1🍃 ¿Cómo se llama la obra?
Lunes 16 de septiembre del 2013, 1:00 a.m.
1🍃 ¿Cómo se llama la obra?
El sol se pone, las persianas caen, las cortinas se cierran. Es como cuando un acto finaliza y el telón baja, sólo que en este momento no oigo los aplausos; solo escucho el silencio ensordecedor que me acompaña en esta habitación a oscuras. Mis oídos zumban, mis pensamientos se revuelven dentro de mi cabeza y giran haciéndome confundir logrando que por unos instantes me sienta mareada. Tengo que sacudir la cabeza para ahuyentarlo todo, aunque no es suficiente. Nunca es suficiente. Ni siquiera dormir lo es, porque las manchas oscuras me persiguen hasta en mis sueños y cuando abro los ojos me roban la respiración por unos instantes. De hecho, pueden llegar a hacerlo bastante seguido. Mis pesadillas forman parte de mis días a menudo, y aunque luche contra ellas, difícilmente logro vencerlas. No pude dormir bien las últimas noches. No logran ser muchos días consecutivos de noches tranquilas. Lo máximo que llegué a descansar fueron cinco horas porque mi cuerpo lo necesitaba más que mi cabeza.
Espero que mis noches aquí sean diferentes.
Sé que mis días lo serán, de alguna manera. Vivir en un internado cambia tu vida de cierta forma, ¿sabes? Por eso lo elegí.
Mi vida tenía que tomar un rumbo diferente.
Me había perdido en el camino y necesito encontrarme de vuelta. No estoy segura si este sea el sendero más corto, aunque me pareció conveniente. Cambiar lo que te rodea puede ayudar más de lo que piensas.
Yo creo que fue un cambio grande. No como lo sería mudarme a otra ciudad, pero me siento apartada del mundo exterior. Qué irónico, cuando yo lo único que espero es escapar de mi propio interior. No es posible realmente, claro. Pero lo haría si pudiera, al menos durante algunas horas.
Mi compañera de habitación está dormida. En el mismo instante que dejó caer su delgado cuerpo sobre el colchón sus ojos se cerraron. No creo caerle muy bien... me ha evitado mucho. Al ser nueva aquí le he hecho varias preguntas y creo que eso no le agradó demasiado. No ha dejado de mirarme mal, como si interrumpiera las importantes conversaciones que ella mantuviese en su cabeza.
Ya es hora de que me duerma también, aunque el sueño no ha hecho su aparición. Tengo la sospecha que corre sabiendo lo que le espera, no queriendo enfrentarse a las pesadillas y lo aprovecha cuando cree poder evitarlo. Admito que muchas veces evité dormir para no llamar a los sueños feos. Me sentía capaz de enfrentar el agotamiento pero no el agobio. Sin embargo, cuando descansar comenzó a volverse cada vez más necesario, deseaba con todas mis fuerzas que mi subconsciente estuviera de mi parte aunque sea una sola vez. Cada tanto lo consigo.
Para intentar distraerme me propongo pensar en cosas bonitas durante un rato, y el tiempo corre convirtiendo ese rato en extensos minutos que en realidad no son más que unas cuantas horas. Mayormente mis pensamientos son sobre historias que he leído, repasé capítulos con mi memoria y hasta le llegué a soltar sonrisas a la oscuridad sin darme cuenta de ello hasta después de unos momentos.
Sin embargo, mis bostezos llegan en el mismo instante que escucho la alarma sonar. Decido que la mejor manera de mantenerme despierta durante las siguientes horas es tomando una ducha con agua fría así que a eso voy mientras Ashley (es mi compañera de habitación, recuerdo que se presentó diciendo «Soy Le..., Ashley. Mi nombre es Ashley») se remueve en su cama pero sin despertar aún.
Por mi parte, ingreso al baño junto con mi uniforme y la toalla y lo dejo todo a un lado para comenzar a quitar la venda de mi mano izquierda. La contemplo durante unos segundos cuando lo consigo, viendo los cortes que dejaron los cristales en mis nudillos, y sacudo la cabeza antes de perder más tiempo para poder bañarme de una vez por todas. Una vez que acabo la venda blanca regresa a mi mano y me cuesta un poco al momento de vestirme con la falda, la camisa, y ni siquiera puedo ponerme bien la corbata. Mis medias terminan estando una algunos centímetros más abajo que la otra haciendo que lo único que esté bien en mí sean mis zapatos negros.
Tras tomar la tarjeta, mis horarios y mi bolso, salgo del cuarto dirigiéndome al ascensor. Recuerdo que ayer terminé perdiéndome y usé un elevador que me llevó al ala opuesta y estuve casi treinta minutos para encontrar mi habitación. La verdad llegué a ponerme muy nerviosa aunque más que nada terminé enojándome conmigo misma (y me desquité con la maleta, le di unas cuantas patadas mientras tanto).
Llego a la planta baja. Camino entre varias personas que lucen igual a mí (aunque más prolijos, claro) hasta ingresar a la cafetería. Si la encontré tan fácilmente es que ayer después de ordenar mis cosas en el cuarto decidí recorrer un poco el internado, y es el único lugar que recuerdo con exactitud.
Esquivo las mesas redondas y las sillas que las rodean yendo hacia centro del comedor, donde se encuentran dos mesas largas, una frente a la otra. En la cabecera de una se encuentran las bandejas, así que tomo una, busco una taza y cabeceo de un lado a otro buscando el café. Diez minutos más tarde busco una mesa libre, con el desayuno temblando entre mis manos (no puedo sujetar muy bien con una de ellas), y cuando siento que va a resbalar de mis dedos una chica rubia se posiciona delante de mí, como preocupada, y me la saca con una de sus manos tan bruscamente que se derrama un poco de café.
—Deja que te ayude —dice, sin darme oportunidad de negarle nada, y con dos bandejas en sus manos camina alejándose de mí. Yo la sigo, teniendo que dar grandes zancadas para lograr ponerme a su altura, y las deja a ambas sobre una mesa vacía del lado derecho. Me mira a los ojos por primera vez y sonríe—. Lo siento, no quería que se te cayera, me pasó un par de veces. Siempre que escuchan vasos y tazas rotas creen que fui yo. No es que sea torpe, solo soy algo distraída... —Como permanezco en silencio durante unos momentos, agrega después—: está bien, sí soy un poco torpe; pero hagamos de cuenta que tú no lo sabes.
Con ese comentario consigue hacerme reír apenas, y aprovecho para agradecerle la ayuda. Ella asiente con la cabeza, distraída, mientras su mirada recae ahora en mis manos (posiblemente por segunda vez) y con el entrecejo fruncido se dirige a mí una vez más:
—¿Qué te pasó ahí? Para que tengas una venda debe lucir feo.
Se ve con bastante curiosidad, y no logro entender por qué realmente.
Y no la uso porque luzca feo, sino para no exponer la herida, pero...
Le explico:
—Bueno... uhm, estaba de visita en casa de mi tía. Ella tiene tres gatos, y yo estaba sentada en el suelo jugando con uno y...
—¡¿El gatito te atacó?!
La miro confundida ante su reacción.
—¿Qué? No, claro que no. Solo... mi mano izquierda era la que estaba en el piso, y uhm, uno de los otros gatos se subió al mueble que estaba detrás de mí. Terminó empujando con su cuerpo un florero de vidrio y cayó sobre mi mano.
Hace una mueca cuando dije la última palabra.
—¿Y te dolió mucho?
Me encojo de hombros.
—No, creo que no. —Sacudo la cabeza—. Digo, sí, dolió, pero no fue tan grave.
—¿Y el gatito está bien?
—Sí, lo está. No le pasó nada. Ambos se asustaron. Con el que jugaba se asustó tanto que me rasguñó. —Señalo mi brazo derecho, algo más abajo del hombro, aunque la manga de la camisa lo cubre—. Pero estamos bien.
Después de eso se muestra bastante convencida con la historia, diciendo que lo importante es que los gatitos y yo estemos bien, e intento estar tan convencida como lo está ella.
Ofrece desayunar conmigo y aprovecha para hablarme sobre las mascotas que ha tenido desde los seis años, va desde la más joven a la más viejita. He llegado a contar cinco perros y ocho gatos, además de dos conejos, tres caracoles y una cotorra.
—Lata era muy bella, nos la dieron después de que mi hermano soñara con una y despertara llorando porque solo era un sueño y no teníamos una.
Dejo la taza sobre la mesa después de darle un último sorbo.
—¿Lata? ¿Se llamaba así?
Asiente con la cabeza, sonriendo.
—Sí. Ryan es más pequeño que yo por cuatro años. Le gustan mucho los instrumentos de percusión, aún desde pequeño, y mi padre... bueno, le creó una batería improvisada con latas. Jugaba con ella todo el tiempo. Pero a mí me cansaba a veces, así que un día le quité una de las latas para que no pudiera tocar más. Me corrió alrededor de la mesa gritando «¡Devuélveme mi lata, devuélveme mi lata!». Dejamos de correr cuando a los cinco minutos escuchamos a la cotorra decir una vez tras otra «¡Lata, lata, lata!». Ese mismo día la habían traído. Según decía Ryan, estaba dedicándole una canción a ella.
No puedo evitar reírme de nuevo.
—¿Fue la primera palabra que le escucharon repetir?
—No, en realidad lo primero fue «¡No, Chloe!» porque en el mismo momento que mi padre entró con la jaula mi mamá me regañaba porque quería subirme a la mesa. Supe que habían llegado porque la escuché repetir eso y fue suficiente para que obedeciera.
Hice mi bandeja a un lado al haber acabado y la miré atenta para que siguiera contándome.
—Aunque solía delatarme —continúa—. Siempre que me veía haciendo travesuras chillaba una y otra vez «¡No, Chloe!». Una vez cubrí su jaula con mi manta favorita para poder subirme a la mesa tranquila. En ese momento mi baile significó más que aquella mantita. Se quejó durante un rato, hasta que se dio por vencida. Cuando le saqué la manta repetía algunas palabras de la canción que había estado bailando. Palabras sueltas, aunque yo intenté hacer que aprenda toda la letra. Creo que no fui buena maestra porque nunca me hizo caso.
La campana suena cuando estoy por abrir mi boca para responder a lo que acababa de decir, y ella me explica sobre el tiembre que es el aviso de que faltan diez minutos para que empiece la primera clase.
Reviso mis horarios, notando que el primer bloque corresponde a Literatura. Como no sé dónde está el salón le pregunto si puede acompañarme y me lleva por el laberinto (realmente no creí que habría tantos corredores) hasta que logro tener frente a mí el aula que buscábamos. Ella se aleja por el lado derecho, según me dijo yendo hacia Biología, y cruzo el marco encontrándome con la mitad de los pupitres ocupados. Voy hacia uno del lado izquierdo, con una sonrisa en el rostro y la imagen del florero hecho añicos en mi cabeza. Imagino las flores en el suelo entre los cristales y el agua mojando mis pantalones y la mitad del gato. Pienso en todo lo que pasó. Porque si dije que eso pasó, claro que eso ocurrió.
Saco las cosas de mi bolso tan concentrada en la escena que se me terminan cayendo por no estar tan al pendiente. Mis cuadernos chocan contra el suelo haciéndome sobresaltar y salir de mi ensoñación; y espero entonces a que no caigan de esa misma forma todas mis mentiras, haciendo un gran estruendo y llamando la atención de todos. Con el corazón golpeando con fuerza mi pecho, me inclino hacia ellos para recogerlos y en ese mismo instante en mi cabeza escucho las silenciosas y repetitivas palmadas, conmigo sobre el escenario tras terminar el acto, después de aquella inmejorable actuación que comenzó en el momento que mi pie derecho tocó el primer escalón del edificio. Y no fue necesario romperme una pierna.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro