4. ❝Maldito mapache❞🌙
Cuando crees que en el día no ocurrirá nada nuevo e/o interesante, aparece ella; mirándote con el ceño fruncido a través de sus gafas y con los brazos cruzados, como si el momento dependiera de ello, y así asemejándose a una madre molesta a punto de regañar a su hijo por alguna travesura. Sin embargo, la única diferencia es que ella no es mi mamá, y tampoco yo hice algo que no debería. Es más, me estaba dirigiendo amablemente hacia ella por segunda vez en el día que vengo a Dirección, y me pide que tome asiento para luego observarme de esa manera, que por cierto me molesta.
Iba a preguntarle, «¿qué mierda es lo que quieres?», pero después recordé que ella es Ellie Howard, la directora, y si no quería que me volara a patadas del lugar debía cerrar la boca.
—Bien —dice, de una vez por todas. «No señora, bien nada, estoy en una jodida Dirección siendo asesinada por su mirada, ¿o es que acaso no lo nota?»—, iré directo al grano, no quiero seguir perdiendo el tiempo. ¿Podrá explicarme por qué su teléfono móvil estaba en uno de los pupitres del aula de Literatura?
—¿Qué? —Eso es lo único que logro pronunciar, confundida, luego de haber analizado su larga pregunta.
—Sabe a lo que me refiero.
—En realidad, no.
—Hace unos minutos, ha venido una alumna a traerme un celular; diciendo que le pertenece a usted y que lo encontró en uno de los salones, exactamente en el pupitre de la esquina izquierda trasera.
—¿Había dicho Literatura? —Ella asiente—. Pues, yo hoy no tuve esa asignatura; así que todo lo que le contaron fue mentira.
—Confío en esa persona, de todos modos.
—¿Quiere decir qué a mí no me cree?
—Exacto.
—Ni siquiera me conoce.
—Por eso mismo, usted es nueva.
—Eso no me clasifica como mentirosa.
—Hasta que no obtenga mi confianza, yo podré denominarla de ese modo. Además, apenas es la primera semana y usted ya tiene problemas…
—Tampoco soy problemática.
—No lo ha demostrado.
—Pero lo haré.
—Eso espero.
—Bien. ¿Puede devolverme mi teléfono?
—No terminé de hablar para que se vaya.
—¿Qué más tiene para decirme?
—Deberá leer las normas del internado, así nada de esto se vuelve a repetir, ¿de acuerdo?
Asiento lentamente con la cabeza en un intento de no rodar los ojos en su lugar, y ella me entrega un cuaderno con la tapa y contra tapa color marrón oscuro.
—Por favor, ahora busque la número nueve y léala.
Al abrir dicho cuaderno me encuentro con páginas algo amarillentas, y voy hojeando hasta encontrar la deseada.
—«Se prohíbe el uso de dispositivos tales como celulares o reproductores de música en horario de clases».
—Y usted, señorita Hofmann, no la ha cumplido. ¿Sabe qué significa?
—Sanción.
—Exacto.
Suspiro.
—Pero es injusto, no lo he usado; ni siquiera lo tuve en mis manos en toda la mañana.
—Porque estuvo ocupada durmiendo en clase de Filosofía, ¿cierto?
Abro los ojos sorprendida y a la vez confundida. Capaz que también algún otro adjetivo terminado en “–ida” haga presencia en la situación.
—¿De dónde sacó que dormí en esa materia? No lo hice.
En realidad, sí; pero no se lo diré.
—El profesor de aquella asignatura, William Sharman, fue el encargado en venir y comunicármelo.
«Oh…»
—Pero…
—¿Dirá que él miente, cuando la que lo hace es usted?
—¿Nunca le sucedió algo similar? Tenía sueño.
—¿Sueño? Mire, Natalie. Todos los incidentes que usted tuvo están en contra de las reglas. Primero ha llegado tarde a la primera asignatura del día lunes, hoy se durmió y, por último, este asunto de su teléfono móvil cuando estamos a miércoles. Si sigue así terminará expulsada antes de que lleguen las vacaciones de Navidad.
—Todos aquellos incidentes tienen una explicación. Cuando llegué tarde fue porque me perdí y no tenía mis horarios. Cuando me dormí fue porque la clase estaba muy aburrida y anoche no logré descansar bien. Lo del celular, ya le expliqué que no lo había visto en todo el día, sólo lo utilicé para la alarma y luego quedó en mi habitación. No sé cómo llegó hasta allí.
—Con respecto al primer reporte… aquí, en esta institución, les permitimos a los alumnos que el primer día sólo se instalen y conozcan el lugar. Además, siempre dejamos los horarios en las habitaciones y si…
La interrumpo.
—No es culpa mía que no estuviesen en mi cuarto y tenga que esperarla media hora para que usted los encuentre.
—Nosotros tenemos copias de los horarios de cada persona. Uno de ellos es el que está en los armarios, y el otro queda en Dirección. ¿Sabe cuántos alumnos tenemos? Más de ochocientos. Es decir, tuve que buscar su plantilla entre esa cantidad.
—No creo que sea excusa.
—Tampoco las tiene usted porque disponía de quince minutos para encontrar el aula. Se puede desayunar desde 7:30 a.m. hasta las 8:30 a.m., y la primera clase inicia 8:45 a.m.
—A esa hora seguía sin mis horarios.
—Se hubiese acordado de ello antes. El día anterior, el domingo, por ejemplo…
—Como ha dicho, soy nueva. ¿Cómo iba a saberlo?
—… y, con respecto a que tenía sueño —continúa, ignorándome—, no le veo sentido porque a partir de las 9:30 p.m. dispone de tiempo para dormir. Son más de ocho horas.
—¿Piensa que los adolescentes se acuestan antes de las 10:00 p.m.?
—Estando aquí, deberían.
—¿Acas…?
—Y lo de su teléfono, se sanciona porque puede utilizarlo en el momento que quiera, excepto en clases. Esas horas son para aprender, no para enviar mensajes de texto ni nada por el estilo.
Ya comienza a desesperarme.
—¡Que no lo he usado!
—Será suspendida por tres días, Hofmann —anuncia—. Recuerde que se toma asistencia en todas las asignaturas y si usted llega a las treinta y cinco faltas es expulsión.
Cruzo los brazos sobre mi pecho.
—No me cansaré de decir que es injusto.
—¿No le parece justa la suspensión? Pues mire; tiene ya tres reportes. Siempre que un alumno llega a esa cantidad termina siendo suspendido.
—El último no me lo merecía.
—Entonces hagamos algo —propone, y suspira—. Solamente te suspenderé en las clases de mañana, pero si llego a enterarme que está mintiendo; agregaré los otros dos días correspondientes.
—Y si se da cuenta que digo la verdad, yo creo que usted debería eliminar las faltas de las materias que tendré mañana.
—No lo haré, porque no se presentará a ellas. Lo que sí es injusto sería que le borre las inasistencias a un alumno suspendido, que a uno que se presenta siempre.
—Si esa persona va siempre a clases, no tendrá razón para sacarle faltas inexistentes.
—No me hará cambiar de opinión, así que, por favor; cállese.
Cruzo los dedos para no poner los ojos en blanco.
—¿Nada más que deba decirme?
—No, puede retirarse.
—Mi teléfono, por favor —pido, a la vez que consigo ponerme de pie.
Luego de habérmelo entregado, salgo lo más rápido posible de aquel sitio mientras miro atentamente el celular que llevo entre mis manos, y, después de examinarlo un largo rato llego a la conclusión de que sí; es el mío, pero lo que aún no llego a comprender es por qué estaba donde lo han encontrado… Como ya le expliqué a la directora, hoy no tuve Literatura y por arte de magia apareció allí. Donde sí sé que estaba, fue en mi habitación hoy por la mañana, ya que cuando oí el despertador era tarde con respecto al horario en el que debía estar preparándome (quince minutos, para ser exacta), entonces hice todo lo que tenía que hacer a las apuradas y me había olvidado mi teléfono en el cuarto. Durante las siguientes horas no lo necesité y hasta que no lo ha mencionado ella no recordaba que ese aparato existía.
Después de estar unos segundos observando la pared, me encojo de hombros sin encontrar una explicación y opto por ir hacia el dormitorio porque tengo mi morral arrastrando por el suelo y no soportaré llevarlo un rato más. Pesa mucho. Aun lo tengo conmigo porque a la directora se le ocurre llamarme en los últimos cinco minutos de la hora de Matemáticas, y el profesor dijo que vaya con mis pertenencias así luego no tendría que regresar al salón.
Cuando ya me encuentro frente a mi cuarto veo que la puerta está entreabierta y sólo me basta empujarla un poco con el pie para que se abriera por completo. Me adentro a la recámara suponiendo que Ashley estará aquí, pero con lo único que me encuentro es con ropa desparramada por el piso de madera. Frunzo el ceño y cierro la puerta detrás de mí. Esquivo todas las prendas para llegar a la cama y sobre el colchón dejo los objetos que traigo en mis manos. Vuelvo a acercarme a los uniformes tirados, y tomo una camisa. Al tenerla a mi disposición recorro la vista por toda la prenda hasta que mis ojos recaen sobre dos letras escritas en la etiqueta que está en la parte interna del cuello:
«N.H.»
No tengo que pensar tanto para saber que corresponden a mis iniciales y que yo fui la encargada de anotar eso ahí, pero otra duda del día para agregar a la lista sería: ¿por qué no está en el maldito armario?
Absolutamente toda mi ropa (pijamas, camisas y faldas) era aquella, y luego de doblarla y ordenarla como corresponde llegué a la respuesta que buscaba: Ashley Howard.
Ambas cuestiones que me planteé, tanto del celular como de la ropa, se relacionaron en mi mente formando un camino que desemboca en ella: la mapache.
Una pregunta puede actuar como respuesta de la otra, la verdad. Ashley pudo haber sido la encargada de hacerle creer a su tía lo de mi móvil, pero para lograrlo primero debía tenerlo bajo su alcance… Cosa que logró revolviendo mi ropa para encontrarlo, aunque no fue necesario ya que lo había dejado sobre la mesa de noche a la vista de cualquiera.
Supongo que para que yo no sospechara tenía que haber recogido mis pertenencias del suelo y organizarlas como si no hubiese sucedido nada de nada… Aunque bueno… al parecer tiene el cerebro tamaño nuez y al ser tan diminuto no fue de tanta ayuda.
Si no me cayera mal, de seguro me daría lástima.
La alejo de mis pensamientos al oír gruñir y quejarse a mi estómago. En un rápido movimiento mi celular y el bolso regresaron a mis manos para que mis piernas corrieran hacia la cafetería. Al llegar a destino, me dedico en buscar a Chloe y Victoria para saber dónde sentarme luego de tener el almuerzo. Cuando las encuentro sonrío, y camino hacia la larga cola de personas esperando su turno para pedir cada uno la comida.
Como diviso muchos (verdaderamente, muchos) alumnos allí, sé que cuando me tocase a mí ya va a ser como las 6:00 p.m., así que doy media vuelta para dirigirme a la mesa que había ubicado hace unos segundos atrás. En ella, no solo están mis nuevas amigas; sino que también David, mi supuesto fan. Me parece extraño que se encuentre ahí, pero más aún de que hablara tan animadamente con ambas.
Lentamente me acerco a los tres.
—Hola —digo, y me siento en la silla desocupada dejando mi morral contra el respaldo y el celular sobre mis piernas.
—Hola Natt.
—¿Dónde te habías metido? ¿Te perdiste? ¿Por qué tardaste?
Chloe habló tan rápido que no me permitía responder sus preguntas al instante de que las había formulado.
—No, por suerte no me perdí; la directora me había llamado y luego subí unos minutos a mi cuarto.
—¿Y tu almuerzo? ¿No vas a comer?
—No tengo paciencia para esperar a que la hilera de allá… —La apunto con la barbilla, se encuentra detrás de Victoria— se deshaga.
—Yo no tengo hambre —comenta David y lo miro confundida—. Toma mi almuerzo, ni siquiera lo probé.
—No es necesario.
—Sí, lo es; desde aquí escucho la protesta de tu estómago.
Chloe deja escapar una carcajada.
—¿Estás seguro que no quieres comer tú? —le pregunto.
—Sí, estoy seguro. —Desliza la bandeja roja por la mesa hasta dejarla al frente mío.
—Pues… —Me trago mi orgullo para no rechazarlo cuando eso es lo que quiero. Le sonrío—. Muchas gracias.
—No fue nada.
En su rostro también se forma una sonrisa, y luego de desviar la mirada yo le frunzo el entrecejo al aire comprendiendo lo que acabo de hacer. ¿Tuve una conversación con un hombre de mi edad sin golpearlo ni insultarlo? Wow, verdaderamente debo tener hambre.
Cuando el plato queda vacío, Victoria permanece observándolo con los ojos más abiertos de lo normal, y yo no hago más que preguntarme mentalmente: «¿Le tiene fobia a los cubiertos o qué le pasa?»
Después de incontables segundos, habla saliendo del shock:
—¿Cómo haces para comer tan rápido?
—Eh… —Miro en todas direcciones buscando una respuesta que ni yo conozco—, mucho apetito, tal vez.
—Límpiate, tienes salsa aquí —dice Chloe tocando la comisura derecha de sus labios.
Llevo mi mano hacia ese sector, pero no tengo rastros de comida.
—Del otro lado, Natalie —avisa David alcanzándome una servilleta de papel. La acepto rápidamente para quitar la mancha roja de mi rostro.
—Gracias.
No iba a ser bonito deambular por el internado con la boca sucia.
—¿Para qué te llamó la directora? —cuestiona la pachorrienta cambiando notablemente el rumbo de la charla.
—Me cree problemática, eso es todo.
—¿Por qué?
Entonces es cuando llega el momento de explicarles todos los “incidentes” que tuve en lo que va transcurriendo de la semana.
—Nunca le cree a los que ingresaron recientemente.
—Me di cuenta —gruño, más molesta de lo que esperaba.
—Y los que están hace tiempo se aprovechan de ello, para que lo “paguen” los nuevos; metiéndolos en problemas.
—¿Qué se suponen que ganan con eso?
—Según algunos, es divertido.
—No tiene gracia…
—Para su gran mayoría sí porque al estar encerrados aquí, se aburren; y necesitan hacer algo para «matar el aburrimiento».
—Pues que jueguen a la rayuela.
David se ríe y sin esperar a que sus carcajadas cesaran, añado:
—Aunque no creo que todos lo hagan para divertirse… Por ejemplo, ya les dije que con respecto a lo que me sucede a mí, pienso que la que está detrás de la desaparición de mi celular es Ashley, y muy poco probable sería que lo haga por aburrimiento. Sé que tiene algo contra mí. Tal vez sea porque manché su camisa con café…
—Solo es por ahora, debe ser porque recién te conoce —opina mi fan, y las demás están de acuerdo con él.
—Eso espero...
Los siguientes minutos son silenciosos, ya que ninguno de los cuatro sabe qué decir. Bueno… eso creía hasta que alguien pronuncia mi nombre.
—Natalie… —Ese es David Janner. Dirige su mirada hacia Victoria, luego a Chloe, y ésta última asiente con la cabeza mientras sonríe.
—¿Qué pasa? —pregunto, y supongo que lo interpretaron como si estuviese enfadada o su presencia me molestara, porque lo había cuestionado en un tono para nada bonito y él dudó en si continuar o no.
—Eh, podemos…, ¿podemos ser amigos?
≪ Que yo sepa, eso no se pregunta. ≫
—No —bromeo, y no me doy la molestia de mirarlo a los ojos.
Por parte no me molestaría tener una amistad con un hombre, pero a la vez me parece que la idea no es muy buena. Y lo que me sorprendió de mi respuesta, fue que soné muy convencida en decir que «No», o sea; no lo interpretará nunca como una mentira.
—Bueno… si no quieres; no quieres. Adiós.
Acto seguido, se levanta de su asiento, me observa sin expresión alguna durante unos segundos y luego se marcha.
—¡¿Desperdicias la oportunidad de hacer amigos que están más buenos que el pan?! —grita Chloe dirigiéndose hacia mí—. ¡¿Quién te entiende?!
—Era mentira, sí quería, pero no porque “esté bueno”.
—Por poco él no babeaba la mesa por ti, y vienes con tus bromitas…
—¿Y?
Me encojo de hombros sin darle importancia.
Ambas se observan entre sí, luego voltean hacia mí y se miran otra vez, para después golpearse la frente con la palma de sus manos.
«¿Qué hice?»
Bueno, sé que tal vez no tuve que responder de esa manera ya que me dio de su almuerzo porque carezco de paciencia, pero, ¿qué se esperaban? ¿Qué vaya corriendo tras él y decirle que era mentira? Ni estando ebria lo haría tratándose de alguien del sexo opuesto.
☀ ☀ ☀
Después de estar un rato más en la cafetería hablando de cosas sin sentido alguno, tuvimos que dirigirnos hacia nuestra última asignatura del día. Cuando esa hora terminó, decidí que buscaría a Ashley para averiguar qué es lo que tiene en contra mía porque no podré soportar que mi compañera de habitación me odie de por vida cuando debo convivir con ella hasta las vacaciones. Y sí, después de todo hasta vacaciones. Hace unas horas atrás, antes de ingresar a la primera clase del día, me dirigí hacia Dirección para pedir que por favor me cambiaran de cuarto.
—No —había contestado la directora, y yo lo traducí como «Tendrás que lidiar con mi sobrina hasta junio del año que viene, jódete.»
Pareciera que ambas me detestan por llevar el mismo apellido, y su tarea es hacer que a mí me den ganas de pegarles un ladrillazo en la cabeza. Verdaderamente son idénticas.
—Será difícil encontrarla —comenta Victoria, sacándome de mis pensamientos.
—¿Por qué?
—El internado no es pequeño, puede estar en cualquier lugar.
—Somos tres, podríamos dividirnos… —opina Chloe ignorando el hecho que avanzo dos centímetros y ya me pierdo.
—Me niego a eso.
—Bueno pues, entonces en dos grupos… En realidad, sería uno sólo, y la que sobra conformaría su propio equipo.
Asiento con la cabeza aceptando la idea, y automáticamente mis ojos se desvían hacia la izquierda, que ni tan cerca ni tan lejos de nosotras, se encuentra ubicado en una de las mesas David. Tal vez él sepa y pueda aportar algo sin necesidad de iniciar nuestra búsqueda.
—Ya vengo, espérenme —les pido, sin apartar la mirada de él, y me levanto del asiento para caminar hacia donde está. Lleva puestos auriculares conectados a un teléfono móvil que se halla en sus manos, sólo que no lo utiliza; permanece allí en sus palmas mientras él se concentra en la canción que debe estar escuchando.
Al tenerlo a unos pasos, empiezo a dudar en si hablarle o no… es decir, a mí, personalmente, me molesta mucho (¡mucho!) que me interrumpan cuando escucho música o cuando me encuentro leyendo; y me temo que a él también… No quiero que termine lanzándome dardos imaginarios por arruinarle el momento.
No obstante… supongo que no perderé demasiado.
Cuando ya estoy de pie al frente de él, siendo solamente separados por la mesa, se quita uno de los auriculares y me observa con el ceño fruncido.
—Hola —digo, sonriendo.
—Hola… —saluda y parece bastante confundido. ¿Acaso no es normal que haya dicho unas horas atrás que no quería ningún tipo de relación con él y ahora esté hablándole feliz y sin hacerle daño?
—¿Cómo estás?
Bueno, para ser sincera no me importa. Solamente vine hacia David para formularle una pregunta, aunque no precisamente esa.
—Bien, gracias.
Espero a que dijera algo más, pero como no lo hace, hablo yo llegando al punto que quiero llegar:
—¿Por casualidad has visto a Ashley Howard? La rubia falsa, ya sabes a quien me refiero.
Continúa en silencio unos segundos más y como no responde deseo más que nada golpearle en la cara con mi zapato. ¿Está sordo o qué tiene? Que ni se crea que estamos jugando al misterio o algo parecido.
—No quieres ser mi amiga, así que no; no la he visto.
Me preparo para contestarle, cuando vuelve a colocarse el auricular. ¿Sabes?, ya sé lo que eso significa… lo utilicé un par de veces: «Cierra la boca, me da cáncer auditivo oírte.»
—Por favor… —murmuro, pero como había hablado tan bajo dudo que lo haya escuchado. Y, pues, no me confundí; ya que ni se percató de mis palabras, sólo observa un punto fijo detrás de mí—. Por favor. —Silencio, sigo sin respuestas—. ¡Estoy hablándote, imbécil!
Desvía su mirada de la puerta de la cafetería para fijarla en mí, y habla tan… tan… tan sonriente que mis ganas de golpearlo se multiplican.
—Disculpa, qué… ¿qué has dicho?
Mi mandíbula se tensa, y entre dientes consigo pronunciar:
—Que soy Madonna.
—Pues, bien por ti.
Sin saber qué decirle, me cruzo de brazos e incontables minutos después, elijo hablar una vez más.
—Ya, enserio; necesito que me digas dónde está.
—¿Quién? ¿Madonna?
—¡Ashley!
—Pero no soy Ashley, no me grites; soy David, un gusto conocerte. —Estrecha su mano izquierda y eso es lo que hace colmar mi paciencia y que mi rostro se tornara rojo de lo furiosa que me encuentro.
«Maldito bastardo…»
—Qué buena elección fue decidir no ser tu amiga —escupo (no literalmente, aunque la idea no estaría mal) y a largos pasos regreso con Victoria y Chloe.
—¡Hace unos minutos atrás, antes de venir hacia aquí, la vi salir de Dirección junto con Jennifer y Rebecca!
Al instante de oír sus palabras vuelvo por sobre los metros que había avanzado, y al estar frente a él otra vez, de manera brusca y rápida llevo mis manos a los lados de la mesa; inclinándome un poco hacia adelante para estar a su altura.
—¡¿Hacia dónde fue?!
—No tengo idea —contesta—. Lo único que sé es lo que acabo de decirte, lo siento. —Yo suspiro frustrada, y después me encuentro sentada en una de las sillas, con mi frente sobre plástico rojo de la mesa mientras David sigue observándome—. ¿Para qué la buscas? ¿Otra pelea? Quiero estar presente, yo soy tu fan; te defiendo.
—Algo así —respondo aún en la misma posición.
—Te ayudo a encontrarla, si quieres.
No estoy mirándolo, pero algo me dice que ya se ha sacado los auriculares y que estará dispuesto a ponerse de pie en el momento que se lo pida para encontrarla.
—No estaría mal. —Levanto mi cabeza—. Chloe y Victoria también se ofrecieron hace un rato en colaborar.
—Vayamos los cuatro, entonces.
Yo sonrío, y cuando las chicas se acercan a nosotros, comenzamos a recorrer el lugar mientras hablábamos sobre ella y sólo de ella.
—Natalie la llama “castaña arrepentida” —comenta Vic, y nos reímos. Luego agrega—, y bueno, pues, también “mapache” pero ya es bastante usado.
—¡Oh! ¡Ya sé! —grita Chloe aplaudiendo y dando saltos a la vez que camina (la chica es multifunción) y nosotros no comprendemos a qué es que se refiere.
—¿Qué cosa?
—¿Saben quién es Nemo?
—¿Eso qué tiene que ver? —cuestiono, alzando una ceja.
—Ésta es una versión más humana… Buscando al animal que se tiñe. —Se aclara la garganta, y continúa hablando en un tono de voz más grave—. Próximamente, sólo en cines.
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