soledad era demasiado abrumadora—. ¿Se supone que estoy en presencia de un experto?
—Claro que lo estás, siéntete honrado. —Ni siquiera cuando niño le permitieron hacer amigos. ¿Cómo ser frágil si estaba en el infierno?—. Tengo un doctorado en romance. —¿Cómo florecer si envenenaron sus raíces?
—¿Por qué no lo ponemos a prueba? —Poder entablar esta clase de conversación casual—. Shorter está afuera. —La felicidad venía en frascos pequeños.
—Bien. —Él se arrojó el cabello hacia atrás, indignado—. Pero no lo haré porque tú me lo pediste. —La sonrisa que el japonés le regaló fue un velero de papel en un mar de memorias.
—Demuéstrame quien manda, Yut. —Esto era tan estúpido e insignificante, él lo sabía—. Luego podemos escabullirnos al cine. —La amabilidad era una mancha en una ciudad de papel.
—Mientras tú invites las palomitas en nuestra cita. —No obstante, esa noche fue un consuelo mortífero.
¿Cómo amar si le habían arrancado el corazón?
Él se aventuró hacia el pasillo, una trémula sonrisa pendió en la fatalidad cuando encontró al policía sentado en las escaleras del complejo, entre sus dedos se estaba bamboleando un cigarrillo, él estaba encogido, podía observar cada vértebra a través de ese ridículo uniforme, si ya no estaba trabajando para la estación al menos debería cambiarse. La amargura le corroyó la sangre, seguramente era lindo ser prisionero de una vocación inquebrantable, aun si lo hacía pedazos era mejor que vanagloriar la agonía.
Debía ser reconfortante crecer en una familia normal.
—¿Quieres compañía? —El pánico fue inminente, sin esperar una confirmación él se sentó a su lado en el peldaño, el humo se le deslizó hacia las grietas del corazón con una sofocante naturalidad.
—¿Aun no puedes convencerlo? —Ese bufido le pareció encantador, sus zapatillas se deslizaron hacia el escalón inferior, él tragó, podía sentir la calidez de esa elegante silueta a través de su camisa, haberse vuelto tan consciente era un problema.
—Ese hombre es insoportable, no sé cómo pudimos ser pareja. —Oh, pero sí lo sabía. Porque la luna anhelaba el brillo dorado del sol trató de usurparlo—. Esto se salió de control.
—Lo sé, hasta Arthur llegó con un alma gemela. —Aunque el pandillero no se los había contado, el recelo con el que protegía su muñeca era evidente. Sus dedos se crisparon contra su impresión—. Esto es una mierda. —Un rosal se le atoró en el pecho. La noche estaba helada.
—No suelo hacer esto pero quería agradecerte por lo del otro día.
—¿Por qué? —Yut-Lung Lee no lo quiso mirar—. Solo hice mi trabajo como oficial. —Sabía que se ahogaría en la infinidad de esas pupilas si lo hacía.
—Me fuiste a buscar. —La atmósfera suspendió en una calada de cigarrillo—. Yo.... —Él apoyó su nuca contra la pared, la presión en su muñeca le dejó una cicatriz, la crueldad lo había sobrepasado—. Estaba asustado. —Se decía que anhelaba el dolor, juraba disfrutar de la tortura mientras el cabello le escurría por el lavamanos y el ácido le chorreaba por la nariz—. No quería ir con mis hermanos.
Pero en el fondo tenía miedo.
—Yue...
Tanto miedo.
—Quería una vida normal. —Era patético llorar al frente de este hombre, las figuras de porcelana debían quedarse danzando en su caja musical—. Cuando era un niño no lo entendía. —Pero su castillo se estaba desmoronando—. Ellos me decían que era un juego, que me debía quedar quieto mientras dejaba que me... —Tal vez él quiso enamorarse de Ash Lynx porque compartían las mismas heridas.
—Maldición, lo lamento —La gentileza de ese abrazo fue despiadada—. Mientras este contigo no permitiré que nada te pase. —Sus dedos temblaron contra esos fornidos hombros, él sollozó, aceptando por primera vez que no estaba bien.
—Gracias por salvarme. —Que no era una maldita serpiente descorazonada, sino un niño que necesitó cariño con desesperación pero solo recibió indiferencia—. Si ellos hubiesen borrado mi impresión, yo no lo hubiese soportado. —Él se aferró a Shorter Wong como si su cordura dependiese de eso.
—Jamás lo habría permitido. —Pero de esa manera se sentía, la violencia de esos latidos se le acribilló en los tímpanos, él apretó con fuerza esa vieja camisa para ahogarse en ese perfume—. Yue, no estás solo. —Le gustaba la nostalgia que desprendía, lo hacía concebirse seguro, como si pudiese creer en finales felices.
Pero estos no existían.
—Me siento hipócrita por pedirle que se mantenga firme cuando yo habría preferido morir a llevarlos en mi muñeca. —Una risa lo incitó a arquear las cejas—. ¿Qué? —Hacía demasiado calor entre ellos dos.
—Te juzga fingir que eres una persona ruda cuando en el fondo te preocupas más de lo que deberías. —La vergüenza le calcinó la nariz—. Eso es tan lindo.
—¡¿L-Lindo?! —Aunque su belleza había sido alabada por los magnates más renombrados la inocencia de ese cumplido limpió la inmundicia.
—¿Nunca te lo habían dicho? —Él bufó, tratando de recomponerse, no podía permitir que lo viese sudar, él era una diva.
—Lo siento, perder los estribos no es propio de mí. —Era mentira, sin embargo, él no le diría sobre sus arrebatos con vino a las dos de la mañana—. Solo quería saber cómo estabas, mejor me voy. —Pero Shorter no lo soltó.
—Cuando te dejé de sentir quedé devastado. —Las promesas eran luciérnagas en el cuadro del primer amor—. Ahora entiendo a Eiji, daría lo que fuera con tal de mantenerte a salvo. —Las mejillas se le tiñeron con ferocidad, las piernas se le contrajeron hacia el escalón superior, que él le musitase semejante mentira con tanta seriedad lo asustó. Pero no pudo correr.
—También te podía sentir. —No pudo apartarse de él—. Tu peinado no pasó desapercibido en mis sueños pero no lo quería admitir.
—¿Por qué no me lo dijiste antes? —El aliento se le trabó cuando las yemas del moreno le empezaron a delinear el rostro—. Sabía que tú eras mi fragilidad. —La neblina del tabaco no fue lo suficiente para encubrir la intensidad de la tentación.
—Siempre odié mi impresión.
—¿Salvación? —Él asintió, deshaciéndose bajo esas reconfortantes caricias. Nunca nadie lo había tocado con tan desmesurada ternura, fue aterrador.
—Odiaba ser tan débil hasta en ese sentido. —Él repasó su muñeca con lentitud, el cigarrillo ya se había apagado contra la alfombra, el tintinear de las luces lo tenía mareado—. Pero creo que ahora es algo bueno. —El policía tragó, el magnetismo entre ellos dos era fatal, él se inclinó.
—¿Puedo tomar eso cómo una invitación? —El roce entre sus narices fue torpe y tímido—. Soy lento interpretando las señales. —Él se ruborizó, porque la risa de Yut-Lung Lee debió ser la melodía más seductora que jamás escuchó.
—¿No alardeabas tanto sobre encanto Wong?
—¿C-Como? —Su espalda chocó contra la baranda del pasamanos, no podía respirar si lo tenía tan encima, el dulzor entremezclado con tan coqueta mirada acabaron con su cordura.
—Sing me lo contó. —Él chasqueó la lengua, que su subordinado se atreviese a humillarlo era una blasfemia—. Él se la pasa balbuceando sobre ti, debe admirarte mucho. —La electricidad fue intoxicante bajo la intermitencia del neón.
—Supongo que sí. —El corazón se le atoró en la tráquea, no era justo que fuese tan hermoso, lo esbelto de esa silueta era una armonía sublime con tan agraciado rostro, su piel se asemejaba a la seda, la noche en su cabello era un delirio. Mierda—. ¿Realmente fui heterosexual? —El pensamiento se le escapó en un tartamudeo.
—Shorter.
—¿Si? —La sonrisa del más joven fue una invitación para perecer.
—Eres demasiado denso. —Su razón dejó de funcionar cuando lo besó.
La pasión que desbordaron calcinó a la sensatez, Shorter lo encerró contra la pared mientras saboreaba su boca con un descaro implacable, su esencia fue un deleite, las piernas le tiritaron contra las escaleras, la sinfonía fue despiadada, aferrándose a su nuca él le exigió más. Los labios de Yut-Lung Lee eran mortíferos, el dulzor entremezclado con la saliva lo dejó afiebrado, él se embriagó en esos jadeos antes de aferrarse a tan delicada silueta. La única razón por la que se apartaron fue para tomar aire, porque maldición esto se sentía demasiado bien, era como si hubiesen estado esperando una eternidad para poder sucumbir en este tacto.
—¿Esto qué significa? —El rubor le tiñó hasta las orejas, sus lentes se habían caído por las escaleras, la excitación le destrozó las venas.
—Que puedes invitarme a salir.
Esa noche se besaron hasta quedar con los labios hinchados.
¿Cómo volar si le robaron el cielo?
—Ash...Aslan. —La gentileza de esa voz le perforó los huesos—. Aslan, ven aquí. —¿Quién estaba allí?—. No llores más. —La dulzura de ese tacto fue violenta, lo único que pudo hacer bajo la infinidad de ese añil fue encogerse y sollozar—. Eres un niño. —¿Por qué?
—¿A dónde vas? —No lo sabía, sin embargo, la palmada en su cabeza lo ahogó.
—Voy a unirme al ejército. —No tenía sentido estar triste cuando regresaría, no obstante, la calidez de esta persona era su hilo de cordura. Si lo perdía...
—¿Me vas a dejar? —Las infancias tenían sabor a algodones de azúcar no licor putrefacto.
—Aunque esté lejos, nunca te olvidaré.
Él despertó de golpe, las lágrimas se le habían secado alrededor de las mejillas, los ronquidos fueron un arrullo profano contra la estridencia de la lluvia, él se encogió en la manta, aterrado, sus yemas repasaron su impresión como si esta fuese su ancla hacia la realidad. Su atención pendió hacia la cajonera, aunque debió haber tirado esos antidepresivos se quedó con un frasco, él vaciló antes de estirarse y tomarlos, maldición, esto lo estaba matando. A pesar de saberse de memoria los criterios de la depresión la lentitud con la que se apagó fue cruel. De repente respirar era una tortura, sin embargo, ocultarlo tras una sonrisa se había convertido en su arte. ¿Cómo lo notarían? Él era una caricia de sol, faroleaba la resiliencia mientras chispeaba motivación. No sería una carga cuando esto se salía de su control.
—Eiji. —Le fue imposible distinguir esa voz embriagado por el sueño, sus yemas tiritaron alrededor del frasco, sus piernas se encogieron hacia la manta, aunque habían más de diez hombres durmiendo en su cuarto estos no despertaron.
—Sing. —El nombrado llegó a su lado de puntitas, empujando la pierna de Alex él se logró acomodar en el suelo—. Pensé que te habías ido. —La ayuda que le había ofrecido era la bocanada de libertad que lo mantenía cuerdo. El tenue golpeteo de la lluvia contra la ventana fue violento.
—Sabía que no podrías dormir sin mí. —La audacia en sus palabras los hizo enrojecer.
—¿A qué te refieres? —El más joven arrojó una risa frenética junto a un balbuceo.
—Da seguridad tener a un policía cerca, ya sabes. —Sus orejas humearon por la vergüenza, los latidos se le acribillaron contra los tímpanos. ¿Por qué tenía que hacer el ridículo cada vez que lo veía?—. ¿Tuviste una pesadilla? —Pero la melancolía atrapada en esos grandes ojos cafés le cortó el aire.
—Algo así... —Sus yemas se crisparon en la manta—. He estado teniendo pesadillas bastante raras durante estas semanas. —Él sonrió, aunque el psicoanálisis tenía su propio diccionario para explicar los sueños, ningún manuscrito era capaz de ponerle nombre a tan desmesurada desolación. Porque él lo perdió antes de encontrarlo.
—¿Recuerdas lo que me pediste? —Ahora Ash Lynx le parecía tan lejos, casi inalcanzable. Él asintió convertido en un nudo, la tempestad le martilló la mente para fomentar las grietas, estar tan roto era amargo.
—¿Pudiste conseguirlos? —El policía infló el pecho con orgullo, él se acercó como si fuese un cachorrito en busca de aprobación, fue inercia darle en el gusto con mimos.
—Los dejé encima de la mesa. —Sus piernas fueron anclas en una cama deshecha—. ¿No estás feliz?
—Lo estoy. —Pero más que sonrisas él era llanto—. ¿Qué fecha les pusiste? —Porque los ojos más bonitos del mundo ya no lo estaban contemplando con esa ternura abrumadora.
—El veinte de diciembre. —El día le sonaba familiar, sin embargo, él lo ignoró—. ¿Crees que él acepte? —Sus manos juguetearon nerviosas alrededor del frasco, los ronquidos fueron una sinfonía de irrealidad.
—No lo sé. —Él se levantó del suelo—. Pero iré a averiguarlo. —Volver a dormir era una quimera ingenua cuando su corazón estaba repleto de polvo. El más joven lo detuvo con un agarre de muñeca.
—Eiji... —Aunque se había perjurado la felicidad con la incondicionalidad de una amistad eso era imposible, mientras más lo miraba más le encantaba, esas obsidianas se habían convertido en su delirio, la fragancia de su perfume era una mortífera tentación, le gustaba escucharlo hablar, los recuerdos eran desbordantes—. Si él no acepta quisiera ir contigo.
—¿Q-Qué? —La conversación con Yut-Lung Lee fue una bofetada despiadada—. Pero tú tienes una vida acá. —Esto no tenía sentido, Sing Soo-Ling era un chico agradable en lo más profundo de la palabra, la ternura en su personalidad lo había conquistado.
—Lo sé. —Ellos eran buenos amigos—. Piénsalo. —No había nada detrás.
¿Verdad?
Él intentaba comprenderlo, sabía que debía ser duro para el lince de Nueva York tener que lidiar con esa grotesca impresión en su muñeca, sin embargo, era tan doloroso quedarse afuera. Sin él la historia carecía de sentido, era irónico, la idea de enamorarse jamás captó su atención y ahora se estaba desviviendo para obtener su compasión. Él no sabía lo apagado que se profesaba hasta que el alba lo coloreó, él lo había inspirado, quería hacer lo mismo, convertirse en un inquebrantable pilar, la impotencia era indescriptible. Él se arrastró agonizante hacia el pasillo, el paquete que el policía le había prometido estaba en la mesa, él lo guardó en su chaqueta, sus pies lo llevaron hasta esa impenetrable fortaleza de espinas.
—Ash. —Pero él no estaba.
Lo único que encontró dentro de ese cuarto fueron los pedazos de su propio corazón, porque él lo estaba dejando otra vez, ¿no?
Él sonrió.
Vivían en mundos diferentes, eso era lo que siempre le decía. ¿Pero eso era cierto? ¿Por qué debían separarse si vivían en mundos diferentes? ¿De verdad creía eso? Si Ash había decidido que eso era lo mejor, le haría caso. Volvería a Japón. Y nunca...
Volvería.
—Ash... —Sin embargo, la sublime soledad que escurrieron esos jades no le permitió alcanzar la superficie.
El mundo se detuvo cuando él tocó fondo.
Aunque no eran almas gemelas, sabía que ese dolor no era suyo.
—Mi Eiji.
El aliento le desgarró la tráquea, él se apretó con fuerza el pecho, los trozos en el piso formaron una imagen distorsionada, la piel se le erizó, las lágrimas le quemaron las mejillas, él se mordió el labio. No le importaba haber venido al mundo en una mitad. ¡A la mierda estar completo! Él no necesitaba de un alma gemela si estaba enamorado. Ni siquiera se dio el tiempo para tomar un paraguas, él solo salió del apartamento para correr por esa tormenta a ciegas, sabiendo perfectamente a dónde debía ir. El eco de los charcos le retumbó en la mandíbula, la lluvia le perforó los pensamientos, el nudo en su estómago fue insoportable. Él corrió bajo una bruma de oscuridad hacia el centro de la ciudad, como si fuese atraído por el otro extremo de su imán.
—¡Ash! —Y cuando se juró olvidado.
—Eiji... —Él lo recordó.
Aun bajo la tempestad él pudo distinguir las lágrimas agolpadas en ese verde desteñido, él estaba mirando al cielo mientras se aferraba a un puente sumido en el dolor, la pena resaltó la palidez de su piel, las gotas centellearon como cristales contra el dorado de su cabello, él perdió el aliento, aún en la crudeza él parecía un ángel, el tintinear de ese viejo poste le confirió un aura etérea. Él era realmente hermoso.
Pero eso no era lo que adoraba de Aslan.
—¿Me vas a dejar otra vez? —El rugido de la tormenta aplacó su voz—. ¿Ni siquiera te despedirás? —El más joven trató de retroceder, sin embargo, su voluntad era un buque de papel en un tifón, su espalda chocó contra la baranda del puente, la ropa se le pegó en la dureza del metal.
—No deberías estar acá. —La beldad en los colores se lavó junto a la lluvia, él deseaba que esto pudiese limpiar sus pecados, no obstante, estaba condenado. Sus dedos temblaron alrededor de su muñeca, sus zapatillas pendieron hacia el borde de la autopista.
—¿Por qué me estás dejando afuera? ¡Puedo ayudar! —Ash bajó los hombros, rendido.
—Esto no te concierne. —Sabía que si lo miraba el último pétalo de voluntad se le quebraría. Necesitaba ser odiado—. Vete, no regresaré contigo. —¡Sí! Mientras fuese despreciado sobreviviría con el rencor como nuevo centro de gravedad. No podía amar a la libertad con una cadena.
—¿Por qué tienes que enfrentarlo solo? —Pero ni siquiera le dio la oportunidad, él llegó a su lado con una determinación feroz, él lo tomó de los hombros para hacerlo trizas. No debía tocarlo porque lo mancharía—. ¿No ves lo mucho que me duele? —Sin embargo, él lo abrazó con fuerza para borrar la inmundicia.
—¿No ves lo mucho que me duele a mí? —La farsa se craqueló bajo esos delicados toques, aunque la noche estaba helada el frío se redujo a una promesa ilusoria en esa caricia—. Tengo que hacer esto, Eiji. —Alzar su mentón fue su perdición—. No tengo más opción, soy un rastreador humano.
—No permitiré que te sacrifiques así por el resto. —La mandíbula se le cayó, los pulmones se le llenaron de rosas putrefactas, su piel se deshizo en tan sofocante deleite. Fue como la primera vez que lo contempló.
—No es eso. —Bastó una mirada de esos grandes ojos cafés para que él lo supiera, porque su corazón lo reconoció antes de que su mente lo hiciera. El rubio sabía que eso era una tontería, la impresión en su muñeca era una condena perpetua, ni siquiera tenía un alma gemela legítima, pero aun así...—. Me tengo que ir. —Sus dedos se crisparon en los hombros del psicólogo.
—Aslan. —Mierda, lo amaba tanto que había empezado a delirar—. ¿Crees que me importa lo que dice tu muñeca? Ya te lo he explicado.
—¡Es fácil para ti decirlo! ¡Tú eres normal! —Él presionó sus párpados con fuerza, cuando la venda cayó hacia el piso él se terminó de desmoronar—. Esto es asqueroso. —Sus rodillas chocaron contra el pavimento, él contuvo una arcada—. Soy de su propiedad. —Él se hizo pequeño bajo la crueldad de Nueva York, Griffin jamás le hizo tanta falta como ahora.
—No es verdad. —A pesar de haber sido rebajado a una prostituta era nauseabundo que transgrediesen esto—. No le perteneces a nadie más que a ti. —Era como si le hubiesen violado el alma.
—Mentira, soy una maldita abominación. —Y era terrible—. Ahora soy una puta completa.
—¡No hables así de ti! —Estaba bien si tomaban su cuerpo, él no era más que un contenedor vacío flotando en la tristeza mientras lo llenaban de semen.
—¿Por qué no? —Pero su espíritu—. Soy un monstruo. —Él no podía escapar de eso, Dino Golzine había profanado lo más sagrado para él, ahora apenas podía respirar bajo tanta suciedad—. Soy... —El japonés se inclinó al frente, él le acarició las mejillas con una ternura impresionante, que por favor se detuviese.
—No lo encuentro. —Él no lo resistiría—. No, de verdad no lo encuentro.
—¿Qué se supone que estás buscando? —La sonrisa que le regaló fue tan bonita que quiso llorar, él no lo merecía.
—Estoy tratando de buscar lo monstruoso pero no lo encuentro. —La torpeza de ese comentario le robó una risita—. Tú me lo dijiste, ¿no es así? Eres mucho más que esto. —No era justo que fuese tan dulce, aquellas obsidianas fueron un arrebato de belleza sumergidas en la oscuridad, él se dejó mimar casi por instinto. Odiaba que este fuese su lugar seguro.
—¿Por qué nunca me escuchas? —Su retazo de felicidad—. Esto ya no puede pasar, no puedo escapar de ese sujeto, estamos atados para siempre. —Pero lo terrible no era eso, sino el constante temor a perderlo, esa pederasta era celoso, sabía que era capaz de acabar con su único rayo de esperanza con tal de poseerlo.
—Me cansé de que tomes estas decisiones sin mí. —El golpeteo de la tormenta se fundió con los latidos—. No te entregaré a ese psicópata ni tendré esta discusión. —Su aliento se perdió en la bruma del gélido.
—Pero... —El vómito le quemó las entrañas tras mirar su impresión, él parpadeó, ido—. Dino Golzine es mi alma gemela. —Eiji enfocó su atención en la mugrienta venda que el americano usaba para encubrir la devastación, sus hombros se hundieron en su chaqueta, su pulso cesó, a pesar del dolor él seguía escribiendo «libertad» como una promesa. Era un detalle ínfimo e infantil.
—Te equivocas. —Era el destino al que se aferraría—. Él no es tu alma gemela. —Él se forzó a recomponerse durante la conmoción—. ¿Puedes sentir a Dino Golzine? —El más joven negó—. ¿Puedes sentir esto? —Cada fibra de su cordura tembló cuando el moreno lo incitó a tocarle el pecho, el desenfreno atrapado en los latidos le resultó destructivo.
—Por favor no me hagas esto. —Sus puños se contrajeron entre esos delgados hombros, era una tortura tenerlo tan cerca cuando lo amaba más de lo que se podía permitir—. Eiji...
—Respóndeme. —Él trató de encontrar sus pedazos, sin embargo, un rosal marchito lo recibió.
—Puedo sentir tus latidos. —Porque ese frágil corazón, el mismo que se había hecho añicos cuando le arrebataron la libertad, estaba pendiendo en las palmas del japonés.
—Eso es lo único que me importa. —Era pequeño y estaba sucio, era más heridas que escarlata, sin embargo, él lo acunó como si fuese la joya más valiosa del universo—. Eso te convierte en mi alma gemela. —Si él lo estaba contemplando de esa manera...
—No es tan simple. —No le quedaba más opción que creerle.
—Lo sé. —Él alzó su muñeca, la lluvia se deslizó por su impresión, sus pestañas enmarcaron una ferocidad sofocante—. Pero esto ya no significa nada para mí, ellos pueden borrármela y no cambiará nada. —Un conejo protegiendo a un lince, ridículo, ¿no?
—Eiji... —Pero él acunó al niño abandonado cuando las camas no fueron lo suficientemente grandes para esconderse y el pijama se le empapó de terror. Él lo amó a pesar de estar incompleto.
—Yo no necesito un amanecer, yo te necesito a ti. —Y eso fue suficiente para que él dejase de luchar—. Dije que me quedaría a tu lado, ¿verdad? —La situación era despiadada, sabía que lo correcto era dejarlo regresar a su propia realidad, la existencia de Eiji Okumura no estaba hecha para salvarlo.
—Gracias. —Sin embargo, él lo amaba—. Gracias por encontrarme. —Daba igual que fuesen bordes disparejos tratando de encajar, él quería hacerlo funcionar.
Sabía que no estaba pensando con nitidez, era una locura aferrarse a un vínculo oxidado, Dino Golzine redujo su alma a un estropajo usado, la corrupción en la policía le resultaba hilarante, su pandilla era un triste memorándum de la vitalidad que encarnaron, no obstante, este chico no se rendía con él. Claro que era difícil, habían noches donde podía recordarlo con una escalofriante vividez, a veces se enfocaba en detalles ínfimos para no enloquecer, en el papel tapiz del cuarto o el perfume del cliente para no vomitar, sin embargo, otras no podía hacer más que ahogarse en su propia desesperación. Cada vez que eso pasaba eran esos ojos rebosantes de ingenuidad los que lo rescataban. Los defectuosos no debían aferrarse a la libertad, pero acá estaban, tirados en medio de una lluvia, usando el barandal del puente como respaldo mientras se daban las manos sin un paraguas. Y era extraño, no existía una conexión inefable que los uniese, sin embargo, el japonés lo entendía mejor que nadie.
Si esto no era un alma gemela él no quería una.
—Lo lamento. —Él se atrevió a mirarlo, ambos estaban empapados, la borrasca se había visto reducida a una tímida llovizna, el tintinear del poste delineó esas facciones con una suavidad arrebatadora.
—Bones ha estado actuando de la misma manera desde que regresó. —Tener una impresión forzada era una muerte anunciada—. Los hombres de Cain igual. —Él suspiró, ni en sus fantasías más delirantes se imaginó que acabaría en esta situación—. Las cosas en el cuartel han estado más intensas desde que los sacamos.
—¿Cómo puedes saberlo? —La electricidad chispeó en el aire—. Despidieron a Shorter. —Aunque entrelazar sus dedos les era cotidiano le encantaba hacerlo.
—Sí pero tengo información privilegiada. —Las manos de Eiji siempre estaban calentitas y eran suaves, él sentía que encajaban a la perfección, como si estuviesen hechas para pertenecerse.
—¿Tienes tus fuentes clandestinas, onii-chan? Ya eres todo un pandillero. —O tal vez él solo quería creer eso porque estaba enamorado.
—Eres malo. —Él infló los mofletes—. Sabes que Sing me lo contó. —La realidad degradó al alba extinta.
—Le gustas a ese niño, se le nota en la cara. —¿Podía culparlo? Quien estuviese atado al japonés era el hombre más afortunado sobre la faz de la tierra.
—Él cree que eres genial. —De repente las mejillas le cosquillearon—. Dijo que eras una mezcla entre Rambo y Adonis. —Una risa infantil retumbó por la hosquedad de Nueva York, esta era una ciudad inmunda sumida en la corrupción.
—No confío en los halagos de ese mocoso. —Habían pocas cosas que valían la pena admirar—. Él dijo que Shorter era tan guapo como Terry Crews. —La risita que el azabache liberó fue una de ellas, aún bajo el golpeteo de la lluvia esa melodía se le quemó a fuego lento en la razón.
—No es una mala persona. —El moreno se abrió la chaqueta, aliviado por el forro impermeable en su interior—. Me ayudó a conseguir estos. —Un sobre de papel arrugado fue extendido bajo el cántico de la noche.
—¿Qué? —La violencia en sus latidos lo aturdió—. ¿Estos son...? —Él tuvo que parpadear una infinidad de veces antes de comprenderlo, las gotas se le deslizaron desde el cuello hacia el pecho, el aliento se perdió bajo el murmullo de los árboles.
—Pasajes a Japón. —Sus dedos se crisparon en los boletos, aunque la tinta se había corrido por la humedad, la claridad en el destino le secó la boca—. No me enamore de un mártir, no te dejaré actuar como uno ahora. —Él no pudo creer semejante ternura.
Porque de todas las personas que podía elegir.
¿Por qué alguien como él...?
Cuando estaba vacío.
—Eiji... —El nombrado apretó su mano.
—No me tienes que dar una respuesta de inmediato, tenemos tiempo para decidir. —El japonés se acercó con timidez, sus pantalones estaban embarrados, su cabello era un desastre esponjado, el esplendor mortífero de esas orbes yacía empañado—. Pero no te dejaré solo. —Aun así le pareció la imagen más preciosa que tuvo el placer de contemplar—. Aslan, te amo.
—Realmente eres terco. —Él le encantaba.
—Mira quien lo dice. —Ese puchero molesto lo hizo reír, el más bajo dejó caer su espalda hacia el barandal, sus zapatillas se habían roto por la persecución, el chirrido del poste lo tenía mareado—. Sino te hubiese alcanzado ahora te habrías ido, ¿sabes lo duro que fue traerte hasta acá? Creo que le rompiste la espalda a Blanca. —Las mejillas le ardieron.
—¡No soy tan pesado! —Su ego se desgarró—. Que él esté viejo no es mi culpa. —Que Eiji se apoyase contra su hombro fue reconfortante, esa calidez le atravesó el cuerpo entero, él enfocó su atención en una de las pozas, la lluvia distorsionó el reflejo para colorear una onda—. Solo quería protegerte, daría mi vida por ti.
—Lo sé, me siento de la misma manera. —Era verdad, él también sacrificaría hasta su misma existencia con tal de asegurar la felicidad de este hombre—. Pero quiero que vivas por ti. —Él musitó esas palabras con tanta casualidad, el japonés no lo supo, sin embargo, esa fue la primera vez que alguien le dio la elección.
—Estudiar medicina se escucha divertido, ¿sabes? He estado averiguando de universidades en Japón. —Sabía que contar estrellas en un bazar no le daría la victoria—. También hay arriendos baratos en Tokio, podrías poner una consulta ahí. —Pero ser un asesino, ex-prostituta y líder de pandilla perdía importancia ante tan delicada incondicionalidad.
—Eso me gusta. —Al lado de Eiji Okumura él no era el imponente lince de Nueva York—. Hagámoslo. —Ni el indestructible Ash Lynx.
—De acuerdo. —Bajo esa infinidad de pestañas él solo era Aslan Jade Callenreese, un chico normal con un amor desmesurado.
—Es una promesa.
Y eso fue suficiente para dejar de sobrevivir y empezar a soñar.
Me dio una tremenda paz mental llegar a este capítulo porque me demoré como un año desde que lo pensé en poderlo plasmar, ya respiro otra vez, espero que les haya gustado, me ponen nerviosas las rectas finales y espero estar haciendo algo decente. Pero como su servidora ya entra a un horario más pesado, el capítulo saldrá el otro fin de semana para evitar caos mental. Mil gracias por leer.
¡Cuídense!
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