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56. ❝Pensamientos negativos❞🌙





«Es suficiente», repite aquella voz en mi cabeza, y después de dos grandes zancadas, me posiciono delante suyo para propinarle un puñetazo sin que me interesara en absoluto la presencia de Isabella a tan sólo unos metros de nosotros.

Mis nudillos impactan contra su tabique, y él retrocede. Aprovecho su desconcierto, ya que de seguro no esperaba que yo lo golpeara, y con mi mano izquierda le doy en la mandíbula. Después en la boca. Me felicito a mí mismo en completo silencio.

—Idiota —gruñe, escupiendo sangre, y no demora en recomponerse y venir a por mí.

—Lamento informarte que el único idiota aquí eres tú —espeto de vuelta, y cuando quiero volver a darle con mi puño en el rostro, él lo esquiva.

—En realidad, no te quedas atrás —contesta, antes de darme un rodillazo en el estómago.

No se necesitaron muchos minutos más para que ambos nos encontráramos en el suelo, asestándonos golpes, inmunes a todo lo demás.

Mis manos, aquellas que se encuentran alrededor de su cuello, comienzan a presionar más y más, mientras veo cómo poco a poco su rostro comienza a teñirse de color, y mis rodillas impiden que se escape estando a ambos lados de su cuerpo.

—¡Y YO QUIERO VERTE MUERTO A TI, HIJO DE PUT…!

Por más que se trate de mi propia voz, no escucho lo siguiente. Una voz más que chillona, haciéndome soltarlo, es la que me lo impide. Y la que me impide dejarlo sin aire por unos segundos más, también. Aquel chillido, más que conocido, ha estado a punto de dejarme sordo.

—¡SEGURIDAAAAAAAAAD!

Me vuelvo para enfrentar a tal persona. No librando al imbécil todavía, tratándose de algo más que seguro, le pregunto:

—¿Ashley?

—Sí, qué, ¿la estupidez no te deja ver?

Gruño con los dientes apretados, antes de levantarme. Jordan se incorpora de inmediato, teniendo que esforzarse bastante, y una vez más escupe a un lado.

—¿Qué haces aquí?

—Vine a ver a tu amiga —responde, y yo noto el sabor de la sangre en mi boca. Veo cómo ella hace cara de tenerle asco, como si estuviesen dándole arcadas por lo que acaba de decir—. Me enteré lo que pasó, qué mal la verdad…

Niega con la cabeza, fingiendo lástima. Si supiera que nadie la necesita.

—No tenías que venir para ver cómo está —le digo, más molesto de lo que esperaba.

—¿Por qué?

Ella no parece enfadarse por mi tono.

—No estás aquí para algo bueno, así que quiero que te vayas.

—Yo solo…

La interrumpo gritando, no teniendo paciencia para nada.

—¡VETE!

Ella rueda los ojos y, sin contradecir, comienza a caminar en dirección al elevador. Mi mirada recae en Jordan, que sigue en el suelo, retorciéndose.

—Y tú te mereces mucho más, imbécil.

Le doy una patada, tan fuerte como puedo, en las costillas.

—Sí, lo sé —dice, con los dientes apretados.

«Por lo menos lo acepta…»

Llevo ambas manos a la cabeza, y suelto un suspiro. Al igual que hice con Ashley, le ordeno que se vaya. No se mueve siquiera, por lo que le golpeo de nuevo y se lo grito, mientras veo por el rabillo del ojo que Isabella pega un brinco en su lugar.

Tras levantarse comienza a caminar, cojeando, y escucho sus quejidos a la perfección.

Una vez que está lo suficientemente lejos, volteo hacia donde se encuentra la abuela de Natalie, y después de examinarme, la escucho cuestionar:

—¿Era necesario golpearlo tanto?

Le contesto con otra pregunta.

—¿Escuchó lo que dijo?

—Sí, pero podrían haberte sacado de aquí si seguías, y supongo que no te hubiese gustado para nada.

—No, la verdad es que no… —Suspiro—. En ese momento no pensé en las consecuencias, de todos modos. Sólo quería que, de alguna manera, lo pague. También, como bien dije, se merece mucho más.

—Que tengas razón, no significa que haya que recurrir a la violencia.

—Si le soy sincero, desde que conocí a Natalie, estoy recurriendo a la violencia más de lo que me gustaría. Aun así, ésta no deja de estar dentro de las primeras veces.

—Supongo que por ello no mediste la fuerza… Mírate las manos.

Eso hago, y no hago más que encontrarme con mis nudillos lastimados y sangrando. Me encojo de hombros, antes de decir:

—Valió la pena.

No dice nada más, y yo aprovecho para comunicarle que iré al baño. Después de dar vueltas y vueltas para encontrarlo, ingreso y al estar en aquel sitio, lo primero que hago es mirarme en el espejo. Veo el corte que tengo en la ceja derecha, al igual que en el labio inferior. Agradezco que no haya llegado a golpearme en la entrepierna como supe que tenía en mente. Sino, estoy totalmente convencido que estaría mucho peor.

Abro el grifo y empiezo a lavarme las manos, que ahora me arden, con el agua fría. Al terminar, mojo mi rostro para limpiarme también. Despacio para no lastimarme más me seco los dedos y mi rostro con la camiseta azul que llevo puesta, y regreso con la abuela de Natt. Cuando me siento, sigue sin dirigirme palabra.

No le tomo importancia porque en este momento vibra algo dentro de mi bolsillo, y tras ver la pantalla me doy cuenta que me ha llegado un mensaje.

Luke Crawley a las 9:28 p.m.
Oye, Janner…

David Janner a las 9:30 p.m.
¿Qué quieres?

Luke Crawley a las 9:30 p.m.
¿Dónde estás?

David Janner a las 9:30 p.m.
En el hospital, ¿dónde sino?

Luke Crawley a las 9:31 p.m.
Quédate allí, no dejes a Natt
sola por nada del mundo, ¿bien?

David Janner a las 9:31 p.m.
No pensaba hacerlo

Luke Crawley a las 9:31 p.m.
Uy, lo siento amorcito de Hofmann 7u7
De cualquier manera sabía que te
quedarías si se trata de Natalie

David Janner a las 9:31 p.m.
Bueno, amorcito de Victoria

Luke Crawley a las 9:32 p.m.
¿Cómo está la pitufa?

«Cambia de tema, Luke. Cambia de tema…»

David Janner a las 9:32 p.m.
No nos dijeron nada. Por cierto,
ES PITUFICIENTA. «PITUFA»
SUENA A «PANTUFLA»

Luke Crawley a las 9:32 p.m.
¿«Dijeron»? ¿Por qué estás hablando en plural?

David Janner a las 9:33 p.m.
Estoy con Isabella, la abuela de Natalie

Luke Crawley a las 9:33 p.m.
Ahh, okay…
Oye… las cosas aquí en el
internado están algo raras

David Janner a las 9:33 p.m.
Te dijimos que sería aburrido estar allí solo

Luke Crawley a las 9:34 p.m.
No estoy solo. Y ahí entra la parte rara… todavía están aquí Ashley, Peter, Derek, Rebecca, Jefferson y Jennifer…

David Janner a las 9:34 p.m.
¿Y qué con eso? Ah, y Ashley
estuvo aquí hace un rato…

Luke Crawley a las 9:35 p.m.
Eso es más raro aún… Pues, te contaré.
Estaba en la cafetería al igual que ellos, ni tan cerca ni tan lejos, pero pude oír una conversación que me llamó bastante la atención…

David Janner a las 9:35 p.m.
¿TIENE QUE VER CON NATALIE?

Luke Crawley a las 9:35 p.m.
Mucho. O eso creo yo. Cuestión es
que como me llamó la atención; lo
grabé. ¿Quieres el audio?

David Janner a las 9:36 p.m.
Por favor

Y unos minutos después de que cargara y descargara, comienzo a oírlo.

—¿… tal salió?
Puedo reconocer que esa es la voz de Derek.
—Bien —respondió Ashley a su pregunta—. Sólo que… tampoco salió perfectamente.
—¿Por qué?
Estaba él allí y creo que lo ha visto todo.
—¿Y eso qué tiene de malo? —inquirió Jefferson.
¡MUCHO! —gritaron en respuesta varias personas al unísono.
—¿Y ella cómo está? —pregunta, y es un hombre.
Supongo que es Peter.
No lo sé… en un rato veré. Tengo que visitarlo a él primero. Y, para colmo, creo que están en el mismo lugar.
—¿Y eso qué tiene de malo? —repitió la misma voz que la vez anterior.
Eso sí que no lo sé, pero Mathias no debería estar allí.
Era más que obvio que lo internarían —dijo Rebecca.
—¿Sabes qué tiene él?
No, y tampoco me importa —contestó Ashley—, pero necesito su versión rápido así que me iré.
A los segundos se oye que corrieron una silla, arrastrándola por el suelo.
¡No, espera! —gritó una voz femenina, que no reconozco.
—¿Qué quieres?
Hablé con mi hermanastro hace unos minutos. Tal vez te interese lo que me dijo.
Después de aquellas palabras, noto que esa voz le pertenece a Jennifer Smith.

—¿Qué ha sido eso? —pregunta Isabella, en voz baja, mirando mi celular tras haber acabado la grabación.

—Pues… —Suspiro—. Ellos…, nos detestan. Hace tiempo comenzaron a hacer cosas contra nosotros y al parecer, con eso no les alcanzó.

—Natt me dijo que intentaron expulsarla.

—Sí… Encendieron la cortina de baño de una habitación, como para querer incendiarla, y la culparon a ella.

—¿Qué hizo Natalie para que sean de esa manera con ella?

«Esa es la peor parte…»

—Nada —contesto—. No hizo absolutamente nada. Al verla comenzaron a despreciarla; así, sin más.

—Así que… ¿mi nieta puede morir por culpa de… de todos ellos?

—Sí… —respondo, en un tono más bajo de lo que planeaba.

Intenta sonreírme.

—De todas maneras, sé que ella se quedará aquí. Sólo hay que tener fe.

Antes de darme la oportunidad de responder, mi celular vuelve a vibrar. Mensaje de Luke.

Luke Crawley a las 9:45 p.m.
¿Ya?

David Janner a las 9:45 p.m.
Sí. Oye… ¿Luego de eso lograste
escuchar algo o grabaste más?

Luke Crawley a las 9:46 p.m.
No, porque notaron mi presencia y se alejaron

David Janner a las 9:46 p.m.
Hablamos más tarde. ¿Te parece?

Luke Crawley a las 9:47 p.m.
Me parece

—¿Qué hora es? —me pregunta, cuando la pantalla se apaga tras bloquearse, acomodándose en su asiento.

—Falta poco para las diez —le respondo.

—Oh… ya es tarde… ¿Sabes? Puedes irte a tu casa, yo me quedaré aquí.

—No voy a irme —digo—. No voy a dejarla sola. Ni a Natalie ni a usted.

Me sonríe.

—Isabella —me corrige—. Dime Isabella.

☀ ☀ ☀

Me pongo de pie de inmediato, una vez que aquel hombre haya preguntado por los familiares de «la señorita Hofmann». Su abuela hace lo mismo, quedando a mi derecha. Por un momento creo que estoy sonriendo, aunque si así ha sido, fue por muy poco tiempo; ya que ante aquella mirada muy pocas personas creerían que se vienen buenas noticias.

El médico carraspea, e Isabella se aferra a unos de mis brazos cuando empieza a hablar, diciendo así:

—Ella… bueno, está muy grave… Perdió muchísima sangre, ya que recibió un golpe considerable en la cabeza. Tiene fracturados los huesos cúbito y radio del brazo izquierdo y… entró en estado de coma. —A medida que dice más y más, noto que las lágrimas se acumulan en mis ojos y piden a gritos ser derramadas. El aire se atora en mi garganta, y siento cómo se me estruja el corazón. Una parte mía desea que esté bromeando, a pesar que la otra sepa más que nadie que aquello es imposible—. Lo siento mucho… —sigue diciendo, y más tarde, cuando ve que he perdido y las lágrimas hacen su aparición una vez más, agrega—: tiene muy pocas probabilidades de despertar… —Suelta un suspiro, como teniendo que largar algo más pero que al mismo tiempo sospeche que será un golpe mucho peor. Aun así, ¿qué es peor que eso?—. Y… si despierta, posiblemente sea con amnesia… Tuvimos que operarla por su golpe en el cráneo, y necesitamos hacerle una trasfusión de sangre. Cuanto antes, mucho mejor.

Intento deshacerme del nudo en la garganta, casi en vano, y cuando pienso que no podrán oír nada de mi parte, la pregunta logra escucharse a la perfección. Él me contestó que su factor es A+, y por un instante pienso que es bastante irónico.

En voz baja comento que yo también, aunque una vez más los dos pueden oírme. Ambos comprenden aquello que tengo en mente.

—Necesitaría hacerte unas preguntas primero —me dice, ante lo que yo asiento con la cabeza.

—Bien, no importa —respondo—. Puede hacerme las preguntas que usted quiera.

—Supongo que sabrás que también antes de la transfusión debemos verificar que tu sangre con la de ella sean compatibles. No sé cuánto demorará, pero como dije, mientras antes comencemos será mejor. ¿Quieres acompañarme?

Suelto un suspiro, y mi mirada se encuentra con la de Isabella. Ella sonríe, dándome permiso para ir.

Así que, cuando el doctor comienza a caminar, yo lo sigo. Entramos a una habitación llena de cables y artefactos. Hay dos sillas, una enfrentada a la otra, y un par de cosas más que no tengo ni la menor idea qué son ni para qué sirven.

—Siéntate —me ordena segundos más tarde que haya inspeccionado todo el lugar, y yo obedezco—. ¿Qué edad tienes?

—Diecisiete.

—Eres menor de edad… —Suspira—. ¿Parentesco que te une a ella?

—Soy su novio —contesto, mintiéndole. Estoy seguro que si le decía que soy su amigo; no me permitiría donar ya que no tengo la edad suficiente.

—¿Pesas más de 50 kilos?

—Sí.

—¿Has donado sangre alguna vez?

—No, ésta sería la primera.

—¿Padeciste enfermedades infectocontagiosas?

—No tengo idea de qué enfermedades habla, pero supongo que no.

Se detiene antes de dar una breve explicación:

—Son las que se producen por microorganismos, ya sean virus, bacterias, parásitos u hongos. Como por ejemplo… tuberculosis, influenza…, enfermedad de Chagas, sífilis, difteria…, SIDA, cólera, triquina, varicela…, rubéola…

«Ya me perdí.»

—Tuve varicela a los seis…

—¿Hepatitis o mononucleosis antes de los doce años?

«¿Mono qué?»

—No.

—En este momento, ¿tomas alguna medicación?

—No.

—¿Enfermedades cardíacas, pulmonares, asma bronquial, anemia, trastornos de coagulación, enfermedades renales, diabetes en tratamiento con insulina, úlcera gastroduodenal en actividad, cáncer o cualquier enfermedad que puede ser transmitida por la sangre?

«¿No se cansa de las preguntas? Sé que son necesarias, pero joder, son muchas.»

—No —vuelvo a responder.

—¿En el último año te realizaron alguna cirugía o recibiste transfusiones? —Niego con la cabeza—. ¿Consumes drogas?

—No.

—¿Hace aproximadamente cuánto tiempo ingeriste algún alimento?

Hago memoria por unos momentos.

—Como a las tres de la tarde.

Tras contar, le oigo murmurar:

—Siete horas… —Sacude la cabeza, y el alma se me cae a los pies. Sin embargo, me recompongo cuando dice—. Extiende tu brazo derecho.
Agradezco que el interrogatorio haya concluido por fin.

Yo le hago caso. Toma un poco de algodón, y lo humedece en un líquido que se encuentra sobre la mesa. Después, con eso limpia la parte interna de mi codo. Coloca una banda elástica alrededor de mi brazo, como diez centímetros más arriba de la zona donde él introducirá la aguja.

De pequeño, cuando debían extraerme sangre, me explicaron que la función de aquella banda elástica es ejercer presión y restringir el flujo sanguíneo a través de la vena, lo cual hace que las que están bajo la banda se dilaten, y se hace más fácil que la aguja alcance alguno de los vasos sanguíneos. Eso me traumó y por ello me lo sé de memoria.

Finalmente introduce la aguja de una jeringa en mi vena, y al retirarla me cubre el sitio de punción. Hace exactamente lo mismo que ha hecho en mi brazo, sólo que en la muñeca.

—¿No debió haber verificado que sea compatible en vez de extraerme de nuevo? —pregunto, frunciendo el ceño. Intento no demostrarme tan aterrado como con anterioridad ha ocurrido.

Sin responder, mete una de sus manos en el único bolsillo que tiene aquella bata (si es que se llama así), y saca de allí un frasco de plástico cerrado con sangre dentro. Toma una jeringa nueva, pero sin colocar la aguja, y succiona del fluido. Deja el objeto dentro de un vaso, al lado del que contiene ambas jeringas con las que había utilizado conmigo. Se levanta de su asiento (creo que antes no mencioné que se había sentado) y de uno de los estantes toma una bolsa transparente abriéndola y sacando de allí un frasco idéntico al anterior. Vuelve a su lugar, lo abre y vierte la sangre de la última jeringa allí. Hace lo mismo con una que contiene mi sangre, lo cierra y tomándolo con una mano me lo muestra.

Pareciese como si todo ello hubiese sido extraído de la misma persona.

—Una mezcla homogénea. Esto significa que ambos flujos son compatibles.

Sonrío ante tales palabras. Por parte me pone contento poder ayudar, pero de todas maneras sé que esto no la sacará del coma en un abrir y cerrar de ojos.

Y, como si me hubiese leído la mente, dice:

—Esto la ayudará mucho.

Sonrío de nuevo, y los dos nos levantamos de nuestros asientos.

—Me quedaré terminando con esto —avisa—. Tú puedes regresar.

Asiento, y avanzo hacia la puerta.
Para volver con la abuela de Natalie, por suerte no debo tomar un camino difícil, ya que sólo tendré que doblar a la izquierda y luego caminar recto.

¿O era a la derecha?

Comienzo doblando por la derecha, pero después de un par de pasos veo que no era, ya que me estoy alejando del quirófano, y con Isabella nos encontrábamos cerca de ese lugar. Retrocedo en mis pasos, y doblo hacia el otro lado. Cuando ya me encuentro a unos metros, puedo ver que están todos allí. Mi padre, mi madre, Dylan, e Isabella. No me imaginé que vendrían.

—¿Cómo estuvo todo? —me pregunta ésta última, unas vez que sus ojos recaen en mí.

—Bien.

«Podría haber sido peor.»

Mi padre dirige su mirada hacia mi brazo, y debo cruzar los dedos para no reírme ante su expresión.

—¿Seguro?

Me encojo de hombros.

—Sí.

Dylan se sienta al lado de Isabella. Balancea su piernas de adelante hacia atrás al no llegar al suelo, y me pregunta:

—David, ¿cómo está la chica que te gusta?

«Qué oportuno.»

—Está en coma —logro responder, apartando la mirada.

—¿Qué es eso? —inquiere.

—Está durmiendo —contesta mi madre por mí, en voz baja—. Está durmiendo y hay que esperar a que se despierte ella sola.

—¿Entonces no podemos ir y despertarla nosotros? —quiere saber—. Así como hacía papá con David que le tiraba agua, ¿no se puede?

—No, no se puede —respondo yo, intentando que las lágrimas no volviesen a salir.

Me sonríe.

—De seguro está soñando con los caballos que tienen el palo pegado en la frente.

Mis labios hacen un amago de sonrisa, y le corrijo:

—Se llaman unicornios. Y, además…, no creo que una persona en ese estado pueda tener sueños, ¿o sí?

—Si el coma no es profundo… —empieza a decir mi papá—, puede soñar, oír y hasta sentir. Aunque, si sí lo es, realmente no lo sé. Creo que no.

Durante los siguientes minutos nadie dice nada, y yo aprovecho luego para preguntar qué hacen aquí. Mi mamá contesta que querían saber cómo estaba todo, y veo que Dylan tiene en mente soltar algún que otro comentario inocente, pero el medico anterior se lo impide tras regresar. Tiene un suero entre sus manos, y sonríe apenas.

—Ya no se necesita más donación, por el momento —dice—. Esto de aquí debe alcanzar. En caso de que se vuelva a necesitar, y que lo que tengo aquí dé buenos resultados pero no sea suficiente, necesitaré extraerte más —Me mira—, o de alguna otra persona con el mismo factor que la paciente; ya que si el factor Rh es diferente puede llevar a consecuencias como hemólisis, anemia, fallo renal, shock y muerte.

Un escalofrío recorre mi columna vertebral e intento ignorarlo. Trago saliva, dificultosamente, y mi hermano me pregunta si tengo frío. Le digo que no. La verdad tener frío no es exactamente, aunque sí miedo. Mucho miedo. Tener malos presentimientos a estas alturas no ayuda en nada…

Aun así, procuro no darle importancia. Natt estará bien… o bueno, eso es lo que quiero.

A pesar que el negativismo quiera apoderarse de mí, mi yo positivo es consciente que puede que ella se vaya y que yo ya no podré hacer nada para impedirlo. Sé que está grave y que puede estar peor. Puede estar hasta años en este hospital. ¿Qué digo años? ¡Décadas, sí, décadas! No recuerdo dónde lo leí; pero hubo y hasta hay muchos casos de gente que despierta más de diez años después.

¿Qué haría diez años sin ella? ¿Qué haría lo que resta de mi vida sin Natalie? Puede que esté exagerando, sí, lo sé. Sin embargo, considero que todo aquel que esté en mi lugar lo comprendería.

No es bonito que la persona que más puedes llegar a querer; esté entre la vida y la muerte.

Estoy seguro que ellos lo tenían todo planeado. Y, ¿sabes qué? En algún momento se los haré pagar. Primero me aseguraré que Natalie se recupere. Más tarde, que ocurra todo aquello que deba pasar. Se merecen hasta cosas que no me animaría a decir en voz alta frente a mi hermano menor.

Recuerdo que él estaba tan aterrado como yo. Muchas veces escuchó sobre accidentes de tránsito, pero nunca presenció ninguno. Hasta el día de hoy. Sobre todo el caos, a pesar que él se encontrase dentro del coche y yo fuera a tan sólo unos metros de Natalie, podía escuchar sus gritos. Y no puedo culparlo. Yo me contuve un poco también.

Mientras mi padre se encargó de llamar a la ambulancia, yo estaba allí, observándola a la distancia, porque él me sujetaba para que no avanzase más de donde me encontraba. Natalie estaba recostada sobre uno de sus hombros. El cabello le cubría el rostro, y su brazo izquierdo estaba en una posición muy extraña. Que las imágenes se recompongan en mi cabeza me dan más escalofríos todavía.

—¿Estás bien…? —pregunta Isabella, sacándome del recuerdo y apartando por unos momentos mis pensamientos negativos.

—Sí… —Mi voz se rompe, y para intentar disimularlo carraspeo y agrego después—: como nunca en la vida…

—Estás llorando… —Dylan me observa, con aquellos ojos que tan aterrados estaban, y continúa sin apartarme la mirada—. Y una vez tú me dijiste que los hombres no lloran.

«Qué confundido estaba.»

—Estoy vulnerable —le contesto.

—¿Qué es eso?

Busco una palabra que se acerque a estar en su vocabulario.

—Débil.

—¿Débil de estar blandengue?

Niego con la cabeza.

—Débil de estar destruido.

No dice nada por unos momentos, y se pone de pie. Camina hacia mí, muy despacio, y estando a tan sólo un par de pasos me extiende sus brazos. Yo le sonrío, y me agacho un poco para estar a su altura. Me abraza, fuerte, y contra mi oído le escucho susurrar:

—Tu chica se va a despertar, tranquilo bolunera.

—Es vulnerable —digo.

—Bueno, lo que sea, esa palabra rara.

Mi madre nos interrumpe, haciendo que nos apartáramos, y yo la miro esperando a que dijese algo más. Dice que tienen que irse, y si quiero ir con ellos.

—No —respondo, sin pensarlo ni por un segundo.

—Espera… —murmura mi padre, con los ojos entornados, acercándose a mí. Me señala—. ¿Por qué tienes sangre en la camiseta? —«¿Recién ahora lo nota?»—. ¿Por qué tienes lastimado el labio, y se te está haciendo un moratón en la mejilla?

—No pasó nada, la verdad.

Cruza los brazos.

—No sabía que la “nada” golpeaba.

—Yo tampoco —le contesto, recordando cómo Jordan se ha ido pudiendo apenas levantar los pies.

—¿Con quién te peleaste? Tú no eres así.

«Ni que fuera algo del otro mundo.»

—No pude controlarme. No es hora de regaños, ¿bien?

—Y si la situación tampoco se controlaba, podría haber terminado peor. ¿Lo sabías?

Pongo los ojos en blanco.

—Son sólo un par de golpes. Te aseguro que el otro ha quedado peor.

Una vez que lo suelto mi mamá interfiere, queriendo cambiar de tema.

—¿A qué hora regresarás a casa?

—Cuando Natalie despierte, claro.

—Luego de un rato nos iremos los dos —les dice Isabella, mirándolos—. Ustedes vayan tranquilos.

Ellos asienten, excepto Dylan, y se despiden. Veo cómo se alejan, mi hermano tomado de la mano de mi madre pero aun así mirando sobre su hombro para verme a mí, y lo saludo una vez más con la mano. Él hace lo mismo antes de desaparecer descendiendo las escaleras.

—¿Sabes? Yo me quiero quedar aquí —le digo, una vez que volteo en su dirección.

—No creo que nos permitan quedarnos hasta que ella no reciba la sangre necesaria.

—Con más razón me quedaré, entonces. ¿Qué pasa si a mitad de la noche necesitan más? Yo donaré, no otro que ni siquiera conocemos.

—No te lo tomes a mal, pero yo a ti no te conozco y sí te permití que la ayudaras.

Y no puedo contradecir porque sé que tiene razón.

—De cualquier manera… —continúa—. Yo sé que Natalie te quiere y aunque yo no te conozca; tengo que permitir y aceptar tu ayuda. De todos modos, me caes bien, ella habló bien sobre ti.

Por un momento una chispa de esperanza se enciende en mi interior. Que le haya contado sobre mí es algo bueno, ¿verdad? Aunque… Claro, cómo no lo pensé antes… Soy su «mejor amigo». Es obvio que le ha hablado sobre mí. De todos modos, déjame admitir que no me gusta la idea de que conozca lo nuestro de esa manera.

—Ella, exactamente… ¿qué le ha dicho?

Esperemos que sea lo que quiero, y no lo que supongo que le ha contado.

Sin embargo, no puede responder. Una vez más, tenemos frente a nosotros al médico que atendió a Natt.

Dice:

—Les quería comunicar que la paciente fue trasladada a una habitación del tercer piso. Su cuerpo no rechazó la sangre donada y se podría decir que está en un mejor estado, pero debemos estar muy atentos.

—¿Podemos verla? —pregunto, de manera atropellada, cuando logra pronunciar la última palabra.

—Habitación 268, de a una persona a la vez si es posible. Por favor.

«Gracias, gracias, ¡gracias!»

No demoramos en ir hacia uno de los ascensores. Yo presiono el botón que nos dirigirá a la tercera planta. Cuando, segundos más tarde, al frente de nuestros ojos tenemos una galería nueva, caminamos buscando el número que nos han dicho hace tan sólo unos pocos minutos.

Al encontrar la habitación, con Isabella intercambiamos una mirada.

—Puedes ir tú primero si quieres —dice.

Si te soy sincero, quiero entrar allí lo antes posible. No obstante, no puedo ser tan egoísta, si puede considerarse de esa manera. Ella es su familia. Ella es la que no pasó demasiado con Natalie el último tiempo. Quiero creer que yo podré esperar un poco más.

—No —contesto, e intento sonreírle—. Primero tú.

Ella suspira y con una sonrisa de lado, va hacia la puerta e ingresa a la habitación. Yo mientras espero comienzo a caminar de un lado a otro, nervioso. Más nervioso de lo que me gustaría estar.

Veo una banqueta a unos metros, y voy a tomarla para traerla. La dejo contra la pared opuesta a la entrada de aquel cuarto, y me siento. Recuerdo a mis amigos. Decido contarles las noticias que he recolectado el último tiempo.

David Janner @ «NATALIEEEE😭» las 12:57 a.m.
Natt entró en estado de coma.
Está grave y se fracturó dos huesos.

Segundos después empiezan a responder.

Victoria Steele @ «NATALIEEEE😭» a las 12:57 a.m.
CENICIENTA, DEBES DESPERTAR.
RECUERDA QUE YO SOY LA QUE DUERME😢

Chloe Bewster @ «NATALIEEE😭» a las 12:58 a.m.
¡¿GRAVEEEEE?! Hubiese preferido esdrújula.
Okay, chiste malo. LLORO PANES, NATALIE
¿CÓMO DEJASTE QUE EL COCHE TE
PASARA POR ENCIMA?

Christopher Gilbert @ «NATALIEEEE😭» a las 12:58 a.m.
No es posible… ¡¿DOS HUESOS?! ¿NO TE CONFORMASTE CON ESTAR EN COMA?

Luke Crawley @ «NATALIEEEE😭» a las 12:59 a.m.
LLORO UNICORNIOS, APRENDE A CRUZAR LA CALLE, HOFMANN. ¿POR QUÉ NOS HACES SUFRIR? MÁS QUE NADA A TU AMORCITO, QUE SUPONGO QUE INUNDÓ EL HOSPITAL.
Janner, no me odies, no lo dije con mala intención, pero ¿SABÍAS QUE EL LLANTO ES LA ESTELA
QUE DEJA EL ALMA EN EL MAR DE LA EXISTENCIA? Yo no, lo escuché en la película que vi hace un rato por YouTube😭😭

David Janner @ «NATALIEEEE😭» a las 12:59 a.m.
Aún no he inundado nada.

Me desespera que no se lo estén tomando en serio.

Guardo el teléfono en mi bolsillo trasero, después de ponerme de pie. Isabella acaba de salir de la habitación. Sus ojos están cristalizados, y antes que pudiese decir algo al respecto, mis brazos están envolviéndola.

—Yo sé que estará bien… —dice, en voz baja, y añade—; pero no es bonito verla de esa manera.

Tras separarse, va hacia la silla donde yo me encontraba. Mientras tanto saca un pañuelo de su bolso. Nunca noté que llevaba un bolso.

Me encojo de hombros sin tomarle importancia a ese detalle, y llevo mi mano al pomo de la puerta. Realmente, no estoy muy seguro en si realmente quiero ingresar allí, pero, de todas formas, lo hago.

Entro mirando el suelo, a pasos lentos. Una vez que soy completamente dentro, cierro la puerta detrás de mí. Despacio, muy despacio, comienzo a levantar la cabeza; y me la encuentro acostada en aquella camilla. Sin lugar a dudas, esa es la imagen encargada de romperme el corazón.

Las ganas de llorar regresan. Siento que los ojos me pican y por ello los cierro, haciendo escapar algunas lágrimas que terminan deslizándose por mejillas.

Natalie está con cables por todos lados, vendas blancas que lo único que permiten ver es su rostro, y lo que parece ser un yeso en el brazo izquierdo. No muy lejos de la camilla, se encuentra el monitor cardíaco. Pueden oírse a la perfección los pitidos, y sé que sería muy estúpido si así no fuese. Se ven las subidas y bajadas que representan su ritmo cardíaco, y la intensidad de los latidos. Según lo que se escucha y lo que se ve; podría decirse que es normal. Lo que no es normal, es lo que está sobre la camilla.

Viéndola así, es peor que imaginando las cosas que podrían llegar a suceder.

De más está decir que mis pensamientos se tornan cada vez más y más negativos.

No puedo creer cómo todo ha sucedido tan rápido. De un segundo a otro se encontraba en un quirófano, a punto de perder la vida. Todo iba muy bien… Hasta yo iba a hacer que estas vacaciones fuesen especiales porque iba a dedicarle tiempo a ella. Y sí, lo estoy haciendo, le estoy dedicando de mi tiempo… aunque no de la manera que me gustaría…

Me acerco, poco a poco, a donde se encuentra. Me detengo a su lado, para contemplarla mejor.

En una de sus mejillas tiene un moretón, y una venda le cubre la cabeza hasta las cejas. La verdad es que observarla tanto me hace peor.

Realmente, ya no soporto. Apenas van unos minutos que estoy en esta habitación y ya quiero irme.

Pero eso sí, quiero irme con ella. Con Natalie despierta y consiente. Con todos los huesos, y órganos sanos. Y no tener que irme con su imagen en mi mente, que seguramente me torturará toda la noche. O tal vez no sólo esta noche, sino hasta que despierte. ¿Qué sucedería si no lo hace? ¿Si la pierdo? ¿Qué pasaría? Eso está taladrándome la cabeza hace bastante.

Mi mirada la recorre una vez más. Al terminar, es cuando pienso que es momento de hablar. Espero que, como ha dicho mi padre, el coma no sea profundo y sí pueda escucharme. Daría lo que fuera con tal que lo haga.

En un hilo de voz, durante los siguientes minutos me encuentro diciendo:

—Natalie… por favor. No te vayas… —Suspiro, temblando a la vez, e intento que las lágrimas, por lo menos por unos momentos, no regresen—. Quédate conmigo… no quiero perderte, no quiero que mueras; no quiero ni siquiera pensar en ello, pero estoy tan… tan roto que es lo único que hago. No quiero una vida sin ti… Yo… bueno, ya te lo dije; yo te quiero mucho y pues… ¿Quién querría que una persona especial salga de su vida para siempre? Supongo que nadie; y yo no soy la excepción. Necesito que estés a mi lado.

Él decirme a mí mismo que no debo dejar escapar las lágrimas no ha funcionado. Las limpio con el dorso de mi mano izquierda antes de seguir.

—Ya sé que parezco un idiota llorando… pero no puedo controlarlo. Las lágrimas y las ganas de llorar resultaron ser más fuertes que yo. Pero tú… tú sí debes ser fuerte y sobrevivir; debes quedarte porque verdaderamente no sé qué haría sin alguien como tú. Puede sonar un poco egoísta, pero… es que yo… yo… —Suspiro una vez más y cubro mi cara con las manos. No puedo. No puedo. Es mucho por ahora. Demasiado. Decido que mejor será volver a casa.

Así que salgo de la habitación. Isabella me observa a los ojos por bastante tiempo, y cuando una vez más pienso que es suficiente, aparto la mirada. Le digo, observando la pared, que ya es tarde; que ella debe descansar y yo también. No se niega, y descendemos con ayuda del ascensor hasta llegar a la entrada del hospital. Tomamos un taxi. Ella le dice la dirección de su casa al chofer, y él comienza a conducir. En mi cabeza me pongo a contar la diferencia de cuántas cuadras son hasta la mía, y son cinco. Le digo que me bajaré con ella y caminaré, ya que no es lejos, mientras miro por la ventanilla. Ella acepta, y el resto del viaje transcurre en silencio. Al llegar, Isabella le entrega el dinero antes que bajemos.

—Seguramente mañana te pague el viaje —digo, señalando al auto que se va.

—No es necesario, no te preocupes —contesta.

—De cualquier manera, lo haré.

Ella me sonríe, y tras unos segundos de silencio, cuando creo que ya es hora de ir hacia mi casa, me detiene.

—Muchas gracias, David —es lo que dice.

Mi entrecejo se frunce.

—¿Gracias? ¿Por qué?

—Pues... por todo lo que has hecho.

—No tienes por qué agradecerme, realmente.

Le sonrió de vuelta, y me despido. Sin embargo, antes de que pudiese darme la vuelta siquiera, me detiene una vez más.

—¿Puedo preguntarte algo?

Respondo que sí, que no hay problema. Se lo piensa durante unos instantes, hasta que me toma desprevenido cuando lo suelta sin tapujo alguno:

—¿Sientes algo por Natalie?

La verdad es que esperaba cualquier pregunta (en serio, cualquiera) excepto esa.

—Sí —respondo de una vez, observándola, sabiendo que no podré esquivar su mirada, y mucho menos su cuestión.

Isabella me sonríe de nuevo, antes de decir:

—Ella me dijo que también siente algo por ti.

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