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9. ¿Qué sería de mí si no te hubiera conocido?

Alan Walker & K-391 - Ignite ft. Julie Bergan, Seungri (0:10 - 0:53)

Las únicas veces que logro dormir, es después de largas noches de fiesta, alcohol y sexo, pero incluso en esas ocasiones suelo tener pesadillas, hace mucho que no duermo sin despertar sobresaltada... Hasta ahora.

Abro un ojo, pero lo vuelvo a cerrar porque todo es demasiado brillante. Cierro los ojos con fuerza y dejo escapar un pequeño quejido de dolor por la resaca. Esta es la parte mala de beber.

¿Qué hora es?

Había demasiada luz, lo que significa que es temprano. ¿Cierto? O al menos aún es de día. Me duele demasiado la cabeza como para pensar en la hora.

De repente, unas náuseas abrumadoras me hacen sentar, paso una mano por mi cara para quitarme la maraña de sueño e intento que mis ojos se acostumbren a la luz y de forma vaga veo como me pasan un cubo y lo tomo, sujetándolo con ambas manos.

—Odio vomitar.

Una mano aparta mi cabello y otra frota con cuidado mi espalda.

Espera un momento... ¿Con quién estoy?

Finalmente logro controlar mis náuseas y mareo, y vuelvo a cerrar los ojos con fuerza.

—Esto podría ayudar.

Abro un ojo y tomo el vaso con agua que me ofrecen.

Estoy acostumbrada a despertar sola, pero la voz contiene una preocupación genuina y mi mente aún no está muy clara así que no pienso en quien es, solo le paso el vaso y me vuelvo acomodar en la cama.

—Descansa un poco más.

Acomodan la manta con cuidado y me dejo llevar de nuevo por el sueño porque mi mente está muy cansada y adolorida como para razonar.

Cuando me vuelvo a despertar, mi cabeza aún palpita, pero al menos ya no tengo náuseas, así que me arriesgo abrir los ojos de nuevo.

Hay un aroma nuevo en el aire, es suave y reconfortante, me recuerda a las cálidas tardes de primavera. Al aire fresco, los árboles y algo cálido que no logro identificar.

Daylight —murmuro—. Un rayo de sol.

—Buenos días, ¿te sientes mejor?

—Sí.

Me pasa un vaso con agua y dos aspirinas que debo rechazar, agradezco que no pregunte la razón.

—Eres demasiado amable, Jazmín —le digo—. Y en serio lamento ser un desastre.

—No eres un desastre.

Pongo los ojos en blanco y me arrepiento al instante de hacerlo por el dolor de cabeza que me invade.

—Lo soy, Jaz. Estoy segura que me limpiaste vómito del cabello.

—Bueno, para eso están las amigas.

Eso me hace tensar.

—Creo que es muy pronto para decir que somos amigas, Jazmín. Nos hemos visto tres veces, contando el incidente del perro y la policía.

Tres veces. Solo nos hemos visto tres veces y me bastó una sola vez para comprender que Jazmín Dawson es como un sol. Tan llena de calidez, tan abierta y al mismo tiempo, tan encerrada en sus miedos e inseguridades.

Sobre todo, no me bastó mucho comprender que las personas se quemarían si se acercan demasiado a ella.

Y yo soy como un espacio oscuro y frío, que nunca logra recibir suficiente luz.

Tal vez por eso sigo regresando a ella. Buscándola entre la multitud.

—¿Y cuánto tiempo se necesita para considerar a alguien tu amiga?

Parece realmente intrigada por mi respuesta.

—Jazmín, ¿por qué quieres ser mi amiga?

Ser una Reagan y convertirme en una cantante en la adolescencia no me permitió sentir el sol. Obviamente no me refiero al sol de forma literal, sino aquella calidez y luz como la que proviene de Jazmín.

Es atrayente y casi adictiva, y tengo demasiada experiencia con las adicciones como para reconocer cuáles son las más peligrosas y letales.

Jazmín es una de ellas y esa es razón suficiente para querer estar lejos de ella, pero, al pasar años sin luz del sol y ahora que la he podido sentir tan de cerca, me resulta muy difícil alejarme.

—¿Por qué no querría ser tu amiga, Drea? Pero entiendo si tú no quieres ser mi amiga. De verdad. No me molesta o crearé un ambiente incómodo. Lo entiendo y lamento si te he molestado. No era mi intención.

Me da una sonrisa que obviamente no llega a sus ojos y se gira, con la intención de alejarse.

—Debí escuchar a Remy —masculla entre dientes para ella, pero la alcanzo a escuchar.

—Jaz, espera.

Me doy cuenta que si somos amigas, podríamos seguir viéndonos de vez en cuando y aunque no soy buena en el tema de tener amigos, si soy egoísta ante la idea de poder disfrutar de la calidez de Jazmín.

Sonrío.

Necesito a mi sol. ¿Bien? Incluso sí es egoísta de mi parte.

—Te voy hacer una pregunta y dependiendo de tu respuesta, podríamos ser amigas.

—Está bien, hazme esa pregunta.

—Sales al jardín y ves una abeja. ¿Qué haces? ¿La matas o la dejas ir?

Veo que Jaz realmente está pensando en la pregunta, no sé lo está tomando como algo sin importancia, aunque no entiende el porqué de la misma.

—No hago nada, solo la dejo ahí —finalmente responde.

—¿Por qué?

—Porque no sé lo que quiere.

Vaya.

—¿Respondí mal?

—No.

Mi mente vaga hacía unos meses atrás, a otra habitación y una persona diferente a quien le hice la misma pregunta. Mi mente se pierde en el recuerdo y su respuesta.

La dejaría ir —fue la respuesta que me dio esa noche— ¿Es la respuesta correcta? Aunque me da igual, de todas formas, es una pregunta estúpida.

No, esa no era la respuesta, pero estaba bien, no esperaba que Emilia lo supiera.

Todos siempre responden que la dejarían ir, pero a parte de mí, nadie más responde que no haría nada ya que en el fondo, no sabemos porque la abeja está ahí.

—Algo me dice que eres bueno para tener las respuestas correctas en las preguntas dónde nadie más sabe que responder, Jazmín.

—¿Eso es malo?

Me encojo de hombros.

—No lo sé.

Sonríe y yo muerdo mi labio inferior para evitar devolverle la sonrisa.

—Entonces, ¿ahora somos amigas?

—Eso parece. Así que dime, ¿qué se supone que hacen las amigas?

Le pregunto, porque no creo que el concepto que tengo de amistad y el que ella tiene, sea el mismo.

—Se conocen —responde.

Eso es una buena respuesta, excepto, que no sé quién soy, y aunque quiera y lo intente, estoy tan perdida en el personaje que debo interpretar, que hace mucho dejé de saber quién realmente soy como para poder mostrárselo a Jazmín.

—Empiezo yo. Soy Jazmín Dawson tengo veinticinco años mi cumpleaños es el catorce de Julio, signo cáncer. Mi color favorito es el azul. Me gusta hornear postres. Estudié marketing en la universidad, pero lo dejé para cumplir mi sueño de ser locutora. Mi madre no me apoyó y me quitó toda ayuda económica. Mi película favorita ahora es el mago de Oz, amo los musicales. Creo que la vida sería más divertida si fuera como un musical.

—¿Y cómo sería eso? —pregunto con curiosidad.

Las mangas de su jersey cubren sus manos y ella lo dobla para poder moverlas en el aire.

—Podríamos solucionar todos los problemas con una canción. ¿No sería eso fantástico? No importa el problema o que no parezca que haya soluciones a la vista, todo se arreglaría con una música.

—No lo había pensado de esa manera.

Compartimos una sonrisa. Es fácil sonreír cerca de Jazmín.

—Y si tú vida fuera un musical, ¿cómo se llamaría? ¿Cuál sería el título del musical de tu vida?

Elevo mi mano y antes de darme cuenta, golpeo la punta de su nariz con mi dedo índice y Jaz se ríe.

—No te diré —respondo—. Tendrás que adivinar. Por cierto, mi color favorito es el negro, mi película favorita es The Truman Show y soy signo escorpio.

—Por favor, dime qué no me he perdido tu cumpleaños.

Niego con la cabeza.

—Es el diecisiete de noviembre, pero no lo voy a celebrar. Tengo un concierto en New York.

Usualmente no celebro mi cumpleaños, siempre me ponen conciertos ese día y este año no es la excepción.

Su teléfono suena con un mensaje de Colin para decirle que necesitan reunirse con el dueño del lugar donde piensan poner la radio.

—¿Vas a estar bien? —me pregunta.

Agacho la cabeza por un momento antes de tararear una afirmación.

—He pasado por cosas peores —respondo.

—Al menos está vez, no tienes que pasar por todo esto tú sola.

Estira su mano y envuelve la mía, bañando mi piel helada con su calidez.

—Porque te tengo y tú me tienes a mí. De eso se trata la amistad y ahora somos amigas, Drea.

Sus ojos están fijos en mis ojos y no puedo evitar sonreír ante su afirmación.

—Por supuesto —respondo.

Me doy cuenta, por su mirada, que no son solo palabras de su parte, son una promesa.

La tengo a ella —pienso—. Tengo mi propio sol.

¿Cuánto me tomará terminar como Ícaro? De todas formas, no me importa la respuesta, la tengo, aunque sea por un tiempo.

*******

Maldigo en mi mente al llegar a mi Pent-house y ver las luces encendidas y a mi madre esperándome en la sala.

—Ni siquiera quiero saber dónde estabas. Por tu atuendo y olor puedo hacerme una idea.

Me quito la chaqueta oscura y la dejo en alguna parte, al igual que mis zapatos.

Mi madre me observa y camina para recoger la ropa que he tirado.

—Pero, ¿cómo te puedes perder los detalles de la orgía en la que participé? Y yo que pensaba que querías saber todo de mí. No, no, muy mal de tu parte no querer escuchar a tu hija.

—¡Drea!

—Ese es mi nombre, tú me lo diste.

Mi cabeza está empezando a latir, aún estoy sufriendo por la resaca y ni estómago se siente sensible por todo lo que bebí anoche sin haber comido nada antes, y no estoy de humor para escuchar los regaños de mi madre.

—¿Qué haces aquí?

Me sirvo un vaso con agua y le agrego hielo, me gusta beberlo de esta manera y así es más fácil fingir que es whisky.

—Estaba revisando tu casa eliminando alcohol y drogas. Agradece que dejé uno de tus Vape.

—¿Agradecer?

—Sí, agradecer que no dejo que tires tu carrera a la basura. Después de todo lo que nos costó llegar hasta la cima, no voy a dejar que te rindas y desperdicies todo tu esfuerzo. Sabes que basta un solo error para caer y no volver a subir nunca más.

Aprieto el vaso con fuerza y reprimo el impulso de lanzarlo contra la pared ante la audacia de sus palabras.

He tenido una semana de mierda como para venir a soportar sus críticas, suficiente tengo con las críticas de las revistas por aquel "error" en mi canto que cometí en uno de los ensayos. ¡Ni siquiera fue un error en el show! ¡Era un maldito ensayo! Pero fue suficiente para que la prensa me acabe y digan que tal vez este sea el inicio del fin de mi carrera.

—¡Por supuesto que lo sé! Pero yo no soy como tú, madre. No soy tú. Soy Drea Reagan.

—No, no eres yo. Eres mejor. Estás en la cima de una forma que yo no conseguí y puedes subir aún más. No lo olvides.

Dejo el vaso olvidado en alguna parte y me giro hacia mi madre, su cabello castaño está recogido en un moño elegante y sus ojos almendrados de un profundo marrón, me miran.

La veo acercarse a mí con una media sonrisa, pero yo no me muevo o hago algún gesto.

—¿Cómo podría olvidarlo? Si es todo lo que me recuerdas. Todo el tiempo me estás diciendo la importancia de estar primero en las listas. De escribir éxito tras éxito. Todo el tiempo siento la presión de sacar música y dar conciertos.

—Es tu trabajo.

—¡Eso también lo sé! No soy estúpida. Mi trabajo es cantar, escribir y producir mis canciones. Pero no es mi trabajo el dejar que vivas a través de mí y me utilices para cumplir tus sueños frustrados. No es mi culpa que jamás hayas conseguido nada más que cantar en un simple club para empresarios.

La culpa tarda en llegar, pero llega y bajo la cabeza ante el silencio que envuelve mi Pent-house.

Mi madre no me dice nada, se queda callada mirándome.

—Lo siento, mamá. Mira ha sido una semana difícil y estoy cansada. Podemos dejarlo pasar. Puedes seguir contándome mañana todas las formas de como estoy arruinando mi carrera, pero ahora no.

Ella me ama, sé que me ama. Más allá de mi dinero o talento, mi madre me ama. Lo sé.

Solía contarme desde que era pequeña como yo nací en un día y fecha especial, que ella había leído en algún libro cuyo nombre no podía recordar, que nacer en ese día significaba que yo estaba destinada a grandes cosas. Y ella no dejó de recordarme en cada oportunidad que tenía, como yo iba alcanzar las estrellas.

Aquello aumentó después que gané mi primer concurso de canto a los cinco años. Tenía cinco años y el peso de pensar en cómo debía convertirme en una estrella para hacer feliz a mi madre.

Mi mamá sujeta mi mano con fuerza y nos detenemos frente a un hermoso edificio negro con ventanas oscuras que parecen brillar.

—¿Ves este lugar? Se llama Club Golden Hour. Es un club de empresarios que pertenece a los Reagan. Ahí conocí a tu papá.

Vuelvo a mirar el imponente edificio y sonrío.

—Es un lugar muy bonito.

—Lo es, Drea y también es el lugar donde yo solía cantar.

—¿Yo podré cantar ahí algún día?

Mi madre se agacha a mi altura y pone una de sus manos en mi hombro y con la otra cepilla mi cabello negro.

Mis rasgados ojos verdes se encuentran con sus ojos marrones.

—No, hija mía. Tú vas a cantar en lugares más importantes. Vas a llenar estadios y serás aclamada por la multitud.

—¿De verdad?

—Sí, naciste para ser una estrella y yo te ayudaré a lograrlo. Ya verás, un día te van adorar e idolatrar. Querrán ser como tú y vas a demostrarle a los Reagan, que no los necesitamos para brillar.

Tenía siete años cuando mi madre puso esa idea en mi cabeza. Tan solo siete años. ¿Y qué niña no quiere ser una estrella a esa edad? Ahora, miro hacia atrás y odio a esa tonta e ingenua niña que creía que sería feliz siendo idolatrada por el mundo.

—No leas lo que dicen esas revistas —murmura mi madre, y yo muevo mi cabeza para salir de la bruma en la que estaba—. No dicen la verdad. Lo sabes. Eres una estrella naciste para brillar.

Que las personas te quieran y te idolatren, te encierra en una prisión. Porque en el momento que hacemos algo mal, incluso sí es algo insignificante porque seguimos siendo humanos, todos esos que te alababan, se vuelven contra ti. Tampoco importa si ese "error" no es algo que realmente cometiste y solo es algo que la prensa ha distorsionado para generar dinero. Nada de eso importa. Te aman o te odian. En el mundo del espectáculo, no hay término medio.

—Lo intentaré, mamá.

Deja un beso en mi mejilla y acaricia mi mentón igual a como lo ha estado haciendo desde que soy una niña e intenta evitar una mueca de desagrado ante el fuerte olor a licor que desprendo. Pero no consigue evitarlo del todo.

Le digo a Jenny que prepare mi jacuzzi, una de las cosas que más amo en esta vida y me relajo ahí, disfrutando del agua caliente sobre mi piel, intentando evitar pensar en la sensación que araña mi cuerpo mientras estoy sumergida bajo el agua por largos segundos.

—Tu agenda para hoy indica...

La interrumpo antes que ella continue con algo que estoy segura, me dará dolor de cabeza.

—Jenny, necesito un ramo de tulipanes de cada especie que existe. De diferentes colores, pero sobre todo amarillos.

Porque, a pesar que el color real del sol es blanco, su apariencia es dorada o amarilla. Además, no puedo evitar asociar el amarillo con Jazmín y su calidez.

—Perdón, creo que no te escuché bien.

—Tu-li-pa-nes. ¿Qué tan difícil es de entender? Quiero los mejores y más bonitos que existan.

Asiente con la cabeza y revisa su tablet.

—¿Y quieres uno de cada especie? Es decir, ciento cincuenta ramos.

—Sí.

Paso mis dedos por mi cabeza masajeándola para intentar mitigar el dolor de cabeza que estoy empezando a sentir.

—¿Doy la dirección de la señorita Emilia?

—¿Que? No, a ella ni siquiera le gustan las flores y de gustarle, ¿por qué le mandaría un ramo? Lo que se merece es una cosa muy diferente. Y hablando de ella, diles a los de seguridad que le quiten el acceso directo a mi Pent-house.

Jenny ladea la cabeza con una sonrisa.

—¿Por qué me miras así?

—Nada es solo que ayer estabas histérica porque ella se iba a casar y ahora estás... Pensando en regalar flores a otra persona.

Me detengo en mitad de mi habitación y la miro.

Tiene razón.

Desde que me desperté más allá del medio día, no pensé en Emilia, pensé en mi dolor de cabeza, que ya no tenía ganas de vomitar y en Jazmín, lo amable que había sido al ir al hotel a verme. Pensé en su genuina preocupación por alguien que acaba de conocer e intenté recordar bien la conversación que habíamos tenido.

Pero hasta que Jenny la mencionó, no había pensado en Emilia y no debería sorprenderme, es algo que suelo hacer. Cuando alguien me decepciona, bebo hasta perder la conciencia y después dejo a esa persona atrás y hago como si nunca fue parte de mi vida. Soy buena en eso.

—No pienso en personas que no valen la pena —respondo—. Me quita el pensar en cosas importantes. Ahora, deja de hacer preguntas tontas y encárgate de conseguir esos tulipanes.

—Lo haré enseguida, pero, ¿a qué dirección debo enviar estás flores? Y, ¿llevarán alguna nota?

Jazmín no tiene apartamento propio, se está quedando en la caja de zapatos dónde vive el novio de Lennox. ¿Cómo es que todos logran vivir ahí? Es la incógnita del siglo.

¡El lugar ni siquiera tiene jacuzzi!

Busco mi teléfono y llamo a Lennox, mi hermana responde al segundo tono.

—Len, ¿estás en el apartamento de Colin?

—No, tengo una videoconferencia y saldré tarde de la Reagan Corp. ¿Por qué? ¿Necesitas algo?

—No, voy a mandar a dejar algo para Jazmín y quería que lo recibas.

Hay un silencio al otro lado de la línea.

—¿Jazmín?

—Sí, ella me ayudó con algo y quería agradecerle. Eso es todo.

—Bueno, ella no está en el apartamento, salió con Colin a ver algo de la radio, pero llama a Remy, él está ahí. Cómo siempre.

Sonrío ante la forma que Lennox dice el nombre de Remy.

—Eso haré, gracias hermana.

—De nada, Drea. Cuídate.

Reviso en mi teléfono en busca del número de Remy y sonrío cuando lo encuentro, pensé que no lo tenía.

Marco su número y espero. Mucho. Él tarda en atender.

—¿Por qué no respondes rápido?

—Bueno, tal vez porque mi vida no gira en torno a mi teléfono. Tengo una vida, sabes y una muy difícil, sobre todo porque mi hermana salió toda la noche y no me quiere decir dónde estaba. ¿Puedes creerlo? Y aquí me ves, tratando de averiguar en qué anda.

Me muerdo mi labio.

No había pensado en que Jazmín tenía a Remy para preocuparse por ella, pero me hace sonreír de forma involuntaria el saber que ella no dijo dónde estaba.

—Estaba conmigo —le digo—. Y deja el drama a un lado, solo me estaba ayudando porque tuve una mala noche.

—Drea. No corrompas a mi hermana.

—¡No lo haré!

—No la lastimes, Jazmín es demasiado ingenua y confiada. Le gusta ver lo bueno en las personas y piensa siempre lo mejor de todos.

Lo sé, me he dado cuenta.

Mi pequeño sol tiende hacerlo... ¿Mi pequeño sol? Pero que ridícula soné, seguro me golpeé la cabeza anoche.

—¿Para qué llamas?

—Voy a enviar un regalo para ella, como agradecimiento y necesito que lo recibas.

—¿Qué regalo?

—Flores. ¿Me vas a ayudar o no?

Guarda silencio y suelta un suspiro.

—Bien. Aunque no me agrada que estés cerca de mi hermana.

—A mí tampoco me agrada que estés cerca de Katie, pero no me ves quejándome.

—¡Fuiste a quejarte a su restaurante! ¡Y también te quejaste la última noche de juegos solo porque yo te gané!

Pongo los ojos en blanco.

—Si, bueno, es diferente.

—¡Ustedes las hermanas Reagan van a terminar enloqueciéndome! Excepto Lena, ella me agrada.

A todos nos agrada Lena.

—Adiós, Remy. Mándame una foto cuando recibas las flores.

—Bien.

Termino la llamada y le doy a Jenny la dirección del apartamento de Colin, le digo que quienes lleven las flores deben dejarlas en la azotea y acomodarlas lo mejor posible.

—¿Qué quieres que diga la nota?

—Yo la escribiré.

Se siente muy impersonal dejar que alguien más la escriba.

Pero, ¿qué puedo decir? Gracias es muy simple, pero no sé qué más decirle.

—Tal vez puedas escribir un gracias en cada ramo y en un idioma diferente cada uno —no me doy cuenta que he dicho aquello en voz alta, hasta que Jenny habla.

Levanto mi mirada hacia mi asistente.

—¿Quieres que escriba ciento cincuenta notas de agradecimiento y en varios idiomas? ¿En serio?

—Solo era una sugerencia.

Estoy por rechazar su sugerencia cuando los ojos tan azules y la suave mirada llena de preocupación por parte de Jazmín vienen a mi mente, así como la forma en que curó mi pie y recogió mi cabello mientras vomitaba.

Y ciento cincuenta tarjetas de agradecimiento hechas a mano, suenan a nada. Me parece muy poco.

—No digas nada —siseo en dirección a Jenny mientras empiezo a escribir las tarjetas.

—Debe ser alguien especial si piensas escribir todas esas notas tú misma.

¿Es Jazmín alguien especial? No, por supuesto que no. Hago esto por razones puramente egoístas, ya que me gusta tener aquel sol en mi vida.

—No —respondo—. Es solo una amiga.

No es alguien especial.

Es solo un 1 en 400,000.

"Según la leyenda, Ícaro planeaba escapar del laberinto usando unos pájaros de cera y plumas hechos por Dédalo. Pero Ícaro, seducido por la adrenalina y la emoción, voló cada vez más cerca del sol, y las alas de cera empezaron a derretirse provocando su caída y posterior muerte".

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