Capítulo 11.
¡Hola mis bonitos lectores! Este ha sido lejos mi capítulo favorito para escribir.
De verdad muchas gracias a las personas que se toman el tiempo para leer.
Espero que les guste.
—Mierda, vienen más. —Aun con la adrenalina hirviendo él lo tomó de la muñeca para esconderlo contra un contenedor en el callejón. Llevaban más de una hora tratando de deshacerse de esos sujetos y él ya estaba cansado. Cada músculo le ardía, su cabeza era un caos, la boca se le inundó de ansiedad.
—Ash... —Él se tensó sobre el japonés. Se supone que esta sería una misión de reconocimiento sencilla, no que los hombres de Dino Golzine los encontrarían. Y ahora... ¿Qué haría si perdía a su libertad? No. Él lo cuidaría más que a su misma vida.
—Guarda silencio. —Más que pandilleros ellos parecían mercenarios. Una decena de sombras corrió a las afueras de la caliza. El enfermizo parpadear de los postes de luz junto a la pestilencia de la humedad los mareó—. Creo que tenemos una oportunidad para salir, yo actuaré como señuelo mientras tú huyes. —Sin embargo, el moreno no lo dejó moverse.
—¿Huir a dónde? —El japonés lo tomó del rostro para que lo mirara—. No estás pensando de manera racional, estos pasajes no tienen salida. —Aquellos resplandecientes jades se encontraban empañados por la confusión, el sudor le estaba escurriendo desde la frente hacia el cuello, la paranoia había despertado sus instintos de supervivencia.
—Ve por la motocicleta. —Él lo apretó con fuerza cuando otro grupo pasó. ¿Cuántos eran? Él se aferró a su muñeca, la tinta del plumón se le había corrido de tanto escapar.
—Ash, eres el único que sabe conducir. —La boca se le secó bajo los gritos, el alma se le quebró ante tan agotada expresión, el terror con el que él apretó su mano le rompió el corazón—. Creo que puedo ser el señuelo mientras tú vas por la motocicleta.
—No. —La ferocidad con la que proclamó aquello lo hizo retroceder—. No te arriesgaré. —El más bajo maldijo esa terquedad—. Puedo pelear contra ellos, no me subestimes. —El moreno lo sabía. Ash Lynx tenía toda una reputación de máquina asesina.
—Puedo hacerlo.
—No te dejaré.
Porque el rubio lo había estado resguardando él parecía a punto de colapsar, las rodillas le estaban temblando, sus manos estaban empapadas de escarlata, la desesperanza le había calado como veneno. Él tomó un largo trago de valor antes de acomodar sus palmas sobre el pecho del pandillero, la ternura de esa caricia los revitalizó, el japonés sintió esa desmesurada fatiga en su propia alma. Ellos no lo lograrían si seguían con esa locura de plan. Él lo sabía. Ash era mucho más grande, inteligente y fuerte que él, sin embargo, él sentía que debía protegerlo.
—¿Te sientes con energías aún? —¿Protegerlo de qué?
—Puedo seguir luchando. —Tal vez de su futuro—. No te preocupes Eiji, no dejaré que te toquen. —De ese destino que lo estaba arrastrando lejos de él, como si fuese una inundación.
—Bien. —El descaro con el que el psicólogo se acercó le destrozó los latidos, la tentación de esos labios le electrificó las neuronas, el terciopelo de esas palmas curó sus heridas. La noche supo a peligro. En el magnetismo del ambiente él deseó un beso.
—¿Eiji? —Que el nombrado estuviese tan cerca acabó con su razón.
—Encuéntrame en la intersección de la calle principal, tengo una idea. —Antes de que Ash pudiese reaccionar él lo empujó para salir del callejón—. ¡Hey! —La estridencia del grito atrajo a los depredadores—. ¡¿Están buscando esto?! —El rubio se palpó los bolsillos cuando vislumbró el pequeño frasco en las manos de su acompañante.
—¿Cuándo...? —No fue necesario preguntar, se lo quitó durante el abrazo, que conejo más astuto.
—Confía en mí y ve por la motocicleta. —La libertad corrió lejos. Muy lejos de él.
La multitud lo comenzó a perseguir, los gritos lo hicieron temblar, era una suerte que el rubio los hubiese desarmado. El pecho se le comprimió mientras el aire de Nueva York le cortaba la cordura. Eran solo seis hombres los que lo estaban siguiendo, eran robustos, veloces y parecían enojados. Desde que había llegado a ese mundo él se profesó en una agonía constante. Él no era talentoso como su amanecer, él no era ingenioso como Yut-Lung Lee, ni era habilidoso como el resto de la pandilla. El sudor se le deslizó desde el cuello hacia el pecho, las suelas se le embarraron con mugre. La adrenalina le quemó el estómago. Él no encajaba en esa realidad tan jodida, sin embargo, él vio una oportunidad.
Una sola apertura.
—Ojala funcione. —Fue lo que musitó al extender su mano y tomar uno de los postes que habían en la basura. Fueron esos los que llamaron su atención antes de que ellos cayesen en semejante problema—. Por favor no te rompas. —Había una pared al frente de él.
Primero: el impulso. Con cada paso resonando contra su mandíbula él corrió. Su respiración estaba agotada y el nudo en su garganta tenía sabor a condena. Deslizarse en la oscuridad fue una cámara lenta.
Segundo: el despegue. Él clavó la pértiga contra un bache en la acera, el tubo crujió y se retorció cuando él se alzó sobre Nueva York.
Tercero: el vuelo. Cuando su mano soltó aquella improvisada garrocha él voló.
La violencia con la que su corazón palpitó lo paralizó. Ver como esos hombres se perdían del otro lado del muro mientras maldecían, sentir los primeros rayos del crepúsculo sobre su rostro, abrazar la irrealidad. ¿Cuánto tiempo estuvo allí suspendido? ¿Dos segundos? ¿Tal vez tres? Aunque era prisionero de lo efímero y lo imposible él lució feliz. Su expresión fue maravillosa. Eso atrapó a los jades que lo vislumbraban del otro lado. Aquello fue un vuelo por la libertad, una declaración pura e inquebrantable.
Que imagen más hermosa.
El lince lo trató de atrapar, sin embargo, ambos terminaron contra el suelo. Los músculos les dolían un infierno, el sabor de la adrenalina los tenía borrachos, ellos rieron con nervio mientras se trataban de levantar. La ternura con la que esos jades lo vislumbraron fue un estrago para su corazón. Aunque Ash Lynx nunca había conocido a alguien que fuese solo un verbo, Eiji Okumura definitivamente era la encarnación de la libertad.
—Te dije que podía hacerlo. —Los hombres del otro lado trataron de escalar el muro.
—Vámonos. —Aferrándose a su muñeca el rubio lo arrastró hacia la motocicleta.
—¿No es peligroso que conduzcas en ese estado? —Las manos del moreno lo rodearon cuando el motor gritó. El arranque fue abrupto y feroz.
—Solo lo usaré para sacarnos de aquí, cuando lleguemos a un lugar seguro repondremos energías. —El japonés se aferró a él mientras el aroma a gasolina y la estridencia del motor terminaban de ahogar sus sentidos. La imagen de Ash Lynx fue hermosa y salvaje en esa carrera contra el alba—. Por cierto... —Con una mirada coqueta él sucumbió—. Ese fue todo un salto.
—Gracias. —Él supo que su vida no tendría marcha atrás cuando entendió el significado de tan implacables latidos.
La realidad danzó con la locura esa noche.
¿Cuánto tiempo condujeron? Lo olvidaron bajo la incandescencia de la autopista y las risas entre los semáforos. Lo último que supieron fue que se detuvieron en una cafetería en Nueva York. El local era rústico y pequeño, no habían más comensales a esa hora, eran las dos de la mañana y por fin podían descansar. La amargura del vapor le cosquilleó bajo la nariz, sus manos se acomodaron contra el vaso de papel mientras observaba como el japonés se abanicaba la lengua al haberse quemado. Lindo ¿Cómo era posible que existiese alguien tan dulce en semejante mierda? Ash Lynx no lo supo, sin embargo, él se dio el valor para entender a su corazón.
—¿No te duele el tobillo? —La pregunta lo tomó por sorpresa, sus dedos trepidaron alrededor de su bebida, sus zapatos juguetearon contra las baldosas. Esta era la primera vez que él saltaba luego del accidente.
—No... —Que placentero fue surcar la libertad. Él amaba volar por los cielos, era una sensación tan embriagadora como meliflua, dejarla ir fue autodestructivo—. No se siente resentido o hinchado. —Fue encontrarse con una parte de su alma para volverla a perder—. ¿Tú estás bien?
—¿Yo? —La perplejidad con la que el lince parpadeó lo hizo sonreír. A veces él era tan infantil.
—¿No te duele nada? Estuviste peleando por horas. —La altanería de ese chasquido retumbó sobre la música del local.
—No fue nada. —El moreno rodó los ojos, que él fuese tan orgulloso era un problema—. Pero esos sujetos no eran pandilleros normales, parecían tanques vivientes. —La razón se le tensó, los engranajes de su mente crujieron al revés. Una desgracia se avecinaba a Nueva York. Lo sabían.
—Tengo la impresión de que esos hombres trabajaban para Fox. —Sus dedos se deslizaron por el borde del vaso—. Es solo una corazonada, pero no me la puedo arrancar. —La ternura con la que el rubio lo contempló fue más brillante que el reflejo de las estrellas.
—Le pediré a Yut que contacte a Shorter. —El corazón se le llenó de gasolina y adrenalina.
—Bien. —Esos jades no lo dejaron desvariar. La galantería de esa sonrisa le paralizó la respiración.
—Tuviste agallas para robarme. —Él no quiso mirar al lince—. Me atrapaste con la guardia baja, por un momento pensé que me besarías. —Hasta la nariz le enrojeció ante tan descarada confesión.
—¡¿Besarte?! —Él tuvo que morderse el labio para no gritar—. ¿Qué te hizo pensar eso? —La satisfacción que adornó la dicha de la coquetería enredó su cordura.
—El ambiente. —El moreno se frotó el entrecejo. Mientras más lo conocía más sinvergüenza se volvía. Claro que infundía respeto si ocultaba tan insoportable carácter a sus subordinados.
—Ten. —Eiji deslizó el frasco sobre la mesa—. ¿Crees que es importante? —Esa tarde ellos debían ir a investigar un rumor que Kong les había traído, ellos solo les tomarían fotografías a unos sospechosos cuyas impresiones lucían extrañas, gastadas, casi desteñidas.
—Estuvieron a punto de matarnos por esta cosa. —Ahora tenían polvo blanco balanceándose adentro de un frasco—. Conozco a quien nos puede ayudar para saber qué es esto. —La situación no le gustaba. Él no lo admitiría al frente del psicólogo, sin embargo, luchar contra esos sujetos casi le había costado la cordura. Eran demasiado fuertes, violentos y sanguinarios.
—Al final perdimos la cámara. —Apenas tomaron el primer flash el aparato fue aplastado contra la acera por la crueldad. Qué mundo más hosco para la pureza. Que inocencia más manchada.
—Podemos comprar otra Eiji. —El nombrado acomodó su mentón sobre su palma, su atención se enfocó en el otro lado del ventanal, era extraño vislumbrar semejante paz en tan corrupta ciudad—. No te tienes que preocupar por el dinero, lo tengo resuelto. —El tintinear de los postes fue casi agradable bajo el arrullo de la luna.
—Lo sé. —El rubio deslizó su palma sobre la mesa—. ¿Qué estás haciendo? —La cordura del más bajo deliró frente a tan cuidadosa caricia. Las manos de Ash Lynx eran grandes, ásperas y cálidas.
—¿No es obvio? —El agarre fue torpe—. Estoy tratando de seducirte. —El moreno no pudo evitar reír ante tan seria expresión. La piel se le erizó en el terciopelo de ese toque—. ¿Lo estoy haciendo bien?
—No lo sé. —Él se inclinó hacia su amanecer—. Necesito más tiempo para comprobarlo. —El rostro del rubio se llenó de cosquillas e incertidumbre. Ese chico lo sabía enloquecer. Él no quería un alma gemela, él no tenía tiempo para una, él no necesitaba marcarse en la ironía de la debilidad.
—Eiji... —Sin embargo, acá estaba, aferrándose al nombrado como si fuese más valioso que su propia vida—. ¿Estás bien conmigo? —Porque ningún temor fue tan grande como la idea de perderlo. Que sensación más destructiva. Era tan falsa como esa impresión que él mismo se escribía todas las mañanas en la muñeca.
—¿A qué te refieres?
—Cuando nos conocimos tú dijiste que me podías sentir ¿no es así? —Él nunca se avergonzó tanto de su pasado como en ese momento. Asqueroso, sangriento y solitario—. Tú viste cosas mías. —El psicólogo supo exactamente a lo que se refería—. Cosas repugnantes. —Los gritos que el rubio arrojaba en las noches eran una tortura desgarradora.
—Perdón. —Él no conocía los detalles, sin embargo, el terror era garrafal.
—Sí...
—Es injusto, Ash. —La determinación con la que él se aferró a su palma lo hizo alzar el mentón—. Lo justo es que tú también conozcas un secreto mío. —Lealtad absoluta y obediencia ciega, esos eran los principios para un alma gemela. Matar por amor, morir por orden, sufrir en una cadena.
Pero no.
Había una ley fundamental que se encarnaba en las impresiones.
—¿Tienes secretos? —Una incondicionalidad desinteresada.
—Uno solo. —Él se profesó juzgado en el silencio de la cafetería—. Me da miedo ser psicólogo. —La perplejidad hizo que el rubio riera. ¿Qué clase de broma era esa?—. Le tengo terror a ayudar a las personas. —Cuando esos grandes ojos de ensueño se cristalizaron él supo que no estaba jugando.
—¿Por qué? —El temblar en sus labios, el encrespar de sus dedos, el sudor pálido. Él reconoció a la perfección esa expresión. Remordimiento—. No lo entiendo. —Una desgarradora y tormentosa culpa.
—Cuando estaba en último año me llegó un paciente con depresión, yo era un novato y estaba entusiasmado por conseguir mi diploma, así que le pregunté a mi supervisor si debía darle un antidepresivo. —Ash no dejó que él soltara su mano—. Él me dijo que sí...
—¿No era eso lo que debías hacer? —Él no entendía nada de psicología, sin embargo, la amargura de esa desolación fue suficiente para quebrarle el corazón. Eiji era quien solía recoger sus pedazos.
—¿Sabes lo que puede pasar cuando le das a un paciente con bipolaridad un antidepresivo? —Esta vez él quería acunar los suyos.
—No.
—Induces un viraje. —El moreno contempló el contenido de su vaso—. La bipolaridad tiene dos facetas, una donde los síntomas simulan una depresión y otra donde predomina la manía. —La culpa se le incrustó al alma—. Como le induje un viraje la crisis maniática fue demasiado violenta y él saltó por una ventana. —No fue necesario ver el rostro del rubio para saber lo que pensaba.
—¿Él...? —Eiji negó.
—Está bien, emergencias llegó a tiempo, pero él estuvo a punto de morir por mi culpa. —La imagen aún lo atormentaba. Él a las cuatro de la mañana bajo las sirenas de la policía, el escarlata en el pavimento, los alaridos de quien se supone que debía salvar, la crueldad pidiéndole que se callara—. No estoy capacitado para cuidar a nadie. —Él guardando silencio—. Quise decir la verdad pero mi supervisor me amenazó con expulsarme si hablaba.
—Eiji. —Pero él no lo escuchó.
—Por eso me gustaba tanto trabajar con Shorter y con Max, aunque hacer perfiles psicológicos y pruebas gráficas es difícil no puedo matar a nadie así. —Su sonrisa fue amarga—. ¿Qué clase de monstruo sería si luego de eso pusiera una consulta? No puedo. —Para Ash Lynx la situación fue hilarante, él se inclinó sobre la mesa para acunar las mejillas del japonés entre sus palmas.
—No lo encuentro. —Que lo mirase de tan cerca fue un espasmo para su alma—. No, de verdad no lo encuentro.
—¿Qué se supone que estás buscando? —La ternura con la que sus narices se rozaron le quitó la respiración, la esencia del más alto lo embriagó, sus toques fueron intoxicantes. Fue imposible llorar frente a tan profundo jade.
—Estoy buscando lo monstruoso pero no lo veo. —Que estúpido fue reírse por eso—. No deberías condenarte por solo un error, Eiji, no tienes idea de lo impresionante que eres. —Ash le ofreció una mano para salir del local—. Deberías escucharme, ahora que eres parte de la pandilla también soy tu jefe. —Él bufó al corresponder el agarre.
—Si tienes el ego tan inflado ahora no quiero imaginarlo cuando seas médico. —La ingenuidad del japonés fue un arma mortal. Él era un girasol en un campo de batalla, eso le encantaba.
—Doctor Lynx. —El moreno negó.
—Doctor Callenreese. —Él no se había atrevido a escuchar ese apellido desde que perdió a su hermano mayor—. Ese me gusta mucho más. —Y que fácil fue para Eiji saltar esos muros para empujarlo hacia la libertad.
—A mí también. —Que peligroso fue el fervor con el que lo deseó como alma gemela.
No regresaron a la motocicleta, no se dijeron nada cuando se perdieron en la ciudad con un tímido agarre de manos. El paisaje fue una bruma de irrealidad, los letreros de neón fueron hipnosis sobre las tiendas, el aroma a insomnio les encantó, el gélido de las estrellas no significó nada. Ellos rieron cuando sus hombros chocaron por accidente y el dolor pereció como un recuerdo de Nueva York.
¿Por qué? Aunque Ash Lynx no tenía alma gemela y no sentía derecho de reclamarse como tal al estar tan quebrado, los temores se le esfumaban dentro de tan sublimes ojos. Era como si Eiji Okumura fuese el alivio para todos sus males. Ni siquiera Yut-Lung Lee conocía todas las atrocidades por las que él había pasado, no se las pudo ni contar a Griffin cuando su sonrisa aún era reconfortante. Él le puso un cerrojo a su sufrimiento porque necesitaba odiar para resistir. Pero ya no estaba sobreviviendo, él había comenzado a vivir. Si tan abrumadora ternura no encarnaba el significado de las impresiones nada lo haría.
Él no lo merecía. Él no podía meterlo en problemas. Él no podía amarlo.
Pero acá estaba, suspirando por él, esperando que lo recibiera con los ojos cerrados y los brazos abiertos.
Que le gustase tanto fue la paradoja de la libertad.
—Me pone ansioso no saber qué hacer con esto. —El parque estaba a oscuras, la banca se había humedecido por culpa del rocío, sus manos se negaban a soltarse en tan inocente paisaje—. Esta es la primera vez que me siento así de confundido. —La voz de Ash fue electricidad. Él estaba cerca. Demasiado cerca.
—Tú fuiste novio de Yut, no es como si esta fuese tu primera vez. —Aunque ninguno quería decirlo en voz alta, ambos sabían lo que estaba pasando.
—Esto es diferente... —Él subió una de sus piernas sobre las tablas, la dulzura de la brisa danzó entre sus cabellos—. Con Yut las cosas eran fáciles porque él tomaba el control, yo solo aceptaba sus caprichos y él lucía feliz. —La indignación con la que el japonés alzó una ceja le pareció encantadora.
—Eso suena como una pareja negligente. —Que fuese tan directo lo atontó.
—Éramos una combinación demasiado agresiva. —La ternura con la que Ash acomodó un mechón de noche le robó el aliento—. Yut necesita de una persona dulce que sea capaz de apoyarlo, alguien paciente con sus heridas. —Detrás de las espinas había belleza.
—¿Y tú? —Aunque cada músculo le estaba tiritando por culpa de los nervios él se acercó—. ¿Qué es lo que necesitas tú, Ash? —La delicadeza con la que el nombrado delineó sus facciones fue adictiva.
—Pensé que nada. —Sus yemas se enredaron entre el cabello del japonés—. Pensé que estaba bien mientras pudiese cobrar venganza. —La ferocidad con la que retumbaron sus latidos se impuso a la penumbra—. Pero parece que no es así.
—Ash... —Que él pronunciase su nombre con semejante expresión fue un deleite.
—¿Sabes? Es algo curioso. —La banca fue demasiado grande para tan desbordante fervor—. Aunque sé que no tengo alma gemela está pasando algo extraño. —Su corazón dio un vuelco cuando él le acarició los labios. El mundo se detuvo. Los colores se perdieron en la ternura de un aleteo.
—¿Qué es lo que está pasando? —Ash Lynx era la clase de hombre que huía cuando se trataba de los problemas. Él no necesitaba cargar con una debilidad. Él era ingenioso y calculador.
—Creo que me he empezado a enamorar de ti, Eiji. —Sin embargo, el moreno era su fortaleza—. Y sino me detienes ahora no creo tener vuelta atrás.
Lo único que él pudo hacer ante semejante confesión fue acabar con la distancia y fundirse en el éxtasis.
La dulzura de ese beso los embriagó. Los labios de Eiji Okumura eran cálidos, suaves y húmedos, él enredó sus yemas entre los cabellos de la noche para acercarlo. La sensación fue deliciosa y adictiva. Electricidad burbujeó por su sangre, mariposas arremetieron en su vientre, ardor detuvo el tiempo. La timidez con la que el rubio le pidió permiso para profundizar el beso lo hizo reír. El vaivén entre sus lenguas fue apasionado y delirante, la cercanía y el candor entre sus cuerpos sincronizaron sus latidos. Fue atronador, magnético y necesitado. Que sabor más exquisito, que toque más peligroso. Fue una caricia que se llevó su aliento y lo hizo olvidarse de la cordura. Pequeños besos fueron repartidos sobre los labios del japonés cuando la realidad los alcanzó.
—Me gustas, realmente me gustas mucho, sé que es estúpido en esta clase de situación, pero... —El moreno lo silenció con un gesto.
—Me gustas también, Ash. —Las mejillas del aludido se tiñeron con violencia—. Lo sé, no son las mejores condiciones, tenemos que ir a la biblioteca para ver si nos respondieron y además... —Esta vez fueron los labios del lince los que le arrebataron las excusas.
—Lo solucionáremos.
Él sonrió antes de que lo besase otra vez.
El bien sedujo al mal en una caricia.
La frustración se le clavó como vidrio roto al entrecejo, la impotencia le quebró los músculos en un ciclo de destrucción, la compulsión al veneno lo intoxicó. Él entendía que el lince de Nueva York estuviese en las nubes con su romance, sin embargo, el idiota jamás regresó luego de que Kong lo enviase a investigar. ¡Inútiles! Yut-Lung Lee se dejó caer contra la cuerina del asiento, el suave mecer de la autopista fue un arrullo para la saña, la música de la radio le quebró los pensamientos. Él era quien hacía todo en ese imperio, eran sus contactos los que les habían salvado el pellejo incontables veces. Sí, Ash Lynx podía ser un genio e inspirar respeto, no obstante, él tenía sed de venganza, sería ese odio el que lo empujaría hacia lo imposible. Hasta el último del clan Lee caería muerto con Dino Golzine, él se aseguraría de eso. Que imagen más deliciosa. Era tiempo de que las escorias pagaran.
—¿Por qué no trajiste a Arthur contigo? Yo quería dormir, acabo de llegar de un patrullaje. —Él rodó los ojos. Que llorones eran los integrantes de esa pandilla.
—Arthur es un terrible conductor, no me arriesgaré a un accidente solo porque tú tienes sueño. —Alex dejó escapar un suspiro, sus palmas se clavaron con resignación sobre el manubrio, su atención pendió entre los semáforos. Que diva más insoportable—. Deberías dejar que Eiji fotografiase tu impresión. —La sorpresa lo hizo pasar sobre un bache—. ¡Auch! —Poco le importó que el azabache se golpease la cabeza contra el techo.
—¿Por qué lo dices de la nada? —No fue necesario quitar su vista del camino para vislumbrar la indignación en lo fatalista de esa belleza.
—Es lo justo, todos en la pandilla llevamos un registro de nuestras impresiones, Eiji cree que se están desgastando, yo pienso igual. —La tensión con la que apretó el manubrio lo delató—. Por favor, Bones es estúpido, jamás se dará cuenta de que tú eres su alma gemela. —El corazón de Yut-Lung Lee se detuvo cuando Alex casi arremete contra una camioneta.
—¿Cómo sabes eso? —Él frenó de manera abrupta—. Nunca te lo dije. —La irritación con la que alzó una ceja le cerró la garganta.
—¿Torpeza? —El castaño se congeló—. Uy, sí, tienes razón, debe ser Arthur tu palabra, es obvio que es el más torpe en nuestra pandilla.
—Ya entendí. —Tantos años tratando de ocultarlo para ser expuesto por una víbora, que decepción más amarga—. No digas nada por favor. —La elegancia con la que el azabache se bajó del vehículo lo puso ansioso.
—Espérame aquí, regresaré en una hora.
—¿No es peligroso que entres ahí? Dino Golzine te conoce. —La petulancia en la sonrisa del más joven le revolvió las entrañas.
—¿No es obvio? Voy de encubierto. —Por más que él repasó esa fina silueta él no encontró alguna diferencia. Vestido elegante, cabello amarrado, maquillaje coqueto, él lucía igual que todos los otros días—. Además este cabaret no le pertenece a Dino Golzine. —Daba igual, ya no era su problema.
—Supongo que sabes lo que haces.
—Siempre lo sé.
Él se miró en la ventana una última vez antes de aventurarse hacia el caos. Aunque la fila de invitados era gigantesca con una sonrisa coqueta y un buen fajo de billetes él logró ingresar al lugar. El ambiente era un derroche de lujo y exclusividad, terciopelo y cristal envolvieron las paredes, la sensualidad de las luces lo emborrachó, los trajes de diseñador y el atractivo de los invitados lo hizo profesarse en casa. Gélido, venenoso e hipócrita, digna fachada de la élite. Que adorable. Con dos copas de champaña él se acercó a su primera víctima. Si algo había aprendido en esos tortuosos años bajo las garras de los Lee era que un hombre haría lo que fuese por él mientras creyese que lo tenía dominado. Sino hubiese sido prostituta le hubiese encantado ser actor.
—Eres un chico encantador. —La sonrisa de Yut-Lung Lee fue tan falsa como ese halago—. ¿No quieres ir a un lugar un poco más privado para continuar con nuestra conversación? —Que asquerosa fue la lujuria con la que ese sujeto lo miró, sin embargo, ese idiota era un político, podía sacarle información importante si jugaba bien sus cartas. Bien ahora estaba soltero.
—Eso me encantaría. —La coquetería con la que se acercó paralizó al contrario—. Hay muchas cosas que me gustaría saber de usted. —Antes de que lo pudiese tomar del brazo alguien lo agarró de la cintura.
—Acá estas cariño. —La frustración en el rostro de Yut-Lung Lee le hizo gracia—. Te he buscado toda la noche. —La humillación que se posó en las facciones del político no tuvo precio.
—Todas las zorras son iguales. —Con un chasqueo de lengua él desapareció. La cólera con la que le hirvió la sangre fue destructiva, las piernas le temblaron en esos malditos zapatos de tacón, la saña deformó la belleza de sus facciones.
—¡Ya casi lo tenía! —La violencia de ese golpe no movió a Blanca—. Dijiste que no te entrometerías más si aceptaba estar en contacto con el policía.
—No me estoy entrometiendo, yo vine por mis propios negocios. —La indignación con la que el más joven se cruzó de brazos fue una calada hacia la pureza de la melancolía—. ¿Qué hay de ti? —Que belleza más arisca, que espinas más afiladas.
—¿Qué te importa traidor? —Esa boca era demasiado tentadora para tan groseras palabras—. ¿No tienes que ir a lamerle los zapatos a Dino Golzine? —Él sabía que merecía ese odio. Yut-Lung Lee lo buscó para que él sanase sus heridas, el magnetismo fue tan instantáneo como el deseo. Él le entregó la mejor versión que pudo componer sobre afecto y devoción.
—¿Cómo están los chicos de la pandilla? —La decepción que se posó en esos oscuros ojos de dalia cuando él descubrió la verdad era un recuerdo que aún lo atormentaba.
—Mucho mejor sin ti. —El más joven se dejó caer contra un pilar de mármol—. No me trago esa patraña de que viniste por negocios. —Como si fuese un espectáculo digno de contemplar Blanca se alisó el traje.
—Me vestí elegante, esa es la prueba. —El grillete de la nostalgia lo hizo sonreír.
—Es verdad, ni para mi cumpleaños te quisiste poner un terno. —La ternura con la que él lo miró fue dolorosa. ¿Por qué todas sus historias de amor tenían un final de mierda?—. Fuiste una pésima compañía, Sergei. —En el candor de la música él lo invitó a bailar.
—¿Por los viejos tiempos? —Fingiendo desinterés él accedió.
Como si esas curvas fuesen de su propiedad Blanca acomodó una de sus manos sobre la espalda de Yut-Lung Lee, sus dedos se entrelazaron bajo la melodía de la tentación, la fusión entre sus respiraciones fue candorosa, las cuerdas de los violines los empujaron hacia la adicción. Ninguno cedió en esa batalla de poder y control. La sangre le burbujeó, el vientre se le llenó de éxtasis, el ritmo lo sedujo bajo las caricias de ese hombre. Que toques más descarados, que miradas más sugestivas, que salvación más desesperada.
—Escuché algo interesante en este lugar. —La sensualidad con la que Blanca lo inclinó hacia el piso los volvió el centro de los murmullos—. Parece que Dino Golzine tendrá otro evento. —Que abrumadora fue la sonrisa de la fragilidad.
—¿Otro evento? —Apoyándolo contra su pecho él tomó el control—. ¿De qué clase?
—Una subasta. —La suavidad con la que Yut-Lung Lee le acarició el cuello fue un estrago para su corazón.
—Eso no es interesante, Sergei. —Su pierna quedó expuesta bajo la abertura del vestido—. Los ricos las hacen todo el tiempo. —La galantería en esa mirada lo hizo tropezar.
—Se rumorea que allí se venderá algo muy particular. —Dándolo vueltas él lo dominó—. ¿Te interesa asistir? —El candor de los aplausos y la efervescencia de la música lo consumió. Él odiaba que Blanca fuese tan ambiguo, sin embargo, fue esa confusión la que le compró tiempo.
—Tienes mi atención.
La línea entre el blanco y el negro se tiñó de escarlata.
El aroma de las hamburguesas y la grasa de las papas fritas quedaron atrapadas adentro de la patrulla. Era una noche tranquila para el centro de Nueva York, los primeros rayos del amanecer se habían comenzado a colar hacia las ventanas del vehículo, la fatiga era tan insoportable como el cansancio. Cosas extrañas estaban ocurriendo en el cuartel. Aunque los hombres bajo el cargo de Max Lobo llevaban a cabo una insaciable vigilia eran los nuevos reclutas quienes siempre reportaban los crímenes. Que oportunos. Una serie de escalofriantes asesinatos estaba echando raíces en el corazón de la ciudad y Shorter Wong se estaba rompiendo la cabeza para atar los cabos sueltos.
—¿Seguro podemos hacer esto? —La inocencia de su nuevo compañero lo hizo sonreír, que triste sería verlo marchitarse en un par de días, él lo había presenciado una infinidad veces, el fulgor en esos ojos no duraría más de un mes.
—Por supuesto, cuando patrullaba con Max siempre pasábamos al Burger King. —La ferocidad con la que esa hamburguesa fue devorada hizo que la piel se le erizara. La imagen fue sangrienta, la salsa manchó su uniforme, los dedos se le llenaron de queso, la peste fue insoportable—. ¿Quieres? — Ese hombre con las mejillas llenas de pan y papas sobre su regazo era su héroe.
—Estoy bien. —No habían habido reportes esa noche.
—Sing... —Succionando lo que quedaba de una Coca-Cola él se dio valor—. ¿Por casualidad no has sentido a tu alma gemela? —El moreno nunca fue bueno disimulando.
—Pareces estar bastante interesado en el tema. —El más joven dejó de lado las bolsas con comida rápida para hacerle espacio a sus zapatos—. ¿Por qué no me hablas de la tuya? —Shorter se atoró al escuchar esa pregunta.
¿Su alma gemela?
¡Por supuesto! El chico lindo que lo aborrecía.
—Él es una persona... —¿Cómo describir a Yut-Lung Lee?—. Complicada.
—Aja. —La altanería con la que Sing alzó una ceja lo puso ansioso—. ¿Algo más?
—Tiene un carácter terrible. —Aunque cada uno de sus encuentros terminó en una pelea—. Es insensible, no escucha las opiniones de los demás, le gusta pretender que puede cargar con el mundo solo, es insoportable, él es... —Shorter Wong ya no pudo silenciar a su corazón—. Me saca de quicio porque creo que me gusta. —El rostro le ardió al recordar su primer beso con su fragilidad, que encuentro más desastroso, que belleza más ofusca.
—¿Crees que te gusta? —El policía asintió—. Eso suena ambiguo.
—No te mentiré Sing, hay un largo historial de damiselas que han caído por el encanto Wong. —La carcajada imaginaría de Eiji Okumura lo atormentó en semejante engaño—. Pero esta es la primera vez que me siento tan confundido. —Sus manos se encresparon sobre sus rodillas.
—Tal vez deberías acercarte de otra manera a esa persona. —El moreno lanzó un suspiro antes de dejarse caer contra el respaldo, salsa se le pegó al cabello en la insalubridad de la cuerina.
—Quizás. —Que difícil era acercarse a una víbora estando indefenso, si Yut-Lung Lee y él pudiesen hablar en un ambiente carente de tensión las cosas se darían diferentes—. Eres un buen chico. —Las mejillas del aludido cosquillearon ante tan penosa declaración.
—No, solo te quería animar. —Era obvia la admiración que Sing Soo-Ling le tenía a Shorter Wong.
—Escucha... —Y porque el pasado era un grillete él le tenía que contar—. No siempre estuve del lado correcto de la ley, en mis días de estudiante yo era una completa basura. —La serenidad del más joven le causó un escalofrío.
—Eras el terror de Chinatown, lo sé. —Sing trató de contener su carcajada cuando la mandíbula de su héroe se cayó—. Mi hermano mayor estaba en una pandilla y tú tenías una fuerte reputación, conozco bien lo que pasó. —El moreno se trató de esconder bajo su gorro para disimular la humillación—. Por eso me sorprendió que te inscribieras en la academia, tú cambiaste, tú estás haciendo lo correcto, quiero lo mismo para Lao.
—¿Ese es el nombre de tu hermano? —El más joven asintió.
—Me gustaría que él siguiera tu ejemplo. —Antes de que él pudiese responder una serie de disparos cortó el aire.
—Mierda. —Shorter encendió el radio—. ¿Hola? Tenemos un 10-10 en progreso, necesitamos apoyo. —Nadie respondió del otro lado—. ¿Hola? ¿Me copian? ¿Max? —Otro disparo retumbó por el cielo—. ¡Carajo! Sigue intentando. —El moreno cargó su arma antes de bajarse de la patrulla.
Cada paso le retumbó en el corazón mientras se adentraba al callejón, ningún maldito poste de luz estaba funcionando y los rayos del alba seguían dormidos. Él frenó frente a dos sujetos, sus zapatos se habían empapado de sangre, la peste era insoportable, el frío jugó con su razón.
—¡Policía de Nueva York!
Uno de los hombres huyó apenas lo vio apuntar con el arma. Antes de que Shorter lo pudiese perseguir el otro sujeto lo agarró de la pierna. El cuadro le heló la sangre, el rostro de la víctima era irreconocible por culpa de los golpes, su cuerpo estaba agonizando, carmín había manchado desde sus cabellos hasta sus prendas. Él estaba moribundo.
—Tú... —Shorter se inclinó para poder escuchar mejor la aspereza de esa voz.
—¡Sing! ¡Llama una ambulancia! —Aunque él ya había marcado con su radio nadie le contestó.
—B-Banana.
—¿Qué? —Con su último aliento él desató el caos.
—Banana fish.
Debo decir que me dio mucha risa como pasaron tantas cosas acá, pero sobretodo el cambió de ambiente del glamor de Yut a las hamburguesas de Shorter. Si soy un genio planificando cosas.
Bueno, actualmente esta es mi historia favorita de las que llevo porque esta en su punto, así que espero verlos pronto si el semestre no me mata.
Mil gracias por leer.
¡Cuidense!
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