Escena 1
—ahh...¡Ahhhh!—grito la hermosa mujer cuando llego al orgasmo por quinta vez a lo largo de la noche oscura que los cubría. Su grito ronco por tanto haber gemido había resonando por las colinas en las que estaban haciendo el amor. Sobre la hierva, manchados del jugo verde del pasto y sus propios fluidos. Solo ella y él. Mujer y hombre. Diosa y demonio. Al fin estaban juntos nuevamente, por lo que cuando su amante se le lanzó encima en un beso apasionado no se negó—Mhhh—volvió a la realidad cuando siguió sintiendo como su demonio seguía embintiendola pese a que ella ya había llegado al clímax otra vez y no se detenía—Mi cielo...ahh—
—Ellie...ellie—gruño el rubio aun sin detenerse. Subió una de sus fuertes manos hasta el borde de su seno y lo apretó con fuerza sacándole un suspiro a la diosa, luego pasó su cálida lengua por su vientre y finalizó con besar esos labios rojos e hinchados. Antes de que el rubio pudiera darle la vuelta para cambiar de posición, la de ojos azules lo detuvo sosteniendolo del pecho. Apenas sintió esto, meliodas sostuvo la mano de su amada dándole un ligero apretón y la miró fijamente en la oscuridad—¿Qué sucede? ¿Te estoy lastimando? —la diosa negó—¿No te esta gustando? ¿Acaso ya no soy capaz de complacerte? —la risita de la dama hizo eco casi tan fuerte como su grito pasado y meliodas tuvo que alzar una ceja al no comprender el porqué lo había detenido—Entonces, ¿por qué? —
—Mel, estoy cansada—susurro elizabeth aun riendo un poco y con su respiración empezando a regularizarse. Incluso aunque estaban a oscuras, la bella mujer pudo ver el perfecto rubor que cubrió las mejillas del demonio el cual desvío la mirada avergonzado de sí mismo.
—Lo siento, he sido muy impetuoso—sé disculpo aun susurrando. Elizabeth estaba por contestarle aún divertida por aquella situación cuando el gemido de dolor de su enamorado la hizo hacer una mueca. Claro, había estado tan concentrada en planear los lugares que iban a visitar para su luna de miel que no se había dado cuenta de cómo el cuerpo de su futuro marido ardía por ella, había olvidado lo difícil que era complacer a un demonio, ellos eran tan imperativos a la hora de hacer el amor que incluso parecía que no se cansaban (aunque claro que lo hacían). Él podía durar toda la noche demostrándole su amor de esa manera carnal que elizabeth amaba. Lamentablemente ella, al ser mitad humana, ya no podía aguantar tanto como antes aguantaba y ahora su cuerpo humano le estaba cobrando todo el tiempo que llevaban demostrando se cuanto miedo tuvieron de perderse y que tan aliviados estaban de estar al lado del otro.
Escuchar a meliodas quejarse nuevamente por el dolor la hizo volver en sí.
Ahora que le pedía detenerse, podía sentir como su miembro seguía grueso y duro dentro de sus sensibles pliegues rosados y la falta de movimiento le estaba causando un dolor en su miembro. Necesitaba llegar a la liberación para tener paz.
—Oh cielo...—
—No te preocupes por mi—negó este con una sonrisita al darse cuenta de que la princesa había descubierto su temblar—Puedo soportarlo, vamos de regreso a la cabaña, fue muy apresurado de nuestra aparte hacer el amor en la colina en vez de en la cama nishishi—
—Mel no debes de fingir conmigo—esas palabras lo hicieron callar—Hazlo, por favor—ante sus asombrados ojos verdes, la princesa de Liones estiró la cabeza lo suficiente como para dejar un dulce beso sobre los labios masculinos y luego ir bajando hasta su cuello y firme pecho. Sabía lo que intentaba hacer.
—No, ya fue suficiente por hoy, no tarda en amanecer y prefiero que duermas a que...—
—Por favor meliodas, hazlo—su demonio interno quería seguir follandola, pero su parte humana no podía permitirse hacerlo. No, ella estaba muy cansada, no quería que durmiera poco solamente para complacerlo. Tenía un mano para ayudarse a terminar, ¿no? No había problema en eso.
Tal vez eso habría dicho de no ser por que la albina pasó sus uñas por sus espalda generandole un placentero escalofrío y luego chupo su pezon. El rubio sólo la miró una última vez a los ojos para buscar su aprobación y bastó sólo un asentimiento con una sonrisa para que se decidiera.
—Hazlo amor mío, hazme el amor una vez más—
—¡Elizabeth!—hizo justo lo que ella le dijo que hiciera. Hicieron el amor por última vez en esa noche sin dejar de besarse y de gemir en el oído del otro. Pará cuando el demonio por fin se corrió, la princesa sonrió complacida de que su amante al fin había conseguido el alivio, luego permitió que su demonio la cargará ya que ella estaba demasiado cansada como para caminar por si misma y finalizó con permitir que meliodas le diera un dulce baño para limpiar el color verde del pasto y sus fluidos.
Lo último que elizabeth recordó de esa hermosa noche fue estar recostada en la cómoda cama, estar cobijada por las sábanas siendo abrazada con cariño por su hombre y escuchar a meliodas cantarle una hermosa canción de cuna en el lenguaje de las diosas, una canción tan antigua como su amor, una canción que esperaba que él le cantará a su hijo cuando tuvieran uno.
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