36. Pero, entonces, ¿qué hubiera pasado si...?
James Arthur - Say You Won't Let Go (0:00 - 4:51)
Navegar alrededor del mundo junto a Jazmín pasó de ser un sueño a una realidad casi un año después de nuestra boda.
—¡Estamos casadas! —digo contra sus labios.
Se ríe, de forma abierta y ligera. Hay un brillo especial en sus ojos que ilumina todo su rostro.
Sus rizos rubios caen sobre uno de sus hombros y tiene una corona de suaves y delicadas flores sobre su cabeza. Es la mujer más hermosa que he visto en mi vida.
—Lo sé —susurro contra mis labios—. Mi plan funcionó muy bien. Conseguí a la chica.
Lleva un vestido blanco con un corsé bordado de flores y cuya falda blanca cae con gracia hasta el piso, y un largo velo sobre su cabello que combina con su vestido.
Dijo que era el vestido de sus sueños.
—Sí, cariño. Funcionó.
Una de las cosas que más disfruté de nuestra boda fue que sucedió bajo nuestros propios términos, no seguimos lo que nos decía nadie más. Tomamos nuestras propias decisiones e hicimos lo que queríamos.
Fue perfecto.
Y por una vez, no fuimos interrumpidas por asuntos externos o llamadas que llegan en momentos incorrectos.
—Te besé hace años y ahora eres mía. Por siempre, Drea. Y un poco más.
Nos fuimos de luna de miel a Praga, pero la idea de navegar alrededor del mundo estaba perenne en nuestra mente, y un día simplemente nos embarcamos en el Beneteau Oceanis al que llamamos «Sirius» en honor a la estrella más brillante en nuestra galaxia, y con un mapa que ninguna de las dos entendía del todo, empezó nuestro viaje.
Bailamos en la cubierta y miramos las estrellas, buscábamos constelaciones en las madrugadas y algunas mañanas hacíamos picnics. En los días fríos pasábamos en la cabina, encerradas y desnudas con nuestros cuerpos entrelazados explorándonos entre nosotras como si fuera nuestro destino y deber conocer cada centímetro, lunar e imperfección del cuerpo de la otra.
Visitamos tantos lugares como nos fue posible y cada vez que desembarcamos en un nuevo lugar, lo marcábamos con una foto de nosotras en el mapa que creamos y que parecía una especie de rompecabezas. También coleccionamos postales, llaveros e imanes de cada sitio que visitamos.
Y el mundo que una vez nos pareció enorme y casi irreal que podamos navegarlo, nos queda pequeño y pronto le hemos dado la vuelta. Nos tomó más de dos años, pero, ¿a quién le interesa? Estamos juntas navegando y viendo tantos lugares, disfrutando de la gastronomía, cultura y, sobre todo, de estar juntas. Nada más importaba. Solo nosotras.
Pero el tiempo pasa y es momento de pisar tierra, aunque no estamos listas para alejarnos del mar, así que compramos una casa en la costa de San Francisco.
Una encantadora casa de dos pisos, llena de habitaciones y baños, una biblioteca, dos estudios y lo más importante, un hermoso y enorme jardín. Por supuesto también tiene una piscina y Jazmín intenta lanzarme al agua en nuestra primera noche en la casa, al final soy yo quien la termina lanzando y me lanzo junto con ella. ¿No ha sido así desde que nos conocimos?
Ella salta y yo salto.
A lo lejos, desde uno de los balcones de la casa, hay un hermosos y pintoresco acantilado.
Podríamos lanzar a alguien desde ahí —bromeo.
—Realmente debes venir a visitarnos pronto, Lenny. Vas a amar la vista, es hermosa.
No pudo venir a la fiesta de inauguración porque estaba de viaje en Corea, visitando la vieja casa de su madre y los lugares a los que le gustaba ir.
Dijo que era algo que necesitaba hacer.
—Si, bueno. Te mudas una hora fuera de la ciudad y la vida aquí empieza a lucir más aburrida. ¿Cómo es ahí?
Respiro una gran y refrescante bocanada de aire desde el balcón de mi nuevo hogar, alejando el teléfono un momento para escuchar las olas rompiendo de forma suave contra la costa, no muy lejos de la puerta trasera.
El sol se pone sobre San Francisco a lo lejos.
Huele agua salada y tranquilidad.
—Es bueno —respondo—, es justamente lo que no sabía que quería y necesitaba.
Sonrío y entrecierro un poco los ojos.
Cuando vivir juntas se volvió una realidad, incluso antes de la boda porque no veíamos el sentido de estar separadas, ¿no habíamos estado lejos el tiempo suficiente? No había necesidad de esperar más, así que Jazmín vendió su loft para mudarse a mi Pent-house, pero, aunque éramos felices ahí, no quería quedarme en aquel lugar.
Por eso al regresar de nuestro viaje decidimos buscar un lugar al que llamar nuestro. Un hogar. No solo el hermoso cascarón vacío de una casa. Algo bueno, un lugar donde podamos tener y construir la vida que siempre hemos querido. Aunque ambas sabemos, incluso sin la necesidad de decirlo, que no es la casa nuestro hogar, si no nosotras. La una de la otra.
Y eso hace que está casa sea aún mucho mejor
—¿Quién lo diría? Drea Reagan casada y feliz. Con el nombre de su esposa tatuado en su brazo izquierdo y un anillo brillando en su dedo anular. Feliz en su nuevo hogar.
Suelto una risa.
—Eso suena como la introducción perfecta para mí siguiente canción.
—No te olvides de darme los créditos.
—Jamás, Lenny.
Estoy a punto de darme la vuelta y regresar a la casa cuando noto algo o, mejor dicho, a alguien sentada sobre las rocas, muy cerca del agua y su silueta se desdibuja un poco por la luz del atardecer.
Jazmín se sienta quieta, con los brazos alrededor de sus piernas mientras mira hacia el agua. Está muy cerca del agua como para ser salpicada un poco cuando una ola más grande choca contra las rosas.
Pero ella no se mueve.
—Oye, tengo que dejarte, pero intentaré visitarte pronto. Lo prometo, me muero por conocer tu casa.
—Nos vemos, Lenny. Te amo y cuídate.
—Yo también te amo y dale saludos a Jaz de mi parte.
Termino la llamada y bajo mi teléfono, con mis ojos aún fijos en Jazmín. Mi esposa. Recuerdo el día en que nos conocimos, estaba empezando a lloviznar, y yo acababa de salir de terapia, estaba terminando de hablar con mi madre cuando está extraña apareció de la nada y me besó para escapar de la policía.
Hasta antes de encontrarme con ella parecía un día normal, pero ahora al recordarlo, pienso que ese fue uno de los días más importantes de mi vida.
—Y es que nunca sabemos reconocer los días que van a cambiar nuestra vida, hasta después que sucede.
Entro en la casa, pasando por un jarrón con un enorme ramo de tulipanes amarillos. A Jaz le gusta que siempre haya un ramo de tulipanes en la casa.
Me quito las zapatillas y busco mi abrigo, tomando uno extra para Jaz y salgo a buscarla.
—La hora crepuscular —tararea Jaz mientras mira el horizonte—. Y pronto llega la hora azul.
Su tono está lleno de un sentimiento de reverencia ante la majestuosidad del atardecer que estamos observando.
Coloco el abrigo sobre sus hombros y ella sonríe en mi dirección antes de ponérselo. Me siento a su lado, tomando su mano y ella deja caer su cabeza contra mi hombro.
Murmura que le gusta que haya venido a ver el atardecer con ella, y reconfortada por mi presencia suelta un suspiro y sigue mirando al frente, fascinada por la interacción de colores que se muestran en el cielo.
Parece el tipo de escena que a un artista le gustaría pintar.
—¿Qué significa eso que acabas de decir? No creo haberte oído decir eso antes —susurro en un tono que está más cerca de ser un tarareo.
—Lo aprendí en nuestro viaje, la hora azul es una frase utilizada a menudo por los fotógrafos o pintores —responde—. Lo usan para describir, bueno, esto.
Señala con su mano el cielo.
Cuando se hizo público que estábamos juntas las personas empezaron a llamar loca a Jazmín por estar conmigo, por creer que quería algo serio con ella. Le pusieron fecha a lo nuestro. Pero a ninguna de las dos nos importaba en lo más mínimo.
Después de todo, el amor vence al qué dirán.
—Drea, este es tal vez uno de los crepúsculos más bonitos que he visto, incluso más que el de Santorini, ¿sabes por qué?
—No, dime.
—Por qué es el primero que vemos en nuestra casa, el primero de muchos. Esto, tú y yo, es todo lo que siempre quise y me encanta la idea de pasar el resto de mis crepúsculos contigo.
Sus palabras pertenecen en el aire, siempre tuvo mucha más facilidad que yo al mostrar sus sentimientos y expresarlos con palabras, mientras que yo recurro a los regalos y canciones.
Unas cuantas lágrimas se deslizan por mis mejillas ante la forma en que ella me mira y con una media sonrisa las limpio de mis ojos y beso a Jazmín. Mi esposa. La mujer que significa para mí mucho más que lo que cualquier palabra pueda expresar o explicar.
—Antes de ti, nunca tuve a nadie con quién pasar mis horas de crepúsculo, Jaz y me alegro de tenerte a mi lado. Estar contigo, incluso cuando solo éramos amigas, me hacía sentir menos sola en este mundo que para mí muchas veces tiene poco sentido. Porque hay tanto ruido en todas partes, tanto que me abruma y confunde, sin embargo, entre todo ese ruido, está tu voz y tú risa. Sonidos que me ofrecen el consuelo que siempre he querido.
—Ya no estás sola, Drea y es un honor para mí pasar todas las horas de crepúsculo que me quedan contigo, mi hermosa y amada esposa.
Al regresar a la casa, Jazmín de forma inmediata empieza a jugar con Bruno y Merlín, nuestros perros. A Bruno lo adoptamos y Merlín fue rescatado por Jazmín de la calle. Hace varias semanas —dos meses para ser más exactas—, llegó con Merlín a casa y me dijo que teníamos un nuevo hijo.
—¡Es mi turno de elegir la película!
Pongo los ojos en blanco.
—Sí, Jaz, lo sé. Iré a preparar los bocadillos, hasta eso elige lo que veremos.
Coloco con cuidado dos tazones de palomitas de maíz en el mostrador, tomo algunas frituras y otros dulces para llevarlos a la sala, donde Jaz sigue jugando con los perros, riéndose y corriendo alrededor de la amplia sala.
Me siento a terminar el rompecabezas que empecé esa mañana y dejo que Jaz siga jugando, mirando de reojo cuando la risa de ella se eleva o sus pisadas se hacen más fuertes.
Antes de ella no pensé que disfrutaría los sonidos de otra persona en mi espacio y mucho menos de dos mascotas, pero ahora no puedo imaginarme mi vida sin todo esto.
—Creo que deberíamos ver la película del niño huérfano que construye una máquina del tiempo para encontrarse con su mamá, pero se encuentra con una familia mentalmente inestable y comprende que de manera indirecta fue él quien creó a los dos villanos de la historia.
—¿Qué película es esa?
—¡Drea! Esa estuvo muy fácil. Es la familia del futuro.
Llevo algunas palomitas de maíz a mi boca y le lanzo un puñado a Jaz, quien intenta esquivarlas y se ríe.
Tanto Merlín como Bruno se acomodan cerca de nosotras y Jazmín se deja caer junto a mí en el enorme sofá.
Murmura que la próxima vez dará una descripción en serio difícil.
—Te amo, incluso aunque jamás entiendo de que película estás hablando.
Ambas disfrutamos arruinando lo que hasta el momento antes de conocernos, creíamos que seria y debía ser nuestra vida.
Aprendemos a vivir realmente en lugar de solo existir.
Arruinamos la vida de la otra para mejor
—Yo también te amo... Mejor amiga.
Había abandonado la idea de una vida feliz mucho antes de Jazmín, no creía que fuera posible dado lo sucedido.
Pero la brillante luz de Jazmín cambió mi perspectiva sobre, bueno, casi todo.
—Sí, eres mi mejor amiga. Por siempre —murmuro siguiéndole el juego.
—Mejores amigas. La historia de mi vida.
Recuerdo muy poco de mi vida antes de Jaz, en su mayoría son recuerdos tristes y borrosos, que se intercalan con recuerdos de mis años en la disquera Moon Records.
Probablemente hubiera continuado así, siendo mi música lo único que me mantenía a flote. Pero la terapia, mi familia y Jazmín ayudaron a cambiar aquello.
—Drea, necesito decirte algo.
Todo con ella siempre se sintió bien, como si estuviera destinado a suceder, y ahora, juntas en nuestra casa, se siente como si tuviéramos todo el tiempo del mundo y me doy cuenta que no tengo miedo de amarla.
—Por supuesto, te escucho. Sabes que puedes decirme cualquier cosa.
Sentada en el sofá, mirando a mi esposa pasar sus dedos por mi brazo donde tengo tatuado su nombre, estoy feliz de que la vida nos haya traído hasta aquí.
Incluso sí tomamos el camino largo.
—Te amo, te he amado incluso desde antes de conocerte. Entiendes a lo que me refiero. ¿Verdad? ¿O debería ser mas clara? Es solo que me preocupa que no entiendas y me vuelvas a dejar en la zona de la amiga.
Intenta mantenerse seria, pero algo en mi expresión la hace romper a reír.
—¿Alguna vez vas a superarlo?
—¿Superar como ambas fuimos idiotas despistadas que no entendimos que estábamos confesando nuestros sentimientos y creíamos que estábamos en la zona de la mejor amiga? No, creo que no. Tal vez cuando me muera.
Giro mi cuerpo un poco más hacia ella y la tomo suavemente de ambos lados de su rostro, pasando mis pulgares por sus mejillas e inclino la cabeza hacia abajo para besarla. Jaz se empuja hacia arriba y mi cabeza cae hacia atrás, contra la almohada del sofá mientras Jazmín se sienta ahorcadas sobre mí, presionando su cuerpo contra el mío. Su cabello rubio cae sobre mi rostro, haciéndome cosquillas en la nariz y mejillas, pero simplemente lo peino hacia atrás con mis manos, para poder profundizar el beso.
Finalmente nos separamos, ella deja caer su frente contra la mía y mantiene los ojos cerrados.
—Oh, Drea, en seri no entiendo como no podías ver cuanto te amo. Pero no importa, tengo toda mi vida para demostrarte cuánto.
Abre los ojos y veo como sus pupilas están dilatadas y sus labios un poco hinchados por el beso, y me mira como si no hubiera otro lugar donde preferiría estar excepto aquí.
Me mira con tanto amor que me duele.
—Te amo mi 1 en 400,000.
—Yo también te amo, bebé. Por siempre y un día más.
—Espera, ¿Bebé?
—Sí, ¿qué tiene?
Suelto una risa.
—Jaz, no. No me vas a llamar así.
—¿Dulce?
Mi risa se hace aún más fuerte, llenando la habitación e incluso los perros se mueven para ver qué está sucediendo.
—Dioses, no. Tengo una reputación que cuidar.
—Llevamos tres años de matrimonio, ¿no debería poder ponerte un apodo cariñoso?
Niego con la cabeza.
—No.
Me mira y la conozco lo suficiente como para saber que no se va a dar por vencida.
—¿Galletita? ¿Terciopelo rojo?
Ni siquiera estoy un poco sorprendido de que la mayoría de apodos que se le ocurren tengan que ver con dulces y postres.
—¿Podrías al menos intentar pensar en un apodo que no tenga que ver con comida?
—¡No puedo evitarlo! Eres tan linda y estás para comerte. Mi deliciosa magdalena de manzana. Pero, entonces dime, ¿cómo te gustaría que te llame?
Finjo pensar por un par de segundos.
—Drea. Llámame Drea.
—¿Drea? ¿Es en serio?
—Sí, mucho, me gusta Drea.
Da unos pequeños golpes en mi nariz.
—Mira, eso es algo que tenemos en común, a mí también me gusta Drea.
—Por supuesto que te gusto, soy tu mejor amiga.
Es su turno de poner los ojos en blanco.
—Me gusta la forma en que dices mi nombre —confieso muy cerca de sus labios—. La forma suave en que las vocales se envuelven en tu lengua y salen de tus labios. Nunca nadie ha dicho mi nombre de esa manera.
—¿Cómo?
—Como si fuera precioso, el nombre más hermoso que hay.
—Lo es para mí.
Acuno su rostro y la atraigo de nuevo para darle un suave beso. Me alejo, pero Jaz se acerca y me vuelve a besar, profundizando el beso y sonriendo contra mis labios cuando nos separamos.
—Entonces, ¿nada de llamarte mi esencia de vainilla?
Vuelvo a reír.
—¡No! Por supuesto que no y sí sugieres un apodo más, pediré el divorcio.
—No, no lo harás.
Ella tiene razón.
—No, por supuesto que no lo haré.
Los años siguen pasando, ambas florecemos una al lado de la otra, igual a las flores que Jazmín empezó a sembrar en nuestro jardín. Crecemos juntas, nuestras raíces se enredan de una manera que nos resulta imposible de escaparnos —no es que quisiéramos hacerlo—, nunca me he sentido tan feliz antes.
Pero con Jazmín estoy segura que ese sentimiento es inevitable.
Organizamos noches de juegos en la casa, dónde toda la familia viene, y escuchar sus risas y peleas por todo el lugar trae me una alegría indescriptible.
—Jaz, te amo más que a nada en el mundo, pero si no ganas el siguiente juego, podría estar considerando seriamente el divorcio.
Ella me mira de reojo.
—Pero sin presiones —agrego.
—Yo también te amo, cariño y para nada me siento presionada.
Hay un toque sarcástico que ignoro y observo mientras ella tira la última carta y ganamos.
Salto de emoción y le doy un rápido beso en los labios.
—¡Ganamos!
Lennox dice que hemos hecho trampa y Colin mira alrededor por si acaso haya algo que ella pueda usar para lastimar a alguien —como a Stefan, por ejemplo—, Remy aparta el bolso de Katie dónde ella tiene un cuchillo y de forma disimulada tantea su chaqueta para ver si tiene otro ahí.
Les digo que son malos perdedores y Lena comenta que es su turno de elegir el siguiente juego y Andrew le pide que elija algo tranquilo.
—Juguemos Clue.
Remy, Colin y Jazmín se miran entre ellos y los tres tienen expresiones similares.
Me inclino hacia Jaz para susurrar algo en su odio.
—Si me dejas ganar, te lo compensare muy bien después, cariño. No lo olvides.
—¡Drea!
Se ríe y me empuja con su brazo.
—Hablo en serio.
—Oh, sé que lo haces.
No me gusta pensar en lo que podría haber pasado si Jazmín nunca hubiera entrado a mi vida de la manera en que lo hizo.
—Entonces, ¿me dejaras ganar?
Me mira por unos largos segundos.
No me había dado cuenta de lo mucho que necesitaba cambiar mi vida hasta que Jazmín la desarraigo y me dio algo que esperar para volver a casa.
Alguien a quien amar y ser amada de la forma correcta.
—Por supuesto que te dejaré ganar, para eso están las mejores amigas —responde y señala su argolla matrimonial—, mejores amigas por siempre y un día más.
Ambas nos reímos de aquella broma privada y seguimos con la noche de juegos.
Y así, los días siguen pasando. Uno tras otro los días llegan y se van, algunos de forma lenta, otros rápido y algunos me gustaría que hubieran durado un poco más.
Salgo del estudio y tengo la intención de llamar a mi productor para contarle está nueva idea que tengo en mente cuando un agradable aroma proveniente de la cocina llama mi atención y sigo aquel dulce y delicioso aroma, sonriendo al ver a Jazmín en la cocina sacando una bandeja de galletas.
Me muevo hacia ella con una sonrisa.
—¡No sabía que estabas haciendo galletas!
Suelo perder la noción del tiempo cuando estoy en mi estudio.
Observo las galletas que ella acaba de sacar y me doy cuenta que son mis favoritas: galletas de chocolate y mantequilla de maní. Me encantan porque tienen varios centímetros de altura y un centro dulce y blando.
—Y son mis favoritas.
Me devuelve la sonrisa y deja un beso rápido en mis labios.
—Bueno, dado que es el último día del año quería hacer algo especial que te demuestre lo mucho que significas para mí.
—Tú significas todo para mí, Jaz
Me inclino para besarla, rodeándola con mis brazos y ella se inclina hacia mí, devolviéndome el beso con la misma pasión y amor.
Una canción de Hozier suena de fondo.
Jaz se inclina de nuevo y me besa una vez más y permanecemos así por un par de minutos más hasta que ella se separa, retrocediendo con una sonrisa de disculpa.
—No me des esa mirada, sé que quieres continuar, pero yo quiero terminar de hacer estás galletas y antes que se enfríe necesito remojarlas en esa masa dulce que tanto te gusta.
Sonrío.
Amo el glaseado dulce que ella utiliza para hacer esas galletas. Es el toque extra para aquellas, ya de por sí, deliciosas galletas.
—Me quitaré de tu camino.
—Solo necesito 10 minutos y luego podrás comer las galletas —me dice—, pero hasta eso, ¿podrías hacer algo por mí?
—Lo que quieras.
Dejo un beso en su mejilla y regresa su atención a las galletas.
—¿Podrías cantar para mí?
—Por supuesto, déjame ir por mi guitarra.
Salgo de la habitación en busca de mi guitarra y al regresar la música de Hozier ya no está sonando.
Me acomodo en la isla de la cocina y tomo mi guitarra para empezar a cantar Say You Won't Let Go de James Arthur, canción que Jaz ama porque dice que nos queda a la perfección.
Termina de preparar las galletas, pero no nos las comemos en seguida, en su lugar, empezamos a cantar y bailar alrededor de la cocina hasta que nos cansamos y ambas nos acomodamos en el sofá frente al televisor y ponemos una vieja película en blanco y negro mientras comemos galletas.
El final de otro año llega con un estallido proveniente de alguna parte que nos hace sobresaltar a ambas, que hemos optado por quedarnos en nuestra casa a pasar el nuevo año juntas en compañía de la otra y nuestras mascotas.
¿Cómo podíamos pedir algo mejor que esto?
—¿Qué fue eso?
—Probablemente solo los fuegos artificiales del nuevo año —respondo.
Jaz se mueve en mi regazo con sus dedos acariciando mi cuello y bajando por mi clavícula, siguiendo el camino de mi esternón hasta mi estómago.
Sonríe y ladea un poco la cabeza cuando nuestras miradas se encuentran.
—¿Ya es media noche?
Me encojo un poco de hombros.
—No sé, hemos estado algo ocupadas, pero supongo que sí.
Sus dedos suben hasta mi rostro, acunándolo con mucho cuidado.
—Bueno, entonces será mejor que nos besemos —murmura contra mis labios—, así es como se supone que debe ser. ¿Verdad?
—Sí, he oído que esa es la tradición.
Estoy moviéndome hacia el frente para juntar nuestros labios, pero Jazmín se mueve más rápido, y nuestros labios se encuentran en nuestro primer beso de este nuevo año.
—Feliz año nuevo, mi amada esposa.
Me dice Jaz cuando nos separamos y deja un beso en la punta de mi nariz.
—¿Sabes? Al final conseguí a la chica y mi final feliz —digo con una sonrisa.
Jazmín acomoda mi cabello, dejando una caricia en mi mejilla y un beso en mis labios.
—No. Este es solo nuestro comienzo feliz, Drea.
Sí, este es solo el comienzo del final feliz de una historia que empezó cuando una rubia, mientras intentaba escapar de la policía, besó a una pelinegra que estaba en la acera. Se conocieron después de aquel beso, se hicieron mejores amigas mientras se amaban en secreto. Hubo sufrimiento por parte de ambas. Corazones rotos y desilusiones, pero también hubo amor, tanto amor que dolía.
Pero, al final, a pesar de todo lo que tuvimos que pasar antes de estar juntas, ambas agradecemos estar en este universo donde, el, ¿qué hubiera pasado si...? Termina con nosotras, casadas y viviendo en una hermosa casa frente a la playa, con dos perros y un gato. Teniendo la vida y familia que habíamos querido desde que pudimos desear algo.
Porque, este es, después de todo, solo nuestro comienzo feliz.
FIN.
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