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Capítulo 1.

¡Hola mis bonitos lectores! Adivinen a quién se le alargo el semestre hasta Agosto, bueno ahí va mi título.

Muchas gracias a todas las personas que se tomaron el tiempo para leer esta pequeña historia. De verdad. Gracias, espero que el capítulo de hoy sea de su agrado.

Mientras recogían sus pedazos, ellos se encontraron. Al hacerlos encajar, ellos comprendieron que eran fragmentos de lo mismo. Ellos eran almas gemelas.

Miedo. Pánico. Excitación. Angustia. Ansiedad. Felicidad. Confusión. Cada una de esas emociones había golpeado el corazón del joven Okumura desde aquella noche. Él no pudo dejar de repetir aquel nombre hasta que la desesperación lo venció entre los brazos de Shorter. Y aunque Eiji antes habría dado lo que fuese por una señal de su otra mitad, ahora suplicaba para que estas se detuvieran. Ya le era común despertar con el pijama repleto de sangre o gritar en medio de la noche por culpa de pesadillas que no recordaba. Tener un alma gemela se había vuelto abrumador y sofocante para él. Era como respirar con espinas alrededor del cuello, era como palpitar con un corazón repleto de cristal roto, eran constantes fiebres y mareos. Era demasiado. Ya no. No más. Era una maldita montaña rusa de ansiedad y tristeza. La única certeza que tenía el japonés era que aquella persona se encontraba ahogada en una densa y paralizante soledad.

¿No era extraño? Eiji no lo conocía, no obstante, se profesaba completamente embelesado y confundido por aquel hombre. Él estaba asustado de conocerlo, sin embargo, era mucho más aterradora la idea de no hacerlo.

—¿Estás seguro de que puedes hacer esto? Porque podemos buscar un reemplazo o darte más tiempo, solo... —Shorter se mordió la boca, sin saber cómo continuar.

La mente de su amigo parecía haberse perdido entre la ventana del cuartel y las palabras tatuadas en su muñeca. El de cabellos negros no era él mismo desde aquel incidente con el Rorschach. El más alto suspiró, sus manos se aferraron con fuerza a sus rodillas. El uniforme se sintió apretado, su paciencia también.

—¿Me estas escuchando? —Él se inclinó para golpear al más bajo sobre la frente, las sillas rechinaron cuando él las acercó.

—¿Qué? —El aludido parpadeo, ido. Sus dedos se encontraban haciendo presión sobre la manga de su suéter contra aquellas palabras. La preocupación trazada en el rostro del policía consiguió que una espesa y asfixiante sensación de culpa le revolviese el estómago. Él siempre era así. Él era esa clase de persona—. Lo siento. —De esa manera encajaban bien—. Estaba pensando en otras cosas. —Una para ser exactos.

—Sino te sientes bien para entrevistar a ese sujeto podemos dejarlo para otro día. —El más alto apoyó un brazo sobre los hombros del japonés. Él no se lo diría, sin embargo, lo amaba como si él fuese un hermano menor. Poco le importaba que Okumura fuese el más viejo, él era frágil e ingenuo—. Aún podemos retener a ese psicópata un par de días, no te presiones. —Eiji fue quien lo alentó hasta que él encontró el camino correcto. Él sonrió, negando con la cabeza.

—Estoy bien. —Fue lo que le aseguró, dejándose mimar. Tímidas gotas de lluvia contra la ventana del cuartel fueron el sonido que interrumpió sus respiraciones—. Solo me siento algo abrumado. —Él cerró los ojos, apoyando su nuca contra el fornido brazo del moreno—. No sé si me está llamando o no. —La ansiedad le quemó la piel—. Aunque él no ha parado de tener contacto conmigo, no entiendo lo que quiere, no creo que me esté buscando. —Lo único que pudo hacer Shorter fue abrazarlo más fuerte. Cuan agridulce.

—¿Sabes? —Su mejor amigo era una persona hermosa y bondadosa, él odiaba verlo sufrir—. Aunque yo veo todas las noches a mi alma gemela en mis sueños nunca le he visto el rostro. —El orgullo del más alto fue herido en esa confesión. Tan patético.

—¿Qué? —Él alardeaba y se pavoneaba con todo el cuartel, perjurando conocer bien a aquella hermosa mujer—. Pero tú dijiste que estabas seguro de quien era ella. —Cuando él no era más que una farsa. Una débil y apenada.

—Lo sé. —Ellos se separaron—. Solo la he visto de espaldas. —Las mejillas de Shorter enrojecieron, la culpa fue del frío que hacía en la estación—. Aun así... —Una tímida y suave sonrisa fue esbozada por el policía, Eiji no supo cómo reaccionar ante esa clase de expresión—. Siento que la conozco bien. —Era la primera vez. El ambiente fue relajante entre ellos dos, sus respiraciones se podían vislumbrar entre las paredes de metal del cuarto y los latidos de corazón.

—¿Qué es lo que más te gusta de ella? —El más bajo subió una de sus piernas a aquella vieja y oxidada silla, él acomodó su mejilla sobre su rodilla, regalándole cada luz de su atención al más alto. Una mirada ilusa fue su respuesta. Enternecedor.

—Ella también se ve sola. —Una delicada y fina silueta en una tormenta de nada—. Se ve tan sola y triste que lo único que quiero hacer es ir y abrazarla. —Él extendió su mano hacia la ventana, tratando de tomar un poco de la lluvia—. Pero nunca la alcanzó. —Él no lo logró. Él se acarició el entrecejo, retirándose los lentes de sol. En el fondo él también tenía miedo—. ¿Qué es lo que más te gusta a ti de él? —Le tomó un tiempo al japonés comprender las palabras de su amigo. Tiempo y distancia.

—¿Él? —Shorter asintió—. ¿Cómo estas tan seguro de que mi alma gemela es un hombre? —La altanera y petulante sonrisa de su amigo le resultó molesta. Egocéntrico.

—Es más que obvio. —Eiji rodó los ojos, ofendido—. Mis corazonadas nunca me fallan. —La cara se le caería de vergüenza si él supiera que una de ellas sí le había fallado. La más importante.

—¿Siguen acá? —El rechinar de la puerta fue lo que captó la atención de los dos jóvenes—. Pensé que Eiji ya estaría entrevistándolo. —Aunque Max quiso sonar casual y relajado, la inquietud en sus facciones era profunda y sincera. Sus colegas solían burlarse acerca de lo sobreprotector que él era con ellos dos. Antes sus ojos siempre niños.

—Estábamos hablando del alma gemela de nuestro japonés favorito. —El castaño se dejó caer sobre las bisagras de la puerta, tratando de mantener el equilibrio con sus talones—. Estamos tratando de averiguar quién es. —Él sonrió, ocultando la ansiedad y el malestar que le generaba la otra mitad del joven Okumura.

—No esperaba otra cosa de ustedes dos. —Max Lobo tenía un presentimiento de mierda sobre ese sujeto. No le gustaba. No sería suficiente. No para él—. Aunque podrían invertir esa misma energía en la investigación. —Shorter estiró sus brazos sobre su cabeza, cansado.

El día era fatigoso, y aquel caso sobre Nueva York les había comenzado a consumir demasiado reloj y vida. Se volvía gris para perderse. Dejaba pistas que no eran nada.

—El jefe tiene razón. —Fue Eiji quien se levantó—. Se acabó la hora de descanso. —El moreno se deshizo en la silla, exhausto. Aunque amaba su trabajo, era agotador tener que invertir sus energías en callejones sin salidas y discusiones burocráticas. Que maldita molesta.

—Max. —El nombrado frenó sus pasos antes de empezarlos al escuchar la voz de su subordinado—. ¿Cómo supiste que Jessica era la chica de la que hablaba tu impresión? —En un instante todas las facciones del más alto se suavizaron. Jessica Randy. Él se acarició la muñeca con una melancólica sonrisa. Un latido delator fue el que retumbó en ese hermético y lúgubre cuarto. La mañana estaba tan fría.

—Cuando la miré solo lo supe. —Era vergonzoso para él hablarle de esos temas a quienes quería como si fuesen sus propios hijos, no obstante—. Lo entenderás cuando seas mayor. —Quería contarles mucho más. Pero hoy no. No ahora.

Arthur era la prioridad.

Aunque Eiji no había estudiado psicología para hacerle entrevistas a un montón de criminales, él se esforzaba por dar lo mejor. Orgullo. Él odiaba ser menospreciado, él tampoco quería decepcionar a Max o dejar mal a Shorter por haberlo recomendado para el puesto. Su mejor amigo había pasado por un camino muy duro en un mundo demasiado retorcido para convertirse en policía. El joven Okumura se consideraba afortunado de tenerlo a su lado. Un alma gemela no podía ser una distracción para sus labores. No. Simplemente no. Sin importar la ansiedad, el miedo, los nervios y las crecientes nauseas que ascendían desde su estómago hacia su garganta, él debía mantenerse profesional. Maldición, deberían dar un curso de esto en la universidad, pero la incertidumbre era parte de la diversión. ¿No?

Tomando más aire del que le cabía en los pulmones él ingresó a la sala de interrogaciones, Shorter le levantó el pulgar, intentando animarlo en vano, era una sala espejo, él estaría bien. Un eléctrico escalofrío fue lo único que el más bajo pudo sentir al encontrarse con la mirada del rubio. Mierda. Él se acomodó frente al más alto, esta vez no había una mesa entre ellos dos para refugiarse. Eran Arthur y él. Eran él y el tiempo. Un tercero más. Era frágil pero indestructible, estaba cuerdo, no obstante, en un parpadeo ya había perdido la razón. Calma. La sonrisa del pandillero le erizó la piel, el de jeans rasgados y ensangrentados dejó que sus brazos colgaran entre sus piernas y el soporte de metal del asiento. Sudor comenzó a correr por la frente del más bajo, él se mordió el labio, ¿Sería muy tarde para cambiar de profesión?

—Buenos días doctor —La voz de Arthur escapó rasposa y reseca, su rostro se encontraba húmedo y sucio al igual que su cabello—. No pensé que lo volvería a ver luego de aquel espectáculo. —Un sofocante eco fue producido entre las paredes de metal y la nada del cuarto.

—Lamento que eso interrumpiera nuestra evaluación. —Tensión y frío—. No afectó el resultado. —No obstante, esos test ya eran un desastre. No tenían inicio ni final. A la policía no le importaba. Dibujitos, ¿no?

—¿Viene a evaluar si estoy loco? Porque estoy ansioso por jugar con usted. —El palpitar de Eiji fue desenfrenado y nervioso, él se esforzó por sonreír, acomodando una de sus piernas sobre la otra, tratando de ocultar el ansioso tiritar entre sus manos.

—Vengo a preguntarte acerca de ti. —Aunque las sillas estaban a metros de distancia, él pudo sentir la respiración del rubio entre sus labios. Amarga—. Arthur, me gustaría que me hablaras un poco más de ti. —La sonrisa del nombrado le generó un mal sabor. Un nudo se acomodó en su vientre. Un golpe.

—Esta es la primera vez que un doctor me dice eso. —Él se levantó de la silla para arrastrarla hacia el más bajo, el chirrido del suelo contra los soportes del asiento fue insoportablemente agudo. Calma.

—No soy un doctor. —El aroma a cigarrillos y sangre seca fue desagradable, Eiji retrocedió en la silla, hundiendo cada hueso de su espalda sobre el respaldo. Un muy mal presentimiento. Era un juego.

—¿Entonces quién eres? —Él era presa y Arthur depredador—. Ahora tengo curiosidad. —El pandillero se había acomodado lo suficientemente cerca como para rozar sus rodillas contra las suyas. Calma. Shorter estaba del otro lado. Todo estaba bien. Calma, él era un profesional. Ja. Si claro.

—Soy psicólogo. —Cuando el rubio le extendió la mano para tocar su cara, Eiji apretó con fuerza sus ojos. El miedo era una sensación paralizante. Impotencia y temor. Él pudo sentir aquella fastidiosa carcajada sobre sus orejas. Cuan vergonzoso. Sus dedos eran ásperos y desagradables.

—Más bien pareces un conejo aterrado. —Arthur mantuvo su palma en el aire antes de acomodarla sobre sus piernas, sabiendo que él era quien tenía el control—. Eso es algo lindo. —Pero que equivocado. El japonés era más terco y determinado de lo que él creía. Lo estaba subestimando.

—¿Puedes responderme algunas preguntas acerca de tu vida? —Bien que lo hiciera—. Eso es todo lo que te pediré hoy. —Por el momento sería suficiente. La mandíbula del rubio se deformó, aunque él continuó riendo, sus ojos lo evitaron. Aun dentro de aquel cuarto se pudo escuchar el alarido de la lluvia y los gritos de los rayos.

—Tengo una vida de mierda, no sé qué es lo que quieres saber. —Él se dejó caer sobre la silla, apuntando hacia el costado del cuarto—. ¿Por qué no le preguntas a tus amigos de la policía? De seguro están muy interesados viendo esto. —Esta no era su primera vez en una sala de interrogación, se movía con demasiada confianza y naturalidad. Demasiada, no obstante, había algo extraño. El más bajo se relajó.

—¿Infancia? —El rubio negó—. ¿Trabajo? —Él repitió el gesto—. ¿Algo que me puedas contar? —La cordialidad en aquel chico le pareció curiosa al pandillero, él levantó sus brazos sobre su cabeza antes de enrollarse las mangas de la camisa. Hacía un calor de mierda. Los ojos de Eiji fueron atraídos hacia su muñeca. El tiempo y los colores se le parecieron deslizar.

—¿Qué es lo que tanto miras? —El rubio se sintió incómodo ante tan descarada muestra de atención, él se acarició la piel, comprendiendo hacia donde el más bajo estaba contemplando—. ¿Nunca lo habías visto? —Él le extendió su brazo, permitiendo que lo tocará. El más bajo ni siquiera se percató de cuando había comenzado a repasar esa muñeca, solo.

—Tú no tienes impresión. —La curiosidad. Él era una persona entrometida e imprudente. Malas cualidades para esta historia.

—Así es. —Aunque él trató de pronunciar esas palabras con ligereza y altanería—. Yo nací sin un alma gemela. —No lo consiguió. El corazón del más bajo fue presionado con fuerza—. No es como que la necesite. —La ingenuidad era una maldición.

—Todos necesitamos una. —Y ese era un problema. Alguien le haría tan mal al japonés—. Tú... —Las yemas de Eiji contra su áspera y reseca piel se concibieron reconfortantes y agradables. Eso no le gusto. Lo puso nervioso—. Debes sentirte muy triste con eso. —Él perdió el aliento, perplejo. ¿Qué acaso era tonto este niño?

—No es la gran cosa —¿Qué no sabía con quién estaba lidiando?

—Eso no es lo que piensas en realidad. —Se lo recordaría—. ¿No es así? —Él apretó su mandíbula, sus cejas se hundieron. Sentirse pequeño y vulnerable era algo que Frederick Arthur odiaba. Él tiró del brazo al más bajo, levantando su suéter para leer su impresión. Él chasqueó la lengua, ¿Era enserio? Una puta broma.

—¿Amanecer? —El rostro del japonés se había teñido de un intenso escarlata, él no pudo mirar hacia el espejo del cuarto. Tantos años ocultando su impresión de los demás. Tanto tiempo huyendo. Para esto. Se le atoró la vida en la garganta.

—Sí. —Él dejó que Arthur repasara las letras con sus yemas, el tacto fue extraño y tenso—. Estoy buscando a mi amanecer. —El ceño del pandillero se frunció, sus ojos se fundieron entre la rigidez y el gélido del cuarto.

—Griffin Callenreese. —Aquel nombre electrificó cada poro de su piel, el aliento se le perdió, el tiempo solo se esfumó—. Ese fue el nombre que pronunciaste en nuestro último encuentro. —Él no supo qué era o cómo expresarlo, no obstante, Eiji sonrió. Era aterrador conocer a su alma gemela. No lo quería hacer. Era un hombre peligroso y atormentado. Era alguien abrumador. Pero que estupidez complicarse la vida por gusto.

—¿Así se llama mi amanecer? —Sin embargo, el amor convertía a las personas en románticos empedernidos y ciegos. Arthur sonrió, sabiendo que lo tenía a su merced.

—No. —Y aunque él pudo haber manipulado a aquel chico y hacerle mal—. Él es... —Al sentir como el japonés había entrelazado su mano con la suya, al encontrarse con esa clase de ingenuidad tan hermosa y frágil—. Griffin es el nombre de su hermano mayor. —Él no pudo hacerlo. Él se frotó con fuerza el entrecejo. Sabiendo que había cometido un gigantesco error. La prisión le estaba matando las neuronas y la cordura.

—Su hermano. —La mente de Eiji se hallaba a vidas de distancia, él deslizó su palma de regreso a su regazo—. Gracias. —Todo el pandillero se estremeció al escuchar esas palabras, ¿Cuándo alguien se las había dicho? Nunca. No tener un alma gemela era algo sumamente doloroso y amargo. Lo había convertido en esta clase de basura.

—Si es quien estoy pensando. —Más amargo fue saber a quién aquel chico estaba destinado—. Él no es una buena persona. —¿Quién sí lo era?—. No lo busques. —Claro que lo buscaría. El palpitar del más bajo retumbó en cada respiración. Estridente, ansioso y emocionado.

—¿Es una persona hermosa? —Arthur quiso reír, ni siquiera lo había escuchado. El amor entre un conejo y un depredador fracasaría. Que maldita broma.

—Él no es una buena persona. —El lince de Nueva York lo devoraría—. No lo busques. —Sin embargo, antes de que él pudiese responder, una asquerosa e intensa sensación fue la que poseyó al más bajo.

Eiji contuvo una arcada con fuerza, su estómago era un caos, la cara se le calentó con una insoportable fiebre, sus ojos se nublaron, su cuerpo se sintió pesado e irreal. Tosió, una y otra vez. Solo tosió. Al retirarse la palma de la boca, sangre fue lo que cayó desde sus labios hacia su suéter. El sabor era metálico y amargo. Asqueroso. Putrefacto.

Supo a muerte.

—¡Eiji! —La puerta del cuarto se abrió de manera abrupta—. ¿Él se atrevió a hacerte algo? —Shorter corrió hacia su amigo, angustiado—. ¿Le hiciste algo? —Arthur retrocedió ante tan fea expresión que el policía le estaba dedicando. Las personas eran patéticas.

—No fue él. —¿No era tonto? Él era un pandillero y aun así lo estaba defendiendo—. Esta sangre no es mía. —El de cabellos morados lo ayudó a limpiarse el rostro con la manga de su uniforme. El piso se había teñido de escarlata al igual que los soportes de la silla.

—¿Ves? —El cuarto se llenó de policías—. Él es una persona problemática, no lo busques. —Esposas fueron colocadas sobre las muñecas del rubio—. Te vas a decepcionar. —El sabor de la sangre era nauseabundo, un espeso hilo seguía colgando desde su boca hacia su cuello. El amanecer era rojo. El amor y la venganza igual.

—No lo escuches. —Fue lo que musito el más alto—. Vamos a limpiarte. —Ayudándolo a ponerse de pie para salir de la habitación.

Mientras recogían sus pedazos, ellos se encontraron.

Los vestidores del departamento de policía eran viejos y sombríos. Tan helados. La tarde y la lluvia se deslizaron por una pequeña rejilla sobre los lavamanos, los casilleros de acero, y las bancas del madera parecían sacadas de una película de la década de los ochenta. Las luces eran tenues e inestables, el parpadeo de las ampolletas se había vuelto molesto. Eiji se limpió el rostro y las manos antes de quitarse aquel suéter, él suspiró, vislumbrando las grandes manchas de sangre sobre la tela, sabiendo que ya no lo podría volver a usar. Qué lástima, era su favorito. Shorter sacó de su casilla un roñoso y llamativo polerón amarillo, el japonés sonrió al recibirlo, aquella prenda era la favorita del moreno cuando ellos iban a la universidad. Días de melancolía. Ayeres en primavera. Primeros amores que no funcionaron. Cuanta nostalgia. Cuando el más alto miró a su amigo, su rostro se vio encendido por un estridente y llamativo carmín, sus labios tiritaron, el ceño se le tensó para volverse a relajar, él contuvo un grito, perplejo, antes de tomarlo por los hombros, las manos del policía contra su desnuda piel se sintieron frías, él tembló, confundido, antes de estremecerse con la mirada maniática bajo los lentes de sol.

—¿Cuándo conseguiste un amante? —Esa pregunta no hizo más que rebotar entre los pensamientos del joven Okumura y los vestidores—. ¿Metiste a alguien en la casa sin que lo supiera? —Él rio, incómodo.

—No te entiendo. —Él aún sostenía el polerón contra su pecho. Aunque fueran amigos, era extraño estar de esta manera. Que ironía que un policía no supiera de límites personales. Él negó, decepcionado. Era Shorter de quien estaba hablando.

—Eiji, tu cuello. —El nombrado se miró en el espejo sobre el lavamanos, él se tuvo que aferrar a los bordes de cerámica para no caerse—. Es imposible que metas a alguien al apartamento, no tengo el sueño tan pesado, y pasas todo tu tiempo libre conmigo. —Él bufó, curioso—. ¿Cuándo te hiciste esos chupones? —El rostro del más bajo fue un poema al vislumbrar una decena de marcas sobre su piel. Eran rojas, posesivas y escandalosas. Su corazón dio un vuelco, su vientre fue un nudo.

—¡Esto no es mío! —Cuando Shorter lo repasó con la mirada, él encontró más—. Yo no he metido a nadie al apartamento. —Pero que indecente. Quién lo diría del joven Okumura. Él contuvo una risa.

—¿Y qué es esto de acá? —Era tan divertido molestarlo—. ¿Te lo hiciste por arte de magia? —Con sus dedos él repasó la espalda de su amigo, acariciando dos profundos rasguños alrededor de su columna. La sonrisa del de mohicano fue pícara y molesta. La cara le ardió en un incendio.

—Apenas tengo tiempo para dormir. ¿Cuándo yo...? —Las piezas comenzaron a encajar. No. No lo pensaría.

—Creo que tu amante es celoso. —El más bajo bufó, colocándose el polerón. Como aquel suéter tenía cuello alto, él no lo notó antes. La sangre le hirvió. Su mente era un mar de caos. Él no lo quería pensar. Nunca lo había hecho.

—Estas no son mías. —Se lo repitió—. Esta no es mi piel. —Había algo que no debía cambiar. Él se apretó los puños. Pero cambió.

—Entonces tu alma gemela tiene un amante muy celoso. —Y lo comprendió. Parpadeó, amargado, Shorter lo dijo con tanta facilidad. Que cruel—. Vaya debe ser todo un casanovas. —El moreno entendió lo que había dicho demasiado tarde, él se mordió el labio, arrepentido al vislumbrar la triste expresión en el rostro del contrario. Maldición, la había jodido otra vez. El más bajo se dejó caer en una de las bancas, agotado.

—Supongo que él tiene a alguien especial. —Él se abrazó a sí mismo, una carcajada sin gracia fue lo que resonó contra la noche—. No sé porque ni siquiera lo pensé. —Esto lo sobrepasaba.

Era sofocante. Era doloroso. Él se llevó un puño hacia el pecho, tratando de contener demasiado para él. No podía respirar, no podía pensar, solo. Las pesadillas, el rencor, el odio, el nombre de otro hombre en su cabeza, el constante temor a morir, los gritos, la pestilencia, ¡Alto! Esto era demasiado. Él no pudo inhalar bien en aquel cuarto.

—Eiji. —Quizás su amanecer no era tan hermoso como él creía—. No quise decirlo así. —Quizás ni siquiera lo buscaba—. Lo lamento. —Él lo miró, descorazonado. Ignorarlo no cambiaría la realidad. Su corazón era pedazos, que ridículo, ni siquiera sabía quién se lo había roto. Esa persona tenía a alguien más, ¿Quién era él para interponerse?

—Él parecía tan solo todo el tiempo. —Esas palabras no fueron para el policía—. Solo asumí lo que me convenía. —Tampoco lo fueron para él—. Dicen que hay personas que nacen sin un alma gemela, nunca creí que ese rumor fuese verdad. —La desolación en un par de ojos azules fue agobiante para el joven Okumura. Fue triste, decepcionante y amarga. Fue un cigarrillo abandonado bajo la lluvia, siendo arrastrado por la corriente de las alcantarillas.

—Lo descubriste por Arthur, ¿no es así? —Él ya lo sabía, él se encogió, aferrándose a aquella prenda, le quedaba grande y apestaba a Shorter, sin embargo, era reconfortante. El hálito le trepido. A veces el mundo lucía extraño. El más alto acomodó una mano sobre su espalda, reprochándose su propia estupidez.

—Conocía los rumores pero nunca lo había visto. —Habían sido muchas emociones en pocas semanas. El destino no era más que una caprichosa cuerda rota.

—Nosotros lo descubrimos cuando le hicimos los exámenes físicos, yo tampoco lo había visto antes.

Cada noche Eiji gritaba entre pesadillas, cada mañana él despertaba con lágrimas pegadas a los ojos y a las ojeras, con sudor entre los cabellos, y el cuerpo enfermo y fatigado, a veces era apuñalado de la nada, otras sangre de un desconocido le aparecía entre las manos. Él debió pensarlo. Él debió apoyarlo mejor. Eran amigos, ¡Si! Los mejores. Entonces...

—También escuché que otras personas tienen almas gemelas no correspondidas —¿Por qué él no podía pensar en las palabras correctas para animarlo? Shorter Wong quería su perdón.

—Son solo rumores. —Deseaba disculparse por ser tan poco. Eiji nunca se había rendido con él, a pesar de todo lo que le había hecho, él lo había acogido como un hermano, y ahora—. Esperar es todo lo que podemos hacer. —Él lo lamentaba.

Perdón.

Mientras recogían sus pedazos, ellos se encontraron.

—Shorter. —Alguien le haría tan mal, eso hacía el mundo con la belleza—. ¿Qué es lo que sientes cuando piensas en tu otra mitad? —El moreno era malo con las palabras y era descuidado de personalidad. Decía lo primero que pensaba. Se arrepentía cuando el reloj ya había pasado. Él frunció la boca, intentando ventilar su mente. Debía ser inteligente.

—Hambre. —El japonés no pudo evitar reír ante esa clase de respuesta. ¿Era enserio?—. Siento mucha hambre. —Sí, Shorter Wong era esta clase de persona.

—Eres tonto. —Y porque era así él lo quería. Él se encogió los hombros, la atmósfera se había relajado entre ellos dos, la oscuridad se había colado hacia el vestidor, las amarillentas luces del cuarto les habían dado un aspecto enfermo y deprimente.

—Tonto pero te hice reír. —Eiji rodó los ojos, él tenía razón—. Max parecía preocupado por ti, de seguro nos va a pedir que nos vayamos antes. —Sin importar a lo que jugara el destino, éste era él ahora. Una persona afortunada con un mejor amigo increíble y un jefe que lo trataba como un hijo. Esto estaba bien. No necesitaba nada más. Aprendería a lidiar con la incertidumbre.

—Supongo que tienes razón. —No era la gran cosa. Todos vivían de esa manera.

—Podríamos aprovecharnos de él y pedirle su tarjeta para comprar algo delicioso. —Las personas venían en mitades y estaban condenadas a anhelar la complementariedad. Algunos nunca la conocían—. Podríamos aprovechar para tener una cena decente. —Otros no estaban destinados a ellas.

—¿Por qué no me sorprende que solo pienses en eso? —Pero todos la buscaban. El japonés suspiró, levantándose de la banca—. Deberíamos ir a pedir un paraguas, nos vamos a empapar si nos ponemos a caminar a casa. —El más alto le sonrió, abrazándolo por la espalda, aquellos rasguños ahora se sentían reales y doloroso. Ardieron.

—Podemos correr, solo estamos a un par de minutos. —Max los detuvo a las afueras de los vestidores. Aun bajo aquel franco y amable semblante se podía apreciar la preocupación. Aquellos incidentes con el joven Okumura se habían vuelto frecuentes y amargos. Algo en las palabras de Arthur le resonaron a verdad. Estridente y aguda.

—Si Eiji se enferma tú tendrás que asumir la responsabilidad. —Shorter tragó con lentitud, sus pasos se volvieron lentos y torpes al frente de su jefe—. ¿Por qué esperaba que fueras un adulto en esta situación? —El más alto se aflojó la corbata, tratando de tomar aire. Él tenía un mal presentimiento sobre el alma gemela de Eiji. Cada vez peor.

—Para ser justos, él es más viejo que yo. —El más bajo rodó los ojos. Solo cuando le convenía. Aliento se había comenzado a vislumbrar entre las luces y la oscuridad.

—Déjenme invitarlos a cenar, Jessica lleva preguntándome por ustedes desde hace días. —Ellos habían conocido aquella mujer por accidente en una persecución con uno de sus clientes—. Además Michael ya se ha encariñado con ustedes. —La chica era encantadora, extrovertida y tenaz. Era perfecta para alguien como Max.

—Esto de tener dos hermanos menores es difícil. —El japonés chasqueó la lengua, dejándose arrastrar hacia las afueras de la comisaría.

—Solo cuando te conviene. —Fue lo que farfulló, Max se colocó las manos sobre la cabeza, la lluvia se había vuelto despiadada e intensa bajo el manto de las estrellas. La luna se mantenía oculta entre los edificios de la ciudad y las nubes.

—Espérenme aquí, iré a traer el auto. —Tras declarar aquello, él corrió hacia los estacionamientos del personal. Heroica fue la imagen de aquel policía empapado marchando hacia el horizonte.

—¿Ves? Al final nos usó como excusa para irse del trabajo. —Eiji se encogió dentro del aquel polerón, el invierno era descorazonado y cruel—. El pequeño Michael se va a poner muy feliz al vernos. —El caer de la lluvia contra el pavimento fue estridente y escalofriante, algunos postes de luz se encontraban encendidos en la calle de al frente. El más bajo sonrió, buscando calor en el contrario. Aunque el uniforme de Shorter era delgado él no parecía tener frío. Suerte.

—De seguro Jessica te va a pedir ser su modelo otra vez. —Las palabras del japonés apenas se escucharon bajo aquella tormenta, el viento removió árboles y hojas, la corriente arrastró pétalos y tierra—. No sé porque ella piensa que eres guapo. —Shorter se llevó la mano hacia el pecho, ofendido. Era relajante estar con él. Eran lo mismo.

—Porque soy bastante guapo. —El policía se cruzó los brazos, indignado—. A veces me cuestiono tus gustos. —Esta no debía ser más que otra noche de lluvia y películas para ellos dos. Esta debía ser una tarde cualquiera.

—Yo me preocupo por los tuyos. —No obstante—. Yo...

No lo fue.

El momento y el mundo solo se paralizaron para Eiji Okumura.

El aliento se le escapó de la garganta, él se apretó con fuerza el pecho, su corazón había sido presionado como si estuviese jugando con trozos de cristal, su piel se erizó, sudor comenzó a correr con aquella lluvia, su cuerpo estaba pesado, él se tocó los labios, tosiendo, otra vez sangre. Y en un escalofrío eléctrico él lo supo. Ni siquiera se tomó el tiempo para explicarle a Shorter aquella reacción. Él solo corrió bajo aquella tormenta a ciegas. Sabiendo perfectamente a donde debía ir. Sus latidos hicieron eco con cada uno de sus pasos, los nervios le carcomieron el alma, su estómago era un nudo. Corrió entre la oscuridad y las tenues luces de los postes hacia un callejón que no conocía, como si fuese un polo atraído hacia el otro extremo de su imán. La tensión era embriagadora entre su piel y su mente, él no entendía lo que estaba pasando, solo sabía que debía llegar a algún lugar. Y que si no llegaba se arrepentiría. Pronto, antes de que su consciencia reaccionara, sus pies se detuvieron en una oscura y lúgubre esquina. Sus ojos se abrieron, atónitos, al encontrarse con un hombre tirado en aquella calleja. Él se estaba apretando con fuerza el vientre, sus ropas se habían manchado de escarlata al igual que el piso, él apuntó un arma hacia el japonés, Eiji quiso retroceder, sin embargo...

—¡Tú! —Lo miró a los ojos y supo quién era. Su corazón lo reconoció antes que la razón lo hiciera. Cada uno de sus cabellos se erizó, la piel le fue recorrida por una abrumadora y sofocante electricidad—. Eres tú. —Cosquillas se posaron sobre sus mejillas. Mariposas en su estómago le dieron irrealidad.

—Retrocede. —Su corazón latió con tanta fuerza que pensó que se detendría. Y todo cobró sentido de repente, las gotas sobre su piel fueron ilusorias y suaves—. Hablo enserio, voy a disparar. —Él no pudo dejar de mirar aquellas intensas orbes verdes del otro lado del callejón. En ese instante toda su vida cobró sentido. Como si él estuviese hecho solo para vivir este momento.

—Tú. —Eiji ya estaba al frente de él, arrodillado—. Debiste sentirte muy solo. —Sin importarle la pistola contra su pecho, él rodeó a aquel chico entre sus brazos. El tiempo y la noche solo se congelaron para contemplar aquel instante. Una chispeante sensación nació entre ellos dos. Eléctrica y peligrosa. Él chico se mordió la boca, estaba malherido.

—Hablo enserio, yo... —Él no pudo seguir hablando, tan solo se desplomó entre los brazos del japonés.

—¡Eiji! —Shorter se encontraba empapado bajo la lluvia y un poste de luz apagado, sus lentes se habían perdido en algún lugar—. ¿Por qué diablos te fuiste de repente? —Él apoyó sus manos sobre sus piernas, tratando de recuperar aire, sin entender qué era lo que pasaba por la mente de su amigo. Los dedos del más bajo se entrelazaron entre hebras de oro y sol.

—Este hombre. —Él lo apretó con fuerza. Sabiendo que las personas veníamos en pedazos, condenados a buscarnos entre recuerdos y eternidad—. Es mi amanecer. —Algunos nunca la conocían.

—¿Él es? —Otros no estaban destinados a ellas.

—Sí. —Nada de eso le importaba más—. Es él.

Mientras recogían sus pedazos, ellos se encontraron. Al hacerlos encajar, ellos comprendieron que eran fragmentos de lo mismo.

Ellos eran almas gemelas.

Y el siguiente capítulo son encuentros bien intensos, dos para ser exactos.

Si me tienen fe de vida nos veremos la siguiente semana.

Muchas gracias por haberse tomado el tiempo para llegar hasta acá. Cuídense mucho <3

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