Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

63. ❝Te amo❞🌙

Pienso en mariposas, aquellas que todo el mundo menciona, y me digo a mí misma que esto no se asemeja en nada a simples mariposas. Sí es como algo que revolotea en mi interior, aunque no como una mariposa que sólo tiene unas horas de vida. Sé que esto no podrá acabar, así como así; no se trata de una sensación efímera. Esto va más allá, rompiendo todos los esquemas y haciéndome ver que puedo afirmar más que en cualquier otro momento que estoy enamorada. Estoy enamorada y no hay vuelta atrás; estoy enamorada y las emociones y todo aquello que sólo David me proporciona no durará como la vida de una simple mariposa. 

David Janner logró despertar lo que estuvo inconsciente dentro mío por mucho tiempo, y me pregunto cómo lo ha conseguido; cómo ha conseguido quitarme el caparazón, para ocupar él ese lugar. Me protege ante todo lo demás, y me brinda esas cosas que yo necesitaba y no aceptaba. Necesitaba amor, necesitaba que alguien me quisiese por quién soy realmente. Necesitaba sentir para creer en lo que pensaba que no creía.    

Estoy enamorada. 

Estoy enamorada de mi mejor amigo. 

Y puede que después de todo haya dejado de temerle a él, para tenerle miedo a eso mismo que acabo de confesar. Él es mi mejor amigo. Mentiría si dijese que no quiero estar con David, pero la verdad es que prefiero que sigamos siendo amigos con tal de no perderlo. Porque sí, tengo miedo a perderle; perderle para siempre y no poder hacer nada para impedirlo. Su amistad fue lo que hizo que evolucionara, y no me gustaría deshacerme de ella. Haría lo que fuera con tal que David Janner no se fuese de mi vida. Prefiero que se quede, de la manera que sea, pero que se quede. Quiero que esté a mi lado para siempre, a pesar de todo. Y sí, sé que suena egoísta, pero él... es él. Él es él y nadie más podrá ocupar su lugar, nadie podrá ayudarme como Dumbo lo ha hecho, nadie podrá animarme más que él. La amistad es algo realmente valioso, y no quiero perder la suya por un tonto enamoramiento. No es fácil conseguir verdaderos amigos. Unas veces ni siquiera lo consigues, y mucho menos a alguien como lo es David Janner. 

Prometo que dejaré de lado mis sentimientos de ser necesario, sólo para tenerlo conmigo. Lo prometo. 

Sus dedos sujetan mi camiseta, cerrándose en ella en un puño, mientras que con los míos lo atraigo más. No importa lo que vaya a suceder después; sólo debo concentrarme este instante. Para pensar en lo demás, llegará el momento. Y no es ahora. 

Me presiona contra su cuerpo con más fuerza, impidiendo de esa manera que creyese que debo apartarme cuando menos se necesita. Molesta un poco la posición en la que se encuentra mi brazo enyesado, aunque no le presto atención; hago de cuenta como si no existiese y que no es lo único que impide que estemos tan cerca como a mí me gustaría. 

Mis piernas están temblando, y agradezco no estar de pie. Demasiado. Aun así, intentando no cortar con el beso, procuro poder ponerme de rodillas sobre el colchón para ignorarlo de una mejor manera. Él tira más hacia su pecho, y ayuda a que pudiese sentarme a horcajadas sobre su regazo. 

Ladea su cabeza hacia un lado, mientras mis dedos recorren la piel de su cuello hasta acabar en su cabello. Lo siento suave, y tiro levemente de él provocando que se escapase un jadeo de sus labios. Me aparto apenas, con la respiración entrecortada, y con un susurro poco entendible logro pronunciar su nombre. Tiro de él una vez más, para que nuestras bocas se encontrasen de nuevo. Siento su perfume, aquel que me ha acompañado en los peores momentos, y me digo que ha valido la pena todo lo que nos tocó esperar. Lo ha valido de una manera sorprendente. 

Llega el momento en el que todo se va volviendo más lento; hasta todo aquello que gira en torno nuestro si es que hay algo más allá de nosotros, y escucho latir mi corazón. Pienso en lo feliz que me encuentro por todo esto, por todo lo que he conseguido. Por más que el beso esté convirtiéndose en pequeñas caricias de nuestros labios, de pequeñas no logra tener nada realmente. Donde cada parte suya toca mi cuerpo es como si dejara su huella, recordándome que él ha estado allí. Ha estado allí causando alboroto, haciendo a su vez que no lo olvide nunca. Y no voy a olvidarlo. 

Entonces ocurre, lo que muy, muy dentro de nosotros sabíamos que estábamos esperando; o que sabíamos que ocurría. Ingresó alguien a la habitación, y de la forma más clara posible, haciendo que nadie pudiese confundiese aquellas palabras; grita de repente: 

—¡Mamá, papá! ¡Apúrense! ¡Estos dos de aquí ya están con hambre! 

Reconozco al pequeño incluso antes de apartarme de David. Lo oigo gruñir mientras pongo distancia entre uno y el otro, y me salgo de su regazo. Qué vergüenza, Dylan lo ha visto. Encima tiene cinco años. 

Una vez que se recompone, a la par mía, decide que es momento de preguntarle qué está haciendo aquí. Sus manos aún me sostienen, e intento que me suelte porque está su hermano menor frente a nosotros, y noto que lo hace a regañadientes. 

El niño le responde: 

—Quiero mostrarle mis dibujos a tu chica. 

Muestra los papeles que tiene en sus manos, y luego se encoje de hombros. Yo podría contestar cosas como «Está bien, quiero verlos», «Vete de aquí, estábamos en algo importante. Shu», o «Dyl... para la próxima, hay algo que se llama tocar la puerta»; pero no... no diré ninguna de esas. Sino otra completamente diferente, que pude haber formulado antes de todos modos: 

—¿Su chica? 

Él sonríe mientras asiente con la cabeza, pero David interviene. 

—Lo siento, Natt —dice—. Es pequeño, no sabe lo que dice. 

Dylan frunce el ceño ahora, mirándolo a Janner mayor mientras intenta cruzarse de brazos. 

—Sí sé lo que digo, bolunera. Ustedes son novios. 

Bueno... hay que admitir que toda persona que nos hubiese visto hace segundos atrás, habría pensado lo mismo. 

—Pues... No lo somos, Dylan. 

—Entonces, creo que deberían serlo... ¿No? 

—¿Por qué no te vas? —le pregunta su hermano, haciéndome contener para no darle una bofetada al hablarle de ese modo a un niño con doce (¡doce!) años menos que él—. Ve a dibujar..., o a cantar, eso te gusta..., puedes buscar a papá, o fijarte si llueve... Haz algo. 

Suelta un suspiro como si no lo soportara. 

—No me voy a ir porque ya lo dije: quiero que Natalie vea mis dibujos. ¿Eres sordo o qué tienes? ¿Baba de tu chica en los oídos? 

Ahora sólo procuro no golpear al pequeño, mientras que David deja escapar el aire; supongo que esperando contenerse al igual que yo. Busca mi ayuda volteándose, sabiendo que lo anterior me ha molestado, y así tener ya otra razón para decirle que se largue de aquí. Raramente, echarlo no es lo que hago, y por ello después me observa sin comprenderme. 

—Muéstramelos, Dylan. 

Él sonríe de nuevo, y me extiende su brazo para darme varias hojas blancas con dibujos bastante coloridos. Veo cada uno de ellos y reconozco que se tratan de un coche, una... ¿sandía?, un hombre (que me resulta más que familiar) y una casa. Sin embargo, pareciera que éste último no fue dibujado por la misma mano que los demás. 

—Antes a que digas algo... —empieza David, hablándome a mí—, ese lo he hecho yo. No te burles porque ni siquiera tú sabes dibujar. 

Hago los dos primeros dibujos a un lado, y sostengo los demás cada uno con una mano diferente. Los observo prestándole atención a todos los detalles, y sin alzar la mirada contesto: 

—Es bonito. 

—¿Qué cosa? —pregunta Dylan después, haciéndome fruncir el entrecejo—. ¿El intento de casita o mi hermano? 

¿Su hermano? 

Ese dibujo... ¿es de David? 

Claro, cómo no me había dado cuenta. Realmente, son muy parecidos. Me sorprende que un niño tan pequeño pudiese representar tales cosas tan bien... De verdad. 

En lugar de contestar a su pregunta, formulo otra: 

—¿Puedo quedármelo? 

—¿El qué? —inquiere—. ¿El dibujo de David, o el dibujo que hizo David? La verdad es que el suyo está feo, no sé por qué dices que es bonito, pero a ti debe gustarte porque es de tu chico... Quédate los dos si quieres. 

Le dedico una sonrisa en modo de agradecimiento, y dejo uno sobre otro en mi regazo. Le devuelvo aquellos dos que había apartado, y tras intercambiar miradas entre los tres al no tener nada más para comentar, Dylan sale de la habitación dejando la puerta abierta. 

—¿De verdad crees que mi dibujo es bonito? —cuestiona, rompiendo el silencio, pocos segundos después a que su hermano menor se marchase. 

—No —respondo, lo más sinceramente posible—, los míos son mejores. 

Él se ríe. 

—Admite que los tuyos son tan desastrosos como los que hago yo. 

—No lo haré porque no es cierto. 

Rueda los ojos, aunque sonríe de todos modos. 

Soy consciente que mis dibujos no son excelentes, ni mucho menos entendibles, pero es divertido. Y David sí puede dibujar mejor que yo. Debía aclarar eso, sabes. Por si acaso. 

Así que Dylan regresa, ganándose un resoplido de su hermano, y más que sonriente dice: 

—Quédate tranquilo, David. No llueve. 

Sin más se va de nuevo. Nosotros nos observamos confundidos por un largo rato, hasta que lo comprendo y es inevitable no echarme a reír. Dumbo, con tal que se fuese anteriormente al interrumpir, le había dicho que se vaya a cantar, a hacer lo que quisiese, o hasta podía fijarse si estaba lloviendo. Se lo tomó muy literal. 

Su inocencia en ocasiones puede hacer que termines queriéndole a pesar de todo. Es lindo. 

—¿De qué te ríes? 

Niego con la cabeza, pensando que no puede no estar comprendiéndolo, aunque no se lo explico. El tema queda en aquel lugar, aunque cada tanto se me escapan algunas carcajadas sin poder evitarlo durante los siguientes minutos. Ninguno dice algo más, por lo que estar sumidos en el silencio me hace prestarle mucha más atención a mis pensamientos. No dejo de pensar en aquel beso, la manera en la que se sentía y cómo él me hacía sentir con algo que parece demasiado simple. 

—¿Sabes? —pregunta David, inclinándose hacia adelante hasta dejar los codos sobre sus muslos, y yo lo observo desde donde me encuentro—. Te debo una disculpa. 

La que no entiende ahora soy yo. Él claramente lo nota, y por ello sigue: 

—Estuve... estuve esperándolo por mucho tiempo. Las cosas se me fueron de las manos, yo no quería... 

—¿De qué me estás hablando? 

—No tuve que tratarte de esa manera. 

Por más que agregase lo que agregara no logro terminar de unir todas las piezas. ¿A qué se refiere? No ha hecho nada malo... 

—En serio... ¿de qué hablas? 

—Durante... durante el beso —contesta entonces, aunque no me basta en absoluto—. No te... no te traté como esperaba. He sido muy... 

A mí me gustó. No noté que me haya tratado de una manera en particular, así que le digo que no importa. Debo admitir que no creí que terminaría sobre él, pero eso es lo de menos. No ha pasado nada fuera de lugar, así que considero que no debería pedirme perdón por nada. 

Los minutos restantes antes de tener que ir a cenar, los hemos ocupado conversando muy poco. Hubiese querido besarlo de nuevo, pero tenía el presentimiento que Dylan regresaría y no debía verlo de nuevo. Suficiente con una vez. Además, nos interrumpa él o alguna otra persona, es lo que sí me preocupa. No quien sea, pero sí que lo hagan. 

Mientras comemos, todos me preguntan cosas que puedo responder tranquilamente y sin ningún tipo de dificultad. Todo viene de lo más bien, sin momentos incómodos y hasta sin silencios demasiado extensos. No obstante, en este mismísimo momento, al parecer, alguien llamado Dylan Janner, quiere ganarse el premio de la persona que debería mantener la boca cerrada si no quiere que a los demás le enfade lo que pueda llegar a decir. Dice que nos vio besándonos a David y a mí, y que si decimos que no somos novios no tienen que creernos porque mentimos. Dumbo sabe que lo que más me gustaría es no tocar este tema en la mesa, por lo que cuestiona dirigiéndose a sus papás: 

—¿Sabían que Natalie toca el piano? Estoy casi seguro que lo conté alguna vez, aunque no lo recuerdo muy bien. Deberían escucharla. 

Dylan deja el vaso sobre la mesa tras tomar un sorbo de su jugo, y tiene naranja sobre el labio superior. 

—Y tu novio sabe tocar la guitarra, Natt... —me dice—, pero ya no la tiene porque la rompió un día que estabas morida. 

—Se dice «muerta» —lo corrige su hermano, con expresión seria. 

Se encoge de hombros, ignorando su bigote de color. 

—Lo que sea. 

Hay algo mucho más importante que hacer correcciones ahora. 

—¿Estuve... muerta? 

La verdad es que nadie me había dicho nada. Y no pude haber estado muerta si ahora estoy viva. Es casi imposible. Creo que el jugo de naranja a Dylan le está haciendo un poco mal... 

—En realidad no —responde David—, creímos que sí... en especial yo; pero no estuviste muerta. Más tarde te lo explicaré. 

Ahora iremos a lo segundo más importante. 

—¿Y qué pasó con la guitarra? —inquiero, dejando el tenedor en el plato—. ¿Por qué la rompiste? 

Para demorarse unos segundos toma unos sorbos de su bebida. Luego, dice sin mirarme siquiera, solamente a sus cubiertos: 

—Al enterarme que supuestamente estabas..., bueno... muerta; llegué aquí... y la rompí. Así, sin más. Principalmente porque estaba molesto; estaba furioso conmigo mismo. Sí, conmigo. También, porque esa guitarra me recordaba demasiado a ti y creí que lo mejor sería deshacerme de ella. Eso es todo. Aun así, pienso que la guitarra sea mía o no, al ver cualquiera será inevitable que llegues y te instales en mi cabeza. 

—Pero no morí —contesto—. La guitarra no tenía la culpa, de todos modos. Con el paso del tiempo lo habrías superado si no hubiese despertado jamás. 

—No, no moriste —coincide—. Y lo agradezco muchísimo, de verdad. Sin embargo, ha sido la... la desesperación de ese instante. La desesperación por no poder hacer nada y tener que dejarte ir; dejarte ir para siempre. Y no pude contenerme..., joder que no. 

Estoy a punto de regañarlo por decir aquello delante de su hermano, pero palabras completamente diferentes a las planeadas son las que salen de mí: 

—¿Sabes qué? Eres un imbécil. 

No me arrepiento. Ni siquiera al ver cómo se lo han tomado sus padres y el niño pequeño. No me arrepiento de nada, y mucho menos respecto a la impresión que llegase a dar. Tenía que decirlo de alguna manera. 

El que peor se lo toma, lógicamente, es David. Veo cómo lucha por mantener sus labios sellados, y forma puños con sus manos dejándolas sobre su regaño. Puedo verlas porque estoy a su izquierda. Sus mejillas inexplicablemente han perdido algo de color al igual que sus nudillos, y volteándose tomándome desprevenida a la vez, espeta: 

—Nunca entenderás cómo es que me sentía en ese momento, Natalie. 

Sé que no debo decir más, que bastante he pronunciado ya, pero no puedo no hacerlo. 

—A ver, ¿y por qué no? 

Ahora se demora mucho menos en responder. 

—Bueno, a no ser que quieras que me atropellen, que te digan que hay más probabilidades a que no sobreviva, que el estúpido monitor cardíaco marque que yo estoy muerto y tú estés terriblemente mal porque sientes algo por mí. Si sucede eso entenderás, y más de lo que crees. 

Siento que se me detiene el corazón por unos instantes, y después comienza a latir con más intensidad golpeándome el pecho con fuerza. En apenas un hilo de voz, le pregunto: 

—¿Qué...? 

«... y tú estés terriblemente mal porque sientes algo por mí.» 

Dios mío, ¿qué se supone que eso significa? Se... ¿se ha dado cuenta que estoy enamorado de él? Por favor, no. ¡No, no y más no! ¿Cómo es posible que lo supiese? ¿Cómo es que está al tanto de lo que siento? Se refiere a ello, ¿verdad? Dime que no, dime que no. 

—Olvídalo —es lo último que musita. 

Pero no puedo. No lo consigo, y mucho menos al ser los siguientes minutos silenciosos. Podría llegar a oírse caer un alfiler al suelo, de la misma forma que también serían capaces de escuchar las voces de mis pensamientos. Aquella es una de las razones por las que debo quedarme callada la mayor cantidad de tiempo posible; ya que siempre digo algo que termina arruinándolo todo. Sé que no te sorprende, ya que a mí tampoco. Soy Natalie Hofmann. No soy yo si no pronuncio estupideces cada tanto sin que nadie me lo pida, o sin poder retractarme después. 

Considero la opción de irme lo antes posible. No quiero que las cosas empeoren, no luego de aquello que ha ocurrido hoy en su dormitorio. Lo mejor será ir hacia mi casa y reflexionar sobre todo lo ocurrido para disculparme una vez que he analizado todo. 

La cena finaliza y el padre de David es el que va a lavar los platos. Dylan trae cosas de su cuarto para dibujar en la sala, y nos ignora a los demás para poder concentrarse. Me prometió hacer un dibujo especialmente para mí, y creo que lo hará ahora. Es muy tierno. 

Dumbo está sentado a su lado en el sofá, mientras que me han ayudado para que tomara asiento en la sala de estar con ellos. Estoy en una silla del comedor puesto que si me siento en el sillón después de pondrá difícil a la hora de ponerme de pie. Está muy bajo, y deberán hacer mucha fuerza para que pudiese levantarme. No quiero traerles más complicaciones. 

El repiqueteo de gotas contra los vidrios del ventanal que llevan al patio es lo que me hace regresar a la realidad tras haber estado sumida en mis pensamientos por un largo rato. Dylan le comunica a su hermano que ahora sí está lloviendo, y me hubiese gustado reírme. De todos modos no lo hago, y no porque no quisiese sino porque David no se muestra demasiado contento y que yo me riese tras aquella metida de pata no servirá de mucho. 

Con el correr de los segundos el sonido de las pequeñas gotas contra el cristal se hace más constante e insistente. Y me digo que es lo que más adoro de Londres; aunque no muchos lo consideren algo maravilloso. Para mí sí que lo es. Una vez escuché que es como si le hubiesen roto el corazón al cielo, aunque no significa que no traiga cosas buenas consigo... Hay que atravesar la tormenta para poder contemplar después los colores que conforman el arcoíris. Y la lluvia es algo más que puede representar la vida en sí a la perfección, ya que pocos la disfrutan..., otros sólo se mojan. 

No obstante, en este momento no considero que fuese muy positivo después de todo. Tengo que volver a casa, y caminar (por más que no lo haga en realidad) bajo la lluvia a estas horas no es algo que pueda apreciarse tanto como me gustaría. 

Así que le pregunto a la madre de David si ellos podrían llevarme en su coche. Será lo mejor. Aun así, ella me contesta que podré quedarme hasta que se calme un poco o hasta que no les molestaría que me quedara a pasar la noche. Ne niego varias veces, diciéndole que no es necesario, pero no me escucha. Insiste que lo mejor será esperar a mañana. 

—Sí, Natt, quédate... —me pide Dylan, después de haber abandonado su dibujo—. No te vayas, es peligroso. Quédate con yo y tu chico. 

Tengo ganas de decirle que deje de repetir que él es mi chico o que yo soy su chica, aunque no lo hago. David sí lo hace, un tanto molesto, y sé que sigue de esa manera por la conversación que hemos tenido en la mesa. No creo que sea para tanto, de todas formas. Está exagerando un poco... sólo le he dicho que no debía desquitarse con una indefensa guitarra; ¿cuál es el problema? No logro comprender, y soy consciente que nunca comprendo nada. 

—Vamos, Natt, quédate —me dice Lorian—. En serio, no hay ningún inconveniente en que lo hagas. 

Claro, al parecer no se dio cuanta aún. 

Así que, por ello, le hago una seña para que se acercase. Una vez que está a mi altura, le susurro: 

—No creo que David quiera que siga aquí por mucho más tiempo. 

Ella se ríe, como si acabara de contarle un chiste. 

—Sí quiere, sólo está... un poco enfadado. Ya se le pasará. —Para comprobarlo lo que hace es voltear hacia la dirección en la que su hijo se encuentra, y dirigiéndose a él, pregunta—. ¿Natalie puede quedarse a dormir? 

Se encoje de hombros, no tomándole mucho interés. 

—Sí, pero ella no va a aceptar eso. 

Me mira a mí una vez más. En silencio, con aquella mirada, me pide que por favor diga que sí, y para no hacer cabrear a nadie más de esta familia contesto lo que quiere escuchar. En mi cabeza digo que es muy mala idea, y antes de alejarse por completo para ir junto a su marido que está en la cocina, nos dice a los dos: 

—Es sólo para dormir, ya saben. 

«Como si fuésemos a hacer algo más con el humor que tiene.» 

Por unos momentos creo que me sonrojo, aunque no le hago caso. Sólo asiento, y David igual aunque con una sonrisa después de haberse mantenido bastante serio por un largo rato. Una vez que su madre abandona la sala, me propongo interrogarlo un poco. 

—¿Estás enfadado conmigo? 

—No estoy enojado —contesta, dejando su brazo sobre el del sofá en una posición que se ve bastante despreocupada—. Estoy molesto, que es diferente. Y no es contigo, es conmigo. 

Por alguna razón ante su respuesta deseo darle un abrazo. Suena tonto, tal vez, teniendo en cuenta lo que me ha dicho, pero creo que no debería estar enfadado con alguien más que no sea yo. Él hace bien las cosas más seguido de lo que puedo hacerlo yo, y no tiene sentido que esté molesto consigo mismo. No ha hecho nada. Soy el problema y punto. 

Olvidándome de lo que no puedo hacer, intento ponerme de pie. Me sostengo muy, muy poco tiempo; hasta que mis piernas fallan y caigo dándome fuerte contra el piso de baldosas. Y todo por querer abrazarlo. 

Escucho un grito proveniente del pequeño y veo cuando David camina a grandes zancadas hacia mí. Maldice en voz alta, haciendo que su hermano repitiese todo lo que dice, y se agacha hasta lograr poner sus manos bajo mis axilas. Me levanta de un tirón, y sus brazos me rodean mientras se levanta y me presiona contra él con fuerza hasta que encuentra el equilibrio. 

—¿Te has hecho daño? —pregunta, mirándome con una gran preocupación, y le digo que no. Me delato a mí misma cuando mis labios forman una mueca bastante pronunciada, y maldice una vez más. Me lleva hacia mi asiento de nuevo mientras los dos escuchamos a aquella vocecita repetirlo: 

—Joder, Natalie. 

Una vez que vuelvo a donde estaba, me inspecciona por todos lados preguntándome dónde me duele. Yo alzo apenas mi brazo enyesado y con la barbilla señalo mis rodillas. 

—¿Es que no puedes quedarte quieta? —pregunta. 

—El suelo se metió en mi camino... 

No se lo toma con gracia. 

—Si querías pararte, debías avisarme; así nos ahorrábamos esto. ¿Te has hecho muy mal? 

Le miento diciéndole que mágicamente estoy mejor que nunca en estos momentos. Me mira a los ojos unos segundos para fijarse si sigo bromeando o si lo he dicho con sarcasmo y no lo notó, y luego dice que lo mejor será irnos a su dormitorio para que me acostase y quedase inmóvil y nada de lo anterior pudiese repetirse. 

Dylan se queja, diciendo que antes que me vaya a dormir quiere terminar su dibujo, y lo esperamos unos cuantos minutos más mientras termina de colorearlo. Me preguntó cuál es mi color favorito, y le contesté que es el azul. Unos cuantos detalles fueron pintados de ese color, aunque desde donde me encuentro no logro encontrarle forma alguna a lo que ha dibujado. 

—¿En serio estás bien? —insiste David, sin tanta dureza como antes, y noto que su cabreo con su propia persona ya está esfumándose. 

—No —digo, encogiéndome de hombros—. Pero no es para tanto. 

Además, no es que se pudiese hacer nada al respecto. Es sólo mi brazo fracturado, sólo tendremos que esperar a que pase y ya. Podré soportarlo. 

Dyl (o D, como lo llama su hermano) logra terminar, y dobla el dibujo por la mitad. Me dice que no lo vea hasta que no esté en la habitación con mi chico, y le doy las gracias a pesar de no saber qué sea lo que me haya hecho. También le doy las buenas noches y deja un beso en mi mejilla antes de decirme que sueñe bonito. Veo cómo se pone de puntillas para alcanzar a su hermano, y éste se pone de cuclillas para que pudiese murmurarle lo que sé que supuestamente yo no tendría que escuchar: 

—Tú no te olvides de darle un beso de buenas noches al igual que yo. 

David le contesta que no lo olvidará, y una vez que el pequeño recoge sus lápices se encamina hacia su recámara. Janner me ayuda a levantarme de nuevo, y abrazando el dibujo que me han regalado contra mi pecho me lleva hacia su cuarto. Una vez que me deja en la cama regresa para cerrar la puerta, y me dice que buscará algo para que pudiese ponerme. Dice luego que duda encontrar algo que no me quede demasiado grande, aunque le contesto que no importa. Encuentra una camiseta color azul (sé que lo ha hecho a propósito) y es bastante larga. De todos modos, también me alcanza unos pantalones de lana tanto negros como blancos; y me pregunta si necesitaré ayuda de su madre para poder cambiarme sin complicaciones. 

—Yo podré sola, gracias. 

Sobre sus talones se da la vuelta para darme algo de privacidad (si es que a eso puede denominársele de esa manera) y lucho un poco para quitarme la ropa que llevo puesta. Hacerlo con una sola mano no es tan fácil como puedas imaginar, y mucho menos ponerme las otras prendas. Si me dijeran que voy demorando treinta minutos no me sorprendería nada. 

Con un último tirón termino de colocarme los pantalones, y le aviso que ya puede voltearse. No dice nada por haberme demorado tanto (si lo hubiese hecho, estoy segura que no me habría molestado golpearle), y tengo que desviar la mirada para que pudiese ponerse su pijama. Una vez que finaliza deja tanto mi ropa como la suya sobre el escritorio, y regresa a mí sentándose en el suelo. Enarco una ceja por ello. 

—¿Yo dónde dormiré, David? —quiero saber, viendo cómo me sonríe desde su lugar. 

—Pues, en la cama —contesta, como si mi pregunta fuese la más estúpida que elegí para formular. 

—¿Y tú? 

—En el piso... como siempre que estoy contigo. 

Suelta una carcajada y yo recuerdo las veces que estando en mi cuarto lo obligué a recostarse en el suelo. 

—Ya estás acostumbrado, ¿verdad? 

—Sí, por tu culpa. 

—De nada. 

Me río entonces, al igual que él, y para excusarme de alguna manera por todo lo que he hecho aquellas veces y por qué, le recuerdo que durante esos meses pensaba sobre los hombres cosas de las que está al tanto. Admito que es verdad que es mi culpa, y después me disculpo. 

—¿Pensabas? —pregunta, repitiendo la palabra que he utilizado, y las comisuras de sus labios se elevan una vez más. 

—Sí —afirmo, encogiéndome de hombros para quitarle importancia. 

—¿Y ahora qué piensas sobre nosotros? 

—Lo cierto es que depende de la persona. 

—Pero en forma general —aclara, ladeando la cabeza hacia la derecha; observándome desde aquel ángulo como si pudiese proporcionarle algo diferente respecto a mí—, ¿cuál es tu opinión sobre los hombres? 

—Siguen pareciéndome unos idiotas —admito—, pero no demasiado como antes. De lo que me he dado cuenta el último tiempo es que muchos de esos idiotas, como tú, son diferentes a los demás. 

—¿Estás llamándome idiota? —Alza ambas cejas, pero no mostrándose ofendido, ya que aquella sonrisa tan preciosa no ha abandona su su rostro. 

—Sí —respondo, haciéndole reír un poco—. Pero, también dije que eres diferente y no cualquiera es distinto en el buen sentido. 

—Así que... ¿te gusta que yo sea diferente? 

«Me gustas tú.» 

Pero no lo digo. 

—Sí, David... —contesto en su lugar—. Me gusta que seas diferente, pero sólo lo sé de lo que he podido ver de ti. Ya te dije que no termino de conocerte todavía, aunque lo niegues. 

Su sonrisa desaparece, como sospechaba que ocurriría. 

—Ya te he dicho que me conoces en mi totalidad, Nat... ¿qué más quieres ver de mí? Mencionaste que no sabes cómo es mi corazón, pero sí te lo he enseñado. Que tú no lo veas ya es distinto. 

Y regresamos a lo mismo de la otra vez. 

—No, no lo veo. Y por ello te lo pregunto... ¿No deberías explicármelo todo y ya? Así podré comprobarlo... 

—¿Qué tendrías qué comprobar? 

—Si es cierto lo que me dices... 

Sé que es bastante sincero conmigo, aunque noto que hay cosas que se las guarda para él como ocurre conmigo. También le oculto cosas, como bien sabes, pero si lo hago tengo mis motivos. Además, nunca dije que él me conociese a la perfección. Él sí, y en varias oportunidades. 

—Ya me estás desesperando... —Se levanta del piso, y decide que lo mejor será toma asiento a mi lado. Debo cambiar mi posición para poder verle a los ojos—. ¿Cuántas veces tengo que recordarte que nunca te he mentido y que nunca lo haré? 

—Las veces que sean necesarias para que me lo crea. 

No es que desconfíe en él. De hecho, le tengo realmente mucha confianza; y es unos de los motivos por el que se convirtió en mi mejor amigo. Ahora, que sea mi mejor amigo, no significa que él sea como un libro abierto. Sé que me miente a veces. Tal vez sus mentiras no sean muchas ni tan grandes, pero no dejan de ser mentiras. 

—Nunca te he mentido, Natalie —repite, exasperado—. Nunca te he mentido de verdad. Es decir, sí he dicho cosas que no eran, o me he ocultado otras, pero no creo que quede bien llamarlas mentiras. Cuando estabas en coma me animé a contártelo todo. 

Me gustaría saber a qué se refiere con todo. 

—No estaba consciente —le recuerdo—, así que eso no cuenta. 

—La verdad es que puedo sonar estúpido, pero así era de la única manera en la que pude decírtelo. 

—Si ya lo has hecho una vez, podrás hacerlo de nuevo. Quiero saberlas, dímelas ahora. 

Si los pensamientos pudiesen oírse, algo me dice que los suyos se percibirían como gritos más que cualquier otra cosa. Estando en su lugar eso me parecería a mí. 

—Primero... —comienza, alzando una mano para dejarlo claro antes de empezar de verdad—, prométeme que no te enojarás. 

—Eso es lo último que debes pedirme si no quieres que me enfade —contesto, alzando una ceja en su dirección. Algo me dice que, por si acaso, debería prepararme para propinarle un puñetazo. 

Como no contesta, agrego después: 

—No te prometo nada, pero cuéntame. 

Suspira, pasando una de las manos por su cabello. 

—Pero yo no quiero que te enojes una vez que lo diga, porque sino... 

Da más vueltas que un perro antes de acostarse. 

—Dilo y ya, Janner. No es tan difícil. 

Estando en su lugar, independientemente de lo que tuviera que decir, no me gustaría que estén apurándome, pero en serio, está tardándose mucho. 

Acepta de mala manera, poniendo los ojos en blanco, y tras tomar una gran bocanada de aire dejándola ir luego, dice: 

—Solamente te diré algo que no conté cuando estabas en el hospital... —Alzo ambas cejas, pero lo ignora para seguir—. Es relacionado con esto, de todos modos. Recuerdo que la primera vez que dormimos en una habitación juntos; no dormí en el piso como lo haré hoy... Ese día ambos estábamos sobre el mismo colchón. Cuando tú despertaste me empujaste para tirarme al piso y me preguntaste por qué estaba allí. Yo te dije que era porque nos habíamos quedado hablando hasta tarde, que ya no podía regresar a mi cuarto y me ofreciste quedarme. Eso fue una mentira, nunca pasó; aquellas palabras jamás salieron de tu boca... Al decirte que me habías pedido que me quedara repetías y repetías que no lo recordabas y yo creí que lo descubrirías y te enfadarías. Lo que en realidad pasó fue que sí, hablamos hasta tarde, pero terminaste durmiéndote mientras seguía en tu cuarto. No quería irme..., quería permanecer allí, contigo. No iba a pasar nada, pero... pero sólo tenía ganas de estar a tu lado... dormir junto a ti, aunque sea por una única vez. 

Lo analizo todo un poco, procesándolo a mi tiempo, y mi entrecejo se frunce por undécima vez en las últimas horas al no recordarlo. No obstante, cuando algo hace clic en mi cabeza, lo consigo: sucedió el mismo día que Victoria había vuelto con Derek. Me había dicho que me quería por primera vez en casi tres semanas. Sonrío por ello sin darme cuenta por unos instantes lo que estoy haciendo, y después de estar unos segundos embobada mi expresión cambia a una seria ya que debería estar enfadada. 

Pero para, serte sincera, no lo estoy. 

—No sé qué decirte, David. 

La frase hace eco en mi cabeza una y otra vez entre mis palabras pronunciadas y su respuesta. 

«No iba a pasar nada, pero... pero sólo tenía ganas de estar a tu lado... dormir junto a ti, aunque sea por una única vez.» 

—No es necesario que digas nada... 

—Pero tú sí —contesto—, sigue contando. 

No parece estar muy de acuerdo, y dice que prefiere decírmelo más tarde. No le digo nada al respecto porque no quiero enojarme por lo contenta que estoy en este instante, así que le doy a entender que puede soltarlo cuando crea que sea necesario. 

Y bostezo. El día de hoy ha sido bastante largo, y lo ciento es que estoy bastante cansada. David dice que nos vayamos a dormir para que pudiésemos descansar, aunque yo en especial porque sospecha que estoy algo adolorida. No le confieso que me duelen las piernas por todo el esfuerzo que he hecho para poder avanzar algo con él en el parque, pero sí admito que tiene razón y debemos dormirnos. Quita las mantas para que pueda recostarme, y después me cubre con ellas. Me gusta ese detalle también por más que pueda hacerlo sin su ayuda, aunque no digo nada. Sólo le sonrío, y él se inclina hasta dejar un beso bastante prolongado en mi mejilla. 

Sigo todos los movimientos que lleva a cabo a continuación, y lo veo sacar una bolsa de dormir del armario. Me parece raro, aunque no digo nada al respecto. La deja en el suelo, al lado de la cama en la que estoy, y me digo a mí misma que no me molestaría que durmiese conmigo. No tiene por qué dormir allí. En todo caso, la que debería tengo que ser yo. 

—Buenas noches, Natt —dice, después de apagar la luz y recostarse. Me maldigo por lo mal que la pasará durmiendo allí—. Descansa. 

Oyendo la lluvia cayendo sobre la ciudad, deseo decirle que me acompañe. Que me abrace. Que duerma aquí conmigo... Aunque las palabras nunca salen de mi boca; a excepción de un «hasta mañana» apenas murmurado. 

Cierro los ojos, y dejo de escuchar las gotas de agua chocando contra la acera y la ventana. En su lugar, dentro de mi cabeza, una vez tras otra se repite su voz, como si de un disco rayado se tratase: 

«—Nunca entenderás cómo es que me sentía en ese momento, Natalie.» 

☀ ☀ ☀ 

Las sirenas son las que me despiertan, aunque no abro los ojos. El sonido comienza a sentirse más cercano, mientras que también logro sentir que el espacio en el colchón es menor cada vez. Intento removerme, un tanto incómoda, y una mano se aferra más a mis caderas. Me murmura que me quede quieta, y saber que sus dedos se encuentran sobre mi piel me envían escalofríos por todo el cuerpo. Decido obedecer, aunque sigo incómoda. Le digo que me dé más espacio porque voy a caerme de la cama, y se arrincona más a la pared para que pudiese ubicarme de una mejor manera. Siento latir su corazón contra mi espalda, y deseo que se repita todas las noches. Sin embargo, las insistentes sirenas le quitan lo bonito a la situación. Abro apenas mis ojos y volteo, observando sobre mi hombro, y me encuentro con sus párpados cerrados. Tiene los labios entreabiertos, y su aliento choca contra mi cuello desnudo dándome más escalofríos todavía. Veo de reojo que a los pies de la cama se encuentra Gato lamiéndose una de sus patas, como si fuese inmune al insistente ruido que hay en el exterior. 

—¿Qué es eso, David? —le pregunto, pudiéndolo contemplar a la perfección a pesar de la oscuridad. Logra ingresar un poco de luz por la ventana. 

—Uhm... —es lo que contesta, apretándome más hacia él—. Tranquila... estás conmigo... uhm. 

Quito su mano para poder incorporarme, y escucho sus quejidos. 

—David, creo que ha pasado algo... 

Hace una mueca y abre los ojos. Me asegura, con voz adormilada, que no me preocupe, que él me protegerá. Pide que vuelva a dormirme porque aún no ha salido el sol, sino que la luz de la luna es lo único que está iluminando, y me recuesto no tan convencida. Me abraza dándome de su calor y besa mi hombro antes que mis ojos se cierren. No obstante, los abro sobresaltada momentos después. 

—¡¿Escuchaste eso?! 

—Es sólo la policía, Natt... Duerme, en serio. 

Pero no puedo. 

—No es sólo la policía, David... —le contesto—. Oí un disparo. ¿Tú no? 

—La verdad es que no... —murmura, soltando un suspiro—. ¿Estás segura que era eso? Yo no escuché nada... 

Siento las patas de Gato avanzando hacia aquí, y se detiene cuando logra estar entre nosotros, a la altura de mis rodillas. Se recuesta allí, ronroneando. 

—Gato estúpido —gruño—. ¿Tú no has oído nada? 

Si esperaba que me contestara, no lo hace. Es más, pareciera que ni siquiera se percata que he dicho algo. Ese gato me odia, estoy segura. Siempre lo prefirió a David. 

—Natalie, duerme por favor... —dice David entonces, y me dejo caer de nuevo sobre el colchón. Sus brazos me rodean y acarician mi piel mientras escucho el caos que hay fuera. ¿De verdad no lo escucha? Dios mío—. No le prestes atención... estarás bien. 

Pero, por más que quisiese, no le creo. No le creo y estoy segura que él tampoco se lo cree, aunque no digo nada. Cierro los ojos una vez más y me digo que debo pensar en cosas bonitas, como ocurrió aquella vez en el internado. Sin embargo, que ese día apareciera en mi memoria no fue un punto para nada positivo. Estábamos en el medio de una jodida inundación, y de más está decir que no me ayuda pensar en eso. 

—David... 

Segundos más tarde me responde. 

—¿Qué pasa...? 

Dejo mis manos sobre las suyas, temblando un poco. 

—Tengo miedo... 

Abre los ojos entonces y me observa. Me siento diminuta ante lo que podría esperarnos fuera del apartamento en el que nos encontramos por estas vacaciones, y sé que lo nota. De manera imprevista se me llenan los ojos de lágrimas y me siento estúpida por llorar. David se sienta sobre el colchón y me abraza, haciendo que dejara mi mejilla contra su pecho, y su camiseta logra mojarse apenas a causa de mis lágrimas. Y me siento más estúpida. 

—Te prometo que estarás bien... —susurra, meciéndome como si fuese una niña pequeña—. No debes tener miedo... 

—Pero no puedo evitarlo... —susurro de vuelta, entrelazando mis dedos en su espalda. Deja un beso en mi coronilla y no me dice nada más, porque sabe que diga lo que me diga de todas formas estaré contradiciéndole. 

Gato ronronea desde su sitio. Se pone en cuatro patas después, arquea su espalda y muy lentamente camina hacia nosotros. Maúlla para que le prestásemos atención, y yo lo tomo con unas de mis manos. Lo dejo sobre mi regazo, y como se encuentra bastante gordo junto con David estamos asfixiándole un poco. No se queja, lo cual es raro. 

Los minutos corren mientras permanecemos en la misma posición, y sobre los acelerados latidos de mi corazón escucho ruidos provenientes del pasillo. David me dice que lo ignore, que estaré bien. Y esta vez le creo. 

Cierro los ojos de nuevo, donde termino durmiéndome. Sueño con un sitio gélido, húmedo y poco espacioso. La ropa se pega a mi piel. Los gritos se oyen a la distancia, pero no les presto atención. Sólo sigo avanzando. Las piernas me pesan, y me tambaleo no encontrando completa estabilidad. A él lo veo allí, al final. No, no lo veo. Lo siento. Siento que está allí, detrás de aquella puerta. Hay cristales rotos por el suelo y no me preocupo en esquivarlos. Se clavan en mis pies, con pinchazos apenas perceptibles. Sigo avanzando, deseando reencontrarme con él. Sin embargo, al mismo tiempo no sé quién es él. Y entonces despierto. Lo primero que veo son sus ojos, que lucen negros por la oscuridad. Aún es de noche. Mi corazón late apresurado y es lo único que puedo llegar a escuchar; lo único que escucho es que estoy viva. David mueve sus labios, diciéndome algo, aunque no logro oír su voz. Sólo mis latidos, aquellos mismos que he escuchado toda la noche. 

Me sostiene entre sus brazos, con lágrimas en sus ojos. Quiero alzar una de mis manos para acariciar su mejilla, pero no lo consigo. No puedo moverme. Respiro con dificultad, contemplando aquellos ojos como si fuesen lo último que me quedara. Me aprieta contra su pecho, y noto que su cabello está goteando. El agua fría cae sobre mi rostro, aunque no me molesta en absoluto. Sigo sin poder oír nada, a excepción de los latidos de mi corazón. Noto que ya no estamos en la habitación, por lo poco que mis ojos han podido comprender vagando por el lugar. Estamos en un corredor. Las paredes parecen cerrarse hacia nosotros, pero David no lo nota. El espacio disminuye y al intentar tomar bocanadas de aire siento como si en realidad estuviese inhalando agua, aquella misma a la que tanto he llegado a temerle; aquella que ha intentado quitarme la vida a los seis años. Toso. David intenta decirme algo más, y a los gritos. Me zumban los oídos. Toso de nuevo, lo que hace que mi cuerpo se sacuda y me doliese el pecho. Él lleva sus manos a aquel lugar, desesperado, y veo que sus dedos tiemblan. Quiero tomar su mano. Quiero, pero algo me lo impide. Mi pecho sube y baja, al compás de mi acelerada respiración. Me duele dónde él toca. Siento cómo poco a poco más me cuenta percibir mis propios latidos. 

Y recuerdo. 

David me decía que todo estaría bien; que yo estaría bien. A pesar de todo lo que escuchaba fuera del departamento, me decía que estuviese tranquila; que todo pasaría. Sin embargo, se había equivocado. Había mucho movimiento en las calles, demasiado para mi gusto. Hasta que las sirenas dejaron de sonar, y creí que todo se había acabado, cuando en realidad todo acababa de comenzar. 

La cama empezó a moverse bajo nuestro peso. Gato se quejaba, aunque permanecía en su lugar. Todo aquello que nos rodeaba comenzó a caer. Los cuadros, los espejos, la ropa de los armarios. Mi celular repiqueteaba contra la mesa de luz, hasta que ésta se cae al suelo y ambos nos levantamos de un salto. Escuchamos gritos del corredor; gritos de terror y agonía. Tras salir por la puerta, nos encontramos con aquella gente del edificio corriendo hacia las escaleras. Yo no comprendía por qué, aunque tirando del brazo de David los seguí. Subimos, escalón tras escalón, y mis pies se resbalaban. He estado a punto de caerme, aunque él me sostenía y seguíamos con lo nuestro. Una vez que todos llegamos al piso número siete, lo demás ocurrió demasiado rápido. El gran ventanal, aquel que permitía que vieras todo aquello que tenías frente a ti, estalló. Escuché gritos, en especial los míos. Me aferré a David, mi sostén, mi protección. Después sólo hubo agua. 

Algo me dio en el pecho al mismo tiempo, lo que hizo que lo soltase casi de inmediato. No podía respirar. El agua se colaba en mis pulmones, dejándome sin aire. Imágenes de mí yo de pequeña pasaron delante de mis ojos, cuando me había caído a aquella piscina. 

El agua me arrastró consigo hasta que a los momentos ya no me envolvía. No comprendía por qué, pero había ocurrido en un abrir y cerrar de ojos. Pero no podía respirar. Veo un trozo de cristal incrustado en mi pecho, y toso escupiendo sangre. Con manos temblorosas me lo quité y mi cuerpo se despegó del suelo por unos instantes. Sentía latir mi corazón contra mis dedos, y no entendía. No entendía nada, hasta que él apareció gateando desde mi izquierda, tosiendo de la misma manera que yo lo hacía. Una pequeña mancha roja había visto apenas en sus pantalones cuando se puso de rodillas con dificultad. Me dijo algo, entre suspiros, antes de tomarme y apretarme contra él. 

Sigo sintiendo su cuerpo caliente contra el mío, pero tiemblo. Tiemblo y toso a la vez, con aquella persona tan maravillosa sosteniéndome. Veo que llora, y quiero pedirle que no lo haga. Quiero decirle que estaré bien, como él me prometió. Aunque no puedo. 

Pienso en las palabras una y otra vez, por más que él no pueda recibirlas nunca. Una voz ahogada las susurra en mi mente, al mismo tiempo que todavía soy capaz de escuchar los latidos de mi corazón. 

«David... tú lo prometiste... prometiste que estaría bien. Tú lo prometiste...» 

Mi cuerpo se sacude entre sus brazos. Por unos momentos no logro ver nada. Noto mis dedos temblar, y lo busco con dificultad. Llego a sus brazos, aquellos que me sostienen, y con una última exhalación mis pensamientos retumban en mi cabeza. 

«David, tú lo prometiste. Sólo no me dejes..., no me dejes..., no me dejes ir.» 

No escucho una respuesta. Y la voz no cesa. 

«David, no me dejes ir... tú lo prometiste. David, te amo. No me dejes ir...» 

Luego, ya no se oye nada. Ni siquiera aquellos latidos que estuvieron acompañándome hasta mi último suspiro.  

—David, no me dejes... te amo, te amo... Tú lo prometiste... 

—Natt... 

—¡No, no, no! 

—Natalie... 

—Pero..., yo te amo... 

—¡NATALIE! 

Mis ojos se abren de inmediato, mientras me siento de un tirón al mismo tiempo. Mi frente choca contra algo, y la froto quejándome. Cuando noto que es él es que está a unos centímetros, observándome con preocupación, olvido m dolor y me abalanzo sobre David para rodearlo con mi único brazo posible, diminuto a diferencia de los suyos. 

—Natt... —murmura, contra mi cabello—. ¿Estás bien...? 

—Ay, Dios... —Me aparto enseguida, y llevo mi mano hacia donde se encuentra mi corazón. Siento mis latidos, demostrándome de nuevo que estoy viva, y me dispongo a observar todo aquello que nos rodea. Es su cuarto. Veo que todo sigue a como me he dormido, que nada se ha roto golpeándose contra el suelo y ninguna gran ola llegó aplastándonos a todos—. Estamos en tu casa, ¿verdad? —Las bocanadas de aire que tomo se oyen más que forzadas, desesperadas, recordándome aún la sensación de mis pulmones sobrecargándose de aquella agua a la que tanto miedo llegué a tenerle—. ¿No ocurrió nada? ¿Tú estás bien? ¿Y yo? ¿Estoy bien? ¿Me ves bien? 

Palpo su pecho con mis dedos, que se sienten fríos, y dejo inmóvil mi brazo enyesado sobre mi regazo. Siento latir su corazón, que se encuentra tan acelerado como el mío. 

—Sí, sí estoy bien, pero gritabas y... —Como no hago más que inspeccionarlo desde el cuello de su camiseta hacia sus pantalones, me toma de repente dejando las manos en mis mejillas. Me sostiene la mirada, y mirándome con aquellos ojos cafés tan exigentes en estos momentos, dice—. ¿Qué pasó? ¿Tuviste... pesadillas? 

Sólo soy capaz de asentir con la cabeza antes que David decidiese estrecharme entre sus brazos, y yo suspiro contra su pecho de alivio. Estamos bien. Estoy bien, como él me lo había prometido. Estoy bien porque estoy con él y nadie más. 

—¿Te desperté? —le pregunto, contra su camiseta, no queriendo que me suelte en ningún momento. Él es mi sostén, mi protección. 

—Sí... —contesta, recorriendo sus manos por mi espalda. Su mentón está sobre mi cabeza—. ¿Qué fue lo que pasó? Se te veía muy... asustada. Estabas llorando y gritabas mucho... 

Llevo la única mano que me es posible hacia mi rostro, y al tocar mis propias mejillas noto que no está mintiendo en absoluto. He estado llorando. 

—No puedo contarte... —le contesto. 

—Es verdad, no deberías recordarlo. Pero, ¿estás bien ahora? ¿Quieres que te traiga algo? ¿Un vaso con agua, tal vez? 

Me aparto sobresaltada. 

—¡¿Qué?! 

Veo cómo su entrecejo se frunce ante mi reacción, y al darme cuenta de lo que he hecho hago una mueca. Me disculpo, algo avergonzada, y me dejo caer sobre el colchón diciéndome que lo mejor será descansar un rato luego de semejante sueño que he tenido. Me arropo como puedo con David observándome aún. 

—¿Estás bien, Natt? 

A él no puedo engañarle cuando le insisto que no me mienta a mí. Así que, sintiéndome indefensa de nuevo, susurro que no. Siento mi labio inferior temblar por unos momentos, y él viene hacia mí una vez más. Hace que me incorpore hasta que escondo mi rostro en el hueco entre su hombro y su cuello. Inhalo contra su cálida piel, olvidándome de todo lo demás. Dejo que me proteja y me refugie en su pecho como tanto me gusta que lo haga, y permito que los minutos corriesen sin que me interesen. Mientras él me acompañe, no me importa cuánto tiempo sea; no llegará a convertirse en ningún desperdicio, ni siquiera serán horas de sueño perdidas. 

Cuando creo que es el momento correcto, decido romper el silencio. Apenas suena como un murmuro, pero sé que lo escucha de la misma manera que yo no dejo de escuchar latir su corazón. 

—Prométeme que nunca me dejarás... 

Antes de darle tiempo a responder, agrego: 

—Prométeme que estarás siempre junto a mí, que no te irás, que no permitirás que yo no me vaya... prométeme que estaremos bien... 

Uno de sus brazos deja que encontrarse alrededor del mío y con sus dedos toma mi mentón. Con delicadeza alza mi cabeza para que pudiese mirarle a los ojos, y una vez que lo hago se inclina apenas hasta que cubre mis labios con los suyos. Los mueve muy despacio, dándome tiempo a reaccionar, y me acomodo de manera que mi mano llegue hasta su nuca. Las yemas de mis dedos recorren su piel con la misma sutileza que él me besa, y noto que de esta manera está prometiéndomelo todo. Todo, sin excepciones. Le digo que muchísimas gracias, en silencio, aunque por todo. Sí, por todo. De todos modos, ningún gracias será capaz de abarcar todo aquello que deseo con el alma agradecerle tanto... 

Yo soy la que se aparta pocos segundos más tarde. Veo cómo sonríe y dejo un último beso sobre su boca antes que se oyese eso que ya había logrado escucharle decir: te lo prometo. 

—Eres increíble... —murmuro, cerca de sus labios, mientras permito que las hebras de su cabello se cuelen entre mis dedos. 

—¿Por qué? —inquiere, soltando mi barbilla para rozar mis mejillas con su mano derecha. Sonrío ante ello. 

—Por todo. 

—¿Todo? 

—Todo. 

Luego me dice que no logra entender las razones exactamente, y yo me río. Para mí no es que no las comprenda, sino que no quiere aceptarlas. 

—Pero es la verdad —insisto—. Me das de tu ayuda hasta cuando ni siquiera soy capaz de pedírtela. No cualquiera hace eso. 

Durante los siguientes minutos no deja de repetir que no es alguien increíble como para exagerarlo de esa manera, y me dan ganas de golpearle un poco. De todos modos, para cambiar de tema, dice que deberíamos dormir porque es bastante tarde. Yo le pido que por favor se quede conmigo en lugar de regresar al suelo, y no se niega. Claro que no lo haría, nunca lo hace. 

Uno de sus brazos rodea mis hombros, y su otra mano descansa sobre mi cintura. Mi antebrazo enyesado queda sobre su estómago, mientras que el otro debajo de mi cuerpo. Cierro los ojos, diciéndome que no tengo nada que temer porque él se encuentra conmigo. Sin embargo, hay algo que hace que me encuentre un poco inquieta. 

—¿Qué habrá pasado con Gato? —pregunto, en un susurro dirigido sólo para mí, aunque él lo escucha. 

—¿Quién? 

Pensará que estoy loca. 

—Pues... Gato era mi gato de mascota en el sueño; éste y muchos otros. Supuestamente tú me lo habías regalado... 

—Ah, ¿sí? 

—Sí... 

A lo mejor logró escapar... y, si no lo hizo, los gatos tienen siete vidas. Estoy segura que pudo sobrevivir a la catástrofe. Lo averiguaré en mi próximo sueño. 

—Creo que voy a dormir —le digo entonces, queriendo saber cómo ha acabado. Por más que el gato quisiese más a David, me gustaría saber cómo se encuentra. No hizo nada malo realmente para merecer la muerte. 

—Está bien —me contesta—. Descansa, ¿sí? Yo estaré aquí. 

—Gracias... —respondo, sonriendo—. Tú igual. 

Entonces, en la oscuridad absoluta, escucho el sonido que producen los latidos de mi corazón. Los oigo, con atención, como si se tratase de la más hermosa melodía. Sin embargo, cuando escucho los tuyos también, presiento que es cuando mis latidos comienzan a cobrar sentido; cuando pienso que mi corazón tiene verdaderos motivos para seguir vibrando dentro de mí. 

Mis oídos se acostumbran, mientras que mi mente recuerda vagamente una cita donde se dice que el tiempo es vida, y que la vida reside en el corazón. Aquella armonía tan perfecta sobre nuestra manera de existir en el mundo termina complementándose momentos después; cuando escucho su voz uniéndose a la pista que juntos hemos reproducido: 

—¿Sabes? Yo también te amo. 



Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro