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6. ❝Pitufina❞🌙

Un ruido bastante fuerte me hace sobresaltar, y al instante abro mis ojos de la manera más rápida posible.

«¿Quién es el maldito al que se le ocurre despertarme?»

Recorro con mi mirada toda la habitación oscura, hasta que identifico un cuerpo acostado en el piso, al lado de la cama de Ashley. Así que, de manera lenta voy incorporándome, y aunque estoy aún en plena oscuridad; logro darme cuenta que el sujeto empieza a moverse. Luego de voltear estiro uno de mis brazos para encender la lámpara que se encuentra sobre la mesa de noche, que es como una continuación de mi cama a partir de la cabecera.

Al ya estar una parte del cuarto iluminada, giro la cabeza hacia la izquierda; y entonces veo claramente lo que allí se encuentra: un muchacho. ¡¿Cómo se atreve a entrar a mi habitación?! ¿Qué piensa que es esto? ¡¿Un prostíbulo?!

Él aún está con los ojos cerrados, por lo que agradezco que no pueda ver ninguno de mis movimientos. Pasados unos cortos minutos, tengo en mente hacer lo primero que pasó por mi cabeza al ver qué era: golpearle.

Miro todo lo que me rodea en busca de algo, hasta que mis ojos se posan en una especie de bastón chato al lado del armario de mi compañera. Me levanto para emprender camino hacia allí y al estar de pie, comienzo a murmurar maldiciones dirigidas al estúpido de David Janner; ya que por su culpa me duelen las piernas. Maldito infeliz. Nunca tuve que haber aceptado hacer deporte en el día de ayer.

Intentando olvidarme de aquello, sigo caminando para llevar a cabo mi plan; aquel que tenía ideado desde un principio. Al tener el objeto que había llamado mi atención frente a mí lo tomo con ambas manos, y no es nada más y nada menos que una simple madera. Sin embargo, como está aquí, debe ser especializada para estas ocasiones, ¿no?

Sí, debe ser por eso. Sin duda.

Sigilosamente, me acerco al desgraciado y al estar a su lado, alzo el bastón improvisado en el aire para luego golpearle con él en la cabeza. Al partirse la madera en dos, continúo dándole patadas en las costillas.

Al estar yo sin calzado (porque claro, acabo de despertar), mis pobres e indefensos piecitos tienen que soportar el dolor. Seguramente me he fracturado las falanges… ¿O era la faringe?

Lo peor de todo es que me encanta Biología, pero la desesperación del momento no ayuda a mi cabeza funcionar correctamente.

—Oye, ¿qué te pasa? —pregunta el tipo con voz ronca, tocándose el lugar donde lo había golpeado no hace mucho tiempo atrás. Una mano en la cabeza, y la otra en uno de sus costados.

«¿Se va a poner a bailar, aquí mismo?»

—¡Natalie! ¿Qué haces?

Esos son los gritos repugnantes y ensordecedores del animal.

Ruedo los ojos sin comprender por qué ella hace tanto escándalo, y me dirijo hacia el interruptor que está a la izquierda de la puerta.

—¡¿Quién eres tú?! —cuestiono, también gritando, al hombre que se encuentra aquí de colado—. ¿Por qué estás en esta habitación? ¡Vete de aquí, basura andante!

Ashley se sienta en el piso, a su lado.

—Es mi novio, estúpida —dice—. ¿Estás loca? ¿Quién te crees que eres para golpearlo así?

—Él no debe estar aquí. Ni siquiera debe tener razones —hablo, con tranquilidad, encogiéndome de hombros.

Sabiendo que es la pareja de ella, no me arrepentiría nunca de lo que hice. Para que ellos sean novios, seguramente deben tener la misma personalidad y ambos deben sufrir de imbecilitis.

Minutos después, los dos (él con ayuda de ella) se levantan del suelo, e involuntariamente dirijo mi mirada hacia donde el delincuente sin nombre se encontraba hace segundos. Y bueno… Sangre. Allí hay sangre. No mucha, pero hay.

«Oh, mierda; estoy en problemas…»

De repente, aunque sabía que ocurría, comienzo a sentir cómo el frío se apodera de mi cuerpo. No obstante, transpiro como si en la recámara hiciese más de treinta grados centígrados. Mi visión se va transformando borrosa de a poco, hasta que queda absolutamente en color blanco. No logro oír nada, pero la sensación de que Ashley está hablándome hace presencia. Retrocedo unos pasos, de forma temblorosa, hasta que me aferro a la puerta como si ella pudiese salvarme en este momento. No mucho tiempo después, mis piernas fallan, y termino cayendo al suelo dándome un golpe arriba del oído derecho; sin saber lo que ocurrió a continuación.

☀ ☀ ☀

Si los elefantes pesan toneladas, en este instante el peso de mis párpados debe ser mayor. Realmente no sé qué tiene que ver una cosa con la otra, pero supongo que es una buena comparación por más de que ya haya dicho que mis comparaciones son un desastre hace unos días atrás.

Pareciera que a las pestañas las tengo adheridas con pegamento a mis pómulos. Agh, ¿quién diría que abrir los ojos de una maldita vez sería tan difícil? Vengo luchando como hace cinco minutos, y como si fuese poco, siento que una pared se me ha derrumbado encima. El dolor de mis piernas ha aumentado, y el de mi cabeza… Puf, mejor ni te digo.

—¿Qué es lo que le pasa…?

Ese…, ese… ¿Es David? ¿Es la voz de David?

—¿Soy yo o está convulsionando?

—No, Chloe; creo que está soñando…

—¿Desde cuándo alguien sueña que baila epilépticamente?

—Esa palabra no existe.

—Pues no importa, comprendiste a lo que me refiero. Y sí existe, aparte.

—Si se mueve es porque está molesta —dice una voz nueva—. Han mencionado que la encontraron en el suelo, seguramente se golpeó muy fuerte…

—¿Cómo se mueve si esta inconsciente?

—Estoy viva, larchos  —anuncio, y mi voz suena como un susurro; entre adormilado y entrecortado.

Saco una de mis manos de abajo de las sábanas que me cubren, y de paso las aparto completamente con la ayuda de mis pies porque tengo calor. Dirijo mis dedos a las pestañas, las tomo, y sólo un tirón bastó para que me encontrara con los ojos abiertos. Veo a las tres personas que están de pie delante mío: Chloe, David y una enfermera.

Llevo mi mirada por cada rincón del lugar, y me topo con que estoy acostada sobre una jodida camilla en un extremo de la enfermería. Genial. Excelente manera de iniciar un viernes.

—Nunca dijimos que estabas muerta.

—¿Por qué todo en este sitio es color blanco? —pregunto, ahora mirando el techo—. Deben pintarlo color naranja… ¡pero no naranja chillón ! —Hago una mueca—. Mierda, duele. Peeta…, ven a salvarme. Golpearía a cualquier ser con viborita, excepto a ti.

—Creo que la estamos perdiendo… Haberse desmayado le afectó más de la cuenta, no está insultando a nadie.

—Cállate Chloe, no se siente bien.

—Eso, pachorrienta; cállate.

—Señorita Hofmann… —me llama la enfermera. La verdad, yo no entiendo nada…, está con ropa blanca… ¿no se supone que así se visten los que venden helado? Bueno, resolveremos eso luego—. ¿Cómo te sientes?

—Pues, como ni se imagina… —contesto—. Estoy de maravilla. Veo unicornios cagando arcoíris.

—Natt, en realidad, los vomit…

—Esto es serio, Natalie.

Después de decir aquello, David cruza sus brazos y… espera, ¿desde cuándo tiene músculos? Ni se les notaban. Debe tener una camisa más ajustada. Qué asco.

—¿De verdad se encuentra bien, señorita? —cuestiona la enfermera, mostrando su sonrisa.

«No, no te ilusiones.»

Debe tener un poco menos de treinta años de edad, sus ojos son color miel, cabello castaño casi rubio y se ve que es bastante simpática. Esperemos que no sea como esas ancianas malhumoradas que te atienden con cara de «me importan tres garbanzos tu salud».

—Siento que la mayoría de mis huesos se quebraron en cinco partes, ¿usted qué cree?

Ella suspira.

—Janner, Bewster… —Da un cuarto de vuelta para observarlos—. Pueden ir a clase, yo me quedaré con ella. No tienen de qué preocuparse, en un rato ya estará mejor.

—No —contesta él—. Yo me quedo. Chloe, tú ve a clases.

—Vayan los dos —digo, interfiriendo—. Ayer obtuviste faltas por mi culpa, David. Ya no más, vete.

—Yo me quedo, he dicho.

Seguido a eso guarda las manos en los bolsillos delanteros de su pantalón, mientras no aparta sus ojos de los míos.

—¿Seguro? —cuestiona Chloe. Él asiente sin apartar la mirada—. Está bien. Adiós Natt, te veo luego.

—Adiós —me despido evitando rodar los ojos. El dolor es tan intenso, que ya no tengo ánimos ni siquiera para mover un dedo.

Luego de que se fuera, la enfermera retoma la conversación:

—Te ha bajado la presión, y como consecuencia te desmayaste. ¿Recuerdas qué estabas haciendo?

Parpadeo un par de veces.

—Pues… —Frunzo el entrecejo haciendo memoria para encontrar la respuesta—. Para empezar, había un violador en mi cuarto…

David abre los ojos como platos. Aunque, la verdad, es que creo que «platos» quedaría muy pequeños a como es el tamaño de sus ojos en realidad.

—¡¿Qué?!

—Eso, el novio de Ashley…

—¿La estaba violando? ¿Los viste en… —se aclara la garganta, incómodo— eso?

—¡No, no!

—¡¿Te lo quería hacer a ti?!

Una mueca se dibuja en mis labios.

—Ay, no grites… Estaba… estaba ahí, en la habitación y yo creí que era un violador. Entonces, antes de que pasara algo, actué como una tortuga ninja y lo golpeé… ¿Sabes? De pequeña veía a Las Tortugas Ninjas, ¿tú no? Era divertido… Cuando iba a primer año de secundaria también seguía viéndolo, de todos modos… Era igual de divertido, por si te lo preguntas.

—¿Qué más, señorita?

—Pues, también veía muchas películas. Monster Inc., por ejemplo. Lo amaba. De verdad. Sólo que me hubiese gustado saber qué ocurría con Boo después… era muy linda.
La enfermera se aclara la garganta.

—No estaba refiriéndome a ello, Natalie… pregunté qué pasó luego de que lo hayas golpeado.

«Oh…»

—Bueno… Vi sangre y… al parecer gracias a eso aquí estoy.

—¿Lo has lastimado? —quiere saber—. Eres la única que llegó aquí en lo que transcurrió de la mañana.

—Supongo que sí, porque sino, ¿de dónde sale la sangre?

—¿Antes te sucedió algo similar?

—Sí… —respondo, cerrando los ojos. No me gusta que me hagan muchas preguntas—. Me descompongo al ver sangre ajena.

—Y ahora que recuerdo… —interfiere el puré. Digo, David; interfiere David—, anoche no ha cenado. Eso también le hizo mal, ¿no?

—Pero yo no tenía hambre —me quejo.

—Ahora te traeré algo para comer —dice ella. Lo mira—. Ya regreso, no salgas de aquí; por favor.

—No lo haré.

Al desaparecer como lo ha hecho Chloe (lo supe oyendo sus pasos) abro los ojos. Ambos nos observamos sin nada para decir, hasta que yo (aunque sea extraño, nunca lo hago) soy la que rompe el silencio.

—¿Me has traído tú, David?

—Sí —contesta.

—¿Cóm…?

—Junto con Victoria y Chloe estábamos esperándote en la cafetería, y como no llegabas supuse que te habías quedado dormida. Así que Chloe y yo subimos a tu habitación y Victoria se fue a clase de Filosofía. Ella entró al cuarto, te vio en el suelo y me pidió que te cargara.

—¿Sólo yo estaba allí?

—Sí.

Antes de que pudiese darme cuenta, mis manos ya estaban hechas puños.

—Recuérdame matar a Ashley —pido.

—Déjala, no le des importancia. El karma actuará. Lo importante es que hemos aparecido allí.

—Bueno, pues… gracias.

—No hay nada que agradecer.

—Ignoré mi orgullo para hacerlo, así que…

—Está bien, está bien… de nada. —Hace una pausa, sonriendo, y después de unos pocos segundos; agrega sin que sus labios dejaran de formar aquella sonrisa—: Lindo pijama de pitufo, por cierto.

—¿De qué habl…?

Me interrumpo a mí misma al ver que con uno de sus dedos señala mi cuerpo. Desciendo la mirada de su rostro hacia aquel lugar, y me encuentro con mis prendas color azul.

—Eh, sí. Pues, yo… es mi color favorito.

—Entonces, a partir de hoy te llamaré «Pitufina».

Vuelvo a mirarlo a él.

—Como ahora eres mi amigo no debería golpearte por ello, ¿no?

—No. Pero podrías ser la excepción, eres extraña… No sería raro que alguien te viese pegándome.

—¿Soy extraña?

—Sí. —Se encoje de hombros—. Te gusta estudiar.

—Bueno, sí, pero algo verdaderamente extraño es cruzarte con alguien normal. ¿No crees?

—Sería imposible que fueran más raros que tú.

—Okay, ya comprendí el punto, soy muy extraña; ahora cállate.

—Si no quiero verte enojada, sí; será mejor que me calle.

—Y lo que yo no quiero es que el dolor de cabeza se intensifique.

—Oh, sí… Lo siento.

Permanecemos un rato sin hablar, hasta que regresa la enfermera Emma (leí el nombre en su “delantal”) con una bandeja entre ambas manos. Me pide que lentamente fuera sentándome, y así lo hago. Mi fan acomoda las almohadas detrás de mi espalda, y ella deja la comida sobre mi regazo. Al ver lo que es no puedo evitar soltar una carcajada.

—¿El puré de papás le acaba de contar un chiste, señorita?

Sonrío.

—Usted no entiende, siga con sus cosas.

—Natt, ya supéralo —ordena David—. No soy comestible.

«Obviamente no lo eres… La comida está buena y tú no. Al no ser alimento, no eres comestible, duh.»

—Por suerte no lo eres.

—La verdad que sí… no quiero terminar en un baño.

—¿Sabes? No sé por qué estamos teniendo esta conversación.

—Yo menos…

—Oye —le digo—, hablando del inodoro, ¿qué hora es?

—Ya te digo… —Saca su teléfono móvil del bolsillo trasero, y luego de guardarlo, responde—: 10:07 a.m.

Casi se me cae la bandeja al oírlo.

—¡¿Tan tarde?!

—Eh, ¿sí? Escucha, me quedé pensando… ¿En qué se relaciona el inodoro con la hor…?

—¡Debo ir a clases, adiós gente!

Después de dejar la comida a un lado doy un brinco y ya me encuentro sobre mis pies. Empiezo a buscar mis zapatos para ir a la materia que me corresponda en este momento. Si no me equivoco, es el segundo bloque.

—Tú te quedas aquí…

Niego con la cabeza.

—Enfermera, no entiende nada. Debo irme con puré a clases, no quiero otro ausente más.

—No irás a ningún lado, Natalie.

—¿Dónde están mis malditos zapatos? —Doy vueltas y vueltas como un perro persiguiendo su cola, y cuando me mareo siento que estoy por enredarme con mis propios pies—. Santa mierda, veo la luz… Auxilio.
Estiro mis brazos, buscando de qué sujetarme, hasta que un par de manos se posan a ambos lados de mis caderas, impidiendo así que caiga al suelo por segunda vez en la mañana—. Gracias, Jesucristo. Eres mi salvador.

—Emma, creo que verdaderamente está mal. Como dijo Chloe, el golpe le afectó. Mucho, la verdad.

—Ayúdala a recostarse.

Antes de que él hiciera algo más, mi vista se normaliza y ya había dejado de verle tres cabezas a David.

Pobre mi cerebrito, está girando y girando, y duele como si me hubier… ¡¿David?! ¡¿Éste es David?!

—¡Suéltame, imbécil! ¡No me toques!

—Yo sólo estaba…

Llevo mis manos a sus hombros, interrumpiéndolo, para apartarlo lo antes posible de mí.

¿Quién se cree que es para estar toqueteándome? Últimamente te cruzas a estos desgraciados a todas horas.

—¡Acepto que seas mi amigo, pero tampoco te pases! ¡¿ME OÍSTE?!

—¡No hice nada!

Cierro los ojos unos instantes, y al abrirlos creo que estoy por llorar.

—Oye, ¿por qué me gritas…?

Sus labios forman una línea recta.

—Definitivamente, está loca.

—Natalie… —Esa es la enfermera llamándome—. Recuéstate un rato.

—Ah, no es necesario; no tengo sueño.

—Recuéstate, ahora.

Pongo los ojos en blanco, y avanzo hacia la camilla. En vez de sentarme y levantar las piernas hasta dejarlas en el colchón (como lo haría una persona normal), levanto una rodilla, hago fuerza con el otro pie en el suelo para tomar envión y al tener ambos golpeadores de canillas sobre la cama, si no hubiese sido por mis manos, habría perdido la dentadura completa.

—¡Natt, con cuidado! No creo que quieras darte la cara contra el piso.

Al estar bien ubicada en el colchón, una sonrisa tonta aparece en mi rostro como si todo lo que ocurrió anteriormente no hubiese pasado nunca.

—David, ¿te digo algo? Gracias por quedarte conmigo.

Su imagen me demuestra que está sumamente confundido.

—Uhm, pues… ¿De nada? Eso es lo que hacen los amigos.

—Sí, puf, amigo… —Cruzo mis brazos, y él frunce más el ceño—. Por tu culpa me duelen las piernas y brazos, eso no hacen los amigos…

—¿Por qué yo soy el culpable? ¿Por voleibol? Pues sí, tal vez lo sea un poco, pero si no hacías actividad física hace tiempo no tiene nada que ver conmigo.

—Pero… pero, ¿yo qué iba a saber que terminaría tan chamuscada como una naranja luego de que alguien la utilice como pelota de tenis?

—Bueno, si te hace feliz saber que fue totalmente mi culpa… Fue mi culpa, entonces.

—Sí, eres un desastre como fan —declaro, y llevo una mano a un mechón de cabello para dejarlo detrás de mi oreja.

—Se supone que los pitufos dicen cosas bonitas y son agradables…

Lo miro de lado.

—Se supone que eras tierno.

—Se supone que te sientes mal. Deja de pelear y cállate.

Mi expresión cambia de repente.

—Ah, sí; cierto.

Emma me observa a mí, y luego a él. Después niega lentamente con la cabeza. Sí, sé lo que debe estar pensando.

—A ver, Hofmann…

Alzo una ceja en su dirección.

—Natalie —corrijo—. Me llamo Natalie. Mi nombre es ese.

—Bueno, Natalie… —suspira, mientras camina hacia mí. Al estar a la misma altura, lleva una de sus manos a mi frente. Inclino mi cuerpo hacia atrás de inmediato, apartándome.

—¿Qué haces? Tienes tu rostro, toca el tuyo.

—Y tú tienes fiebre.

—Oh… Qué mal.

—Lo bueno de todo esto —inicia David mirándome—, es que ya sé algo más sobre ti: al subirte la temperatura, te conviertes en otra persona. Aunque en sí, eso no es tan bueno como suena.

Lo miro sin comprender.

—¿Cómo que en otra persona? Pero yo soy Natt. ¿No me ves, estúpido? ¿Quieres que te golpee?

Sonríe, y un suspiro se escapa de sus labios.

—No, falsa alarma. Sigue siendo ella.

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