61. ❝Miedo a él❞🌙
Y, de repente, ocurre algo que me toma por sorpresa: Chloe se echa a llorar. No de tristeza ni mucho menos, puesto que no tendría razones para hacerlo, pero noto que sí de felicidad. Aquella felicidad que había provocado que se evaporara en el aire con sólo abrir la boca unos instantes.
—Ya lo sabía... —le escucho decir, entre hipidos, y me enseña una sonrisa maravillosa; una que siempre verás en ella—. Dios santo, estoy tan orgullosa de ti...
Por segunda vez se lanza en mi dirección para darme un abrazo. Éste se lo devuelvo, sonriendo también. Decírselo fue lo mejor que pude haber hecho, después de todo. Me siento mucho mejor. Siento que he perdido todo aquel peso que llevaba encima y no veía.
—¿Por qué «orgullosa»? No creo que sea para tanto...
Se separa, para mirarme a los ojos.
—¡¿Cómo que no es para tanto?! —chilla—. ¡¿Acaso no recuerdas lo que eras cuanto te hemos conocido?! No querías enamorarte. Lo evitabas a toda costa. Has evolucionado muchísimo, ¿y me preguntas por qué estoy orgullosa? ¡¿Es en serio?! ¿Escuchas lo que dices?
Acepto que cambié demasiado. Aunque también acepto que cambiar no sea la palabra correcta. Me gusta la que usó Chloe: evolucionar. De la misma manera que ella dice estar orgullosa, yo también lo estoy. Y cabe admitir que muy pocas veces estuve orgullosa de mí misma. Me gusta en lo que me he convertido. Me gusta en lo que David me ha convertido durante el correr de todos estos meses.
—¿Sabes qué, Chloe?
—¿Qué?
—Creo que es la primera vez que me enamoro de esta manera.
Y ahora sí ocurre algo propio de ella: se limpia las lágrimas, se levanta de inmediato y comienza a dar saltos por toda la habitación, gritando al mismo tiempo «¡Toma eso, Jordan!» o «¡Sí, sí! ¡Dumbo y Cenicienta! ¡Sí!». Yo le grito, en respuesta, que se calle porque su voz debe retumbar por el corredor. No obedece, sólo continúa mientras que con todo aquello que tiene para decir no hace más que componer una canción.
—¡Es en serio! —exclamo, ya un tanto furiosa, desde mi sitio—. ¡Debes decir nada! ¡Nadie puede saberlo...!
Eso parece hacer que se detenga. Me observa, mientras aquella alegría va yéndose de a poco, hasta que decide sentarse una vez más en la camilla, al lado de mis piernas inmóviles.
—¿Por qué no? —pregunta, desilusionada.
—Porque no estoy lista.
—¿Que no estás lista, dices?
No se lo cree, y no tendría que no hacerlo. Es decir, apenas he podido contárselo a ella. Es la única que lo sabe... Aún no estoy lista para que alguien más lo sepa, y mucho menos David. David tendrá que esperar un tiempo.
—No, no estoy lista; y tú no lo dirás.
—Bueno... —Chasquea la lengua, y durante los siguientes segundos no hace más que recorrer la mirada por todo aquello que nos rodea—. Si tú me lo pides..., no lo haré. De verdad... No te preocupes. Soy..., una panadería cerrada. Sí, una panadería cerrada.
Me parece que estar en un hospital le ha afectado un poco.
Yo frunzo el ceño, sin comprenderlo tanto.
—¿«Panadería cerrada»? ¿De qué hablas?
—Sí... —Me mira como si yo fuese la estúpida, y suspira antes de dar una breve explicación—. «Panadería» porque muchos dicen lo del libro abierto; pero yo, que soy la reina del pan, es obvio que tengo que decir algo relacionado con ello. Y pues, «cerrada» porque guardaré tu secreto. ¿Lo entiendes?
—Ah... —contesto, cuando las cosas comienzan a cobrar bastante sentido—. Qué..., —Entrecierro los ojos buscando la palabra—, original.
Sonríe orgullosa.
—Sí, lo sé, gracias.
Ante lo que me veo obligada a responderle:
—En realidad, yo tendría que darte las gracias a ti, Chloe. Por guardar mi secreto. Te lo agradezco mucho.
—Oh, no es nada... —Sonríe—. Aun así, recuerda que algún día la panadería tiene que abrir. No puede permanecer cerrada para siempre, y lo sabes.
«Mierda.»
—Pero tú no lo harás, ¿o sí?
—No, lo harás tú. Eres mi empleada ahora.
Pienso que cualquiera que nos escuchara diría que la conversación es demasiado absurda, aunque tiene su sentido si lo buscas. Me gusta que hablemos con códigos, lo hace más interesante.
—¿Dentro de cuánto tiempo tendré que hacerlo, entonces?
Se encoge de hombros.
—Pues... cuando tú te encuentres preparada para ello. Es bastante lógico.
—¿Y si no lo estoy nunca?
Veo que sonríe una vez más, y algo me dice que nos imagina a David y a mí tomados de las manos felices de la vida.
—Créeme, Natt. Lo estarás.
—¿De verdad? —cuestiono, no muy convencida. Ella asiente—. ¿Y cómo me daré cuenta que ya puedo «abrir la panadería»?
—Sé que soy buena dando consejos y ese tipo de cosas, y también que soy muy inteligente... —Por más que se haya convertido en alguien que aprecie mucho, no puedo no reír. Ambas sabemos que en parte está bromeando—, pero para eso no tengo respuesta. Y nunca la tendré, sino tú. Porque son tus sentimientos y no los míos. Solamente necesitas tiempo... en algún momento te darás cuenta que debes decirle a David lo que sientes.
A pesar de no haberlo llamado, una extraña sensación me recorre de pies a cabeza dándome escalofríos.
—Por más que... —comienzo, dubitativa, ante aquella presencia—. ¿Por más que él no sienta lo mismo?
Sí. El miedo es el que llegó y se instaló para contemplar la conversación.
—¿Qué te hace pensar que no siente ni sentirá lo mismo?
Por su tono, que ha cambiado de manera brusca, me hace pensar que tiene ganas de darme un puñetazo.
—Estoy acostumbrada a que las cosas salgan mal —le contesto—. La mala suerte llegó a convertirse en mi mejor amiga... Y, posiblemente, eso no cambiará. David nunca sentirá por mí lo que yo siento por él. Ni siquiera de la misma forma, si es que llega a ocurrir.
—¿Sabes qué? Ahora más que nunca necesitas a un positivo.
Asiento con la cabeza, mientras que con mis dedos trazo letras al azar en la escayola. Ella lo observa, aunque no dice nada al respecto todavía.
—Yo sé lo que necesito... —admito—. Lo necesito a él. Pero no siempre todo lo que necesitas estará allí para ti.
Alza una ceja.
—¿Y él no lo está? ¿Él no está para ti?
—Sí, está... No digo que no, pero no está de la manera que me gustaría que estuviese. No siente lo mismo.
Cierra los ojos, y puede escucharse a la perfección cómo inhala y exhala para no darme todos aquellos golpes que me merezco. Considero que con que un coche me haya pasado por arriba ha sido más que suficiente.
—Natalie... —Suelta una última exhalación, dejado que los párpados dejasen de cubrir sus ojos—. Natt, amiga querida de mi corazón... ¡¿PIENSAS QUE ÉL NO TE QUIERE?! —Ante aquello, no puedo no retroceder inclinándome hacia atrás. Mi dedo índice deja de deslizarse por el yeso—. ¡JODER, TE AMA! ¡TE AMA Y TÚ ERES LA MALDITA CIEGA QUE NO LO VE! ESCRIBES SU CONDENADO NOMBRE EN LA ESCAYOLA Y LUEGO VIENES... VIENES... ¡CON ESTAS IDIOTECES!
—En mi defensa... —Ella me detiene alzando una mano.
—En tu defensa, ¿qué? Acaso no has remarcado D, A, V, I, D; allí, ¿como cinco veces? Puedo tener la cara de estúpida, Natalie; pero no siempre lo soy.
—Yo...
Me interrumpe.
—Tú, ¿qué? ¿Ahora me dirás que sólo estoy mintiéndote, diciéndote que te quiere más de lo que crees, cuando lo único que quiero es ayudarte?
—¡No estás ayudando! —le grito, perdiendo los estribos, deseando al mismo tiempo que la cosa no empeore y lo comprenda—. ¡No estás ayudando! ¡¿Bien?! ¡No lo haces!
Después de todo, no se pondrá en mi lugar. Porque ella no ha pasado por lo mismo que he pasado yo; no sabe lo que es tener ese temor pisándote los talones, ese temor a que todo ocurra una vez más. No sabe que por alguna cosa así no quiero caer de nuevo. No lo sabe y mucho menos lo entenderá. Porque ella es ella, y ella es... muy diferente a lo que soy yo. Nos enfrentamos a todo de diferente manera. Si Chloe lo que haría es enfrentarlo y decírselo de frente, bien por ella. Pero no es la decisión que yo tomaría. Me lo pensaría mejor; buscaría el momento donde aquel miedo ya no me atormente más. Porque sí, Natalie Hofmann tiene miedos más que ridículos. A conducir un coche, a las inundaciones, y a que le rompan el corazón. Sí, qué ridículo; la verdad. Natalie le tiene miedo al amor. Porque golpea hasta que sangras, y sangrar una vez más no es algo que me apetezca sinceramente.
—Pero... —Me digo a mí misma, mientras le doy tiempo a pensar bien lo que dirá, que no es momento para llorar. Por más que sea de frustración, no debo hacerlo. No—. Yo sí quiero ayudarles...
—Créeme —digo, con cada una de las letras raspándome la garganta. Carraspeo—. Ese tipo de cosas no me ayudan. No quiero que lo hagas por mí; podré yo sola. Por lo menos quiero intentarlo.
Este es un paso que debo avanzar sin que nadie intervenga. Sino, se mostrará forzado y hasta, tal vez, en un momento que no sea necesario. Quiero hacerlo cuando sienta que tendré que hacerlo; cuando la confesión me queme por dentro y crea que ya ha llegado la oportunidad para que él pudiese conocerla. Cuando crea que otro instante no será más adecuado que aquél.
—Yo... —Escucho su voz, en apenas un susurro, y miro hacia ella para contemplarla. Está con la cabeza gacha—. Lo siento... —A continuación, se pone de pie y le echa un vistazo a la camilla, donde se encuentran mis piernas cubiertas con la manta—. Creo... creo que iré a buscar a los chicos.
No le digo que se quede, ni que se apresure. Mejor dicho, no le dije nada. Ya le he dicho todo lo que tenía que decir, y hasta puede que haya hablado más de la cuenta. Sé que no se merecía que le gritara y que no le llegaría de distinta manera si alzaba la voz, pero no he podido contenerme. De verdad.
Así que, dejando la correa del bolso con el que vino en su hombro al mismo tiempo que se aleja de mí y de los globos, se dirige hacia la puerta. Lleva su mano al picaporte, y la abre en un abrir y cerrar de ojos; mientras que de la misma forma puedo ver la silueta de dos personas cayendo dentro de la habitación. Al principio, no sé de qué se trata. Ni siquiera sé cómo debo reaccionar. Aun así, una vez que distingo sus rostros, empiezo a ponerme nerviosa. Intento tomármelo con calma, diciéndome al mismo tiempo que no ha ocurrido nada, aunque ni yo misma me lo creo. Los observo a ambos, levantándose, uno con las mejillas sonrojadas y el otro sonriéndole de lo lindo a su novia como si los demás no existiéramos y sobráramos aquí.
—Qué..., ¿qué hacen aquí?
Christopher nota al fin mi presencia, y le oigo decirme:
—Natt... oh, hola de nuevo. Nosotros... —Mira hacia su derecha, donde está David rascándose la nuca, según veo—, bueno, venimos en paz.
Janner dice por lo bajo que hace calor, ignorando el leve rubor que cubre su rostro, y Chloe le comunica a su novio que iba a ir a comprar algo para comer. Él casualmente le contesta que regresan del buffet, sin notar que hasta hace unos minutos ella estuvo llorando, y entrelazan sus manos sonriendo de oreja a oreja antes de irse cerrando la puerta del cuarto a sus espaldas.
Y sí, como debiste haberte dado cuenta, dejándonos a nosotros dos solos. Me gustaría pensar que no se han dado cuenta de ello, aunque es muy poco probable que sea verdad.
—Eh... —suelta David, arrastrando las letras, deslizando al mismo tiempo sus pies por el suelo hasta llegar a su silla. Agradezco que no se haya sentado en la cama, así no estamos tan cerca y podré controlarme de una mejor manera. Sé que sino no podré disimular nada de nada—. Al fin ya están juntos, ¿verdad?
Sé que se refiere a esas dos personas que acaban de irse, así que asiento y agrego después por mi cuenta:
—Luke y Victoria están intentándolo. No son novios, pero algo similar.
—Sí, me lo contaron... De todos modos, no me sorprendería si en estos días aparecen y me dicen que ya son una pareja de verdad.
—Lo cierto es que a mí tampoco.
Nos quedamos en silencio por unos momentos. Yo pienso, mientras tanto, que vamos en escala. En primer lugar, se encuentran Chloe junto con Christopher, siento novios hace unos días; en el segundo, Luke y Victoria, por estar a unos cuantos pasos; y en el último nosotros. David y Natalie, los mejores amigos. El que fue enviado a la zona de amigos numerosas veces sin que la otra se diera cuenta, y la chica enamorada. Qué combinación.
Como si supiera todo aquello que pasa por mi cabeza, dice:
—Nosotros terminamos siendo los únicos que, de una u otra forma, están solos. Digo... estamos...
—Somos complejos —es lo único que digo, y me hubiese gustado arrepentirme. Sin embargo, no lo hago; porque de todos modos no es que haya estado errada. Somos seres humanos; somos complejos. Nunca alguien llegará conocer cada parte de nosotros a la perfección. Bueno... en realidad sí alguien podrá hacerlo; y por esa razón considero que estamos como estamos. La persona indicada o, mejor dicho, la persona que nos gustaría que fuese la indicada; no ha descubierto de nosotros todo aquello que debería. Tal vez ni siquiera de sí mismo, como por momentos pienso que ocurre conmigo.
—Ellos también lo son —contesta—. A su manera, pero lo son.
Y no puedo contradecirle porque no se equivoca.
—Aun así, nuestro caso es particular.
Yo pienso que David siempre ha resaltado sobre los demás. Y no lo digo porque sea él, sino porque es la verdad. Él tiene todo aquello que buscarías en una persona; o termina convirtiéndose con el correr de los días en lo que no sabías que estabas buscando. Como me ocurrió a mí. Cuesta muchísimo meterme en su cabeza y ver las cosas como él las vería, o encontrarle sentido a las cosas que hace o dice; y eso lo caracteriza respecto a los demás. Es todo lo contrario a lo que yo sería, pero no deja de ser lo que más puedo llegar a querer en el mundo. Las diferencias que tenemos nos unieron más que aquellas pequeñas cosas que tenemos en común. Considero que esto demuestra que diferir no es nada malo; sino que te convierte en alguien más especial. Alguien especial para otra persona, y eso es lo importante.
En mi caso, no se necesita pensar demasiado para decir que de la misma manera que no me parezco a Dumbo, no me parezco a ninguno. Yo soy yo y me conocen por ser Natalie; la chica rara que le gusta el estudio y se coló en el internado porque de un día a otro decidió que eso sería lo mejor para su vida y la de aquellos que la rodeaban. Ser complejos nos posicionó en el sitio que estamos ahora. Ser complejos ha hecho que ocurriera todo lo que ha ocurrido desde septiembre que los he conocido hasta fines de marzo, mes en el que hemos recaído en este momento.
—Por más que lo nuestro sea bastante peculiar... —comienza, jugando con sus propios dedos—, no creo que nadie te quiera. Es decir... alguien debe sentir algo por ti. Que no te lo haya dicho ya es diferente, ¿no?
Miro los globos, esos mismos de helio que están en el techo, y repaso todos los colores. Celestes, lilas, amarillos, verdes... Verdes...
—En ese caso... —Decido voltear hacia él, para contemplarlo y a nada más. Él es lo que importa—, debes recordar que tú eres el positivo de la situación. Yo encuentro difícil que alguien me quiera de esa manera...
—¿Por qué?
—Siempre creí que no existiría alguien que le tuviese mucho cariño a una adolescente rara, loca, en momentos un poco tímida, que sea muy sincera y malhumorada hasta los cojones en numerosas oportunidades.
Sonrío al recordar haberlo dicho meses atrás.
—Yo pienso que te equivocas, y mucho... —responde, evitando mirarme a los ojos—. Tengo que admitir que sí eres rara..., muy rara. —Sonríe también, ante lo que me encantaría poder decirle que se ve más bonito cuando lo hace. No lo hago, claro que no—. Eres loca cuando te lo propones... o bueno, tal vez no te lo propones y tu naturaleza ya es así; no lo sé. No es algo que cambiaría, de todas formas... No llegué a conocer tu versión tímida. De hecho, sé que eres bastante sincera y dices lo que quieres cuando quieres sin importarte lo que vaya a opinar la otra persona. No creo que eso sea de una persona muy tímida... No olvido, y sé que nunca lo haré, esa vez en la que has enfrentado a Ashley frente a todos. No te interesó lo que ella pudiese llegar a hacer. Admiro eso de ti. Soy tu fan, no lo olvides. —No puedo evitar soltar unas cuantas carcajadas ante aquello, y agradezco que no esté doliéndome la cabeza. Quiero reírme sin tener que privarme de todo aquello por la estúpida manera en la que me puedo llegar a sentir—. Y pues..., lo de malhumorada es cierto... Muy cierto, y lo sabes bien. Al igual que terca, aunque no lo hayas admitido tú y no quieras hacerlo.
—No voy a admitir algo que no sea cierto, David.
—Pero puedes admitir algo falso.
—¿De qué estás hablando?
Sus ojos se entretienen observando su jodido pantalón, y durante los segundos siguientes no me responde. Sin embargo, cuando menos me lo espero, alza la mirada haciendo que se topara con la mía. Tomándome completamente desprevenida, inquiere:
—¿Te gusta alguien?
A pesar de saber la respuesta, nada sale de mí. Absolutamente nada. Sólo lo observo, aterrada, y con ganas que la tierra me tragase. Allí abajo llevaré una vida mejor que estar aquí, teniendo que enfrentarme a semejante cuestión. ¿Acaso no sabe que cosas como esas no deben preguntarse? Que se haya convertido en mi mejor amigo cuando nadie lo creía posible, y que luego me enamorara de él (cuando nadie lo creía posible) no significa que voy a responder a esa pregunta. No.
—Lo... lo siento —murmura, apartando la mirada una vez más, y en parte lo agradezco—. Mi intención no era que... que te incomodaras...
—No..., no importa.
Exacto. Eso es lo único que soy capaz de decir.
—Es que... —continúa, y no lo detengo—, bueno; creí que hay suficiente confianza entre nosotros... como para contarnos esas cosas..., ¿no? Nuestros secretos... eso que no hemos podido contárselo a nadie... Muchos mejores amigos lo hacen, y supuse que nosotros... como nosotros...
Se interrumpe a sí mismo, y levanta la mirada apenas para observarme desde aquella banqueta. Me renuevo en mi lugar, con un poco de dificultad.
—Mejores amigos... —repito, ladeando la cabeza—. No quiero revelar mis secretos, sabes. No es desconfianza, pero sí miedo.
—¿Miedo? —pregunta, y siento su mirada sobre mí—. ¿Miedo a qué?
—A ti —digo antes de que fuese capaz de pensarlo mejor.
Y la verdad es que estoy en lo cierto; esa era la respuesta más certera que podía dar. Tal vez no hayan sido palabras inteligentes, pero sí exactas. Si creía tenerle miedo al amor, estaba confundida. Tengo miedo; miedo a él. Miedo a que me lastime, a que juegue conmigo. Sé que se ha mostrado de una manera que me dejó maravillada que no es como los demás, pero es inevitable. Tengo miedo al rechazo. Miedo a su respuesta. Miedo a las consecuencias. Miedo a perderlo. Miedo a romper lo que hemos construido, y que tanto nos costó. Miedo a salir herida, y con ello; miedo a la mentira. Tengo miedo a él y a nadie más. Porque es David. Y estoy enamorada de él.
—¿Por qué me tienes miedo? —pregunta en voz baja, y por el rabillo del ojo veo que se levanta de su silla para tomar asiento sobre el colchón al frente mío. No quiero mirarlo. No cuando hasta eso podrá delatarme.
Trago saliva, viendo cómo mis dedos tiemblan. «Ahora no, Natt. Ahora no... no es el momento...»
—Ese es el secreto... —contesto, y mi voz suena ronca. Aclaro mi garganta para que pudiese comprenderse mejor—, ese es el secreto que no quiero revelarte.
Siento sus manos sobre mí. Una, sujetándome apenas de la barbilla como ocurrió horas atrás, y la otra tomando mis dedos temblorosos. Los aprieta dándome calor al mismo tiempo, puesto que están fríos, y me obliga a alzar la mirada para encontrarme con la suya. Eso termina haciéndome peor.
—Natt... ¿Hice algo mal...? Por favor, necesito que me lo digas.
Sí. Definitivamente, termina haciéndome peor. Que me observe de esta manera, cuando por sus ojos se ve..., herido; no es algo que me guste realmente. Necesito decirle algo. Necesito que sonría. Necesito que lo haga; verlo triste no me hace para nada feliz.
—Tú no hiciste nada... —digo, muy despacio—, el problema no eres tú. Soy yo, David... Soy yo. Desconfío en los demás y eso hace que te tenga miedo... Miedo a que no seas diferente.
—¿Diferente en qué sentido?
Desesperación. Eso es lo que noto. Desesperación. Desesperación porque no lo digo de una jodida vez para acabar con todo.
—Sé que... —Suspiro, intentando librarme de aquella presión tan conocida que amenaza con asfixiarme; de aquella presión en el pecho que no quiero enfrentar nunca más ante situaciones como éstas—. Sé que solamente conozco una parte de ti, y ese David Janner no me da miedo... Para nada. De verdad... Pero sí le temo a eso que no llegué a conocer; a lo que no sé cómo es realmente.
—¿Qué es lo que no conoces de mí, Natt? —me pregunta, sin soltarme todavía. De todos modos, no quiero que lo haga—. ¿Cuál es mi parte "misteriosa" para ti? ¿Qué es lo que no conoces?
Desde mi interior surge una voz que me susurra que ya no más. Que no puede soportarlo ni un momento más; que toda aquella frustración que he acumulado con lo que siento en este momento no puede retenerse más. Que no puedo retenerlo más. Y no lo hago. Con una exhalación, y unos cuantos sollozos, lo dejo ir. Dejo irlo, a todo, por medio de mis lágrimas. Bañan mis mejillas, deslizándose hasta llegar a sus dedos. Él las elimina, sin dejar de observarme a los ojos, y se me oprime el corazón. No puedo. No puedo, y esa es la peor parte. No puedo hacerlo. Es más complicado de lo que pensaba.
—No llores... —susurra—. Natt, dime qué pasa.
Toma ambos lados de mi rostro, no permitiendo así que tuviese la oportunidad de evitar su mirada. Al mismo tiempo sé que está bien que lo haga; ya que no quiero dejar de contemplar sus ojos nunca. El café es la combinación de todos los colores.
Así que le contesto.
—Esto... —Fue apenas un murmuro, donde perdiéndome en su mirada, aquella que tanto recordé en mis sueños y noches en vela, dejo mi mano derecha sobre su pecho; a la altura del corazón—. Esto es lo que no conozco, y lo que a la vez me asusta.
Algo cambia en él, y puedo afirmarlo con tal seguridad que no poseo para otras cosas sólo porque sus ojos me lo dicen. Están diferentes. Me gustaría saber de qué manera se han alterado.
—¿Por qué dices que no lo conoces? —pregunta, inclinándose unos centímetros hacia mí—. Lo irónico es que eres la persona que más lo hace.
—No lo he comprobado yo..., y tengo miedo. Por eso mismo tampoco quiero comprobarlo. Es una estupidez, pero tengo mucho miedo, David.
—¿Qué tienes que comprobar?
—Pues...
Algo me dice que como los demás, no se pondrá en mi lugar. De todos modos, me veo obligada a continuar:
—Si es frío..., si está débil..., si es fuerte... —Hago una pequeña pausa, donde sólo me debato en su soltarlo o no, y me decido—. Si me lastimará...
Antes que mis propios pensamientos puedan tomar lugar en el silencio que creí que se formaría, él dice:
—Nunca te lastimaría, Natalie.
—Todos dicen lo mismo... —le contesto—, y por medio de tu corazón sabré si eres diferente...
—Ya me conoces.
—Pero no lo suficiente.
Sus pulgares acarician mis mejillas, y por más que me guste al mismo tiempo pienso que tenerlo tan cerca y que esté tocándome no es tan bueno después de todo. Querré cosas que no podrá darme, y lo sabes tanto como yo... Aunque no puedo negar que me encantaría que ocurriese de una vez.
—¿Y por qué tendrías que conocerme más? —Suelta la pregunta, como impaciente, y me digo que es la última cuestión que esperaba que me hiciera.
—¿Es que tienes que saber la razón?
—Sí. No es que tenga que saberla, pero quiero.
—Entonces sigue queriendo —contesto, y me planteo que es la única oportunidad que tengo para apartarlo, y eso intento. Él no cede y termino provocando que se acercase más. Mucho más.
Su nariz roza mi mejilla, y una vez más mi piel hormiguea donde él se detiene. Me digo que no es el momento de nuevo. Me lo digo, una vez tras otra, pero también pienso que tal vez no sea momento para aquello, pero ¿para esto? ¿Quién ordena que no? Además, no puedo soportarlo más... Debo hacerlo. Debo hacerlo.
Echo la cabeza hacia atrás, para mirarlo mejor, y me lo encuentro con los ojos cerrados. Veo sus pestañas, sus pómulos y sus labios. Especialmente sus labios. Y me acerco, muy despacio. Al comienzo logra ser apenas una caricia, aunque no es suficiente. Busco su boca con la mía, para poder pasar el siguiente paso, aunque se me adelanta. Y se aparta. Y me deja con las ganas.
—Los amigos no se besan, Natt —murmura antes que pudiese replicar, y ansío darle un par de puñetazos—. Aunque debo admitir que sí me gustaría que fuésemos la excepción... Pero, aquí, cuando no estás bien, no.
—Pero yo...
—Todavía no... Además, pienso que no sabes lo que haces.
Abre los ojos por fin, y llega a divisarme frunciendo el entrecejo.
—Hace veinticuatro horas no estaba consciente —le recuerdo, como si no lo hiciera—, ahora sí.
—Y hace veinticuatro horas estabas por morir —agrega, como si yo no lo tuviese presente en mi memoria. Qué estupidez—. Ya le he dicho a Luke que me importa más tu salud; que un beso.
«Janner, eres un imbécil.»
No obstante, no lo digo en voz alta; y considero que lo mejor será cambiar de tema. Le pregunto si sabe algo sobre mi abuela Isabella, retrocediendo un poco más, y me contesta que sí. Había llamado ayer por la noche que ya había llegado a casa cuando yo me había dormido, y también dice que le pidió que se quedara allí; que él me cuidaría. Estoy intentando ver si ha sido una buena o mala idea, ya que tiene parte de ambas.
—Y... ¿cómo se tomó lo del... accidente?
—No tan mal que digamos, porque sabía que despertarías desde un primer momento. Aunque, al igual que yo, no le gustaba para nada verte de la manera en la que te encontrabas.
—Admite que sigo viéndome desastrosa, tampoco debe gustarte mirarme así. Estoy igual, pero despierta. Es prácticamente lo mismo.
—No admitiré algo que no sea cierto —contesta, repitiendo mis palabras, en un tono más agudo de lo normal queriendo imitar mi voz.
No me detengo al momento de rodar los ojos.
—Para mí sí es cierto.
—¿Cómo lo sabes? Si no te has visto.
—No debo tener un espejo para confirmarte lo obvio, Dumbo.
—Pero no estás fea —insiste—. Tampoco lo eres.
Aparto la mirada, mientras murmuro un «mentiroso» que sí es capaz de escuchar. No le tomo importancia, y se hace el silencio. Yo lo interrumpo de una manera un tanto peculiar: bostezando. Él me dice que debería regresar a la banqueta para dejarme dormir, y contra todas las advertencias que me farfullan vocecitas extrañas en mi cabeza, le pido que viniese conmigo.
—¿A qué te refieres? —inquiere, tras abrir los ojos más de la cuenta.
—Pues, que vengas aquí... —Le doy algunas palmadas al colchón—. Y no acepto un «nos vamos a caer» como respuesta. Cierras el pico y vienes.
Parece no terminarle de convencer.
—¿Por qué? —pregunta—. ¿Por qué quieres que esté allí contigo?
Me encojo de hombros, sabiendo que lo que diré no es una mentira, pero tampoco una verdad sin nada oculto detrás.
—Solamente quiero dormir estando a tu lado.
Una vez que logro hacerme a un lado, él decide obedecer. Mientras tanto, dice, cosa que me hace sonreír:
—Creo que te ha picado algún bicho extraño.
Me recuesto, de nuevo, sobre mi hombro derecho para que hubiese más lugar, y él sobre su hombro izquierdo; quedando así frente a frente.
—Gracias por todo... —susurro, no mucho tiempo después—. De verdad. Gracias por todo lo que has hecho por mí.
—No tienes que agradecerme nada.
Entonces me sonríe, y es lo último que recuerdo antes que mis párpados se cerraran de una vez.
☀ ☀ ☀
Los días fueron pasando, de manera muy, muy lenta; y cada vez se hacía más y más tedioso el tema de seguir en el estúpido hospital. No obstante, no sólo para mí, sino que para todos. Mi abuela, por ejemplo, no podía permanecer tranquila sabiendo que no estaba (y no estoy) en casa. David no quería separarse en ningún momento de mí. Mis amigos se veían cansados en tener que visitarme todos los días; y les comprendo... ellos no eligieron que sucediera el accidente. Pero, por otro lado, también me molesta porque al ser mis amigos; tendrían que ayudarme. Y no venir de mal humor. Excepto Luke. Él venía bastante animado, y eso me alegraba mucho. De todos modos, debo admitir que a nadie le gusta ir a un hospital todos los días, ¿verdad? Bueno, al menos que sea tu trabajo... En nuestro caso estamos de vacaciones. Yo estoy obligada hasta mañana, y los demás es obvio que no, pero de todas maneras siguen viniendo. Ya les dije que puedo quedarme sola, pero David se niega rotundamente a eso, y no quiere decirme la razón exacta. Yo me puedo cuidar sola. Además, están los médicos... ¿qué podría llegar pasar?
—¿Estás bien...? —pregunta Victoria, sacudiendo su mano delante de mí, queriendo llamar mi atención. Sacudo la cabeza.
—Eh, sí —digo—. ¿Por qué?
—Te quedaste mirando un punto fijo... así, de repente. Eso asusta. Y bueno, no respondías a lo que te pregunté.
—Lo siento..., estaba pensando. ¿Qué has preguntado?
Hace un ademán para que no le tomara importancia.
—Era por si tienes hambre. Es hora del almuerzo, si quieres puedo llamar a alguna enfermera.
—Ah, no; gracias. No tengo hambre.
Lo cual es raro. Debo admitir que la comida del hospital es asquerosa, pero con tal que mi estómago deje de gruñir soy capaz de comer son rechistar. Hoy no es el caso, no estoy hambrienta. Y, como digo, es raro.
Después hablamos sobre qué hacer cuando por fin deba abandonar el lugar. Yo digo que lo mejor será, hasta que recupere la fuerza de mis piernas, reunirnos en mi casa. Ella acepta, y por medio del grupo que tenemos de WhatsApp les avisa a los demás que mañana nos iremos todos directo a mi domicilio. Nadie dice que no, pero David da a entender que es una mala idea. Todos mis amigos están esperando fuera del cuarto, él incluido. Contesta que deberían darme un poco de tiempo para estar tranquila en casa, y yo grabo una nota de voz respondiéndole que no sea idiota y acepte porque tampoco es que vayan a estar todo el condenado día en mi casa. Escucho la risa de Luke Crawley proveniente del pasillo, y sonrío.
Minutos más tarde es cuando el doctor que estuvo atendiéndome ingresa al cuarto, con una carpeta entre sus manos. Le pide a mi amiga que por favor nos deje a solas, y ella obedece casi de inmediato.
—Buenos tardes, por cierto —me dice.
—Hola —lo saludo yo—. ¿Pasó algo malo?
No es de venir a verme, lo cual me sorprende un poco. En una ocasión dijo que estaba bastante bien y que por ello no era necesario visitarme todos los días, ya que si algo ocurría no era algo que las enfermeras no pudiesen solucionar solas. La parte jodida fue dentro del quirófano.
—En realidad... —comienza, mirando lo que trae—, no. Estos son los estudios que estuvimos haciéndote... —Me extiende aquellos papeles, y con mi mano buena los tomo. Les echo un vistazo, sin comprender nada de nada, y se los devuelvo—. Lo único que no está correctamente es tu brazo fracturado, pero dentro de unas semanas ya mejorará. No tendremos motivos para tenerte aquí, sabes.
—¿Y mis piernas?
Considero que eso es lo que nos preocupa a todos, aunque nadie lo diga en voz alta a excepción mía.
—Sólo tendrás que caminar unos días con ayuda. Me dijeron que no aceptabas manejarte con silla de ruedas, aunque de todos modos no es un inconveniente. No será por mucho tiempo, no te preocupes. Es hasta que te acostumbres a tu peso, luego de tantos días sin darles movilidad.
—Pero sí podré volver a caminar yo sola, ¿verdad? —Él asiente con la cabeza, ante lo que suelto un suspiro de completo alivio. Vamos avanzando—. Entonces..., ¿sí tengo permitido irme mañana?
—Estuve pensándolo, y puedo darte hoy el alta. Ya no tienes nada que hacer en este lugar. Mi trabajo contigo, ya finalizó; no hay nada que pueda solucionar. Con el paso de los días... —Señala mi brazo y luego ambas piernas—, ya estarán mejor. Ya verás.
«Al fin, al fin, ¡al fin!»
—¿A qué hora podré irme? —pregunto, intentando no demostrar mi emoción. No creo conseguirlo como esperaba.
No me contesta, sino que sólo se acerca a la camilla. Deja aquella carpeta de plástico sobre las sábanas, y con cuidado comienza a retirar la venda que tengo todavía alrededor de mi cabeza.
—¿Ya no duele? —cuestiona—. ¿Sientes molestias?
—No, estoy bien —respondo.
Así que, dos horas y media más tarde, ya me encuentro vistiendo de mi ropa y no aquella cosa asquerosa llamada bata (me hacía sentir muy desnuda. No entiendo cómo he podido verle la cara a David usándola). Mi abuela fue la que me trajo varias cosas para que eligiera qué ponerme, aunque no le vi necesario. Cualquier cosa que trajese sería mejor que lo que vestí los últimos días. En este momento, Janner es el que está ayudándome a levantarme de la cama. Creo que es el único al que le permitiría ayudarme con esto.
—No dudaré en romperte la cara si me sueltas —le advierto, mirándolo directamente a los ojos, sin vacilar.
—Creo haber prometido hace tiempo que no te dejaría caer —dice.
Ante lo que le contesto, una vez que ya estoy entre sus brazos:
—Pues con más razón. Debes cumplir tu palabra.
—Siempre lo haré.
—Eso espero —murmuro, mientras me sujeto de su hombro con más fuerza. Comenzamos, de a poco, a caminar—. Eh... creo que no podrás tú solo... desgraciadamente.
—Sí que puedo —contesta—. ¿Quieres que te cargue?
Alzo una ceja.
—¿Como un saco de papas? Así, ¿como lo habías hecho ya una vez? Muchas gracias, pero no. Paso de eso.
Al parecer ignora mi comentario, porque me lleva de nuevo hacia la camilla hasta dejarme sentada allí de nuevo. Se da la vuelta, y se inclina para que pudiese subirme a su espalda.
—No lo haré —aviso, cruzándome de brazos. En realidad, eso es lo que intento; ya que tener uno enyesado no es de mucha ayuda.
—Natalie... sé que quieres irte de este hospital tan rápido como yo, así que deja tu orgullo de lado y súbete.
Bueno... eso es cierto. Debo aceptarlo.
Así que lo hago, como le comuniqué que no haría. Sale de la habitación, aquella que no extrañaré para nada, y en el corredor nos encontramos con todos los demás: Luke, Chloe, Victoria, Christopher, y claro; mi abuela.
Avanzamos en silencio. Una vez que llegamos al ascensor, tuve que rezar para no darme la cabeza contra el techo. Por suerte no ocurre.
Vamos, sin decir ni una palabra, mientras que yo recorro con la mirada todo aquello que pasamos. Estuve aquí dentro dos semanas y ni siquiera pude llegar a conocerlo. Una vez Luke se ofreció a hacer un tour por el hospital, pero me negué porque debía ir en aquella silla de ruedas y sentarme en una era lo último que quería. Me recordaba demasiado a Will Traynor, y de más está decir que no quería pensar en momentos como ese a mi personaje favorito. Para nada, por más que lo amara demasiado.
Estamos a tan sólo unos metros de la salida, y yo cabeceo de un lado hacia otro observándolo todo. Hasta las lámparas que están sobre mí. No obstante, hay algo que llama completamente mi atención. Es un rostro. Y bastante familiar. Por lo que, señalándolo sobre el hombro de David, inquiero:
—Ese de allí..., ¿es Mathias? ¿Mathias Jackman?
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro