27. Nunca te tuve, pero igual te perdí.
Pablo Alborán - Saturno (1:08 - 1:47)
Nunca me han gustado los funerales, todo aquel ambiente y el exceso de hipocresía de las personas simplemente no es lo mío, pero este funeral no me lo podía perder por nada del mundo, y estoy segura que ese es el mismo pensamiento que pasa por la mente de casi todos los presentes, quienes al igual que yo han venido a cerciorarse que Henry Bauer este muerto. Realmente muerto y al final poder librarnos de él, su forma de tratarnos y sus esclavizantes contratos.
Después de ver las noticias, Jeny empezó a contactar al resto del equipo. Todo era un caos. Nadie decía nada y comentaban que era confidencial, que se estaban reservando la información o eso es lo que el equipo legal de Black and Company, quienes siempre han limpiado la mierda de Henry y su jodida disquera —también son los que limpian el desastre de Reagan Corp—, dijeron.
No sé sabe mucho sobre su muerte, no es que a mí me interese, lo único que de verdad me interesaba es que muriera.
—Deja de sonreír —me regaña Jeny—. Recuerda dónde estamos.
En el funeral de mi verdugo.
Oh, dioses, soy libre. Realmente libre.
Ya no le pertenezco.
Mientras él viva esto jamás se iba a detener —dijo Katie, referente al abuelo—. Jamás se detendría.
Y si, mientras Henry viviera, lo que sucedió, lo que me hizo, jamás se iba a detener. Por eso yo no quería verlo preso, quería verlo muerto, porque los vivos a pesar de estar encerrados siguen teniendo oportunidades, pero los muertos ya no tienen nada.
—No puedo evitarlo —respondo con un leve encogimiento de hombros.
Los hijos de Henry están cerca del cofre de su padre. La banda del momento: los cuatro jinetes. Veremos qué tan buenos son ahora que no tendrán mis canciones, ni a su padre. Veremos si su talento y bonitos rostros es suficiente para mantenerlos a flote.
Me acerco a ellos y los miro, al sentir mi mirada se giran. Los cuatro llevan gafas oscuras. Hay una mujer cerca de Tristán —el ex prometido de Emilia—, quien reconozco que es Ciara y en persona se parece mucho más a Katie.
—Es cierto —les empiezo a decir—, lo que dijo Emilia en la entrevista de la mañana es verdad y no se sorprendan si empiezan a salir más casos como el de ella, porque eso es lo que su padre nos hacía. Él era la peor escoria que he tenido el disgusto de conocer y me alegra tanto que esté muerto. Y antes de defender a alguien como su padre, deberían averiguar un poco más lo que hacía a puertas cerradas. Mi más sentido pésame, perdón por no llorar por la muerte del hombre que me jodió la vida.
Les dedico un saludo antes de dar media vuelta para caminar lejos del cementerio, sin esperar a que ellos digan algo, aunque a lo lejos escucho a Tessa, la hija menor de Henry, gritar mi nombre.
¿Por qué me detendría? Lo único que quiero es dejar todo eso atrás.
Hay una mujer alta, hermosa, de largo y liso cabello negro. Sus ojos grises parecen perforar mi cuerpo y hay una altivez en ella, que no se puede fingir.
—¿Qué quieres, Regina? Henry ya está muerto.
No responde y mira a los guardaespaldas.
Suelto un suspiro y les digo que nos dejen solas, lo mismo le indico a Jeny que le da una mirada de soslayo a Regina antes de irse.
Regina Black era parte del equipo que limpiaba y mantenía a Henry en el podio en el que estaba. En realidad, ella era quien dirigía varios de los casos.
—Aquí está toda la información sobre ti que Henry tenía. Cualquier cosa que podría joderte o hundirte, está ahí —extiende una memoria USB hacia mí y la tomo sin entender porque me está dando esto—. ¿No te dijo tu hermano? Esto era parte del trato. Ya no le debo nada.
¿Hermano? ¿De qué mierda está hablando ella?
Parece darse cuenta que no sé de qué habla y sonríe, de forma ladeada y llena de cinismo.
—Stefan —responde, a una pregunta que no he hecho—. Fue él quien me hizo acabar con Henry y perder mi contrato de millones de dólares. Una pena.
—¿Mataste al hombre para el que trabajabas?
Se ríe.
Pero claro que fue ella o alguien de esas empresas porque, ¿quién más podía ser? Sí Henry logró mantenerse dónde estaba es por Black and Company y como limpiaban sus desastres y el de su disquera. Si alguien sabía y podía eliminarlo, era la misma empresa que lo mantenía libre, vivo y en el poder.
—Soy una Black, ¿qué esperabas? Pero no quería hacerlo, Henry me agradaba, era un imbécil, pero bueno en los negocios. El problema es que tu hermano se enteró que me agradaba demasiado y se puso celoso, así que se cobró el favor que le debía haciéndome matar a Henry. Lo cual, repito, es una pena. Pero estimulante, me gusta armar todo este tipo de teatro. ¿Sabes lo fácil que es esto para mí?
Observo la memoria que tengo en mi mano.
Regina pone una tarjeta negra con letras plateadas en el bolsillo de mi abrigo.
—Es mi número privado, para cuando me necesites.
—No necesito a alguien como tú.
Me sonríe y se inclina para comentar algo en mi oído.
—Cariño, todos necesitan a una mujer como yo —susurra en un tono muy bajo y lento—. En especial si mi apellido es Black.
Retrocede y me guiña un ojo antes de alejarse.
Pongo los ojos en blanco ante su dramatismo y la veo subirse en un Lamborghini negro.
—¿Qué quería?
—Darme esto.
Le digo que tiene y Jeny tararea.
—¿Sabes lo que va a suceder con la disquera?
—No aún no, asumo que pasará a un nuevo dueño. Qué las acciones de Henry pasarán a sus hijos. Pero aún no se sabe mucho. ¿Quieres que averigüe?
—Sí.
Saco la tarjeta que Regina me dio y le escribo. Porque tengo algo en mente: comprar la disquera.
El mayor sueño, orgulloso y logro que tuvo en vida Henry Bauer, será mío. Compraré su amada disquera y sé que Regina Black podrá ayudarme con aquello, pero al igual que con Stefan, sé que no puedo confiar en ella.
Solo un idiota confiaría en Stefan y solo un imbécil confiaría en un Black.
—No te debo nada —es lo primero que le digo a Stefan cuando abre la puerta de mi auto y me sonríe—. No soy Lennox, a mí no podrás convencerme de que esto lo hiciste por mí. Sí, salí beneficiada, pero lo hiciste por ti y porque ganabas algo.
Tomo la mano que él me ofrece y nos dirigimos juntos hasta el ascensor, lejos de los oídos indiscretos.
Una vez en mi Pent-house, Stefan se sirve un vaso de whisky y yo rechazo el vaso que me ofrece.
—¿Sabías que clase de contrato tenía con él? —le pregunto— De tu respuesta depende si te lanzo del balcón o no, porque si sabías y aun así tenías el descaro de mirarme a la cara y no hacer nada, eres peor de lo que pensaba.
—No lo sabía, me enteré hace poco.
Chasqueo mi lengua ante su tono.
—Vamos, ¿qué querías que haga?
—Comportarte como un ser humano decente, ¿acaso eso es mucho pedir? Dime, ¿cuánto tiempo?
—Solo un tiempo.
Niego con la cabeza.
—¿Cuánto tiempo? —repito.
—Me enteré por casualidad después de la muerte del abuelo.
Stefan siempre fue, sin lugar a dudas, el más parecido al abuelo en muchos aspectos, pero ver aquello en vivo y directo, es tan... Duro.
Es, entre todos los Reagan que quedan vivos, quien más se merece ese apellido.
—No te enteraste por casualidad, estabas buscando información para chantajearme porque querías ser CEO de Reagan Corp.
—Da igual, Drea. La cuestión es que te liberé de él. ¿No? ¿Eso no es lo que querías? Bueno, ya lo tienes.
Me cruzo de brazos y le sostengo la mirada.
—Pero no te debo nada.
—Me duele tal acusación, hermana. Pero lo dejaré pasar.
Termina su bebida y se acerca para dejar un beso en mi mejilla.
Tiene esa sonrisa que a veces odio, esa que grita: yo sé aquello que quieres ocultar. Porque muchas veces es verdad. Ese es el don de Stefan, siempre saber la debilidad de los demás, y aquellos secretos que quieren mantener ocultos.
—Nos vemos, hermana. Si necesitas algo no dudes en hablarme.
Pongo los ojos en blanco.
Se va y me quedo sola.
Por primera vez en mucho tiempo, hay una sensación de plena felicidad en mi pecho porque ser libre es algo que solo me podía permitir soñar, no creía que podía ser una realidad. Por qué sí, aún tengo esta gira por terminar, pero después de eso, realmente no hay nada más. E incluso sí quiero dejar la gira puedo hacerlo —aunque no, no le haré eso a mis fans—, puedo hacer lo que yo quiera.
Hay un sonido de cristalería que llama mi atención y me giro para encontrarme con la brillante sonrisa de Jazmín.
—¿No deberíamos estar celebrando?
Me muestra una botella de champagne rosado, de ese que tanto le gusta y dos copas.
Me acerco a ella, le quito la botella y las copas para abrazarla.
—No tienes idea de cuánto te extrañé, Jaz.
Ella me devuelve el abrazo con la misma fuerza.
—Creo que me puedo hacer una idea.
Cómo es habitual en nosotras, nuestro abrazo dura más de lo necesario.
Nos separamos y tomamos las cosas para ir a la terraza.
—¿Crees que podría ser tu cantante de respaldo, Drea?
La botella de champagne descansa a un costado.
Jazmín se levanta, sosteniendo su cuerpo sobre sus codos y me mira.
—¿De dónde viene esa pregunta?
No duda en responder, como si hubiera pensando en aquello varias veces.
Me pregunto si ha sido así. Si ella ha estado pensando en formas de que podamos estar juntas porque le duele estar sin mí, pero no dejo que ese pensamiento avance mucho. No es bueno para mí.
—Te vas de gira por varios meses y te extraño. Nada se siente bien sin ti. ¿Tú no me extrañas cuando estás lejos?
Si tan solo ella lo supiera.
—Claro que te extraño cuando estoy lejos, Jaz.
Te extraño todo el tiempo —completo en mi mente—. Incluso ahora, porque no te tengo de la forma que me gustaría.
—Se que hablamos y nos vemos por video llamada casi todos los días, pero no es lo mismo. Si fuera tu corista estaríamos juntas todo el tiempo.
Miro de reojo la botella de champagne. Me pregunto si, al igual que a mí, el alcohol ya le ha empezado afectar.
—Tienes una vida aquí, un trabajo que amas. ¿Dejarías todo eso por ir conmigo a recorrer el mundo?
—Por supuesto, Drea.
No puedo evitar sonreír y al mismo tiempo sentir este enorme agujero en mi pecho. Es un poco frustrante como Jazmín me puede hacer sentir tanto con casi nada. A veces basta una mirada, una palabra o como ahora, una simple respuesta. La mayoría del tiempo es solo su presencia la que me hace sentir... Cosas que no debería.
La veo voltearse sobre su costado y arrugar un poco la manta sobre la que está acostada y tan pronto como miro hacia abajo su sonrisa empieza a desvanecerse.
—¿Qué ocurre, Drea?
Yo sacudo la cabeza.
—Te estás poniendo triste. ¿Fue algo que dije? Últimamente haces mucho eso y me pregunto a qué se debe.
—No es nada. Estoy bien.
—¿Segura?
—Sí, Jaz. Siempre que estoy contigo, estoy bien.
Mis dedos tamborilean sobre mi pecho, ahí donde puedo sentir los acelerados latidos de mi corazón.
—Me sucede lo mismo, Drea Taylor Reagan.
Se levanta y saca su teléfono para poner algo de música, es la misma que bailamos la vez pasada, accidentally in love. Parece que realmente le gusta esa canción.
Extiende su mano hacia mí.
—Me prometiste un baile. ¿Recuerdas?
Sonrío y tomo su mano, uniéndome a ella y tratando de controlar mis emociones, esas que enloquecen cuando estamos cerca, tan cerca como ahora.
Tan cerca que bastaría que me incline un poco, tan solo un poco para besar esos labios que me quitan el sueño o besar esa piel que me roba el aliento.
No, no, Drea. No vayas por ahí.
—¿Qué sucede, Jaz?
Sus ojos azules están algo nublados.
Estamos tan cerca. Tan cerca y tan lejos al mismo jodido tiempo.
Ella jamás me va a querer de la forma que yo la quiero —me recuerdo.
—Ahora eres tú quien parece tener algo que decir. ¿Qué sucede, Jaz? Sabes que puedes decirme cualquier cosa.
—Lo sé, es solo que no sé cómo de decirte esto.
—Bueno, pero cuéntame de todas formas.
Se separa de mí y me preocupo hasta que ella se lanza a mis brazos y me pide que por favor la abrace.
La sigo abrazando por un rato más, perdiéndome en el momento y en ilusiones, dejando que mi mejilla descanse contra sus largos mechones rubios.
Después de tomar un par de respiraciones largas, Jazmín mueve su cabeza hacia atrás, separándose de mi para poder mirarme a los ojos, hasta que parece que no puede sostener más mi mirada y sus ojos se posan en sus manos.
—Me voy a casar.
Es lo que Jazmín me dice, con el labio inferior entre sus dientes y ojos brillantes y chispeantes por lágrimas no derramadas.
No puedo respirar. No puedo pensar. No puedo concentrarme.
De alguna manera logro mantenerme de pie por mucho que mis piernas y todo mi cuerpo tiemblen, por mucho que quiero desplomarme en el suelo.
—Me voy a casar —repite.
Hay algo suplicante en sus ojos que no logro entender del todo. No hablo. No estoy segura de poder decir algo, de conseguir que las palabras salgan de mis labios, pero, sobre todo, no estoy segura de las palabras que mi cerebro elegiría decir. Así que no digo nada.
¿Qué puedo decirle?
Pero ella me mira esperando a que hable.
—Di algo —me pide, un poco sin aliento—. Por favor. Me estás poniendo nerviosa.
No lo hagas —es lo que quiero decirle—. No te cases. No con él.
Y la vehemencia de ese pensamiento me sobresalta.
Me alejo de Jazmín y ella parece herida.
Creo que consigo plasmar una sonrisa en mi rostro, una que espero no parezca tan falsa como se siente, pero no sé qué más hacer porque aún no puedo respirar porque siento como si el mundo se hubiera desmoronado sobre mi pecho y quizás sea así. No estoy segura, de lo único que tengo certeza es que mi mundo se hizo añicos en el momento en que Jazmín dijo esas jodidas palabras: me voy a casar.
Y pensar que hace unas horas me sentía tan feliz.
—¿Drea?
Ella se va a casar.
Jazmín se va a casar.
Y, ¿qué se supone que debo decir? ¿Qué se supone que debo decirle cuando siento que mi pecho está siendo desgarrado y no me queda nada más que ver cómo me desangro?
Quizás en una forma de intentar salvarme de esta agonizante tortura, podría confesarle lo que siento, decirle que estoy enamorada de ella, que lo más probable es que me haya enamorado de ella desde el primer momento que la vi, pero que no sabía lo que eran esos sentimientos.
Debería ser honesta. Debería simplemente decirle: estoy enamorada de ti.
Porque puede que eso signifique algo o al menos logre detener el incesante dolor en mi pecho que aumenta con cada latido de mi corazón.
—Felicidades —es lo que termino diciendo con un tono que espero no demuestre cuanto me duele toda esta situación—. Eso es bueno. ¿No? Eso es lo que querías. La boda, el vestido y todo eso. Ya vas a tenerlo. ¿No estás feliz?
Ahora es ella la que se queda sin palabras.
¿He dicho algo que no debía?
Realmente está situación es más jodida de lo que uno pensaría.
—Aún no he dicho que sí.
¿Por qué? Quiero preguntar, porque recuerdo haberla visto tan feliz y emocionada hablando sobre casarse y como quería una boda como el de las comedias románticas que tanto le gusta ver.
—Vas a decir que sí. ¿Verdad, Jaz?
—Yo quería hablarlo contigo antes, quería... Mira, que este tal vez no es un buen momento y he sido tan cobarde al callarme, pero creo que... No, necesito que lo sepas.
—Estoy aquí, dime lo que quieras.
Asiente con la cabeza.
—Lo sé yo...
Se lanza a mis brazos y se aferra a mí con fuerza y esto solo lo empeora todo. La forma en que Jazmín se presiona contra mí y la forma en que me envuelve con su calidez como una manta, una que sé que desaparecerá en el momento en que llegue la tormenta, y me quedaré sintiendo nada más que frio y atormentada por la calidez que una vez tuve.
Pero le devuelvo el abrazo como si no tuviera que soltarla, como si al abrazarla lo suficientemente fuerte despertaré en el universo correcto donde nada de esto está sucediendo, dónde puedo seguir siendo consumida por la calidez de Jazmín.
No funciona. Sigo en este universo y Jazmín se aleja.
—Serás la novia más hermosa de todas —le digo—, y Spencer la persona más afortunada de este jodido mundo por tenerte.
—¿Qué? Espera... ¿Qué? No escuchaste. Aún no he dicho que sí.
Peino un mechón rubio detrás de su oreja y dejo que mis dedos recorran su mejilla.
No seré quien haga que su felicidad se desmorone haciendo una confesión tardía.
—¿Eres feliz con Spencer? ¿Lo quieres?
—Sí, lo hago, pero... Mira, soy feliz con Spencer y lo amo, y esto ya es algo que he hablado con él, no creas que no lo he hecho, lo hice. Varias veces. No podría ser el tipo de persona que ocultaría esto, Spencer lo sabe, casi desde el principio y, la cuestión aquí es que, yo sé que podría ser feliz con él, muy feliz, es un gran hombre. Muy bueno y me ama, pero Drea...
—¿Por qué estás dudando?
De pronto, ella me mira molesta.
—¿Por qué crees? ¡Míranos! Estamos bailando en tu azotea, y hasta hace un momento estábamos sentadas bebiendo vino y hablando. Y tal vez esto no sea todo lo que quiero, pero no quiero perdernos. No quiero perderte. No puedo hacerlo.
¿Por qué duele tanto? Este dolor me hace extrañar la época donde no sentía nada. Ojalá pudiera regresar a esa época y dejar de sentir todo eso que siento por ella.
—No me perderás, Jazmín.
Debería decírselo aquí mismo, pero las palabras no salen.
Te amo.
Dos simples palabras, pero con un significado tan profundo, y tan difíciles de pronunciar.
—Además piensa en lo feliz que estará tu mamá cuando sepa que Spencer te pidió matrimonio. Él es una buena familia, tal y como tú mamá quería para ti.
—No me importa lo que piense mi madre.
Suspiro y paso una mano por mi cabello.
—Bueno, no entiendo tu duda al no aceptar. ¡Eso es lo que querías!
—¡No lo es! No lo es.
—Jaz. No leo mentes, solo dime qué es lo que quieres.
Da un paso hacia mí.
—A ti.
—¡Pero a mí ya me tienes! No me vas a perder porque te vas a casar, Jazmín. No te voy a dejar, seguiremos siendo mejores amigas. Siempre.
Tomo su rostro entre mis manos y ella me mira con ojos llenos de lágrimas no derramadas.
Suelta una risa seca y mueve su cabeza.
—Mejores amigas. La historia de nuestra vida.
—Algo como eso, Jaz.
—¿Sabes cuál es mi problema, Drea? Qué veo cosas donde no las hay y voy de cabeza hacia aquello, y por eso termino lastimada. Pero está bien. Estaré bien.
Pone sus manos sobre las mías y las toma entre las suyas, suelta un suspiro y me vuelve abrazar.
Deja un beso en mi mejilla.
—Tienes razón, diré que sí. Porque debo dejar de correr por personas que no quieren que las persiga.
—Me alegro mucho.
Ella levanta la cabeza y toma una de mis manos entre las suyas y me dedica una sonrisa acuosa.
—¿Sabes, Drea? Soy muy feliz con tenerte en mi vida, de la manera en que sea que quieras estar. Solo, por favor, no me dejes.
—Nunca.
—¿Lo prometes, Drea?
—Lo prometo.
Sonríe, aunque no llega del todo a sus ojos, y se inclina hacia mí para dejar otro beso en mejilla.
—No importa lo que pase. Tú siempre serás mi favorita, Drea.
Con esas palabras y una última mirada, se va, dejándome con él corazón roto y un dolor que me hace caer de rodillas al suelo.
No debería doler tanto. ¿Por qué me duele tanto?
No sé cómo consigo ponerme de pie, pero lo hago y con la poca fuerza que me queda salgo a buscar a mi madre, la encuentro sentada en la sala de su casa.
—Tenías razón, mamá. Cuando una hija busca a su madre es porque le duele el alma, pero mamá, a mí me está doliendo todo. Duele mucho. No puedo con todo este dolor.
Mi madre abre sus brazos y yo me dejo caer en su abrazo.
—Oh, mi pobre niña.
—Se va a casar, mamá. Se va a casar.
La perdí.
Jazmín era mi luz, pero ahora todo es oscuridad.
Era quien le daba color a mi vida y ahora se está empezando a volver en diferentes tonos de gris.
Ella, sin saberlo, tomó mi corazón, se adueñó de él y ahora me ha dejado sin nada.
—La perdí, mamá.
Aunque realmente no la perdí, porque la realidad es que nunca la tuve.
"El proceso de fusión nuclear gasta la energía de las estrellas. A medida que avanza el tiempo, las estrellas se quedan sin los materiales necesarios para sostener la reacción de fusión nuclear, lo que hace que la estrella se agote. Una vez que esto sucede, la estrella se expande y se enfría, y finalmente muere".
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