60. ❝Realidad❞🌙
Definitivamente, tuvieron que haberme vendado la boca y no la cabeza. ¿Cómo es que fui tan estúpida? ¿Cómo pude decirle que todo lo de él me gusta? Estoy segura que empezará a burlarse de mí. Sí, eso hará. Y, por más que haya quedado claro, déjame decirte que aquello es lo que menos quiero que suceda. Espero que no lo haga. Pero sí, lo hará. Lo presiento.
—Olvida eso —le digo, antes de que las palabras salieran de su boca.
El David que había contemplado por los últimos minutos se desvanece, y aparece uno en su lugar un tanto diferente que tiene el entrecejo fruncido. Mientras se produce el cambio, yo provecho para alejar mi mano de su rostro. Fue contra mi voluntad, debo admitirlo. Sí quería tocar sus lunares como una imbécil psicópata que los observa con admiración, pero al mismo tiempo no pude contenerme y lo hice. No me quejo. Me gustó también. Pero repito que fue contra mi voluntad por más que no lo parezca.
—¿Por qué? —pregunta.
—Tú... tú sólo olvídalo, ¿sí? Estoy hablando..., sin pensar. Siempre hablo, lo arruino todo y después analizo las palabras... ya me conoces. Así que deberías olvidarlo.
Sólo hace rodar los ojos, y eso me molesta un poco. No entiendo cuál es su problema. Es más, todo estaba ocurriendo muy bien... hasta que yo hablé, claro. No es raro, la verdad. Ya me lo esperaba venir. Cuándo no yo digo cosas que no debo, a ver, ¿cuándo no?
—¿Estás molesto? —le pregunto, mirándolo directamente, y como respuesta aparta la mirada. «Pero mira lo que tenemos aquí... hoy estamos inmaduros»—. David, ¿cuántos años tienes?
Sé que debería quedarme calladita, pero es inevitable.
—¿Y tú, Natalie? —suelta, mirando la pared—. ¿Estás bien?
¿Acaso eso fue una indirecta?
¿Quiere preguntar si estoy bien porque, si no lo estuviera, quiere decir que por eso digo las idioteces que digo?
La verdad es que tiene sentido.
—Pues, dímelo tú. Lo que veas te contestará.
No es que crea que tras un accidente automovilístico alguien quedara como recién salido del salón de belleza, y por esa misma razón se lo he dicho. Ya verá si es que me siento bien realmente.
Voltea hacia mí, y supe que mis palabras tuvieron el efecto deseado. Aunque no esperara que lo hiciese de verdad, de todos modos.
Sus ojos me recorren, y en parte lo detesto. Me siento desnuda. Que me mire de esa forma no ayuda demasiado, así que no sé para qué se lo dije. Debería aprender a hacer silencio un largo rato.
—Pues... —dice, comenzando—. Yo sé que no estás bien en todos los sentidos, pero como me hablas das a entender que por lo menos una parte tuya salió intacta. No me sorprende, la verdad...
Quiero alzar una ceja, aunque no lo consigo.
—¿Estás insultándome?
—Sólo estoy diciendo que estás de humor. No sé qué tiene de malo.
Me pregunto qué se supone que le pasa. Durante los minutos que acaban de pasar, realmente se ha transformado en otro David... Aunque no fue mi intención que eso pasara. El doctor me dijo que estoy internada hace una semana. Y una semana sin hablar fue mucho tiempo... Ahora que tengo la oportunidad, tiro todo de sopetón y no lo controlo. En serio. No es que lo haga a propósito para verlo ser otra persona; una no tan agradable.
—Está bien... —digo, deseando no traicionarme más a mí misma—. Lo siento... No fue mi intención.
Suelta un suspiro, tal vez diciéndose por dentro que está harto de mí, e intento sonreírle para que las cosas no empeoren. No me devuelve la sonrisa, y no sé si sentirme desilusionada o creer que una parte mía sabía que eso no pasaría por más que lo quisiera.
—Estás disculpándote mucho... —masculla—. No lo hagas.
—Oh... sí, es verdad. Lo siento.
Me muerdo la lengua al darme cuenta lo que hice. Y deseo darme una bofetada cuando estoy a punto de decirlo una vez más.
De todos modos, realmente se merece mis disculpas... Está aquí conmigo cuando nadie se lo ha pedido. Estuvo ayudándome cuando no me lo esperaba. Me ayudó a poder llevarlo todo de una mejor manera, haciéndome creer que él me rescataría. Porque, yo considero que eso es lo que ha ocurrido. Lo último que recuerdo fue a él. A él y la persona maravillosa que me he topado en el camino... Y, cuando me desperté... lo único que quería era encontrármelo a él... como en mis sueños. Que David los haya protagonizado ha hecho que quedara sujeta a él de una manera diferente. Y eso me encanta.
Durante los siguientes segundos veo cómo recorre el dormitorio con la mirada, como si lo desconociera. Yo sé que en realidad no lo hace. Por lo que, antes que corriese demasiado tiempo, le digo:
—Mi abuela me lo contó.
Aquellos ojos cafés vuelven a conectar con los míos, y creo ver atravesar un destello de esperanza por ellos. Esperanza...
—¿Si? —inquiere, y es imposible no notan la ansiedad en su voz—. ¿Qué fue lo te que contó?
Le sonrío.
—Lo que he podido darme cuenta yo mucho antes del maldito accidente. Que eres increíble.
Ante su expresión, que da mucho de qué desear, agrego:
—Que no me dejaste sola en ningún momento. Eso me dijo.
Suelta un suspiro, y en parte no lo comprendo. Luce tanto aliviado como desilusionado, y no logro comprender por qué.
—No quería hacerlo... —contesta—. Apenas podía soportar la idea de perderte...
Sin poder evitarlo, le sonrío.
—Necesitan más que atropellarme para deshacerse de mí.
Si esperaba una sonrisa de su parte, no lo consigo. Sólo me observa. Me observa como aquella persona que me vio en mis peores momentos, que encontró en mí lo que otras personas ignoraban... el único que se animó a ingresar a mi vida a pesar de todos los riesgos. Y se lo agradezco. Y lo haré siempre. Y no podré devolverle nunca el favor. Porque nada de lo que yo haga está a su altura.
—Te quiero —confieso, esperando alguna reacción de su parte. Después me doy cuenta que es lo único que soy capaz de darle: mi cariño—. Te quiero, David... Te quiero.
Y sí sonríe, aunque no resultó ser tal como lo esperaba. Algo me oprime el corazón, aunque lo ignoro. Ignoro todos mis dolores y pesares y lo repito.
—Yo también, Natt... —contesta, acercándose un poco—. Te quiero.
Busca mi mano con la suya, y me da un leve apretón. Sin embargo, lo veo hacer una mueca al mismo tiempo. Enarco una ceja, y desciendo la mirada hacia nuestras manos. La suya está lastimada. Veo que tiene cortes en los nudillos y se ve... diferente.
—¿Qué te pasó? —le pregunto, queriendo acercarla a mi rostro para ver mejor, pero no me lo permite.
—No te preocupes —dice en respuesta—. Estoy bien.
—No te pregunté cómo estás —espeto, arrepintiéndome después. Eso me hizo doler un poco más la cabeza, haciendo que latiera de manera más insoportable—. Quiero saber qué ocurrió.
—Pues... —Suspira—. Sé que no podré contra ti, de todos modos... Le he dado un puñetazo a mi ropero. No pasa nada, de verdad.
—¡¿Que hiciste qué?! —Mi propia voz resuena en mis oídos, provocando que cerrase los ojos con fuerza. «Tranquila, Natt... es por tu bien.»
—¿Te sientes bien? ¿Quieres que vaya a buscar al médico?
—No intentes salvarte de ésta... —gruño, con los dientes apretados.
—No estoy intentando salvarme de nada... —replica, aunque no me lo creo. Debo decirle, intentando evadir el tema de su mano, que no interesa el maldito médico y que se quede conmigo. Él me dice que de todos modos no se irá, aunque que cree necesario que el doctor me vea. Si no pongo los ojos en blanco, es para evitar el dolor.
—David...
Me interrumpe.
—No. Mira, allá afuera está Luke. Me asomaré y le diré que lo vaya a buscar, ¿bien?
Ante aquella mención se torna imposible no sonreír.
—¿Luke? —pregunto—. ¿Él está aquí? Quiero verlo. ¿Puedes decirle que venga unos minutos y olvidarte del condenado médico? Muchas gracias.
No dice nada, aunque sí asiente con la cabeza. Se ve que de todas formas no está muy convencido, así que agrego después:
—Luego me gustaría que vinieras tú de nuevo.
«Y estarás obligado a explicarme qué te inspiró a darle un jodido puñetazo al armario. ¿Es que acaso te falla, Janner? No me lo esperaba de ti.»
De más está decir que decido no pronunciarlo en voz alta.
—Está bien —contesta entonces, y noto que duda por unos momentos. Después, se decide por acercarse y darme un beso en la frente; sobre la venda.
Abandona el cuarto, y por primera vez tengo la oportunidad de observar con detenimiento todo aquello que me rodea. Sin embargo, tampoco es que pueda verse mucho. Estoy en una habitación de hospital. Lo único interesante es que hay una silla de plástico al lado de mi camilla, y con lo que me ha contado mi abuela y lo que ha aceptado David; no se necesita mucho para imaginármelo a él sentado allí esperando por que abriese los ojos.
La puerta se abre irrumpiendo en la imagen que pudo dibujarse en mi cabeza, y Luke Crawley se asoma. Después no duda e ingresa, cerrándola detrás suyo.
—Natt... —dice, largando un suspiro al mismo tiempo—. Joder, al fin.
—Hola para ti también, amigo —contesto, sonriendo aún, dejando de lado el dolor de cabeza. Me preocuparé por ello más tarde.
—Qué hola ni hola —responde, acercándose a la cama—. Nos tenías preocupados a todos, pitufa. A todos.
«¿Debería disculparme, a pesar de no recordar cómo ha ocurrido todo? ¿A pesar de no saber cómo he terminado en un estúpido hospital?»
—Pues... —comienzo, no sabiendo qué decir realmente—. No ha sido mi intención.
—Da igual, ya pasó —suelta, encogiéndose de hombros, y no es que me sorprenda—. A ver, dime; ¿qué se siente estar en coma?
—Bueno... Vi una luz al final del túnel...
Sus ojos se abren con sorpresa, y noto que está un tanto emocionado. Sí, emocionado. Seguramente me preguntará por todas las aventuras que he atravesado estando inconsciente.
—Oh, ¿en serio?
—No, imbécil.
Pareciera que él se entrena para decir tantas estupideces.
—No es para que me insultes... —murmura—. Yo sólo quería saber...
Si no sigo la conversación por ese camino es porque sé que le estaría dando unos cuantos golpes más tarde.
—¿No deberías estar en el internado? —inquiero entonces.
Además, lleva puesto el uniforme.
De a poco se recompone.
—Quería venir a verte... —responde—. Además, como supe que TU David se encontraba muy mal, quise hacerle compañía.
—Él no es mío —contesto, al haber hecho énfasis en el adjetivo tu—, no hables como si él me perteneciera.
Rueda los ojos de una manera más que exagerada.
—¿El accidente te volvió más lenta o qué, Hofmann?
—¿Cómo me has dicho? —quiero saber, mientras lo fulmino con la mirada. Tendré que pedir muchos medicamentos después. La cabeza me va a explotar.
—Genial —farfulla, mirando a ambos lados—, además de lela; sorda.
Sé que no se cansará nunca de insultarme.
—Es la costumbre, ¿verdad?
—Sí, disculpa, pero es inevitable. Tú no ayudas tampoco.
Decido que debería dejárselo pasar. Sólo por esta ocasión, porque no está bueno pelear con dolores como estos o después de haber sufrido un accidente automovilístico. A decir verdad, por más que el doctor y mi abuela me hayan explicado un poco, no lo comprendo. Ella me dijo que iba a reunirme con Violet, pero sinceramente no lo recuerdo. El médico me dijo que el accidente tuvo lugar el 29 de marzo, es decir; el día que hemos salido de vacaciones. Lo único que sí recuerdo, como he dicho ya, es a David. A David y sólo a él. Bueno... una parte mía considera que él fue el último en estar conmigo antes de que todo ocurriera. Tal vez sea verdad. Estuve pensándolo demasiado, y no me puedo librar de su presencia ni aunque cierre los ojos. Como ocurrió, en realidad. Recuerdo haber soñado con él. Y me gusta que él ocupara semejante lugar en mí, puesto que es lo único que ha hecho que supiese soportarlo de la mejor manera posible.
—Oye... —lo llamo, para hacerle una pregunta—. ¿Sabes si mi prima ha venido a verme, por casualidad?
Supongo que, si estaba por ir con ella, supo de alguna manera lo que ha pasado, y tal vez sepa algo más a comparación de los demás... Pudo haber ocurrido estando con ella. No se sabe.
—Pues... sí vino una chica. No sé quién era, la verdad. Se llamaba Pink... No, espera... Creo que era Blue...
Por más que haya pasado una semana, él no ha cambiado en nada.
—¿Violet, querrás decir?
Se ríe.
—Sí, es verdad. Violet. Lo siento, pero sabía que algo así era.
Yo le sonrío.
—Eres un estúpido... —Intento incorporarme un poco, y extiendo mi brazo derecho. En el otro tengo una escayola. Dicen que me fracturé dos huesos. No quería creerlo, porque al dolerme todo pensé que eran más, aunque bueno. Dos huesos es suficiente—. Ven a abrazarme.
—Cuánto amor —comenta, enarcando una ceja divertido, y termina por acercarse para inclinarse hacia mi dirección. Me rodea con sus brazos, casi sin tocarme, y antes de que yo dijese algo al respecto, lo hace él—. No quiero que Janner me golpee, pitufa. Será mejor dejarlo aquí.
Es inevitable no soltar unas cuantas carcajadas antes de apartarnos, y me olvido del dolor por unos momentos. Es lo que menos importa.
—¿Sabes? —agrega después—. Hay muchas personas esperando por verte. Bueno, no pasan de tres, pero no quiere decir que sean pocas. Creo que debería irme...
—Oh... bueno, ¿vendrás más tarde?
—Lo intentaré. No creo que no pueda, de todos modos.
Así que después de despedirse, se va e ingresa Victoria por unos minutos. Sin embargo, a pesar de ser poco tiempo, he podido sacarle bastante información. Está mucho más cercana a Luke de lo que he visto antes de que todo ocurriera. Y me gusta. Aun así, ella me explicó que él no quiere que sean una pareja propiamente dicha todavía, por el hecho que es muy pronto. Y le entiendo. No quiere que suceda lo mismo que Vic tuvo que pasar con Derek. La verdad es que no creí que Luke fuese capaz de plantearse ese tipo de cosas. Me sorprendió, y mucho. Lo querré mucho más ahora.
Ahora estoy con mi abuela Isabella. Le pido que, por favor, se vaya a casa. Mucho ha tenido que soportar ya, y como estoy bien no debería quedarse la noche aquí conmigo como me dijo que tenía en mente. También le digo que le debería decirle a David que la acompañe, aunque se niega. Dice que no tiene problemas en irse sola. También, ya que se irá, que debo comportarme y hacer lo que me ordenen porque no puedo esforzarme para hacer ningún tipo de cosa. Piensa que quedé inválida o algo así.
—Estaré bien —le contesto—. No te preocupes.
Y entonces se va, tras despedirse con un beso. A los segundos él regresa, ingresando al cuarto nuevamente. Yo le sonrío, y hago una seña para que tome asiento en la banqueta blanca de a mi derecha. David lo hace sin rechistar; mientras que me recuesto sobre mi hombro para poder observarlo mucho mejor.
—Mi hermano te manda saludos —suelta, rompiendo el silencio.
No conozco a ese niño (en el sentido que nunca le he hablado ni nada parecido) y por todo lo que él me ha contado ya me cae muy bien.
—Es Dylan, ¿verdad?
Sé que suena irónico tras que dijera que me agrada, pero es un nombre muy común y no quería meter la pata. Podría haberse llamado tranquilamente de otra forma, y ya me imaginaba a mí diciendo cualquier cosa como una idiota.
Por suerte, asiente.
—Le he contado bastante sobre ti. —Deja sus manos, tanto la sana como la que no, sobre su regazo. Ahora lleva una venda que cubre sus heridas, como yo una en la cabeza—. Ciertamente, durante todo este tiempo, D fue más positivo que yo. Muchísimo más.
Debo admitir que es difícil hacerme esa idea.
—¿Por qué lo dices?
—Pues... porque él me decía todo, todo el tiempo que despertarías... —Por si no lo he mencionado, no estaba mirándome. Hasta hace unos segundos—. En cambio, yo... bueno... fui más negativo que lo que me hubiese gustado, sinceramente.
—¿Como yo?
Suelta un suspiro, sin dejar que sus ojos vieran otra cosa que no sean los míos. Yo lo observo esperando su respuesta.
—Algo así... aunque no lo consideres como un insulto o algo similar. Sólo tenía miedo. Mucho miedo..., a que no sobrevivieras.
—Tener miedo no significa ser negativo.
—No, pero por culpa de ese miedo; veía el lado malo de las cosas. ¿Sabes? Es irónico, porque yo estuve durante siete meses diciéndote que debías ser positiva y pues, mírame a mí.
—David... durante esos siete meses, ninguno de los dos corríamos peligro. No digas esas cosas, sabes que no fue tu decisión. Sólo no podías controlarlo, y te comprendo.
—Da igual —murmura—. Terminé siendo algo que no debía ser.
—Sólo fueron unos días...
Podría haber sido mucho peor.
—Sí, Natt —contesta—. Sólo fueron unos días, aunque se me han hecho interminables.
—Por lo menos ya ha terminado.
No sirvo mucho para este tipo de cosas.
—La verdad es que sí, y lo agradezco mucho. De todos modos, no digas nada más. Tienes que dormir. Me dijiste que te dolía la cabeza.
—Sí, pero podré soportarlo un poco más. Quiero hablar contigo.
Veo que sonríe, pero no dará su brazo a torcer.
—Tendremos todo el tiempo del mundo para conversar. Ahora, por favor, duerme un poco. Estaré contento al saber que sí despertarás. No pasa nada, ¿bien? Duérmete.
La verdad es que sí pasa, y mucho. No quiero dormir sabiendo al mismo tiempo que él ha querido que despertara desde el primer momento. Dormir por mi condenado dolor de cabeza sería un tanto egoísta de mi parte, y masoquista del suyo. Sé que podré soportarlo un rato más. No digo que lo haré de la mejor manera, pero podría intentarlo.
—David...
—Natalie. Es en serio, duerme. Lo necesitas.
No me queda otra opción más que aceptar para que no haya problemas.
—Bien. —Me tienta demasiado poner los ojos en blanco, aunque no lo hago; porque no puedo—. Sólo con una condición...
—¿Cuál?
—Que te quedes aquí —respondo.
—Ya te dije que no iba a dejarte sola.
Empiezo a susurrar, sólo para mí, que no me refería a eso; y muy lentamente me muevo sobre el colchón hasta dejar un espacio libre. Él, enarcando una ceja, pregunta:
—¿Qué haces?
—Pues, tú también debes dormir. Te hice un lugar para que vinieras conmigo... Por lo que veo, tienes que dormir más que yo.
Se niega casi de inmediato.
—No, no. No es necesario; podré dormir en la banqueta... Además, me parece que no entraremos los dos ahí.
—Si no intentamos, no sabrás si entramos o no. Vamos, ven aquí.
—Natt... —Se oye un suspiro cansado de su parte—. Necesitas espacio, tienes el brazo enyesado y también el suero; no será buena idea.
«¿Por qué sospechaba que algo así ocurriría?»
—Está bien —acepto, de mala gana. Ocupo el lugar que había hecho para él—. Si cambias de opinión y te das cuenta que la silla en la que estás es incómoda... —Señalo el objeto—, te joderás porque yo te lo dije.
En vez de sentirse ofendido o algo similar, se ríe. Y me gusta que se lo tome con gracia. Su risa es muy bonita. Recuerdo haberla oído en sueños, llevándome poco a poco a la realidad. Recuerdo su voz, esa misma que en estos momentos me pide que me calle y duerma de una vez, y después sus labios. Sus labios contra los míos, como ahora no está ocurriendo. Sólo está besando mi mejilla después que yo he cerrado los ojos.
Pienso en los sueños que tuve. Pienso en todos y cada uno de ellos antes de dormirme, y es inevitable no hacerlo con una sonrisa.
☀ ☀ ☀
Me muevo, incómoda, en la cama de hospital aún con los ojos cerrados. Necesito la mía, no ésta cosa. Es horrible. No creo que pueda soportar más tiempo aquí, sinceramente... Quiero ir a mi casa.
—Estúpida camilla —gruño, dejando mi mano derecha sobre mi estómago. Lo que también me incomoda es tener el maldito yeso en el antebrazo izquierdo. No sé cómo haré para vivir con esto el tiempo que se supone que sea el necesario.
Abro los ojos, muy lentamente, esperando ver a David a mi lado. Una vez que volteo y no lo veo, miro hacia todas las direcciones buscándolo; creyendo a la vez que no ha cumplido con su parte del trato. Si es que puede llamársele trato a eso que hemos hecho.
—Tranquila, estoy aquí.
Escucho su voz, y me calmo un poco. Luego, veo asomarse un brazo por el lado izquierdo de donde me encuentro recostada. Logro inclinarme un poco, y me encuentro con que él también está acostado..., en el piso.
—¿Qué haces ahí? —pregunto, sabiendo que no podré extender mi mano para que la tomara y ayudarlo así a levantarse.
—Era mejor dormir aquí, que en la silla —contesta.
Alzo una ceja, aunque no lo nota. La venda blanca lo impide.
—Yo te ofrecí dormir sobre un colchón y me has rechazado..., ¿para dormir en el suelo? ¿Quién te entiende?
—Admite que seguramente dormí más cómodo yo, que tú.
—Bueno..., probablemente tengas razón...
Una vez que logra ponerse de pie se sacude la ropa, y va hacia la silla. Desde allí, me pregunta si de todos modos he podido dormir bien.
«Hubiese sido mejor si lo hacía a tu lado.»
—Eso creo —digo en su lugar—. Ya no me duele la cabeza.
—Es un avance.
—Sin embargo... —comienzo—. No creo que de avance tenga mucho. Me aburriré aquí, ¿sabes? Quiero irme cuanto antes.
—Hablé con el doctor mientras dormías —confiesa, mirándome mientras intento sentarme, e interviene para ayudarme. Coloca las almohadas de manera que pudiese poner la espalda contra ellas, y se lo agradezco en un susurro. Vuelve a su lugar, y sigue—. Me dijo que, si todo sigue bien, dentro de una semana te podrás ir a casa.
Suelto un bufido.
—Siete días es mucho...
—Pero me tendrás a mí y a los demás para conversar.
—No creo que te quedes las veinticuatro horas del día conmigo, David.
Se encoge de hombros.
—¿Por qué no? Ya lo he hecho; una vez más no hará nada malo.
—Pero tienes una vida —le recuerdo—. No quiero que estés encerrado aquí igual que yo.
—Quiero estar contigo... —responde, y mi corazón da un vuelco. Después, maldigo mentalmente. «No es de la manera que piensas, Natalie. Cálmate»—. ¿Sabes realmente cómo he estado estos últimos días? No voy a perder la oportunidad para estar junto a ti.
Por más que quiera que se quede conmigo, sé que no debería al mismo tiempo. Es decir, estamos en vacaciones. No quiero que se sienta obligado a estar aquí cuando puede aprovechar el tiempo para hacer otras cosas más importantes.
—En el internado nos veremos todos los días —suelto, tirando de las mantas para cubrirme más—. Y una vez que salga de este mugriento lugar, también. No te preocupes por mí, David...
—No quieras continuar porque me quedaré, Natalie.
Decido no seguirla. Contra él no podré ganar; no logrará entrar en razón. Aunque sí debo admitir que en parte me gusta. Y mucho. De todos modos, no dejo de ser algo egoísta. Sé que no está bien, pero joder, se trata de David. De más está decir que quiero que me acompañe cuando no estoy pasando por un momento bonito..., como ha ocurrido otras veces. Lo necesito conmigo. Lo quiero conmigo. Lo demás no me interesa.
—Para pasar el tiempo creo que deberíamos jugar a algo —dice, tras unos instantes de silencio donde en realidad mi mente decía mucho. Por suerte nadie más puede oír mis propios pensamientos. Por suerte él no puede.
—¿A qué? —inquiero, algo desinteresada; hasta que algo se me ocurre tiempo después—. Oh, ya sé. Empezaré yo... Veo algo color blanco.
—Todo es color blanco, Natalie —es su respuesta.
—Eso lo hace más difícil.
—De todas maneras... no creo que eso sea lo más conveniente. Estaba pensando en otra cosa.
—Ah, ¿sí? ¿En cuál?
—Creo que podríamos hacernos algunas preguntas. A pesar de todo, hay cosas del otro que no conocemos.
Me lo pienso por unos momentos, queriendo ver si realmente podremos sacarle provecho de la situación.
—Está bien, creo que será divertido... —digo entonces—. Comienza tú.
—Lo mejor será no hacer preguntar comunes, ¿sabes? Nada de color favorito, o de esas cosas. De todos modos, como si no las supiéramos...
Asiento con la cabeza, dándole a entender que estoy de acuerdo, y le doy unos minutos para que lo piense. Una vez que sabe lo que preguntará, con una sonrisa, lo suelta:
—¿Qué ha sido lo más vergonzoso que te ha pasado?
«Debe ser porque sabe que me pasan cosas penosas cada tanto.»
—Pues, es difícil... —le digo, y dice que esperará lo que sea necesario. Así que hago memoria, e imágenes de lo ocurrido cuanto tuve siete años llegan a mí. Me río antes de poder contarlo siquiera—. Una compañera de mi escuela había ido a casa una vez, y mi madre estaba tendiendo la ropa... Y, entre esa ropa, estaban mis bragas de Dora la Exploradora... Llegó el lunes y se lo contó a todos. A todos, sin excepción. Hasta la maestra lo sabía... Me llamaban braguidori, y lo detesté. Por eso los odio a todos.
Él no demora en encontrarle la gracia y reírse a carcajadas. Y lo espero, en silencio, pensando que no es para tanto. Sin embargo, al parecer sí para David. Le digo que pare, tras golpearle con brazo sano, y me contesta que a partir de hoy me llamará de esa manera. Lo amenazo, diciéndole que, si lo hace, lo echaré y no podrá ingresar a la habitación nunca más.
Deja de reír. Para dejar el tema detrás, me apresuro en hacer mi pregunta.
—¿Hay algo de mí que te moleste? Además de mi «negatividad».
Aun sonriendo por lo que acaba de pasar, me responde:
—Sí. Me molesta muchísimo que no sepas captar indirectas.
Incrédula, le suelto:
—¿Ahora tú también me llamas lenta?
Alza una ceja en mi dirección.
—¿Quién te ha dicho así?
—Crawley, quién sino.
—Bueeeno, eres muy lenta en ocasiones; admítelo.
No me conoce si piensa que lo haré. Pareciera que los dos se hubiesen puesto de acuerdo para decirme aquellas cosas que sé, pero que nunca diré en voz alta que soy consciente de ellas. No sé si puedes entenderme.
—Es tu turno de preguntar, David.
Él pone los ojos en blanco, y piensa la siguiente pregunta.
—¿Te arrepientes de algo que has dicho, o que has hecho alguna vez?
Eso es bastante fácil.
—No.
—¿Estás segura? —«¿Acaso debería no estarlo por una razón?». En su lugar, asiento con la cabeza—. Si tú lo dices...
No me tomo mucho tiempo para soltar lo que viene.
—¿Qué fue lo primero que pensaste sobre mí, David?
Noto que le llega por sorpresa. Sus mejillas toman un poco de color, y no puedo no sonreír ante aquella imagen. Aparta la mirada antes de decir:
—No responderé eso.
Mi expresión feliz cambia de repente.
—¿Por qué no...?
Sin mirarme todavía, lo dice.
—Porque en realidad ya tendrías que saberlo.
—Pues, yo no sé nada...
Se toma unos instantes para dejar escapar el aire que estaban reteniendo sus pulmones. Me doy cuenta que yo también estaba haciéndolo, mientras aguardaba por una respuesta decente. Así que, cuando sus ojos por fin conectan con los míos, veo cómo sus labios se entreabren queriendo pronunciar aquellas palabras que no conozco pero que tanto espero a la vez.
El rubor de sus mejillas aumenta, y un hormigueo me recorre; mientras que el calor empieza a ascender por mi cuello hasta mi rostro. Queriendo acabar con esto de una vez, con voz más ronca de lo usual, le oigo decir:
—Bueno... me pareces..., me parecías... muy bonita.
Antes que pudiese detenerme, me encuentro contestándole:
—Tú también me pareces muy guapo.
Repito las palabras en mi cabeza, un par de veces, hasta que caigo en cuenta de semejante estupidez que he pronunciado. ¡¿En serio?! ¿Otra vez, era necesario? ¡¿OTRA VEZ YO DICIENDO ALGO QUE NO DEBO?!
—Yo... —empiezo, para querer arreglar lo que he hecho, aunque no me lo permite. No me lo permite, así como lo digo.
—Continuemos —establece, interrumpiendo; su rostro comenzando a recuperar el color normal—. ¿Sigues pensando que el amor es algo malo?
Todavía me encuentro algo confundida e ida por lo que acaba de pasar, así que le doy la primera respuesta que soy capaz de pronunciar:
—Ciertamente, no lo sé.
Creo haberle escuchado pronunciar que fue algo más que suficiente, aunque no le presto atención. En su lugar, sigo con el juego; con una pregunta que de alguna u otra forma termina delatándome.
—¿Cuánto tiempo duró tu relación con Katherine?
Haber pronunciado su nombre de esa manera tampoco es que me ayudara tanto. A kilómetros de distancia alguien notaría mis celos. Y sí, celos. De esa pelirroja estúpida.
—Casi ocho meses —contesta.
La curiosidad gana contra mí.
—¿Y por qué terminaron? Ah, no; espera, no era mi tur...
—Con el paso del tiempo fue..., cambiando. No para bien, como debiste darte cuenta. A mí eso no me gustaba en absoluto; no era la persona que a mí llegó a gustarme en algún momento.
—Quieres decir que no siempre fue como lo es ahora, ¿verdad? De seguro que antes no era una perra.
Él sonríe, y estoy totalmente convencida que ha notado mis celos.
—Hace dos años empezó a ser una perra, como tú le dices, por juntarse con Sophie Wymer. Y ella al ser amiga de Ashley; terminaron contagiándola.
—Y... si vuelve a ser la Katherine que has conocido, ¿regresarías con ella?
Con aquella característica sonrisa suya, responde a mi cuestión:
—No, porque tengo en mente estar con otra persona.
—Oh.
La verdad es que sí. Antes que lo preguntes: estoy celosa. Mucho más que antes, cuando no sé de quién se supone que está hablando.
Maldita otra persona.
¿Sabes lo que le haré? La raparé, le coseré las extensiones a la barbilla y la llamaré «la barbona que se robó a mi Dumbo».
No, aguarda; me confundí.
«La barbona que se robó a Dumbo».
No es más bonito ni suena mejor, pero así tiene que ser. Sin el adjetivo; como le he dicho a Luke. David, por más que así lo quiera, no es mío.
—Ahora es mi turno de bombardearte a preguntas —informa, aun sonriendo. O sonriéndome. No lo sé, pero Dios... amo su sonrisa. ¿Lo había dicho ya?
—Está bien, adelante.
Sé que si me mira de esa manera no podré decirle que no.
—Al principio... ¿te caía mal?
Bueno, haré una pequeña excepción.
—No —digo—. Por más que no lo creas, no me caías mal. ¿Por qué?
—Parecía que sí. Todos creíamos eso.
—En realidad, era porque no te tenía confianza. Sabes que en aquel entonces no quería tener hombres cerca. Prefería pasar el tiempo tanto con Victoria como con Chloe.
Con algo de desconfianza, escucho a su voz cuestionar:
—¿Y ahora confías en mí?
Sonriéndole, le digo:
—Te aseguro que confío más en ti que en cualquier otra persona.
Algo que no logro identificar atraviesa su mirada, pero lo ignoro al haber llegado a darme cuenta de ello demasiado tarde.
—Otra pregunta... —avisa—. ¿Qué es lo que más odias que te regalen?
Otra de las cosas en las que no necesito pensar para dar a conocer mi respuesta; así que lo hago de inmediato.
—Flores. Detesto que me regalen flores... Es más, recuerdo que en el preescolar un niño me había dado una. Yo no lo conocía. Y la pisé delante de él. Era una margarita, no lo olvido.
—¿Por qué no te gustan?
—No quiero que me malinterpretes, David. Me gustan las flores, en especial las azules, aunque no venga al caso; pero no que me las regalen.
—¿Y por qué no? —inquiere.
—Cuando era pequeña, la verdad es que no lo sé. Puede que no le viera sentido que las arrancaran por mí. Pienso que tal vez sea que creyera que sería un desperdicio... aunque ahora, porque lo veo muy cliché. Sinceramente, al momento de regalarlas hay que aceptar que se debe ser más original. En mi caso, creo que prefiero que me regalen... no sé, algo como... dos kilos de berenjenas. Por decirte algo en este momento.
Se pone a pensar en todo aquello que acaba de salir de mi boca.
—Supongo que tienes razón, después de todo... Aun así, justo se me ocurrió..., y si tú tuvieras un novio..., ¿qué te gustaría que él te regale?
Por mi expresión le demuestro que no me interesa lo que pueda llegar a darme un novio. Por si no es suficiente, agrego:
—Sólo espero que me quiera como realmente soy; no necesito regalos.
Estar en esta posición me cansa mucho, así que decido recostarme una vez más. Ya comenzó a dolerme la espalda y los hombros. A pesar de todo, me quedo sobre uno de ellos para poder verle el rostro sin la necesidad de estar volteando a cada rato.
—Creí que responderías que no tendrías novio.
Sus palabras me toman por sorpresa. No me lo había planteado...
—Pues... —inicio, queriendo excusarme de alguna manera—. No creo que me moleste tener pareja otra vez... De todas formas, sé que solamente aceptaría si es una persona a la que le tengo mucho cariño.
Me pierdo en su mirada una vez más, y cuando mis ojos se desvían hacia su sonrisa me olvido de todo lo que me duele. Sólo soy capaz de pensar en él y que es la única persona que se ha puesto los zapatos para compartir tiempo conmigo en este lugar.
—Me alegra oír eso —dice.
Intento no demostrar que he estado prestándole más atención a él que a lo que acaba de decir.
—¿Por qué?
—Pues, porque eso quiere decir que tu corazón ya sanó.
Un recuerdo vago de una frase similar salir de mis labios aparece en mi memoria, aunque a fragmentos y no lo comprendo. No tomándole importancia a aquel detalle, me animo a responder:
—No completamente; pero hay que arriesgarse. Tal vez así sane del todo... Puede que amando a otra persona sí sea la solución que tanto he estado buscando, ¿verdad?
—¿Estás segura que correrías el riesgo?
—Si es para ser feliz, puedo asegurarte que sí.
Mi mente viaja a aquella ocasión; en el sótano de mi prima Violet. Me imagino a nosotras dos, con Genevieve, el primero de enero. Bailando, gritando, largando todo aquello que el año anterior nos ha hecho tan mal. Largando todo lo que queríamos enterrar para siempre. Nos recuerdo pronunciando en voz alta, ebrias como nunca antes, cosas que sabíamos que eran verdad. Y estábamos ebrias a propósito para decir lo que realmente queríamos decir; lo que queríamos para este año que acababa de comenzar. Deseo ser feliz, había dicho yo. Deseo encontrar a alguien con quien ser feliz. Y con una mano en el corazón puedo decir que creo que lo he conseguido.
David no dice nada más, aunque no me sorprende. Yo tampoco sabría qué decir en su lugar.
De la misma manera que él no abre la boca, yo tampoco lo hago. Sólo lo observo; observo a aquella persona tan maravillosa. Observo sus ojos cafés, aquellos que son capaces de quitarte el sueño, que hacen que pases noches sin poder cerrar los ojos por largos momentos. Observo sus lunares, aquellos que me recordaron hace poco a brillantes estrellas, y las constelaciones que conforman. Observo sus labios, que tanto han llegado a llamarme la atención, y lo observo a él. A él siendo David y nadie más; a él con todas aquellas cosas que son suyas y de nadie más, a él con aquellos aspectos que no encontraré jamás en otra persona.
Deseo ser feliz.
Me acuerdo que fue inevitable no tenerlo en mi cabeza por aquellos días, en las vacaciones de Navidad. Fue inevitable apartarme de su recuerdo. No era algo que quisiera, de todos modos. Puede que en su entonces no lo haya admitido, pero no soportaba pensarlo tanto y no tenerlo conmigo; porque por aquellos meses estábamos peleados. Había sido culpa de Katherine Shern, aunque también fue un tanto la mía. No debí permitir que lo que ella hiciese me afectara. Ya sé qué error no debo volver a cometer.
De tanto que lo observo siento que me he perdido por un rato bastante largo. Me he perdido en él, y es justamente lo que cuatro años atrás dije que no volvería a hacer. Es increíble cómo podemos llegar a cambiar bajo todo pronóstico. Y no sólo cambiar, sino mejorar. Como habré dicho ya en alguna ocasión. Mejorar...
Me doy cuenta que él también se encuentra contemplándome con la mirada. Intento no demostrarme incómoda, para que no me encontrara extraña. Veo cuando sus ojos se posan en mi boca, y por segunda vez comienzo a sentir calor en las mejillas. Sólo espero no estar sonrojándome de manera que sea más que similar a un jodido semáforo.
—Quiero ir al baño —suelto, esperando que con esa manera no siga teniendo la oportunidad de hacer todo eso que no debería. No tengo que olvidarme que seguimos en un hospital.
—Oh —contesta, sacudiendo la cabeza, y después se levanta de su asiento—. Espera, yo te ayudaré a levantarte de la camilla.
Se lo agradezco en mi cabeza.
La verdad es que en numerosas oportunidades le he dicho cosas que ha terminado no escuchando. No estoy segura si tenga que seguir haciéndolo por más que una parte mía lo desee.
Toma mis dos manos para que yo pudiese sentarme una vez después que hacemos la manta a un lado. Me ayuda a dejar mis piernas al costado de la cama, y sostiene mis brazos mientras yo doy un salto para poder ponerme de pie. Sin embargo, no lo consigo. Grito al caer, y David me sostiene, rodeándome con fuerza; presionándome contra su pecho. Siento latir su corazón con rapidez, al igual que el mío. Y es imposible no pensar en lo peor.
—¡Que ni se te ocurra soltarme! —le pido, con las lágrimas picándome los ojos, y se me forma un nudo en la garganta. En cualquier momento voy a llorar—. Por favor, no... —Reposo mi cabeza contra su hombro, y cierro los ojos. Siento correr las lágrimas por mi rostro y no las detengo. Noto cómo tiemblan sus dedos, aquellos que se aferran a mi cintura para no dejarme caer, y mis pies descalzos apenas tocan el suelo—. No me digas que... no, por Dios... Will... ¿Recuerdas a Will, David? Soy... estoy... Por favor, no...
—Natt, tranquila... —A pesar de todo, puedo escuchar sobre los latidos de mi corazón cómo traga saliva. Toma una gran bocanada de aire—. No sé quién sea Will, pero tranquila. Estarás bien... estarás bien.
—¡No! —grito, rodeando su cuello con mis brazos. Un escalofrío me recorre, haciéndome estremecer—. David... no podré... no podré caminar...
—Estarás bien —repite, aunque no me lo creo. Por más que venga de su parte, no me lo creo. No estaré bien—. Te dejaré en la camilla, ¿sí? Pero tranquila, Natt. En serio, no es nada malo...
—¡Nada malo! —chillo, con sus mismas palabras. Alzo la cabeza, para mirar a nuestro alrededor, aunque las lágrimas no me lo permiten—. ¿Sabes lo que está pasándome, acaso? ¡Estoy...!
De un momento a otro ya no estoy entre sus brazos. Y tengo frío, porque su calor no me envuelve como hasta hace unos segundos. Mis labios comienzan a temblar, y siento el colchón junto con las sábanas blancas debajo de mí. Froto mis ojos con el dorso de mi mano derecha. Veo todo a la perfección, y se me ha salido la aguja junto con el suero. Me pregunto cómo no lo he sentido, cómo no noté la cinta adhesiva despegarse de mi piel. Lo ignoro, de todos modos. Ahora no tiene importancia.
Sólo miro hacia abajo, encontrándome con mis piernas. Me dan ganas de llorar otra vez, aunque sé que las siento. Sé que están ahí; puedo moverlas apenas... aunque ya no funcionan. No fui capaz de mantenerme de pie.
—Natt...
De reojo puedo verlo acercándose más. Muevo mis piernas, no comprendiendo cómo es que no puden sostener mi propio peso, y permito que él se posicione entre ellas. Sus dedos rozan mi barbilla, mientras que también le permito que con la delicadeza que sólo David es capaz alzara mi cabeza. Lo miro a los ojos, buscado dónde perderme una vez más, y se inclina hacia mí hasta dejar reposada su frente contra la mía. Con su otro brazo, que deja en torno a mi cintura, no permite que me aparte. Lo que no sabe es que no pienso hacerlo, de cualquier manera. Traza círculos invisibles sobre la bata de hospital asquerosa, mientras que tiemblo una vez más. Los sollozos sacuden mi cuerpo, provocando que él decidiese abrazarme con fuerza. Lloro contra su camiseta, pensando en lo que perdí. David me susurra que todo estará bien, y quiero creerle. Quiero creerle más que nada. No puedo.
—Confía en mí... —murmura, y yo le contesto que confío en él; que en quien no confío es en mí—. El doctor me dijo que podría llegar a suceder... En serio, tranquila...
—¿Qué? —pregunto, en un hilo de voz, apartándome de a poco.
—Sólo fue una semana, aunque hoy cuando llegó contó varias cosas para tener en cuenta. Tú estabas durmiendo y le dije que no te despertara. Tus piernas no se movieron por una semana, Natt. Deben recuperar la fuerza. No pasó nada grave, en serio. Sino sé que lo habrían dicho antes...
—¿En serio? —Asiente con la cabeza, a la vez que una pequeña sonrisa se forma en su rosto, y suelto un suspiro de alivio. Una risa tonta se escapa de mis labios, e intento durante los siguientes segundos recuperar la compostura. Sólo ha sido un susto. Uno bastante grande, pero no deja de ser un susto... Agradezco que se haya decidido en decirme antes que las cosas pudiesen salirse de control. Era capaz de ponerme a gritar hasta quedarme sin voz. Estoy segura, me conozco. O bueno, creo conocerme...
—Sólo tomará unos días, ¿sabes? —Sus dedos recorren mi espalda, tras dejarme caer contra su pecho una vez más. Su perfume me hace pensar en el último día de clases, donde nos hemos despedido y yo deseaba que me diera un jodido beso. También recuerdo que no me besó donde yo quería.
—Fue horrible... —musito contra su camiseta, rodeando al mismo tiempo su cuello con mi brazo sano. El otro se encuentra sobre mi regazo. Noto que se estremece, aunque no dice nada. Creo haber sentido que asintió con la cabeza, aunque no logro estar muy segura.
Estamos de esa misma manera durante unos cuantos minutos. Sin embargo, llega el momento en el que soy la primera que se mueve para cambiar de posición; aunque a la vez no quiero que se aparte de mí.
Como me encuentro sentada, está más alto que yo por bastante. Mira hacia abajo para encontrarse conmigo, y le sonrío. Se acerca un poco más, para estar casi a mi altura, y me sobresalto cuando su nariz roza contra la mía. David se ríe apenas y yo también. ¿Cómo he sido tan estúpida?
Quiero repararlo todo.
Lo atraigo más a mí, sin dejar de ver sus hermosos ojos cafés. Mi respiración se acelera cuando no se opone, y ladea su cabeza hacia la izquierda. Cierro los ojos, notando al mismo tiempo la boca seca, y los abro al sentir sus labios contra mi mejilla. Deja allí unos cuantos besos, acariciando mi piel con sus labios rosados; y tengo en mente preguntarle qué se supone que está haciendo. Se me adelanta, cuando dice:
—Tienes un moretón allí...
Voy a contestarle, con una sonrisa en la cara, cuando la puerta se abre haciendo que brincara en mi lugar. Gritos femeninos lo acompañan y todo.
—¡CENICIENTA!
Mi sonrisa se deshace, mientras que maldigo mentalmente a la dueña de aquella voz. Siento cómo las manos de David me sueltan de a poco, y yo me veo obligada a quitar la mía de su cuello.
—Hola Chloe —saluda él, forzando una sonrisa—. ¿Cómo estás?
—Bien, bien... —Asoma la cabeza hacia el corredor, y toda la planta sigue oyendo sus gritos por unos segundos más—. ¡CHRIS, AQUÍ ES!
Y él ingresa momentos después sosteniendo globos con ambas manos.
Avanza hacia nosotros a grandes zancadas, y se los da a David antes de darme un abrazo que por poco no me asfixia. Ya me parecía muy raro que éstos dos no aparecieran.
—Hemos llegado a tiempo —comenta Chloe, mientras cruza los brazos sobre su pecho, y sonríe orgullosa.
☀ ☀ ☀
—Ahora ten éste... —me dice, extendiéndome otro de los globos.
Está enseñándomelos hace unos diez minutos. Tanto Dumbo como Pocahontas versión hombre nos han dejado a solas, y por más que sea mi amiga me ha puesto de mal humor. Las últimas semanas antes que las vacaciones comenzaran han sido igual, porque no me permitía estar cerca de David. Puede que ya no estemos dentro del internado, pero podría decirse que está ocurriendo prácticamente lo mismo.
En lugar de protestar, tomo lo que me extiende y lo leo en voz alta, aburrida; aunque ella no nota que esto no me divierte para nada. Aunque... su entusiasmo en parte sí me gusta, después de todo.
—«Larga vida a los unicornios».
—¡Sí! Ahora ten éste.
Me alcanza otro.
—«Yo soy la reina del pan. Atentamente, Chloe Bewster».
Hace una mueca.
—Creo que no te veo tan emocionada como al comienzo... ¿Qué sucede? Estás bien, ¿verdad?
No puedo no decírselo de una vez.
—Pues, la verdad es que no tengo idea; ¡QUIZÁS SEA PORQUE ESTABA POR BESARME CON DAVID Y COMO SIEMPRE TÚ INTERRUMPES!
Agarro mi almohada para aventársela, haciendo que soltase los globos y se elevaran hasta que ninguna pudiese alcanzarlos.
—¡YO NO SABÍA NADA! —grita en respuesta, ofendida—. ¡ESTA VEZ NO LO HICE A PROPÓSITO! ¡LO JURO JURADITO!
—Lo has hecho, de todos modos.
—Pero... pero... Lo siento, Natt...
Mira qué tenemos aquí.
—No, no te perdono —le contesto. Como se queja, agrego después—. Y, ¿sabes? Yo te interrumpiré cuando te beses con Christopher. Venganza.
—¡No, no, no, no! ¡He dicho que lo siento!
«Ciertamente, es más exagerada que mi prima. Y eso que es difícil superar a alguien como Violet Osborne.»
—No lo haré nunca más —asegura.
Quiero rodar los ojos, pero como viene ocurriendo en lo que va del día intento evitarlo para ahorrarme ese dolor.
—Lo que sea —digo—. A ver, cuéntame... ¿cómo va todo con Chris?
Por su expresión, pareciese que se olvidó de lo ocurrido hace menos de dos minutos por reloj.
—Bueno, lo cierto es que muy bien... —Sonríe—. Ya estamos juntos de verdad; somos novios. Fue complicado no ser nada compartiendo tanto tiempo juntos. ¿Sabías que salimos de la ciudad? Por eso no hemos venido antes... Fuimos con mi familia. A Ryan le cae bien, la verdad. Se han hecho amigos, y eso me gusta. Es mi hermano, debía caerle bien de igual forma. Yo iba a obligarlo si no lo hacía.
—¿Y hace cuánto tiempo están de novios?
—Cuatro días.
—¿Tuvieron algún tipo de pelea durante ese tiempo?
Sabiendo cómo es Chloe, pudieron haberse peleado por cosas diminutas. Como si los pandicornios son mejores que los unicornios o así.
—No, creo.
—Eso es bueno, después de todo... —digo—. Yo, cuando estaba con Jordan, estábamos discutiendo a los cinco minutos de haberle dicho que sí.
Pone los ojos en blanco.
—No me lo compares a Chris con ese imbécil, Natalie.
—No los estaba comparando...
—Pero bueno, no importa, sólo digo, eso no es importante. Hay otra cosa que sí y, ¿sabes? Al comienzo... bueno, me refiero a antes de darnos nuestro primer beso, suponía que Christopher me gustaba y ya; que eso era todo. Aunque ahora... creo... —Baja la voz antes de continuar—. Creo que me enamoré... ¿Qué se siente estar enamorada, Natt? ¿Tú sabes?
Por unos instantes creo que me estoy ruborizando de nuevo. Sin embargo, cuando veo que no se burla y sólo me observa impaciente por una respuesta, me aclaro la garganta antes de contestar; haciéndolo de la mejor manera posible que la situación me permite:
—Pues... sientes..., sientes que, si esa persona te faltara..., sería al mismo tiempo como si se deshicieran de una parte de ti... No puedes dejar de pensar en esa persona ni siquiera cuando tienes que hacer otro tipo de cosas... Lo ves donde no está... Ves en él lo que no has visto nunca antes en otro; ves en él alguien especial. En él te encuentras a ti mismo. Ves todos sus defectos como... como lo más precioso que pueda poseer. Querrás estar con él en las buenas y en las malas a pesar de todo... Le darás una mano si lo necesita y no esperarás nada a cambio. Porque con su presencia ya será suficiente para ti. Sentirás, cada vez que lo miras a los ojos, algo en tu interior que no podrás describir con palabras. Te quitará el aliento y acelerará los latidos de tu corazón. Él te hará feliz cuando todo lo demás esté mal, y sólo tendrás ojos para esa persona. —Parpadeo un par de veces, para que aquella imagen desapareciera, y poder así divisarla a ella solamente—. Supongo que eso es estar enamorado de verdad, Chloe...
Sus ojos color avellana están cristalizados, y me sonríe de una manera que nunca antes he visto en ella. Busca mi mano con la suya, y le da un leve apretón. Yo no lo comprendo. Sin embargo, antes que pudiese abrir la boca, dice:
—Estoy orgullosa de ti, Natt... De verdad, muy orgullosa.
Enarco una ceja.
—¿De qué estás hablando...?
—No puedo creerlo... —Se ríe, mientras que a la vez lágrimas silenciosas se desplazan por sus mejillas sonrojadas—. Lo han logrado...
—¿Chloe...?
No me da tiempo a reaccionar porque se abalanza sobre mí para darme un gran abrazo. Me aprieta con sus brazos delgados, haciendo a la vez que por poco no tragase su cabello, pero no le digo nada. Me quedo inmóvil. No comprendo qué está ocurriendo, y mucho menos porqué está abrazándome. Déjame decirte que tampoco entiendo la razón de que esté orgullosa de mí.
Se aparta, sonriente, cuando la sonrisa se le borra al ver mi confusión.
—No sabes de lo que estoy hablándote, ¿verdad...?
A medida que sus labios dejaban escapar una palabra nueva, su tono fue convirtiéndose de a poco en un susurro.
—Lo siento, pero no...
Por unos minutos sólo me observa. Toda la felicidad que vi en ella se fue tan rápido que me sorprendió, puesto que de ella no me lo esperaba. No pensaba que después de decirle lo que para mí es estar enamorado las cosas tomarían este rumbo. En serio, no. Si lo hubiese sabido no lo contestaba nunca. De verdad. Cuando uno está enamorado se da cuenta sin que nadie se lo diga antes, ¿o no? Cuando uno está enamorado...
«... es que estoy enamorado de ti. Estoy enamorado de ti, y esa es la mayor razón por la que no quiero perderte.»
Me da un vuelco el corazón al oír su voz susurrando en mi cabeza. El aire se atora en mi garganta, y siento, mientras que más lo escucho, que más me cuesta respirar. Intento no tomarle importancia, pero algo me dice que no debo dejarlo pasar. Algo me dice que, al mismo tiempo, debo hablarlo con alguien. Algo me dice que es el momento.
—Chloe... —murmuro, llamándola, mientras llevo mis dedos a la venda que cubre parte de mi frente. Una vez que retiro la mano y ella me permite continuar, digo—. Sé que puede parecer que no tiene mucho que ver... pero tengo que hacerte una pregunta. Es... importante.
—¿Sí? —Su voz demuestra un poco de curiosidad, aunque su mirada no ha cambiado casi nada a comparación de hace unos momentos.
—Bueno... ¿por casualidad sabes si los sueños que puede llegar a tener alguien en coma poseen algún significado? Pienso en ellos desde hace rato...
Su entrecejo se frunce mientras la veo pensar en lo que dirá.
—Creo haber oído que se basan a veces en lo que sienten y escuchan.
—Sienten y escuchan... —repito, sospechando que tiene bastante sentido—. ¿Cómo qué? ¿Se te ocurre algo?
—Supongamos... —comienza, buscando ejemplos al mismo tiempo mientras entorna los ojos—, supongamos que alguien te toca el brazo. Tú sueñas eso; que alguien te tocó en ese lugar. Si suena un celular... tú sueñas que sonó un celular. Sí, supongo que es así. ¿Por qué me preguntas?
Es tarde para arrepentirse.
—Resulta... que tuve un sueño..., con David. Sí, David Janner. Y parecía... en verdad muy, muy real.
Eso parece llamar su atención.
—¿Qué pasaba en el sueño?
—Para serte franca, han sido varios... En uno de ellos, era que estaba con él en un concierto de One Republic. No me preguntes por qué, pero identifiqué a la banda por las canciones... Sin embargo, si estaban esas canciones..., las tuve que haber escuchado en la «realidad». ¿No?
—Sí, tal vez. ¿Qué más?
—En otro que me decía que les tiene fobia a las agujas.
Una sonrisa hace su aparición en su rostro, y todo rastro de decepción ha desaparecido por completo.
—¿Alguno más, Natt?
—Pues, en otro me hablaba sobre los elefantes. —Me río—. Y después aparecía Luke, de la nada, diciendo algo de una inundación.
—Okay... Dudo mucho que a eso lo hayan dicho de verdad...
—Al igual que yo —contesto—. Aun así, hubo uno más... más..., uno que se ha destacada más a diferencia de los demás.
—¿En serio? ¿Cuál?
Con sólo pensarlo se me ponen los pelos de punta.
—David me decía... —Suelto un suspiro, y ella me incita a terminar—, me decía que estaba enamorado de mí... y que no quería perderme.
Está a punto de ponerse de pie, aunque se contiene a último momento. Yo pienso que lo que quiere es irse para no escuchar aquellas cosas que me han pasado mientras estaba inconsciente, pero ella misma lo ha dicho: después de todo, sí puede llegar a tener un significado. Y quiero encontrarlo. Lo necesito, y espero que ya se haya dado cuenta.
—Natt... —me llama, y cualquiera vería la emoción en su voz. Aclara su garganta—. Bueno, hay que ponernos serias...
Intenta que sus labios dibujen una línea recta, aunque no lo consigue. Las comisuras de sus labios tiran hacia arriba enseñándome una sonrisa que no ha podido contener.
—Es difícil, pero no importa. —Toma mi mano de nuevo, aquella donde debería estar conectado el suero, y tras carraspear una vez más continúa—. Y... uhm... y si David sí lo hubiese dicho en la realidad... ¿qué le habrías respondido? ¿Lo sabes?
No es algo que necesite pensar mucho tiempo, ni algo de lo que acabo de darme cuenta. Es algo que simplemente aceptaré ahora en voz alta; por primera vez. Por más que ya lo haya pensado, o lo haya supuesto, podré decirlo con seguridad y sin titubear en este momento. Y por eso no dejo que nada ni nadie me detenga.
—Le habría dicho que yo también estoy enamorada... Pero, especialmente, que estoy enamorada de él.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro